12 de octubre, Nada que festejar
08/10/13
Las llamadas
culturas primitivas resultan todavía peligrosas porque no han perdido el
sentido común. Sentido común es también, por extensión natural, sentido
comunitario. Si pertenece a todos el aire, ¿por qué ha de tener dueño la
tierra? Si desde la tierra venimos, y hacia la tierra vamos, ¿acaso no nos mata
cualquier crimen que contra la tierra se comete? La tierra es cuna y sepultura,
madre y compañera. Se le ofrece el primer trago y el primer bocado; se le da
descanso, se la protege de la erosión.
Cinco siglos
de prohibición del arcoíris en el cielo americano
El Descubrimiento: el 12 de octubre de 1492, América descubrió el capitalismo. Cristóbal
Colón, financiado por los reyes de España y los banqueros de Génova, trajo la
novedad a las islas del mar Caribe. En su diario del Descubrimiento, el almirante
escribió 139 veces la palabra oro y 51 veces la palabra Dios o Nuestro Señor.
Él no podía cansar los ojos de ver tanta lindeza en aquellas playas, y el 27 de
noviembre profetizó: Tendrá toda la cristiandad negocio en ellas. Y en eso no
se equivocó. Colón creyó que Haití era Japón y que Cuba era China, y creyó que
los habitantes de China y Japón eran indios de la India; pero en eso no se
equivocó.
Al cabo de
cinco siglos de negocio de toda la cristiandad, ha sido aniquilada una tercera
parte de las selvas americanas, está yerma mucha tierra que fue fértil y más de
la mitad de la población come salteado. Los indios,
víctimas del más gigantesco despojo de la historia universal, siguen sufriendo
la usurpación de los últimos restos de sus tierras, y siguen condenados a la
negación de su identidad diferente. Se les sigue prohibiendo vivir a su modo y
manera, se les sigue negando el derecho de ser. Al principio, el saqueo y el
otrocidio fueron ejecutados en nombre del Dios de los cielos. Ahora se cumplen
en nombre del dios del Progreso.
Sin embargo,
en esa identidad prohibida y despreciada fulguran todavía algunas claves de
otra América posible. América, ciega de racismo, no
las ve.
***
El 12 de octubre de 1492, Cristóbal Colón escribió en
su diario que él quería llevarse algunos indios a España para que aprendan a hablar ("que
deprendan fablar"). Cinco siglos después, el 12 de octubre de 1989, en una
corte de justicia de los Estados Unidos, un indio mixteco fue considerado
retardado mental ("mentally retarded") porque no hablaba
correctamente la lengua castellana. Ladislao Pastrana, mexicano de Oaxaca,
bracero ilegal en los campos de California, iba a ser encerrado de por vida en
un asilo público. Pastrana no se entendía con la intérprete española y el
psicólogo diagnosticó un claro déficit intelectual. Finalmente, los
antropólogos aclararon la situación: Pastrana se expresaba perfectamente en su
lengua, la lengua mixteca, que hablan los indios herederos de una alta cultura
que tiene más de dos mil años de antigüedad.
***
El Paraguay
habla guaraní. Un caso único en la historia universal: la lengua de los indios,
lengua de los vencidos, es el idioma nacional unánime. Y sin embargo, la
mayoría de los paraguayos opina, según las encuestas, que quienes no entienden
español son como animales.
De cada dos
peruanos, uno es indio, y la Constitución de Perú dice que el quechua es un
idioma tan oficial como el español. La Constitución lo dice, pero la realidad
no lo oye. El Perú trata a los indios como África del Sur trata a los negros. El
español es el único idioma que se enseña en las escuelas y el único que
entienden los jueces y los policías y los funcionarios. (El español no
es el único idioma de la televisión, porque la televisión también habla
inglés.) Hace cinco años, los funcionarios del Registro Civil de las Personas,
en la ciudad de Buenos Aires, se negaron a inscribir el nacimiento de un niño.
Los padres, indígenas de la provincia de Jujuy, querían que su hijo se llamara
Qori Wamancha, un nombre de su lengua. El Registro argentino no lo aceptó por
ser nombre extranjero.
Los indios
de las Américas viven exiliados en su propia tierra. El lenguaje no es una
señal de identidad, sino una marca de maldición. No los distingue: los delata.
Cuando un indio renuncia a su lengua, empieza a civilizarse. ¿Empieza a
civilizarse o empieza a suicidarse?
***
Cuando yo
era niño, en las escuelas del Uruguay nos enseñaban que el país se había
salvado del problema indígena gracias a los generales que en el siglo pasado
exterminaron a los últimos charrúas.
El problema
indígena: los primeros americanos,
los verdaderos descubridores de América,
son un problema. Y para que el problema deje de ser un problema, es preciso que
los indios dejen de ser indios. Borrarlos del mapa o borrarles el alma,
aniquilarlos o asimilarlos: el genocidio o el otrocidio.
En diciembre
de 1976, el ministro del Interior del Brasil anunció, triunfal, que el problema
indígena quedará completamente resuelto al final del siglo veinte: todos los
indios estarán, para entonces, debidamente integrados a la sociedad brasileña,
y ya no serán indios. El ministro explicó que el organismo oficialmente
destinado a su protección (FUNAI, Fundacao Nacional do Indio) se encargará de
civilizarlos, o sea: se encargará de desaparecerlos. Las balas, la dinamita, las
ofrendas de comida envenenada, la contaminación de los ríos, la devastación de
los bosques y la difusión de virus y bacterias desconocidos por los indios, han
acompañado la invasión de la Amazonia por las empresas ansiosas de minerales y
madera y todo lo demás. Pero la larga y feroz embestida no ha bastado. La
domesticación de los indios sobrevivientes, que los rescata de la barbarie, es
también un arma imprescindible para despejar de obstáculos el camino de la
conquista.
***
Matar al
indio y salvar al hombre, aconsejaba el piadoso coronel norteamericano Henry
Pratt. Y muchos años después, el novelista peruano Mario Vargas Llosa explica que no
hay más remedio que modernizar a los indios, aunque haya que sacrificar sus
culturas, para salvarlos del hambre y la miseria.
La salvación
condena a los indios a trabajar de sol a sol en minas y plantaciones, a cambio
de jornales que no alcanzan para comprar una lata de comida para perros. Salvar
a los indios también consiste en romper sus refugios comunitarios y arrojarlos
a las canteras de mano de obra barata en la violenta intemperie de las
ciudades, donde cambian de lengua y de nombre y de vestido y terminan siendo
mendigos y borrachos y putas de burdel. O salvar a los indios consiste en
ponerles uniforme y mandarlos, fusil al hombro, a matar a otros indios o a
morir defendiendo al sistema que los niega. Al fin y al cabo, los indios son
buena carne de cañón: de los 25 mil indios norteamericanos enviados a la
segunda guerra mundial, murieron 10 mil.
El 16 de
diciembre de 1492, Colón lo había anunciado en su diario: los indios sirven
para les mandar y les hacer trabajar, sembrar y hacer todo lo que fuere
menester y que hagan villas y se enseñen a andar vestidos y a nuestras
costumbres. Secuestro de los brazos, robo del alma: para nombrar esta
operación, en toda América se usa, desde los tiempos coloniales,
el verbo reducir. El indio salvado es el indio reducido. Se reduce hasta
desaparecer: vaciado de sí, es un no-indio, y es nadie.
***
El shamán de
los indios chamacocos, de Paraguay, canta a las estrellas, a las arañas y a la
loca Totila, que deambula por los bosques y llora. Y canta lo que le cuenta el
martín pescador:
-No sufras
hambre, no sufras sed. Súbete a mis alas y comeremos peces del río y beberemos
el viento.
Y canta lo que le cuenta la neblina:
-Vengo a
cortar la helada, para que tu pueblo no sufra frío.
Y canta lo
que le cuentan los caballos del cielo:
-Ensíllanos
y vamos en busca de la lluvia.
Pero los
misioneros de una secta evangélica han obligado al chamán a dejar sus plumas y
sus sonajas y sus cánticos, por ser cosas del Diablo; y él ya no puede curar
las mordeduras de víboras, ni traer la lluvia en tiempos de sequía, ni volar
sobre la tierra para cantar lo que ve. En una entrevista con Ticio Escobar, el
shamán dice: Dejo de cantar y me enfermo. Mis sueños no saben adónde ir y me
atormentan. Estoy viejo, estoy lastimado. Al final, ¿de qué me sirve renegar de
lo mío?
El shamán lo dice en 1986. En 1614, el arzobispo de Lima había mandado
quemar todas las quenas y demás instrumentos de música de los indios, y había
prohibido todas sus danzas y cantos y ceremonias para que el demonio no pueda
continuar ejerciendo sus engaños. Y en 1625, el oidor de la Real Audiencia de
Guatemala había prohibido las danzas y cantos y ceremonias de los indios, bajo
pena de cien azotes, porque en ellas tienen pacto con los demonios.
***
Para
despojar a los indios de su libertad y de sus bienes, se despoja a los indios
de sus símbolos de identidad. Se les prohíbe cantar y danzar y soñar a sus
dioses, aunque ellos habían sido por sus dioses cantados y danzados y soñados
en el lejano día de la Creación. Desde los
frailes y funcionarios del reino colonial, hasta los misioneros de las sectas
norteamericanas que hoy proliferan en América Latina, se crucifica a los indios
en nombre de Cristo: para salvarlos del infierno, hay que evangelizar a los
paganos idólatras. Se usa al Dios de los cristianos como coartada para el saqueo.
El arzobispo
Desmond Tutu se refiere al África, pero también vale para América:
-Vinieron. Ellos tenían la Biblia y nosotros teníamos la tierra. Y nos dijeron: "Cierren los ojos y recen". Y cuando abrimos los ojos, ellos tenían la tierra y nosotros teníamos la Biblia.
***
Los doctores
del Estado moderno, en cambio, prefieren la coartada de la ilustración: para
salvarlos de las tinieblas, hay que civilizar a los bárbaros ignorantes. Antes
y ahora, el racismo convierte al despojo colonial en un acto de justicia. El
colonizado es un sub-hombre, capaz de superstición pero incapaz de religión,
capaz de folclore pero incapaz de cultura: el sub-hombre merece trato
subhumano, y su escaso valor corresponde al bajo precio de los frutos de su
trabajo. El racismo legitima la rapiña colonial y neocolonial, todo a lo largo
de los siglos y de los diversos niveles de sus humillaciones sucesivas.
América Latina trata a sus indios como las grandes potencias tratan a América Latina.
***
Gabriel
René-Moreno fue el más prestigioso historiador boliviano del siglo pasado. Una
de las universidades de Bolivia lleva su nombre en nuestros días. Este prócer
de la cultura nacional creía que los indios son asnos, que generan mulos cuando
se cruzan con la raza blanca. Él había pesado el cerebro indígena y el cerebro
mestizo, que según su balanza pesaban entre cinco, siete y diez onzas menos que
el cerebro de raza blanca, y por tanto los consideraba celularmente incapaces
de concebir la libertad republicana.
El peruano
Ricardo Palma, contemporáneo y colega de Gabriel René-Moreno, escribió que los
indios son una raza abyecta y degenerada. Y el argentino Domingo Faustino
Sarmiento elogiaba así la larga lucha de los indios araucanos por su libertad:
Son más indómitos, lo que quiere decir: animales más reacios, menos aptos para
la Civilización y la asimilación europea.
El más feroz
racismo de la historia latinoamericana se encuentra en las palabras de los
intelectuales más célebres y celebrados de fines del siglo diecinueve y en los
actos de los políticos liberales que fundaron el Estado moderno. A veces, ellos
eran indios de origen, como Porfirio Díaz, autor de la modernización
capitalista de México, que prohibió a los indios caminar por las calles
principales y sentarse en las plazas públicas si no cambiaban los calzones de
algodón por el pantalón europeo y los huaraches por zapatos.
Eran los
tiempos de la articulación al mercado mundial regido por el Imperio Británico,
y el desprecio científico por los indios otorgaba impunidad al robo de sus
tierras y de sus brazos.
El mercado
exigía café, pongamos el caso, y el café exigía más tierras y más brazos.
Entonces, pongamos por caso, el presidente liberal de Guatemala, Justo Rufino
Barrios, hombre de progreso, restablecía el trabajo forzado de la época
colonial y regalaba a sus amigos tierras de indios y peones indios en cantidad.
***
El racismo
se expresa con más ciega ferocidad en países como Guatemala, donde los indios
siguen siendo porfiada mayoría a pesar de las frecuentes oleadas
exterminadoras.
En nuestros
días, no hay mano de obra peor pagada: los indios mayas reciben 65 centavos de dólar por
cortar un quintal de café o de algodón o una tonelada de caña. Los indios no
pueden ni plantar maíz sin permiso militar y no pueden moverse sin permiso de
trabajo. El ejército organiza el reclutamiento masivo de brazos para las
siembras y cosechas de exportación. En las plantaciones, se usan pesticidas
cincuenta veces más tóxicos que el máximo tolerable; la leche de las madres es
la más contaminada del mundo occidental. Rigoberta Menchú: su hermano menor,
Felipe, y su mejor amiga, María, murieron en la infancia, por causa de los
pesticidas rociados desde las avionetas. Felipe murió trabajando en el café.
María, en el algodón. A machete y bala, el ejército acabó después con todo el
resto de la familia de Rigoberta y con todos los demás miembros de su
comunidad. Ella sobrevivió para contarlo.
Con alegre
impunidad, se reconoce oficialmente que han sido borradas del mapa 440 aldeas
indígenas entre 1981 y 1983, a lo largo de una campaña de aniquilación más
extensa, que asesinó o desapareció a muchos miles de hombres y de mujeres. La
limpieza de la sierra, plan de tierra arrasada, cobró también las vidas de una
incontable cantidad de niños. Los militares guatemaltecos tienen la certeza de
que el virus de la rebelión se transmite por los genes.
Una raza inferior,
condenada al vicio y a la holgazanería, incapaz de orden y progreso, ¿merece
mejor suerte? La violencia institucional, el terrorismo de Estado, se ocupa de
despejar las dudas. Los conquistadores ya no usan caparazones de hierro, sino
que visten uniformes de la guerra de Vietnam. Y no tienen piel blanca: son
mestizos avergonzados de su sangre o indios enrolados a la fuerza y obligados a
cometer crímenes que los suicidan. Guatemala desprecia a los indios, Guatemala
se autodesprecia.
Esta raza
inferior había descubierto la cifra cero, mil años antes de que los matemáticos
europeos supieran que existía. Y habían conocido la edad del universo, con
asombrosa precisión, mil años antes que los astrónomos de nuestro tiempo.
Los mayas siguen siendo viajeros del tiempo:
¿Qué es un hombre en el camino? Tiempo.
Ellos
ignoraban que el tiempo es dinero, como nos reveló Henry Ford. El tiempo,
fundador del espacio, les parece sagrado, como sagrados son su hija, la tierra,
y su hijo, el ser humano: como la tierra, como la gente, el tiempo no se puede
comprar ni vender. La Civilización sigue haciendo lo posible por sacarlos del
error.
***
¿Civilización?
La historia cambia según la voz que la cuenta. En América, en Europa o en
cualquier otra parte. Lo que para los romanos fue la invasión de los bárbaros,
para los alemanes fue la emigración al sur.
No es la voz
de los indios la que ha contado, hasta ahora, la historia de América. En las
vísperas de la conquista española, un profeta maya, que fue boca de los dioses,
había anunciado: Al terminar la codicia, se desatará la cara, se desatarán las
manos, se desatarán los pies del mundo. Y cuando se desate la boca, ¿qué dirá?
¿Qué dirá la otra voz, la jamás escuchada? Desde el punto de vista de los
vencedores, que hasta ahora ha sido el punto de vista único, las costumbres de
los indios han confirmado siempre su posesión demoníaca o su inferioridad
biológica. Así fue desde los primeros tiempos de la vida colonial:
¿Se suicidan
los indios de las islas del mar Caribe, por negarse al trabajo esclavo? Porque
son holgazanes.
¿Andan desnudos,
como si todo el cuerpo fuera cara? Porque los salvajes no tienen vergüenza.
¿Ignoran el derecho de propiedad, y comparten todo, y carecen de afán de riqueza? Porque son más parientes del mono que del hombre.
¿Se bañan con sospechosa frecuencia? Porque se parecen a los herejes de la secta de Mahoma, que bien arden en los fuegos de la Inquisición.
¿Jamás golpean a los niños, y los dejan andar libres? Porque son incapaces de castigo ni doctrina.
¿Creen en los sueños, y obedecen a sus voces? Por influencia de Satán o por pura estupidez.
¿Comen cuando tienen hambre, y no cuando es hora de comer? Porque son incapaces de dominar sus instintos.
¿Aman cuando sienten deseo? Porque el demonio los induce a repetir el pecado original.
¿Es libre la homosexualidad? ¿La virginidad no tiene importancia alguna? Porque viven en la antesala del infierno.
***
En 1523, el
cacique Nicaragua preguntó a los conquistadores:
-Y al rey de ustedes, ¿quién lo eligió?
-Y al rey de ustedes, ¿quién lo eligió?
El cacique
había sido elegido por los ancianos de las comunidades. ¿Había sido el rey de
Castilla elegido por los ancianos de sus comunidades? La América precolombina era vasta
y diversa, y contenía modos de democracia que Europa no supo ver, y que el mundo
ignora todavía. Reducir la realidad indígena americana al despotismo de los
emperadores incas, o a las prácticas sanguinarias de la dinastía azteca,
equivale a reducir la realidad de la Europa renacentista a la tiranía de sus
monarcas o a las siniestras ceremonias de la Inquisición.
En la
tradición guaraní, por ejemplo, los caciques se eligen en asambleas de hombres
y mujeres -y las asambleas los destituyen si no cumplen el mandato colectivo. En
la tradición iroquesa, hombres y mujeres gobiernan en pie de igualdad. Los
jefes son hombres; pero son las mujeres quienes los ponen y deponen y ellas
tienen poder de decisión, desde el Consejo de Matronas, sobre muchos asuntos
fundamentales de la confederación entera. Allá por el año 1600, cuando
los hombres iroqueses se lanzaron a guerrear por su cuenta, las mujeres
hicieron huelga de amores. Y al poco tiempo los hombres, obligados a dormir
solos, se sometieron al gobierno compartido.
***
En 1919, el
jefe militar de Panamá en las islas de San Blas, anunció su triunfo:
-Las indias
kunas ya no vestirán molas, sino vestidos civilizados.
Y anunció
que las indias nunca se pintarían la nariz sino las mejillas, como debe ser, y
que nunca más llevarían aros en la nariz, sino en las orejas. Como debe ser.
Setenta años
después de aquel canto de gallo, las indias kunas de nuestros días siguen
luciendo sus aros de oro en la nariz pintada, y siguen vistiendo sus molas,
hechas de muchas telas de colores que se cruzan con siempre asombrosa capacidad
de imaginación y de belleza: visten sus molas en la vida y con ella se hunden
en la tierra, cuando llega la muerte.
En 1989, en
vísperas de la invasión norteamericana, el general Manuel Noriega aseguró que
Panamá era un país respetuoso de los derechos humanos:
-No somos una tribu -aseguró el general.
***
Las técnicas
arcaicas, en manos de las comunidades, habían hecho fértiles los desiertos en
la cordillera de los Andes. Las tecnologías modernas, en manos del latifundio
privado de exportación, están convirtiendo en desiertos las tierras fértiles en
los Andes y en todas partes.
Resultaría
absurdo retroceder cinco siglos en las técnicas de producción; pero no menos
absurdo es ignorar las catástrofes de un sistema que exprime a los hombres y
arrasa los bosques y viola la tierra y envenena los ríos para arrancar la mayor
ganancia en el plazo menos. ¿No es absurdo sacrificar a la naturaleza y a la
gente en los altares del mercado internacional? En ese absurdo vivimos; y lo
aceptamos como si fuera nuestro único destino posible.
Las llamadas
culturas primitivas resultan todavía peligrosas porque no han perdido el
sentido común. Sentido común es también, por extensión natural, sentido
comunitario. Si pertenece a todos el aire, ¿por qué ha de tener dueño la
tierra? Si desde la tierra venimos, y hacia la tierra vamos, ¿acaso no nos mata
cualquier crimen que contra la tierra se comete? La tierra es cuna y sepultura,
madre y compañera. Se le ofrece el primer trago y el primer bocado; se le da
descanso, se la protege de la erosión.
Es sistema
desprecia lo que ignora, porque ignora lo que teme conocer. El racismo es
también una máscara del miedo.
¿Qué sabemos
de las culturas indígenas? Lo que nos han contado las películas del Fas West. Y
de las culturas africanas, ¿qué sabemos? Lo que nos ha contado el profesor
Tarzán, que nunca estuvo.
Dice un
poeta del interior de Bahía: Primero me robaron del África. Después robaron el
África de mí.
La memoria
de América ha sido mutilada por el racismo. Seguimos actuando como si fuéramos
hijos de Europa, y de nadie más.
***
A fines del
siglo pasado, un médico inglés, John Down, identificó el síndrome que hoy lleva
su nombre. Él creyó que la alteración de los cromosomas implicaba un regreso a
las razas inferiores, que generaba mongolian idiots, negroid idiots y aztec
idiots.
Simultáneamente,
un médico italiano, Cesare Lombrosos, atribuyó al criminal nato los rasgos
físicos de los negros y de los indios.
Por
entonces, cobró base científica la sospecha de que los indios y los negros son
proclives, por naturaleza, al crimen y a la debilidad mental. Los indios y los
negros, tradicionales instrumentos de trabajo, vienen siendo también desde
entonces, objetos de ciencia.
En la misma
época de Lombroso y Down, un médico brasileño, Raimundo Nina Rodrigues, se puso
a estudiar el problema negro. Nina Rodrigues, que era mulato, llegó a la
conclusión de que la mezcla de sangres perpetúa los caracteres de las razas
inferiores, y que por tanto la raza negra en el Brasil ha de constituir siempre
uno de los factores de nuestra inferioridad como pueblo. Este médico psiquiatra
fue el primer investigador de la cultura brasileña de origen africano. La
estudió como caso clínico: las religiones negras, como patología; los trances,
como manifestaciones de histeria.
Poco
después, un médico argentino, el socialista José Ingenieros, escribió que los
negros, oprobiosa escoria de la raza humana, están más próximos de los monos
antropoides que de los blancos civilizados. Y para demostrar su irremediable
inferioridad, Ingenieros comprobaba: Los negros no tienen ideas religiosas.
En realidad,
las ideas religiosas habían atravesado la mar, junto a los esclavos, en los
navíos negreros. Una prueba de obstinación de la dignidad humana: a las costas
americanas solamente llegaron los dioses del amor y de la guerra. En cambio,
los dioses de la fecundidad, que hubieran multiplicado las cosechas y los
esclavos del amo, se cayeron al agua.
Los dioses
peleones y enamorados que completaron la travesía, tuvieron que disfrazarse de
santos blancos, para sobrevivir y ayudar a sobrevivir a los millones de hombres
y mujeres violentamente arrancados del África y vendidos como cosas. Ogum, dios
del hierro, se hizo pasar por san Jorge o san Antonio o san Miguel, Shangó, con
todos sus truenos y sus fuegos, se convirtió en santa Bárbara. Obatalá fue
Jesucristo y Oshún, la divinidad de las aguas dulces, fue la Virgen de la
Candelaria...
Dioses
prohibidos. En las colonias españolas y portuguesas y en todas las demás: en
las islas inglesas del Caribe, después de la abolición de la esclavitud se
siguió prohibiendo tocar tambores o sonar vientos al modo africano, y se siguió
penando con cárcel la simple tenencia de una imagen de cualquier dios africano.
Dioses prohibidos, porque peligrosamente exaltan las pasiones humanas, y en
ellas encarnan. Friedrich Nietzsche dijo una vez:
-Yo sólo
podría creer en un dios que sepa danzar.
Como José
Ingenieros, Nietzsche no conocía a los dioses africanos. Si los hubiera
conocido, quizá hubiera creído en ellos. Y quizá hubiera cambiado algunas de
sus ideas. José Ingenieros, quién sabe.
***
La piel
oscura delata incorregibles defectos de fábrica. Así, la tremenda desigualdad
social, que es también racial, encuentra su coartada en las taras hereditarias.
Lo había observado Humboldt hace doscientos años, y en toda América sigue
siendo así: la pirámide de las clases sociales es oscura en la base y clara en
la cúspide. En el Brasil, por ejemplo, la democracia racial consiste en que los
más blancos están arriba y los más negros abajo. James Baldwin, sobre los
negros en Estados Unidos:
-Cuando
dejamos Mississippi y vinimos al Norte, no encontramos la libertad.
Encontramos
los peores lugares en el mercado de trabajo; y en ellos estamos todavía.
***
Un indio del
Norte argentino, Asunción Ontíveros Yulquila, evoca hoy el trauma que marcó su
infancia:
-Las personas buenas y lindas eran las que se parecían a Jesús y a la Virgen.
Pero mi
padre y mi madre no se parecían para nada a las imágenes de Jesús y la Virgen
María que yo veía en la iglesia de Abra Pampa.
La cara
propia es un error de la naturaleza. La cultura propia, una prueba de
ignorancia o una culpa que expiar. Civilizar es corregir.
***
El fatalismo
biológico, estigma de las razas inferiores congénitamente condenadas a la
indolencia y a la violencia y a la miseria, no sólo nos impide ver las causas
reales de nuestra desventura histórica. Además, el racismo nos impide conocer,
o reconocer, ciertos valores fundamentales que las culturas despreciadas han
podido milagrosamente perpetuar y que en ellas encarnan todavía, mal que bien,
a pesar de los siglos de persecución, humillación y degradación. Esos valores
fundamentales no son objetos de museo. Son factores de historia,
imprescindibles para nuestra imprescindible invención de una América sin
mandones ni mandados. Esos valores acusan al sistema que los niega.
***
Hace algún
tiempo, el sacerdote español Ignacio Ellacuría me dijo que le resultaba absurdo
eso del Descubrimiento de América. El opresor es incapaz de
descubrir, me dijo:
-Es el oprimido el que descubre al opresor.
Él creía que
el opresor ni siquiera puede descubrirse a sí mismo. La verdadera realidad del
opresor sólo se puede ver desde el oprimido.
Ignacio
Ellacuría fue acribillado a balazos, por creer en esa imperdonable capacidad de
revelación y por compartir los riesgos de la fe en su poder de profecía.
¿Lo
asesinaron los militares de El Salvador, o lo asesinó un sistema que no puede
tolerar la mirada que lo delata?
Tomado de:
Eduardo Galeano, Ser como ellos y otros artículos, Siglo Veintiuno Editores,
México, 1992.
Rebelión
No hay comentarios:
Publicar un comentario