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miércoles, 10 de julio de 2013

Egipto, Siria y la Región

Egipto, Siria y la Región
SERGIO RODRÍGUEZ GELFENSTEIN

El derrocamiento de Mohamed Mursi en Egipto viene a dar continuidad a una serie de acciones que se han desarrollado durante los últimos días en algunos países de la región, las que analizadas, desde un punto de vista unilateral y descontextualizado, aportan información parcializada, que en el mejor de los casos tienen relación con acontecimientos que ocurren en un solo país; pero que cuando se estudian en su conjunto contribuyen a dar una idea que refiere a conflictos de carácter regional, que además por sus características tienen incidencia global.

En el caso de Egipto –tal como ocurriera hace un año en Paraguay–, los especialistas conocedores del intríngulis del Medio Oriente no se ponen de acuerdo respecto a la definición de lo que allí ocurrió. De la misma manera que el debate estéril que buscaba definir teóricamente si en Paraguay había ocurrido un golpe de Estado para derrocar al presidente Lugo o si el movimiento que lo depuso del poder era legal y constitucional, hoy en Egipto asistimos a una situación similar.

Y no es que yo quisiera soslayar la importancia del debate teórico, pero para mí el problema en uno y otro caso es que se está descuidando la esencia de la contradicción fundamental, la cual es que el modelo de democracia representativa surgida a partir de la Revolución francesa, que adquirió forma después de la independencia de Estados Unidos cuando los principios que la sustentaron se plasmaron en su Constitución y que se ha vendido al mundo como panacea y paradigma de comportamiento democrático, ha comenzado a mostrar sus insuficiencias y deficiencias, sencillamente porque no ha sido capaz de resolver los grandes problemas de la humanidad. Estos no son solo de orden material –de por sí inmensos–, sino que tienen que ver con elementos encaminados a la necesidad de las mayorías de tener presencia y opinión en la toma de decisiones y de generar mecanismos de participación real en las disposiciones y decretos sobre temas que le incumben. 

Ya el Libertador Simón Bolívar alertaba sobre el tema en su discurso en la instalación el Congreso de Angostura cuando se preguntaba si el espíritu de las leyes de una nación pudiera servir a otra. El Libertador se cuestionaba respecto del carácter de las leyes y de la Constitución de un país, que era lo que estaba en el centro del debate: “¿… qué las leyes deban ser relativas a lo físico del país, al clima, a la calidad del terreno, a su situación, a su extensión, al género de vida de los pueblos?, ¿referirse al grado de libertad que la Constitución puede sufrir, a la religión de los habitantes, a sus inclinaciones, a sus riquezas, a su número, a su comercio, a sus costumbres, a sus modales?”, y al referirse a la Constitución que se debía aprobar para Colombia, concluía con una sentencia de presente y de futuro: “He aquí el código que debemos consultar, y no el de Washington!”.

Doscientos años después, no es el código de Washington el que debemos consultar. Caracterizar lo que ocurre en Egipto y en el Medio Oriente y actuar en consonancia es algo que le compete hacer a los pueblos involucrados a partir de su propia visión, experiencia y vivencia. Es tan complejo comprender esta región, que connotados estudiosos y analistas de reconocida posición antiimperialista han coincidido con el presidente Obama en que en Egipto no ha habido un golpe de Estado.

Lo cierto es que, independientemente de las causas del derrocamiento del presidente egipcio –que originó la situación actual, y de las consecuencias que de ellas se deriven en el terreno de lo interno– este hecho ha venido a consumar una derrota estratégica de Estados Unidos, Israel y las fuerzas reaccionarias del mundo árabe y musulmán. Esto adquiere particular importancia en lo que se refiere al acoso y agresión contra Siria, cuando ha cambiado el gobierno en uno de los principales eslabones de la alianza que pretende derrocar al presidente Al Assad.

El 16 de junio pasado, el expresidente Mohamed Mursi anunció que su país rompía relaciones con Siria. Asimismo, apoyó la creación de una zona de exclusión aérea y exigió al grupo chiita libanés Hezbolá abandonar ese país, donde lucha junto al presidente Bashar al Asaad en contra de los mercenarios que lo invaden jugando un papel relevante en la toma estratégica ciudad de Al Qussair con lo que se impidió la continuidad del suministro de armas y apoyo occidental a las fuerzas opositoras del gobierno. Tal declaración rompió una tradición de Egipto que ha evitado involucrarse en conflictos interárabes, lo que le ha permitido –siendo neutral– jugar un papel de mediador ante diferendos y disputas. Pero lo más importante es que colocó abiertamente a Egipto en la alianza antiSiria de la cual también forman parte Turquía, Arabia Saudita y Qatar.

Turquía, el otro ariete imperial en la confabulación contra Siria, también está atravesando por graves dificultades de orden interno. Como dice el periodista francés Thierry Meyssan, “…los turcos no están protestando contra el estilo autoritario de Recep Tayyip Erdogan, sino en contra de su política, o sea contra la Hermandad Musulmana, a la que Erdogan apadrina. No se trata de una revolución de color en la plaza Taksim en contra de un proyecto inmobiliario, sino de un levantamiento en todo el país, de una verdadera revolución que está cuestionando la primavera árabe”. Hasta hace unos días, alrededor de 5.000 ciudadanos habían sido detenidos y se contabilizaban 4.000 heridos en las manifestaciones que ya duran alrededor de un mes. Según cifras oficiales, más de 2,5 millones de personas han salido a las calles en 79 ciudades turcas desde que se iniciaron las jornadas de protesta, que lejos de bajar de intensidad, han aumentado el caudal de participación popular.

Los manifestantes, quienes forman parte del movimiento de protesta nacional turco en contra de las políticas y la represión violenta del gobierno de la Hermandad Musulmana (HM), lanzaban consignas como “en todas partes Taksim”, “en todas partes resistencia”, “la lucha vuelve a empezar”, “Erdogan dimisión”. En esas condiciones, los dirigentes turcos han mantenido absoluto mutismo respecto de los acontecimientos en Egipto con el que mantuvieron una estrecha relación mientras estuvo Mursi en el poder. La caída del gobierno de los HM en Egipto y las manifestaciones contra el gobierno de Erdogan son, sin duda, un duro golpe a la legitimidad de este último. El primer ministro turco ha quedado bastante limitado para seguir teniendo una participación protagónica en el conflicto sirio.

Finalmente, habría que referirse a Qatar, donde el emir acaba de entregar el poder a su hijo. Una de las primeras decisiones del nuevo monarca fue sustituir al jeque Hamad ben Jassem Al-Jalifa, –primo de su padre– de sus cargos de primer ministro y ministro de Relaciones Exteriores. Asimismo, fue sustituido como vicepresidente de la Autoridad de Inversiones de Qatar. Según el periódico británico The Independent, Hamad ben Jassem “ha supervisado la inversión de miles de millones de dólares de dinero en efectivo del emirato…” en alrededor de 30 países en todo el mundo. Sin embargo, lo más trascendente es que ben Jassem era el hombre fuerte en la relación con Occidente y el operador político y financiero de la alianza antisiria.

En este contexto, cobra gran validez resaltar que el nuevo emir de Qatar, casi simultáneamente con la defenestración del primer ministro, ordenó la expulsión del territorio del emirato de Yusuf al-Qaradawi, uno de los líderes radicales más importantes de la HM, quien ocupaba el cargo de director del Centro Sunita de la Universidad de Qatar. Al-Qaradawi fue un acérrimo opositor del presidente Nasser en los años sesenta, fue encarcelado por sus actividades violentas hasta que se refugió en Qatar en 1961, regresando a su país natal solo en 2011 cuando la HM accedió al poder.

La debilidad creciente de la alianza occidental-musulmana contra Siria, ha traído consecuencias en el frente interno. El pasado sábado 6 de julio se produjo un cambio en la conducción de la oposición armada siria. El nuevo líder, Ahmad Jarba, propuso al gobierno de Al Assad un alto al fuego para respetar el sagrado mes del Ramadán, que se inició el martes 9 de julio. No sabemos la respuesta del gobierno a esta propuesta, pero es evidente que el mando mercenario necesita tiempo para oxigenar su cada vez más difícil situación en los campos de batalla que ahora, además ha sufrido golpes muy significativos en el ámbito internacional.


Así vistas las cosas, las negociaciones en Siria sobrevendrán más temprano que tarde. Estados Unidos tendrá que aceptar la debacle de su política y se verá obligado a sentarse a deliberar con los actores internacionales protagónicos de este conflicto: Rusia e Irán. Llegarán a Ginebra junto a Arabia Saudita para evitar que predomine la presencia chiita. Será la aceptación de su derrota y la consolidación del frente de la resistencia desde Teherán hasta Gaza.

Enviado por EDH-El Salvador

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