1/4/2014
Esclavitud
y capitalismo
x
Walter Johnson
La
alargada sombra de las plantaciones esclavistas del XIX sobre la economía
capitalista contemporánea
El
historiador de la Universidad de Harvard Walter Johnson es el autor de un
reciente y aclamado libro, River of Dark Dreams: Slavery and Empire in the
Cotton Kingdom [El río de los sueños oscuros: esclavitud e imperio en el Reino
del Algodón], una formidable investigación que para muchos ha cambiado
radicalmente nuestra forma de entender el origen, la dinámica y la evolución
del capitalismo contemporáneo. El texto que a continuación se reproduce es la
versión castellana de un breve artículo publicado por el Johnson en el New York
Times en el que se resume el núcleo de sus descubrimientos.
En
marzo de 2013, los investigadores del University College de Londres hicieron
pública una base de datos que describe con iluminador detalle uno de los
mayores rescates públicos de la historia moderna. En 1833, Gran Bretaña pagó 20
millones de libras esterlinas para compensar a los 3000 propietarios
esclavistas caribeños por la emancipación de sus esclavos. Los pagos
representaban el 40% de todo el gasto público de ese año. La discusión sobre la
base de datos en Gran Bretaña se centró en los receptores de esas reparaciones
a los esclavistas, entre ellos los ancestros de George Orwell, Graham Greene y
David Cameron.
Aparte
de unos cuantos cientos de esclavistas del Distrito de Columbia, nadie en los
EEUU recibió compensaciones por la pérdida de su propiedad humana. De acuerdo
con Abraham Lincoln, al menos, el coste de la emancipación en los EEUU se pagó
con sangre. En su Segundo Discurso Inaugural, Lincoln declaró temer que Dios
deseara la continuación de la guerra “hasta que todas y cada una de las gotas
de sangre arrancadas por el látigo hayan sido reparadas con otras tantas gotas
arrancadas por la espada”.
Ese
pago, con sangre y con dinero del tesoro, del valor de los esclavos plantea una
cuestión tan importante como frecuentemente desatendida: ¿cuál fue el papel de
la esclavitud en el desarrollo económico de Norteamérica?
La
respuesta más común a esa cuestión es: no mucho. Para la mayoría de los
historiadores, el triunfo de la libertad y el nacimiento del capitalismo
parecen ser una y la misma cosa. La victoria del Norte sobre el Sur en la
Guerra Civil representaría la victoria del capitalismo sobre la esclavitud, del
futuro sobre el pasado, de la fábrica sobre la plantación. Lo cierto, sin
embargo, es que años antes de la Guerra Civil no había capitalismo sin
esclavitud. En muchos sentidos, se trataba de una y la misma cosa.
A
finales del siglo XVIII, la esclavitud en los EEUU era una institución en
declive. Los plantadores de tabaco en Virginia y Maryland habían agotado su
tierra y se estaban pasando al trigo. El trabajo asalariado estaba reemplazando
cada vez más al trabajo esclavo, tanto en las zonas urbanas como en las zonas
rurales del alto Sur.
Y
entonces llegó el algodón.
La
primera parte de esta historia es harto conocida: la invención de la rueca
algodonera hacia 1790 y el correspondiente incremento de la capacidad industrial
en Gran Bretaña y en el Norte urbano posibilitó el cultivo rentable de algodón
en una vasta región del bajo Sur que se extendía entre Carolina del Sur y la
Louisiana: el llamado “Reino del Algodón”.
Entre
1803 y 1838, los EEUU, celebérrimamente personificados por Andrew Jackson,
libraron una guerra de varios frentes en el Sur profundo. Durante esos años,
los EEUU suprimieron las revueltas de esclavos y pacificaron a los blancos
todavía leales a las potencias europeas que otrora controlaran la región. Hacia
finales de la década de los 30 del XIX, los semínolas, los creeks, los
chikasaws, los choctaws y los cheroquis habían sido todos “removidos” de sus
territorios al oeste del Misisipi. Sus tierras expropiadas sentaron las bases
del sector dirigente de la economía global en la primera mitad del siglo XIX.
En la
década de los 30, centenares de millones de acres de tierra conquistada fueron
inventariados y puestos en venta por los Estados Unidos. Esa vasta
privatización del dominio público desencadenó uno de los mayores booms
económicos registrados hasta entonces en la historia mundial. Capitales de
inversión procedentes de Gran Bretaña, el continente europeo y los estados del
Norte fluyeron masivamente hacia el mercado de tierras. “Empujados por este estimulante
proceso, los precios subieron como el humo”, dejó escrito el periodista Joseph
Baldwin en sus memorias, The Flush Times of Alabama and Mississippi.
Sin
esclavitud, empero, los mapas del inventario de la General Land Office (Agencia
General de Tierras) no habrían pasado de un imposible plan de ciencia ficción
para la sociedad. Entre 1820 y 1860, más de un millón de personas esclavizadas
fueron trasladadas del alto al bajo Sur, la gran mayoría de ellas por tratantes
de esclavos en guisa de inversores capitalistas de riesgo a los que los
esclavos llamaban “conductores de almas”. La primera oleada se dedicó a labores
de desmonte y desbroce de la región para el cultivo. “Bosques enteros fueron
talados y desarraigados”, recordaba el antiguo esclavo John Parker en Su tierra
prometida. Los que vinieron luego plantaron los campos del algodón al que en lo
sucesivo tendrían que cuidar, recoger, embalar y embarcar: “de sol a sol”, cada
día, hasta el final de sus días.
El
85% del algodón recogido por los esclavos del Sur se embarcaba hacia la Gran
Bretaña. Los molinos que vinieron a simbolizar la Revolución Industrial y los
campos saturados de esclavos del Sur estaban en una relación de mutua
dependencia. Cada
año, los bancos comerciales británicos avanzaban millones de libras esterlinas
a los propietarios de las plantaciones esclavistas en anticipación de la venta
de la cosecha algodonera. Esos propietarios compraban entonces con ese crédito
en libras esterlinas los bienes que iban a necesitar a lo largo del año, muchos
de ellos producidos en el Norte. “Desde el sonajero con que la nodriza acaricia
los oídos del pequeño nacido en el Sur, hasta el sudario que cubre los fríos
despojos del muerto, todo nos viene del Norte”, dejó dicho un sureño.
En la
medida en que los sureños se abastecían a sí mismos (y en harta más modesta
medida, a sus esclavos) con productos del Norte, el crédito originariamente
avanzado a cuenta de la cosecha de algodón se abría paso hacia el Norte, yendo
a parar a manos de los comerciantes de Nueva York y de Nueva Inglaterra, que lo
usaban para adquirir bienes británicos. Así, las tierras indias, el trabajo
afro-americano, las finanzas atlánticas y la industria británica terminaron
fraguando la dominación racial, el beneficio y el desarrollo económico a una
escala nacional y global.
Cuando
la cosecha del algodón era escasa y las ventas no conseguían reunir el dinero
necesario para devolver los empréstitos, los propietarios de plantaciones se
encontraban endeudados con los comerciantes y con los banqueros. Se vendían
esclavos para hacer frente a la diferencia. La movilidad y fácil alienabilidad
de los esclavos significaba que éstos funcionaban como una suerte de colateral
para la economía de crédito y algodón del siglo XIX.
No
es simplemente que el trabajo de las personas esclavizadas avalara
financieramente al capitalismo del siglo XIX. Es que las personas esclavizadas
eran el capital: cuatro millones de personas con un valor de, por lo menos, 3
mil millones de dólares de 1860, lo que era más que la suma de todo el capital
invertido en ferrocarriles y fábricas en los EEUU. Vistas las cosas bajo esa
luz, la distinción convencional entre esclavitud y capitalismo se diluye hasta
quedar en un sinsentido.
Nos
hemos acostumbrado a reducir el legado de la esclavitud en los EEUU a la
desventaja negra. Pero la constatable centralidad de la esclavitud para el
desarrollo histórico de la nación sugiere otra cosa muy distinta: cualquier
cálculo de la deuda insatisfecha contraída por la nación a cuenta de la esclavitud
tiene que incluir una medida de la riqueza que generó; sus ventajas, y no sólo
sus desventajas. Porque los EEUU, como escribió W. E. B. Du Bois, “se
levantaron sobre un gemido”.
Walter
Johnson es profesor de Historia y de Estudios Africanos y Afro-Americanos en
Harvard. Es autor de un aclamado libro reciente: River of Dark Dreams: Slavery
and Empire in the Cotton Kingdom [El río de los sueños oscuros: esclavitud e
imperio en el Reino del Algodón, 2013], una formidable investigación que para
muchos ha cambiado radicalmente nuestra forma de entender el origen, la
dinámica y la evolución del salvaje capitalismo contemporáneo.
The New York Times. Traducción para sinpermiso.info: Miguel de Puñoenrostro
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