Portada de antigua versión de Revista Libre Pensamiento

martes, 8 de enero de 2013

LA REFUNDACIÓN DE HONDURAS Y EL ESTADO DE DERECHO




TEMA N° 1
LA  REFUNDACIÓN DE HONDURAS Y EL ESTADO DE DERECHO
OLVIN E. RODRIGUEZ



Es curioso, desde hace años se viene hablando de refundar Honduras, pensar en otra Honduras, crear un nuevo país,  proyecto de país, un nuevo nombre, un nuevo himno nacional, etc., como si Honduras -desde antes de 1524 en que Hernán Cortés, acompañado de doña Marina (la Malinche), realizara la expedición a las Hibueras- no fuese un país con su historia (con sus buenos y sus malos momentos, como todo país en la historia humana); con sus recursos, con una posición geopolítica envidiable y esto se suele proponer porque se piensa que como las cosas no andan bien, todo cambiaría si la maquilláramos. No se percibe que lo que hay que cambiar,  reformar o promover es mediante la única forma que se conoce en el mundo: garantizando los derechos de las mayorías, el lado público de la vida, el bien común: el Estado. Esta idea no será olvidada mientras la humanidad necesite asegurarse la existencia de un orden jurídico.


Hablamos del Estado que debe ser en primer lugar Estado de Derecho de verdad  y, como derivación y como meta, el Estado de Bienestar. No estoy seguro si hay que refundar Honduras, de lo que si estoy cierto es que hay que hacer real y efectivo el Estado de Derecho. Por eso, lo que hay que reforzar o crear son aquellas formas de ese Estado que incluyan a todos, que privilegien lo común sobre lo privado y que hagan florecer lo público: enseñanza pública, salud pública, seguridad pública, cobertura de la seguridad social para todos, etc., para que nadie quede fuera, para que la libertad se cimente sobre la equidad, según la concepción griega; esto es, sobre la JUSTICIA que debe ser el norte, el faro que todo lo ilumine. 


Nuestros próceres nos enseñaron: a) que como ser humano, como un derecho del hombre, desde la banca, empresa, bufete, clínica o negocio uno puede atender al interés particular o de grupo, que, por cierto, no es contrario a lo fines del Estado (de esta manera se construye un patrimonio para subvenir las necesidades familiares); pero como ciudadano el deber es procurar el bien común y la satisfacción del interés general, sin aprovecharse para sí o para sus parientes, amigos o correligionarios de lo que es de todos, porque cuando se trata del bienestar público, estamos tocando el ámbito que nos hace de verdad humanos y ahí, el interés privado debe subordinarse; y, b) que en un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, por virtud de la voluntad común, la soberanía reside en el pueblo y que la democracia presupone el respeto a la voluntad de las mayorías y el reconocimiento de los derechos de las minorías. 
Estamos casi volviendo al estado de naturaleza, porque sin dar tiempo a que las instituciones echaran raíces en la sociedad, a que el tiempo las consagrara y les diera solidez y respetabilidad, todo lo que se hizo en nombre del pueblo y para el logro de su posible felicidad, en vez de perfeccionarlo se ha trastocado. Ya nadie defiende a la República, sino sólo sus intereses particulares, su gremio, su partido, su influencia, sus bienes personales, a sus parciales. 


A partir del Golpe de Estado de 1963, los altos jefes militares impusieron el paradigma que la función pública ya no es para servir sino para servirse; entraron a los altos cargos como militares y, con el aplauso de la sociedad, salieron como flamantes empresarios; denuncian cuánto les ofrecieron por restituir al Presidente a su cargo y devolver el orden constitucional, pero callan cuanto percibieron por romperlo, y, al final, los golpistas parecen “angelitos”. Antes no era así, ni siquiera el dictador de los 16 años hizo de Honduras su hacienda particular. Sin ser xenófobo, me pregunto, ¿la influencia de qué raza cambió la forma de ser del hondureño que lo desarraigó de lo nuestro? Desde 1982, entre los partidos políticos, los candidatos, con alguna honrosa excepción, fueron apoyados por las mayorías pero ya en el poder gobernaron en provecho de las minorías económicas aprobando leyes a la medida de las empresas que les financiaron la campaña; y por ello, cada 4 años, la esperanza se ve desplazada por el desencanto.


Se ha convertido la lucha política en una guerra sin cuartel en la que los débiles mueren y se remata a los heridos; en un pantano donde brotan las intrigas, las conspiraciones y las envidias; en una lucha por el poder más bárbara que la que enfrentaba  a los gladiadores en la arena o a la que enfrenta a los carteles de la droga; sin ver que la Republica está a punto de quebrarse como un pino fulminado por un rayo y como una construcción cuyos cimientos se destruyen.


Por los caminos señalados se ha llegado prácticamente a la destrucción del orden jurídico fundamental, integral y estable, sin el cual no puede existir el Estado de derecho y por eso hay quienes ya hablan de un Estado fallido. Entonces, no se trata de un juego de niños, de lo que se trata es de subsanar los defectos restituyéndole al pueblo aquella soberanía que le ha sido arrebatada, para lo que se requiere: a) una voluntad política, como decisión que sea la expresión auténtica de la voluntad popular; y b) la mayor capacidad técnica en la elaboración y redacción de un texto con un verdadero control de la opinión pública.


Para obtener la voluntad general o común representativa y ofreciéndonos que si votábamos íbamos a navegar en el mar de la felicidad, fuimos a las urnas, gastamos 800 millones de Lempiras y las computadoras y el Tribunal Supremo Electoral nos cambiaron el voto y se lo adjudicaron, (cuando se cayó el sistema o se fue la energía eléctrica), al candidato del grupo económico con quien ya se han apalabrado los resultados. Y, para rematar, la influencia personal de ciertos personajes políticos es ejercida con toda fuerza para anular la auténtica voluntad del pueblo manifestada legítimamente. El fraude y la violencia oficial han desnaturalizado la voluntad del pueblo. Esa ya no es la voluntad común. El pueblo ya no es el soberano, fue sustituido por los poderes fácticos que a su antojo y para que les defiendan sus intereses se distribuyen el Poder Judicial, el Tribunal Superior de Cuentas, la Fiscalía y hasta la Policía etc., etc., etc. Por manera que éstos ya no actúan por delegación o representación del pueblo.


Tenemos un sistema electoral amañado, que trata el poder como botín a repartir; que distribuye los puestos según criterios de partido, con autoridades electorales deslegitimadas por representar el interés de partido y no del país, sin la independencia que reclama su alta responsabilidad; su rol ha consistido en arreglar elecciones, sacar como vencedores a los diputados alquimistas de la política, intimidar a los medios de comunicación, coaccionar y presionar a los opositores; piden que se les apruebe cualquier presupuesto, porque saben de su impunidad, al no haber sido nunca auditados. Los partidos buscan a los más “tacuazines” para que los representen en los órganos electorales. Y, para equilibrar la corrupción, como medidas de compensación política, después de divulgar los resultados amañados salen desde el Ejecutivo y el Legislativo a ofrecer dadivas populistas y, bajo la venia del G16, se tiende un sagrado manto de olvido (¡Qué manera de ayudarnos! Mejor “No me ayudes, compadre”).


Debemos, por tanto, diseñar un sistema electoral respetado, creíble, en el que los resultados electorales se conozcan el mismo día de las elecciones y sean aceptados por los contenientes propios y extraños, sin tener que pedir nuevos conteos de voto por voto. Para ello hay que: a) nombrar en la conducción del proceso a ciudadanos honorables e idóneos que representen el interés general; b) ordenar el territorio por distritos electorales; c) separar en el tiempo las elecciones de presidente, diputados y alcaldes; d) establecer el voto electrónico; e) instituir que los delegados a las mesas electorales sean estudiantes de excelencia académica y otras propuestas que deberíamos desarrollar en un documento separado.


El ADN político no debe quedar fuera de este análisis crítico.


Para cambiar, Honduras no sólo necesita de nuevos  partidos; también necesitamos de partidos nuevos, que no hagan de la obediencia partidaria ese respeto incuestionable por la autoridad que los lleva a mantener en reserva las diferencias políticas y cuidado que “el que se mueve no sale en la foto”; un partido que no llegue al poder para sustituir a otros en sus vicios, privilegios y prácticas contra Honduras (“roban pero al menos dejan que otros recojan lo que les cae”); necesitamos impulsar la solidaridad y complementariedad social para la rápida disminución de la pobreza y de las inequidades; la participación ciudadana para terminar con el autoritarismo y la manipulación política; la transparencia, rendición de cuentas, honestidad, eficacia y eficiencia en la conducción del gobierno y sus instituciones y cambiar la actitud del servidor público para restaurar la credibilidad como ente al servicio del pueblo.


Desde esta nueva perspectiva, no cabe el desdén hacia los opositores o perdedores: en lugar de tratar de satanizarlos y descalificarlos, debería aceptarse a formaciones políticas como LIBRE, el Partido ANTICORRUPCIÓN y a cuanto Partido Político practique la no violencia y acepte como fuente de poder la voluntad del pueblo manifestada en comicios libres y transparentes: sería el poder de los votos y no el de las botas. Ello contribuirá a hacer más estable, predecible y, a la larga, más potente y democrática la fuerza política dominante, sea la que sea.


Necesitamos construir un paradigma de poder en el que impere la división e independencia de poderes como rasgo esencial del Estado de Derecho (por eso lo atacaban, lo atacan y lo atacarán con espíritu reaccionario los partidarios del absolutismo en cualquiera de sus formas) y que gracias al adecuado funcionamiento de los controles, cada uno de ellos actúe en sus respectivos ámbitos de competencia, asegurándose así el cumplimiento estricto de la Ley; allí deberá regir la supremacía de la Constitución, el respeto de los tratados internacionales y los principios de subsidiariedad, igualdad y sustentabilidad.


Las instituciones nacieron buenas, pero los dirigentes, por su interés particular  las desnaturalizaron. Así observamos al Presidente de la Republica cuidándose de que los militares no lo defenestren; al ciudadano cuidándose de su policía; a sacerdotes, pastores y religiosos participando en golpes de Estado o bendiciéndolos  y aspirando a cargos “terrenales”; deportistas metidos a legisladores (licurgos); docentes, médicos y enfermeras en las calles; al político con sus amigos y parientes administrando el gobierno como su hacienda particular; a los procónsules norteamericanos, el BID, el G16 y el Banco Mundial diciéndonos cómo debemos gobernarnos.


Basta señalar la inutilidad de la justicia como medio para prevenir conflictos. La justicia ha sido secuestrada por el Estado que, a su vez, responde a intereses de grupos económicos como un medio para mantener el orden y no como debería ser: un mecanismo para la prevención de agresiones, la resolución de conflictos, la reparación a las víctimas y la búsqueda de responsables, pero no para castigarles, sino para reformarles, con jueces y magistrados que contribuyan a poner en orden a las otras autoridades. Hay políticos que al final de todo participan como candidatos sólo para tener una cuota en el poder judicial y, desde allí, custodiar sus intereses.


Está visto que la estrategia de defensa y seguridad en Honduras no cumple su cometido de proteger a la población civil y asegurar la convivencia. En este orden de ideas, se debe establecer una política de defensa y seguridad haciendo uso de métodos alternativos, no violentos, como el arbitraje, la conciliación, la mediación y la negociación, que ayuden a desactivar las agresiones antes de que éstas sucedan. Las Fuerzas Armadas y la Policía deberían cumplir un nuevo rol constitucional.


El lugar que debe ocupar Honduras en el mundo es otro de los puntos bajo análisis.


Sueño con un país abierto al mundo, respetado internacionalmente y atractivo para la gente que busca horizontes. Un imán para inversiones extranjeras, que nos generen trabajo y bienestar. La vocación de trabajar con todas las naciones, sin aversión al riesgo y con la confianza en el país supondría salir del aislamiento y el descrédito en el que estamos desde el 2009. Sin dejar de mirar al norte, hay que mirar también para el sur y el lejano oriente, para acercarnos también a CHINA,  EUROPA (UE), PETROCARIBE, el ALBA, UNASUR, el MERCOSUR, … El que quiere vencer debe tener aliados en todas partes, incluso hay quienes, a los muertos, los convirtieron en aliados. Habrá que dejar de ser descorteses, ser más agradecidos y hacer valer la palabra empeñada (me refiero a lo que ocurrió con los fondos de PETROCARIBE).


Este país se ha construido con un enorme aporte del liderazgo empresarial. ¿Cómo podríamos retomar el rumbo de la responsabilidad social empresarial, de producir con calidad y sin estar esperando los favores de papá gobierno? ¿Qué empresarios necesita el país para que Honduras ya no aparezca en las listas negras? ¿Qué deberán hacer nuestros empresarios para que nuestro ecosistema emprendedor lidere el rumbo de la región en vez de contentarnos con ver en la pasarela a Panamá, Costa Rica y El Salvador pavoneándose en los primeros lugares en competitividad? ¿Qué están haciendo ellos y qué no están haciendo los nuestros?  


Una mala administración económica y los sobornos dieron fuerza a una inflación galopante en la que las más golpeadas han sido la clase baja y media. Debemos empeñar nuestro compromiso para ayudarles a salir de los niveles de extrema pobreza y para constituir una clase media fuerte.  La pobreza no se erradicará tampoco con inflación. Al no reconocer ni combatir el incremento sostenido de precios, se pone en riesgo el crecimiento. No se conocen fórmulas sencillas para arreglar estos asuntos, ni en Latinoamérica ni en el resto del mundo. La inflación no es la causa de la pobreza y una baja inflación nunca ha acabado con la pobreza ni ha promovido el crecimiento. El mejor ejemplo es la situación actual de Europa: se está promoviendo una austeridad rígida para evitar la inflación (esto es lo que quiere Alemania, sobre todo) y ello está impidiendo lo que ya se sabía desde Keynes: que esto trunca el crecimiento. 


Las organizaciones gremiales, de obreros, campesinos y pobladores, sin renunciar a su autonomía y a su rol de defensa de sus representados, deberán revisar sus métodos y procurar convertirse en instrumentos de concertación y factores de estabilidad para contribuir desde su trinchera a la construcción de esta nueva Honduras.


Como las instituciones se encuentran en franco deterioro, el plano institucional del Estado es el desafío más importante; es necesario proponernos la consolidación de instituciones que fortalezcan la calidad de la representación política, empezando por el Congreso Nacional, con diputados que no le deban lealtad  a caudillos o grupos económicos y sin esa devoción por la retórica de altos vuelos y ningún resultado.


Aplicando los principios de descentralización, desconcentración y delegación, se trata de redefinir el rol del Estado, del Gobierno y del municipio según el modelo de la subsidiariedad, transfiriendo  roles, competencias, responsabilidades y recursos del gobierno central al local para acabar con el centralismo y el desarrollo desequilibrado; impulsando el crecimiento económico que impacte en las capacidades políticas, económicas y sociales; tomando medidas para garantizar una efectiva recolección de  los recursos tributarios para su equitativa distribución, porque la presión impositiva y el control del gasto público son otros de los puntos  que no pueden quedar fuera de la agenda soñada.


Necesitamos un cambio cultural que nos lleve a cambiar hábitos, actitudes, prácticas, modos de pensar, costumbres y las tradiciones que nos ubican casi en todo en los últimos lugares. Aquí necesitamos en primera fila a los docentes, trabajadores sociales y psicólogos.  


Sueño con un país donde el conocimiento sea el pilar de la política nacional, porque no tengo dudas de que  la educación y el empleo sostendrán el futuro. Cada vez habrá menos empleos para aquellos cuya educación sea muy baja. Una fuerte inversión en capital humano es una condición para evitar la reproducción intergeneracional de la pobreza y un punto de partida para construir una economía moderna y competitiva. 


El pasado siempre se convierte en cenizas, es el futuro lo que cuenta. Varios de los errores del pasado se han convertido en realidades del presente que nos obligan a repensar Honduras desde el país que soñamos; ante la pugna entre tirios y troyanos necesitamos convocar a las plumas de prestigiosos analistas de la realidad y no tarifados, para que cada uno, sin exclusiones ni sectarismos, desde su ámbito, contribuya con su valiosa mirada a trazar el camino iluminante. Lo enseñó Catón frente al César, que cuando hay muchos hombres sin dignidad, es necesario que unos pocos encarnen la dignidad de muchos y que cuando los buenos ciudadanos se mantienen con energía en la línea de su deber cívico han impuesto respeto a gobernantes poco escrupulosos. Los hombres que han construido el edificio, pueden también derribarlo, por manera que los mismos que han hundido a Honduras, podrían contribuir a sacarla a flote.


Probablemente haya muy pocos hondureños que no coincidan con este diagnóstico, pero los desacuerdos serán fenomenales al momento de intentar superarlos. Eso sí, para avanzar necesitamos líderes no animados por ese impulso vengativo y exterminador, que nos deja un legado de odio e intimidación, ni ambiciosos de poder e inclinados a la política menuda, con miras distintas a las de contribuir con su esfuerzo y capacidad; sino mujeres y hombres de consensos que reúnan a su alrededor no sólo a aquellos que los aman y que han optado por combatir a su lado,  sino también a aquellos que los odian y a quienes hace falta convencer, porque el hombre fuerte es aquel que perdona, que prefiere la clemencia al terror.  


Tegucigalpa 10 de Diciembre del 2012.

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