Por el (necesario y
demorado) regreso al marxismo
Por Atilio Boron
Posted on enero 20, 2013
Tribuna Popular TP –
BATALLA DE LAS IDEAS.
Abordar este tema requiere de algunas (necesarias)
consideraciones iniciales. ¿Cómo entender el significado de este regreso a las
fuentes del pensamiento crítico? Ciertamente, estamos convencidos que la
supervivencia del marxismo como tradición intelectual y política se explica por
su capacidad para enriquecerse ininterrumpidamente.
El regreso a Marx supone
un permanente “ir y venir” merced al cual las teorías y los conceptos de la
tradición marxista son resignificados a la luz de la experiencia actual, es
decir, de los rasgos característicos de las estructuras y procesos del
capitalismo contemporáneo.
En este sentido, la
reintroducción del marxismo en el debate teórico constituye una saludable
novedad en las ciencias sociales latinoamericanas, dominadas durante más de
treinta años por la producción académica neoconservadora de origen
norteamericano. Ya en un texto juvenil, nos referimos a La Sagrada Familia,
Marx y Engels decían que cuando la filosofía abjuraba de toda pretensión
crítica y transformadora degeneraba en “la expresión abstracta y trascendente
del estado de cosas existente”. Pocas advertencias son más oportunas que esta a
la hora de juzgar a las teorías sociales dominantes. Al renunciar a la crítica
y al desentenderse de la necesidad de transformar el mundo, las construcciones
hegemónicas en el campo de las ciencias sociales terminan convertidas en una
subrepticia apología del capitalismo finisecular.
En este contexto, un
marxismo depurado de los vicios del dogmatismo y del sectarismo escolástico
parece el mejor dotado para impedir tan deplorable final. Queda claro,
entonces, que el marxismo al que nos estamos refiriendo no se agota en los
estrechos límites de la biografía de su fundador. Al legado que nos dejara la
obra escrita de Karl Marx debemos sumarle los aportes de Friedrich Engels,
Vladimir I. Lenin, Rosa Luxemburgo, León Trotsky, Nicolai Bujarin, Gyorg.
Lúkacs, Antonio Gramsci y tantos otros pensadores que lo forjaron hasta
nuestros días.
Retornar al marxismo,
entonces, es regresar al punto de partida después de haber acumulado
experiencias, triunfos y derrotas. Se llega de regreso al inicio no siendo el
mismo.
Se llega de regreso a un
inicio que tampoco resulta ser el mismo lugar.
Porque la obra de Marx y
la tradición que se remite a su nombre no se ha suspendido por encima de la
historia. Porque el marxismo es una tradición viviente que reaviva su fuego en
la incesante dialéctica entre el pasado y el presente.
Lejos de ser un libro
cerrado que nos ofrece todas las respuestas, el marxismo es, antes que nada
–como sugeriría Sheldon Wolin-, una riquísima tradición de discurso en donde
los interrogantes son tan iluminadores como las respuestas. En otras palabras,
sin recuperar la teoría marxista no hay reconstrucción posible de la ciencia
social, pero recuperándola solamente no alcanza. Si debemos recurrir al
psicoanálisis, o a los estudios culturales, o a la lingüística o bien a la
teoría de sistemas es una discusión que aún no está cerrada.
Aquello que no deja lugar
a dudas es la obsolescencia de la absurda pretensión del “marxismo soviético”,
de sintetizar en uno de aquellos patéticos manuales (¡“anti-marxistas” y
“anti-leninistas” por excelencia!) las respuestas que el marxismo supuestamente
ofrecía a la totalidad de los desafíos teóricos y prácticos del mundo actual se
desvaneció con la desintegración de la Unión Soviética.
Tiene razón Imre Lakatos
cuando dice que el marxismo es un programa de investigación (¡si bien es
bastante más que eso!) cuyo núcleo duro es irrefutable y cuyas teorías
laterales -el cinturón protectivo- pueden ser alteradas sin que dicho núcleo
duro se vea afectado. Me parece importante recordar este razonamiento en
momentos como éste, cuando arrecian las descalificaciones hacia el marxismo
como teoría de la sociedad.
Desde hace demasiado tiempo,
se viene diciendo que una de las razones por las cuales las ciencias sociales
en la región no progresan es la falta de investigaciones empíricas. El talante
fuertemente conservador de este argumento es evidente: la teoría (predominante)
está bien, lo que pasa es que no hay suficiente investigación como para
respaldarla adecuadamente.
Una simple ojeada a lo
acontecido en nuestra región en los últimos veinte años comprueba,
contrariamente a lo que dicta el saber convencional, la existencia de un impresionante
cúmulo de investigaciones, estudios y monografías en donde se examinan con gran
detalle los más diversos aspectos de nuestras sociedades.
Sin embargo, tan
extraordinaria acumulación de información empírica no ha trascendido el plano
de lo descriptivo ni abierto las puertas a nuevas y más fecundas
interpretaciones teóricas.
La causa de todo esto es
bien fácil de entender: las debilidades de una teoría no se resuelven con la
acumulación de datos empíricos ni con la cuidadosa compilación de resultados de
investigación. Las fallas de la teoría sólo se resuelven concibiendo nuevos
argumentos que enfoquen desde otra perspectiva la realidad sobre la cual se
pretende dar cuenta.
Estamos, en cambio, a
favor de un marxismo racional y abierto sin el cual no podemos adecuadamente
interpretar, y mucho menos cambiar, el mundo, pero sólo con el cual no alcanza
para abarcar acabadamente la complejidad actual.
Ahora bien, si no son
suficientes estas razones de fondo para sostener la necesidad de retornar al
marxismo, busquemos encontrar otro camino. Supongamos, a pesar de todo lo
dicho, que un conjunto de recientes investigaciones ha refutado todas y cada
una de las tesis de Karl Marx, tal y como nos lo proponía Lúkacs en su
brillante Historia y Conciencia de Clase. En tal caso, un marxista “ortodoxo”
podría aceptar tales hallazgos sin mayores problemas y abandonar sin más las
tesis de Marx sin que tal actitud cuestionara su calificación de marxista
“ortodoxo”.
¿Cómo explicar semejante
paradoja –conocida como “la paradoja de Lúkacs”? La respuesta que nos ofrece el
teórico húngaro es la siguiente: el marxismo “ortodoxo” (expresión que él
utiliza sin las comillas que yo creo conveniente agregar) no supone la
aceptación acrítica de los resultados de las investigaciones de Marx, ni la de
tal o cual tesis de su obra, así como tampoco la exégesis de un libro “sagrado”
(aquí las comillas son de Lúkacs). Por el contrario, la ortodoxia marxista se
refiere exclusivamente a la concepción epistemológica general de Marx, el materialismo
dialéctico, y no a los resultados de una indagación en particular guiada por la
metodología que fuera. Para Lúkacs esta concepción se expresa a través de
numerosos y variados métodos que pueden ser desarrollados, expandidos,
profundizados en consonancia con los grandes lineamientos epistemológicos
esbozados por sus fundadores. A nuestro entender, de la argumentación
precedente puede inferirse la posibilidad de pensar al marxismo como una
propuesta que consiste de dos componentes, separables e independientes: una
parte sería la teoría, la otra el método. Sin embargo, como el propio Lúkacs lo
demuestra en sus trabajos, no hay tal escisión sino una estrecha unidad entre
teoría y método. De donde se sigue que, (a) la refutación de las tesis
centrales de la teoría difícilmente podría dejar intacta la concepción
epistemológica y metodológica que le es propia; y (b) que la demostración de la
inadecuación de esta última afectaría gravemente la validez de la primera.
Hoy, podemos decir que el
capitalismo en tanto sistema altamente dinámico presenta mecanismos de
explotación y, por ende, de extracción de plusvalía harto más complejos y
diversos de los que existían en tiempos de Marx y Engels.
Pero, ¿significa todo
esto que los capitalistas dejan de comprar la fuerza de trabajo (ahora de
características bien diferentes a las de antaño) por el precio que tiene la
reproducción de la misma, poniendo fin a la relación salarial examinada
críticamente por Marx en El Capital?
¿Qué hace el capitalista
cuando adquiere esa fuerza de trabajo? ¿Le retribuye al trabajador la totalidad
de lo producido en su jornada laboral, o se queda con una parte? ¿Desaparece la
explotación, o persiste bajo renovadas formas?
Si la teoría de la
plusvalía fuese refutada, la construcción metodológica del marxismo se vería
irreparablemente dañada; si se llegase a demostrar que el método dialéctico es
un mero recurso retórico y no una estrategia válida de reconstrucción de lo
real en el plano del pensamiento, las tesis centrales de la teoría marxista
difícilmente podrían sobrevivir.
Sin embargo, aún no ha
ocurrido nada de esto. No podemos decir ¡la explotación ha muerto!, antes bien,
debemos trabajar duro en favor de un marxismo racional y abierto para
interpretar y abarcar acabadamente la complejidad actual.
El legado hegeliano
En continuidad con las
observaciones respecto al método referidas bajo la paradoja de Lúckacs, en este
apartado retomaremos algunos planteos metodológicos de Marx, no siempre
debidamente recordados y, sin embargo, sumamente esclarecedores.
Comencemos por el epílogo
a la segunda edición de El Capital, publicado en 1873, Marx alude
explícitamente a su relación con Hegel y a su concepción del método dialéctico.
En un pasaje de dicho texto Marx afirma que “mi método dialéctico no sólo
difiere del de Hegel (…) sino que es su antítesis directa. Para Hegel el
proceso del pensar, al que convierte incluso, bajo el nombre de idea, en un
sujeto autónomo, es el demiurgo de lo real” (aclaro, por si acaso que la
expresión “demiurgo” significa “principio activo del mundo”) Y prosigue Marx
diciendo que “Para mí, a la inversa, lo ideal no es sino lo material traspuesto
y traducido en la mente humana. Hace casi treinta años sometí a crítica el
aspecto mistificador de la dialéctica hegeliana, en tiempos en que todavía
estaba de moda. Pero precisamente cuando trabajaba en la preparación del primer
tomo de El Capital los irascibles, presuntuosos y mediocres epígonos que llevan
hoy la voz cantante en la Alemania culta dieron en tratar a Hegel (…) como a un
‘perro muerto.’ Me declaré abiertamente, pues, discípulo de aquél gran pensador
y llegué incluso a coquetear aquí y allá, en el capítulo acerca de la teoría
del valor (¡nada menos!/AAB), con el modo de expresión que le es peculiar. La
mistificación que sufre la dialéctica en manos de Hegel en modo alguno obsta
para que haya sido él quien, por vez primera, expuso de manera amplia y
consciente las formas generales del movimiento de aquélla. En él la dialéctica
está puesta al revés. Es necesario darla vuelta, para descubrir así el núcleo
racional que se oculta bajo la envoltura mística”.
Y termina este luminoso
pasaje diciendo que “en su forma mistificada la dialéctica estuvo en boga (…)
porque parecía glorificar lo existente.
En su figura racional, es
escándalo y abominación para la burguesía y sus portavoces doctrinarios, porque
en la intelección positiva de lo existente incluye también, al propio tiempo,
la inteligencia de su negación, de su necesaria ruina (subrayado mío, AAB);
porque concibe toda forma desarrollada en el fluir de su movimiento, y por
tanto sin perder de vista su lado perecedero; porque nada la hace retroceder y
es, por esencia, crítica y revolucionaria”.
Estas líneas permiten
apreciar en toda su magnitud la importancia de la conexión Hegel-Marx y la
íntima relación entre teoría y método. Veamos esto con cierto detalle.
a) las formas de la
dialéctica. Marx nos dice que ésta se presenta bajo dos formas. Una
“mistificada”, que marcha sobre su cabeza, y que concibe a la realidad como una
proyección fantasmagórica de la Idea (así, con mayúsculas). Esta se convierte,
en consecuencia, en “el demiurgo de lo real”.
Pero hay otra forma: la
racional, y bajo la cual la dialéctica marcha sobre sus pies. En esta visión
las ideas aparecen como la proyección de las contradicciones sociales que son
las que efectivamente mueven la historia.
b) las premisas del
método dialéctico. Este método se asume como la reproducción en el plano del
intelecto del modo en que se produce el cambio histórico. Fue Hegel, dice Marx,
quien descubrió sus formas generales de movimiento, sólo que al plasmar sus
hallazgos lo hizo bajo una forma mistificada.
Recuperada su “figura
racional” la dialéctica se convierte en escándalo y abominación para la
burguesía pues implica lo siguiente:
b.1) que el conflicto
social es omnipresente. La historia no es otra cosa que el despliegue de las
contradicciones sociales. Si en Hegel éstas se situaban en el plano de las
ideas, en Marx el “hogar” de las mismas se sitúa en el plano de la sociedad
civil. Allí encontramos las clases y sus irreconciliables antagonismos y las
contradicciones entre las fuerzas productivas y las relaciones sociales de
producción. Esta visión que nos ofrece la dialéctica cuestiona frontalmente
tanto los fundamentos ideológicos del pensamiento medieval/feudal, con su
axioma indiscutible que postulaba la unidad y organicidad del cuerpo social,
como los del pensamiento burgués que se construye a partir de la premisa de la
armonía de intereses que se compensan en el ámbito del mercado y el estado. En
un caso tenemos a la gran construcción de Tomás de Aquino y en el otro a Adam
Smith. Más allá de sus diferencias tanto uno como otro adhieren a una
perspectiva (el orden natural del universo que culmina en la figura de Dios en
el caso del primero, la “mano invisible” en el segundo) que considera a las
contradicciones y conflictos sociales como temporales desajustes y fricciones
marginales, atribuibles a factores circunstanciales o ajenos a la lógica del
sistema. Huelga aclarar que tales visiones terminan por ratificar el carácter
“natural” del status quo y su condición de eterno e inmutable.
b.2) que la lógica de la
historia no es de identidad sino de contradicción. Un corolario de lo anterior
es que la lógica que preside el movimiento de la historia no es de identidad
sino de contradicción.
Lo que es a su vez no es;
es también su contrario y contiene en su seno su propia negación. “Lo concreto
es lo concreto porque es la síntesis de múltiples determinaciones, por lo
tanto, unidad de lo diverso” dice Marx, en línea con esta tesis, en su
“Introducción” de 1857. Esa unidad de lo diverso expresa el carácter
inevitablemente contradictorio de todo lo social, negado sistemáticamente por
todas las variantes del pensamiento burgués. Concebir a la historia desde la
perspectiva de la lógica de la identidad, como lo hace la ideología dominante,
significa asumir, muchas veces sin percatarse de ello, que aquélla se mueve
merced a la influencia de cambios acumulativos constituidos a su vez por una
sucesión de pequeños incrementos cuantitativos que, en su conjunto, dan lugar a
la evolución del sistema. Desde esa perspectiva no hay lugar para
discontinuidades, quiebres o rupturas. El proceso histórico es visto como una
gradual acumulación lineal de sucesos o, a lo máximo como una secuencia de
etapas. Para esta visión, profundamente conservadora, la revolución es sólo
concebible como una aberrante patología que por causas exógenas –la acción de
agentes perversos empecinados en subvertir “el orden natural del universo”-
vendría a interrumpir el curso “normal” de la historia. En el pensamiento
marxista, en cambio, el proceso histórico está precisamente impulsado por la
incesante dinámica que generan las contradicciones y los conflictos sociales.
Obviamente que, llegados
a este punto, habría que siempre tener presente la diversidad de las
contradicciones y antagonismos que generan las sociedades capitalistas y, por
eso mismo, la gran variedad de los sujetos que las encarnan.
b.3) el carácter
socialmente corrosivo y radical del método dialéctico. Resulta evidente, a esta
altura de la argumentación, que una metodología como la dialéctica tiene que
resultar en “escándalo y abominación” para la burguesía y para sus
representantes ideológicos. Y también para quienes sin serlo coinciden con
aquellos en condenar inapelablemente el valor de la metodología dialéctica para
el análisis de la realidad social. Esto se percibe claramente como uno de los
rasgos distintivos de la corriente mal llamada “pos-marxista”, mejor
caracterizada como “ex-marxista”, y que incluye a figuras como Ernesto Laclau,
Chantal Mouffe, Regis Debray, Ludolfo Paramio y, con sus matices diferenciales,
Michael Hardt y Antonio Negri (que en Imperio se solazan en una crítica tan impiadosa
como superficial a la dialéctica) y que terminan produciendo discursos teóricos
que, en todos los casos, terminan respaldando las tesis fundamentales del
pensamiento de la derecha. Tal es el caso de la famosa “radicalización de la
democracia” (burguesa) en Laclau y Mouffe, y la valiosísima (para la derecha)
nueva teorización sobre el imperialismo desarrollada por Hardt y Negri. El nexo
subterráneo que unifica a estos autores es su común rechazo de la dialéctica,
la misma que, “en su figura racional” provoca las más furiosas reacciones de
las clases dominantes y sus epígonos. ¿Por qué? Porque, como lo notaba Marx, en
su argumentación junto a “la intelección positiva de lo existente incluye
también, al propio tiempo, la inteligencia de su negación, de su necesaria
ruina.” Es decir, la dialéctica proclama la inevitable historicidad de todo lo
social, y al hacerlo condena a las instituciones y prácticas sociales
fundamentales de la sociedad burguesa a su irremisible desaparición.
La metodología dialéctica
es irreconciliable con la aspiración capitalista de “eternizar” a su sociedad y
sus instituciones, de hacerlas aparecer como diría Francis Fukuyama, como “el
fin de la historia.” Bajo su luz la propiedad privada de los medios de
producción y la relación salarial tanto como el carácter mercantil de toda la
vida social aparecen como lo que realmente son: fenómenos históricos y, por
ende, pasajeros, susceptibles de ser trascendidos por la acción de las clases y
capas subalternas.
Las contradicciones que
se agitan en su seno provocarán, tarde o temprano, su ocaso definitivo. Por
eso, como recordaba Marx, la dialéctica es, por esencia, crítica y
revolucionaria.”
Y por eso mismo en las
ciencias sociales dominadas por las concepciones filosóficas propias de la
burguesía la batalla en contra de la epistemología dialéctica es una lucha sin
cuartel y sin concesión alguna.
No hay otra concepción
que contenga premisas semejantes, y que cuestione tan radical e
intransigentemente el orden social existente.
Por eso mismo, sin
pensamiento dialéctico no hay pensamiento crítico.
Sin un planteamiento que
obligue permanentemente a identificar las contradicciones y las tensiones de un
sistema, y que haga de esta operación el principio metodológico fundamental de
cualquier análisis social, no hay posibilidades de alimentar el pensamiento
crítico.
La falacia del
determinismo economicista
Ya en los tiempos en que
Marx hacía su aparición en el escenario político e intelectual europeo (segunda
mitad del siglo XIX), y desde entonces no ha cesado de ser esgrimida, se
acusaba al materialismo histórico de explicar la complejidad de la vida social
por la reducción a los factores económicos. Con relación a ellas conviene
recordar lo expresado por Engels en una carta a J. Bloch, del mes de septiembre
de 1890. El amigo de Marx sostiene que “según la concepción materialista de la
historia, el factor que en última instancia (Nótese bien: énfasis en el
original/AAB) determina la historia es la producción y la reproducción de la
vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado nunca más que esto. Si alguien lo
tergiversa diciendo que el factor económico es el único determinante (énfasis
en el original/AAB) convertirá aquella tesis en una frase vacua, abstracta y
absurda. La situación económica es la base, pero los diversos factores de la
superestructura que sobre ella se levanta –las formas políticas de la lucha de
clases y sus resultados, las Constituciones, (…), las formas jurídicas, (…),
las teorías políticas, jurídicas, filosóficas, las ideas religiosas (…),
-ejercen también su influencia sobre el curso de las luchas históricas y
determinan, predominantemente en muchos casos, su forma”.
Y poco más adelante, en
esa misma carta, concluye que “el que los discípulos hagan a veces más hincapié
del debido en el aspecto económico es cosa de la que, en parte, tenemos la
culpa Marx y yo mismo.
Frente a los adversarios
teníamos que subrayar este principio cardinal que se negaba, y no siempre
disponíamos de tiempo, espacio y ocasión para dar la debida importancia a los
demás factores que intervienen en el juego de las acciones y reacciones”.
En otra carta, dirigida
en esta ocasión a K. Schmidt pocas semanas más tarde, en Octubre de 1890,
Engels ratificaba lo dicho anteriormente y señalaba que “de lo que adolecen
todos estos señores (sus críticos, obviamente. AAB) es de falta de dialéctica.
No ven más que causas
aquí y efectos allí. Que esto es una vacua abstracción, que en el mundo real
estas antítesis polares metafísicas no existen más que en momentos de crisis y
que la gran trayectoria de las cosas discurre toda ella bajo formas de acciones
y reacciones –aunque de fuerzas muy desiguales, la más fuerte, más primaria y
más decisiva de las cuales es el movimiento económico- , que aquí no hay nada
absoluto y todo es relativo, es cosa que ellos no ven; para ellos, no ha
existido Hegel”.
No obstante, sus críticos
persistieron en denunciar al “determinismo económico” que, según ellos,
caracterizaba irremediablemente al materialismo histórico. En el célebre
“Prólogo” a la Contribución a la Crítica de la Economía Política, de 1859,
leemos que “tanto las relaciones jurídicas como las formas de Estado no pueden
comprenderse por sí mismas ni por la llamada evolución general del espíritu
humano, sino que radican, por el contrario, en las condiciones materiales de
vida cuyo conjunto resume Hegel, siguiendo el precedente de los ingleses y
franceses del Siglo XVIII, bajo el nombre de “sociedad civil, y que la anatomía
de la sociedad civil hay que buscarla en la economía política.”
Primer comentario: pese a
que hoy nos parezca extraño, de hecho antes de la verdadera revolución
copernicana llevada a cabo por Marx en las ciencias sociales y las humanidades
las “relaciones jurídicas y las formas de Estado,” para no hablar de la cultura
y la ideología, eran de hecho comprendidas como producto de la evolución
general del espíritu humano y sin conexión alguna con las luchas sociales y las
condiciones materiales de vida de las sociedades. Es cierto que, como hace
tiempo lo observara Jacques Barzum, luego de Marx las ciencias sociales jamás
volverán a ser lo mismo.
Pero, en momentos en que
Marx y Engels daban a conocer sus ideas el “sentido común” de su tiempo,
construido sobre las premisas silenciosas del pensamiento burgués, era
irreductiblemente antagónico a sus concepciones y requería, por lo tanto, de la
aclaración que estamos comentando.
Prosigamos. Marx
explícitamente dice que todo aquello que se subsume bajo el nombre de
“superestructura” hunde sus raíces en las condiciones materiales de existencia
de los hombres. Esto quiere decir que todo ese conjunto de elementos, desde la
ideología, la filosofía y la religión hasta la política y el derecho, remiten a
una base material sobre la cual inevitablemente deben apoyarse. Si el derecho
romano afirma taxativamente la propiedad privada y el derecho chino, como lo
observara Max Weber, le asigna apenas un carácter precario y circunstancial
esto no se debe a otra cosa que al vigoroso desarrollo de prácticas de apropiación
privada existente desde los tiempos de la república en el caso de Roma y a la
extraordinaria fortaleza que la propiedad comunal exhibía en la China de los
albores del siglo veinte.
Pero Marx de ninguna
manera decía que el complejísimo universo de la superestructura era un simple
reflejo de las condiciones materiales de existencia de una sociedad.
Por eso prosigue, en la
cita que estamos analizando, diciendo que “el conjunto de estas relaciones de
producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la
que se eleva un edificio (Uberbau) jurídico y político y a la que corresponden
determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida
material determina (“bedingen” en alemán. AAB) el proceso de la vida social,
política y espiritual en general.
No es la conciencia del
hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que
determina su conciencia.”
Una muestra harto
significativa de la ligereza con que a menudo se fundamenta la acusación de
“determinismo economicista” la provee, por ejemplo, la reproducción de la
extensa cita de Marx que acabamos de plantear y que se reproduce en uno de los
textos de Ernesto Laclau, Nuevas Reflexiones sobre
la Revolución de Nuestro Tiempo así como en numerosos trabajos de otros autores
dedicados a examinar este tema.
Veamos un poco: este
pasaje de Marx fue tomado de una traducción al español de un texto
originalmente escrito en alemán y a partir del cual se “certificaría”
científicamente el carácter determinista del marxismo con las pruebas que
ofrece un verbo – bedingen – torpemente traducido, por razones varias y acerca
de las cuales es preferible no abundar, como “condicionar.”. Sin embargo, de
acuerdo al Diccionario Langenscheidts Alemán-Español los verbos bedingen y
bestimmen tienen significados muy diferentes.
Mientras que traduce al
primero como “condicionar” (admitiendo también otras acepciones como
“requerir”, “presuponer”, “implicar”, etc.), el verbo bestimmen es traducido
como “determinar”, “decidir”, o “disponer”. En el famoso pasaje del “Prólogo”
Marx utilizó el primer vocablo, bedingen, y no el segundo, pese a lo cual la
crítica tradicional al supuesto “reduccionismo economicista” de Marx ha
insistido en subrayar la afinidad del pensamiento teórico de Marx con una
palabra, “determinar,” que éste prefirió omitir utilizando “condicionar” en su
lugar. Habida cuenta de la maestría con que Marx se expresaba y escribía en su
lengua materna y del cuidado que ponía en el manejo de sus términos, la
sustitución de un vocablo por el otro difícilmente podría ser considerada como
una inocente travesura del traductor o como un desinteresado desliz de los
críticos de su teoría. Esta sesgada interpretación de la voz en cuestión
reaparece nuevamente en otro pasaje de Nuevas Reflexiones, en el contexto de
una polémica con Norman Geras, y que lleva a su autor, Ernesto Laclau, a afirmar
que “el modelo base/superestructura afirma que la base no sólo limita sino que
determina la superestructura, del mismo modo que los movimientos de una mano
determinan los de su sombra en una pared.”
Para no extender
demasiado esta discusión, digamos en resumen que tal como lo vimos más arriba,
Marx empleó la palabra “condicionar” y no “determinar”. Por lo tanto, no
estamos aquí en presencia de una discusión hermenéutica acerca de la
“interpretación” correcta de lo que Marx realmente dijo sino de algo mucho más
elemental: de la tergiversación de lo que fuera explícitamente escrito por
Marx, de la resistencia a admitir que utilizó la palabra “condicionar” en vez
de “determinar,” y que esta opción terminológica no fue un mero descuido ni un
capricho sino producto de una elección teóricamente fundada. Sea por ignorancia
o por un arraigado prejuicio, lo cierto es que la flagrante deformación de lo
que Marx dejó prolijamente escrito en buen alemán ha potenciado los gruesos
errores interpretativos de una legión de críticos de la teoría marxista.
Concluimos, entonces, con
una nueva cita del libro de Lúkacs, en este caso extraída de su capítulo
dedicado al marxismo de Rosa Luxemburgo.
Allí el teórico húngaro
dice, con razón, que “no es la primacía de los motivos económicos en la
explicación histórica lo que constituye la diferencia decisiva entre el
marxismo y el pensamiento burgués, sino el punto de vista de la totalidad. La
categoría de totalidad, la penetrante supremacía del todo sobre las partes, es
la esencia del método que Marx tomó de Hegel y brillantemente lo transformó en
los cimientos de una nueva ciencia.” Esta primacía del principio de la
totalidad es tanto más relevante si se recuerda la fragmentación y reificación
de las relaciones sociales características del pensamiento burgués. El
fetichismo propio de la sociedad capitalista tiene como resultado, en el plano teórico,
la construcción de un conjunto de “saberes disciplinarios” como la economía, la
sociología, la ciencia política, la antropología cultural y la sociedad que
pretenden dar cuenta, en su espléndido aislamiento, de la supuesta separación y
fragmentación que existen, en la sociedad burguesa, entre la vida económica, la
sociedad, la política y la cultura, concebidas como esferas separadas y
distintas de la vida social, cada una reclamando un saber propio y específico e
independiente de los demás. En contra de esta operación, sostiene Lukács, “la
dialéctica afirma la unidad concreta del todo”, lo cual no significa, sin
embargo, hacer tabula rasa con sus componentes o reducir “sus varios elementos
a una uniformidad indiferenciada, a la identidad.”
Lúkacs está en lo cierto
cuando afirma que los determinantes sociales y los elementos en operación en
cualquier formación social concreta son muchos, pero la independencia y
autonomía que aparentan tener es una ilusión puesto que todos se encuentran
dialécticamente relacionados entre sí. De ahí que nuestro autor concluya que
tales elementos “sólo pueden ser adecuadamente pensados como los aspectos
dinámicos y dialécticos de un todo igualmente dinámico y dialéctico”.
Tres aportes centrales
del marxismo
De lo expresado, tres son
los aportes centrales que deseamos reforzar para la recuperación del marxismo.
En primer lugar, conviene
retomar las observaciones que Lúkacs hiciera a propósito de su crítica a la
fragmentación y reificación de las relaciones sociales en la ideología burguesa
y sus diversas manifestaciones teóricas. Una de las premisas nodales del método
de análisis de Marx, claramente planteada por éste en su famosa Introducción de
1857 a los Grundrisse, sostiene que: “lo concreto es lo concreto porque es la
síntesis de múltiples determinaciones”, por lo tanto unidad de lo diverso. No
se trata, en consecuencia, de suprimir o negar la existencia de “lo diverso”,
sino de hallar los términos exactos de su relación con la totalidad.
A la visión marxista de
la totalidad, le sumamos un segundo aporte: una aproximación a la complejidad e
historicidad de lo social. Ante un clima de época proclive a exitismos de todo
tipo, conviene tomar debida nota de algunos de los rasgos distintivos que la
crítica del materialismo histórico tradicionalmente le hiciera a la tradición
positivista en las ciencias sociales desde sus orígenes y que hoy parecen ser
‘descubiertos’ por orientaciones innovadoras del pensamiento científico de
avanzada. En efecto, nos referimos a la crítica a la linealidad de la lógica
positivista, a la simplificación de los análisis tradicionales que reducían la
enorme complejidad de las formaciones sociales a unas pocas variables
cuantitativamente definidas y mensuradas, a la insensata pretensión empirista
de un observador completamente separado del objeto de estudio. Como muy bien se
observa en el Informe Gulbenkian, coordinado por Immanuel Wallerstein, las
nuevas tendencias imperantes han subrayado la no-linealidad sobre la
linealidad, la complejidad sobre la simplificación y la imposibilidad de
remover al observador del proceso de medición y la superioridad de las
interpretaciones cualitativas sobre la precisión de los análisis cuantitativos.
Por todo lo dicho debería celebrarse también la favorable recepción que ha
tenido la insistencia de Ilya Prigogine, uno de los redactores del mencionado
informe, al señalar el carácter abierto y no pre-determinado de la historia.
Su reclamo es un útil
recordatorio para los dogmáticos de distinto signo: tanto para los que desde
una postura “supuestamente marxista” – en realidad anti-marxista y no
dialéctica – creen en la inexorabilidad de la revolución y el advenimiento del
socialismo, como para los que con el mismo empecinamiento celebran “el fin de
la historia” y el triunfo de los mercados y la democracia liberal.
Según el marxismo la
historia implica la sucesiva constitución de coyunturas. Claro que, a
diferencia de lo que proponen los posmodernos, éstas no son el producto de la
ilimitada capacidad de combinación “contingente” que tienen los infinitos
fragmentos de lo real. Existe una relación dialéctica y no mecánica entre
agentes sociales, estructura y coyuntura: el carácter y las posibilidades de
esta última se encuentran condicionados por ciertos límites
histórico-estructurales que posibilitan la apertura de ciertas oportunidades a
la vez que clausuran otras.
Marx sintetizó su visión
no determinista del proceso histórico cuando pronosticó que en algún momento de
su devenir las sociedades capitalistas deberían enfrentarse al dilema de hierro
por sí mismas engendrado.
No hay lugar en su teoría
para “fatalidades históricas” o “necesidades ineluctables” portadoras del
socialismo con independencia de la voluntad y de las iniciativas de los hombres
y mujeres que constituyen una sociedad.
Finalmente, la relación
entre la teoría y la praxis ocupa un tercer lugar clave en la recuperación de
la vitalidad que el marxismo puede insuflar a las ciencias sociales. No
desconocemos aquello que Perry Anderson denominara “el marxismo occidental”
caracterizado precisamente por “el divorcio estructural entre este marxismo y
la práctica política”. Este divorcio entre teoría y práctica y entre reflexión
teórica e insurgencia popular, que tan importante fuera en el marxismo clásico,
tuvo consecuencias que nos resultan demasiado familiares en nuestro tiempo. El
golpe decisivo para volver a reconstituir el nexo teoría/praxis sólo podrá
aportarlo la contribución de un marxismo ya recuperado de su extravío “occidental”
y reencontrado con lo mejor de su gran tradición teórica.
Las causas de la
deserción de los intelectuales del campo de la crítica y la revolución son
muchas, y no pueden ser exploradas en su complejidad en este texto. En todo
caso, digamos que dos de los factores más importantes que la explican se
relacionan con la formidable hegemonía ideológico-política del neoliberalismo y
el afianzamiento de la “sensibilidad posmoderna”. Ante los estragos hechos por
ambos ideologemas, debemos recordar, todas las veces que resulte necesario, que
Marx se sentía urgido por trascender el régimen social capitalista y no estaba
interesado en develar sus más recónditos secretos por mera curiosidad
intelectual. De ahí que la reintroducción del marxismo en el debate filosófico-político
contemporáneo –así como en la agenda de los grandes movimientos sociales y
fuerzas políticas de nuestro tiempo- sea una de las tareas más urgentes de la
hora. Esperamos cotidianamente contribuir con nuestro modesto aporte.
Fuente: Tribuna Popular –
Cuadernos Marxistas/Partido Comunista de Argentina
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