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miércoles, 4 de julio de 2012

Crisis y desmantelamiento de la universidad española

Crisis y desmantelamiento de la universidad española
María José Guerra Palmero



17/06/12


 
"Bolonia es el final de la universidad de siempre… La universidad de siempre era la que se hacía para saber, la que se estudiaba para desprenderse de prejuicios, la que confirmaba que imperaba la razón. Ahora se pretende una universidad para hacer, para ofrecer productividad. Hoy las tres diosas del capitalismo son la productividad, la competitividad y la innovación. La universidad se hizo para pensar. Hoy hablamos de la necesidad de la libertad de expresión, ¿pero qué pensamiento va a usted a expresar? La libertad de pensamiento es esencial para pensar por cuenta propia, para apartarse de un pensamiento dogmático” José Luis Sampedro


“…la universidad está siendo interpelada por cuestiones complejas para las que hasta el momento sólo ha producido respuestas simples. Esas cuestiones van hasta la raíz de la identidad histórica y la vocación de la universidad, no tanto para cuestionar los detalles del futuro universitario, sino para poner en tela de juicio el hecho mismo de si la universidad, tal como la conocemos, tiene un futuro. Son, por tanto, cuestiones que despiertan una perplejidad muy particular.” Boaventura de Sousa Santos.

Las voces de José Luis Sampedro, un referente del pensamiento crítico en España, y la de Boaventura de Sousa Santos [1], uno de los pensadores más creativos en teoría social hoy, me invitan a pensar las transformaciones en la Universidad Española en una coyuntura no sólo marcada por Bolonia, la creación de un espacio europeo de educación superior, sino, en los cuatro últimos años por una crisis económica tan profunda que está amenazando peligrosamente, a través de los recortes del gasto público en educación e investigación, la misma supervivencia y no sólo la calidad del sistema universitario español.


Mi intención es compartir lo que muchas y muchos colegas, docentes e investigadores,  pensamos sobre los recientes cambios institucionales y organizativos en la Universidad española [2], que, al parecer, no son casi nada, un mero aperitivo, respecto a lo que se nos avecina tras el ya famoso “Real Decreto-ley 14/2012, de 20 de abril, de medidas urgentes de racionalización del gasto público en el ámbito educativo”. El utilizar, eufemísticamente, la palabra “racionalización” para enmascarar la operación de desmantelamiento y demolición del sistema educativo público es un paso más en la retórica falaz de un gobierno que llama “reformas”, utilizando el barniz progresista que ha acompañado a este término, a lo que son “contra-reformas” y meros y gruesos “recortes” que en el caso de la Universidad española le han costado ya al ministro del ramo, José Ignacio Wert, un plantón por parte de unos Rectores, su número es de setenta y cinco, que le recriminaban la absoluta falta de diálogo en lo que concierne a las draconianas medidas expuestas en el Decreto ya mencionado.

La desorbitada subida de tasas universitarias y el incremento de la carga docente de los profesores, junto a la exigencia de que haya un número elevado de alumnado en grados y másteres revelan la operación de adelgazamiento forzoso de las universidades públicas. Antes, el 22 de mayo, todo el sector educativo, desde la Educación Infantil hasta la Universidad, había hecho huelga y salido a la calle a afear las decisiones de un gobierno que tiene en su agenda política, antes oculta, ahora hipervisible, dinamitar ese instrumento de la igualdad de oportunidades que es la Escuela Pública y hacer retroceder al investigación científica décadas.


Más allá de estos lamentables últimos avatares, en los que la crisis económica es la excusa para acelerar el programa neoliberal de desmantelamiento del precario Estado del Bienestar español, en la última década, al hilo de Bolonia y del modelo competitivo entre instituciones que responde a la lógica de un “mercado de valores universitario”, se han ido introduciendo cambios en las universidades que se han traducido, en mi opinión, en ineficacia organizativa,  en inusitada complejidad burocrática, en pérdida de autonomía y soberanía del profesorado y de los investigadores sobre sus tareas, en vigilancia y control externos mal entendidos – aplicando por ejemplo, sin matices convenciones válidas para las Ciencias duras a las Humanidades-, en conceptualizaciones tecnocráticas de los incentivos a la productividad, y en evaluaciones más que discutibles de la calidad del “servicio docente” y de los “productos” de la investigación. Gran parte de la ofensiva neoliberal en el sector público consiste en desactivar los privilegios de las clases profesionales –lo mismo vale para los investigadores, profesores o médicos en el sistema público- y proletarizarlas a la vez que se desactiva su capacidad de reacción al fragmentarlas en segmentos jerarquizados en función de los incentivos y evaluaciones. Agencias sobrevenidas de evaluación y unidades de calidad forjan nuevas élites burocráticas que minan el prestigio y el poder social del que Bourdieu llamóHomo Academicus. Pondré algunos ejemplos de esta larvada crisis en el campo universitario.

La investigación ha dejado de ser “libre” y se la fuerza a responder directamente a las demandas del mercado y de los organismos públicos, a sus objetivos y áreas prioritarias y a sus planes estratégicos. La investigación debe apostar por la innovación y la transferencia de conocimiento pues la llamada “economía del conocimiento” –una expresión que enmascara el hecho de la privatización del conocimiento financiado públicamente- impone sus reglas competitivas.  En suma, se sigue un modelo de transferencia de innovación que sólo sabe de patentes y empresas spin-off. De lo que se trata es de que los investigadores se re-conviertan en parte subordinada de una estructura empresarial y que muten sus motivaciones: de la búsqueda del conocimiento y de la investigación básica, al interés crematístico y a la investigación aplicada a la empresa.  La “economía del conocimiento” y la innovación son el mantra del modelo dominante en el que la Universidad subsidia al sector privado ofreciendo “capital humano” y rentabilidad. Lo podemos llamar “el modelo Garmendia”, dándole el nombre de la ministra que lo ha impulsado en España en la última legislatura socialista. Las sinergias universidad-empresa y la cuantía destinada a esta conexión han supuesto que en 2010 el Ministerio de Ciencia e Innovación de España tuviera que devolver la cuarta parte de su presupuesto por no haber solicitado las empresas, ya en plena crisis, las ayudas y subvenciones correspondientes [3]. Si la Universidad Pública tiene algún sentido en el modelo neoliberal de Estado, que avanza sin freno alguno, es el de evitar que las empresas financien la formación de los trabajadores, del capital humano, y el apropiarse, con el mínimo coste posible, de los resultados de la I+D+i. La mascarada de la Joint-Venture –el tomar riesgos conjuntamente- enmascara el trasvase de lo público a lo privado [4].


Un segundo ejemplo puede ser el que en la reforma de las titulaciones auspiciada por el proceso de homologación europea se partió de las profesiones existentes para generar Libros Blancos que orientaran el desarrollo de las competencias exigibles a los egresados universitarios. En la docencia, la palabra mágica es la de “empleabilidad”. La palabra empleabilidad no está en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, es un neologismo importado como trending topic por el neoliberalismo, ha pasado a ser el único factor relevante a la hora de formular y verificar una propuesta de formación universitaria, ya sea como Grado o Máster. En todo este proceso la universidad  ha olvidado su autonomía y sus tradicionales fines académicos, sociales y cívicos esenciales, lo que incluso se ha re-traducido como Responsabilidad Social de la institución, vocablo derivado de la Business Ethics  y se rinde a la lógica del mercado.

El estudiantado, finalmente, por otra parte, ha absorbido los elementos básicos de la ideología neoliberal y, dado que paga, y con la subida de tasas que se espera debido al Real Decreto ya aludido, pagará muchísimo más, quiere un título a cambio de su “inversión”, de su pago de servicios como cualquier otro cliente. El modelo a imponer es el de que el estudiante pida un préstamo para poder afrontar sus estudios en la línea de un capitalismo financiarizado en el que la acumulación de capital se realiza exprimiendo al máximo las rentas del trabajo de las clases medias y trabajadoras. Este cambio de actitud redunda en que el profesorado ya no obtiene reconocimiento alguno de unos estudiantes, salvando unas pocas excepciones, ya que no valoran en absoluto su competencia científica, siempre en duda y sometida siempre a vigilancia y evaluación. El profesorado pasa a ser tratado como mero proveedor de un servicio al que se le solicita además, disponibilidad absoluta facilitada por las aulas virtuales y el email que exige ser contestado al instante. La formación como ideal universitario humanista es laminado de facto. Esta visión economicista e instrumental de la educación, además, abunda en la despolitización individualista posesiva que fomenta el marco neoliberal.


Desgraciadamente, la idea habermasiana de la colonización del mundo de la vida, en este caso de la vida universitaria, por el sistema – mercado y burocracia- se ha realizado en España de la forma más cruda posible y en tiempo record. El ideario neoliberal, enmascarado en la popularidad de términos engañosos como flexibilidad, competitividad o innovación,  se ha enquistado en las rutinas autoritarias, de vigilancia y control de las universidades españolas, para ir alumbrando un modelo  ineficiente, pobre y que renuncia a los fines de la Universidad como institución autónoma y crítica. Al modo de una institución inepta magnifica e hipertrofia los medios convirtiéndolos en fines y olvida su misión relativa a la formación integral y a la búsqueda del conocimiento. Todo lo consagra al logro de los Campus de Excelencia – ahora en peligro de muerte debido a los recortes- y olvida, asimismo, en gran medida, su función cívica y política relativa a la formación de la ciudadanía. Los imperativos neoliberales y las inercias burocráticas tendentes a arruinar a las universidades españolas triunfaban ya en la década pasada, antes de atisbar la crisis, sin respuesta crítica alguna.


Jaula de hierro, colonización del mundo de la vida por el  sistema, conjunción reforzada del viejo modelo de la sociedad disciplinaria con la sociedad del control, … Algunos pensadores clásicos como Weber, Habermas, Foucault, Bourdieu o Deleuze nos dan claves críticas interpretativas del nuevo diseño institucional auspiciado por el neoliberalismo. Mi intención es espolear la necesidad de un análisis colectivo de cómo en el ámbito de la docencia y de la investigación este modelo estrangula el ethos universitario y la misma posibilidad de una ciencia pública y responsable. Debemos precisar cómo el modelo emergente erosiona fatalmente la autonomía de las universidades y margina a las voces críticas, y cómo el mismo neoliberalismo transforma radicalmente la investigación científica, al convertirla en un eslabón más de la economía del conocimiento, un programa radicalmente anti-ilustrado, que tiene importantes consecuencias, por ejemplo, en obturar el desarrollo de los países empobrecidos del Sur vía el reforzamiento de la propiedad intelectual y las patentes.


Frente a este modelo hay alternativas, pero la presión de las decisiones políticas en Educación e Investigación y su implementación al servicio del neoliberalismo no deja mucho espacio a la autorreflexividad de la comunidad académica, de investigadores, profesorado y estudiantado. Ante la agresión brutal de los recortes y su traducción en despidos y precarización del profesorado, en estrangulamiento de la investigación, en falta de igualdad de oportunidades para el alumnado, y en masificación e incremento de la explotación laboral, esperemos que por fin despertemos del aletargamiento.

De Sousa Santos describe lo que para muchos ha sido la Universidad en nuestra trayectoria como alumnado y profesorado:

“Cuando ha funcionado bien, la universidad moderna ha sido un asiento del pensamiento libre e independiente y de la celebración de la diversidad –aun si se ha visto sujeta a los estrechos límites de las disciplinas–, tanto en las ciencias como en las humanidades. Tomando en cuenta que durante los últimos treinta años la tendencia a transformar el valor de verdad del conocimiento en el valor mercantil de verdad del conocimiento ha sido cada vez más fuerte, ¿puede haber un futuro para el conocimiento no conformista, crítico, heterodoxo, no comercializable, y para los profesores, investigadores y estudiantes que lo ejercen? Si la respuesta es afirmativa, ¿cuál será su impacto sobre los criterios de excelencia y competitividad interuniversitaria? Si es negativa, ¿podemos seguir llamando universidad a una institución que sólo produce conformistas competentes y nunca rebeldes competentes, y que solamente considera al conocimiento una mercancía y nunca un bien público?”[5]

Mi experiencia es la de la actividad docente como profesora de Filosofía. Eso me ha permitido leer y asimilar la visión crítica de la enseñanza y propiciar una práctica comprometida con los valores ilustrados a la vez que era consciente de las contradicciones sistémicas. La Filosofía tiene el privilegio de hacer preguntas, y de reactivarlas y reformularlas una y otra vez, pero, también, la de ensayar conceptualizaciones nuevas de la realidad. He podido vivir con dignidad y con orgullo de mi actividad profesional como tantos otros colegas durante casi tres décadas, hoy, sin embargo, la presión neoliberal que identificamos con la constelación Bolonia en el marco de una crisis que es un enorme ajuste a favor de la privatización de lo público ensombrece el panorama y abre angustiosas preguntas dirigidas a los que conformamos la Universidad Española. ¿Sabremos dar una respuesta a la altura de las críticas circunstancias en las que nos encontramos? [6]

Notas:

[1] “The University at the Crossroads”, Human Architecture: Journal of the Sociology of Self-Knowledge, IX, special  issue, 2011, 7-16.

[2] Una reciente contribución a este estado de opinión es el libro de Fernando Gil Vila, Profesores Indignados. Manifiesto de Desobediencia Académica. Madrid, Maia Ediciones, 2011. Su análisis de la burocratización de la institución y de la deshumanización pedagógica que conlleva es certero, no obstante, su opción individualista de mera desobediencia parece partir de la premisa de que el colectivo docente universitario es incapaz de una respuesta articulada a los cambios impuestos en el sistema universitario. Nos gustaría creer que no tiene razón en este último asunto. Mayor  resonancia y mucho mayor calado tiene el libro titulado Adiós a la Universidad. El eclipse de las Humanidades de Jordi Llovet (Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2011). El ataque a la línea de flotación de la Universidad reside, según este autor, en la liquidación de las Humanidades. Sin embargo, creemos que este ataque va mucho más allá, dado el marco de desmantelamiento de lo público del programa neoliberal.

[3] Alicia Rivera, “Ciencia dejó sin gastar uno de cada cuatro euros de su presupuesto
Las subvenciones a la I+D disminuyeron en 635 millones el año pasado respecto a 2009 - Del dinero previsto para los préstamos solo se dio el 60%.”El país, 2/04/2011.


[5] The University at the Crossroads, Human Architecture: Journal of the Sociology of Self-Knowledge, IX, special issue, 2011, 7-16.

[6] Esta es una versión alterada, debido a los acontecimientos recientes, de un fragmento del artículo titulado “Política y Educación en la Universidad Española. Neoliberalismo, burocratización y sociedad del control” publicado en Sin Permiso, n. 10, 2011, pp. 33-48.

María José Guerra Palmero es profesora de filosofía moral de la Universidad de La Laguna

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