Diatriba contra la Universidad actual
Jesús G. Maestro
Enviado
por admin1 o Dom, 22/12/2013 - 14:41
Fragmento
seleccionado del libro
Jesús
G. Maestro: Genealogía de la Literatura. De los orígenes de la Literatura, construcción histórica y
categorial, y destrucción posmoderna, de los materiales literarios
Vigo,
Editorial Academia del Hispanismo, 2012, 700 pp.
ISBN 978-84-15175-51-3
Frustra
exprimitur, quod tacite subintelligitur [1].
Los
que menos saben tratan de enseñar a los otros;
unos hombres embriagos intentan leer cátedra de verdades.
unos hombres embriagos intentan leer cátedra de verdades.
Baltasar Gracián, El Criticón (I, 85).
Wahrheit…,
der schlechteste Behelf
[2]
Wolfgang von Goethe (Mefistófeles a Fausto, I, vv. 6364-5).
Wolfgang von Goethe (Mefistófeles a Fausto, I, vv. 6364-5).
Sin
duda no los jubilaban por sus influencias y
por esa simpatía y respeto que ha habido siempre en España por lo inútil […].
Los profesores no sirven más que para el embrutecimiento metódico de la juventud estudiosa. Es natural [...]. Los profesores no tienen más finalidad que cobrar su sueldo
y luego pescar pensiones para pasar el verano.
[…] en general no se paga el trabajo, sino la sumisión…
por esa simpatía y respeto que ha habido siempre en España por lo inútil […].
Los profesores no sirven más que para el embrutecimiento metódico de la juventud estudiosa. Es natural [...]. Los profesores no tienen más finalidad que cobrar su sueldo
y luego pescar pensiones para pasar el verano.
[…] en general no se paga el trabajo, sino la sumisión…
Pío
Baroja, El árbol de la ciencia (1911/1998: 39 y 158).
La Universidad española actual es una maquinaria burocrática
que está siendo diseñada para cumplir con una serie de objetivos, entre los
cuales hay uno prioritario: disimular el fracaso de la sociedad que la ha hecho
posible y que actualmente todavía la sostiene. En paralelo, la
reforma universitaria de Bolonia está permitiendo que en España esta maquinaria
de burócratas, que incompetentes para la investigación científica se han
refugiado masivamente en la gestión académica, resulte levemente remozada y
sofisticada, lo que tendrá como consecuencia que nuestras universidades
sobrevivan, todavía durante apenas algunos años más, a la necrosis irreversible
que padecen.
En
la Universidad actual es posible distinguir cuatro tipos fundamentales de
personas: los que trabajan para causar problemas, los que evitan o eluden el
problema, quienes creen resolver los problemas —ignorando que los problemas no
se resuelven, sino que se transforman en nuevos problemas que
a su vez se trasladan a nuevas personas—, y quienes sin remedio
sucumben en ellos o ante ellos, incapaces de eludir o de transformar tales
problemas en conflictos ajenos.
Por lo que se refiere a las Letras, la Universidad actual
es, en España y en todo el mundo, y sin apenas excepción visible, un
sofisticado simulacro de conocimientos sostenido por un inmenso aparato
burocrático e ideológico, en cuya cúspide, académica y administrativa, suelen
estar los mayores mediocres. Las agencias autodenominadas de acreditación y de
evaluación, que en al menos en un caso han sido calificadas públicamente de fundaciones
ilegales[3], sirven con rigor al cumplimiento de estos y otros sofisticados
objetivos, con la complicidad de todas aquellas personas que, directa o
indirectamente, consciente o inconscientemente, de buena o mala voluntad, con
ella colaboran.
El
principal enemigo de la investigación académica y científica es la burocracia
universitaria y sus aliados: la endogamia y la prevaricación. Los burócratas
son mayoría absoluta. Como lo son también los hijos de la endogamia. En cuanto
a los prevaricadores, cada uno sabe quién es y lo que ha hecho. Como lo sabemos
los demás, hasta que proceda decirlo allí donde corresponde: en los Tribunales
de Justicia. Es difícil demostrar una prevaricación en el ámbito académico,
pero no es imposible. Normalmente no se llega a los extremos de la demanda
judicial porque basta esperar que los miembros de una comisión cambien para que, con
los mismos criterios, el resultado de la solicitud ―con frecuencia también la
misma― sea positivo. Fundamentalmente por esta razón la Justicia no
suele ser solicitada por la mayor parte de los miembros de la comunidad
académica, que esperan un cambio interno en la dirección del viento para
conseguir sus propósitos y éxitos burocráticos. Con todo y pese a todo, no debe
descartarse la demanda allí donde proceda. Es cierto que la recolección y
verificación de pruebas lleva mucho tiempo, y que la elaboración de la
debida documentación jurídica también. No obstante, en nuestros días, dada la
cantidad de actividades y actos burocráticos que genera la vida académica es
estadísticamente imposible que no llegue a los tribunales más de una demanda
por presunta prevaricación. Y entonces más de uno y de una se pensará dos veces
si procede o no seguir firmando informes falsos a sabiendas. Pero de este asunto
nos ocuparemos en su momento. Y donde corresponde. Con todo, no hay que ignorar
que la injusticia genera más riqueza que la justicia, que siempre es más cara,
poco útil para el poder efectivamente existente y muy burocrática para el
Estado.
Al
tipo medio de profesor universitario le encanta la burocracia: es su elemento
natural. Actualmente la burocracia está muy por encima de la ciencia en todos
los órdenes académicos. Es falso que el profesor universitario común deteste la
burocracia: todo lo contrario, es su arma preferida y de referencia. Es la
forma más natural de suplir deficiencias y limitaciones científicas. Es el
mejor recurso para superar a quienes de veras desarrollan y tratan de llevar a
cabo una investigación científica de referencia. El éxito de la
burocracia universitaria contemporánea no habría sido posible sin la absoluta
colaboración, complicidad y entrega de la mayoría de los profesores
universitarios, que han visto en el crecimiento de las labores de
administración y gestión una fuente de ingresos y de actividad mucho más
valiosa y útil, para sus intereses personales, que la dedicación a la
investigación científica. El principal aliado de la burocracia académica es el
profesorado mediocre. Y no nos engañemos: es mayoría absoluta.
Con
todo, cabe preguntarse si estos gestores de la academia hacen de veras un buen
trabajo. A la vista está el estado de las Universidades, y por lo tanto el
resultado de sus labores de gestión. Sin embargo, no hay ―al igual que ocurre
en la política estatal, comunitaria y municipal― ningún control de calidad
respecto a las gestiones burocráticas de nuestros colegas. La ostentación de un cargo de
gestión es de por sí un mérito, aunque se haya sido un pésimo director de
departamento, un lamentable decano o un inútil rector o vicerrector de lo que
se tercie.
Es
un gravísimo error para el desarrollo del conocimiento científico, y un valioso
avance para el progreso de la degradación académica, poner en manos de
burócratas universitarios vocacionales la evaluación y valoración de la labor
investigadora llevada a cabo por los colegas que sí se toman en serio el
ejercicio de su actividad científica.
El sistema académico actual consume más bienestar y salud de
los que genera. Dicho de otro modo: no es benigno. Si se permite el
término médico, con todo respeto, sería posible hablar de la Universidad como
una institución tumoral o cancerígena dentro el organismo social contemporáneo.
La necrosis de esta institución, orgánicamente hablando, es un hecho innegable.
Se observa, sin que casi nadie se atreva a discutirlo, una mala calidad en la
elaboración y exposición de tesis doctorales, que acaban por obtener sin apenas
excepciones la máxima calificación académica, cuando no lo merecen; se
multiplica la celebración de congresos multitudinarios e inanes al
conocimiento, cuyas actas se reconocen siempre como desacreditadas, lo que
induce a desestimar toda calidad académica incluso en aquellas publicaciones de
reuniones científicas que en efecto sí han sido objeto de calidad y selección; asistimos
impávidos a la devaluación de másteres y cursos magistrales, así como a todo
tipo de contenidos propios de cursos de posgrado; crecen seminarios y
actividades parauniversitarias que concitan la presencia de personas anómicas y
extraviadas…[4] Hay más profesores que alumnos, y más universidades que
las que la sociedad puede asumir y necesitar. Del mismo modo que ha habido en
España una burbuja inmobiliaria ha habido también una burbuja universitaria,
cuyo desvanecimiento está siendo ya desolador.
Capítulo
aparte merece todo lo relativo a la mala formación de una parte muy importante,
muy considerable, del profesorado universitario actual, que, sin embargo, ve
muy bien compensadas y recompensadas todas sus deficiencias investigadoras en el
ejercicio, muchas veces discutible, en ocasiones nefasto, y nunca verificado,
de su actividad burocrática y administrativa. Pero la cuestión de la mala
formación del profesorado universitario es el mayor tabú del mundo académico.
Ante esta cuestión no hay dios que se atreva ni a levantar la vista, cuanto
menos a abrir la boca. De nuevo endogamia y prevaricación tienen mucho que ver
con la deficiente formación de buena parte del profesorado. ¿Cuántos de los
profesores universitarios españoles no son fruto de la endogamia? ¿Cuántos?
¿Cómo es posible haber estudiado la licenciatura en una Universidad, hacer el
doctorado en la misma Universidad, publicar la tesis doctoral en el servicio de
publicaciones de la misma Universidad (y con frecuencia no volver a publicar
sino un opúsculo), hacer la oposición a profesor interino en la misma
Universidad, hacer la oposición a profesor titular en la misma Universidad,
hacer la oposición a cátedra en la misma Universidad, ser emérito en la misma
Universidad, jubilarse en la misma Universidad y, en fin, hacerlo todo, y lo
mismo, y una y otra vez, en la misma Universidad? …Y que no se le caiga la cara
de vergüenza al colega. En cualquier universidad anglosajona una trayectoria
académica de tales características es, de por sí, imposible, por Ley. Y ante un
sistema académico no español algo semejante es un demérito absoluto y una
desacreditación superlativa. Es, en realidad, una impostura. Sin embargo, en
más de 30 años de Democracia nadie ha hecho jamás el mínimo esfuerzo por erradicar
la endogamia de la universidad española. Todo lo contrario: todos los políticos
y los gestores universitarios han contribuido sin excepción a hacerla más
consistente, menos impúdica y muchísimo más sofisticada.
La universidad española contemporánea, a imitación de la
universidad extranjera, ha sustituido, con la complicidad de todos sus miembros
(las excepciones son irrelevantes e invisibles), la promoción de la actividad
investigadora por la de la práctica burocrática y administrativa, mucho más gananciosa,
entretenida e irresponsable que aquella. La Universidad actual valora más la
burocracia que la ciencia, y se enorgullece de ello. El resultado es
una escuela de burócratas de pésima responsabilidad científica y académica,
muchos de los cuales ocupan cargos de gestión en los puestos más relevantes de
la selección y acreditación nacionales del profesorado estatal. ¿Cómo es
posible convivir con semejante sarcasmo?
La
burocracia universitaria contemporánea es la placenta de nuestros colegas más
mediocres. En ella se refugian y parasitan confortablemente felices, disimulan
sus insuficiencias investigadoras y subliman sus demás impotencias académicas.
La vida burocrática permite además evitar cualquier contacto con la realidad
que les advierta de sus propias ignorancias y deficiencias. Incluso las
denominadas agencias evaluadoras de la actividad investigadora recompensan con
jugosas puntuaciones la ineptitud intelectual de estos colegas que, incapaces
de hacer avanzar la investigación científica y crítica, evalúan sin vergüenza
alguna la que desarrollan los demás, tratando siempre de devaluarla lo más
posible, a fin de que nadie pueda dejar en evidencia las propias lagunas y
limitaciones de estos burócratas evaluadores. El resultado, sin embargo, es el contrario,
porque una situación así incrementa las diferencias curriculares entre los
investigadores y los burócratas. No es fácil compaginar una y otra actividad en
el contexto de la Universidad actual: o eres un investigador o eres un
burócrata.
Las
autodenominadas agencias de calidad demuestran cuán necesarios son los recursos
técnicos de la burocracia universitaria española contemporánea destinados a
salvaguardar la forma de trayectorias curriculares
completamente vacías de contenido científico, a las que sin embargo hay que
acreditar en nombre de un sistema académico en realidad absurdo, arbitrario y
estéril, pero, sobre todo, infiel a la realidad de la Ciencia. Desde el
punto de vista de numerosos autores y profesores universitarios, la Aneca es
una de las instituciones españolas más nocivas que, vinculadas a la
Universidad, han existido jamás. Lejos de contribuir al desarrollo científico e
investigador del personal académico, ha provocado la mayor decepción que
colectivamente se ha vivido en el mundo universitario de los últimos años por
lo que a la promoción del investigador se refiere. En opinión de buena parte
del profesorado verdaderamente investigador, que es minoritario, se trata de
una institución que debería ser abolida inmediatamente, junto con todas y cada
una de las acreditaciones y desacreditaciones que ha hecho públicas[5].
No
es la Universidad la que hace evolucionar la Razón humana, sino que es la Razón
humana la que hace evolucionar a la Universidad, y siempre contra los
imperativos plutocráticos de la Política y en contra permanentemente de los
intereses gremiales y oclocráticos de las Ideologías. Actualmente, contra la
plutocracia política y la oclocracia social hay que añadir la burocracia
universitaria. La investigación científica no ha lugar en nuestras
universidades. La Universidad actual no se rige según criterios científicos, sino de
acuerdo con exigencias políticas de orden burocrático que sirven a imperativos
financieros exclusivamente ideológicos y sociológicos. Los mediocres salen
siempre muy baratos al Estado.
Con
toda probabilidad —y ojalá hubiera razones para suponer que me equivoco—, de
las Facultades de Filología de las universidades españolas no saldrá, durante
décadas, ni una sola persona capaz de ejercer responsabilidades empresariales y
políticas de referencia en el Estado español. No puede decirse lo mismo de las
facultades relativas a saberes jurídicos, tecnológicos, científicos,
experimentales. ¿Por qué se puede pensar que las facultades filológicas surten
esencialmente movimientos sociales, más ruidosos que efectivos, y las restantes
facultades y escuelas técnicas promueven profesionales en el ámbito de la
Medicina, el Derecho, la Economía, o la Ingeniería? Los filólogos se comportan
en muchos casos como plañideras. Escriben declaraciones elegíacas, nostálgicas,
lacrimosas, tratando de convertirse en protagonistas privilegiados del ocaso, o
en profetas apocalípticos de las Humanidades. Tonterías. Están encantados con
esta deliciosa agonía a la que voluptuosa y teatralmente se consagran. Y
también estultamente, si bien esto no se hace notar, de modo que en cada
representación lo grotesco crece con mayor notoriedad. Conviene que quien se
dedica a este tipo de melodrama sepa que está haciendo el ridículo.
La
Universidad actual se convierte sin advertirlo en una suerte de corralito, en
un terreno endogámicamente concertado por la mediocridad. Sin endogamia y sin prevaricación
el actual sistema académico sería imposible de sostener.
Frente
a estas interpretaciones realistas, que con frecuencia se califican de
pesimistas, surgen algunas alterativas retóricas más o menos atractivas, según
la forma en que se presenten. Entre ellas hay dos mitos dignos de señalar: el mito de
la fuga de cerebros y el mito de que las universidades extranjeras son mejores
que las españolas en materia de Letras. Se trata de dos falacias. Cualquiera
que haya trabajado en los departamentos de Hispanismo en universidades de
Estados Unidos, Canadá, Francia, Italia, Alemania, Holanda, Bélgica,
Suiza o Reino Unido, habrá comprobado, en primer lugar, que la diáspora de
materia gris es un efecto propagandístico de alguna golondrina que, pese a su individualismo,
no ha hecho verano, y, en segundo lugar, que las universidades extranjeras
están más y mejor maquilladas que
las españolas, porque sus diferencias son más aparentes que reales, y porque
sus profesores son de la misma naturaleza humana y formación científica que los
de las nuestras. Es cierto que las universidades extrajeras están
exentas de endogamia, pero no de prevaricación. En ellas, lo que en España
sería prevaricación allí es psicologismo, porque las normas de selección del
profesorado obedecen a criterios psicológicos y circunstanciales más que
académicos y científicos, de modo que el resultado de la elección no se atiene
tanto a criterios objetivados en una normativa como a la interpretación
personal del votante. Piénsese que las universidades anglosajonas
cuidan extraordinariamente su imagen, frente a la realidad apenas disimulada de
las mediterráneas. Por falta de datos y conocimiento al respecto,
debido al hermetismo de la Universidad de Princeton, no es posible interpretar
ni valorar las causas del suicidio del profesor Antonio Calvo. Es una página
negra en el Hispanismo académico norteamericano. Un tema del que nadie quiere
hablar ni escribir.
De
cualquier manera, las universidades extranjeras están muy maquilladas en función del
mercado, mientras que las españolas suelen estarlo desde la burocracia y para
sí mismas. Y progresivamente la burocracia se ha convertido en el
principal enemigo de la investigación científica que, cada vez con más
dificultad, es posible llevar a cabo en la Universidad española actual en
materia de Letras. ¿Por qué la Universidad española se ha convertido en una
institución que premia la mediocridad y castiga la investigación?
Indudablemente, por el crecido poder que en ella ejercen los mediocres, cuya placenta,
como ya he dicho, es la burocracia.
Ahora
bien, ¿cómo investigan los burócratas? ¿Qué tipo de libros publica comúnmente
quien dedica su vida académica a la burocracia? El burócrata suele publicar un
libro por antonomasia: su tesis doctoral, casi siempre en el servicio de
publicaciones de la universidad en la que despliega endogámicamente toda tu
trayectoria curricular y profesional. Después, pasados algunos años, en el
mejor de los casos, publica un opúsculo, y acaso, a fin de prevenirse burocráticamente
ante concursos de promoción y agencias de acreditación, publica recolecciones
de artículos que han ido apareciendo aquí y allá, con objeto de obtener nuevas
prebendas burocráticas, estratégicamente fertilizadas, para lograr un sexenio,
una bequita, una acreditación, etc. Con frecuencia muchas revistas científicas
falsifican las fechas de recepción y aceptación de los artículos, así como las
evaluaciones, pero el maquillaje es tan natural, y tan comprometedor (hoy por
ti, mañana por mí), que nadie desea revelar ni hablar de los términos y
condiciones de tal “dopaje académico”. La mayor parte de estos
burócratas se morirán sin haber escrito ni una sola línea, no hablemos ya de un
artículo —ni mucho menos de un libro— de referencia. Pero habrán escrito cientos
de centones de informes para acreditar a sus amigos y desacreditar a sus
enemigos en la carrera por la más mediocre de las autopistas burocráticas: la
posmoderna universidad contemporánea. El género de escritura del burócrata no
es el trabajo de investigación científica, sino el informe de evaluación sobre
el colega. Todo esto ha contribuido decisivamente a la devaluación de la
Universidad como institución investigadora y docente en materia de Letras. La
destrucción ordenada y cuidadosamente desarrollada de los sistemas educativos
estatales es excelente en nuestros tiempos posmodernos. Asegura además la mejor
incomunicación posible entre todos y cada uno de los individuos emocionalmente
reconfortados en sus escuelas, centros de enseñanza media y “prestigiosas”
universidades. Paradójicamente, cada individuo es “educado” en la convicción de
que puede llevar una vida a la carta, en la que tiene derecho a
todo, sin límites, y en la que, por supuesto, le sobra todo tipo de
conocimientos. El lema es “Mi yo lo sabe todo”.
En
la primavera de 2011 el Estado español trabajaba sobre la reforma del estatuto
del Personal Docente e Investigador (PDI), y difundió un borrador que suscitó
todo tipo de críticas y rechazos a los que se sumaron incluso quienes sin duda
estaban formando parte de su elaboración. Se firmaron entonces, como siempre,
varios manifiestos. El manifiesto es un género de escrito retórico y
propagandístico, de tono muy autodignificante, al que también es muy dado el
colectivo de profesores universitarios. Evidentemente, no sirve para nada, si
exceptuamos su emoción terapéutica más o menos inmediata e instantáneamente
perecedera.
José
Adolfo de Azcárraga, catedrático de Física de la Universidad de Valencia,
publicó en El País, el 3 de marzo de 2011, un artículo titulado
“La Universidad que viene: profesores por puntos”, en el que criticaba
duramente el texto del borrador ministerial del Estatuto del PDI. La noticia
del artículo de Azcárraga se difundió en la comunidad universitaria junto a la
solicitud de firmas en contra del borrador del tal estatuto, promovida tal
solicitud por faneca, una organización de profesores universitarios
declaradamente contrarios a la Aneca, y cuya página en Internet es
http://uniseria.blogspot.com/.
Me
adherí entonces a aquellos postulados, pero no en silencio, no sin más, sino
haciendo constar muy enérgicamente mis observaciones al texto de Azcárraga.
Este autor escribe que “la Universidad española perdió, a la llegada de la
democracia, una gran oportunidad para intentar parecerse a las mejores
universidades europeas y de Estados Unidos”. Es cierto, pero, si por un lado tanto
en USA como en Europa las universidades buenas son muy pocas —y subrayo
lo de muy pocas—, por otro lado en España interesó a mucha gente, es decir, a
mucho colega —y a muchos de nuestros maestros—, que la Universidad de nuestro
país perpetuara los mejores vicios del régimen anterior, entre ellos el
caciquismo (en todos sus multitudinarios órdenes), que durante la democracia se
vio sofisticadamente enriquecido, pero bajo un nuevo nombre: endogamia.
La
mayor parte del profesorado independiente de hoy desprecia a aquel que ha
crecido a la sombra de un cacique: aunque, por cortesía o vergüenza ajena (la
que no tiene el interfecto) no se lo recordamos a la cara y a diario. Las
formas de poder atraviesan hoy momentos muy críticos en las universidades.
Nunca ha sido tan efímero y tan poco consistente. Es un poder terminal, un
poder que se ejerce ya con fecha de caducidad anunciada.
En
breve, quienes pretendan ser eméritos superarán el 2% reglamentario en la mayor
parte de las universidades. Es fácil imaginarse lo que sucederá en las
votaciones de los consejos de departamento. Y demás consejos. Porque es
evidente que il cuore dell’uomo sempre batte de lato del potere… Y
nunca importa quién se va, sino quién vendrá. En el momento de escribir estas
líneas, la Universidad Complutense de Madrid ha transmitido a sus actuales
eméritos la imposibilidad de seguir manteniéndolos como tales, por falta de
dinero. ¿Se extenderá esta medida a otras universidades? Situación semejante
afecta, en distinta medida, a numerosos colegas acreditados por la Aneca, y a
quienes sus respectivas universidades no podrán otorgar una plaza ni de titular
ni de catedrático por falta de presupuestos. La crisis económica es, a veces,
más justiciera que las agencias de evaluación.
Igualmente
habla Azcárraga en su artículo del “nefasto baremo de las acreditaciones para
los cuerpos universitarios”. ¿Cuántos de nuestros colegas participan a diario
en el ejercicio de ese “nefasto baremo”, cumplimentando informes al servicio de
los imperativos evaluadores e institucionales? ¿Saben estos colegas que muchos
de sus informes no los tiene en cuenta la Aneca si a la comisión que resuelve
las solicitudes no le interesa tenerlos en cuenta? Amparándose en que tales
informes externos no son vinculantes, la Aneca ha emitido resoluciones
deliberadamente contrarias a tales informes. No vale, pues, criticar el sistema
de palabra, en público, y alimentarlo, antes o después, con informes que,
debidamente entregados en tiempo y forma a sus respectivos comendadores
burocráticos, pueden resultar ignorados por completo. Y el ignorarnos, el
actuar contra ellos, es una forma de manipulación e incluso de posible
prevaricación.
Finalmente,
Azcárraga advierte: “Estamos presenciando la toma final del poder por los
burócratas gracias a entornos —como el que crearía el Borrador— que favorecen
el triunfo de su especie (Darwin, otra vez) a expensas de la institucionalmente
más débil, la de los PDI con verdadera vocación docente e investigadora”.
¿Acaso cabe otra cosa? Pero, ¿qué se puede esperar de una institución
científica que valora más la burocracia que la ciencia? Que los científicos la
abandonen en la medida de lo posible: concursos de traslado, excedencias,
jubilaciones, estancias cada vez más prolongadas en el extranjero, actividades
privadas paralelas o, simplemente, escaqueos de diverso género.
En
suma, la disolución de la ciencia dentro de la Universidad. Muchos profesores
universitarios vivimos en la convicción de que la burocracia ha sido y es con
frecuencia —y hoy más que ayer— el refugio de los más incapacitados para la
vida científica. Hoy, sin embargo, estos presuntos incapacitados de la ciencia
pueden acreditarse como burócratas de excelencia. Y juzgar a quienes valen más
que ellos.
Es
un delicioso mundo al revés. ¿Qué sucederá cuando Fortuna dé la vuelta a la
rueda? La mayor parte de ellos se jubilarán, y se morirán, sin haber escrito
—ya no publicado— ni una sola obra de referencia. Ni una sola. Pero habrán
cubierto cientos de informes, hechos todos ellos con las mismas fórmulas
repetitivas y amaneradas. Esa será su obra. Que no servirá ni para la
wikipedia, donde por cierto varios de ellos acicalan narcisistamente sus
propios curricula.
Y
además, ¿a qué viene tanta sorpresa? ¿Cuánto tiempo llevamos formando parte de
este sistema y de las condiciones que aseguran su degradación? Porque un
sistema así se mantiene con la complicidad de quienes no están de acuerdo con
él pero colaboran con él, por dinero, por cortesía, por cobardía, por amistad,
por esperanza, por interés, por incapacidad para hacer otra cosa.
Mientras
se siga colaborando acríticamente con la Aneca, o con la ANEP, estas y otras
instituciones seguirán evaluando, acreditando y desacreditando, y, si es
verdad, como yo creo que lo es, lo que dicen muchas personas que al respecto
escriben, continuarán asegurando en la universidad española el triunfo de la
mediocridad: porque aunque no estén de acuerdo con ella, tampoco la podrán
contrarrestar.
Las
revoluciones solo se hacen en los callejones sin salida. Y el triunfo de la
mediocridad tiene muchos cómplices e innumerables salidas: no conduce jamás a
ningún callejón, sino que permite transitar por avenidas muy vistosas. Otra cosa
es que los colegas se burlen (y mucho) unos de otros entre bastidores, pero,
por detrás, como se dice popularmente en gallego, “chaman ó rei cornudo”. Y lo
que se hace en privado no siempre es un signo de prudencia, sino las más de las
veces de cobardía y represión.
Si
las anecas de turno no tuvieran burócratas que aceptaran
trabajar para ellas, a cambio del placer que supone huronear en el CV del
colega —¿o acaso es la miseria de la comisión económica que se cobra por
evaluar lo que atrae, o la falsa ilusión de poder con que cree investirse el
supuesto experto, ignorando que el camino está lleno de arrieros?—, no podrían
continuar desarrollando esta labor que tanto se critica públicamente desde
todos los medios a día de hoy. La mediocridad de los necios no gozaría de
tantas libertades y simpatías si la inteligencia de los discretos no se
amancebara con ella de forma tan frecuente, tan cobarde y tan barata. En
estos momentos la lucha por la calidad de la universidad española es una
batalla perdida. En materia de Letras, lo es irreversiblemente. Y en el
extranjero, también. Quien lo probó —con permiso de Lope—, lo sabe.
Podemos firmar manifiestos, papelitos, articulitos, usar estas cosas nuevas que
ahora se usan para perder el tiempo colectivamente en Internet, etc… Está bien
como terapia de grupo. Para el que la necesite. Pero las revoluciones no se
hacen solo con palabras. Lo único que se puede hacer es poner objetivamente en
la picota a quienes, creyendo tener un CV presentable, hacen el ridículo
evaluando a quienes disponen de un CV científicamente mucho más potente. La
única razón que se puede esgrimir frente a la burocracia y sus agentes, aunque
sean colegas y amigos (y si no son ni lo uno ni lo otro mucho mejor), es la
razón científica. Y, si procede, elevar una demanda judicial por prevaricación
cuando sea posible reunir pruebas que lo demuestren.
Llegados
a este punto, o se está con la ciencia, o se está con la burocracia. La
dialéctica entre ambas es el actual terreno de juego. Estos son los bandos para
el que quiera jugar. No vale estar en los dos. En contextos como este, las
medias tintas son propias de sofistas. Y sirven a la burocracia, no a la
ciencia. Se olvida, además, que Roma nunca paga a traidores.
Nunca
en la historia de la Democracia española el descontento de la comunidad
universitaria ha sido mayor que el actual. Y nunca ese descontento ha tenido
razones más poderosas que las actuales. Pero no hay ni habrá una respuesta
organizada, porque colectivamente el profesorado universitario, tan listo él,
es incapaz de llevarla a cabo. Una crítica hecha solo de palabras no tiene
ninguna validez efectiva. La efectividad —y la realidad de la verdad— está en
los hechos, no en las palabras. Toda revolución es egolatría, se hace siempre
en nombre del amor propio y hoy por hoy de la supremacía del insulto personal y
gregario. Nada cabe esperar en estos momentos de ninguna posible revolución en
las aulas o o en los claustros. Lo único que podrá terminar con la endogamia,
la prevaricación y la injusticia en la Universidad española ―o al menos
limitarlas― es, por desgracia, la crisis económica, que al detener el
crecimiento de la administración cercena también sus tumores. Pero la solución
no es amputar ni destruir lo que hay, sino mejorarlo. No hay salida cuando la
solución es la necrosis.
La
insolidaridad generacional, de “viejos” que mantienen sus privilegios
depredando el crecimiento de “jóvenes”, es un hecho presente. Es problema que
afecta ante todo a las nuevas generaciones: que espabilen, ¿o es que se creen
que el mundo es como se lo han contado? Hoy se tiene cada vez menos que ganar,
y por lo tanto el temor al enfrentamiento es mucho menor que hace tan solo una
década.
Por
otro lado, cuando no hay nada que perder, ni nada que ganar, el miedo no existe.
El miedo y la esperanza son pura psicología. Si a esto añadimos que el
conflicto de poderes resulta cada vez más irregular y dinámico, más turbulento
y cambiante, es muy aconsejable tentarse el indumento antes de echar las
campanas al vuelo con una evaluación inaceptable para un grupo preparado de
investigadores que observan cómo los burócratas pierden terreno porque la
crisis económica no los acompaña en sus mangoneos. La Aneca ha provocado en la
universidad española más descontentos y desavenencias en un solo lustro que el
resto de las instituciones educativas en treinta años de Democracia. En España
hemos visto disolverse el alumnado universitario por muchas razones: descenso
de natalidad, inutilidad de la docencia y de la formación universitaria (pienso
en las titulaciones llamadas de Letras, pero no descarto las otras),
alejamiento del mercado laboral, incremento de los obstáculos de todo tipo
(burocráticos, autonómicos, nacionalistas, multiplicación de planes de estudio
cada vez más absurdos) que se interponen entre el comienzo de la carrera y su
conclusión, etc… Vale más dedicarse a otra cosa que ir a estudiar a una
Facultad de Letras.
Las
décadas que vienen son de estiaje para la vida universitaria y todo lo
relacionado con las instituciones académicas. Los triunfos de la Aneca
coinciden con el más que públicamente denostado triunfo de los mediocres.
Curiosa casualidad. Nadie se da por aludido. Peor para quienes prefieran
ignorarlo. Al final, solo la burocracia probará que han existido.
En
la Universidad trabaja el que no sirve para otra cosa. Y quien crea lo
contrario que cuide su vanagloria, o que demuestre de veras que sirve para otra
cosa.
La
vida es un camino lleno de arrieros. Y la vida universitaria está más llena de
arrieros que de caminitos. Hasta la vista.
Jesús
G. Maestro
Gijón,
24 de septiembre de 2012
Nota
*
Escrito ya este libro el autor tuvo noticia de la publicación en internet de un
vídeo contra la Aneca en el que se acusa explícitamente a esta institución de
corrupción. El vídeo, en el momento de añadir esta nota, puede verse en el
siguiente enlace de Youtube pulsado → AQUÍ.
[1]
En vano se expresa lo que se sobreentiende calladamente.
[2]
La verdad…, es el peor de todos los recursos.
[3]
En tales términos se expresó José Eugenio Soriano García en su escrito titulado
“La aneca una Fundación ilegal”, en El Imparcial, 23 de diciembre
de 2010, http://www.elimparcial.es/nacional/la-aneca-una-fundacion-ilegal–76081.html (13.09.2012): “La
pomposamente denominada «Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y
Acreditación», ni es Agencia, ni Evalúa, ni tiene Calidad y más que
Acreditación, podría sin ánimo polémico sino meramente descriptivo, denominarse
de Desacreditación. Y tiene en sus manos, sin embargo y nada menos que la
política universitaria. Para empezar no es una Agencia. Es una Fundación. Y la
han dotado de potestades públicas con poderes públicos, lo cual es frontalmente
contrario a la Constitución y a la Ley de Fundaciones, puesto que exactamente
se impide en nuestro Derecho que las Fundaciones dispongan de poderes públicos
(remito a los trabajos de Piñar Mañas, el máximo experto español sobre
Fundaciones, quien ya denunció esta situación recientemente en Bolonia en un
Congreso Internacional)”.
[4]
Sobre la promoción y difusión de la pseudociencia en la Universidad española,
vid. la documentación ofrecida en el siguiente enlace de internet:
http://www.listadelaverguenza.es/p/universidades.html (13.09.2012).
[5]
No lo afirmo yo, sino cuantos me han precedido en la interpretación de estos
asuntos, como podrá comprobar cualquiera que lea textos como los que siguen:
“La Universidad que viene: profesores por puntos”, de José Adolfo de Azcárraga,
en El País, 3 de marzo de 2011 (http://elpais.com/diario/2011/03/03/opinion/1299106811_850215.html); “La ANECA: una
Fundación ilegal”, de José Eugenio Soriano García, en El Imparcial,
21 de diciembre de 2010 (http://www.elimparcial.es/contenido/75961.html); “La calidad de las
universidades españolas”, de Tomás Ortín Miguel, en El País, 13 de
diciembre de 2010 (http://elpais.com/diario/2010/12/13/opinion/1292194812_850215.html); “El fracaso de la
Universidad española”, editorial de El Imparcial, 19 de agosto de
2010 (http://www.elimparcial.es/nacional/fracaso-de-la-universidad-espanola-69376.html); “Ignorancia a la
boloñesa”, de José Luis Pardo, en Revista de Libros, 158, febrero
de 2010 (http://www.revistadelibros.com/articulos/ignorancia-a-la-bolonesa); “Dispendio
universitario en proyectos fantasma”, de Araceli Mangas Martín, en El
Mundo, 2 de marzo de 2010 (http://www.elmundo.es/opinion/tribuna-libre/2010/03/22936078.html); “Universidad española
y Bolonia”, de José Eugenio Soriano García, en El Imparcial, 19 de
agosto de 2010
(http://www.elimparcial.es/nacional/universidad-espanola-y-bolonia-69406.html);
“Disparad contra la Ilustración”, Rafael Argullol, en El País, 7 de
septiembre de 2009 (http://elpais.com/diario/2009/09/07/opinion/1252274404_850215.html). La lista de
referencias bibliográficas sobre esta materia resulta interminable. Sobre los
nefastos procedimientos de la Aneca, vid. las informaciones publicadas en el
siguiente enlace de internet: http://uniseria.blogspot.com.es/ (13.09.12).
Tomado
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