El nuevo gobierno de Manuel Valls se compone de ex ministros del gobierno anterior. Sólo 2 han sido reemplazados.
«ANTE
NUESTRA MIRADA»
Francois
Hollande sale del armario
por Thierry Meyssan
La
opinión pública francesa ha recibido con escepticismo la nominación de un
nuevo gobierno luego de la derrota electoral de los socialistas en las
elecciones municipales. La resignación parece ser el sentimiento
generalizado antes las reformas anunciadas como necesarias para el interés
económico general. En realidad, observa Thierry Meyssan, el cambio de gobierno
nada tiene que ver ni con el fracaso económico ni con la derrota
electoral sino que sigue un ejemplo histórico que le permite al presidente
Francois Hollande ir revelando poco a poco sus opciones políticas
personales. Lo mismo sucede con la reforma territorial, que nada tiene que
ver con presuntos ahorros de presupuesto sino con el proyecto de liquidación de
la República Francesa.
RED
VOLTAIRE | DAMASCO | 14 DE ABRIL DE 2014
Presentado
como una respuesta a la derrota de los socialistas en las elecciones
municipales de los días 23 y 30 de marzo de 2014, el nuevo gobierno de Manuel
Valls en realidad viene a concretar el viraje ya anunciado por el
presidente Francois Hollande en su conferencia de prensa del 14 de enero.
El actual presidente de Francia, quien fue electo en su condición de
ex primer secretario del Partido Socialista, no reniega del modelo
del colonialista Jules Ferry, en el que ha estado inspirándose hasta
ahora, pero quiere agregar a esa línea política el modelo de relaciones con las
grandes empresas del canciller alemán Gerhard Schroder.
En
su ceremonia de investidura, el presidente Hollande se refirió
profusamente a Jules Ferry (1832-1893), quien defendió los intereses del gran
capital francés recurriendo a la expansión del colonialismo francés [1].
Aquel egregio socialista implantó la enseñanza laica gratuita y obligatoria
para que los entonces llamados «húsares negros» (o sea, los
maestros de escuela) formaran a los jóvenes franceses como soldados de la
expansión colonial, convirtiéndolos de paso en soldados de la Primera
Guerra Mundial.
Simultáneamente, Jules Ferry emprendió una lucha contra la
iglesia católica, desviando así hacia los clérigos la cólera de las clases
oprimidas por la alta burguesía.
La
primera parte del mandato de Francois Hollande estuvo marcada por la
reactivación de la guerra en Siria –de la que Nicolas Sarkozy se había retirado
después de la caída del emirato islámico de Baba Amro [2]–,
por la intervención militar francesa en Mali a pedido de un presidente
provisional que la misma Francia había puesto en el poder en ese país
africano [3],
y finalmente por la intervención de tropas francesas en la República
Centroafricana [4].
Todas esas aventuras militares fueron organizadas, desde el Palacio del Elíseo
y a menudo en contra de la opinión del estado mayor interarmas y del
ministro de Defensa, por el jefe del gabinete militar del presidente de
Francia, el general tradicionalista Benoit Puga [5].
El presidente Hollande impuso además una reforma de la
legislación sobre el matrimonio legalizando así la unión entre personas del
mismo sexo, pero no porque existiese un reclamo de los homosexuales en ese
sentido sino porque con esa reforma dividió a su oposición política y dio a la
derecha una imagen de fuerza oscurantista. Y luego se disponía a imponer también la
teoría del género de Judith Butler [6],
pero ahora parece haber retrocedido en ese empeño, llegando incluso
a negar la existencia de los trabajos de esa feminista estadounidense.
Le
segunda fase del quinquenio de Hollande, anunciada el 14 de enero,
o sea 2 meses y medio antes de las elecciones municipales, pretende
ser de corte «socialdemócrata», en el sentido de la Agenda 2010 del
canciller alemán Gerhard Schroder: se trata de reactivar la producción
ampliando el margen de maniobra de las grandes empresas. Cuando se
implantó en Alemania, hace una década, esa política aligeró
la estructura del Estado federal y favoreció la competitividad
de las empresas exportadoras pero también acentuó considerablemente
la desigualdad social y la pobreza.
Francois Hollande incluso recibió en el Palacio del Elíseo a
Peter Hartz, el ex consejero del canciller Schroder, pero desmintió
los rumores que afirmaban que quería incluirlo en su equipo de trabajo.
El problema es que este ex director de personal de Volkswagen
fue condenado a 2 años de cárcel por haber sobornado a los sindicalistas
de esa empresa pagándoles 2,6 millones de euros en prostitutas y
viajes a países exóticos. No se ha podido precisar si el presidente
Hollande tiene intenciones de llegar hasta la aplicación de la cuarta reforma
de Peter Hartz, que limita a 3 meses el pago del subsidio por
desempleo.
El presidente Hollande anunció igualmente su intención de
cerrar el episodio del llamado «matrimonio
para todos» [7],
que ya comenzaba a convertirse en una amenaza para la unidad de su propia
mayoría parlamentaria.
Las elecciones
municipales
En
toda la historia de Francia, las elecciones municipales nunca habían
provocado un cambio de gobierno. Siempre se consideró que las elecciones
municipales, de carácter exclusivamente local, no permitían sacar
conclusiones a escala nacional. Sin embargo, al analizar los resultados en las
788 comunas que cuentan más 50 000 habitantes (lo cual
representa un 23% de la población de Francia) se observa que hubo un
record de abstención, principalmente entre los electores que hace sólo 2 años
habían votado por Francois Hollande en la elección presidencial.
El descontento que se expresa en ese nivel de abstención fue
tan grande que numerosas alcaldías tradicionalmente dominadas por
la izquierda cayeron esta vez en manos de la derecha, esencialmente
en manos de la UMP [8].
Utilizando
la derrota como oportunidad para revestir su nueva casaca, el presidente
Hollande anunció la nominación de un nuevo primer ministro, Manuel Valls, a
quien confió la formación de un nuevo gobierno «concentrado, coherente
y unido» para poner en práctica lo que ya había anunciado el
14 de enero. El presidente Hollande espera seguir así los pasos de
Francois Mitterrand. Recordemos que en julio de 1984 el entonces
presidente francés Francois Mitterrand despidió a su primer ministro
Pierre Mauroy, abandonó sus «101 proposiciones» y designó como jefe
del nuevo gobierno a un representante de la alta burguesía, Laurent
Fabius, confiándole la misión de aplicar una política más «realista».
En
aquel entonces, los comunistas se negaron a participar en un gobierno con
Laurent Fabius como primer ministro. Una reacción similar ha podido verse ahora
de parte del partido EELV (El partido ecologista heredero de Los Verdes.) que
decidió no participar en el gobierno de Manuel Valls, negándose así
a compartir su previsible fracaso.
Imitando al Francois Mitterrand que escogió un primer
ministro judío y sionista para apaciguar la hostilidad de Israel, Francois
Hollande designa ahora como jefe de gobierno a una de las personalidades más
comprometidas a favor de la colonización de Palestina. Al igual que el
Laurent Fabius primer ministro –demasiado joven e inexperto para lograr imponer
algo a un intrigante del calibre de Francois Mitterand–, el primer ministro
Manuel Valls carece de la influencia necesaria para poder formar por
sí solo su propio gobierno y ha tenido que adaptarse a las
sugerencias del presidente Hollande.
La
diferencia reside en el hecho que Francois Mitterrand implementó un verdadero
cambio de caras en el gobierno, y también de política, en 1984 mientras
que Francois Hollande pretende proseguir la aplicación de la política que ya
había venido revelando poco a poco durante el primer año de su mandato. Y el
nuevo gobierno presenta a los electores franceses las mismas caras que el
anterior, con sólo dos excepciones: la señora Segolene Royal, madre
de los hijos del presidente Hollande, y Francois Rebsamen, viejo amigo del
presidente. Lo cual permite llegar a la conclusión de que el objetivo
de Hollande no es abandonar el legado de Jules Ferry sino agregar a
este el antecedente alemán de las relaciones de Gerhard Schröder con el gran
capital.
El gobierno de Manuel Valls
Al
pronunciar su discurso de política general ante la Asamblea Nacional, el
8 de abril, el flamante primer ministro Manuel Valls retomó
cuidadosamente las directivas del presidente Hollande:
- «Pacto
de Responsabilidad» con el MEDEF (Movimiento de Empresas de Francia, o sea
la organización patronal.),
- «Transición
Energética» para enamorar a los ecologistas y
- «Pacto Social»
para las clases populares.
O sea,
son opciones que no responden a un conjunto político coherente sino
que tratan de contentar sólo a ciertos grupos de electores.
Pero
no es fácil determinar las necesidades de Francia. Hace muchos años que el
Estado ha venido renunciando a sus mecanismos de intervención, abandonando
–por ejemplo– la moneda nacional, y multiplicando sus estratos
administrativos así como sus leyes y reglamentaciones. A fin de cuentas,
el Estado se ve hoy atrapado en su propia burocracia y
ha perdido toda eficacia.
Si
bien algunos responsables políticos cuestionan todo ese proceso, son
muy pocos los que proponen cambiarlo. Se trata, en efecto, de un
proceso iniciado bajo las presiones del amo estadounidense y un cambio de
dirección provocaría una importante crisis política internacional, como la que
inició Charles De Gaulle en 1966 cuando expulsó a la OTAN de Francia.
No
está de más señalar que Manuel Valls anunció una importante reforma
nunca mencionada anteriormente. Luego de resaltar su apego a la Unión
Europea y al tándem franco-alemán, y a pesar de cuestionar las opciones del
Banco Central Europeo, el nuevo primer ministro francés declaró que quiere
reformar profundamente la actual división administrativa de Francia
por considerarla demasiado compleja.
A lo largo de años, a las comunas y departamentos han venido
agregándose comunidades y comunas, pueblos y regiones. Así que Valls propone
reducir a la mitad la cantidad de regiones, suprimir los departamentos con
sus Consejos Generales y favorecer la agrupación entre comunas, probablemente
con vistas a la supresión de las más pequeñas. Aunque todo el mundo está
de acuerdo en que la actual división administrativa resulta, en efecto,
complicada y costosa, la selección de lo que se quiere suprimir
nada tiene que ver con la historia política de Francia sino que
corresponde al proyecto de transición de los Estados-naciones europeos hacia la
Unión Europea.
Ese
proyecto, estimulado por Estados Unidos en tiempos del Plan Marshall,
implica la sustitución de los Estados-naciones europeos por grandes regiones y
el traspaso de los poderes que actualmente detentan esos Estados a una entidad
burocrática: la Comisión Europea. Y todo eso contradice claramente el
proyecto de regionalización de Francia iniciado por Charles De Gaulle
en 1969.
Es como mínimo sorprendente que el primer ministro haya
hablado de esa reforma como de una simple variable de ajuste económico cuando
su objetivo final es nada más y nada menos que la liquidación del
Estado francés, o sea de la República Francesa, dejando a los franceses
bajo las órdenes de la burocracia de Bruselas (Unión Europea-OTAN).
A
pesar de ello, Manuel Valls terminó su discurso con una elegía a la
República. Declaró extrañamente que
«Francia
es, sí, la arrogancia de creer que lo que aquí se hace es válido para el resto
del mundo. Esta famosa “arrogancia francesa” que nuestros vecinos a menudo
nos atribuyen en realidad es la inmensa generosidad de un país que
quiere ir más allá de sí mismo».
Dos
frases llenas de ambigüedad que pueden expresar tanto una voluntad de
ejemplaridad como querer recordar, por el contrario, el «deber de
civilización» que invocaba Jules Ferry al atacar Túnez y China.
¿Hacia dónde va Francia?
El
cambio de gobierno no responde al voto de los franceses. Corresponde,
eso sí, a la estrategia personal de Francois Hollande, quien poco a poco
ha venido destapando sus verdaderos objetivos políticos: regreso a la
política de colonización y defensa de los intereses del MEDEF, o sea
de los jefes de empresas. Pero es importante recordar que el MEDEF sólo
representa el gran capital (únicamente la quinta parte de las empresas
francesas, precisamente las más ricas del país, forman parte de ese
sindicato de patrones). Todo eso implica que nos hallamos muy lejos
de los ideales de la República, o sea de la búsqueda del interés general.
Pero
esa política tiene cierta lógica. En tiempos de crisis resulta imposible
acentuar la explotación de la clase obrera, así que el aumento de las
ganancias hay que buscarlo en el extranjero, entre los pueblos que
no tienen cómo defenderse. La sangre seguirá corriendo en Siria
y en África mientras que la miseria seguirá extendiéndose
en Francia.
Fuente
No hay comentarios:
Publicar un comentario