Una bella mujer dirige el tráfico en Kiev
en el verano de 1947 (foto Robert Capa)
Mikel Itulain
Posted: 11 Oct 2013 06:11 AM PDT
Digo
yo, que no soy comunista, y esto lo tengo más por un defecto que por ningún
acierto, que si te insisten con algo con tanta constancia, con tanta
exageración, con incluso tanto odio, debes pensar que lo que están diciendo
puede ser cierto o no serlo, pues puede haber, debido al modo y frecuencia en
hacerlo, junto a la falta de evidencias claras, algún interés en ello. Me
estoy refiriendo, por si alguien no se aclaraba, a cómo nos han hecho odiar a
un sistema social y político que se llamó el comunismo. Nos lo han enseñado a
odiar y a despreciar en casa, porque a nuestros padres así se lo enseñaron,
aunque nunca estuviesen en la Unión Soviética ni conociesen a nadie que estuviese
allí, nos lo han enseñado, a odiar y a despreciar, en la escuela, en el
instituto y en la propia universidad. Porque se decía que era ineficiente,
brutal, porque perseguía a la religión y a quienes piensan diferente, porque no
permitía la libertad de expresión y por otras tantas cosas que ya uno ni se
acuerda. Es cierto que nos lo han enseñado a odiar, otra cosa es que lo
hayan conseguido. ¿Por qué odiar a un sistema de gobierno que persigue el bienestar
general y que nadie quede desamparado? ¿Por qué rechazar a este y tomar otro
donde solo cuenta el interés personal y el cómo hacerse más rico sin mirar a
los demás? ¿Por qué preferir a este último sistema, el capitalismo, respecto al
primero? Muy desalmado habría de ser uno, ¿no creen?
Bien,
entremos a las acusaciones y comparémoslo con lo que tenemos.
¿Fue ineficiente el comunismo?
Descubrí que los métodos de
eficiencia se usan en la URSS al igual que en los Estados Unidos, aunque con
propósitos diferentes. En los Estados Unidos se le pide al experto en
eficiencia obtener más beneficios para los accionistas, mientras que en la URSS
la eficiencia se utiliza para sacar más producción con el objetivo de abastecer
la demanda de los consumidores, ya que hay un déficit de textiles. El producto
de este incremento de la producción se devuelve a los obreros en forma de
salarios más altos, nuevas maquinarias, más vacaciones, etc. (1)
Esta
explicación tal vez exprese mejor que ninguna otra la diferencia entre una
empresa capitalista y una que no lo es. En la primera, la capitalista, prima el
máximo beneficio para los amos, para los propietarios, a costa de quien sea,
especialmente del propio trabajador, que se convierte en un gasto más a
controlar. En el segundo caso, en el caso comunista, vemos que la empresa
tiene una función que debería tener toda empresa, satisfacer las necesidades de
la gente, tanto por suministrar los productos que la población necesita, como
por preocuparse por las personas que la conforman y la hacen posible, los
trabajadores. Por consiguiente, no es que no fuesen eficientes las
empresas en la antigua Unión Soviética, a la vista está el progreso
económico y técnico experimentado por esta gran nación, sino que la
eficiencia se medía en la satisfacción del conjunto de la población, no en el
de una minoría opulenta y demasiado rica y avariciosa.
Las
empresas en el periodo comunista no eran un completo desorden donde reinaba la
dejadez y la holgazanería.
“La
granja estatal se llevaba como una empresa [norte] americana. Tenía su director, su equipo
directivo, y sus empleados. Los trabajadores de la granja vivían en casas de
apartamentos nuevas, limpias y agradables. Cada familia tenía su propio
apartamento, y si las mujeres trabajaban en el campo había guarderías donde
dejaban a sus hijos”. (2)
En
las granjas colectivas era algo diferente, cada granjero tenía una
participación en los beneficios colectivos y los miembros de esta podían
recibir préstamos a bajo interés del Estado.
Respecto
a la igualdad y a la competencia en la sociedad y el trabajo, los visitantes
ven algo muy claro:
“Y aquí, como en todas partes, había
condecoraciones a la competencia*. Había una muchacha que había ganado una
medalla por su velocidad al recoger el té, y sus manos trabajaban como un
relámpago en las matas, escogiendo las hojas frescas de un verde más claro y
poniéndola en la cesta que acarreaba”.(2)
Esto
es perfectamente entendible, toda sociedad funciona así. De hecho, un incentivo
para la mejora es la competencia. Y en una sociedad que mejoraba económica y
técnicamente a pasos agigantados esto era necesario. Por tanto, el mito de la igualdad como sinónimo de que da igual si lo
haces bien que mal, tiene poco que ver con la Rusia soviética, ahí están sus
resultados. En esto tampoco hay tanta distancia con Estados Unidos, porque este
país progresó también en gran medida gracias a la valoración de la capacidad de
emprender y de trabajar, siendo la competencia uno de sus motores. Luego
vendrían los monopolios, cada vez mayores, que crearon una sociedad
estadounidense muy desigual y desequilibrada, algo que finalmente pasará una
costosa factura que puede poner en el borde del abismo a esa misma sociedad.(3)
Las
condiciones laborales y de vida de los trabajadores eran mejores, algo que en
nuestro mundo no importa, no importa en los medios de comunicación, no importa
en las juntas de accionistas, solo importa que ganen más dinero quienes ya lo
tienen en cantidades para dar y tomar. Una concepción muy materialista de la
vida y de poca humanidad.
Visité
la fábrica “La Rosa Roja” en Leningrado, que es la mayor fábrica textil de
Europa. Fabricaban productos acabados de algodón y algo de lana. En 1930 el
salario promedio en la fábrica era de 93 rublos al mes. En 1935 es de 184, y
muchos obreros ganan bastante más.
Las
mujeres reciben igual salario que los hombres por el mismo trabajo.
Todas
las máquinas peligrosas están protegidas. Algunas máquinas que no habríamos
pensado en proteger en los Estados Unidos (por ejemplo, las poleas de correa
inferiores en la sala de corte) están cubiertas. En la sala de tejido se cubre
la zona donde la lanzadera golpea el interior de la carcasa.
La
comida de un obrero con familia cuesta alrededor de 168 rublos al mes. Los
trabajadores pagan el 10% de su salario por el alquiler. Las cuotas sindicales
representan el 1% de los salarios mensuales. (1)
¿Se
imaginan una sociedad así hoy en la misma España, con incremento del poder
adquisitivo, con un gasto solo del 10 % del sueldo en vivienda? Y eso
trabajando 7 horas al día y 5 días a la semana. Parece un sueño, ¿no?, no
obstante, hay una explicación al aumento del poder adquisitivo y a que la vida
no fuese cara.
El
salario promedio en la Unión Soviética en 1932 era de 108 rublos al mes. En
1933 fue de 198, en 1934 de 217 rublos al mes. En la medida que suben los
salarios, el costo de la vida baja. Antes de la revolución, el salario promedio
era de 27 a 38 rublos al mes. ¡Y hoy el poder adquisitivo del rublo es tres
veces mayor!
¿Cómo
es posible que el costo de la vida descienda mientras los salarios suben? En la
medida que los trabajadores en las fábricas, minas y talleres, sacan más
producción, más y mejores bienes, más riqueza social se produce. Como resultado
del aumento de la producción, más y mejores maquinarias se pueden instalar, y
los salarios se elevan. Y debido a que no hay beneficios y no existen dueños
privados de las fábricas o accionistas, los precios bajan. La producción de las
fábricas se establece para un año determinado a través del Comisariado de la
Industria Ligera, y se basa en las necesidades de las personas del país, en los
materiales que se disponen y en la capacidad de los trabajadores para producir.
El cincuenta por ciento de las riquezas incrementadas se destina cada año al
Fondo de Condiciones de Vida, lo cual se utiliza para seguir mejorando las
condiciones de vivienda y de vida. (1)
No
es difícil de entender, los productos, los bienes, y el dinero que se obtiene
con ellos, no se dedican a especular, se dedican a la producción de
necesidades, a una economía real, a una economía sana con fundamentos reales y
al servicio de las personas. Como en nuestro mundo actual, el del
neoliberalismo, se hace lo contrario, lo que debería ser normal nos resulta
anormal e incluso utópico. Hemos perdido el sentido básico, sensato y real de
la economía y así nos va y nos irá.
En
la empresa en el sistema comunista se piensa en el trabajador como parte de
ella y no en él como en una herramienta para conseguir más beneficios para
otros, que precisamente no trabajan. El trabajador es la empresa en todo el
sentido de la palabra, en hechos y no solo en palabras.
Un
tejedor de seda se ocupa de tres telares como promedio —nunca de seis como
ocurre en los Estados Unidos. El máximo número de telares que un técnico de
reparación se encarga, es de 40 en las fábricas textiles— nunca de 100 como
ocurre aquí. En la sala de corte, cada ayudante realiza las dimensiones para su
propio operario de tejedoras, y se encarga de una sola máquina. En los Estados
Unidos un ayudante se ocupa de tres máquinas. Puedo decir con toda franqueza
que el sistema de stretchout no se usa. Para que puedan entender aquellos que
no están familiarizados con la industria textil debo decir que el stretchout es
un esquema capitalista con el cual una tarea se incrementa con el fin de
obtener la misma cantidad de trabajo mediante el empleo de un menor número de personas
y el pago de menores salarios. (1)
El
no abuso sobre el trabajador, el pensar en el modo en que dicha labor se
realizará en las mejores condiciones, es entender el trabajo como algo digno,
como algo cabal y como algo alejado de la explotación y el sufrimiento, todo
ello innecesario en un lugar de producción mínimamente racional.
Y,
¿del desempleo que padecemos?, esa herramienta de sometimiento de las personas.
¿Cómo se concibe que una persona no pueda acceder a un trabajo como medio de
sustento para sobrevivir? ¿Cómo puede haber al menos 3 de cada 10 personas sin
un empleo, o 5 o 6 de cada 10 jóvenes sin él? ¿Por qué?, ¿a quién beneficia
esto? Vean este enlace para entender como el desempleo se utiliza como arma de
humillación política y económica contra los seres humanos: El desempleo es un
arma política y económica. Imaginen una sociedad sin desempleo, donde
incluso la gente puede cambiar de trabajo sin problemas y no cobrando menos.
Una sociedad donde la gente no viva con el miedo de si va a tener él o ella y
sus hijos algo para comer mañana, si perderá su vivienda porque perderá su
empleo. Se imaginan un lugar donde todo el mundo tiene el sustento garantizado,
no gratis, no por caridad y lástima, sino con dignidad, trabajando. ¿Les parece
otra utopía?
Aquí, como en cualquier parte de la
Unión Soviética, no había desempleo. En el momento que lo desee, un obrero
puede cambiar de puesto de trabajo. Simplemente le dice al supervisor a dónde
quiere ir y le da un preaviso con siete días de anticipación. Entonces se le transfiere a su nuevo puesto de
trabajo sin pérdida de salario. No pude evitar hacer una comparación mental con
la incapacidad de la mayoría de los obreros norteamericanos para mantener su
empleo, ya no hablemos de cambiar de un trabajo a otro sin pérdida de salario.
(1).
Y, ¿en relación a la persecución religiosa?
En
Leningrado me encontré con un antiguo compañero de escuela, Rev. Padre Leopold
Brim, quien había asistido conmigo a la escuela parroquial “Sagrado Corazón” en
New Bedford. Es un sacerdote católico romano, de ascendencia franco-canadiense
como yo, que vive en la Unión Soviética y practica su fe allí. Desde luego
resultaba de gran interés para mí, por el hecho de ser yo un practicante
católico y de haberme encontrado con un amigo de la infancia que era un
sacerdote católico en la Unión Soviética.
Me dijo que el gobierno soviético no
tenía ningunas intenciones de interferir con él o con sus feligreses, ni de
impedir que practicase libremente su religión. Por supuesto que existe mucho
sentimiento antirreligioso entre los obreros, me dijo. Esto es natural, porque,
como me explicó, durante el zarismo la religión fue usada por el capitalismo
para reprimir a los obreros. Desde que los obreros tienen ahora su propio
gobierno y no existe más un gobierno capitalista, la iglesia ha sido separada
del Estado. La religión es ahora lo que debe ser: un asunto personal. Cuando le
pregunté por qué muchas iglesias se han cerrado y han sido usadas para otros
fines, me explicó que la mayoría de la gente que sigue las doctrinas de la
iglesia son personas mayores, y que son muy pocos como para contribuir al
mantenimiento de tantas iglesias y pagar los impuestos de los bienes de la
iglesia. (1)
Esto
yo entiendo que es libertad religiosa, aunque me temo que lo que instituciones
como la Iglesia católica entienden por tal libertad es que el estado les dé
privilegios, que les pague sus sacerdotes, les exima de impuestos y además les
dé prebendas. Y tal cosa, por muy acostumbrados que estemos aquí a tales desafueros,
no es libertad religiosa, sino abuso de la religión, porque la religión no debe
inmiscuirse en la vida política, no debe abusar de los recursos públicos y es
lo que debe ser, un asunto personal, que se debe respetar y que también debe
respetar. No es tan difícil de entender.
El
fenómeno religioso podía verse y vivirse en cualquier rincón de la Unión
Soviética, como en la misma Georgia, el lugar de donde procedía Stalin.
Cuando
descendíamos desde la Iglesia de David, las campanas de la catedral tocaban
violentamente, y entramos. La iglesia era rica y oriental, y sus pinturas
estaban muy negras a causa del incienso y del tiempo. Estaba abarrotada de
gente. El servicio lo oficiaba un anciano, con pelo blanco y una corona de oro,
tan bello que parecía irreal. El anciano recibe el nombre de Catholicus, es el
jefe de la Iglesia de Georgia, y su vestimenta es de hilo de oro. Había gran
majestuosidad en el servicio, y la música del enorme coro era incomparable. El
incienso se elevaba hasta el alto techo de la iglesia, y el sol entraba en ella
y lo iluminaba. (2), (3)
El
tema de la represión, de las matanzas e incluso de los supuestos genocidios en
la Unión Soviética está muy sacado de contexto cuando no inventado en muchos
casos. En realidad, la brutalidad y barbarie era mucho mayor en la época
zarista, y esa brutalidad no ha sido menor, sino todo lo contrario, en las
actuaciones que ha llevado a cabo el poder económico, político y militar de los
Estados Unidos en su país y en el exterior. Tres cuartos de lo mismo podemos
decir de los países europeos o del propio Japón. Por este motivo no vayamos a ver en casa foránea lo
que tenemos en mayor abundancia en la nuestra.
Uno
de los mitos extendidos en su día por la prensa nazi con el fin de justificar
su invasión de los países eslavos, y especialmente de Ucrania, fue el llamado
genocidio ucraniano o Holodomor. En relación a él remito a este informe que
escribí en febrero de este año: La manipulación emocional de la
prensa, el genocidio de Ucrania.
Tampoco
sigamos con las exageraciones de los millones de encarcelados, de los famosos
gulags, atendamos a los datos concretos de la historia. Las investigaciones
llevadas a cabo por historiadores occidentales tras la liberación de los
registros soviéticos reflejan cifras bastantes más modestas, con una población
carcelaria bastante similar a la que hay hoy en día en los Estados Unidos de
América. (4), (5)
Con
la libertad de expresión deberíamos tener un largo debate, pero atendiendo de
nuevo a lo que tenemos en casa, deberemos pensarlo antes de hablar de la del
vecino.
Cuando
se comparan dos sistemas políticos antagónicos como el capitalismo o el comunismo,
se suele admitir que el primero aventaja en algo claramente al segundo, en la
libertad de expresión. Pues se vive en un mundo libre donde cada cual puede
hacer y decir lo que él mismo quiera y decida. Esto queda muy bien a nivel
teórico y mejor como campaña publicitaria, sin embargo, los hechos, la realidad
de los hechos, dice cosas bien diferentes. Así, comenta el historiador
norteamericano Michael Parenti:
“Los
publicistas, eruditos y profesores pueden trabajar libremente en tanto se
mantengan dentro de ciertos parámetros ideológicos. Cuando entran a territorio
prohibido, manifestando o haciendo cosas iconoclastas, experimentan las
restricciones estructurales impuestas a su subcultura profesional por la
jerarquía social más elevada”.(6)
En
el momento que alguien rebasa estos parámetros ideológicos, marcados por los
intereses económicos de la élite en el poder, empieza a tener problemas. Puede
ser demandado judicialmente, pero puede, más comúnmente, ser silenciado, no
dejándole publicar o expresarse en los medios de comunicación de masas que
están férreamente controlados y vigilados por ese poder económico, además
también será atacado y vilipendiado por colegas de profesión a sueldo que le
harán recapacitar sobre su actitud o lo marginarán. Esto es así porque las
corporaciones que dominan la economía en nuestras sociedades tienen también el
poder y control sobre los medios de comunicación y sobre la mayor parte de las
instituciones, incluidas las políticas y las docentes. Ante este panorama difícilmente
se puede hablar de libertad de expresión, ¿no lo creen? (7)
El
comunismo, por muy gris y oscuro que nos lo hayan pintado, no lo veían así
quienes vivían en él, al menos lo cuentan buena parte de aquellos que
estuvieron viviendo en este sistema y ahora sufren otro, el nuestro, el
capitalismo feroz que lo devora todo, el medio ambiente y los seres humanos.
Cuando la gente me pregunta cómo era
crecer detrás del telón de acero en Hungría en los años setenta y ochenta, la
mayoría espera escuchar cuentos de policía secreta, las colas de pan y otras
declaraciones desagradables sobre la vida en un estado de partido único.
Ellos quedan siempre decepcionados
cuando les explico que la realidad era muy diferente, y Hungría comunista,
lejos de ser el infierno en la tierra, era en realidad, más bien un lugar
divertido para vivir. Los comunistas proporcionaban a todos con trabajo
garantizado, buena educación y atención médica gratuita.
Pero quizá lo mejor de todo fue la
sensación primordial de la camaradería, el espíritu que falta en mi adoptada
Gran Bretaña y, de igual forma, cada vez que voy de regreso a la Hungría
actual. (8)
Ciertamente
la solidaridad real, el pensar en los demás, no es la mejor de nuestras
virtudes hoy en día.
Porque
me temo que a muchos de los que critican el comunismo lo que realmente les
molesta es la disminución o la eliminación de las clases sociales y
privilegios.
[…]
Una de las mejores cosas fue la manera en que las oportunidades de ocio y
vacaciones se abrieron a todos. Antes de la Segunda Guerra Mundial, las
vacaciones estaban reservadas para las clases altas y medias. En los inmediatos
años de la posguerra también, la mayoría de los húngaros estaban trabajando muy
duro para reconstruir el país, las vacaciones estaban fuera de cuestión.
En
los años sesenta, como en muchos otros aspectos de la vida, las cosas cambiaron
para mejor. A finales de la década, casi todo el mundo podía permitirse el lujo
de marcharse, gracias a la red de subsidios a sindicatos, empresas y
cooperativas de centros vacacionales.
El gobierno entendió el valor de la
educación y la cultura. Antes de la llegada del comunismo, las oportunidades
para los hijos de los campesinos y la clase obrera urbana, como yo, para
ascender en la escala educativa eran limitadas. Todo eso cambió después de la
guerra. (8)
Cómo
se tiene que sufrir viendo que quienes estaban bajo tu zapato o bastón de mando
se ponen a tu nivel, o mejor dicho, superan claramente tu nivel en todos los
sentidos: humano, intelectual e incluso material. El capitalista no soporta
estas cosas, le dan un mal, le provocan un mal, pueden con su codicia, con su
intolerancia, con su envidia.
Por
este motivo los capitalistas, cuando tuvieron oportunidad, arremetieron contra
este sistema que igualaba en oportunidades a las personas, aunque no las
hiciese iguales, dos cosas bien diferentes.
Cuando
el comunismo en Hungría terminó en 1989, no sólo fui sorprendida, también
estaba entristecida, al igual que muchos otros. Sí, había gente marchando en
contra del gobierno, pero la mayoría de la gente común – yo y mi familia
incluida – no participó en las protestas.
Nuestra voz – la voz de aquellos
cuyas vidas fueron mejoradas por el comunismo – rara vez se escucha cuando se
trata de discusiones sobre cómo era la vida detrás del Telón de Acero. En
cambio, los relatos que se escuchan en el Occidente son casi siempre desde la
perspectiva de emigrantes ricos o los disidentes anti-comunistas con un interés
personal. (8)
En
toda forma de política o de economía hay pros y contras, cosas que están muy
bien y otras que no tanto. En el nuestro, en el capitalismo, hay algunas,
además de las comentadas, que fallan de forma estrepitosa
La
Cultura se consideró como extremadamente importante por el gobierno. Los
comunistas no quieren restringir las cosas buenas de la vida para las clases
altas y medias - lo mejor de la música, la literatura y la danza eran para el
disfrute de todos. Esto significó subvenciones generosas para las
instituciones, incluyendo orquestas, óperas, teatros y cines. Los precios de
las entradas estaban subvencionados por el Estado, por lo que las visitas a la
ópera y el teatro eran asequibles. La programación en la televisión húngara
reflejaba la prioridad del régimen para llevar la cultura a las masas, sin
estupidización. Cuando yo era adolescente, la noche del sábado en prime time
por lo general significaba ver una aventura de Julio Verne, un recital de
poesía, un espectáculo de variedades, una obra de teatro en vivo, o una
sencilla película de Bud Spencer. Veinte años después, la mayor parte de estos
logros han sido destruidos. Las personas ya no tienen estabilidad en el empleo. La pobreza y la delincuencia van en
aumento. Personas de clase trabajadora ya no pueden permitirse el lujo de ir a
la ópera o el teatro. Al igual que en Gran Bretaña, la televisión ha atontado
en un grado preocupante – irónicamente, nunca hemos tenido Gran Hermano bajo el
comunismo, pero lo tenemos hoy. Y lo más triste de todo, el espíritu de
camaradería que una vez se disfrutó casi ha desaparecido. (8)
En
la vida las personas, los acontecimientos o las ideologías no son blanco o
negro, el comunismo no era negro, por muchos libros poco históricos que se
publicaron y se publiquen al respecto. Tenía cosas buenas, muy buenas, y era,
nos guste reconocerlo o no, mucho mejor para los trabajadores, para los que
levantan y mantienen la sociedad. Para
los que viven un poco del cuento, para los que no dan un palo al agua y se
aprovechan de los méritos de las herencias puede que no fuese tan bueno, pero
no por culpa de este sistema, mucho más justo que nuestro capitalismo.
.
Notas:
(1)
William H. Duprey. De como engordé buscando el hambre en la Unión
Soviética.Mancha Obrera, 19.4.13.
(2) John
Steinbeck. Diario de Rusia. Capitan swing libros. 2012.
(3) Mikel
Itulain. Diario de Rusia.
(4) Mario Sousa. Lies concerning the history
of the Soviet Union. NorthStar, 1.6.1998.
(5)
Entrevista al historiador Viktor Zemskov. Todos los muertos de Stalin. La
Vanguardia, 3.6.2001.
(6)
Michael Parenti. La lucha de la cultura. Hiru. 2007.
(7) Mikel Itulain.
No dejemos que el periodismo sea una causa perdida en el mar de los intereses
económicos.
(8) Zsuzsanna Clark. Oppresive and grey? No,
growing up under communism was the happiest time of my life. Daylymail, 17.10.2009.
Cortesía de Sin Tregua
ysiacaso.liquidame@gmail.com
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