NOTA PERSONAL POR
ALVARO CUNHAL
Isabel Monal
Álvaro Cunhal, en su dimensión de
figura destacada del movimiento revolucionario mundial, se me hizo presente con
la eclosión de la Revolución
de los Claveles. Fue con aquellos acontecimientos, los cuales él mismo tanto
contribuyó a desencadenar, que se puso en evidencia su excepcional estatura de
luchador, de analista incisivo y de preclaro conformador de tácticas y
estrategias; un conjunto de méritos que lo catapultó a los primeros planos
internacionales.
Hombre de ideas y político lúcido
anclado en los principios, Cunhal inició sus empeños revolucionarios desde muy
joven. Mostró, a través de su larga trayectoria, la inseparable unidad ‑en las
condiciones de su tierra en aquellos años-, entre la oposición contra el
fascismo y la lucha por el cambio radical más profundo, ambas esenciales en la
búsqueda de una sociedad democrática y socialista. Se trataba de la necesidad de la revolución
antifascista imbricada a una revolución democrática liberadora en camino hacia
el socialismo. El, y el Partido Comunista bajo su dirección, trabajaron por la
unión de fuerzas diversas y se convirtieron en uno de los motores impulsores
tanto de la eclosión de la Revolución
de Abril como de su radicalización posible y necesaria, en particular junto con
los oficiales más avanzados de aquel movimiento.
Su visón sobre aquella experiencia once
años después evidenció una vez más su perspicacia política y de lealtad a los
principios. Supo a lo largo de los años que siguieron a Abril elaborar juicios
profundos y equilibrados sobre el devenir y los resultados de aquel intenso
proceso revolucionario. No dejó de ver siempre sus conquistas y logros, pero
también develó ‑como correspondía y la realidad mostraba-, sus insuficiencias e
indecisiones, los errores de cálculo y las debilidades del proceso como tal.
Sus juicios y valoraciones no dejan de moverse dentro de la lógica del análisis
marxista de clases y de las profundas motivaciones de las diferentes
tendencias, actores y motivaciones. Su ejercicio crítico constituye una
esencial práctica de revolucionario, aquella que Marx reclamaba como propia de
las revoluciones y de los revolucionarios, los cuales vuelven sobre sus
acciones y sobre los procesos para analizarlos críticamente y detectar e
identificar sus desaciertos e insuficiencias.
En una significativa entrevista de 1987
introdujo su escalpelo analítico para ver, con perspicaz visión retrospectiva,
el devenir del proceso de los Claveles. Se trataba de no permitir ni las tergiversaciones
interpretativas o valorativas pero tampoco la equivocada complacencia o el
conformismo. Comprendía que no se podían admitir las deformaciones de los
acontecimientos como aquellas que menospreciaran en su justa medida las
conquistas democráticas alcanzadas o las bases que se lograron sentar a pesar
de que esos logros quedaran alejados de muchas aspiraciones esenciales del
proceso o de que este finalmente se enrumbara por caminos reformistas bajo la
traición socialdemócrata; un descarrío
que no pudieron evitar las fuerzas revolucionaras dentro de las cuales él y su
Partido actuaban. Su interesante criterio en aquella entrevista era que la Revolución , como tal,
no había en realidad terminado, esto es, que aunque muchos de sus objetivos ya
habían sido en gran medida realizados, otros quedaban todavía pendientes en la
agenda transformadora. Defendía la idea de que la revolución estaba viva porque
las conquistas alcanzadas estaban también vivas, como era el caso de la reforma
agraria o la legislación laboral a la que consideraba una de las más
progresistas de la Europa Occidental ;
asimismo destacaba en esta lista, que se contaba con poder local y democrático
y con un movimiento obrero sólidamente organizado. Pero, claro, su penetrante
visión no podía tampoco obviar aquello que se perdía; once años de política
contrarrevolucionaria, insistía, estaban en la mirilla de su análisis, en un
llamado de atención, en un alerta a sus compatriotas para continuar la lucha.
Por eso prevenía que las fuerzas reaccionarias y contrarrevolucionarias estaban
activas y existía el peligro que su acción condujera a la restauración; una
restauración que desembocaría en el acrecentamiento del poder económico y
político de los monopolios y los terratenientes, ligados como estaban, además,
al imperialismo extranjero. Este conjunto analítico suministraba, a su juicio,
elementos para convencerse de la necesidad de mantener las bases
revolucionarias de la organización política, y obligaba, asimismo, al enfoque
realista sobre la condición del país en aquel contexto. Junto con otros muchos
elementos, este tipo de reflexiones permitía mantener los fundamentos
revolucionarios de los militantes y de las masas más concientes. Esos
ejercicios incisivos y multifacéticos, con visión siempre de revolucionario, y
el rico manejo de los matices y contradicciones dialécticas se convertían,
entonces, en factores claves para el desarrollo y profundización de la consciencia
política de las masas en aquellas circunstancias, y dotaban a la organización
política de fundamentos más sólidos y acertados para la conducción de la lucha.
Aquella clarividencia para entender el
mundo en que se vivía –y del que el propio Portugal formaba parte-, junto a
otros factores interpretativos, contribuirían a que tanto él como su Partido no
se dejaran arrastrar por la ola de reformismo y oportunismo que sumergió a una
buena parte de las izquierdas europeas; les permitía, igualmente, no sucumbir a
los falsos cantos de sirena del eurocomunismo. Y lustros después, hasta el
final de su vida, tampoco se dejó encantar por las “nuevas” fórmulas de los
recientes reformismos, algunas de cuyas tendencias llegaron hasta el abandono
puro y simple del marxismo y de toda idea de transformación de la sociedad
capitalista; una tendencia que se acrecentó y profundizó, en particular, con la
caída del socialismo esteuropeo y la desintegración de la URSS. Cunhal no
abandonó al marxismo ni al leninismo, no claudicó ni cayó en el oportunismo
como tantos otros, bajo el pernicioso argumento de supuestamente modernizar la
izquierda, es decir, no enfrentar al imperialismo y no oponerse al capitalismo.
Ante la caída de aquella experiencia
socialista, comprendió que era cuestión de extraer, por el contrario, las
lecciones oportunas, redefinir lo que fuera preciso, pero en todo momento
dentro de los principios y la lealtad revolucionarias.
Esa lealtad a los principios no fue
tampoco, en otro sentido, inhibidor de la necesidad del análisis crítico de la
experiencia soviética y de las causas profundas de su debacle. A ello iba unida
la tesis de que el socialismo soviético no era el único posible para el
ejercicio de la dominación del proletariado, ni tampoco constituyó la forma
única y obligatoria para un Estado socialista. En consecuencia, en su línea
para Portugal, no se trataba en ningún momento de copiar ni a los soviets ni a
las llamadas democracias populares. Estas reflexiones
enlazan con la temática del Estado y la toma del poder político, central para
el marxismo; una temática a la que dedicó estudios, reflexiones y esfuerzos
analíticos, entrelazando la indagación teórica con el estudio de las
condiciones históricas y concretas de su país y el contexto europeo donde ésta
se desarrollaba. Y era lógico este interés, pues como sabemos, fue una temática
central de Marx y Engels, y después de Lenin; el proletariado no podía en
verdad simplemente actuar y ejercer su domino a través de formas y tipos
políticos propios de la burguesía y el capitalismo; pero la gran cuestión, que
se escudriñaba ante los acontecimientos históricos que vivía, era precisamente
llegar a concebir ese nuevo tipo de Estado y de dominación política. Portugal
tendría, sin duda, que ser también creador a partir de su propia historia y
condiciones, sin dejar por ello de extraer las enseñazas pertinentes de otras
experiencias, en particular las europeas. Todo un racimo de problemáticas se entrelazaba
en este caso. Pensar y escudriñar la naturaleza del Estado y de la democracia,
alcanzar la comprensión en profundidad del carácter del Estado burgués, tanto
por su naturaleza como por la política que aplica, he ahí una de las grandes
tareas que se impuso. Sin duda la cuestión del Estado y la toma del poder eran
centrales para la revolución, y la teoría y la praxis estaban obligadas a
enfrentarlas como tal. El marxismo, así, tenía que mantenerse como algo vivo,
no como un conjunto de teorías estáticas y fijadas en el tiempo. Vista de esa
manera, era que la concepción de Marx podría mantenerse como el instrumental de
análisis y de acción transformadora de la realidad social, y, a su vez, enriquecer
constantemente la teoría y adaptarla a las nuevas situaciones y circunstancias.
En la teoría, como sabemos, no sólo resultan importantes las respuestas sino
también las preguntas, las cuestiones que se plantean. Por eso, estas
temáticas, con su conjunto de problemáticas, son un indicio significativo del
trabajo y la elaboración teórica de Cunhal, porque significan un índice de la
comprensión de lo histórico-social, de cómo funcionan y se entrelazan los
factores, cómo se expresa y se movilizan las clases sociales, etc.
Pero cuando Álvaro Cunhal se me hizo
presente en aquella nueva dimensión con la Revolución de los
Claveles, lo hizo también en su proyección de internacionalista, de hombre
íntimamente hermanado con todas las causas justas de la humanidad y de los
oprimidos. Y en aquel momento brilló, junto a las otras figuras revolucionarias
de Abril, como anticolonialista y consecuentemente antiimperialista. Entonces
pudo desplegar en la praxis, con mayor fuerza, la manera de conjugar en un solo
haz unitario la lucha de su pueblo contra el fascismo y el capitalismo con los
afanes anticoloniales y de liberación nacional de los países africanos que
quedaban todavía como viejas posesiones del colonialismo portugués. Conocía
muy bien, y lo había incorporado hasta los tuétanos, aquella enseñanza de
Engels ‑que Marx ratificó y Lenin llevó a un grado más completo de desarrollo-,
de que el pueblo que oprime a otro no podrá él mismo ser libre. Fue así
que mostró su profunda y lúcida comprensión de la dialéctica entre lucha y
cambio social y liberación nacional. En su caso, precisamente, desde las mismas
entrañas de la Metrópoli. La
historia reciente de las antiguas colonias y, en particular, de Angola, no
podría comprenderse sin la acción de los oficiales revolucionarios y de las
fuerzas y dirigentes políticos que contribuyeron a que, al menos en aquel
primer momento, las antiguas colonias pasaran a manos de las fuerzas más
radicales que venían luchando desde hacía años, e impidieron que fueran las
fuerzas pro imperialistas y neocolonialistas quienes se hicieran del poder en
aquellas circunstancias.
Recordar hoy a Alvaro Cunhal, en su
centenario, significa, por todo ello, confirmarnos en nuestras convicciones
revolucionarias de lucha y por un marxismo vivo y creador.
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