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jueves, 15 de noviembre de 2012

Gestión honoris causa: recetas para un doctorado

 
Gestión honoris causa: recetas para un doctorado

José Carlos Bermejo Barrera

 

Fue en la Sorbona medieval donde se creó el procedimiento para conceder el doctorado. En él un candidato debía desarrollar una tesis por encargo y bajo la dirección de su maestro y defenderla públicamente de toda objeción posible ante el cuerpo de doctores, garantes de la validez del texto propuesto por el aspirante. Desde entonces el doctorado, máximo grado académico, ha estado siempre bajo el amparo de la responsabilidad y el conocimiento de los especialistas, únicos garantes posibles de su calidad. Ahora, sin embargo, las cosas han cambiado. Los profesores de las universidades tenemos la impresión, muy bien fundada, de vivir bajo continua sospecha y ser culpables de algo hasta que demostremos nuestra inocencia ante otros profesores, evaluadores o burócratas que ejercen algunas competencias que les dan las leyes y se atribuyen alguna que otra a mayores en muchos casos, y entre ellos la del doctorado.
 
La elaboración de una tesis supone un trabajo arduo, que requiere la dirección de un profesor experto y muchas veces medios materiales cuantiosos. Doctorandos y directores trabajan, muchas veces de modo desinteresado, para lograr honradamente algún resultado científico, que unas veces rentabilizan en su curriculum y muchas otras no. Cuando se termina el trabajo, después de ser aprobado el proyecto, tras pasar el filtro del departamento competente y cumplir varios requisitos formales, la tesis ha de pasar varios filtros: se deposita en ese departamento y sus doctores pueden consultarla y, en caso de que observen algo incorrecto o irregular, impugnarla. Luego, siguiendo un poco el trámite medieval, pasa a poder ser consultada por todos los doctores de la universidad, que podrán impugnarla si tienen conocimientos y motivo para ello, y por último se defiende ante un tribunal de especialistas en público. Un tribunal siempre formado por un un número impar de miembros para evitar empates.
 
Está claro que si se diese el caso de que en una universidad sus profesores formasen un claustro de defraudadores científicos, sus tesis doctorales carecerían de valor, lo que quedaría patente cuando se publicasen y fuesen objeto de crítica por parte de verdaderos científicos. Sólo ellos podrían detectar el supuesto fraude y no los profesores que gobernasen esa universidad, ni sus funcionarios, puesto que no tendrían conocimientos ni competencia para identificar fraudes y defraudadores, por muy perfeccionados que fuesen sus procedimientos. No es esto lo que parece deducirse de las normas vigentes en la Universidad de Santiago en este tema: unas normas prolijas hasta la obsesión y basadas en la idea de que doctorandos y directores de tesis pueden ser siempre sospechosos de fraude científico- al igual que ocurre en las demás universidades españolas-, como veremos a continuación.
 
Pasados los filtros reales de los departamentos, el director ha de proponer al organismo correspondiente el nombre de diez especialistas, razonando su competencia y méritos, tras consultarlos, pues participar en el tribunal de una tesis es voluntario y no tiene remuneración alguna, y teniendo que decirles que los propone pero que a lo mejor no han de juzgar la tesis ni como titulares ni como suplentes, siendo sólo sobreros. De ellos, la autoridad competente, pero no especialista en el tema, seleccionará a cinco titulares y dos suplentes, que tendrán que hacer informes previos a la lectura de la tesis, pudiendo impugnarla de nuevo, aunque los suplentes no vendrán a la lectura y harán el trabajo gratis et amore. Todo ello en vez de proponer tres miembros y un suplente, como se hace en la mayor parte de las universidades.
 
Por si todo esto fuera poco, se ha de tener en cuenta que el tribunal sea paritario en el número de especialistas y especialistos, como si en un mundo en el que se publican más de 3.000.0000 de artículos científicos al año, en todos y cada uno de los miles de campos posibles, a priori hubiese el mismo número de hombres que de mujeres; y como si fuese posible que un número impar se dividiese en dos números pares. Dice Goldbach que todo número par es la suma de dos primos; en el doctorado santiagués parece que lo que se quiere es que primos sean los directores de tesis. Ya que además deben tener en cuenta que los gastos de desplazamiento, alojamiento y manutención de cinco profesores en 2 o 3 días no superen los 800 euros. Podríamos pedirle a nuestro supercomputador que resuelva este problema:
 
Hallar los nombres de un par de mujeres sabias que, sumado a un número par de hombres sabios, dé un número impar de sabios igual a 5, teniendo que vivir todos ellos a una distancia de Santiago tal que puedan ir y venir a nuestra ciudad a hacer un trabajo gratis, y pernoctar en ella dos días por el máximo de 800 euros.
 
Si Ud., esforzado profesor, no es capaz de hallar la solución, repase la normativa.
 

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