13-01-2014
Luces
y sombras de la sociedad de la información
Introducción
Hoy
por hoy las tecnologías de la información y la comunicación (TICs)* parecen
haber llegado para quedarse. No hay marcha atrás. Ya constituyen un hecho
cultural, civilizatorio en el sentido más amplio. Según lo que vamos empezando
a ver, una considerable cantidad de jóvenes –fenómeno que se da en mayor o
menor medida en todo el mundo, con variaciones según los distintos países pero
todos, en general, con notas bastante comunes– ya no concibe la vida sin estas
tecnologías. Sin dudas, están cambiando el modo de relacionarnos, de resolver
las cosas de la cotidianeidad, de pensar, ¡de vivir! La pregunta inmediata es:
¿en qué medida contribuyen al genuino mejoramiento de las cosas? ¿Traen
desarrollo?
Algunos
años atrás decía Delia Crovi (2002) refiriéndose a este proceso en curso: “En
2001, el Observatorio Mundial de Sistemas de Comunicación dio a conocer en
París los resultados de un estudio sobre el equipamiento tecnológico en la SIC [Sociedad
de la Información y la Comunicación]. Este estudio afirma que en el año 2006
una de cada cinco personas tendrá un teléfono móvil o celular, el doble de los
disponibles ahora que tenemos un aparato por cada diez habitantes. El mismo
estudio señala que en 2003 habrá más de mil millones de celulares en el mundo,
y en los próximos cinco años se registrarán 423.000.000 de nuevos usuarios
(Tele Comunicación, 27/6/2001). Sin duda, estos datos podrían alimentar la idea
de que estamos construyendo a pasos apresurados y a escala planetaria, una
sociedad de la información, idea que sobre todo promueven los fabricantes de
hardware y software, así como buena parte de los gobiernos del mundo.” [1]
En
Guatemala, Manuel Ayau –“oligarca latinoamericano arquetípico de la extrema
derecha”, según lo describiera Lawrence Harrison, de la Universidad de
Harvard–, fundador del Centro de Estudios Económico-Sociales (CEES) y de la
Universidad Marroquín, ambas instituciones baluartes del pensamiento liberal en
Centroamérica, dijo unos años atrás [2] que “el
día en que cada indio [sic] tenga su teléfono celular, ahí
entraremos en el desarrollo”. Hoy día, con alrededor de 15 millones de
habitantes, hay en el país más de 20 millones de teléfonos legales (más una
cantidad desconocida de equipos robados que se siguen utilizando), es decir,
más de un aparato por persona en promedio, 1.2 para ser precisos, pero la
nación (típica banana country) está lejos de entrar en la senda del
desarrollo.
En
estos momentos –esto con fuerza creciente– nadie puede escapar de la marea de
las TICs que pareciera cubrirlo todo. Podría afirmarse, sin temor a equivocarse en
la apreciación, que “para estar en la modernidad, en el avance, en el mundo
integrado (¿globalizado y triunfador?), hay que estar conectado”. Si no se siguen
esos parámetros, se pierde el tren del desarrollo. O, al menos, eso es lo que
dice la insistente prédica dominante.
¿Comunican
más estas tecnologías de la comunicación? ¿En qué medida son un factor al
servicio de un verdadero desarrollo equilibrado, sostenible y con equidad?
Las
TICs llenan una necesidad (necesidad de comunicarse, de expresarse)
No
cabe la menor duda que la comunicación es una arista definitoria de lo humano.
Si bien es cierto que en el reino animal existe el fenómeno de la comunicación,
en lo que concierne al ámbito específicamente humano hay características
propias tan peculiares que pueden llevar a decir, sin más, que si algo define a
nuestra especie es la capacidad de comunicarnos, que no es sino otra forma de
decir: de interactuar con los otros. El sujeto humano se constituye en lo que
es sólo a partir de la interacción con otros. La comunicación, en ese sentido,
es el horizonte básico en que el circuito de la socialización se despliega.
Nos
comunicamos de distintas maneras; eso no es nuevo. A través de la historia se
encuentran las más diversas modalidades de hacerlo, desde la oralidad o las
pinturas rupestres hasta las más sofisticadas tecnologías comunicacionales
actuales gracias a la inteligencia artificial y la navegación espacial. Pero
sin dudas es un hecho destacable que con los fenómenos ocurridos en la
modernidad, con el surgimiento de la producción industrial destinada a grandes
mercados y con la acelerada urbanización de estos últimos dos siglos que se va
dando en toda la faz del planeta, sucedieron cambios particulares en la forma
de comunicarnos. En esa perspectiva surge la comunicación de masas, es decir:
el proceso donde lo distintivo es la cantidad enorme de receptores que recibe
mensajes de un emisor único. El siglo XX ha estado marcado básicamente por ese
hecho, novedoso en la historia, y con características propias que van
definiendo en términos de civilización las modalidades de la modernidad. Lo
masivo entra triunfalmente en escena para ya no retirarse más.
En
este mundo moderno que va surgiendo desde Europa y su novedosa industria, la
masividad hace su aparición con la invención de la imprenta, que permite una
difusión más allá del pequeño grupo selecto que tenía el monopolio cultural. De
allí rápidamente se llega a la difusión masiva con los periódicos así como con
nuevas formas de comunicación que rompen barreras espaciales y permiten el
acercamiento de grupos cada vez mayores. Surgen entonces el telégrafo, el
teléfono, y ya en pleno siglo XX aparecen modalidades basadas en adelantos
tecnológicos que llevan esa masividad a niveles nunca antes conocidos en la
historia. Encontramos así la radio, el fonógrafo, el cine, la televisión.
En
las últimas décadas del siglo XX, ya en plena explosión científico-técnica con
una industria que definitivamente ha cambiado el mundo extendiéndose por
prácticamente todos los rincones del planeta, las tecnologías comunicacionales
van marcando el ritmo de la sociedad global. Es a partir de ese momento que
efectivamente se puede hablar, retomando la idea de Marshall McLuhan, de una
verdadera “aldea global”, un mundo absolutamente interconectado,
intercomunicado, un mundo donde las distancias físicas ya no constituyen un
obstáculo para la aproximación de todos con todos.
Las
nuevas tecnologías de la comunicación, cada vez más rápidas y eficientes,
borran distancias y acercan a inmensas cantidades planetarias de población. Las
pautas que marcan el ritmo de la sociedad mundial se van volcando
definitivamente hacia estas nuevas tecnologías digitales. Es decir, procesos
técnicos en que un “sistema de transmisión o procesamiento de
información [donde] la información se encuentra representada
por medio de cantidades físicas (señales) que se hayan tan restringidas que
sólo pueden asumir valores discretos. En contraposición a los sistemas
digitales están los sistemas analógicos en los cuales las señales tanto de
entrada como de salida no poseen ningún tipo de restricción y pueden asumir
todo un continuo de valores (es decir, infinitos). La principal ventaja de los
sistemas digitales respecto a los analógicos es que son más fáciles de diseñar,
de implementar y de depurar, ya que las técnicas utilizadas en cada una de esas
fases están bien establecidas. […] El mejor argumento a favor
de la mayor flexibilidad de los sistemas digitales se encuentra en los actuales
ordenadores o computadoras digitales, basados íntegramente en diseños y
circuitos digitales”. [3]
Si
la comunicación siempre ha estado presente en la dinámica humana como un factor
clave, las formas de las actuales tecnologías digitales sirven para,
literalmente, inundar el mundo de comunicación, entronizándola. Ello asienta en
nuevas formas de conocimiento, cada vez más sofisticadas y complejas. Todo ese
proceso de ampliación de las fronteras comunicacionales y del conocimiento
técnico en el que asientan es lo que ha llevado a pensar en una sociedad “de la
información y del conocimiento”. La clave de la nueva sociedad, también llamada
“sociedad digital”, está en una acumulación fabulosa de información. La “aldea
global” se construye sobre estos cimientos. El principal recurso pasa a ser el
manejo de información –cuanto más y más rápidamente manejada, mejor–, el
capital humano capacitado, lo que se conoce como el know how.
“Desde
el auge de la computación, el concepto de información ha pasado a tener un
protagonismo sobredimensionado en la economía, la educación, la política, en la
sociedad en su conjunto. La
información ha desbancado de sus lugares de privilegio a conceptos como
sabiduría, conocimiento, inteligencia; términos todos éstos que hoy se ven
reducidos al primero. Una lógica según la cual procesar muchísimos datos a
velocidad infinitesimal, equivale a ser inteligente, desestimando así
cualidades como la creatividad, la imaginación, el raciocinio; pero también la
ética y la moral”. [4]
En
esa perspectiva, la nueva sociedad que se perfila con la globalización, y por
tanto sus herramientas por excelencia, las llamadas TICs –la telefonía celular,
la computadora, el internet–, abren esas preguntas: ¿más información disponible
produce por fuerza una mejor calidad de vida y un mejor desarrollo personal y
social? Esas tecnologías, ¿ayudan a la inclusión social, o refuerzan la
exclusión? O, por el contrario ¿sólo generan beneficios a las multinacionales
que se dedican a su comercialización, contribuyendo a un mayor y más
sofisticado control social por parte de los grandes poderes globales? ¿Tal vez
una cosa no riñe con la otra?
La respuesta no está en las tecnologías propiamente dichas,
por supuesto. Las tecnologías, como siempre ha sido a través de la historia, no
dejan de tener un valor puramente instrumental. Lo importante es el proyecto
humano en que se inscriben, el objetivo al servicio del que actúan. En ese sentido, para
romper un planteo simplista y maniqueo: no hay técnicas “buenas” y técnicas
“malas” en términos éticos. “Más
allá de las conexiones, son los usos concretos y efectivos los que pueden
llevar o no a mantener o profundizar las brechas que de hecho existen en el
mundo real. Con lo cual la apertura infinita que supone el mero acceso formal a
la red no necesariamente alcanza para hablar de una democratización de la
sociedad o incluso del acceso a la información. Mucho menos si se trata de
información de relevancia para el proceso de toma de decisiones o de
participación en el ingreso socialmente producido. Con internet se abren
ciertos accesos, pero no se democratiza la sociedad ni la cultura”. [5]
Por
supuesto que el acceso a tecnologías que permiten el manejo de información de
un modo como nunca antes en la historia se había dado brinda la posibilidad de
un salto cualitativo para el desarrollo. Sucede, sin embargo, que esas
tecnologías, más allá de una cierta ilusión de absoluta democratización, no
producen por sí mismos los cambios necesarios para terminar con los problemas
crónicos de asimetrías que pueblan el mundo. Las tecnologías, si bien pueden mejorar las condiciones de vida haciéndolas
más cómodas y confortables, no modifican las relaciones político-sociales a
partir de las que se decide su uso.
Hoy
días estas nuevas tecnologías las encontramos cada vez más omnipresentes en
todas las facetas de la vida: sirven para la comercialización de bienes y
servicios, para la banca en línea, para la administración pública (pago de
impuestos, gestión de documentación, presentación de denuncias), para la
búsqueda de la más variada información (académica, periodística, de solaz),
para el ocio y esparcimiento (siendo los videojuegos una de las
instancias que más crece en el mundo de las TICs), para la práctica de
deportes, para el desarrollo del arte, en la gestión pública (algunos gobiernos
están incorporando el uso de redes sociales como Twitter, Facebook, Youtube y
otras cuando las autoridades dan a conocer su posición sobre acontecimientos
relevantes), se usan en la guerra y en la paz, y desde las profundidades de la
selva Lacandona, por ejemplo, un movimiento armado lleva adelante su lucha, con
un personaje mediático que es más conocido por el uso de estos medios
electrónicos que por su fusil, habiendo incluso todo un campo relacionado al
sexo cibernético, el cual da para todo, desde la búsqueda de pareja hasta la
pornografía infantil. En definitiva: estas tecnologías sirven para
todo, absolutamente: para estudiar, para salvar una vida, para extorsionar.
Definitivamente,
comienzan a ser omnímodas. Están en todos lados, y la tendencia es que seguirán
estándolo cada vez más. Como un dato muy instructivo en ese sentido puede
mencionarse que hoy día las TICs ya constituyen un medio de prueba en los
procesos judiciales. Aún no están ampliamente difundidas y todavía encuentran
muchas restricciones, pero sin dudas dentro de un futuro nada lejano serán
pruebas contundentes.
“Las
tecnologías de la información y la comunicación no son ninguna panacea ni
fórmula mágica, pero pueden mejorar la vida de todos los habitantes del
planeta. Se disponen de herramientas para llegar a los Objetivos de Desarrollo
del Milenio, de instrumentos que harán avanzar la causa de la libertad y la
democracia, y de los medios necesarios para propagar los conocimientos y
facilitar la comprensión mutua” [6] , dijo acertadamente
Kofi Annan como Secretario general de la Organización de las Naciones Unidas
refiriéndose a estos temas.
La
actual globalización va indisolublemente de la mano de las TICs
Se
entiende por globalización el proceso económico, político y sociocultural que
está teniendo lugar actualmente a nivel mundial por el que cada vez existe una
mayor interrelación económica entre todos los rincones del planeta, por
alejados que estén, gracias a tecnologías que han borrado prácticamente las
distancias permitiendo comunicaciones en tiempo real, siempre bajo el control
de las grandes corporaciones multinacionales.
La globalización que vivimos (económica y cultural) es el
caldo de cultivo donde las TICs son el sistema circulatorio que la sostiene,
haciendo parte vital de la nueva economía global centrada básicamente en la
comunicación virtual, en la inteligencia artificial y en el conocimiento como
principal recurso. Eso puede abrir grandes oportunidades para los sectores
históricamente postergados, dado que posibilita acceder a instrumentos que
permiten dar un salto adelante verdaderamente grande en orden al desarrollo;
pero puede
también contribuir a mantener la distancia entre los que producen esas
tecnologías de vanguardia (unos pocos países del Norte), y quienes la adquieren
(la gran mayoría de los países del Sur), dependiendo así más aún tanto
comercial como tecnológicamente.
Si
acceder a las TICs es un puente al desarrollo, la “brecha digital” que crea
esta sociedad de la información, contraria a la “inclusión digital” global,
indica que los sectores más desarrollados aumentan su distancia respecto de los
excluidos. A nivel internacional es elocuente:
La tendencia en marcha refuerza la duda apuntada más arriba:
las nuevas tecnologías digitales, más allá de la explosión con que han entrado
en escena y su consumo masivo siempre creciente, no parecieran beneficiar por
igual a todos los sectores. “En América Latina la presencia o el
desarrollo de una SIC [sociedad de la información y la comunicación] está
más ligada a la consolidación de grandes consorcios multinacionales del
audiovisual, que a la incorporación de la convergencia a los procesos
productivos. Esto último se ha polarizado en un sector capaz de desmaterializar
la economía, en tanto que sobrevive otro gran sector que permanece al margen de
los cambios tecnológicos y continúa trabajando dentro de un esquema de
producción clásico, ayudado de herramientas que también podríamos definir como
clásicas. En nuestros países sólo un sector de la población (muy probablemente
el que acumula el consumo tecnológico de distintas generaciones), es la que se
ha incorporado efectivamente al proceso de producción ligado a la información y
el conocimiento”. [7]
Valga
agregar aquí lo apuntado por Beatriz
Busaniche: “el hecho de que las TICs en sí mismas mejoren la calidad de
vida de las personas no está comprobado de ninguna manera en tanto no se saneen
previamente las brechas sociales fundamentales: la pobreza, el hambre, el
analfabetismo, las pandemias”. [8] En relación a
esto, retomemos lo expresado más arriba: en Guatemala hay más teléfonos
celulares (muchos de ellos con acceso a Internet) que población: ¿se generó
entonces el desarrollo sostenible? Los mitos desarrollistas del progreso
técnico siguen estando presentes.
No
está demostrado que por el hecho de utilizar alguna de las TICs se elimine
automáticamente la exclusión social o se termine con la pobreza crónica. De
todos modos, sabiendo que estas herramientas encierran un enorme potencial para
el desarrollo, es válido pensar que no disponer de ellas propicia la exclusión,
o la puede profundizar. Visto que la red de redes, el internet, es la suma más
enorme nunca antes vista de información que pone al servicio de la humanidad
toda una potente herramienta de comunicación, no acceder a él crea desde ya una
desventaja comparativa con quien sí puede acceder. De todos modos, el
desarrollo propiamente dicho, el aprovechamiento efectivo de las
potencialidades que abren las TICs, no se da por el sólo hecho de disponer de
una computadora, de hacer uso de las redes sociales o de un teléfono celular
inteligente de última generación. Lo que hace la diferencia es la capacidad que
una población pueda tener para aprovechar creativamente estas nuevas formas
culturales. Si el internet “ha transformado la vida”, como tan insistentemente
dice cierto pensamiento dominante (quizá desde una perspectiva más
mercadológica que crítica, terminando por constituirse en “mito”, en
manipulación mediática), ello lleva a pensar el porqué de esa tenaz repetición.
Lo
que está claro es que alimenta muy generosamente a quienes lucran con su
comercialización (empresas globales dedicadas a la producción y distribución de
estos servicios). Google, por ejemplo, el motor de búsqueda más potente y con la mayor
cantidad de consultas diarias en la red en todo el mundo, ha facturado 150.000
millones de euros en 10 años.
De
todos modos, más allá de la manipulación que pueda haber en ese mito (visto
que, por sí mismas, las TICs no terminan con la exclusión) algo hay que les ha
permitido erigirse en el nuevo ícono cultural de la así llamada postmodernidad.
¿Por
qué se imponen de esa manera las TICs?
Las TIC son especialmente atractivas, y con mucha facilidad
pueden pasar a ser adictivas (de la necesidad de comunicación fácilmente se
puede pasar a la “adicción”, más aún si ello está inducido, tal como sucede
efectivamente).
De
todos modos, más allá de la interesada prédica que las identifica con una
panacea universal –no siéndolo, por supuesto– no hay dudas que tienen algo
especial que las va tornando imprescindibles. En una encuesta sobre uso de
estas tecnologías con aproximadamente 2.500 jóvenes en la que participé
recientemente, un 49% de los encuestados reconoce que “no podría vivir
sin las TICs”, mientras que un 63% puede “estar dejando de hacer
cosas por estar conectado”, en tanto que un 35% “ha disminuido sus
horas de sueño por estar conectado a internet”. Todo ello marca una
tendencia que no se puede desconocer: las TICs atrapan, son adictivas. En esa
misma investigación, en grupos focales se preguntó a los jóvenes (de entre 17 y
25 años): “si estás haciendo el amor y suena el teléfono celular,
¿contestarías?”, a lo que aproximadamente un 50% respondió que sí, incluso
justificándolo: “es probable que sea algo importante; además, si no
contesto me desconcentro porque me quedo pensando en quién podría haber
llamado. Por eso es mejor contestar siempre”. Una respuesta, hilarante sin
dudas, y única en toda la muestra (“una golondrina no hace verano”), pero que
de todos modos no puede dejar de considerarse fue: “¡Por supuesto que
contesto! ¡Podría ser mi novio!”.
Estar
“conectado”, estar todo el tiempo con el teléfono celular en la mano, estar
pendiente eternamente del mensaje que puede llegar, de las llamadas redes
sociales, del chat, constituye un hecho culturalmente novedoso.
La
definición más ajustada para un teléfono celular (lo mismo se podría decir de
las TICs en general) es que, poseyendo el equipo en cuestión –teléfono,
computadora–, se está “conectado”, que es como decir: “estar vivo”. “Estoy
conectado, luego existo”, podría afirmarse como síntesis de los tiempos, parafraseando
a Descartes. Definitivamente todas estas tecnologías van mucho más allá de una
circunstancial moda: constituyen un cambio cultural profundo, un hecho
civilizatorio, una modificación en la conformación misma del sujeto y, por
tanto, de los colectivos, de los imaginarios sociales con que se recrea el
mundo.
Lo
importante a destacar es que esa penetración que tienen las TICs no es casual.
Si gustan de esa manera, por algo es. Como mínimo se podrían señalar dos
características que le confieren ese grado de atracción: a) están ligadas a la
imagen, y b) permiten la interactividad en forma perpetua.
La
imagen juega un papel muy importante en las TICs. Lo visual, cada vez más, pasa
a ser definitorio. La imagen es masiva e
inmediata, dice todo en un golpe de vista. Eso fascina, atrapa; pero al mismo
tiempo no da mayores posibilidades de reflexión. “La lectura cansa. Se
prefiere el significado resumido y fulminante de la imagen sintética. Esta
fascina y seduce. Se renuncia así al vínculo lógico, a la secuencia razonada, a
la reflexión que necesariamente implica el regreso a sí mismo”, se
quejaba amargamente Giovanni Sartori [9] . Lo cierto es
que el discurso y la lógica del relato por imágenes están modificando la forma
de percibir y el procesamiento de los conocimientos que tenemos de la realidad.
Hoy
por hoy la tendencia es ir suplantando lo racional-intelectual –dado en buena
medida por la lectura– por esta nueva dimensión de la imagen como nueva deidad.
“Es
lindo estar frente a tu pantalla. Te resuelve la vida. Uno ya no estudia, no
tiene que pensar. La tecnología te lo hace todo. Aunque uno quede embobado
frente a lo que ve, aunque nos demos cuenta de eso, que nos volvemos cada vez
más haraganes, no deja de ser cómodo”, expresaba sin ambages un joven entrevistado en
esta investigación a la que aludíamos.
Junto
a eso cobra una similar importancia la fascinación con la respuesta inmediata
que permite el estar conectado en forma perpetua y la interactividad, la
respuesta siempre posible en ambas vías, recibiendo y enviando todo tipo de
mensajes. La sensación de ubicuidad está así presente, con la promesa de una
comunicación continua, amparada en el anonimato que confieren en buena medida
las TICs. “Me gustan las redes sociales porque puedo tener muchos
amigos. Yo, por ejemplo, tengo más de 500”, agregaba otro.
La
llegada de estas tecnologías abre una nueva manera de pensar, de sentir, de
relacionarse con los otros, de organizarse; en otros términos: cambia las
identidades, las subjetividades. ¿Quién hubiera respondido algunas décadas
atrás que prefería contestar el teléfono fijo a seguir haciendo el amor?
Hoy
día la sociedad de la información, por medio de estas herramientas, nos
sobrecarga de referencias. La suma de conocimiento, o más específicamente: de
datos, de que se dispone es fabulosa. Pero tanta información acumulada, para el
ciudadano de a pie y sin mayores criterios con que procesarla, también puede
resultar contraproducente. Puede afirmarse que existe una sobreoferta
informativa. Toda esta saturación y sobreabundancia de ¿información?, y su
posible banalización, se ha trasladado a la red, a las TICs en general,
inundando todo. De una cultura del conocimiento y su posible apropiación se
puede pasar sin mayor solución de continuidad a una cultura del divertimento,
de la superficialidad. Las TICs permiten ambas vías.
Las
TIC se adecuan especialmente a la cultura juvenil
Si
bien las TICs se están difundiendo por toda la sociedad global, quienes más se
contactan con ellas, las utilizan, las aprovechan en su vida diaria dedicándole
más tiempo y energía, y concomitantemente viéndose especialmente influenciados
por ellas, son los jóvenes.
Cuando
nos referimos al universo juvenil, es imposible hablar de “la” juventud. En
todo caso, la sociedad global está marcada por profundas diferencias
socioeconómicas y culturales que dejan ver, ante todo, un complejo mosaico de
grupos e identidades. En contextos rurales del Sur a los 25 años ya se es todo
un adulto/a, con varios hijos, cercano ya a la posibilidad de ser abuelos. En
ciertos niveles del Norte, a esa edad todavía se vive lo que hoy denominamos
“adolescencia tardía”. Pero pese a ello, más allá de esas por lo general
infranqueables diferencias, hay una nota común entre los distintos jóvenes: en
mayor o menor medida, son usuarios de las TICs.
Es
evidente que la globalización en curso uniforma criterios sin borrar las
diferencias estructurales; de ahí que, diferencias mediantes, las generaciones
actuales de jóvenes son todas “hijas de las TICs”, o “nativos digitales”, como
se les ha llamado. “Aquello que para las generaciones anteriores es
novedad, imposición externa, obstáculo, presión para adaptarse –en el trabajo,
en la gestión, en el entretenimiento– y en muchos casos temor reverencial, para
las generaciones más jóvenes es un dato más de su existencia cotidiana, una
realidad tan naturalizada y aceptada que no merece siquiera la interrogación y
menos aún la crítica. Se trata en efecto de una condición constitutiva de la
experiencia de las generaciones jóvenes, más instalada e inadvertida a medida
que se baja en la edad”. [10]
Los
jóvenes encuentran en las nuevas tecnologías un recurso para diferenciarse de
la era de los adultos, simbolizada por el reino de la radio o de la televisión.
Hasta se podría extremar esto hoy día, dado el aceleramiento vertiginoso de los
cambios tecnológicos, a la diferencia entre usuarios de correo electrónico (¿ya
envejecido?) y las llamadas redes sociales. Cuando se calibra el atractivo de
estas nuevas tecnologías digitales, puede entenderse el encanto que encuentra
gran parte de la juventud en ellas. Dicho esto, en esta utopía de la red lo más
importante no es la fascinación técnica, porque toda persona joven en los
países ricos vive ya desde los años 70 del pasado siglo envuelta en un universo
técnico. Lo más importante es que la red se ha convertido en el soporte de los
sueños eternos para una nueva solidaridad. Sin embargo se escapa la esencial
diferencia en la comunicación de las TICs. Todavía se piensa que quien dice
“comunicación” dice tener en cuenta el emisor, el mensaje y el receptor. Sin embargo,
la gran diferencia está en que las TICs permiten como ningún otro medio masivo
la interactividad, la comunicación de dos vías. Quien usa las TICs no es un
mero receptor; su mensaje le llega de regreso a la presentadora de CNN que lee
el mensaje que alguien acaba de mandar, así como todos los cientos de amigos
que también lo reciben y que reaccionan a su vez. En el ámbito juvenil ese
dinamismo echa sus raíces como en ningún otro segmento de población.
La
identidad joven debe entenderse como ese momento de la vida en que se está
experimentando, conociendo, abriéndose a experiencias nuevas. El mundo adulto
hizo eso en su momento, y construyó lo que pudo: ya tiene una identidad y un
proyecto. Los jóvenes, por el contrario, lo están elaborando. La posibilidad de
estar contactando perpetuamente, abiertos de par en par a la comunicación,
dispuestos todo el tiempo a intercambiar mensajes del tipo que sean con un (o
varios) interlocutor(es), incluso al mismo tiempo, encuentra su campo más
fértil en los jóvenes. De ahí que las TICs se amalgamen tan bien a ellos. Valga
para graficar esto, lo que en estos momentos pasó a ser parte de la normalidad
entre los jóvenes (de distinto estrato socioeconómico incluso): la realización
simultánea de muchas tareas, todas ligadas a las TICs (cosa que para muchos
adultos sería imposible): escuchar música, chatear, hacer las tareas usando
internet (dicho sea de paso: cultura del copia y pega), contestar el teléfono y
mirar televisión. Todo rápido, con urgencia, quizá cada vez menos analíticamente, cada
vez más centrados en la imagen instantánea. Cultura de la inmediatez, podríamos
decir. ¿Cultura de la liviandad?
En
esa dimensión, lo importante, lo definitorio, es estar conectado y siempre
disponible para la comunicación. De esa lógica surgen las llamadas redes
sociales, espacios interactivos donde se puede navegar todo el tiempo a la
búsqueda de lo que sea: novedades, entretenimiento, información, aventura,
etc., etc. En las redes sociales, usadas fundamentalmente por jóvenes, alguien
puede tener infinitos amigos. O, al menos, la ilusión de una correspondencia
infinita de amistades. Ilusión, por supuesto, porque los cientos, miles en
algunos casos, de “amigos”, desaparecen automáticamente cuando se apaga el
equipo.
La superficialidad no es ajena a la cultura que va de la
mano de las TICs. Pero hay que apurarse a aclarar que “superficialidad” puede
haber en todo, también en la lectura de un libro o en una discusión filosófica.
Nos son estos nuevos instrumentos los que la crean. En todo caso, lo cual
puede abrir una discusión, la modalidad de estas tecnologías, su rapidez a
veces vertiginosa, la entronización de lo multimedial con acento en la imagen por
sobre la lectura reflexiva, podría dejar abierto un interrogante; por tanto debe
verse muy en detalle cómo estas tecnologías comportan, al mismo tiempo que
grandes posibilidades, también riesgos que no pueden menospreciarse. La
cultura de la ligereza, de lo superficial y falta de profundidad crítica puede
venir de la mano de las TICs, siendo los jóvenes –sus principales usuarios–
quienes repitan esas pautas. Sin caer en preocupaciones extremistas, no hay que
dejar de tener en vista que esa entronización de la imagen y la inmediatez, en
muchos casos compartida con la multifunción simultánea, puede dar como
resultado productos a revisar con aire crítico: “en términos mayoritarios [los jóvenes usuarios de
TICs] adquieren información mecánicamente, desconectada de la realidad
diaria, tienden a dedicar el mínimo esfuerzo al estudio, necesario para la
promoción, adoptan una actitud pasiva frente al conocimiento, tienen
dificultades para manejar conceptos abstractos, no pueden establecer relaciones
que articulen teoría y práctica”. [11]
Pero
si bien es cierto que esta cibercultura abre la posibilidad de esta cierta
liviandad, también da la posibilidad de acceder a un cúmulo de información y a
nuevas formas de procesar la misma como nunca antes se había dado, por lo que
estamos allí ante un fenomenal reto. Los jóvenes contemporáneos, sabiendo que
en esto se marcan diferencias de acuerdo a su nivel socioeconómico, de todos
modos “cuentan con una ventaja en la sociedad de la información
impulsada por las nuevas tecnologías. A menudo son ellos los principales
innovadores en el uso y difusión de las tecnologías de la información y la
comunicación”. [12]
Además,
y como siempre ha pasado en la historia, son jóvenes los que ponen en marcha procesos
de cambio. Las revoluciones, aunque se nutran de ideas de “viejos con espíritu
de joven”, son siempre vehiculizadas por la sangre joven, por jóvenes de carne
y hueso. También puede verse eso con el uso alternativo, crítico si se quiere,
no light, que jóvenes le
pueden dar a las TICs. Piénsese, por ejemplo, en la Primavera Árabe en
el 2010 (más allá de haber sido luego cooptada por la derecha o por los
mecanismos de inteligencia del sistema), los Indignados en España, el
movimiento Yo soy 132 en México. Aunque ninguna de esas explosiones de ira y
reacción ante situaciones de injusticia prosperó como proyecto revolucionario
de transformación social –y por cierto no se reducen sólo a redes de personas
comunicadas por estas tecnologías digitales–, es importante mencionarlas en
tanto ejemplo del uso de esas tecnologías yendo más allá del pasatiempo banal,
del distractor. Eso reafirma que las TICs son herramientas, ni “buenas” ni
“malas”. Pueden servir para el mantenimiento del sistema… o para su crítica
radical y la promoción de valores anti-sistema.
Luces
y sombras con las TICs
Como
todo proceso humano, el surgimiento de las TICs, en tanto fenómeno complejo con
aristas tanto económicas como político-sociales, puede ser considerado desde
distintos puntos. En cuanto tecnología, ninguna TIC –valga enfatizarlo– es
“positiva” ni “negativa”. Es el proyecto en el que se dinamiza el que
decidirá su uso, su utilidad social. Está claro que ninguna nueva tecnología
puede pensarse con esa maniquea división: un cuchillo, por ejemplo, puede
servir para trozar la comida, o para matar a alguien. Del mismo modo, la
energía nuclear puede servir para iluminar toda una ciudad, o para hacerla
volar por el aire. Es el uso, el proyecto humano (ético y político) el que
define la “utilidad” de una herramienta, de un instrumento.
De
todos modos hoy, tan recientes como son, las TICs no dejan de abrir algunos
interrogantes que no se pueden soslayar en un análisis equilibrado. Sólo como
recurso académico permítase diferenciar efectos “positivos” y “negativos”, en
el sentido de “las cosas buenas que posibilita” y “las dudas que se abren”:
Efectos positivos
|
Efectos “negativos” (o cuestionables)
|
Amplía las posibilidades del desarrollo humano integral
|
Son adictivas
|
Facilita la comunicación con familia extensa que esté fuera del alcance físico directo o en el extranjero
|
Afecta la socialización en el entorno familiar
|
Abre grandes posibilidades en el ámbito educativo
|
Pueden servir como distractores (“perder el tiempo”)
|
Ayuda a disminuir aislamiento
|
Se las puede utilizar para fines criminales, como extorsión, redes de tráfico de personas, fomento de la pornografía infantil
|
Se desarrollan nuevas habilidades de manejo electrónico y motricidad
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Los videojuegos puedan contribuir a crear climas culturales de violencia
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Conecta con enorme cantidad de gente
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Pueden contribuir al aislamiento y la retracción, pues obligan a pasar horas y horas en soledad
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En
definitiva, nada de lo encomiable ni de lo despreciable que conoce el ser
humano nace específicamente con las TICs [13] . En todo
caso, como tecnologías que se mueven a una velocidad vertiginosa, potencian
todo, lo “bueno” y lo “malo”, lo hacen más evidente, lo sacan a la luz con una
facilidad antes desconocida. Pero debe quedar claro que ni las diferencias
económico-sociales existentes en la estructura social se deben a ellas –así
como no se deben a ninguna tecnología específicamente, sino que responden al
modo en que se ejercen los poderes–, ni la violencia es su “culpa” (haciendo
entrar allí todo lo que se desee, desde el bullyng a las masacres que cada vez
más regularmente producen “normales” ciudadanos sin explicación aparente).
¿Somos más violentos porque hay una enorme cantidad de videojuegos violentos en
el mercado? La respuesta debe ir más allá de un mecanicismo simplista.
Una
visión alarmista en torno a ellas puede contribuir a no ver su enorme
potencial, que por cierto lo tienen. Ni “diosas” ni “demonios”. De hecho, estas
reflexiones llegan a tu persona por medio de este tipo de medios, y esperamos
fervientemente con esto no contribuir al mantenimiento acrítico de un sistema
injusto sino, todo lo contrario, a cuestionarlo llamando a su transformación.
¿Sirven a ese cometido las TICs entonces?
A
modo de conclusión
·
Desde hace unas tres décadas se vive un proceso de globalización económica,
tecnológica, política y cultural que achicó distancias convirtiendo a todo el
globo terráqueo en un mercado único. Esa sociedad global está basada, cada vez
más, en la acumulación y procesamiento de información y en las nuevas
tecnologías de comunicación, cada vez más rápidas y eficientes.
·
En ese proceso en curso, las modernas tecnologías digitales de la información y
la comunicación (TICs) juegan un papel especialmente importante, en tanto son
el soporte de la nueva economía, una nueva política, una nueva cultura de las
relaciones sociales y científicas.
·
Estas nuevas tecnologías (consistentes, entre otras cosas, en la telefonía
celular móvil, el uso de la computadora personal y la conexión a la red de
internet) permiten a los usuarios una serie de procedimientos que cambian de un
modo especialmente profundo su modo de vida, teniendo así un valor especial,
pues permiten hablar sin duda de un antes y un después de su aparición en la
historia. El mundo que se está edificando a partir de su implementación implica
un cambio trascendente, del que ya se ven las consecuencias, las cuales se
acrecentarán en forma exponencial en un futuro del que no se pueden precisar
lapsos cronológicos, pero que seguramente será muy pronto, dada la velocidad
vertiginosa con que todo ello se está produciendo.
·
El
desarrollo portentoso de estas tecnologías, de momento al menos, no ha servido
para aminorar –mucho menos borrar– asimetrías en orden a la equidad entre los
países más y menos desarrollados en el concierto internacional, así como entre
los grupos socialmente privilegiados y las capas más postergadas a lo interno
de las distintas naciones. Por el contrario, ha estado al servicio de proyectos
políticos que remarcaron las históricas exclusiones socioeconómicas en que se
fundamentan las sociedades, ayudando a concentrar más la riqueza y el poder.
·
Al mismo tiempo, aunque no contribuyeron hasta ahora a terminar con problemas
históricos de la humanidad en orden a las inequidades de base, abren una serie
de posibilidades nuevas desconocidas hasta hace muy poco tiempo, poniendo al
servicio de toda la población herramientas novedosas que, directa o
indirectamente, pueden servir para democratizar los saberes, y
consecuentemente, a la participación ciudadana y al acceso a la toma de
decisiones.
·
El hecho de contar con herramientas que sirven para ampliar el campo de la
comunicación interactiva y el acceso a información útil y valiosa constituye,
en sí mismo, una buena noticia para las grandes mayorías. De todos modos, por
sí mismo la aparición de nuevas tecnologías no cambian las relaciones
estructurales, pero sí pueden ayudar a nuevos niveles de participación y de
acceso a bienes culturales.
·
Si bien hoy día estas tecnologías están incorporadas en numerosos procesos que
tienen que ver con el mundo de la producción, la administración pública y el
comercio en términos generales, en su aplicación masiva en toda la sociedad son
los grupos jóvenes quienes más rápidamente y mejor se han adaptado a ellas,
haciéndose sus principales usuarios.
·
En términos generales son los jóvenes los principales consumidores de estas
tecnologías, estando más familiarizados que nadie con ellas, siendo ellos
mismos capacitadores de sus propios padres y generaciones adultas en general.
·
En estos momentos, reconociendo que hay grandes diferencias entre jóvenes del
Sur y del Norte del mundo, y que además se dan marcadas diferencias entre
jóvenes ricos y pobres dentro de esas categorías Norte-Sur, las tecnologías de
información y comunicación marcan a todos los jóvenes de la actual “aldea
global”; la identidad “ser joven”, hoy por hoy tiene mucho que ver con el uso
de estas herramientas. Sin embargo, hay marcadas diferencias en el modo de uso,
y por tanto, las consecuencias que de ese uso se deriven. Las marcadas
exclusiones sociales que definen la sociedad mundial se siguen haciendo
presente en el aprovechamiento de las TICs. La brecha urbano-rural sigue
crudamente presente, y los sectores históricamente postergados no han cambiado
en lo sustancial con el advenimiento de estas nuevas tecnologías.
·
Aunque las TICs no constituyen por sí mismas una panacea universal, ni una
herramienta milagrosa para el progreso humano, en un mundo globalizado cada vez
más regido por las pautas de la información y la comunicación, pueden ser
importantes instrumentos que contribuyan al mismo. No apropiárselas y
aprovecharlas debidamente coloca a cada individuo y al colectivo social en una
situación de desventaja comparativa en relación a quien sí lo hace. De ahí que,
considerando que son herramientas, pueden servir –y mucho– a un proyecto
transformador.
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Notas
Notas
* En
el desarrollo del presente trabajo usaremos el término TICs para referirnos
específicamente al teléfono celular (o móvil), la computadora, el internet y
los videojuegos.
[1] Crovi,
D. (2002). “ Sociedad de la información y el conocimiento. Entre el optimismo y
la desesperanza”, en Revista mexicana de Ciencias Políticas y Sociales. Año
XLV, núm. 185, mayo-agosto de 2002, Facultad de Ciencias
Políticas y Sociales, UNAM.
[2] Comunicación
hecha por Ramiro Mac Donald, del Departamento de Comunicación Social de la
Universidad Rafael Landívar, en entrevista personal.
[3] http://es.wikipedia.org/wiki/Sistema_digital
[4] Roszak,
Th. (2005). “El culto a la información. Un tratado sobre alta tecnología,
inteligencia artificial y el verdadero arte de pensar”. Barcelona. Ed. Gedisa.
[5] Urresti, M. (2008) “Ciberculturas juveniles”.
Buenos Aires. La Crujía Ediciones.
[6] Annan,
K. (2003). “D iscurso inaugural de la primera fase de la Cumbre Mundial sobre
la Sociedad de la Información, Ginebra.
[7] Crovi,
D. Ídem.
[8] Busaniche,
B. en Murillo García, J.L. (2008) “ Sociedad digital y educación: Mitos sobre
las Nuevas Tecnologías y mercantilización del aula”. Disponible en http://edicionessimbioticas.info/Sociedad-digital-y-educacion-mitos
[9] Sartori,
G. (1997) “Homo videns. La sociedad teledirigida”. Barcelona. Ed. Taurus
[10] Urresti,
M. Ídem.
[11] Estévez,
C. (2006) “La comunicación en el aula y el progreso del conocimiento”, en
Urresti, M.
[12] Naciones
Unidas (2005). World Youth Report 2005. Young People today, and in 2015.
[13] Secundariamente
se podría indicar que el uso de tantos equipos informáticos, con una vida útil
cada vez más corta lo que lleva a su continua sustitución física, va creando
una cantidad de “basura” electrónica nada desdeñable y muy difícil de reciclar.
Esto es un problema derivado que toca al tema de la sostenibilidad ligado, sin
dudas, a toda la problemática juvenil.
Rebelión
ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia
de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras
fuentes.
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