La versión ecléctica y sus
problemas
(Extracto del libro: La
Verdadera historia de la separación de 1903)
Por Olmedo Beluche
No nos
referiremos más a la “leyenda dorada”, pues los hechos descritos
desmienten todas sus falsedades y mitos. Realmente hay que ser muy ingenuo para
creer en ella. Con la “leyenda dorada”, a muchos panameños le
ocurre lo mismo que con la versión bíblica de la creación, intuyen que está
llena de incoherencias, pero no la combaten porque seguir la costumbre es más
fácil y porque replantearse todo el problema requiere tiempo, evidencias y
esfuerzos que no siempre se tienen cuando se trata de luchar por el pan de cada
día. Además, cuestionar las tradiciones suele producir cierta angustia moral que
no todos soportan.
De la
“leyenda negra” habría que decir que la mayor parte de lo que dice NO ES
LEYENDA, es una oscura y vergonzosa realidad histórica. En todo caso, habría que
acotarle la responsabilidad y la traición, por acción u omisión, del gobierno de
Marroquín y la mayoría de sus ministros. Cuando se repasan los hechos, y la
falta de visión con que actuó el gobierno colombiano, siempre queda la duda si
el embajador norteamericano en Bogotá, Sr. Beaupré, no realizó algunos sobornos
por allá también.
No ocurre
lo mismo con la que Gasteazoro llama versión “ecléctica” (suponemos que
la llama así porque mezcla las versiones “dorada” y “negra”), la cual es más
sofisticada y salpicada de elementos de sociología pretendidamente “marxista”.
El problema central de la versión “ecléctica” es que, aceptando el papel
desempeñado por los intereses imperialistas norteamericanos, y los fines
crematísticos de la oligarquía panameña, acaba lavándoles la cara o justificando
los hechos del 3 de Noviembre de 1903, porque supuestamente son la culminación
de un proceso de conformación de la nación panameña.
Quien
inaugura la versión “ecléctica” es Diógenes De La Rosa, el cual considera
que, al 3 de Noviembre, “lo han maltraído el panegírico y la diatriba”, pero que
en todo gran acontecimiento intervienen intereses personales y “conflicto de
lealtades”. Pero: “Tales intereses son legítimos cuando están vinculados a
las necesidades de progreso de porciones considerables de la humanidad y
mezquinos, cuando se ligan a ambiciones exclusivas de estrechos grupos sociales.
La realidad rara vez los separa categóricamente…”[1].
¿La
separación de Colombia y el canal significaron el “progreso de porciones
considerables de la humanidad”? Evidentemente los pueblos de Colombia y Panamá
fueron los menos beneficiados. Si se adopta acríticamente el concepto de
“progreso” y “civilización” como lo ha interpretado la burguesía imperialista
europea y anglosajona llegamos a un equívoco, pues en base a esa ideología se ha
justificado el despojo de muchos pueblos, que luego han sucumbido a la miseria y
explotación capitalistas.
Desde
la perspectiva imperialista, la imposición de sus reglas sociales y económicas
(relaciones sociales de producción, economía de mercado, etc.), el dominio y
sojuzgamiento de amplias zonas del planeta y sus pueblos, representa un avance
civilizatorio. Pero, miradas las cosas desde el punto de vista de los pueblos
colonizados, ha representado un retroceso en sus niveles de vida y conquistas
sociales.
Pero este
problema subyacente en los conceptos “progreso” y “civilización”, no es
imputable exclusivamente a Diógenes De La Rosa, sino que está en los autores del
Manifiesto Comunista, Carlos Marx y Federico Engels. Cometeremos la
osadía de señalar que ese error metodológico los llevó a sus mayores equívocos:
Marx, cuando consideró que el despojo de México por Estados Unidos, mediante el
Tratado Guadalupe – Hidalgo, era progresivo porque llevaría la “civilización”
capitalista a esas regiones; y Engels cuando señaló que los países eslavos del
Oriente europeo eran “naciones ahistóricas”. No
profundizaremos aquí esta reflexión, que ya hemos abordado en el Capítulo 1 del
citado libro Estado, Nación y Clases Sociales en Panamá.
Volviendo a
Diógenes, después de admitir en su artículo los fuertes vínculos nacionales que
nos unían a Colombia en 1903 reafirma, sin basamento fáctico, el mito de los
“anhelos separatistas” del pueblo panameño: “Anhelo primario, ochenta años
antes, de incorformes minorías, severas peripecias lo habían transformado en
inequívoco querer popular”; y luego parece contradecirse: “… sería absurdo
suponer que ocho décadas de asociación con Colombia hubieran dejado de crear
sentimiento de dependencia e identificación hacia ella en el espíritu de muchos
panameños… Siendo cada vez más los panameños, los naturales del Istmo que se
sentían también colombianos. Y a la inversa…”[2].
Luego viene
el obligado dictamen moral sobre los sucesos: “Pero con toda la injerencia de
lo toscamente crematístico, resulta inexacto afirmar que el 3 de noviembre fuese
mera subasta a la gruesa o feria del crimen según lo calificó uno de los
más ácidos impugnadores (Oscar Terán, agregamos). Como cualquier trance
parecido, actuaron allí, sobre el fondo de una aspiración colectiva legítima,
los aprovechadores que calculaban al centavo los riesgos y en dólares los
posibles réditos de su actuación”[3].
Ricaurte
Soler, seguramente el pensador que ha producido más páginas para reflexionar
sobre la nación panameña, en este caso particular adopta un criterio semejante
al de Diógenes:
“En estas
circunstancias los individuos actuaron dentro de las posibilidades que
ofrecían estas determinaciones históricas. Con el agravante de que las
mejores posibilidades no fueron siempre realizadas.
“La
tardanza en la realización del estado… conjuró en su contra todas las fuerzas
negativas y mediatizadoras que hemos señalado. Es por ello que, y es
indudable que, Manuel Amador Guerrero, Federico Boyd y José Agustín Arango
proyectan una triste figura en la historia panameña. Sobre todo si se
compara con los próceres del período progresivo del proyecto nacional panameño:
Mariano Arosemena, Tomás Herrera, Santiago de la Guardia, Justo Arosemena. En
esta afirmación queremos sólo dejar sentado que las actuaciones individuales
están también sujetas a la explicación y juicio de la historia…
“Con los
datos históricos destacados y ya en trance de conclusión, queremos afirmar el
carácter progresivo de la independencia de Panamá de Colombia”[4].
Preguntamos: ¿Por qué ese afán de
calificar como “progresivo” un acontecimiento cuya realidad muestra la cruda
intervención de los intereses imperialistas norteamericanos? Volvemos a la
pregunta ya formulada, y que cada quien tiene que hacerese para valorar los
hechos en su debida dimensión:
¿Cuál
era la posición moral y política que debía adoptar un aunténtico patriota
panameño el 3 de Noviembre de 1903? ¿Del lado de las tropas invasoras
norteamericanas y de la oligarquía panameña a su servicio, o en contra de esta
intervención, del lado de quienes defendían la unidad del estado colombiano y
querían un canal en condiciones justas? ¿En 1903, Estados Unidos estaba apoyando
nuestra “independencia” o garantizando nuestra sujeción bajo un régimen
colonial?
La
respuesta a estas preguntas define si el acontecimiento fue progresivo o no,
desde la perspectiva de Panamá. Creemos que no hay duda: en 1903 no se
produce ninguna independencia, por el contrario, es el comienzo de una
intervención colonial contra la que el pueblo panameño ha luchado por cien años
(y que continúa, si vemos las consecuencias del Tratado Salas – Becker y el
Plan Colombia). Aunque hubiera un
legítimo “anhelo separatista” o “independentista” en los panameños respecto a
Colombia, cosa que nosotros cuestionamos (ver anexo), es evidente que no se
consagraba con la intervención de 1903.
Llegados a este punto, los
defensores de la teoría “ecléctica”, suelen apelar al “realismo político” y
concluyen: “es que no había otra alternativa”; “dentro de las posibilidades era
lo mejor”; “por una vía espúria fundamos la República, pero al menos tenemos un
Estado”, etc.
Argumentos que sólo conducen a un
atoyadero y contradicciones mayores, porque tanto Diógenes De La Rosa como
Ricaurte Soler, ante otra invasión norteamericana, de 1989, la condenaron. Pero,
usando el mismo método del “realismo político”, los sempiternos defensores del
intervencionismo yanqui le respondían a quienes, como Soler y Diógenes, la
condenaron: “no había otra forma de quitarnos al dictador”; “fue una Causa
Justa, aunque con un método violento”; “recordémosla como una
liberación”.
¿Qué
explica que la versión “ecléctica” haya prevalecido por tantos años en un gran
sector de historiadores panameños? Evidentemente, Diógenes De La Rosa como
Ricaurte Soler, y tantos otros “eclécticos”, no pueden ser catalogados como
aduladores de la oligarquía panameña y, mucho menos, como pronorteamericanos.
Por el contrario, hicieron gala de acendrado e incuestionable
antiimperialismo.
El
origen de este error de perspectiva, a nuestro juicio, tiene una base
metodológica que a su vez se apoya en una realidad social. El problema
metodológico se basa en el uso equívoco del conflictivo y elusivo concepto
de “Nación”(para una reflexión más profunda ver
el ya mencionado Capítulo 1 de Estado, Nación y Clases Sociales en
Panamá).
El primer gran problema parte por
definir qué es una nación, pues suele haber dos extremos: el que entiende
por este concepto lo que se ha denominado “nación-cultura”, es decir, los
elementos comunes a un pueblo (lengua, costumbres, etc.); y el que pone el
énfasis sobre la base económica (mercado interno) y política, la
“nación-estado”[5].
Para
el primer caso, no habría dudas en decir, por ejemplo, que todos los pueblos
herederos de la cultura germánica constituyen una nación alemana; para el
segundo, pueblos con bases culturales distintas, pero unificados bajo un mismo
poder estatal y una base económica común, como el imperio ruso, constituyen una
“estado-nación”.
El problema
es que la historia ha producido combinaciones en que tenemos “naciones-cultura”
fraccionadas en múltiples estados, p.e. la cultura árabe; estados nacionales de
unidad cultural, política y económica homogéneas, p.e. Suecia; y
estados nacionales, con una base política y económica común, pero con diversidad
de culturas distintas, p.e. España.
Preguntémonos entonces: ¿Qué es
Hispanoamérica, una nación fraccionada, o veinte naciones diferentes? ¿En 1902
teníamos dos naciones confrontadas, Panamá y Colombia, o constituíamos una sola
nación?
Para
nuestro caso, el problema consiste en partir a priori de que Panamá
constituye una nación en formación desde el siglo XVIII, o más tardar desde
1821, que alcanza su Estado nacional en 1903. Esa es la perspectiva tanto de los
que apoyan la “leyenda dorada” como la visión “ecléctica”. Por supuesto, si se
asume que Panamá era una nación que quería forjar su independencia política
respecto de otra nación que la oprimía (Colombia), los acontecimientos de 1903
parecen completamente justificados.
Nosotros
ponemos en duda esa perspectiva, tanto porque los hechos del siglo XIX no nos
demuestran la lucha de una nación oprimida que brega por su independencia, y
porque dudamos que Panamá, por sí sola, constituyera una
nación.
Por
supuesto que la relación entre el Departamento del Istmo y Colombia, durante
el siglo XIX, estuvo signada por las contradicciones que usualmente surgen donde
quiera que haya una provincia de gran desarrollo económico con respecto a un
centro político administrativo atrasado y carente de tal dinamismo, que le
sustrae mediante impuestos parte de la riqueza generada por esta región de mayor
crecimiento económico.
Pongamos por caso, la relación
tradicional entre Castilla y Cataluña, con la diferencia que entre éstas hay
mayores contrastes culturales que las existentes entre Panamá y Bogotá. En
ocasiones, estas contradicciones pueden llevar a la independencia de la
provincia y su surgimiento como realidad política diferenciada. En gran parte,
esta situación explica el desmembramiento del imperio español.
Pero,
para que se produzca la separación no basta que estas contradicciones existan.
Se requiere la existencia de un proyecto nacional autónomo coherente, y la
voluntad de un sector social para llevarlo a cabo, además de
una crisis tal de las relaciones entre el centro político administrativo y la
provincia de tal grado que se haga imposible su continua convivencia.
Por
ejemplo, en el citado caso de las relaciones Castilla-Cataluña, los catalanes
propiamente independentistas, han sido completamente minoritarios. Pese a las
contradicciones, tanto la gran burguesía catalana, como la propia clase obrera,
ha preferido manejar la relación en un marco autonomista, similar al
federalismo, porque encuentra mayores beneficios en la permanencia de la unión en
el marco común del Estado español.
Trayendo esta relación compleja
al caso colombo-panameño, encontramos que tanto las clases poseedoras istmeñas,
como las clases populares, la mayor parte del tiempo se sintieron cómodas dentro
del marco estatal colombiano, pese a la existencia real de dichas
contradicciones, expresadas magistralmente en el citado libro de Justo
Arosemena.
Como ya
hemos dicho, los momentos en que se consideró la separación, por sectores de
las clases mercantiles istmeñas, fueron pocos y muy breves, y siempre en una
relación de subordinación a una potencia extranjera.
En esto
consistió la propuesta de proclamar un “país hanseático” en la zona de
tránsito, en la primera mitad del siglo diceinueve. Es decir, crear una zona
de libre comercio bajo la forma de un protectorado de Inglaterra o Estados
Unidos, o de ambos. La burguesía panameña nunca tuvo un proyecto
propiamente nacional autónomo, claro y acabado, ni mucho menos la fuerza y la
voluntad de llevarlo a cabo. Y no podía ser de otro modo dado su carácter de
agente local de capitales extranjeros.
Prueba
de la inexistencia de un real movimiento independentista, antes de que fuera
evidente el rechazo del Tratado Herrán – Hay, es decir, mediados de 1903, son
las citadas cartas de 1902 firmadas por Obaldía, Arias, Terán, etc. Tampoco
existen evidencias de que los derrotados liberales de la Guerra de los Mil Días
se propusieran ninguna independencia. Por el contrario, las palabras de Porras
son bastante claras en el sentido opuesto.
Si apoyamos
el análisis en el concepto “nación-cultura”, tendríamos que aceptar que junto a
Colombia los istmeños constituimos una nación fraccionada. Por extensión,
también podemos suponer que tanto Colombia como Panamá son fragmentos de una
“nación-cultura” hispanoamericana. Esta es la perspectiva que adoptan muchos
pensadores de nuestro continente, del que sólo citaremos aquí para su consulta
al argentino Jorge Abelardo Ramos[6].
Se podría
adoptar el concepto como “nación-estado”, poniendo énfasis sobre el
particularismo económico del Istmo, el “transitismo”. El economicismo de esta
perspectiva no nos resuelve el problema, porque entonces tendríamos que aceptar
un absurdo, como por ejemplo: Colombia sería un estado de múltiples naciones,
pues en ella la costa atlántica tiene particularidades económicas distintas al
altiplano bogotano, y éste a su vez respecto de Antioquia, y los llanos
orientales, etc.
Aclaremos
de pasada que, los que si constituyen naciones culturales distintas, son los
diversos pueblos indígenas no asimilados por la cultura hispánica. Por ello, se
está haciendo común aceptar la definición constitucional de nuestros países como
pluriculturales y pluriétnicos.
En Panamá,
el caso de Chiriquí sería un buen ejemplo: ¿Hay una nación chiricana
diferenciada de la panameña? Es evidente que no. Pero importantes sectores
sociales chiricanos han planteado reiteradamente el establecimiento de un
sistema federal, dado su particularismo regional y económico. ¿Esto convierte a
Chiriquí en una nación distinta? Claro que no.
Si
estamos de acuerdo en esta respuesta, extrapolemos al caso panameño respecto
a Colombia a lo largo del siglo XIX: ¿Nuestra particularidad geográfica y
económica, que llevó a importantes sectores políticos y sociales del Istmo a
luchar por el federalimo, nos convertía en una nación diferenciada del resto de
Colombia? Creemos que, al igual que en el caso de Chiriquí, la respuesta también
es negativa.
Es eso
precisamente lo que dice Justo Arosemena (El Estado federal de
Panamá), el cual cada vez que usa el concepto de nación lo hace para
referirse al conjunto del estado colombiano. Por ejemplo, cuando considera la
posibilidad de la separación del Istmo afirma categóricamente: “Es esto más
de lo que el Istmo apetece…, mucho más cuando solo quiere un gobierno propio
para sus asuntos especiales, sin romper los vínculos de la
nacionalidad”[7].
Pero los pensadores panameños
leen a Justo Arosemena al revés, y ponen en él argumentos que no están dichos en
esta obra, para presentarlo como supuesto precursor de una independencia que
supuestamente alcanzamos en 1903.
Estamos ante una falsificación y
una interpretación antojadiza de todo nuestro siglo XIX para presentarlo como
una permanente lucha por forjar una nación panameña que, cuando se revisan los
hechos y se leen en su debido contexto, tanto los textos como los
acontecimientos, vemos que no eran tales.
Las
luchas de los comerciantes librecambistas panameños contra los proteccionistas
colombianos; la lucha de los federalistas istmeños (y de otras provincias
colombianas) contra los centralistas de Bogotá; la lucha entre liberales y
conservadores; todas son interpretadas como una lucha por la independencia de la
nación panameña.
Y esa
falsificación histórica es posterior al 3 de Noviembre de 1903. Su objetivo es
“justificar” la intervención norteamericana y la secesión de Colombia, es decir,
la fragmentación de nuestra unidad nacional.
El mal uso del concepto Nación ha
conducido a aceptar la existencia de dos naciones, cuando en realidad sólo había
una: Colombia. Pero aceptar esto conduce a una conclusión muy
dura de aceptar para algunos: tanto los próceres, como el 3 de Noviembre, son
esencialmente antinacionales.
El
segundo aspecto problemático del concepto Nación, es que en él suele presentarse
como unitaria una realidad que es contradictoria. Porque el concepto Nación
suele ocultar las contradicciones de clase, y presenta los proyectos sociales y
económicos de la clase dominante como las aspiraciones de “toda la Nación”,
cuando en realidad las diversas clases sociales tienen intereses y perspectivas
contradictorias, que se expresan a través de sus partidos, líderes y
organizaciones.
Esta
perspectiva sobre la Nación y la unidad nacional se vio agravada por la
influencia en la intelectualidad latinoamericana del marxismo stalinista a
mediados del siglo XX. El stalinismo soviético, basa su concepción política e
histórica en lo que se denominó la “teoría de la revolución por etapas”, según
la cual, los países capitalistas atrasados, las colonias y las semicolonias
debíamos repetir el proceso histórico seguido por las naciones capitalistas
desarrolladas de Europa y Estados Unidos.
Desde
esta perspectiva, la lucha por la emancipación nacional frente al dominio
imperialista, requiere un gran frente nacional de clases sociales, dirigidas por
la “burguesía nacional” o “burguesía progresista”, que confronte al imperialismo
extranjero y su aliado interno (la “oligarquía”), haciendo una primera
revolución nacionalista burguesa, que inaugure una fase histórica de desarrollo
económico capitalista nacional. Luego, en algún momento del distante furturo,
cuando alcanzáramos el mismo nivel de desarrollo socioeconómico de Europa,
estaría planteada la fase de la revolución socialista.
Esta
teoría, probadamente falsa, tenía por resultado el apoyo político a un sector de
la clase dominante, de la cual se exaltaban sus supuestas contradicciones con el
capital extranjero. Pese a los devaneos de Diógenes De La Rosa y Ricaurte Soler
con el trotskismo (la perspectiva opuesta), se hace evidente, tanto por la vida
pública del primero, como por la obra del segundo (en especial su concepción del
régimen torrijista[8]) que su visión estaba
permeada por la perspectiva stalinista del problema nacional.
La historia
ha demostrado que: por un lado, no hay una autonomía de la burguesía nacional de
los países oprimidos respecto al capital imperialista, sino más bien una
estrecha relación y dependencia, que es más cierta en la fase de la globalización
neoliberal; y que las revoluciones del siglo XX que triunfaron no se detuvieron
en una fase intermedia, sino que combinaron tareas burguesas (como la
industrialización) con socialistas (como la expropiación de la industria). Es lo
que León Trotsky llamó “revolución permanente”. Cuba
es el ejemplo típico.
Respecto
al caso que nos ocupa, si asumimos que la actuación de los “próceres” expresaba
el deseo de toda la “Nación” en 1903, damos por hecho la unanimidad del pueblo
panameño apoyando la separación. Esta es la actitud usual de los historiadores.
Pero la realidad que hemos intentado probar documentalmente en este ensayo es
que no hubo tal apoyo unánime de los
istmeños a la separación. Y eso explica las posiciones, convenientemente
ocultadas por la historia oficial, de Belisario Porras, Buenaventura Correoso,
Oscar Terán y Pérez y Soto.
Si se lee desprejuiciadamente la
obra de Ortega que hemos citado, debajo de lo que él llama “colombianos”, vemos
muchos panameños, no sólo sorprendidos de una declaración de independencia que
no era producto de ningún movimiento genuinamente nacional, sino una
conspiración de las cúpulas oligárquicas, sino su oposición al hecho.
Por
supuesto, no hubo una gran resistencia a la separación porque la derrota de los
liberales, el fusilamiento de Victoriano Lorenzo, el exilio de Belisario
Porrras, el soborno a algunos líderes populares, la potencia incuestionable de
las fuerzas norteamericanas, y la promesa de los “millones” que lloverían sobre
el Istmo, prepararon el terreno.
Argumentar
que, porque no hubo manifestaciones de oposición en las calles a la separación,
comprueba que los panameños apoyaban casi unánimemente el movimiento
secesionista; es como decir que, porque no hubo mucha resistencia a la invasión
del 20 de Diciembre de 1989, había unanimidad en apoyarla. Por lo general, en
toda ocupación militar extranjera, quienes salen a apoyar al invasor ocupan las
calles, mientras los opositores miran detrás de las ventanas con los puños
apretados.
Finalmente,
decíamos que la explicación de que historiadores incuestionablemente
antimperialistas como Diógenes o Soler, aceptaran la “versión ecléctica” tiene
una motivación sociológica. En ellos, distinto a los sustentadores de la
“leyenda dorada”, la búsqueda de una nación panameña basada en un mítico siglo
XIX, tenía por objetivo justificar la lucha nacionalista del pueblo panameño
frente a la presencia colonial norteamericana.
Soler, Diógenes y tantos otros, pese
a asumir la misma interpretación sobre la Nación que los apologistas del 3 de
Noviembre, en realidad tienen un objetivo contrario, sustentar por qué Panamá
tiene derecho a la existencia como Nación independiente de Estados Unidos.
Respecto a Soler hemos dicho en otro ensayo:
“En ese pasado y en esas figuras, Ricaurte Soler
va a encontrar la justificación, la razón de ser de las luchas por la
autoafirmación nacional que libraban los panameños a mediados del siglo XX. La
nación panameña existe, y su nacionalismo está legitimado por ese pasado,
propone. Con esta idea, Soler combate por igual, tanto a los que llamándose
“panameños” trabajan para que constituyamos “una estrella más” en la bandera
norteamericana, como contra aquellos que desde la izquierda antiimperialista
hablan de “lumpennaciones”, refiriéndose a las de Latinoamérica. Para Soler la
lucha por la autoafirmación nacional tiene un carácter revolucionario y es una
etapa histórica que no puede ser saltada. En esto reside toda la fuerza del
pensamiento de Ricaurte Soler”[9].
Con todo y lo importante que pudo
ser en su momento la perspectiva “ecléctica”, debe ser superada y es el
momento de hacerlo. Primero, porque la necesidad histórica que le dio vida,
la lucha contra la presencia colonial norteamericana en la Zona del Canal, ya no
existe. Aunque esto no significa que no siga vigente la lucha contra formas
más sutiles de dominación imperialista que todavía seguimos padeciendo, o formas
más descaradas de intervencionismo, e intentos de recolonización económica (como
el ALCA, o el Plan Puebla Panamá) y hasta de retorno de bases militares (como el
Tratado Salas Beker y el Plan Colombia).
Segundo, porque no se corresponde
con la precisa verdad histórica y, al deformar los hechos, atenúa la
responsabilidad de las clases dominantes panameñas en los cien años de
intervencionismo norteamericano que hemos sufrido. Exaltando el falso
“patriotismo” de sus abuelos, la oligarquía panameña encuentra argumentos
ideológicos para tener maniatado y engañado al pueblo panameño respecto a los
actos de traición antinacional que siguen cometiendo.
Finalmente, porque la fuerza para
enfrentar la dominación imperialista norteamericana no proviene de una
perspectiva chauvinista, ni saldrá de las escuálidas energías de un
“nacionalismo panameño”. El impulso para luchar por la “segunda independencia”
sólo saldrá de la unidad, y la conciencia de un pasado y un presente comunes de
los pueblos hispanoamericanos. Sólo retomando la perspectiva bolivariana de una
confederación de pueblos hispanoamericanos, podremos acometer y alcanzar nuestra
real y definitiva independencia.
Panamá, febrero de 2003.
[1] De La Rosa,
Diógenes. “El conflcito de lealtades en la iniciación republicana”. Revista
Temas de Nuestra América No. 189. GECU. Panamá, noviembre de
1997.
[2] Loc.
Cit.
[3]
Ibidem.
[4] Soler, R. “La
independencia de Panamá de Colombia”. En Ricaurte Soler. Pensamiento
filosófico, histórico, sociológico. Revista Lotería No. 400. Panamá,
diciembre de 1994. Pág. 67.
[5] Mármora,
Leopoldo. El concepto socialista de nación. Cuadernos Pasado y Presente
No. 96. Siglo XXI Ed. México, 1986. Págs. 84 –85.
[6] Ramos, J.A.
Historia de la nación latinoamericana. FICA. Cali, 1986.
[7] Arosemena,
Justo. El Estado federal de Panamá. EUPAN. Panamá, 1992. Pág.
13-14.
[8] Soler, R.
Panamá, nación y oligarquía. En: Las clases sociales en Panamá. CELA.
Panamá, 1993.
[9] Bleuche, O.
Estado…, Op. Cit. Pág. 4.
No hay comentarios:
Publicar un comentario