DI-Fácil 2: Diplomado virtual Internacional en Facilitación
y Acompañamiento oportuno de procesos de Aprendizaje.
LA ESCUELITA DE TACHITO
Por: Ventura Alas*
El Salvador
Eran las 7:15 am cuando la plática casi a gritos de niños/as
alegraban la calle intransitable que daba con la escuela, la señora Juana, quien siempre les regañaba a
su paso por el patio de su casa, ahora les saludaba y les despedía alegremente. Don Lucas
pensaba “estos babosos serán hombres de bien, le servirán a la patria”; una madre
con dulzura le decía a su hijo - apurate
Luisito, que ya es tarde tus amigos te dejarán y llegarás tarde a la escuela;
encima del portón metálico se extendía
como arcoíris un bonito letrero que les recibía: “BIENVENIDOS/AS”, que las/os
niños/as que se iniciaban en la lectura se ensayaban todos los días, y los
demás, hasta cantado lo hacían, sin darse cuenta que juntos/as hacían un
recibimiento colectivo.
También había una parra de veraneras que tiraba de pilar a
pilar del portón con flores de todos colores, que se le salían a las hojas como
queriendo volar y darles un beso a los recién llegados. -Esa es matizada- decía una niña, -mirá
aquella rojita- comentaba otra, -esa me gusta- respondía un niño.
Más adelante, después de unas gradas culebreadas
interminables les esperaba su profesor con una sonrisa de oreja a oreja, casi a
carcajadas, saludando a sus visitantes, dándoles un apretón de mano y el que
tenía suerte hasta una palmada en la espalda se ganaba. Al llegar a la par de
él me recibió -¿Cuántas botellas de
leche te dio la vaca ahora?- me
preguntó, -sólo cuatro porque el chivo se había mamado-. -Fuiste ayer con tu papá a la hortaliza- le
preguntaba a Juancito-, -Sí profe, aquí le traigo unos rábanos-; - gracias,
muchas gracias-, le respondió el profesor. Así transcurría la llegada de las/os
niños/as a la escuela y el recibimiento de su profesor, porque así lo consideraban
ellas/os “su profesor”, a veces hasta se discutían con sus compañeros/as
disputándose los espacios al lado del profe.
Una campanita de bronce les interrumpió los juegos
tempraneros y les anunciaba que la hora de entrar a la clase había llegado. Ingresaron agitados al aula, pero el profesor les
tranquilizó luego, relajándolos con un cuento. De inmediato las/os niños/as
estaban dispuestos a iniciar sus clases.
El profesor indicó que debían conversar en parejas acerca de
cómo en sus cultivos hacían para llevar el agua de un lugar a otro, otras/os lo
harían sobre la cantidad de leche que la vaca había dado en la última semana.
Las/os niños/as todos/as comenzaron a debatir entre ellas/os y a contar
anécdotas, -¿te acordás de aquella
hortaliza que hicimos por el matazano?-Ahí sí nos costó porque la tomatera
estaba más arriba de la fuente de agua, pero al final pudimos llevar el agua hasta
las plantas-.
Así transcurrió la clase entre pláticas, pasadas, chistes,
bromas, risas y uno que otro pujido; no faltaron los gases biológicos que
invadían la clase y las acusaciones al respecto; pero contentos, felices.
De repente, nuevamente la campanita mágica con su tilín
tilín les hacía el llamado para el recreo. Una madre de familia les esperaba en
la cocinita de láminas viejitas de la escuela para repartir el refrigerio: ahora tocaban pupusas de mora y refresco de
horchata, según el menú escolar. Todos/as se sentaron en unos bancos
improvisados de descostillo de pino, formando un gran círculo; continuaron la
fiesta mientras disfrutaban de la comida.
Naranja lima/limón partido/dame un abrazo/que yo te pido;
cantaban unos niños/as formando un círculo con un participante en medio, los demás
giraban alrededor de él. Otras/os hacían piruetas como monos graciosos en un
árbol bajito de mango que estaba en un costado de la escuela; Juan, Carlos y
María se deslizaban sobre un barranquito con una pichinga aplastada; la Juanita
y Chepito, columpiaban en unos bejucos de matapalo que funcionaban perfectamente para lo que
eran usados.
El papá de Carmencita vino el otro día para hacer una maroma, Chomo y yo
girábamos en ese instrumento que uno sentía como que andaba en las voladoras de
la fiesta del pueblo.
Había llantos, risas, pujidos, empujones, gritos, quejas…
Pero estaba bonito, todos estaban felices,
parecía una feria, en aquel lugar
no había espacio para la tristeza, como si el circo de Moscú se había dado cita
en la escuelita de Tachito; era como si alguien había traído el mar entero en
una mano y los niños jugaban con él, sólo entendían los niños/as que el cielo
es azul para el retozo.
-¡Tacho, Tacho, Tachito te digo!- decía la nana con voz
dulce y cansada de trabajo. -¡Tan bonito questaba el sueño!- pensó el niño al despertarse.
Levantáte yas tiempo que tioficiés, el sol ya viene saliendo y tenés que
ordeñar la vaca antes dirte a la escuela.
Refunfuñaba la mamá de Tacho. Había amanecido. Tacho se
levantó como un rayo y dijo: -daría lo que fuera porque hoy tuviera un día en la
escuela como el del sueño,- se decía Tacho en sus adentros.
En su camino para la escuela, no se encontró con la
amabilidad de los vecinos, sino con los comentarios de campesinos que iban a
sus trabajos. –Sólo los haraganes van a la escuela. – Del estudio nadie vive. –Quitá diay cipote
te va joder la mula.
El portón de la escuela no tenía el letrero bonito de
bienvenida, sino uno que lo sustituía: “Aquí sí se enseña”; ni las flores
contentas, algunos niños decidían quedarse sentados en unas piedras pegadas al portón,
no había la alegría y la correntada de estudiantes gritando y corriendo por las
gradas culebriadas que conectaban la calle con la escuela. Al llegar al aula,
Tacho encontró al profesor Menjívar sentado en su escritorio con la cabeza
sumida en un libro que parecía viejo por el aspecto que presentaba, al entrar
inmediatamente lo saludó:
-Días le dé dios profe. Se dice -¡Buenos días!, Anastacio,-
le contestó con una voz pésima y arrogante.
Al iniciar la clase, el profesor tomó entre sus manos el
libro viejo que lo entretenía a la llegada de Tachito, les dijo con una voz
seca: -La sintaxis de las oraciones
gramaticales, será el tema que les enseñaré esta mañana y comenzó a dictar
frases y oraciones que nadie comprendía ni podía escribir. -Este
profe habla el inglis- pensaban unos estudiantes, -no, es que es brujo- pensaban otros, -creo que estudió para cura y trabaja como
profesor- suponía la Juanita y no faltó quien pensara que estaba loco o estaba
en ese proceso; lo cierto es que nadie se atrevió a comentar nada hasta que
éste se marchó de la comunidad y no regresó jamás.
Después guardó en su bolsón el libro utilizado para la clase
de lenguaje y tomó uno de matemática que los niños lo recuerdan por tener
dibujados unos hombres barbudos y continuó; esta vez el profesor seguía hablando del postulado de
un tal Pascal, despejaba fórmulas, desarrollaba ejercicios, hablaba de física,
explicaba teorías y principios matemáticos, llenaba la
pizarra, borraba y.... Todas/os pensaron que hablaba de don Pascual, el señor
de la tiendita que vendía el periódico en rollo de hace 4 años y una galleta
deshecha revuelta con pedazos de cono de sorbete que el vendedor y los compradores
lo llamaban desperdicio.
Un día en el marco de una campaña electoral para consejos municipales,
un candidato a la alcaldía de esa localidad por el partido verde, había llevado
unos juguetes para repartirlos entre las/os niños/as de la comunidad, pero pensó
que yendo a la escuela sería mejor, pues allí estaban concentradas/os ya. El
profesor le recibió amablemente, se colocó delante de él y anunció con
algarabía el regalo que les había llevado este señor tan generoso y bondadoso.
Todos/as corriendo para ser las/os primeras/os, pues temían
ser de las/os últimas/os y que no alcanzaran su pitoreta, su soldadito o su carrito.
Entre empujones, pujidos y rechazos de toda índole, Tachito logró colocarse en
medio de la fila para asegurar su juguete. Al llegar a los zapatos del
profesor levantó la cabeza; se topó con
la gran panza del candidato y estiró sus manos para recibir su juguetito, bien ganado,
después de gran lucha con sus compañeros/as, y que luego sería bien cobrado por
el candidato de llegar a la alcaldía. –Para vos no hay, no hay te digo, salite
de la fila; faltaste a clases dos días de la semana pasada; el otro…, el
siguiente…, que pase- anunció el profesor.
Tachito sintió el corazón en un hilito, parecía que ya se le
iba a salir y que la garganta se le cerraba y no pudo ni siquiera llorar;
porque además había escuchado a su padre decir un día: “los hombres no lloran”;
pero no tuvo más remedio que obedecer aquella orden con complejo de teniente
coronel de la guardia nacional. Nunca pudo contar lo sucedido a sus padres,
pensaba que la situación se complicaría, no se quedaría sólo sin juguete, sino
que también ganaría un buen castigo, porque no había ido a clases por quedarse jugando
con Juancito en un cholladero de tierra
blanca que había cerca de la quebrada. Cada vez que llegaba al aula lo invadía
una tristeza y aflicción que no soportaba más.
Una mañana, Tachito pensó en
robarle los libros al profesor, pues creía que eran los que le daban
autoridad de mandar, de comportarse mal, de regañar a quien quería, de mantener aquella aula en un silencio total
después de su voz; los libros eran los responsables de aquellas clases aburridas,
incomprensibles, de miedo, de las tareas que nunca pudo resolver.
Una mañana, mientras el profesor salió para lavarse las
manos y los demás niños/as estaban pendientes de lo que pasaba con él, Tachito sacó
los libros de matemática y lenguaje de su bolsón y los colocó en el suyo sin
que nadie se diera cuenta.
El profesor y las/os demás no se enteraron de lo sucedido hasta
el día siguiente, cuando el profesor arremetió contra todos/as y los sometió a
un exhaustivo interrogatorio, en donde Tachito, terminó confesando que él los
tenía escondidos en una cueva.
El niño fue sometido a duros castigos, entre los cuales incluía
hacer una plana de 200 líneas que decía:
“No debo robar los libros de los profesores”. Sin darse cuenta, después
de escribir media plana, comenzó a
escribir otra frase: “No debo poner en
evidencia la ignorancia de los profesores”. Cuando el profesor revisó la plana,
vio que Tachito no había cumplido con la orden, entonces fue expulsado de la
escuela y no regresó jamás.
Tan gueno quera el cipote,
-no se metía con nadie, -era bien
trabajador;- comentaban las comadres en
el patio de la casa; mientras otras mujeres tapadas con mantelina negra se
disponían para cantar los parabienes.
El profesor reflexionaba al fondo de una casa de adobe donde
vivía durante la semana, sentado en un taburete: ¿Y el
tema de los insecticidas está al final del programa? ¿Si hubiese estado en la escuela,
hubiera estado trabajando? ¿Y hubiera muerto?.
Efectivamente, Tachito acababa de morir a consecuencia de
una intoxicación, por mal manejo de insecticidas, mientras fumigaban con su
papá un terreno para sembrar repollos.
* Ventura Alas – representante ABACOenRed – El Salvador
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