Una dieta globalizada
Por Esther Vivas
19/03/14
¿Qué tienen en común
India, Senegal, Estados Unidos, Colombia, Marruecos, el Estado español y muchos
otros países? Que la alimentación es cada vez más parecida, a pesar de las
importantes diferencias que aún perviven. Más allá de la McDonalización de
nuestras sociedades y el consumo globalizado de Coca-Cola, la ingesta mundial
de alimentos depende, progresivamente, de unas pocas variedades de cultivos. El
arroz, la soja, el trigo, el maíz se imponen, en detrimento de otras
producciones como la del mijo, la yuca, el centeno, la batata, el sorgo o el
camote. Si la alimentación depende de unas pocas variedades de cultivos, ¿qué
puede suceder ante una mala cosecha o una plaga? ¿Tenemos el plato asegurado?
Avanzamos hacia un mundo
con más comida menos diversidad y mayor inseguridad alimentaria. Alimentos como
la soja, que hasta hace pocos
años eran irrelevantes, se han convertido en indispensables para tres cuartas
partes de la humanidad. Otros, ya significativos, como el trigo o el arroz se
han extendido a gran escala, siendo consumidos hoy por un 97% y un 91%
respectivamente de la población mundial. Se impone, asimismo, una alimentación occidentalizada,
"adicta" al consumo de carne, productos lácteos y bebidas con azúcar.
Mercados alimentarios con intereses empresariales claros. Así lo explica en
detalle, el reciente estudio 'Aumentando la homogeneidad en las cadenas
alimentarias globales y las implicaciones en la seguridad alimentaria' que
afirma caminamos hacia una “dieta globalizada”.
Un menú que, según los
autores de dicho informe, es “una amenaza potencial para la seguridad
alimentaria”. ¿Por qué? En primer lugar, porque a pesar de consumir más
calorías, proteínas y grasas que hace cincuenta años, nuestra alimentación es
menos variada y es más difícil ingerir los micronutrientes necesarios
para el organismo. A la vez, afirman los autores, en la actualidad "la
preferencia por alimentos densos energéticamente y basados en un número
limitado de cultivos agrícolas globales y productos procesados se asocia al
aumento de enfermedades no transmisibles como diabetes, problemas de corazón o
algunos tipos de cáncer". Nuestra salud, en juego.
La homogeneización de lo que comemos, en segundo
lugar, nos hace más vulnerables a malas cosechas o a plagas, las cuales se
prevé aumentarán con la intensificación del cambio climático. Somos dependientes de
unos pocos cultivos, en manos de un puñado de empresas, que producen a gran
escala, en la otra punta del planeta, en condiciones laborales precarias, a
partir de la deforestación de bosques, contaminación de suelos y aguas y uso
sistemático de agrotóxicos.
¿Podemos, entonces, elegir libremente?
No se trata de estar en
contra de un cambio de hábitos alimentarios, el problema se da cuando estos son
impuestos por intereses económicos particulares, al margen de las necesidades
de las personas. La “dieta globalizada” es resultado de una
"producción-distribución-consumo globalizado", donde ni campesinos ni
consumidores contamos. Creemos decidir qué comemos, pero no es así. Como
afirmaba el relator especial de las Naciones Unidas sobre el derecho a la alimentación,
Olivier de Schutter, en la presentación del informe 'El potencial transformador del
derecho a la alimentación': "La principal deficiencia de la economía
alimentaria es la falta de democracia". Y sin democracia del campo a la
mesa, ni elegimos ni comemos bien.
Ecoportal.net
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