La corrupción como instrumento político e
ideológico de los poderes económicos: la trama
Manolo Monereo
by ADMIN on 18 OCTUBRE, 2014
” El
país necesita una revolución democrática que haga real y efectivo lo que dicen
las Constituciones: que el poder reside en la soberanía popular. No será fácil,
pero la revolución, para ser realmente democrática, tiene que romper con la
trama oligárquica que gobierna de facto nuestro presente y controla e impide
nuestro futuro como personas libres e iguales”.
Para
entender lo que pasa aquí y ahora es necesario hacerse siempre la siguiente
pregunta: ¿cómo mandan los que no se presentan a las elecciones? Es
un viejo y siempre actual problema. Refleja la contradicción orgánica entre la
democracia y el capitalismo, es decir, entre un sistema político que se
fundamenta en la igualdad jurídico-formal de las personas y una formación
económico-social organizada en base a una desigualdad estructural de poder,
renta y riqueza entre clases y grupos sociales.
Las
relaciones entre democracia y capitalismo han sido siempre conflictuales y,
periódicamente, ambas lógicas político-sociales se hacen más antagónicas y
contrapuestas, coincidiendo, no es casual, con graves crisis económicas del
capitalismo.
Volvamos
a la pregunta: ¿cómo mandan los que no se presentan a las elecciones? Si observamos con
cuidado los tenedores de las tarjetas
negras de Bankia, ¿qué vemos? La cooptación de la entera clase
política por los poderes económicos. El instrumento fundamental: la corrupción.
Lo que
asombra —aquí también hay clases— no es que la derecha política sea corrupta
(esto se sabe desde siempre: es una de sus características genéticas, por así
decirlo) sino que una parte significativa de la izquierda social y política se
deje atrapar en la madeja de intereses corporativos y en los conflictos de los
varios grupos de poder en el entorno del PP y lo haga por dinero, mucho, hasta
muchísimo para la gente normal, pero calderilla para los que mandan y no se
presentan a las elecciones.
El
bipartidismo imperfecto (PP y PSOE más la burguesía vasca y catalana) ha sido
esencial. Los que mandan y no se presentan a las elecciones necesitaban
garantías de que sus intereses nunca serían cuestionados y volvieron a lo de
siempre: dos partidos que se turnaban, en beneficio de los intereses generales
de la oligarquía dominante, garantizados, en último término, por su corrupta
majestad el rey.
Como
siempre, es decir, en las permanentes y, por ahora, inevitables restauraciones
borbónicas, la derecha lo era de verdad; la izquierda era un sucedáneo, con el
objetivo específico de impedir el surgimiento y desarrollo de una izquierda
verdadera.
Aquí
deberíamos afinar y ver lo nuevo, lo singular, de la corrupción en esta fase
concreta. Se suele decir, se repite una y otra vez, que siempre habrá corrupción,
que es algo natural al ser humano y a la política. No estoy de acuerdo: este
tipo de capitalismo monopolista-financiero lleva en su seno y necesita de la
corrupción para mantenerse y desarrollarse. Esta es la novedad. Se dirá que es
el capitalismo en general, y seguramente es verdad, pero hay que esforzarse en
profundizar y en delimitar lo específico de la fase.
El
neoliberalismo, capitalismo senil y depredador, sitúa en su centro, en su modo
normal de funcionamiento, la especulación, los negocios fraudulentos, la
información privilegiada, el expolio de lo público y el ataque a los derechos
económico-sociales. La frontera entre lo legal e
ilegal desaparece conforme se llega a la cúpula de los poderes
económicos-financieros y solo se hace evidente cuando se baja a la base de una
sociedad, en el lugar donde habitan, luchan y sufren los hombres y mujeres normales.
La legalidad aplicada contra las personas, contra las clases subalternas, de
nuevo, “clases peligrosas”.
No me
gusta el término casta. ¿Por qué? Porque no anuda, no engarza y no relaciona a
los poderes económicos y mediáticos con la clase política. Parecería que la
corrupción es cosa de los políticos y solo de ellos. ¿Y los corruptores?,
¿dónde están?, ¿quiénes son?, y ¿para qué compran los poderosos a los
políticos? Todo esto desaparece y se pone el foco en los representantes de los
ciudadanos, ligando política con corrupción, libertades públicas con expolio
del Estado. Por esto prefiero el término trama, precisamente,
para poner de manifiesto que existe una relación subjetivamente organizada y
necesaria entre el poder del dinero y los políticos del régimen bipartidista.
Para que
los gobiernos realicen y practiquen políticas contrarias a los intereses
mayoritarios tienen que ser corrompidos, anulados y sometidos. Gobernar
termina siendo, en la Unión Europea del euro, el arte para conspirar contra los
ciudadanos y formar parte de la antipolítica organizada desde la cúspide del
poder corporativo y mafioso de las finanzas.
Hay un
juego perverso. Los poderosos someten a los políticos. Los medios de
comunicación, casi siempre controlados por los que mandan y no se presentan a
las elecciones, se hacen eco de los escándalos y denuncian, con razón, a los
representantes de los ciudadanos desde una lógica que oculta las necesarias
relaciones entre los corruptores poderes económicos y sus subalternos políticos
corrompidos.
La
ideología que se crea es del mayor interés para la oligarquía: la política es
corrupción, luego hay que dejársela a los que viven de ella y el resto, la
ciudadanía, a lo suyo, a aguantar y al sálvese como se pueda. Abandonar lo
colectivo, privatizar lo público y renunciar a la emancipación social y
política. Es el “no te metas en política”, que nos aconsejaban nuestros padres,
duramente escarmentados por el terror franquista.
Los
“neoliberales de todos los partidos” suelen insistir en que los culpables de la
corrupción son los políticos y que su origen está en que el Estado interviene
mucho y tiene demasiado poder. Su receta es conocida: más liberalizaciones, más
privatizaciones, más desregulaciones. Lo más
significativo del asunto es que a más predominio de los grupos de poder
económicos, más corrupción, más degradación de la sociedad civil, mayor
concentración de renta y riqueza, mayor fuerza de los oligopolios y
prostitución del mercado como institución social.
El país
necesita una revolución democrática que haga real y efectivo lo que dicen las
Constituciones: que el poder reside en la soberanía popular. No será fácil,
pero la revolución, para ser realmente democrática, tiene que romper con la
trama oligárquica que gobierna de facto nuestro presente y controla e impide
nuestro futuro como personas libres e iguales. Esto también depende
de nosotros: hacer lo necesario posible y diseñar un futuro con sentido para
los hombres y mujeres de carne y hueso.
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