Por
Cecilia Lavalle*
Publicado
el septiembre 3, 2014 de lapolillacubana26
Me
niego. Me niego rotundamente. Y no es capricho o necedad. Es que hay señales
por todas partes. Y yo he decidido aferrarme a ellas.
Me
dicen que no tenemos remedio. Que el ser humano es así. Que somos
intrínsecamente malvados. Que quienes no han cometido una atrocidad es porque
no han tenido los motivos suficientes o la oportunidad o las armas.
Hablábamos
de la guerra. De las guerras. Las frías y las calientes. Las evidentes y las
soterradas. Las que atraen la atención del mundo y a las que medio mundo les ha
dado la espalda.
Hablábamos
de Gaza, de la matanza en Gaza. Hablábamos de Ucrania. Y también de Siria y de
África, y de sitios que tendría dificultad para ubicar en un mapa a la primera
intención.
Hablábamos
de crisis humanitaria, de refugiados, de niñas y niños, de mujeres y hombres,
de humanidad rota.
Y mis
amigos hablaban de geografía, de historia, de economía. Intentaban explicar lo
que a mí, de todas maneras, me parecía irrazonable.
Es que
la humanidad es mala, intrínsecamente mala, sentenció uno. Y el resto hizo
coro. Me niego, dije. Y la andanada de ejemplos, de datos, de evidencias se me
vino encima.
Regrese
a casa con una losa en el corazón. Y antes de dormir sólo atine a decir, a
decirme: “Me niego”.
Una
semana mi cabeza le dio vueltas a ese asunto. Mi corazón también.
Sí,
desde Caín y Abel, la historia lejana o cercana nos da miles de ejemplos de la
barbarie, la crueldad, la justificación de las violencias, la explicación del
sinsentido, la maldad a secas.
Sí, en
su mayoría son hombres quienes protagonizan esas escenas, y en su mayoría
mujeres, niñas y niños quienes pagamos caro, y quienes volvemos a hacer
comunidad tras el desastre.
¿Son
los hombres intrínsecamente malos? ¡Me niego! De la misma manera que me niego a
sostener que, por eliminación, las mujeres son intrínsecamente buenas. Somos
mucho más complejos que eso, y explicaciones se me ocurren más de una.
Pero
por hoy, aquí, escuchando melodías de Mine
Kawakami y de Ludovico
Einaudi, me quedo con la certeza de la enorme belleza, sensibilidad,
emoción de que también somos capaces mujeres y hombres, humanas y humanos.
Y si
como humanidad somos capaces de causar los peores daños a otros seres, también
es cierto que somos capaces de los mejores bienes, de solidaridad, de empatía,
de humildad, de amor a secas.
No me
cabe pensar que si somos capaces de crear extraordinaria belleza en una
pintura, tocar el alma con una melodía, conmover con un gesto, ofrecer
solidaridad al punto de arriesgar la vida, tener empatía hasta que duela; no me
cabe pensar, digo, que sea la maldad la que nos defina.
En todo
caso, concluyo, nos definen ambas. La maldad y la bondad. Y el problema no está
en lo que “intrínsecamente” somos o no, sino en lo que hacemos con eso, en lo
que forjamos con eso, en los límites y horizontes que podemos crear para lidiar
bien con eso.
Y,
claro, el problema también radica en el poder que, sin contrapesos suficientes,
ostentan algunos que inclinan la balanza a la barbarie.
Disculpe
usted. Me puse densita, como decía Germán
Dehesa. Pero ante los rostros de la muerte, los tambores de guerra que
suenan en medio mundo, las sentencias flamígeras, necesitaba encontrar
asideros; no como tablas en pleno naufragio, sino como arcoíris en medio del
aguacero.
Apreciaría
sus comentarios a: cecilialavalle@hotmail.com
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