Medios de comunicación monopólicos, imperialismo y comunicación popular: Una relación compleja y tortuosa, pero imprescindible
Raul Isman
Junio de 2012
Ha señalado con enorme acierto el ensayista brasileño Emir Sader que los medios de comunicación masivos constituyen el verdadero ejército de ocupación imperial en nuestros tiempos. Las armas mediáticas preparan el camino para intervención de la parafernalia letal; como lo pueden atestiguar diversos pueblos como el libio, por ejemplo. Podríamos agregar en la misma iluminada senda del pensamiento trazada por Sader que cuando un proceso nacional, popular, revolucionario o progresista permite- por acción u omisión- que la agenda pública, la percepción de los problemas sociales y el modo en que los sectores populares se relacionan con la realidad política fueran diseñados por parte de los massmedia que sirven al imperialismo está preparando el camino para su derrota y liquidación. Tal nos parece un mínimo balance de lo ocurrido con la Unión Soviética; cuya derrota cultural precedió en el tiempo a su defección definitiva. No existe mejor anécdota ilustrativa y graficadora de la derrota (cultural) revolucionaria que miles de moscovitas movilizados vistiendo uniformes del ejército zarista en ocasión de los acontecimientos que lanzaron a Boris Yeltsin al estrellato de la gran prensa occidental (imperial).
La centralidad de la cuestión mediático-cultural resulta en gran medida amplificada por el hecho que constituye el contenido excluyente de la crítica formulada por el nuevo movimiento estudiantil mejicano; que está contribuyendo para volcar el comicio presidencial, que en el país azteca se realizarán el próximo mes. La derecha quiso confundir la elección con una interna intraderechista (priista o panista), dejando al único candidato alternativo, Andrés Manuel López Obrador, en un lejano tercer puesto, más propio de un espectador que competidor para ocupar la residencia oficial de Los Pinos. Han sido los distintos movimientos sociales críticos tenaces de la (sin)razón neoliberal y el propio A.M.L.O. ha sido un implacable censor cultural de la articulación política que mantiene a su país de rodillas bajo la dominación imperial. Un destacado analista de la política en la patria de Zapata, el historiador y periodista Pedro Echeverría, ha señalado que dos de las condiciones para un reformateo auténticamente democrático del país pasan por anular el monopolio excluyente de las cadenas comunicacionales lacayas del poder económico globalizado y porqué el estado no reprimiere las protestas sociales. Adviértase que en la Argentina, la segunda se ha conquistado hace casi una década y en la cuestión mediática se ha sancionado una ley ejemplar que viene siendo trabada parcialmente por los monopolios al servicio del imperio. Nada de ello se podría haber logrado sin una ciclópea batalla cultural librada en muy desiguales (y desfavorables para los pueblos) condiciones; como en Venezuela, Bolivia, Ecuador o en cualquier rincón de nuestra América o del mundo. Pero ciertamente no se trata de una cuestión sólo privativa de los gobiernos. Las iniciativas propias de la comunicación popular juegan un rol central en la gran conflagración de nuestro tiempo. Es que la batalla de ideas es el único camino que podrá consolidar los importantes logros alcanzados por los pueblos en la primera década del siglo XXI y avizorar un horizonte luminoso para los explotados y oprimidos del mundo.
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