La pérdida de más de 3 mil millones de dólares que anunció JP Morgan Chase sacudió la poca credibilidad que queda en los banqueros de Wall Street. La imagen es de una protesta durante la reunión anual de accionistas en Tampa, Florida, el 15 de mayo. Foto Reuters
Los barones ladrones
David Brooks
La pérdida de más de 3 mil millones de dólares
–se espera que sea más– reportada por la empresa financiera JP Morgan Chase,
considerada por expertos y hasta por el presidente Barack Obama como la mejor
administrada en el país, sacudió la poca credibilidad que queda de que los
banqueros de Wall Street son capaces de portarse bien sin supervisión
adulta.
Ahora tres agencias federales realizan
investigaciones preliminares sobre si hubo algunos manejos ilegales, y algunos
comités en el Congreso están convocando a los jefes del banco más rico (en
bienes) del país para explicar qué sucedió. A la vez, críticos señalaron que
esto demuestra la necesidad de mayores medidas de control y regulación del
sector financiero, algo que este banco y su ejecutivo en jefe, Jamie Dimon, desean limitar y derrotar, invirtiendo millones
en esfuerzos de cabildeo y mostrando hasta hace poco a su propia empresa como
ejemplo de lo bien que se podían portar sin mayor supervisión externa.
Mientras la Oficina Federal de Investigaciones
(FBI), la Comisión de Valores y otra agencia llamada Comisión de Venta de
Futuros de Productos Primarios, investigan las operaciones del banco con los
llamados derivados de crédito y otras cosas imposibles de entender (a propósito)
para las personas comunes, los banqueros insisten en que sólo fue un
error.
Poco después de que primero se divulgó el juego
especulativo inusualmente riesgoso, el 13 de abril Dimon minimizó públicamente
el asunto y afirmó que no era más que una tormenta en una tetera. Tres semanas
después, el 10 de mayo, cuando el banco divulgó que había perdido por lo menos
2 mil millones de dólares en estas actividades (ahora son 3
mil millones, y podría elevarse a 4 mil millones), Dimon aceptó que hubo errores
y que esta operación financiera fue mal construida y mal vigilada. Para eso le
pagan 23 millones de dólares al año.
La sorpresa de todo esto es que no es sorpresa.
Los bancos continúan haciendo lo mismo y los políticos lo permiten, a pesar de
los millones de desempleados, mayores índices de hambre, más pobreza, menos
fondos para educación y salud y otras consecuencias que resultaron de la peor
crisis financiera desde la gran depresión. Nadie –ni los grandes ejecutivos ni
los políticos– ha sido responsabilizado y mucho menos fiscalizado por sus
errores.
Todo esto no es más que la prueba de que éste
es un sistema por el 1 por ciento, del 1 por ciento y para el 1 por ciento, como
lo definió el economista premio Nobel Joseph Stiglitz, y no tiene nada de nuevo.
De hecho, se puede trazar la historia de este sistema con sólo explorar el
nombre del banco tan prestigioso: JP Morgan.
John Pierpont Morgan (1837-1913) fue hijo de un
banquero. Empezó vendiendo acciones de empresas ferrocarrileras y llegaría a
ejercer enorme control sobre los sectores claves y más dinámicos de la economía
estadunidense.
Uno de los primeros negocios de Morgan fue
cuando, durante la Guerra Civil, compró 5 mil rifles de un arsenal militar a
3.50 dólares cada uno y se los vendió a un general a 22 dólares la pieza, sin
importar que los rifles eran defectuosos y al disparar los soldados perdían sus
pulgares. Como los otros hijos de los más ricos, incluido John D. Rockefeller,
Andrew Carnegie y James Mellon, Morgan evitó el servicio militar durante esa
guerra pagando 300 dólares a un sustituto. El padre de Mellon le escribió a su
hijo: un hombre puede ser patriota sin arriesgar su propia vida o sacrificar su
salud. Hay un montón de vidas menos valiosas, según cuenta el historiador Howard
Zinn.
Morgan llegaría a ser uno de los hombres más
poderosos del país; de hecho, el gobierno acudió a él y sus colegas para
resolver una crisis de reservas en 1895, claro, con grandes ganancias y favores
por tal servicio. Pero su objetivo principal, mientras multiplicaba su fortuna,
era generar estabilidad en el sistema. No queremos convulsiones financieras,
afirmó, mientras concentraba cada vez más control sobre el sector de
ferrocarriles, aseguradoras y más, todo ligado al eje central de los bancos.
Para 1900 controlaba la mitad del kilometraje de ferrocarril en el país,
mientras tres aseguradoras controladas por el grupo de Morgan tenían mas de mil
millones en bienes. Louis Brandeis, antes de que fuera nombrado a la Suprema
Corte, escribió en uno de sus libros que Morgan y sus colegas controlan al
pueblo con el propio dinero del pueblo.
Morgan fundó la US Steel Company, fusionando la
empresa siderúrgica fundada por Carnegie con otras, y ayudaría a consolidar lo
que sería General Electric. Y estos monopolios, junto con los otros de los
Rockefeller, Carnegie, Jay Gould, Henry Clay Frick y más, lograron ventajas y
ganancias con el apoyo activo del gobierno federal, que ofrecía barreras
proteccionistas y otras medidas para beneficiar a este grupo casi
todopoderoso.
Estos magnates fueron llamados los barones
ladrones por sus operaciones y maniobras.
Dimon, uno de los ejecutivos más prominentes
del sector financiero que apoyaron la elección de Obama en 2008, y quien fue
considerado posible secretario de Tesoro en el gabinete, supuestamente se ha
distanciado del ocupante de la Casa Blanca, pero para muchos Obama no se ha
distanciado lo suficiente de los barones de Wall Street.
El distinguido e influyente filósofo político
Cornel West, profesor de la Universidad de Princeton, promovió la elección de
Obama con grandes expectativas de que se enfocaría sobre lo que considera la
gran lucha de derechos civiles del siglo XXI: la pobreza y la desigualdad
económica. En una entrevista reciente con el Financial Times, West expresó su
desencanto describiendo a Obama como una mascota negra para los oligarcas de
Wall Street y un títere negro de los plutócratas empresariales.
La cúpula política y económica del país no ha
cambiado tanto desde los tiempos de JP Morgan y los barones ladrones. Aún hay
una realeza, ahora llamada el 1 por ciento, que continúa mandando en este país,
sin pedir permiso y menos supervisión del 99 por ciento. Y los JP Morgan siguen
gozando de ello un siglo después.
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