LA O DEL ALFARERO
Escribe: José
Vadillo Vila
GORRO
¿Qué se puede hablar de un hombre que lleva
medio siglo publicando poemas? ¿Qué sentido tiene ser poeta cuando ya nadie
–parece- leer?
TEXTO
1.
Los libros están libertos,
fugaron de los estantes. Andan por doquier, como si en vez de hojas tuvieran
alas. En torre, sobre la mesita de centro, o arrimados a los costados de las
paredes de la sala, entre decenas de souvenirs
y muñecos de todo el mundo. De lejos, el poeta tiene una mujer tolerante a las
Letras, que le permite que los libros -insatisfechos con el tamaño del estudio-
se escapen por doquier, anden por todo el departamento e, inclusive, hayan
obligado al propietario-poeta a alquilar otro espacio para calmar esta proliferación
de títulos, esta insurrección de las Letras. Inclusive, en el comedor, el poeta,
que se hace llamar Winston Orrillo, ha dejado sólo el espacio para los
cubiertos, el par de platos. El resto lo ocupan lomos, lomos de libros. En ese
reino, a punta de lapiceros de colores y lápices, ha dado forma los últimos
meses a su Poesía esencial, Poemas escogidos y 150 poemas de amor.
Estos tres libros
son una revisión particular de los libros que empezó a publicar en 1965; que se
agotaron; que leyeron otras generaciones de lectores; que ahora son inubicables
en las librerías. Hoy, a medio siglo de vida dedicada a la poesía, con 22
poemarios –entre libros y plaquettes,
amén de algunos textos inéditos- sigue creyendo que “casi todos los poetas
somos inéditos”.
En este proceso
de revisión ha caído en la tentación de reemplazar un verbo, un adverbio, para
reemplazarlo por otro más lustroso para los versos. "He trabajado mucho
con el asunto del idioma; me enamoro de las palabras", cuenta. Al azar,
coge de cualquier rincón de su casa-biblioteca un libro, a la suerte: lo abre y,
en la última página, siempre hay una lista de sustantivos, adjetivos y verbos
que le interesan. Sobre la mesa de su comedor están los diccionarios - el de la
Academia, el de Dudas, el de Palabras y Frases Extranjeras que se usan en
Español, los de inglés y francés- y los ficheros de palabras. Con ese corpus, confecciona su poesía.
2.
A sus 73 años de
edad, para Winston Orrillo la literatura continúa siendo "un gran trabajo”.
“A veces, un poema parte de una palabra que guardo en un archivo sine die". Se identifica como
“alfarero”, por esa condición de gran artesanía que para él implica el trabajo
poético. Para llamarse “alfarero”, se inspiró en una línea del bardo Javier
Heraud: “la poesía es trabajo de alfarero,/ arcilla que se cuece en fuego
lento…”
Hace casi dos
años que Orrillo está cesante de una universidad particular y sólo enseña en la
cuatricentenaria San Marcos. Sin particulares necesidades económicas –con una
vida ciertamente austera- y con sus tres hijos ("que ya son
autosuficientes") y cinco nietos, vive su mejor época: el tiempo se le ha
alargado gozosamente; porque desde que lo jubilaron, tiene más tiempo para leer,
escribir y dictar un par de cursos: uno en pregrado; otro, en posgrado; y hacer
investigaciones universitarias. “Me he vuelto un poco avaro del tiempo; salgo
solamente cuando es indispensable. De lo contrario, no”.
Lo primero que
hizo cuando le llamaron para decirle que se debía ir, por límite de edad (a los
70s, en la universidad particular), fue encerrarse en casa a releer -durante
dos meses- a James Joyce y a Marcel Proust.
Adelante, la
lectura. Y, más atrás, el placer de la escritura, la reescritura. Ahora se
dedica al oficio de la escritura creativa, en verso y prosa, de 8 de la mañana a 2 de la tarde, luego toma una
siesta y a eso de las 5 de la tarde le da unas cuatro o cinco vueltas al parque
frente a su departamento. Por un problema de sobrepeso que sufre, el caminar se
ha convertido en “una pequeña rutina fundamental”. Se le pasa el día entre
escribir y leer; a veces son las 2 de la madrugada, y recién recuerda que debe de
dormir.
"¡No hay
placer más grande que estar leyendo! Es un placer que ustedes, jóvenes, todavía
no tienen porque deben trabajar muchas horas -me dice, como leyéndome la mente,
de la envidia que me produce-. Yo no tengo capacidad para envidiar, continúa.
No soy iconoclasta ni tengo el complejo adánico de los que creen que, con ellos,
empezó la poesía y se permiten criticar hasta a César Vallejo. Eso es
pose".
3.
El padre de
Winston Orrillo se llamaba Manuel, era un militar cajamarquino que llegó a
mayor del Ejército peruano (Maestro-Armero-Jefe, en su especialidad). Inventó (la
raíz creativa) un lapicero pistola y, muchos años después, Winston descubrió que
también escribía: anotaba sus pensamientos en cuadernos. A Orrillo padre le
llenaba de orgullo ver su apellido reproducido en los diccionarios de
literatura de Milla Batres y de Tauro del Pino, gracias a su hijo poeta, que
nació en 1941 y al que le puso Winston, en honor a Winston Churchill. Pero
Manuel Orrillo era un militar chapado a la antigua con sus cinco hijos. Y a
Winston, quien le enseñó a pescar, a volar cometas, en esa Lima del siglo
pasado, fue Carlos Nuggent, su tío político (el esposo de su inolvidable tía
Maruja, hermana mayor de su madre), a quien le dedicó su comentado Poema para un hombre que no entrará a la
historia.
Hombre de nuestro
tiempo, el poeta también está en las redes sociales. Es habitúe del Facebook. Generalmente, abre su cuenta poco,
pero cuando hay polémicas, le gusta ser parte de ellas. Es que, para Orrillo,
un intelectual no debe quedarse callado. Y él tiene el corazón al lado de la
izquierda latinoamericana.
Cuando se le
compara con el general Pinochet, Orrillo saca cara por Nicolás Maduro, heredero
en el poder del bolivariano comandante venezolano Hugo Chávez. El cargamontón
mediático no deja espacio para hablar a favor. “Esto es parte de un complot de
terrorismo mediático, porque los medios de comunicación no son inocentes; es
evidente, unimismada, la concentración de medios. Es una infamia descabellada
comparar a Maduro con Pinochet. Mira cómo acabaron con Salvador Allende, por
conceder tanto, y excederse al respetar la `democracia´…”, opina y, con ese
mismo ímpetu, se pelea, verbo a verbo, en la red social. “Lo más fácil ahora es
quedarse callado”, dice. O tener la posición cómoda de ciertos poetas que
tienen cargos directivos en centros privados y, por ende, nunca dicen nada. A
él, en cambio, le ha valido, su posición, ser “un poeta proscrito”. Uno al que
le invitan y no ponen su nombre: habita en el simple genérico “y otros”,
mayormente.
Todo tiene un
costo, dice el manido refrán, y lo repite Orrillo. En los años setentas,
habiendo, ya, empezado como catedrático sanmarquino, a la par, lanzaba su
editorial, Kausachun, (“Viva” en
quechua) enfocada en el periodismo, la política y la literatura. Además de
publicar sus propia producción bibliográfica, fue el primero en lanzar, en
el Perú, a Nicolás Guillén, a Fidel y Raúl Castro, a la ideóloga Marta
Harnecker, al polémico “Periodismo y lucha de clases”, de Camilo Taufic e “Invitación al nixonicidio y alabanza de la
revolución chilena”, de Pablo Neruda. También publicó poesía vietnamita en
plena guerra EE UU-Vietnam y poesía palestina, cubana, soviética, búlgara,
poemas al Che Guevara. Y un libro sobre la RPDC (República Popular Democrática
de Corea), al que los desinformados llaman Corea del Norte. “ Y todo eso –lo
sé-tiene su costo”.
¿Y alguna vez quiso
tomar las armas?, le pregunto, y “Benita”, la gata a la que ha dedicado un
poemario, 2013 (pues, el otro, con tema felino:”Poemas para un gato”, 2004, fue
para el abuelo de “Benita”, “León”, asesinado por un infame). “Benita”, pues, para
la oreja, mira a su amo. “No he tenido tiempo de ser bohemio ni de integrar
grupos literarios ni políticos, dice él. Porque procedo de sectores populares y,
paralelamente con mis estudios, tuve que empezar a trabajar desde mis primeros
años en la Facultad, y luego marché a provincias). Y “a correr de puerta en
puerta buscando la pitanza”, como dice en su poema “Ulyses”, dedicado al
extinto rector de San Marcos, Antonio Cornejo Polar.
Orrillo estudió en
San Marcos. En 1958 “tuve la suerte de formar parte de la última promoción que
enseñó Raúl Porras Barrenechea”. Porras seleccionaba a quienes colaborarían con
él. Orrillo trabajó en la casa del historiador, en la calle Colina 398, Miraflores,
junto a Rolando Andrade, Ismael Pinto, Félix Nakamura. Hacían el índice
onomástico de “El Mercurio Peruano”, después de sus clases matutinas.
Recuerda que a
Porras le presentó un trabajo histórico sobre los siglos XVI y XVII (un estudio
sobre la coca en el Perú antiguo). “Merece un 19, pero le pongo 14 porque no
está escrito en castellano”. Y el erudito historiador (y gran escritor,
asimismo, no se olvide nunca) lo mandó leer a Borges, a Rulfo, a Sábato, a
Unamuno, para que mejore el estilo, que se le había estropeado por la
frecuentación de crónicas escritas en el español de los antiguos siglos mencionados.
Y, por influencia de Porras, Orrillo, acabado el segundo año de la sanmarquina
Facultad de Letras, entró a la especialidad de Historia, donde estuvo apenas un
año (Porras, además, ya había fallecido); pero “me di cuenta que, más que
reproducir la realidad, me interesaba inventarla; y me pasé a Literatura, hasta
concluir el doctorado”, dice el poeta, que también estudió Derecho, pero solo
hasta tercer ciclo: “Me fui por aburrimiento, por hartazgo: por darme cuenta
que lo que se enseñaba, en el Perú, como justicia, era puro surrealismo”.
4.
"Toda poesía
es una poesía de amor. Cuando haces poesía política, protestas por la condición
humana avasallada: entonces estás en los poemas de amor", define el bardo. "Creo
que, apostar por la poesía, es un esfuerzo que tiene que ver con la concepción
que tengo de la literatura, un trabajo sine
qua non. Todo lo demás, la labor académica, el periodismo, son un plus. La poesía es el punto
central. Y sostengo que muchas de mis
obras van a ser entendidas a posteriori,
pero creo que es una obligación, de quien tiene oportunidad de decir, decirlo”.
Y, asimismo, la
belleza, la mujer, han sido vitales en su poesía. Pero, en el camino, también, aprendió
a dirigir nuevas miradas acerca de César Vallejo; y, por eso, fue el primero en
escribir un libro sobre el Vallejo cronista (“Vallejo, periodista
paradigmático”, publicado por el Fondo Editorial de San Marcos, obra que me han
copiado sin mencionarme, por cierto. Pues, además, algunos años después, edité
otra: “Los géneros periodísticos en Vallejo”). Recuerda que estudió, para el
primer volumen, los artículos de Vallejo en Europa, publicados por Jorge
Puccinelli, junto con los primeros que escribió el vate, en el diario “El Norte”,
de Trujillo.
Winston Orrillo no
oculta su cariño por Alejandro Romualdo, por Paco Bendezú, por Gustavo
Valcárcel, por Carlos Germán Belli, por Javier Sologuren. Porque él es de los
que defienden la continuidad de la Literatura Peruana, antes que presentar esto
como un asunto de parricidas. "No tengo por qué tener esta actitud, salvo
que sea gente mucho más negativa, que la hay, incluso, en mi propia
generación". Pero no menciona nombres para no entrar en polémicas
desgastantes.
Y, ya, en 2015, él
celebrará el medio siglo de la salida de “La
memoria del aire”, y de “Travesía tenaz”, con el que ganó (junto con el
poeta trujillano, Manuel Ibáñez Rosazza) el II Concurso "El Poeta Joven
del Perú", ese mismo premio que obtuvieron, en su primera versión, Javier
Heraud y César Calvo. Pero esa es harina de otra entrevista. Que el tiempo lo
diga, y los libros no se lleven el departamento del poeta por los aires.
¿Y qué piensa de
toda una vida dedicada a la poesía?
-“Creo que la
literatura y el arte son, para mí, el oficio fundamental; la poesía es un poco la
apoyatura con la que puedo seguir existiendo. Ese sentido de afirmación de la
vida, que está en mi poesía, es mi imagen, en el fondo y en la forma. Como
Mariátegui soy un hombre `con una filiación y una fe´. Practico la filosofía
del optimismo histórico. No creo en la muerte, y esto no es muy original: es un
poco la concepción quechua de que no existe la muerte, sino una especie de
vuelta, que es una perspectiva muy oriental, asimismo”.
Lima, junio de
2014
(FIN)
Cortesía de Winston Orrillo
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