TEMA
N° 1
LA
REFUNDACIÓN DE HONDURAS Y EL ESTADO DE DERECHO
OLVIN E. RODRIGUEZ
Es curioso, desde hace años se viene hablando de refundar Honduras, pensar en otra
Honduras, crear un nuevo país, proyecto de país, un nuevo nombre, un
nuevo himno nacional, etc., como si Honduras -desde antes de 1524 en que Hernán
Cortés, acompañado de doña Marina (la Malinche), realizara la expedición a las
Hibueras- no fuese un país con su historia (con sus buenos y sus malos
momentos, como todo país en la historia humana); con sus recursos, con una
posición geopolítica envidiable y esto se suele proponer porque se piensa que
como las cosas no andan bien, todo cambiaría si la maquilláramos. No se percibe
que lo que hay que cambiar, reformar o
promover es mediante la única forma que se conoce en el mundo: garantizando los
derechos de las mayorías, el lado público de la vida, el bien común: el Estado.
Esta idea no será olvidada mientras la humanidad necesite asegurarse la
existencia de un orden jurídico.
Hablamos del
Estado que debe ser en primer lugar Estado de Derecho de verdad y, como
derivación y como meta, el Estado de Bienestar. No estoy seguro si hay que
refundar Honduras, de lo que si estoy cierto es que hay que hacer real y
efectivo el Estado de Derecho. Por eso, lo que hay que reforzar o crear son
aquellas formas de ese Estado que incluyan a todos, que privilegien lo común
sobre lo privado y que hagan florecer lo público: enseñanza pública, salud
pública, seguridad pública, cobertura de la seguridad social para todos, etc.,
para que nadie quede fuera, para que la libertad se cimente sobre la equidad,
según la concepción griega; esto es, sobre la JUSTICIA que debe ser el norte, el faro que todo lo ilumine.
Nuestros
próceres nos enseñaron: a) que como ser
humano, como un derecho del hombre, desde
la banca, empresa, bufete, clínica o negocio uno puede atender al interés
particular o de grupo, que, por cierto, no es contrario a lo fines del Estado (de
esta manera se construye un patrimonio para subvenir las necesidades familiares);
pero como ciudadano el deber es procurar el bien común y la satisfacción
del interés general, sin aprovecharse para sí o para sus parientes, amigos o
correligionarios de lo que es de todos, porque cuando se trata del bienestar
público, estamos tocando el ámbito que nos hace de verdad humanos y ahí, el interés privado debe subordinarse; y, b) que en un gobierno del pueblo, por
el pueblo y para el pueblo, por virtud de la voluntad común, la soberanía
reside en el pueblo y que la democracia presupone el respeto a la voluntad de
las mayorías y el reconocimiento de los derechos de las minorías.
Estamos casi volviendo al estado de
naturaleza, porque sin dar tiempo a que las instituciones echaran raíces en la
sociedad, a que el tiempo las consagrara y les diera solidez y respetabilidad,
todo lo que se hizo en nombre del pueblo y para el logro de su posible
felicidad, en vez de perfeccionarlo se ha trastocado. Ya nadie defiende a la
República, sino sólo sus intereses particulares, su gremio, su partido, su influencia,
sus bienes personales, a sus parciales.
A partir del Golpe de Estado de 1963, los altos jefes militares impusieron el paradigma que
la función pública ya no es para servir sino para servirse; entraron a los
altos cargos como militares y, con el aplauso de la sociedad, salieron como
flamantes empresarios; denuncian cuánto les ofrecieron por restituir al
Presidente a su cargo y devolver el orden constitucional, pero callan cuanto
percibieron por romperlo, y, al final, los golpistas parecen “angelitos”. Antes
no era así, ni siquiera el dictador de los 16 años hizo de Honduras su hacienda
particular. Sin ser xenófobo, me pregunto, ¿la influencia de qué raza cambió la
forma de ser del hondureño que lo desarraigó de lo nuestro? Desde 1982, entre
los partidos políticos, los candidatos, con alguna honrosa excepción, fueron
apoyados por las mayorías pero ya en el poder gobernaron en provecho de las
minorías económicas aprobando leyes a la medida de las empresas que les
financiaron la campaña; y por ello, cada 4 años, la esperanza se ve desplazada
por el desencanto.
Se
ha convertido la lucha política en una guerra sin cuartel en la que los débiles
mueren y se remata a los heridos; en un pantano donde brotan las intrigas, las
conspiraciones y las envidias; en una lucha por el poder más bárbara que la que
enfrentaba a los gladiadores en la arena o a la que enfrenta a los carteles
de la droga; sin ver que la Republica está a punto de quebrarse como un pino
fulminado por un rayo y como una construcción cuyos cimientos se destruyen.
Por
los caminos señalados se ha llegado prácticamente a la destrucción del orden
jurídico fundamental, integral y estable, sin el cual no puede existir el
Estado de derecho y por eso hay quienes ya hablan de un Estado fallido.
Entonces, no se trata de un juego de niños, de lo que se trata es de subsanar
los defectos restituyéndole al pueblo aquella soberanía que le ha sido
arrebatada, para lo que se requiere: a)
una voluntad política, como decisión que sea la expresión auténtica de la voluntad
popular; y b) la mayor capacidad
técnica en la elaboración y redacción de un texto con un verdadero control de
la opinión pública.
Para
obtener la voluntad general o común
representativa y ofreciéndonos que si votábamos íbamos a navegar en el mar
de la felicidad, fuimos a las urnas, gastamos 800 millones de Lempiras y las
computadoras y el Tribunal Supremo Electoral nos cambiaron el voto y se lo
adjudicaron, (cuando se cayó el sistema o se fue la energía eléctrica), al
candidato del grupo económico con quien ya se han apalabrado los resultados. Y,
para rematar, la influencia personal de ciertos personajes políticos es
ejercida con toda fuerza para anular la auténtica voluntad del pueblo
manifestada legítimamente. El fraude y la violencia oficial han desnaturalizado
la voluntad del pueblo. Esa ya no es la voluntad común. El pueblo ya no es el
soberano, fue sustituido por los poderes fácticos que a su antojo y para que
les defiendan sus intereses se distribuyen el Poder Judicial, el Tribunal
Superior de Cuentas, la Fiscalía y hasta la Policía etc., etc., etc. Por manera
que éstos ya no actúan por delegación o representación del pueblo.
Tenemos
un sistema electoral amañado, que trata el poder como botín a repartir; que
distribuye los puestos según criterios de partido, con autoridades electorales
deslegitimadas por representar el interés de partido y no del país, sin la
independencia que reclama su alta responsabilidad; su rol ha consistido en arreglar elecciones, sacar como vencedores a los
diputados alquimistas de la política, intimidar a los medios de comunicación,
coaccionar y presionar a los opositores; piden que se les apruebe cualquier
presupuesto, porque saben de su impunidad, al no haber sido nunca auditados.
Los partidos buscan a los más “tacuazines” para que los representen en los
órganos electorales. Y, para equilibrar la corrupción, como medidas de
compensación política, después de divulgar los resultados amañados salen desde
el Ejecutivo y el Legislativo a ofrecer dadivas populistas y, bajo la venia del
G16, se tiende un sagrado manto de olvido (¡Qué manera de ayudarnos! Mejor “No
me ayudes, compadre”).
Debemos,
por tanto, diseñar un sistema electoral respetado, creíble, en el que los
resultados electorales se conozcan el mismo día de las elecciones y sean
aceptados por los contenientes propios y extraños, sin tener que pedir nuevos
conteos de voto por voto. Para ello hay que: a) nombrar en la conducción del proceso a ciudadanos honorables e
idóneos que representen el interés general; b) ordenar el territorio por
distritos electorales; c) separar en el tiempo las elecciones de presidente, diputados y
alcaldes; d) establecer el voto
electrónico; e) instituir que los
delegados a las mesas electorales sean estudiantes de excelencia académica y
otras propuestas que deberíamos desarrollar en un documento separado.
El
ADN político no debe quedar fuera de este análisis crítico.
Para
cambiar, Honduras no sólo necesita de nuevos partidos; también
necesitamos de partidos nuevos, que no hagan de la obediencia partidaria
ese respeto incuestionable por la autoridad que los lleva a mantener en reserva
las diferencias políticas y cuidado que “el que se mueve no sale en la foto”;
un partido que no llegue al poder para sustituir a otros en sus vicios,
privilegios y prácticas contra Honduras (“roban pero al menos dejan que otros
recojan lo que les cae”); necesitamos impulsar la solidaridad y
complementariedad social para la rápida disminución de la pobreza y de las
inequidades; la participación ciudadana para terminar con el autoritarismo y la
manipulación política; la transparencia, rendición de cuentas, honestidad,
eficacia y eficiencia en la conducción del gobierno y sus instituciones y
cambiar la actitud del servidor público para restaurar la credibilidad como ente
al servicio del pueblo.
Desde
esta nueva perspectiva, no cabe el desdén hacia los opositores o perdedores: en
lugar de tratar de satanizarlos y descalificarlos, debería aceptarse a
formaciones políticas como LIBRE,
el Partido ANTICORRUPCIÓN y a cuanto Partido Político practique
la no violencia y acepte como fuente de poder la voluntad del pueblo
manifestada en comicios libres y transparentes: sería el poder de los votos y
no el de las botas. Ello contribuirá a hacer más estable, predecible y, a la larga,
más potente y democrática la fuerza política dominante, sea la que sea.
Necesitamos construir un paradigma de poder en el que impere
la división e independencia de poderes como rasgo esencial del Estado de
Derecho (por eso lo atacaban, lo atacan y lo atacarán con espíritu reaccionario
los partidarios del absolutismo en cualquiera de sus formas) y que gracias al
adecuado funcionamiento de los controles, cada uno de ellos actúe en sus respectivos ámbitos de competencia,
asegurándose así el cumplimiento estricto de la Ley; allí deberá regir la
supremacía de la Constitución, el respeto de los tratados internacionales y los
principios de subsidiariedad, igualdad y sustentabilidad.
Las
instituciones nacieron buenas, pero los dirigentes, por su interés particular
las desnaturalizaron. Así observamos al Presidente de la Republica
cuidándose de que los militares no lo defenestren; al ciudadano cuidándose de
su policía; a sacerdotes, pastores y religiosos participando en golpes de
Estado o bendiciéndolos y aspirando a cargos “terrenales”; deportistas
metidos a legisladores (licurgos); docentes, médicos y enfermeras en las
calles; al político con sus amigos y parientes administrando el gobierno como
su hacienda particular; a los procónsules norteamericanos, el BID, el G16 y el Banco Mundial
diciéndonos cómo debemos gobernarnos.
Basta
señalar la inutilidad de la justicia como medio para prevenir conflictos. La
justicia ha sido secuestrada por el Estado que, a su vez, responde a intereses
de grupos económicos como un medio para mantener el orden y no como debería
ser: un mecanismo para la prevención de agresiones, la resolución de
conflictos, la reparación a las víctimas y la búsqueda de responsables, pero no
para castigarles, sino para reformarles, con jueces y magistrados que
contribuyan a poner en orden a las otras autoridades. Hay políticos que al
final de todo participan como candidatos sólo para tener una cuota en el poder
judicial y, desde allí, custodiar sus intereses.
Está visto que la estrategia de defensa y seguridad
en Honduras no cumple su cometido de proteger a la población civil y asegurar
la convivencia. En este orden de ideas, se debe establecer una política de
defensa y seguridad haciendo uso de métodos alternativos, no violentos, como el
arbitraje, la conciliación, la mediación y la negociación, que ayuden a
desactivar las agresiones antes de que éstas sucedan. Las Fuerzas Armadas y
la Policía deberían cumplir un nuevo rol constitucional.
El
lugar que debe ocupar Honduras en el mundo es otro de los puntos bajo análisis.
Sueño
con un país abierto al mundo, respetado internacionalmente y atractivo para la
gente que busca horizontes. Un imán para inversiones extranjeras, que nos
generen trabajo y bienestar. La vocación de trabajar con todas las naciones,
sin aversión al riesgo y con la confianza en el país supondría salir del
aislamiento y el descrédito en el que estamos desde el 2009. Sin dejar de mirar
al norte, hay que mirar también para el sur y el lejano oriente, para
acercarnos también a CHINA, EUROPA
(UE), PETROCARIBE, el ALBA, UNASUR, el MERCOSUR, …
El que quiere vencer debe tener aliados en todas partes, incluso hay quienes, a los muertos, los convirtieron en aliados.
Habrá que dejar de ser descorteses, ser más agradecidos y hacer valer la palabra
empeñada (me refiero a lo que ocurrió con los fondos de PETROCARIBE).
Este
país se ha construido con un enorme aporte del liderazgo empresarial. ¿Cómo
podríamos retomar el rumbo de la responsabilidad social empresarial, de
producir con calidad y sin estar esperando los favores de papá gobierno? ¿Qué
empresarios necesita el país para que Honduras ya no aparezca en las listas
negras? ¿Qué deberán hacer nuestros empresarios para que nuestro ecosistema
emprendedor lidere el rumbo de la región en vez de contentarnos con ver en la
pasarela a Panamá, Costa Rica y El Salvador pavoneándose en los primeros
lugares en competitividad? ¿Qué están haciendo ellos y qué no están haciendo
los nuestros?
Una
mala administración económica y los sobornos dieron fuerza a una inflación
galopante en la que las más golpeadas han sido la clase baja y media. Debemos
empeñar nuestro compromiso para ayudarles a salir de los niveles de extrema
pobreza y para constituir una clase media fuerte. La pobreza no se
erradicará tampoco con inflación. Al no reconocer ni combatir el incremento
sostenido de precios, se pone en riesgo el crecimiento. No se conocen fórmulas
sencillas para arreglar estos asuntos, ni en Latinoamérica ni en el resto del
mundo. La inflación no es la causa de la pobreza y una baja inflación nunca ha
acabado con la pobreza ni ha promovido el crecimiento. El mejor ejemplo es la
situación actual de Europa: se está promoviendo una austeridad rígida para
evitar la inflación (esto es lo que quiere Alemania, sobre todo) y ello está
impidiendo lo que ya se sabía desde Keynes: que esto trunca el crecimiento.
Las
organizaciones gremiales, de obreros, campesinos y pobladores, sin renunciar a
su autonomía y a su rol de defensa de sus representados, deberán revisar
sus métodos y procurar convertirse en instrumentos de concertación y factores
de estabilidad para contribuir desde su trinchera a la construcción de esta
nueva Honduras.
Como
las instituciones se encuentran en franco deterioro, el plano institucional del
Estado es el desafío más importante; es necesario proponernos la consolidación
de instituciones que fortalezcan la calidad de la representación política,
empezando por el Congreso Nacional, con
diputados que no le deban lealtad a caudillos o grupos económicos y sin
esa devoción por la retórica de altos vuelos y ningún resultado.
Aplicando
los principios de descentralización, desconcentración y delegación, se trata de
redefinir el rol del Estado, del Gobierno y del municipio según el modelo de la
subsidiariedad, transfiriendo roles,
competencias, responsabilidades y recursos del gobierno central al local para
acabar con el centralismo y el desarrollo desequilibrado; impulsando el
crecimiento económico que impacte en las capacidades políticas, económicas y
sociales; tomando medidas para garantizar una
efectiva recolección de los recursos tributarios para su equitativa
distribución, porque la presión impositiva y el
control del gasto público son otros de los puntos que no pueden quedar
fuera de la agenda soñada.
Necesitamos
un cambio cultural que nos lleve a cambiar hábitos, actitudes, prácticas, modos
de pensar, costumbres y las tradiciones que nos ubican casi en todo en los
últimos lugares. Aquí necesitamos en primera fila a los docentes, trabajadores
sociales y psicólogos.
Sueño
con un país donde el conocimiento sea el pilar de la política nacional, porque
no tengo dudas de que la educación y el
empleo sostendrán el futuro. Cada vez habrá menos empleos para aquellos cuya
educación sea muy baja. Una fuerte inversión en capital humano es una condición
para evitar la reproducción intergeneracional de la pobreza y un punto de
partida para construir una economía moderna y competitiva.
El
pasado siempre se convierte en cenizas, es el futuro lo que cuenta. Varios de
los errores del pasado se han convertido en realidades del presente que nos
obligan a repensar Honduras desde el país que soñamos; ante la pugna entre
tirios y troyanos necesitamos convocar a las plumas de prestigiosos analistas
de la realidad y no tarifados, para que cada uno, sin exclusiones ni
sectarismos, desde su ámbito, contribuya con su valiosa mirada a trazar el
camino iluminante. Lo enseñó Catón frente al César, que cuando hay muchos
hombres sin dignidad, es necesario que unos pocos encarnen la dignidad de muchos
y que cuando los buenos ciudadanos se mantienen con energía en la línea de su
deber cívico han impuesto respeto a gobernantes poco escrupulosos. Los hombres
que han construido el edificio, pueden también derribarlo, por manera que los
mismos que han hundido a Honduras, podrían contribuir a sacarla a flote.
Probablemente
haya muy pocos hondureños que no coincidan con este diagnóstico, pero los
desacuerdos serán fenomenales al momento de intentar superarlos. Eso sí, para
avanzar necesitamos líderes no animados por ese impulso vengativo y
exterminador, que nos deja un legado de odio e intimidación, ni ambiciosos de
poder e inclinados a la política menuda, con miras distintas a las de
contribuir con su esfuerzo y capacidad; sino mujeres y hombres de consensos que
reúnan a su alrededor no sólo a aquellos que los aman y que han optado por
combatir a su lado, sino también a aquellos que los odian y a quienes
hace falta convencer, porque el hombre fuerte es aquel que perdona, que
prefiere la clemencia al terror.
Tegucigalpa
10 de Diciembre del 2012.
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