Imágenes de
Benito Juárez
ENRIQUE
FLORESCANO
LA VIDA Y LA OBRA DE BENITO JUÁREZ marchan
entrelazadas con una época decisiva en la formación de la nación moderna, un
proyecto que él, como ningún otro personaje del siglo XIX, contribuyó a forjar.
Benito Juárez nace el 21 de marzo de 1806, cuando lo que hoy llamamos México
era el Virreinato de la Nueva España, una parte del extenso imperio colonial de
España en América. Y muere el 18 de julio de 1872, cuando la antigua colonia
era un país independiente, había adoptado la forma de República federal y se regía
por una constitución liberal que reconocía la igualdad de todos los ciudadanos
ante la ley. Es decir, en el transcurso de su vida el país dejó atrás la
subordinación colonial, la estructura estamental y el predominio de la Iglesia
y construyó un Estado laico asentado en leyes. Fue éste un tránsito marcado por
la prueba de fuego de los años 1846 a 1867, cuando la nación experimentó la
irrefrenable lucha faccional de los partidos, la invasión de potencias
extranjeras, una cruenta guerra civil y la pérdida de más de la mitad del
territorio.
Dice la sabiduría popular que los seres humanos son
hijos de su tiempo. La vida de Benito Juárez es un espejo exacto de ese
apotegma, pues corrió unida con la historia de su patria, que en esos años
enfrentó los signos más adversos que pueden afligir el nacimiento de una
nación. Sólo poniendo a prueba el temple de sus mejores hombres pudo la nación
remontar esos obstáculos, constituir la República federal y definir los
lineamientos de un Estado moderno. La biografía de Benito Juárez es la historia
de la construcción política y moral de esa República.
En las páginas que siguen voy a resaltar algunos
episodios de esa relación íntima entre el ciudadano Benito Juárez y la
construcción de la República liberal.
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Litografía de G.G Ancira, Ciudadano Benito Juárez Presidente de los Estados Unidos Mejicanos. Juárez aparece aquí flanqueado por las alegorías de la Patria republicana (izquierda) y la Constitución de 1857 (derecha). Tomada de Nación de Imágenes. La litografía mexicana del siglo XIX, 1994, Museo Nacional de Arte, Conaculta.
Cuando la antigua Nueva España proclamó en 1810 su
independencia de la metrópoli, Benito Juárez apenas tenía 5 años. Vivía en un
lugar remoto, casi inaccesible, en San Pablo Guelatao, Oaxaca. Y era un indio
zapoteca. Es decir, pertenecía al grupo de los mexicanos más pobres entre los
pobres. Sólo hablaba la lengua de sus padres y no tenía ninguna posibilidad de
aprender el español o de romper el cerco de miseria que había consumido a
varias generaciones de sus predecesores. Por un acto inicial que reveló la
fuerza de su carácter, a los 12 años Benito Juárez huyó de su pueblo y decidió
asentarse en Oaxaca, la capital de su estado. En sus Apuntes para mis
hijos escribió que tomó esa decisión inducido por el deseo de aprender
el español y estudiar.
***
Los historiadores y los interesados en el
liberalismo del siglo XIX se preguntan cómo Benito Juárez pudo saltar el cerco
de la miseria y la postración del analfabeta y llegar a ser un jurista
consumado, un experto constitucionalista y un admirador obsesivo del
pensamiento liberal francés, el cual ayudó a transplantar a las leyes y
prácticas políticas mexicanas. Quienes han tratado de responder esta incógnita
aducen su tenacidad proverbial. Sin embargo, la verdad es que la palanca que
disparó el genio de Juárez fue la educación, la sólida y novedosa formación que
recibió en el Instituto de Ciencias y Artes de Oaxaca. Este Instituto se fundó
en 1828 y en él se formó la generación más brillante de liberales oaxaqueños.
El Instituto fue el primer centro educativo secular
de Oaxaca. Ahí, en lugar de la tradicional carrera eclesiástica sus profesores
enseñaron derecho, difundieron los principios del liberalismo europeo e
inauguraron las clases de lógica, matemáticas y ética. Sus alumnos conocieron
entonces los nuevos aires que transformaban la política, la ciencia y la
educación. Ahí escucharon las primeras críticas razonadas contra el fanatismo y
conocieron las virtudes cívicas. El Instituto fue al mismo tiempo un lugar de
aprendizaje y un centro formador de vocaciones políticas. Como dice Brian
Hamnett, el biógrafo de Juárez, el Partido Liberal de Oaxaca nació en las aulas
del Instituto de Ciencias y Artes.
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Otras imágenes de Juárez que es obligado recordar
en los desamparados días que corren es la del político y la que dibuja la
estatura del estadista. Desde su nacimiento hasta que cumple 43 años Juárez se
forma en su estado natal. Abogado, profesor y más tarde director del Instituto
de Ciencias y Artes, magistrado de la Suprema Corte, diputado y gobernador
interino y constitucional de su estado, Juárez aprende las artes de la política
en la arena local y regional. No participa en el Congreso Constituyente de
1856-57. Sin embargo, cuando ocurre el golpe de estado de Ignacio Comonfort en
1857, Juárez, que pocos días antes había sido nombrado presidente de la Suprema
Corte de Justicia, asume la primera magistratura y se transforma en baluarte y
escudo de la Constitución de 1857. Juárez percibió con claridad que el mayor
defecto de la carta constitucional era la disminución de las facultades del
Poder Ejecutivo y las enormes atribuciones que le cedía al Legislativo. Pero
para corregir esas debilidades en lugar de acudir a la revuelta optó por la vía
política, constitucional, y dedicó un año tras otro al empeño de restablecer el
equilibrio entre los poderes Ejecutivo y Legislativo.
Imagen de Benito Juárez estampada en un plato que
celebra el Centenario de la Independencia. Tomada de la colección de Carlos
Monsiváis. Foto: Adalberto Ríos
Cuando Benito Juárez llegó a ocupar la Presidencia
de la República los personajes del Partido Liberal que entonces brillaban con
luz propia eran Melchor Ocampo, Ignacio Manuel Altamirano, Ignacio Ramírez,
Miguel y Sebastián Lerdo de Tejada, Guillermo Prieto, Francisco Zarco, Jesús
González Ortega, Vicente Riva Palacio. Eran actores que habían labrado un
nombre en la arena política nacional por sus habilidades como representantes en
el Congreso, o por su participación en las leyes, las armas o las letras.
Juárez carecía de esos talentos. Sin embargo, frente a esa pléyade de
"hombres que parecían gigantes", como los llamó Justo Sierra, Benito
Juárez construyó su propio camino para alcanzar uno de los lugares más altos en
la memoria nacional. Como dice Daniel Cosío Villegas, "En Juárez se
dieron, en una proporción muy finamente equilibrada, el estadista y el
político, es decir, el hombre de Estado, capaz de concebir grandes planes de
acción gubernamental, y el hombre ducho en la maniobra política". Con esas
virtudes Juárez puso en acto las leyes de Reforma que cambiaron el destino de
la República. Basta recordar aquí las sustantivas:
* Separación de la Iglesia del Estado
* Nacionalización de los bienes de la Iglesia
* Registro civil de los nacimientos, casamientos y
defunciones
* Instauración de la educación laica
En el manifiesto que dirigió a la nación para
explicar el sentido de esas leyes, escribió: estas medidas "son las únicas
que pueden dar por resultado la sumisión del clero a la potestad civil en sus
negocios temporales, dejándolo, sin embargo, con todos los medios [...] para
que pueda consagrarse exclusivamente [...] al ejercicio de su ministerio".
De este modo, decía, el gobierno "cree también indispensable proteger en
la República, con toda su autoridad, la libertad religiosa", la libertad
de cultos. Estas leyes, seguidas por la determinación intransigente de su
cumplimiento, dieron origen a la nación secular, sustentada no en el privilegio
o los fueros étnicos, religiosos o militares, sino en el reconocimiento de la
igualdad de los ciudadanos ante la ley. La fe absoluta de Juárez en la bondad
del credo liberal la revela su actitud ante los grupos étnicos. Aún cuando
conocía mejor que nadie su situación degradada, jamás pensó en otorgarles a los
pueblos étnicos derechos especiales, pues él vio el interés de los indígenas a
través de los principios liberales, es decir, promoviéndolos a la categoría de
ciudadanos sin más, iguales a los otros.
Acercamiento al rostro de Juárez. Tablero Juárez
redivivo de José Clemente Orozco, pintado en 1948. Tomado del Mural
painting of the Mexican Revolution, 1985. Fondo Editorial de la Plástica
Mexicana.
Otro ejemplo del talento político de Juárez es su
capacidad para amalgamar y mantener unido al grupo de fuertes y contrastadas
personalidades que componían el Partido Liberal. Así, a pesar de las divisiones
internas y las rivalidades personales, Juárez condujo a su partido a metas
nacionales, a logros que trazaron el rumbo futuro de la nación. Brian Hamnett
dice que la coherencia política de Juárez estaba regida por tres principios.
Primero, su apego al gobierno constitucional, al estado de derecho. Segundo, su
convicción de que la ley debería imperar sobre cualquier otro interés. Tercero,
su fe en la primacía del poder civil como sustento de todo el edificio
político.
Juárez fue siempre fiel a estos principios
liberales. Pero su lealtad esencial no era partidista, como lo mostró su
actitud en los días aciagos de la intervención francesa y el imperio de
Maximiliano. Cuando los ejércitos de Napoleón III invadieron el territorio,
Benito Juárez asumió a plenitud el cargo de jefe de la defensa nacional,
convocó a todas las fuerzas disponibles para combatir al agresor extranjero, y
bajo condiciones hostiles y adversas, impuso la derrota al usurpador. La
victoria de las armas nacionales decretó entonces la muerte del invasor
extranjero y de sus corifeos mexicanos. La condena de fusilar a Maximiliano
suscitó presiones en el exterior y en el interior, algunas hechas por
reconocidas celebridades europeas, como Víctor Hugo y Garibaldi. Juárez fue
inflexible. Sostuvo que Maximiliano había sido condenado a la pena de muerte
por los crímenes cometidos contra una nación independiente; su condena era el
castigo merecido a las potencias imperialistas y a las monarquías absolutas,
acostumbradas a avasallar a los países débiles. Nosotros, decía Juárez en el
documento que justificaba su determinación, "heredamos la nacionalidad indígena
de los aztecas, y en correspondencia con ese legado no reconocemos soberanos,
ni jueces ni árbitros extranjeros".
Más tarde, apoyado en su victoria sobre el
imperialismo europeo y el conservadurismo nativo, Juárez traza las grandes
líneas de la política exterior. Declara una moratoria para la deuda exterior y
se compromete a pagar las deudas justamente pactadas y reanudar las relaciones
rotas si las potencias afectadas manifestaban su deseo de renovarlas y si
estaban dispuestas a negociar nuevos tratados sobre una base de estricta
igualdad. Para todos los países latinoamericanos, asiáticos, africanos y
europeos oprimidos por las potencias imperiales, México fue entonces ejemplo de
soberanía y dignidad.
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Un plato presenta en el centro a Porfirio Díaz y a
Benito Juárez enmarcados por la bandera nacional. Tomadas de la colección de
Carlos Monsiváis. Foto: Adalberto Ríos
La siguiente imagen se debe a los historiadores
liberales, quienes presentaron a Benito Juárez como encarnación de la patria.
El más notable de estos historiadores es Justo Sierra, quien escribió dos obras
memorables. La más famosa es su Evolución política del pueblo mexicano,
un gran lienzo que abarca todo el desarrollo histórico de México. En este libro
Hidalgo es el fundador de la patria mexicana. De acuerdo con esta idea, de las
400 páginas que Sierra dedica a la formación histórica del país, 250 están
consagradas a la Independencia y la Reforma, las dos grandes revoluciones, las
"dos aceleraciones violentas de su evolución". En un intento por
comprender la avalancha de acontecimientos abrumadores que nublaron el
horizonte de la patria, por descifrar el sentido del faccionalismo político, la
ambición de los caudillos regionales, la codicia de los jefes militares, o el
apetito de los agiotistas que sin escrúpulo aprovechaban la imparable
bancarrota del gobierno, Sierra describe los terribles sucesos que desbarataron
la estabilidad del país y lo instalaron en la quiebra económica, la
ingobernabilidad y la guerra civil, hasta finalizar con la pérdida de la mitad
del territorio. Sus páginas más vibrantes recogen el enfrentamiento contra la
Iglesia, el partido conservador y los caudillos militares, representados por la
figura rocambolesca de Antonio López de Santa Anna.
Esas páginas sombrías apenas se iluminan con el
relato que narra el triunfo de las fuerzas liberales contra el Partido
Conservador en la Guerra de Reforma, la gesta que afirmó la separación de la Iglesia
del Estado, la desamortización de los bienes de la primera, la supresión de los
conventos y comunidades religiosas, la prohibición para estas instituciones de
adquirir bienes raíces y el derecho incontestable del Estado para regular los
actos esenciales de la vida ciudadana (nacimiento, matrimonio y defunción). En
su relato de las interminables pugnas faccionales, virulentos enfrentamientos,
guerras, masacres colectivas y muertes indecibles, las páginas luminosas las
ocupan los actos heroicos de los miembros del Partido Liberal.
Imitando las vidas ejemplares de Plutarco, el
historiador romano que hizo del relato histórico un discurso cívico, Sierra
compone breves retratos de los hombres y mujeres que derramaron su sangre por
la causa de la Reforma y la defensa de la patria. Entre esos retratos destacan
los de Benito Juárez, José Joaquín Herrera, Melchor Ocampo, Ignacio Ramírez,
Ignacio Manuel Altamirano, Guillermo Prieto, Manuel González Ortega, Miguel y
Sebastián Lerdo de Tejada, Francisco Zarco, Santos Degollado, Porfirio Díaz...
Entre todos esos defensores de la integridad de la patria sobresale la figura
granítica de Benito Juárez, el escudo inconmovible de la República, a quien
Justo Sierra celebra con las virtudes del legislador, el atributo supremo
encomiado por Plutarco. En este libro Juárez, las leyes de Reforma y la
victoria sobre el imperio de Maximiliano son las cumbres del patriotismo
liberal. La mejor expresión de esta idea la resume el párrafo siguiente, que
celebra el triunfo de la República sobre los invasores franceses:
Escultura de Manuel y Juan Islas, La patria
lamenta la muerte de Juárez, 1837-1880. Tomada de Fausto Ramírez
"La República fue entonces la nación; con
excepciones ignoradas, todos asistieron al triunfo, todos comprendieron que
había un hecho definitivamente consumado, que se habían realizado conquistas
que serían eternas en la historia, que la Reforma, la República y la patria
resultaban, desde aquel instante, la misma cosa y que no había más que una
bandera nacional, la Constitución de Cincuenta y Siete; bajo ella todos
volvieron a ser ciudadanos, a ser mexicanos, a ser libres."
La consolidación del Estado laico, el patriotismo
entendido como entrega a la República y sus fundamentos cívicos, y la defensa
de la Independencia, son los valores que Sierra ve amalgamados en Juárez, el
patriota por excelencia. El homenaje final que Sierra le consagró a Juárez
adoptó la forma de libro, su obra más madura como historiador: Juárez
su obra y su tiempo. En este libro notable en la historiografía mexicana,
escrito como respuesta a la diatriba que contra Juárez publicó Francisco Bulnes
(El verdadero Juárez y la verdad sobre la intervención y el imperio,
1904: y Juárez y las revoluciones de Ayutla y de Reforma, 1905),
Sierra dio rienda suelta a su patriotismo y en poco más de quinientas páginas
plasmó el mayor tributo al carácter y la obra republicana de Benito Juárez.
Juárez su obra y su tiempo es un compendio magnífico de la ideología y
los valores del liberalismo encarnados en Juárez, un relato dramático del vía
crucis recorrido por la República en su enfrentamiento con los intereses
corporativos heredados del Virreinato (iglesia, ejército, oligarquía criolla),
los años infaustos de la guerra civil que derramó torrentes de sangre, la
invasión estadunidense con su cuota de derrotas humillantes y su trágico
desenlace, el cataclismo de la intervención francesa y el imperio de
Maximiliano con la secuela de guerras fratricidas, episodios sangrientos y mortandades,
y, por último, detrás de todo ello, la brega sorda, cotidiana, abrumadora, para
mantener la integridad del territorio y la independencia de la nación.
Los años de 1846 a 1867 fueron cruciales en la
formación del Estado mexicano. Son estos los años cuando la nación luchó por su
supervivencia, construyó los baluartes políticos del Estado y trazó los rasgos
de su identidad. Para Justo Sierra en esa época encrespada, dolorosa,
desfalleciente y aniquiladora, la roca inquebrantable que sostuvo el edificio
nacional fue Benito Juárez. En esta interpretación el temple liberal de Juárez
y su lucha indeclinable contra el invasor extranjero y el gobierno espurio de Maximiliano,
son los constructores del patriotismo y la República liberal.
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La plástica del siglo de la Independencia, 1985. Foto: Enrique Franco Torrijos
Para finalizar quiero señalar porqué hoy la obra y
la vida de Benito Juárez siguen siendo lecciones permanentes. El es, en la
mitad crítica del siglo XIX, como lo advirtió Ignacio Manuel Altamirano, el
ejecutor de la segunda Independencia de México. Su figura encarna la
independencia política ante las agresiones del exterior y la defensa moral de
los principios de autodeterminación de los pueblos.
Importa recordar a Juárez en el año 2006, el año
del bicentenario de su nacimiento, porque hoy nuestra política exterior es
sinónimo de miopía ante la amenazadora situación internacional que nos rodea,
cuando vuelve a imperar la fuerza sobre el derecho y la autonomía de los
pueblos, cuando nuestra política exterior se sujeta a los poderes imperiales y
olvida nuestras responsabilidades en el hemisferio y en el escenario mundial.
En contraste con la política internacional independiente y visionaria de
Juárez, hoy se nos considera en la esfera diplomática un apéndice de la
política estadunidense, fieles seguidores de un rumbo que nunca nos fue consultado
y no es el nuestro.
Recordamos hoy a Juárez porque con él culmina la
larga batalla liberal contra el fanatismo religioso, porque su política abrió
el horizonte del laicismo, cerró las puertas a la religión de Estado y sembró
las bases para conjurar las luchas de religión y los fundamentalismos que hoy
resucitan en diversas regiones del mundo. Reivindicamos la memoria de Juárez
porque hoy, desde la misma Secretaría de Gobernación se apoyan los intereses
religiosos que ayer escindieron a la nación y provocaron la guerra fratricida
entre los mexicanos.
Recordamos hoy a Juárez por su conocimiento
profundo de la diversidad social del país y su esfuerzo tenaz por darle unidad
al cuerpo político. Así, cuando Benito Juárez restaura la República, en su
manifiesto del 15 de julio de 1867 tiende una mano conciliadora al Partido
Conservador derrotado y convoca a la unidad de la nación. En ese manifiesto
asentó: "No ha querido ni ha debido antes el gobierno, y menos debiera en
la hora del triunfo completo de la República, dejarse inspirar por ningún
sentimiento de pasiones como los que nos han combatido [...] encaminemos ahora
todos nuestros esfuerzos a obtener y a consolidar los beneficios de la
paz..."
Recordamos hoy a Benito Juárez porque frente al
elenco de héroes derrotados que celebra la memoria popular y la colección de
mitos perpetrados por la historia de bronce y la izquierda petrificada en el
dogmatismo populista, él configura la imagen de un héroe victorioso. Como dice
Carlos Monsiváis, "Juárez es un vencedor insólito, mucho más un
contemporáneo de vanguardia que un precursor. Vence al racismo ancestral, a las
imposibilidades y dificultades de la educación en un país y una región
asfixiados por el aislamiento, a los problemas de su carácter tímido y cerrado,
a las divisiones de su partido, a la ira y las maniobras del clero integrista y
los conservadores, a la intervención francesa, a las peripecias de su gobierno
nómada, al imperio de Maximiliano, a la oposición interna de varios de los
liberales más extraordinarios, a sus terquedades en el mando. Se le persigue,
encarcela, destierra, calumnia, veja y ridiculiza". No obstante, a pesar
de la saña que lo combatió ayer y la desmemoria política que lo olvida hoy,
Juárez "permanece por la congruencia de su ideario y vida, y por defender
con razón y pasión las ideas cuyo tiempo ha llegado".
Recordamos hoy a Juárez porque su vida es el
reverso exacto de los escandalosos casos de corrupción y deshonestidad
cotidiana que nos brindan los políticos por mediación de cada uno de sus
partidos. Admiro a Juárez, decía don Daniel Cosío Villegas, "por una
última razón, que en su tiempo poco o nada significaba, pero que en los
nuestros parece asombrosa, de hecho increíble: una honestidad personal tan
natural, tan congénita, que en su época no fue siquiera tema de conversación y
mucho menos de alabanza". Por esas razones, y por muchas más contenidas en
sus obras, es un deber moral recordar hoy, en el bicentenario de su nacimiento,
el legado eminente del patricio Benito Juárez.
17 de marzo, 2006
Artículo enviado por cortesía de Fernando Buen Abad Domínguez.
Dr. Fernando Buen Abad Domínguez
Universidad de la Filosofía
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