A propósito de las olas y tsunamis de la
emancipación en América Latina
23
AGOSTO 2013
En
el momento de cumplirse 500 años del inicio de una aventura que dio como
resultado la constitución del primer sistema-mundo de dimensión planetaria; a
500 años del inicio del mayor genocidio conocido en la historia de la
humanidad, la calma provocada por el vaciamiento de sentidos que llegó con el neoliberalismo y
el llamado fin de la historia empezó a verse perturbada por rebeliones
pequeñitas, variadas, humildes y silenciosas pero imperturbables, que salían de
los subterráneos mostrando las huellas de una larga resistencia a la opresión.
Hace
un poco más de 500 años América nació como el nudo conflictivo desde donde se
fraguaba la globalidad capitalista. Una globalidad que surgía de la combinación
de lo diverso, negándolo y sometiéndolo pero nutriéndose de su versatilidad.
Una globalidad hegemonizada que derramaba tragedias. La globalidad de la guerra
infinita, de las muertes inocentes, del saqueo y la depredación. La globalidad
del pensamiento único, de la modernidad y la occidentalización, la globalidad
del blanqueamiento.
El
libro que nos ofrece Hugo Moldiz relata una larga historia de luchas con tres
momentos centrales, que aluden a las distintas modalidades de colonización o
sometimiento que se implantan en las tierras del Abya Yala, en las tierras de
los mayas, taínos, mexicas, incas y tantos otros pueblos arrasados, aunque no
borrados. Modalidades de colonización que alimentan un proceso largo de
acumulación, desposesión y lucha en el que el sujeto hegemónico se transforma y
cambia incluso de centro geográfico.
“La hegemonía se estructuró sobre una política de
exterminio” nos
dice Moldiz, “…es completamente falso que los indígenas se rindieron rápidamente
por una mezcla de temor y admiración”.
Las
luchas de resistencia a la invasión, a la Conquista, al genocidio étnico, al
arrasamiento cultural y territorial no han parado desde hace ya más de 500
años, pasando por las guerras de Independencia,
que además de dar lugar en muchos casos a una nueva institucionalidad,
jurídicamente descolonizada, fueron un escenario continuado de las guerras por
una descolonización integral. Tanto los pueblos originarios de esta región
del mundo como los pueblos implantados acá provenientes de otras,
mayoritariamente de África, después de tres siglos de colonización seguían
peleando por mantener sus costumbres, tradiciones y modos de vida. Por vivir de
acuerdo con sus concepciones y prácticas, por volver a ser libres y autónomos.
Su participación no fue secundaria en las guerras de independencia, fue
fundamental; no fue “intuitiva” ―como en algún lugar sugiere el texto―, fue
deliberada, a pesar de que el desenlace y la reconstrucción societal
subsiguiente correspondió más a los proyectos de las cúpulas del poder
arraigado localmente que a las aspiraciones emancipatorias de los pueblos
sometidos tanto por esas cúpulas como por los representantes de la Corona.
No
se puede desconocer, sin embargo, que las Independencias constituyeron un paso
adelante en esa larga lucha por la descolonización y la emancipación plena, de
la que Moldiz asegura, parafraseando a Marx, que ocurrirá cuando “se pase del reino
de la necesidad al reino de la libertad” y que tiene un nuevo momento de
concentración de tensiones y potencialidades transformadoras alrededor del
reciente salto de milenio.
La
colonización europea fue sucedida paulatinamente por una relación casi de
exclusión con Estados Unidos, amparada en la idea de Monroe que definió las
políticas hacia el Continente.
El
largo siglo XX estuvo caracterizado por la expansión de Estados Unidos y por su
consolidación como la mayor potencia mundial, punta de lanza del sistema-mundo
capitalista. El american way of life
se fue implantando tanto como el cristianismo en los tiempos de la Colonia,
modificando las formas y las concepciones pero manteniendo la política de
exterminio como estandarte hasta llegar al momento actual, el del cambio de
milenio, en que, de acuerdo con Moldiz, experimentamos una nueva ofensiva
imperial mientras, simultáneamente, se levanta una nueva oleada emancipatoria.
Curiosamente
la reflexión de Moldiz no da un espacio del mismo nivel a la otra importante
oleada emancipatoria que vivió América alrededor de los años 60 y 70. No
desperdiciaré la oportunidad que me da este prólogo de ser la primera en
discutir con el autor para destacarlo, con cierta sorpresa. No sólo por la
relevancia de la Revolución cubana en la historia de Nuestra América, que logró
llegar al punto de plantearse la construcción de formas de vida y de gobierno
distintas y disidentes del modelo hegemónico, y que por cierto Moldiz reconoce
abundantemente, sino porque no fue un caso aislado o particular, como quizá
puede afirmarse de la Revolución mexicana a inicios de siglo. Hubo varias
experiencias de gobiernos nacionalistas que, guardando las proporciones
históricas, habían emprendido una lucha similar a la de algunos de los casos
emblemáticos de la actualidad (Venezuela, Bolivia y Ecuador) y un espíritu
libertario y guerrillero se extendía por todo el Continente buscando la
subversión de las condiciones existentes, tomando como aliciente la experiencia
de Cuba.
En
un contexto en que golpes de estado recurrentes imponían gobiernos
antipopulares marcadamente represivos internamente y complacientes hasta la
exageración con los intereses de Estados Unidos, dos vertientes de lucha,
coincidentes en la búsqueda pero diferentes en los caminos adoptados, empujaban
hacia una Nuestra América más libre y soberana. Organizaciones revolucionarias
emulaban el proceso cubano y lo reinventaban a partir de sus propias
condiciones. Había una efervescencia emancipadora absolutamente contagiosa que
tuvo en la región del Cono Sur su experiencia más lograda y más ambiciosa con
la Junta Coordinadora Revolucionaria (JCR), constituida por el MIR de Chile, el
ERP de Argentina, los Tupamaros de Uruguay y el ELN de Bolivia.
Una
organización de organizaciones que trascendió las fronteras políticas impuestas
en el momento de conformación de las naciones a resultas del proceso
independentista, que ganaba terreno y adherentes en la medida que crecía su
autoridad moral, y que estuvo a punto de generar una amplia región socialista
en América del Sur.
Como sabemos, la siniestra Operación Cóndor abortó los
sueños libertarios de miles de luchadores que se agrupaban en torno a la Junta.
Solamente en Argentina este episodio costó el aniquilamiento de una generación
completa y una cifra de 30 mil muertos, que se acompañaban de los de Brasil,
Paraguay, Chile, Bolivia y tantos otros lugares donde guerrilleros por la
libertad, contra el colonialismo y el imperialismo entregaron sus esperanzas,
sus ilusiones y sus vidas intentando construir un mundo mejor. La tremenda derrota que
estos operativos coordinados significaron y el vacío que se instaló en cada uno
de los fantasmas vivientes que quedaron sobre los escombros, no cancela la
apuesta ni la capacidad organizativa que se desplegó, y mucho menos el
horizonte utópico que la movía. Las organizaciones revolucionarias más
importantes de la época habían logrado crear una organización que trascendía
los cercos nacionales impuestos por las clases dominantes y se movía con las
únicas fronteras de sus horizontes de lucha, que estaban abiertos al futuro.
La segunda vertiente libertaria de este momento, con
características muy distintas, fue protagonizada primordialmente por
estudiantes universitarios. Como tsunami planetario inició en Francia en mayo
de 1968, en el París de la Sorbona, y se desparramó hacia todos los puntos de
la geografía.
El
episodio de mayor relevancia en América, tanto por la profundidad y duración de
la lucha como por el salvajismo del desenlace, fue el de México. El movimiento
creció, se extendió y se profundizó. Los jóvenes reclamaban libertad para
pensar, para amar, para circular y opinar; recorrían los mercados y las
fábricas en la ciudad, se adentraban en el cinturón rural en diálogo con los
campesinos y lograron sacudir la realidad y los sentidos comunes, los miedos y
la resignación. Dos meses de movilizaciones y transgresión de las normas
sociales asfixiantes de la época fueron suficientes para desatar la ira de los
dueños o depositarios del poder. El movimiento fue arrasado, como el de la JCR
en el Cono Sur, por las botas militares. Y a pesar de que la sociedad hundió en
un periodo depresivo después de la masacre de Tlaltelolco, los cambios fueron
notables. En México Pinochet se llamaba Díaz Ordaz y reprimió con el mayor odio,
como el otro, a los jóvenes que pedían libertad, que querían leer a Marx y
Marcuse, que se ahogaban en el oscurantismo. Y después de la masacre, que todos
llevamos estampada en las conciencias, nunca pudimos vivir y entender el mundo
de la misma manera que antes.
Con
todo y el costo sangriento del movimiento estudiantil y del trágico desenlace,
las voces del 68 cambiaron la dinámica política y cultural de la época. Nada
echó atrás la lucha, ni en Francia, ni en México, ni en ninguno de los otros
lugares donde las manifestaciones de inconformidad y de búsqueda ocurrieron.
Dos
caminos muy distintos, pero con un horizonte confluyente, modificaron
definitivamente el paisaje nuestroamericano. La construcción del socialismo en
Cuba y las luchas en el resto del Continente plantearon una fuerte
confrontación con las modalidades abiertamente imperialistas que asumía el
nuevo hegemón. La Alianza para el Progreso, el bloqueo a Cuba, la Operación Cóndor, el
trabajo de la USAID penetrando y controlando poblaciones y auspiciando golpes
de estado y el despliegue de la CIA entre las iniciativas más destacadas,
anunciaban que esos nuevos tiempos serían duros y que la autodeterminación y la
emancipación cuestan. Sin las movilizaciones populares de esos momentos todos
nuestros países se hubieran convertido en las Repúblicas bananeras que tanto
gustaban al Tío Sam. Papa Doc y Somoza hubieran reinado en todas
nuestras tierras. Sin embargo, a pesar del arrasamiento de una generación
completa en algunas regiones y de la persecución y cooptación generales, la
idea de que el socialismo era posible y la apertura de espacios democráticos y
de florecimiento de las ideas fue instalada por estos movimientos.
El
neoliberalismo se ocupó nuevamente de irlos cerrando o pervirtiendo. Las universidades
intentaron ser disciplinadas por el pensamiento único y las sociedades
devastadas por el mercado único, que anulaba la diversidad local para imponer
una diversidad estandarizada global y pretendía privatizar hasta el agua de la
lluvia, empezando por la que cae en Cochabamba.
Pero
la larga noche neoliberal encuentra nuevamente sus límites en la fuerza y la
dignidad de los pueblos. Moldiz ubica bien, ahora sí, el momento de
esta, para él tercera, oleada emancipatoria: el levantamiento zapatista en Chiapas,
que inicia una serie de rebeliones y experiencias de distinta envergadura y
estilo pero que abarca casi todos los rincones del Continente y que tiene una
tonalidad distinta por la calidad de sus protagonistas.
De
la rebelión y resistencia a la invasión y a la colonialidad se pasó a lo largo
de estos 500 años a la lucha por el socialismo y, ante la evidencia de la
catástrofe ambiental, a la reivindicación de la Pacha mama y a la rebelión en
las cosmovisiones y formas de vida. La modernidad se desontologizó y apareció
como producto histórico, abriendo los horizontes de los caminos que permiten
trascenderla evitando el suicidio del planeta.
Los
pueblos de Nuestra América, como en el momento de las luchas de Independencia,
son nuevamente punta de lanza, pioneros, de los nuevos procesos de
descolonización y desenajenación.
Tres
vertientes ubica Moldiz en esta nueva oleada: la reiterada e insistente lucha
por el socialismo; la búsqueda de reacomodo en la división internacional de
poderes; y la búsqueda por refundar la sociedad entera mediante la recuperación
de la Pacha mama como razón y sentido general expresada en el
concepto/proyecto-político del Sumakqamaña
o del Sumakkawsay.
El
primer caso, el de la búsqueda del socialismo, inicia en Cuba y sigue por las
correas de algunos gobiernos y organizaciones políticas la mayoría de las veces
con una trayectoria que data por lo menos de mediados del siglo XX. En
principio esta opción no debería estar reñida ni despegada de la última
mencionada, que propone una subversión total y la reconstrucción de los pilares
sobre los que se construye el proceso social. No obstante, en muchos casos esta
corriente o bien tiene urgencias pragmáticas que la contienen, o no logra
traspasar la frontera epistemológica de la modernidad y eso limita sus
posibilidades de dislocamiento o subversión del capitalismo como sistema de
ordenamiento tanto de la realidad como del entendimiento del mundo. Es quizá
cuestión de tiempo. El camino del socialismo tiene que ser profundizado para
confluir con el que podríamos agrupar genéricamente como el del Sumakqamaña.
La
segunda ruta que Moldiz destaca como parte de las alternativas realmente
existentes es la que se ha querido llamar del posneoliberalismo y que busca
sobre todo un reposicionamiento con respecto a los poderes hegemónicos.
Ensayando nuevamente algunas fórmulas desarrollistas que en otros tiempos
ayudaron a dar un salto no ilusorio pero sí temporal, posible mientras el
momento de inestabilidad sistémica que acompaña la reestructuración de los
modos de acumulación, apropiación y organización social con los que el
capitalismo recrea sus condiciones de posibilidad.
El capitalismo es un sistema de organización social,
productiva y territorial global y globalizante. Constituye una totalidad
articulada que tiende a la posesión exhaustiva e integral. El capitalismo
absorbe y ordena la diversidad; la admite en la medida que la controla y no da
cabida a la diversidad libre o autónoma ni cuando de capitalismos se trata, en
caso de ser eso posible.
El capitalismo del sur, el capitalismo andino, el
capitalismo asiático y cualquier otro que las ilusiones desarrollistas
pretendan construir como entidad con vida propia es una ficción. Resolver las contradicciones del
capitalismo supone trascenderlo, no darle otra imagen, ni sucumbir ante la
seducción de un juego de fuerzas que efectivamente existe y permite reacomodos
dentro de ciertos márgenes, pero sin modificar las reglas que intrínsecamente
portan esas contradicciones. Las diversidades son posibles, por
supuesto. El sistema las sigue reproduciendo y aprovechando. Lo que sucede es
que cada vez más se convierten en diversidades funcionales, diversidades
re-creadas que se parecen a las diversidades emancipadas o independientes sólo
como el ropaje del emperador.
En
el tiempo corto, que no es el de los horizontes emancipatorios, pueden
efectivamente generarse cambios que, como no implican un distanciamiento ―y
mucho menos una ruptura― con respecto al ethos de la modernidad capitalista,
vuelven a colocar las aguas en su nivel aunque, tal vez, con el desplazamiento
de algunos peces de un lado hacia el otro.
En
esta ruta, nos dice Moldiz, “Si bien existen algunas señales de crítica
radical al desarrollismo de la modernidad y una convocatoria a pensar en una
manera de articular la desarticulada relación entre fuerzas productivas y
naturaleza ―enajenadas a ritmos acelerados por el desarrollo del capitalismo―,
al mismo tiempo los gobiernos más radicales del continente impulsan megaproyectos
que merecen el cuestionamiento de los pueblos indígenas.”
La
tercera ruta señalada por Moldiz, la del Sumakqamaña o Sumakkawsay, destaca
indudablemente por su novedad con respecto a luchas anteriores, por los sujetos
que la enarbolan y por la perspectiva histórica sistémica que la anima.
Propuesta cuyo horizonte hinca raíces en pasados milenarios mirando claramente
desde un presente convulso, mestizado y en gran medida catastrófico, hacia un
futuro de emancipación de amplio espectro.
Ni
rescate bucólico de un paraíso natural, ni fundamentalismo étnico, ni vuelta al
pasado. El horizonte trazado por el Sumakqamaña parte de la constatación de la
insustentabilidad del capitalismo, de la insensatez del progreso y por lo tanto
de la inviabilidad del “desarrollo” como metodología de reproducción de la vida
material. La experiencia ha comprobado que la línea recta no es el mejor camino
para la felicidad.
Reconocimiento de la plurinacionalidad como reconocimiento
de una diversidad equilibrada en la que ninguna nación podría colocarse por
encima de las otras es un primer desafío de deconstrucción de las jerarquías
del poder.
No obstante, si bien la plurinacionalidad apunta hacia la intersubjetividad, el
entendimiento de la integralidad de la vida conduce a desenterrar las raíces
del capitalismo para hundir las otras que sostienen a la madre del universo: la
Pacha mama.
No
se trata de trasladar el eje del ser humano, criatura suprema de acuerdo con el
pensamiento moderno, hacia la naturaleza. Sino de trasladarlo hacia la vida en
toda su amplitud y complejidad. El centro es el edificio tridimensional y
multitemporal en el que habitan todas las criaturas en interacción. La
complementación atraviesa todas las relaciones marcando diadas entrecruzadas y
lo mismo efímeras que de tiempo largo: noche-día; montaña-valle; hombre-mujer;
agua-fuego.
La
esencia es la vida de la madre del universo, la Pacha mama, la que hace posible
la vida y en la que somos con todos los otros.
Pero
la traducción política de estos principios es la parte complicada. Es un
desafío a la impaciencia de los actores sociales cada vez más acosados por el
pragmatismo del tiempo cero; es un desafío a la imaginación práctica y a los
ritmos de reconstrucción marcados por los tiempos de la naturaleza y el pensamiento
profundo; es un desafío a la colonialidad epistemológica que dificulta el
pensar y el hacer si no se ciñe a los criterios y modos de la visión del mundo
impulsada por la modernidad capitalista; es un desafío al atrevimiento de
pueblos largamente sometidos; es un desafío a la consecuencia de las visiones
que se reclaman respetuosas y defensoras de la diversidad, de la democracia, de
la independencia, de la autogestión, de la autodeterminación, del respeto a la
vida en su completud y del poder del colectivo.
Pasar
del reino de la necesidad al de la libertad, de acuerdo con el postulado
marxiano que Moldiz retoma, supone crear condiciones de vida plena construyendo
la ivimaraei o tierra sin mal de la que hablan los tupí-guaraníes. Utopía que
no tiene condiciones de posibilidad en el capitalismo que se erige sobre la
negación del otro. Utopía perseguible en ese otro mundo evocado por el
sumakqamaña. Horizonte inagotable y a la vez plan de ruta de la reconstrucción
societal.
Un
proyecto político de tal naturaleza, organizado en torno a la búsqueda de una
emancipación de espectro completo, conduce a la invención de una nueva
institucionalidad y a la deconstrucción o vaciamiento de la que corresponde a
las estructuras de dominación.
En
varios de sus textos Moldiz ha reiterado una reflexión que sorprende viniendo
de alguien que nunca ha sido cercano a las ideas anarquistas:
…si la ecuación del neoliberalismo es cada vez menos Estado
y cada vez más mercado –como el espacio idealizado que encubre las relaciones
sociales antagónicas producidas por el capital, la ecuación emancipadora será
más bien cada vez menos Estado, cada vez más comunidad.
Reflexión
contaminada seguramente por el habitus comunitario que en Bolivia se respira
por todas partes, pero elabora a partir de un análisis cuidadoso de la realidad
y sus alternativas.
La emancipación “…será plena cuando exista ese «no
Estado»”nos dice Moldiz. ¿Será que los caminos adoptados por Nuestra América
nos llevan por esos rumbos? ¿Confluirán por ahí los múltiples sujetos y las
diversas rutas emprendidas? ¿Podremos en esta oportunidad por fin desprendernos
de la sumisión intelectual y política?
Moldiz
nos provoca pero nos hace fácil la tarea. Coloca muchas piezas y nos deja en
libertad de moverlas y acomodarlas para construir las explicaciones. Invitación
al debate que motiva la discusión tanto de la interpretación histórica como de
las disyuntivas políticas o civilizatorias que dibuja. Reflexiones ineludibles
para hacer del presente un camino hacia la utopía.
El
futuro tiene que ser construido con cuidado, paciencia y sensatez, pero sin
perder ni un minuto en complacencias.
* Prólogo al libro América Latina y la tercera ola
emancipadora. Hugo Moldiz, Ocean Sur, 2012.
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