MÉXICO: Congreso
Internacional sobre Pueblos indígenas de América Latina sin Indígenas
Ollantay Itzamná
Posted
on octubre 30, 2013 by Ramon Martinez
En la hospitalaria
ciudad de Oaxaca, los días 28 al 31 de octubre, cerca de 1600 académicos/as e
investigadores indigenistas, provenientes de más de 10 países de América y
Europa, se reunieron en el Primer Congreso Internacional titulado: Los
Pueblos Indígenas de América Latina, siglos XIX-XXI, Avances, Perspectivas y
Retos. El evento fue organizado por el Centro de Investigaciones y Estudios
Superiores en Antropología Social (CIESAS) de México, junto a otra veintena de
instituciones académicas y culturales coorganizadoras.Las y los especialistas
en asuntos indígenas de América Latina, organizados en 156 simposios,
presentaron y debatieron sus avances investigativos en temas como: teorías y
currículas de educación intercultural, decolonialidad y epistemologías del Sur,
migraciones internas e internacionales de indígenas, agendas de pueblos
indígenas, tierra-territorio-agua-bosque, Estado y ciudadanía de pueblos
indígenas, derechos colectivos y gobiernos neoextractivistas, entre otros.
Indígenas en México
En el siglo XVI, los
europeos no pudieron esconder su sorpresa por la cantidad de pueblos
organizados en ciudades en estas tierras. La calidad humana, y el contenido
intelectual y espiritual de estas civilizaciones eran abrumadoramente
superiores a los habitados por el Dios del metal. Pero, la avaricia hizo que
los huéspedes barbudos atacasen a sus hospitalarios anfitriones. Negaron la condición humana de los aborígenes para apropiarse de sus
bienes y convertirlos en sus esclavos.
En los siglos XVI-XVII,
la Corona española organizó infinidad de pueblos indios, con sus respectivas
tierras comunales y ejidales, con la finalidad de mantener reunidos a los
aborígenes para cobrarles el impuesto real, y garantizar mano de obra indígena
para los nuevos hacendados y mineros.
A inicios del siglo XIX,
con la supuesta independencia encabezada por los curas Hidalgo y Morelos, la
esclavitud indígena jurídicamente fue abolida, pero México independiente siguió
dependiendo de los bienes y el sudor indígena.
A inicios del siglo XX,
1910, Emiliano Zapata y Pacho Villa, emprendieron la “emblemática” Revolución
Liberal mexicana con la promesa de modernizar el país. Para ello, la revolución
descuartizó las tierras ejidales y comunales indígenas, y los transfirió, bajo
título individual, a la incipiente burguesía mexicana. Convirtiendo a indígenas
en “mexicanos” sin tierra, y, sobre todo, en “proletarios rurales”.
El argumento fue: la
propiedad privada es la base de la inversión y el progreso. “Indios en tierras
comunales son un estorbo para el desarrollo”. Así les quitaron, no sólo la
tierra, sino también las cuencas hídricas y los bosques.
En este contexto apareció
José Vasconcelos, pedagogo de los liberales para construir la nación mexicana,
con su planteamiento de educar (castellanizar y ladinizar) al indígena para
incluirlos en la nación mexicana. Es decir, “matar culturalmente al indígena,
pero preservarlo biológicamente porque de su fuerza bruta necesita México
oficial”.
En la última década del
siglo XX, las “celebraciones” del quinto centenario de la invasión europea y el
levantamiento zapatista, visibilizaron ante el mundo que los pueblos indígenas
estaban en México sin ser mexicanos. Que el proyecto de la nación y el Estado
mexicano, sin indígenas, había fracasado.
Congreso internacional
sobre pueblos indígenas sin indígenas
En la actualidad, de los
más de 112 millones de habitante que tiene México, más del 10% son indígenas
culturalmente hablando, distribuidos en 65 pueblos originarios. En el Estado de Oaxaca, uno de los tres estados más indígenas del país,
conviven 18 pueblos indígenas, que en su conjunto representan el 34% de la
población total de este Estado.
La acogedora y
costumbrista ciudad de Oaxaca no manifiesta la policromacia cultural de las
ciudades de Guatemala, por decir un ejemplo, pero los rostros, contexturas y
colores de los cuerpos indican que la ciudad es dinamizada por sangre zapoteca
(que es la población indígena mayoritaria) Pero, ni los zapotecos estuvieron presentes
en el Primer Congreso Internacional sobre Pueblos Indígenas de América Latina,
realizado nada menos que en el Instituto Cultural Oaxaca, y financiado por
centros de investigación estatal. ¿Por qué? ¿No existen
investigadores/académicos indígenas en Latinoamérica? ¿Racismo académico?
¿Vergüenza de investigadores indígenas de autoafirmarse como tales? O ¿Será que
Vasconcelos continúa vigente en la educación “intercultural” mexicana y
latinoamericana?
Indigenismo académico en
pleno siglo XXI
Así como para los
liberales (seguidores de Comte, Kant, Darwin, etc.) era imposible ser país
progresista y moderno aceptando a indígenas como ciudadanos/sujetos, así
también la academia mestiza (mono civilizatoria), asume que ontológicamente es
imposible ser indígena y académico al mismo tiempo. Para ser académico o investigador
cualificado (según las categorías occidentales) el o la indígena generalmente
tiene que vender su alma, amputar su lengua y matar su lógica simbólica ritual.
Está demostrado, la educación oficial latinoamericana aún es indigenafóbica y
ladinizante.
Los académicos mestizos
hacen con el indígena lo que la academia occidental hacía con los pensadores
latinoamericanos (en tiempos no remotos), obligarlos a europeizarse para ser
reconocidos como académicos. La academia mestiza asume a los pueblos indígenas
como “menores de edad”, sujetos de su tutela académica.
Por eso, en
pleno siglo XXI, la academia mestiza habla en nombre y/o “a favor” de los
pueblos indígenas. En su ignorancia y limitaciones epistemológicas nos asumen
(a los pueblos indígenas) como objetos de caridad académica. Con esta
actitud intentan aproximarse a la “objetivación” y “subjetivación” francesa,
sin darse cuenta que ya ni los francesitos actuales creen en esa correlación
excluyente de sujeto-objeto de la fallida lógica lineal monodireccional.
Las y los indígenas no
necesitamos de indigenistas, necesitamos de cómplices
El neoliberalismo
globalizado actual, con su discurso multiculturalista y de tolerancia, ya no
sólo se apropia de la Pachamama (Madre Tierra), Sach’amama (Madre Selva) y
Yakumama (Madre Agua) sino también comercializa el patrimonio cultural
simbólico y material de los pueblos. Por eso, bajo el rótulo de
multiculturalismo (que en Mesoamérica aún se confunde con interculturalidad)
folcloriza lo indígena. En ese juego caen
incluso las y los académicos mestizos, creyendo hacer el bien a los pueblos
indígenas.
Las y los indígenas
tenemos suficiente mayoría de edad para hablar por nosotros mismos. Sabemos lo
que somos y cómo estamos. Sabemos lo que no queremos y lo que queremos. Ya no
somos simples “informantes” para el trabajo de la academia occidentalizante. El o
la mestiza, con categorías de comprensión occidental, jamás podrá comprender el
mundo, las aspiraciones y los procesos de los pueblos indígenas. Occidente es
lineal, velos, violento y excluyente. Nosotros somos cíclicos, pausados,
cordiales e incluyentes.
Escuché, en el Congreso
Internacional, críticas duras contra procesos de cambios de los países andinos
como si se tratara de los actuales gobiernos antipopulares europeos, pero los
tiempos de las revoluciones occidentales no son los tiempos de las revoluciones
o pachakutis andinos. Para estudiar y comprender esto se necesitan de
categorías analíticas y de compresión indolatinoamericanas. ¿Cómo hacer
entender esto a académicos fijados en sus categorías mestizas y desconfiados de
lo indígena?
El día que la academia
oficial latinoamericana reconozca en la práctica la coexistencia de las
epistemologías y conocimientos de los pueblos indígenas, ese día habrá
comenzado la liberación de dicha academia que ahora subsiste presa de su
discurso multiculturalista, intentando europeizarse, cuando la Europa lumbrera
ya fue. Nosotros indígenas, hijos e hijas
de la Madre Tierra, hermanados en el pluriverso, no necesitamos de
indigenistas, ni de tutelas. Necesitamos de cómplices. De activistas reflexivos
y de pensadores compañeros que caminen en el polvoriento camino más allá del
asfalto.
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