12
de octubre: El genocidio continúa
Bernandino García
12-10-2013
La
historia indígena que relatan los españoles y algunos intelectuales blancos
tiene con frecuencia un vacío insalvable. En su mayoría nunca vivieron con las
comunidades originarias que sobrevivieron al holocausto americano. Una cosa es
el papel de libro, y otra muy distinta las aldeas, la selva, los bosques secos
y el barro. Solo cuando papel y vivencia se complementan es más fácil entender
y sobre todo sentir lo que sucedió a partir del 12 de octubre de 1492, y que
sigue ocurriendo hoy, a varios siglos de distancia.
En América no solo existieron los Incas, Aztecas y Mayas.
Hubo y siguen sobreviviendo centenares de grupos indígenas. Sus territorios, al
igual que los de cualquier otro grupo humano, variaban de acuerdo a sus
necesidades, culturas, y capacidad de ataque y defensa.
Los
Incas y los Mayas desplegaban estrategias de cadena alimenticia corta, algo
bastante parecido a lo que hacemos en nuestras actuales culturas agrícolas.
Transformaban ecosistemas naturales con gran biodiversidad en zonas de cultivo
o cría de animales, y con sus excedentes alimentaron notables revoluciones
urbanas y culturales.
Hoy sabemos que muchas de esas culturas de cadena corta,
como la Maya con su milpa, sufrieron graves crisis por causa del monocultivo y
del exceso de civilización.
Es erróneo y simplista asumir que estas culturas indígenas
más complejas (y por lo tanto más similares a las europeas) eran dominantes o
exitosas.
Territorialmente había más superficie ocupada por grupos
cazadores y recolectores que por agricultores andinos.
América
era un mosaico de ecosistemas sobre los cuales se expandían y retraían
innumerables etnias que definían, a su vez, un cambiante y rico mosaico
cultural.
Podemos afirmar que en la mayor parte del continente
americano dominaron territorialmente los grupos indígenas que practicaban la
estrategia de cadenas alimenticias largas con agricultura de subsistencia. Eran cazadores, pescadores y
recolectores, y lo siguen siendo hoy. A diferencia de los indígenas
agricultores y ganaderos de la zona andina y de la América Central estos
recolectores utilizaban innumerables especies que obtenían de amplios
territorios.
Una
comunidad Mbya Guaraní con medio centenar de personas, por ejemplo, recorre un
territorio vital superior a las 6.500 hectáreas. Allí recogen y emplean 150
especies de plantas medicinales, 7 tipos de miel, más de 200 especies como
alimento, y reconocen 230 especies de aves. En general los cazadores y
recolectores ocupaban territorios que defendían con bravura, pero sin
poseerlos.
En lugar de construir propiedades fijas e inviolables
habitaban territorios temporarios. Cuando faltaba el agua o los alimentos, o el
sacerdote soñaba que era preciso irse, la comunidad migraba y se instalaba por
muchos años en un nuevo territorio. El sitio abandonado era recompuesto por el
propio ecosistema, y se diluía con el tiempo el impacto que había producido la
comunidad.
Esta
ocupación sin posesión le resulta extraña a las culturas occidentales e incluso
orientales. Es sin embargo un rasgo muy común entre los grupos recolectores en
agricultura deliberadamente limitada. No se apropiaban de la tierra, ni dejaban
las enormes huellas culturales que sí construían Mayas e Incas (y blancos
europeos). Vivían y guerreaban, como todo grupo humano, pero sin reemplazar los
ricos ambientes nativos por ciudades y cultivos. Simplemente se integraban a
los pulsos ambientales, algo que los Incas y Mayas, por ejemplo, fueron
perdiendo a medida que se volvían más civilizados.
Decir
que los españoles llegaron a un continente virgen, como afirman algunos
autores, es desconocer la realidad indígena anterior al siglo XV. América era
un mosaico de ecosistemas naturales ocupados por mosaicos de culturas humanas.
Mucho antes de que arribaran los españoles la mayoría de los lugares tenía nombre
e historia. Que los Mbya Guaraní no construyeran grandes ciudades ni largos
caminos empedrados no significa que la selva donde vivían fuese virgen. Esa
selva era tan humana en su biodiversidad como una ciudad de Castilla llena de
edificios y pobre en árboles, solo que unos y otros tenían distinta estrategia
de vida, y vivían por lo tanto en ambientes muy diferentes.
Lo
trágico sin embargo es que las estrategias de cadena alimenticia larga,
dominantes en la América precolombina, son más sostenibles a largo plazo que
las estrategias de cadena corta que empezaron a practicar los Incas hace muchos
siglos, y que trajeron desde Europa los españoles y otros invasores recientes.
Mientras
los cazadores y recolectores enfrentan las crisis y los sufrimientos a corto
plazo, lo que es casi inevitable en culturas sin excedentes agrícolas, las
civilizaciones construidas en base a las cadenas alimenticias cortas, como las
nuestras, trasladan los sufrimientos y crisis acumulados al mediano y largo
plazo. Para conservar nuestra forma de vida consumista no titubeamos en arruinarles
el futuro a nuestros nietos.
Lo
irónico es que nosotros, con una estrategia de vida rimbombante, barroca y poco
adaptada, estamos exterminando culturas que repiten el modo de vida cazador y
recolector que le permitió a nuestros antepasados no agricultores vivir
exitosamente durante más de 150.000 años.
Americanos
originarios y europeos, por nombrarlos con cierta identidad, eran mosaicos de
poblaciones experimentales generalmente guerreras y agresivas que se
enfrentaron desigualmente a lo largo de varios siglos. El experimento Europeo
traía armas más poderosas y enfermedades más mortíferas que las existentes
entonces en el experimento americano.
Primero
se vino para sacar todo lo que era valioso en las culturas europeas, y luego se
empezaron a destruir los ambientes nativos, donde predominaban culturas
indígenas de cadena alimentaria larga, para establecer cultivos y campos
ganaderos, y por lo tanto la controvertida cadena alimenticia corta. Esto continúa
todavía. En este mismo momento los blancos y su soja destierran a fuerza de
policía y jueces territorios ancestrales. Quien crea que la guerra de
estrategias terminó está equivocado. Hace 43 días que 60 niños, 40 mujeres y
200 adultos Mbya Guaraní están concentrados en la plaza 9 de Julio de Posadas,
en Misiones, para que los reciba el gobernador, y les reconozca sus derechos.
Al 12 de octubre todavía no los había recibido. Más de cinco siglos después del
primer viaje de Cristóbal Colón este blanco gobernador sigue actuando como un
conquistador del siglo XV.
En
América no hubo un contacto pacífico de culturas sino un largo, sangriento y
cruel genocidio que todavía continúa. Pontificar desde los libros de letras
blancas que más allá de los excesos cometidos el balance fue "altamente
positivo", como lo indicó algún historiador, es una cachetada soberbia e
insoportable para los pueblos indígenas. León Cadogan se horrorizaría
de estos discursos urbanos e intelectuales emitidos por quienes hablan de
indígenas sin haber vivido con ellos, y que no saben de trampas mondé ni de
territorios vivientes, y que ni siquiera oyeron las plegarias antiguas y
selváticas en un Opy (2).
Después
de años de mansos festejos el 12 de octubre entró en crisis. Ahora es un mes de
recriminaciones y alegatos. Hace unos días las palabras más sinceras pero
inaceptables vinieron de un cónsul español. Fiel a sus antepasados
conquistadores reivindicó indirectamente las matanzas y el reemplazo sangriento
de una cultura por otra. Otros discursos en cambio se dedicaron a
comparar Incas o Aztecas con españoles, olvidando que la mayor parte de los
pueblos indígenas no pertenecieron a esos grupos. Siempre fue más fácil hacer
comparaciones que hablar de los genocidios actuales. Valorar los orígenes
europeos no justifica sus atrocidades. Muchos de nosotros somos descendientes
de sucesivos invasores europeos, tan blancos como aquellos que hace siglo y
medio asesinaban a indígenas por un sueldo, y luego ensartaban sus testículos
en un alambre.
Hace
falta decirlo en voz alta, el genocidio no terminó, sigue tan cruel como antes
aunque ya no tenga olor a pólvora. Por eso nos duelen los enfoques mezquinos
que ni siquiera mencionan el riquísimo universo cultural y místico de los
pueblos originarios. De esas comunidades que siguen viviendo con cadenas
alimenticias largas y cultivos de subsistencia pese al desmonte y las
motosierras.
Hoy
los genocidas se llaman Benetton en la Patagonia, Moconá Forestal S.A. en
Misiones, y soja en Santiago del Estero, Chaco, Formosa y Salta. Tienen
cómplices gubernamentales, y cómplices por ignorancia (aquellos que no saben lo
que sucede). El 12 de octubre, sin embargo, es apenas una fecha blanca. Lo más
importante son los 365 días humanos que tiene cada año. Porque de eso se trata.
Tras
siglos de ultrajes y matanzas lo mínimo que puede hacer la sociedad blanca es
reconocer a los indígenas el derecho que tienen a recuperar sus territorios y a
vivir de acuerdo a sus costumbres, algo que por otra parte exige el Convenio
169 de la Organización Internacional del Trabajo.
He
vivido en la selva y en la comunidad de Tekoa Yma donde aprendí que ningún ser
humano tiene la verdad de la vida. Solo trozos, fragmentos.
La verdadera sabiduría no está en conocer o tener lo más
posible, sino lo necesario para ser feliz. ¿Podremos aprender a
vivir sin dejar huellas indelebles? ¿Asumiremos alguna vez que somos un país
interétnico, y que todos tenemos los mismos derechos?. Quiero creer que sí.
(1)
Biólogo, Presidente de FUNAM y Profesor en la UNC. Premio Nobel Alternativo
2004.
(2)
Templo en lengua Mbya
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