Egipto, Siria y la Región
SERGIO
RODRÍGUEZ GELFENSTEIN
El
derrocamiento de Mohamed Mursi en Egipto viene a dar continuidad a una serie de
acciones que se han desarrollado durante los últimos días en algunos países de
la región, las que analizadas, desde un punto de vista unilateral y
descontextualizado, aportan información parcializada, que en el mejor de los
casos tienen relación con acontecimientos que ocurren en un solo país; pero que
cuando se estudian en su conjunto contribuyen a dar una idea que refiere a
conflictos de carácter regional, que además por sus características tienen
incidencia global.
En el caso
de Egipto –tal como ocurriera hace un año en Paraguay–, los especialistas
conocedores del intríngulis del Medio Oriente no se ponen de acuerdo respecto a
la definición de lo que allí ocurrió. De la misma manera que el debate estéril
que buscaba definir teóricamente si en Paraguay había ocurrido un golpe de
Estado para derrocar al presidente Lugo o si el movimiento que lo depuso del
poder era legal y constitucional, hoy en Egipto asistimos a una situación
similar.
Y no es que
yo quisiera soslayar la importancia del debate teórico, pero para mí el
problema en uno y otro caso es que se está descuidando la esencia de la
contradicción fundamental, la cual es que el modelo de democracia
representativa surgida a partir de la Revolución francesa, que adquirió forma
después de la independencia de Estados Unidos cuando los principios que la
sustentaron se plasmaron en su Constitución y que se ha vendido al mundo como
panacea y paradigma de comportamiento democrático, ha comenzado a mostrar sus insuficiencias
y deficiencias, sencillamente porque no ha sido capaz de resolver los grandes
problemas de la humanidad. Estos no son solo de orden material –de por sí
inmensos–, sino que tienen que ver con elementos encaminados a la necesidad de
las mayorías de tener presencia y opinión en la toma de decisiones y de generar
mecanismos de participación real en las disposiciones y decretos sobre temas
que le incumben.
Ya el Libertador Simón Bolívar alertaba sobre el tema en su
discurso en la instalación el Congreso de Angostura cuando se preguntaba si el
espíritu de las leyes de una nación pudiera servir a otra. El Libertador se
cuestionaba respecto del carácter de las leyes y de la Constitución de un país,
que era lo que estaba en el centro del debate: “¿… qué las leyes deban ser
relativas a lo físico del país, al clima, a la calidad del terreno, a su
situación, a su extensión, al género de vida de los pueblos?, ¿referirse al
grado de libertad que la Constitución puede sufrir, a la religión de los
habitantes, a sus inclinaciones, a sus riquezas, a su número, a su comercio, a
sus costumbres, a sus modales?”, y al referirse a la Constitución que se debía
aprobar para Colombia, concluía con una sentencia de presente y de futuro: “He
aquí el código que debemos consultar, y no el de Washington!”.
Doscientos
años después, no es el código de Washington el que debemos consultar.
Caracterizar lo que ocurre en Egipto y en el Medio Oriente y actuar en
consonancia es algo que le compete hacer a los pueblos involucrados a partir de
su propia visión, experiencia y vivencia. Es tan complejo comprender esta
región, que connotados estudiosos y analistas de reconocida posición
antiimperialista han coincidido con el presidente Obama en que en Egipto no ha
habido un golpe de Estado.
Lo cierto es
que, independientemente de las causas del derrocamiento del presidente egipcio
–que originó la situación actual, y de las consecuencias que de ellas se
deriven en el terreno de lo interno– este hecho ha venido a consumar una
derrota estratégica de Estados Unidos, Israel y las fuerzas reaccionarias del
mundo árabe y musulmán. Esto adquiere particular importancia en lo que se
refiere al acoso y agresión contra Siria, cuando ha cambiado el gobierno en uno
de los principales eslabones de la alianza que pretende derrocar al presidente
Al Assad.
El 16 de
junio pasado, el expresidente Mohamed Mursi anunció que su país rompía
relaciones con Siria. Asimismo, apoyó la creación de una zona de exclusión
aérea y exigió al grupo chiita libanés Hezbolá abandonar ese país, donde lucha
junto al presidente Bashar al Asaad en contra de los mercenarios que lo invaden
jugando un papel relevante en la toma estratégica ciudad de Al Qussair con lo
que se impidió la continuidad del suministro de armas y apoyo occidental a las
fuerzas opositoras del gobierno. Tal declaración rompió una tradición de Egipto
que ha evitado involucrarse en conflictos interárabes, lo que le ha permitido
–siendo neutral– jugar un papel de mediador ante diferendos y disputas. Pero lo
más importante es que colocó abiertamente a Egipto en la alianza antiSiria de
la cual también forman parte Turquía, Arabia Saudita y Qatar.
Turquía, el
otro ariete imperial en la confabulación contra Siria, también está atravesando
por graves dificultades de orden interno. Como dice el periodista francés
Thierry Meyssan, “…los turcos no están protestando contra el estilo autoritario
de Recep Tayyip Erdogan, sino en contra de su política, o sea contra la
Hermandad Musulmana, a la que Erdogan apadrina. No se trata de una revolución
de color en la plaza Taksim en contra de un proyecto inmobiliario, sino de un
levantamiento en todo el país, de una verdadera revolución que está
cuestionando la primavera árabe”. Hasta hace unos días, alrededor de 5.000
ciudadanos habían sido detenidos y se contabilizaban 4.000 heridos en las
manifestaciones que ya duran alrededor de un mes. Según cifras oficiales, más
de 2,5 millones de personas han salido a las calles en 79 ciudades turcas desde
que se iniciaron las jornadas de protesta, que lejos de bajar de intensidad,
han aumentado el caudal de participación popular.
Los
manifestantes, quienes forman parte del movimiento de protesta nacional turco
en contra de las políticas y la represión violenta del gobierno de la Hermandad
Musulmana (HM), lanzaban consignas como “en todas partes Taksim”, “en todas
partes resistencia”, “la lucha vuelve a empezar”, “Erdogan dimisión”. En esas
condiciones, los dirigentes turcos han mantenido absoluto mutismo respecto de
los acontecimientos en Egipto con el que mantuvieron una estrecha relación
mientras estuvo Mursi en el poder. La caída del gobierno de los HM en Egipto y
las manifestaciones contra el gobierno de Erdogan son, sin duda, un duro golpe
a la legitimidad de este último. El primer ministro turco ha quedado bastante
limitado para seguir teniendo una participación protagónica en el conflicto
sirio.
Finalmente,
habría que referirse a Qatar, donde el emir acaba de entregar el poder a su
hijo. Una de las primeras decisiones del nuevo monarca fue sustituir al jeque
Hamad ben Jassem Al-Jalifa, –primo de su padre– de sus cargos de primer
ministro y ministro de Relaciones Exteriores. Asimismo, fue sustituido como
vicepresidente de la Autoridad de Inversiones de Qatar. Según el periódico
británico The Independent, Hamad ben Jassem “ha supervisado la inversión de
miles de millones de dólares de dinero en efectivo del emirato…” en alrededor
de 30 países en todo el mundo. Sin embargo, lo más trascendente es que ben
Jassem era el hombre fuerte en la relación con Occidente y el operador político
y financiero de la alianza antisiria.
En este
contexto, cobra gran validez resaltar que el nuevo emir de Qatar, casi
simultáneamente con la defenestración del primer ministro, ordenó la expulsión
del territorio del emirato de Yusuf al-Qaradawi, uno de los líderes radicales
más importantes de la HM, quien ocupaba el cargo de director del Centro Sunita
de la Universidad de Qatar. Al-Qaradawi fue un acérrimo opositor del presidente
Nasser en los años sesenta, fue encarcelado por sus actividades violentas hasta
que se refugió en Qatar en 1961, regresando a su país natal solo en 2011 cuando
la HM accedió al poder.
La debilidad
creciente de la alianza occidental-musulmana contra Siria, ha traído
consecuencias en el frente interno. El pasado sábado 6 de julio se produjo un
cambio en la conducción de la oposición armada siria. El nuevo líder, Ahmad
Jarba, propuso al gobierno de Al Assad un alto al fuego para respetar el
sagrado mes del Ramadán, que se inició el martes 9 de julio. No sabemos la
respuesta del gobierno a esta propuesta, pero es evidente que el mando
mercenario necesita tiempo para oxigenar su cada vez más difícil situación en
los campos de batalla que ahora, además ha sufrido golpes muy significativos en
el ámbito internacional.
Así vistas
las cosas, las negociaciones en Siria sobrevendrán más temprano que tarde.
Estados Unidos tendrá que aceptar la debacle de su política y se verá obligado
a sentarse a deliberar con los actores internacionales protagónicos de este
conflicto: Rusia e Irán. Llegarán a Ginebra junto a Arabia Saudita para evitar
que predomine la presencia chiita. Será la aceptación de su derrota y la
consolidación del frente de la resistencia desde Teherán hasta Gaza.
Enviado por EDH-El Salvador
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