¿Por
qué los grandes medios de comunicación hablan bien del presidente uruguayo?
Pepe
Mujica y la revolución olvidada
Por Antonio Velasco
La República
Jueves, 3 de julio de 2014
Hace ya
mucho que vivimos en un mundo donde aquellos que acaparan el poder viven
ostentosamente y muy alejados de los problemas reales de la población a la que
dicen representar. Nuestro gobierno, así como las élites económicas situadas en
la sombra, no sufren los recortes que aplican, sino todo lo contrario. Las
empresas del Ibex 35 tienen cada vez mayores beneficios y los
políticos siguen legislando a su favor. Los trabajadores, desengañados,
empiezan a buscar ejemplos de que otro tipo de líder es posible. Ahí entra Pepe
Mujica, un caso de escopeta. El presidente más pobre del mundo, le
llaman. Se ha convertido en una figura emblemática para muchos, ya hartos de
políticos que muestran un desapego exacerbado por los trabajadores, a los
cuales sólo buscan durante la campaña electoral.
Pepe
Mujica es un
antiguo guerrillero perteneciente al Movimiento de Liberación
Nacional-Tupamaros (MLN-T) que surgió en los años 60 y sería derrotado
en 1972, un año antes de la dictadura militar. Mujica, al igual que muchos
otros dirigentes tupamaros, pasó más de una década en prisión y, una vez recuperada
la democracia, sería liberado por una ley de amnistía para presos políticos. El MLN-T
se integraría, en 1989, a la coalición política de izquierdas Frente
Amplio (FA), donde gestó la coalición llamada Movimiento de
Participación Popular (MPP).
Mujica
obtendría un puesto de Diputado con el FA en las elecciones de 1994, donde
derrotarían al Partido Colorado (derecha), siendo Tabaré
Vázquez el presidente resultante y Mujica el
primer Tupamaro con un cargo público. Después de tantos años de dictadura y
clandestinidad, la izquierda había llegado al poder. Las calles del país se
desbordaron de trabajadores emocionados y cánticos revolucionarios por la
hazaña lograda. La izquierda gobernaba y ahora empezarían las políticas
destinadas a mejorar la vida de los trabajadores. O eso creían.
Mujica se hizo ya famoso en esa época por
su austeridad, cuando acudía a las sesiones parlamentarias en una Vespa. En
2010 llegaría a Presidente de la República Oriental de Uruguay tras la
reelección del FA y, una vez en el gobierno, no cambiaría su estilo de vida. No
se mudó al palacio de gobierno sino que se mantuvo en su pequeña residencia
junto a su esposa Lucía Topolansky (también antigua
guerrillera del MLN-T) y dos escoltas. Tampoco acudió al coche oficial ni a
ningún lujo en particular. Se trata de un presidente cercano que retomó la
antigua práctica de pasear y conversar con los vecinos, como se hacía en los
años 50 en Uruguay, antes de la llegada del FMI. Además, dona el 90% de su
sueldo a proyectos y causas benéficas. Esta faceta austera es lo que le ha
reportado fama internacional.
Su
discurso se caracteriza por ser muy filosófico y rompedor de los estándares y
costumbres usuales de los poderosos. Habla sin tapujos de la necesidad de
proteger el medio ambiente, de lo malo y vacío del consumismo desmedido o de
que el capitalismo no aporta realmente aquello que nos hace ser felices.
Palabras atractivas pero que, por desgracia, no han ido acompañadas por hechos
en la misma línea.
A
pesar de que se han logrado cambios en el país (ayudas para los más pobres,
el seguro nacional de sanidad, ley de matrimonio homosexual, aborto o
legalización de la marihuana), realmente no se ha legislado en favor de los
intereses de los trabajadores uruguayos. El modelo económico, salvo algunas
excepciones, sigue siendo básicamente el mismo.
Mujica,
con un discurso que aboga por la protección del medio ambiente, ha
apostado por empresas transnacionales que están contaminado el país y
que gozan, además, de exoneraciones y beneficios tributarios. Nunca
en
Uruguay ha habido tantas tierras en manos de las transnacionales.
Algunos ejemplos son las empresas relacionadas con las papeleras, las cuales
plantan eucaliptos para sus productos, destrozando la tierra; las empresas que
cultivan soja transgénica con agrotóxico; o el proyecto Aratirí, relacionado
con la megaminería a cielo abierto para la extracción de hierro, práctica con
un alto impacto contaminante sobre el medio ambiente. Existe una contradicción
flagrante entre el discurso del presidente y los hechos.
La
pobreza ha sido reducida en el país, pero la tercera parte de los trabajadores
uruguayos tienen ingresos inferiores a los 14.000 pesos al mes cuando se ha
calculado que, para una familia media de 4 personas, se necesitarían unos
50.000 pesos al mes para cubrir las necesidades básicas. Los ricos, sin
embargo, siguen enriqueciéndose. Es cierto que los sueldos han subido y que el
porcentaje de desempleo es bajo, pero en su mayor parte se trata de empleo
precario.
Uruguay
es un país de 3 millones de habitantes con 12 millones de cabezas de
ganado pero, sin embargo, la carne tiene unos precios desorbitados. En
lugar de desarrollar industrias para generar valor agregado en este mercado (industrializar
la materia prima), se exporta el producto primario y se enriquecen los
productores. Uruguay no transforma los productos, los exporta y el mercado
interior no ve beneficios.
El
gobierno de Pepe Mujica se ha alejado del programa inicial del FA,
que era anti-imperialista y anti-oligárquico. Se
alineó con la rama más socialdemócrata de la coalición (representada por Danilo
Astori, vicepresidente de Uruguay), reproduciendo el discurso de que
hay que desarrollar el capitalismo, incluyendo traer a grandes transnacionales
al país, para llegar al socialismo. Dice además ser partidario de un
capitalismo bueno y humano. Este alejamiento del gobierno ha provocado la
aparición de un sector crítico que reivindica el antiguo programa
frenteamplista. Además, las políticas del gobierno de Mujica y
del primer presidente del FA Tabaré Vázquez, han traído la
resignación y la desafección por la política por parte de los uruguayos al
verse traicionados por los políticos, tal y como sucede en España.
El sistema
productivo de Uruguay no ha cambiado. Mujica obedece los dictados del FMI
y el Banco Mundial, en detrimento de los trabajadores, que han visto,
decepcionados, cómo la socialdemocracia ha tomado el control y ha dejado a
Uruguay dependiente del capital extranjero. Después, Mujica sale
al exterior con su imagen austera, su discurso grandilocuente y filosófico que
a todos agrada y sorprende pero, a pesar de haberse conseguido cosas, el
gobierno se vendió al capitalismo y a las grandes empresas, incumpliendo el
viejo programa del FA.
El
problema principal, del cual se deriva el resto, es que Mujica y su
equipo han negado la lucha de clases. Suyas son frases como “Para
que haya redistribución, los capitalistas han de ganar dinero”. Esto
es un absurdo. No se puede redistribuir partiendo de la base de que las
empresas gozan de grandes beneficios, exenciones fiscales y que no se les
imponen apenas condiciones al instalarse en Uruguay. Mujica aboga por “sacar
lo mejor del sistema” pero, ¿cómo sacar lo mejor de las
transnacionales, que se instalan porque pagan escasos impuestos, tienen a los
trabajadores en condiciones precarias y no respetan el medio ambiente? Se está
actuando como si se pudiese gobernar para los ricos y para los pobres a la vez,
cuando tienen intereses de clase contrapuestos. Como digo, el principal
problema es la negación de la lucha de clases. ¿Existe redistribución posible
sin tocar los privilegios del poder económico? ¿Se puede gobernar para el poder
económico y para la gente de la calle por igual? Claramente, no. La prueba es
que, a pesar del enorme crecimiento del PIB del país en los últimos años, no ha
habido una redistribución eficiente que haya beneficiado a los trabajadores
tanto como debiera y, sin embargo, los ricos se han enriquecido como nunca. Se
trata de la clásica política socialdemócrata.
No es
extraño que los grandes medios alaben a Mujica. Las políticas del presidente
uruguayo benefician enormemente a los propietarios de los mismos. Si hubiese
incorporado el antiguo programa del FA, cuyas propuestas giraban en torno a no
pagar la deuda externa ilegítima, una reforma agraria que favoreciera a los
trabajadores o nacionalizar la banca; ni Jordi Évole le habría
entrevistado ni tendríamos la imagen que tenemos de él. Los medios se habrían
encargado de mostrárnoslo como un dictador más y todo el mundo lo aceptaría a
ciegas, como aceptan ahora que es el mejor presidente del mundo, sin saber qué
políticas ha llevado a cabo y cómo estas han repercutido en la clase obrera
uruguaya. Si se legisla en favor de los intereses del capital, los medios
controlados por el mismo te presentan favorecido, si lo haces en favor de los
trabajadores (y, por consiguiente, en contra del capital), esos medios te muestran
al mundo como un político antidemocrático. Ejemplos hay de sobras.
En
definitiva, por muy buenas intenciones que tuviese Mujica tanto en sus años de
tupamaro como en la actualidad, que no las pongo en duda, un país no se cambia
sobre la base de la actitud de una persona (aunque sea el presidente), sino
sobre la organización y la construcción de un tejido social fuerte y crítico y
unas políticas concretas dirigidas a mejorar las condiciones de vida de los
trabajadores. No podemos creer a ciegas, como se hace en España, que Uruguay va
perfectamente sólo fijándonos en el estilo de vida de su presidente (aunque
este sea admirable, como en su caso). Es necesario averiguar y adentrarse en
las políticas que repercuten en la vida cotidiana de las personas para conocer
su realidad. Sólo entonces podremos sacar conclusiones. Pero si únicamente nos
quedamos con la filosofía y la fachada de su presidente, estaremos cayendo en
la trampa de la clase dominante una vez más.
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