¿Deben los filósofos picar piedras?
José Carlos Bermejo Barrera
Enviado
por admin1 o Mér, 23/07/2014 - 10:16
A
juzgar por lo que se decía en la España de Franco, sí. La frase adecuada era:
“yo a los filósofos los ponía a picar piedras”, proyecto a la vez laboral y
político que resulta comprensible si se tiene en cuenta que muchos pensaban que
la filosofía era una profesión peligrosa para el orden establecido, pues los
filósofos, tábanos impertinentes, tenían la manía de poner en duda el orden
establecido y las verdades consagradas de la religión. Como en la España de
Franco la mayor parte de la población había interiorizado inevitablemente el
franquismo, cuando una persona tenía una idea que consideraba buena para el
bien común podía decir: “si yo fuera Franco prohibiría…”, lo que naturalmente
suponía admitir que la forma básica de la acción política y la mejora moral de
un país ha de consistir siempre en prohibir o censurar algo. La idea del
filósofo picapedrero, que no escultor en mármol o granito, también podía verse reforzada
por la existencia de notorias iniciativas en el ramo de la cantería, como fue
el caso del Valle de los Caídos, cuando no por la idea de que la filosofía
había de ser esclava, “esclava de la teología”: ¿qué mejor trabajo para un
esclavo que picar piedra en una cantera?
A
lo largo de 2.500 años de historia, la filosofía y los filósofos han cumplido
diferentes funciones dentro de una matriz que puede seguirse considerando como
común. El filósofo no siempre fue un profesional de una materia. Tales de Mileto,
el primero de ellos, no vivía de la filosofía. Se le atribuyeron un viaje de
estudios a Egipto y unos conocimientos físicos y astronómicos extraordinarios,
que le permitieron, ante la burla de una esclava, que se rió de él por caerse
en un pozo al caminar de noche mirando a las estrellas, hacerse millonario
alquilando todos los molinos de aceite de su ciudad a un precio ridículo cuando
todo el mundo esperaba una horrible cosecha que sólo él sabía que había de ser
extraordinaria. Sería así el inventor de las operaciones bursátiles a corto
plazo. Los filósofos griegos, que consideraron que la cumbre de todos los
saberes eran las matemáticas y que todos los saberes racionales forman parte de
la filosofía, vivieron a veces en cofradías religiosas, como la escuela del
matemático Pitágoras o la Academia de Platón, porque pensaron que la filosofía,
además de la síntesis de todos los saberes, era ante todo una manera de vivir,
orientada a la búsqueda del conocimiento, y no del poder o las riquezas. Aunque
otras veces fueron educadores y asesores de los poderosos y también itinerantes
vagabundos o predicadores callejeros, como Heráclito de Éfeso y los filósofos
cínicos.
El
cristianismo, legítimo heredero de la filosofía griega, transmutó el modo
filosófico de vida en el ideal de la vida contemplativa, y por ello casi todos
los filósofos fueron clérigos itinerantes entre las nuevas universidades o
frailes recluidos en sus monasterios que intentaron a la vez conservar los
saberes heredados del mundo antiguo y hacer que el pensar libre coincidiese con
las verdades inmutables e impuestas a veces, cosa no siempre fácil. Toda la
filosofía moderna fue un intento de liberarse de estos moldes en los que bajo
cada filósofo se escondía un pastor protestante o clérigo católico, como decía
Nietzsche, pero a su vez fue un intento de ampliar los límites de una filosofía
ya no sólo cultivada por clérigos y profesores.
Así
nació el filósofo cortesano, como Leibniz, a la vez matemático genial,
ingeniero e historiador, los filósofos médicos, como Locke, los filósofos
intrigantes de corte como Sir Francis Bacon, los marginados residentes en
buhardillas como Spinoza. Pero todos ellos conservaron dos ideas clave: toda
ciencia es filosofía, como señalaba el título del famoso libro de Newton Principios
matemáticos de la filosofía natura, y sin exposición pública de los
hechos y datos, sin discusión metódica, sin honradez y sin la práctica del
escepticismo no hay ciencia posible. Por eso la ciencia debería ser
inseparable no solo del progreso del conocimiento, sino del desarrollo de la
libertad. El problema vino cuando el desarrollo de las ciencias físicas,
químicas, biológicas, psicológicas o sociales creó nuevos cotos y dejaron
desvalida a la filosofía. Nacieron así dos nuevos tipos de filósofos: el
llamado continental, experto en la historia de la filosofía, conocedor de
varias lenguas y buscador de la verdad y la libertad en los entresijos de los
textos; y el filósofo analítico, muchas veces científico, físico o matemático,
como Mach, Russell y Frege, y otros científicos de deseo y no de práctica.
Junto a ellos otros filósofos de antigua formación teológica, como Heidegger,
volvieron a reivindicar la filosofía como forma de existencia privilegiada -
¿la de los profesores de filosofía?- en el mundo del fascismo, las masas y
luego del capitalismo global, acabando en un fracaso. Pero para todos ellos la
filosofía, o sus ascuas, debía seguir siendo el lugar de la libertad
intelectual, del debate racional y el entendimiento.
¿Qué queda hoy de la filosofía, de una filosofía para todos
y para cada uno? Pues precisamente eso, y eso justifica su existencia
académica, si sus profesores son conscientes de su misión como educadores y de
su condición infralunar. Si son capaces de escribir para todo el mundo, como
hacían Russell o James en unos países en los que la filosofía no se cursaba en
la enseñanza media, y si no caen en la tentación de ser los nuevos cortesanos o
los nuevos asesores de los empresarios de las canteras en las que cada vez más
gente pica la piedra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario