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jueves, 28 de junio de 2012

El monstruo de la espalda gigante


28-06-2012



El monstruo de la espalda gigante








Colombia es un país de eufemismos y de superlativos. Sus clases dominantes se han encargado de difundirlos desde hace doscientos años. Por eso, somos el lugar donde a los torturados y desparecidos por las fuerzas represivas del Estado se les denomina “falsos positivos”, según la ordinaria retórica castrense; a un régimen criminal como en el que vivimos se le llama democracia; a una dictadura disfrazada se le considera como un genuino Estado de Derecho y así por el estilo. En términos de superlativos no hay quien les gane a los dueños de este país: somos la democracia más antigua y sólida de Latinoamérica, el territorio donde se habla el mejor castellano del mundo, el sitio donde la mezcla de razas ha dado origen a un mestizaje único que nos hace uno de los países más tolerantes del mundo en materia racial con los indígenas y los afrodescendientes, gozamos de la prensa más libre del universo, nuestro café, aunque tengamos que comprar gran cantidad en el exterior, es el más suave del orbe…y así hasta el cansancio. Ahora alcanzamos otro envidiable récord, tenemos al sujeto con la espalda más grande del mundo.


El individuo que la posee ha superado a los monstruos mitológicos de todos los tiempos, como, por ejemplo, a Caco (el malvado), el gigante de la mitología griega, hijo de Hefesto, mitad hombre y mitad sátiro, que vomitaba corrientes de llamas y humo y en la cueva donde habitaba siempre tenía colgadas dos cabezas sangrantes de los humanos que devoraba. También ha superado, en el tamaño de su espalda, pero jamás en inteligencia a Gargantua y Pantagruel, así como a los gigantes que visitó Gulliver en uno de sus viajes, a los habitantes de Brobdingnag. De la misma manera, la enorme espalda de este individuo supera la del majestuoso y solitario George, el último ejemplar de la extraordinaria subespecie de tortuga gigante que acaba de morir en una de las Islas Galápagos. Pero no sólo ha rebasado a seres vivos, reales e imaginarios, sino a las grandes maravillas del mundo. Su espalda es más portentosa que el gran cañón del Colorado, que las cataratas de Iguazú, que la ciudad de Machupichu o que las pirámides mayas, aztecas o egipcias, que las cordilleras de los Andes y el Himalaya juntas. Aún más, la gran muralla China -la única obra humana que se observa desde el espacio exterior a la tierra- es un cuento chino en relación a la espalda inmensa e inconmensurable del individuo al que nos referimos.


Este individuo por su gran espalda, sustentada en algunas bases de una indiscutible solidez moral (el Cartel de Medellín y los paramilitares), alcanzó el primer cargo administrativo del país y durante los años de su gestión en la sede presidencial, conocida ahora como la Casa de Narquiño (una derivación burlesca relacionada con el narcotráfico), nos ha demostrado para qué sirve tener la espalda más grande del mundo. Eso lo comprobó con creces durante sus años de mandato frentero, porque él únicamente otea el horizonte, va de frente como los toros de lidia, es un echao p’alante, como se dice en el argot criollo del mundo traqueto. Es frentero cuando anda acompañado de sus matones y guardaespaldas y cuando se trata de pisotear a los pobres y desvalidos.


Es indispensable señalar casos concretos para comprobar porqué nuestro protagonista tiene una espalda extraordinaria. Para comenzar, su buena espalda le permitió convertirse en un subalterno de cuarta categoría del capo mafioso Pablo Escobar, al que también sirvieron su padre y uno de sus hermanos. Incluso, Escobar afirmó, como lo contó su amante Virginia Vallejo, que obtuvo licencias legales de aviones que usaba para transportar cocaína, concedidas por nuestro personaje cuando ocupó la Dirección de la Aeronáutica Civil a comienzos de la década de 1980. En pocas palabras, su espalda es tan inmensa que él nunca supo que sus familiares eran narcotraficantes y que él mismo era un empleado de Pablo Escobar. Tampoco, desde luego, tenía la más ligera sospecha que uno de sus hermanos fuera uno de los organizadores de los Doce Apóstoles, banda paramilitar que en Antioquia torturó, asesinó y desapareció a centenares campesinos y pobladores urbanos.


Cuando nuestro deforme protagonista ocupó la Gobernación de Antioquia tampoco tuvo noticia que un general del Ejército, al frente de la XVII Brigada, con sede en Carepa, se dio a la tarea de eliminar y masacrar a sindicalistas, dirigentes campesinos, activistas políticos y militantes de izquierda. Nuestro personaje no se dio por informado acerca de lo que estaba pasando en el Departamento en que fungía como la primera autoridad. Él no vio nada, pero otros si lo vieron, y lo acompañaron en sus acciones criminales. Lo raro del caso radica en que después esas personas, que se habían convertido en peligrosos testigos, empezaron a caer muertos, como le sucedió a uno de sus asesores que falleció en un extraño accidente de aviación y a un arrepentido paramilitar, que lo acuso directamente como responsable de la masacre del Aro en 1997, y fue asesinado en su propia casa mientras cumplía una pena de prisión domiciliaria. La portentosa espalda de nuestro héroe no lo dejó contemplar a las victimas de las fuerzas armadas y del paramilitarismo, a las miles de personas asesinadas ante sus propias narices en el Departamento de Antioquia. Aún más, defendió en un homenaje público en el Hotel Tequendama de Bogotá al General que se había encargado, cubriéndole la espalda, de defender la patria contra sus malvados enemigos.


Nuestro personaje alcanzó la primera magistratura, mediante un monumental fraude electoral, que nadie vio porque los habitantes de este país se rindieron ante la espalda gigante del que se presentaba a sí mismo con el Salvador de la Patria, y desde ese momento quedaron enceguecidos, como en la novela de José Saramago. Es decir, los colombianos de “bien”, como obnubilados por un espejismo, comenzaron a apoyar de manera irrestricta todos los actos del sujeto de la espalda prodigiosa, y se dieron a la tarea de repetir como loros amaestrados la respuesta que indistintamente aquél suministraba cuando se descubría alguna tropelía relacionada con su gobierno: “Esto sucedió a mis espaldas”. Los seguidores furibundos de nuestro monstruo mitológico hecho realidad se limitaban, y se limitan, a repetir, “él no es responsable”, “todo sucedió a sus espaldas”.


Recordemos algunas de las cosas que sucedieron a espaldas del mesías y con las que, por supuesto, éste no tuvo nada que ver.

Nunca supo que sus funcionarios más cercanos y a los que él había designado personalmente, entre los que se encontraban varios directores del DAS (Departamento de Asesinatos Selectivos), y su Secretario Privado, fueron los encargados de organizar las “chuzadas”, otro eufemismo criollo para referirse a las intersecciones ilegales de teléfonos, de miles de colombianos a los cuales se les calificó como “cómplices del terrorismo”, que fueron acosados en Colombia y en otros países, y muchos de ellos terminaron o en la cárcel, en el mejor de los casos, o asesinados y desaparecidos. A estos funcionarios, que organizaban la persecución de los que pensaban distinto, responsables de la muerte de miles de colombianos, y socios de grupos paramilitares, el sujeto de la portentosa espalda siempre los defendió porque eran “mis buenos muchachos”. Algunos de esos buenos y simpáticos muchachos han sido condenados a penas de hasta treinta años de cárcel, como responsables de asesinatos de sindicalistas, profesores universitarios y defensores de derechos humanos… Pero, nuestro salvador no captó nada, porque su descomunal espalda se lo impidió.


Tampoco sospechó que su Consejero de Paz (sic), un sicópata con ínfulas de siquiatra, organizó la falsa desmovilización de cientos de individuos que se hicieron pasar por paramilitares o por guerrilleros, aunque simplemente eran delincuentes reciclados, para dar la impresión que la política de Inseguridad Antidemocrática, la bandera insignia de nuestro gran patriota, estaba marchando a las mil maravillas. Ese siquiatra desquiciado por las mieles del poder, efímero y circunstancial por lo demás, ahora es un vulgar prófugo de la justicia, que está escondido, como una roedor de laboratorio conductista, en no se sabe qué lugar del mundo. Todas las tropelías delincuenciales de su loquero de cabecera se realizaron por su propia iniciativa, sin que en ellas participara el enano de la espalda gigante, siempre inocente de todo lo que fraguaban sus colaboradores, porque, según él, eso siempre se hacia sin su consentimiento.


Nunca tuvo nada que ver, y ni siquiera escucho rumores, sobre las acciones realizadas por funcionarios de su gobierno, empezando por algunos de sus ministros y asesores directos, encaminadas a reelegirlo. Para hacerlo posible, tuvieron que reformar la constitución, lo cual se produjo con un acto delictivo: mediante la compra del voto de varios congresistas, entre ellos de una parlamentaria que luego confesó su responsabilidad, debido a lo cual paga cárcel en el Buen Pastor de Bogotá. Lo llamativo del suceso radica en que la figura jurídica por la que ha sido condenada esa mujer se denomina cohecho, en la que son responsables las dos partes, los que sobornan y los que se dejan sobornar. Pues los sobornadores eran voceros del gobierno del jefe supremo, que actuaron para que éste siguiera en la Presidencia de Macondo. Se modificó la constitución y fue reelecto el Mesías, pero su gran espalda no lo dejo entrever lo que se fraguaba detrás de él y, por supuesto, jamás participó en los manejos fraudulentos e ilegales que sus ministros y asesores hicieron, a su nombre y para favorecerlo. Su gran espalda le impidió contemplar la compra de votos y conciencias, los chantajes y ofrecimientos clientelistas para hacer posible la continuidad de su régimen. Incluso, ni siquiera los funcionarios que participaron en el cohecho están en la cárcel, lo que demuestra la grandeza jurídica de Colombia en donde por este delito, en el que forzosamente intervienen dos partes, solo una de ellas ha sido acusada y condenada.


Por supuesto, el sujeto de la fornida espalda en ningún momento sospecho de la “honestidad” e “integridad personal” de parlamentarios, políticos, gobernadores y alcaldes que en todo el país lo apoyaron, con el respaldo armado de los paramilitares. Muchos de estos criminales, con un impresionante prontuario delictivo, han reconocido sus nexos con el hombre de la espalda gigante. Eso lo han confesado Mancuso, Don Berna, el Mellizo Mejía, Freddy Rendón, alias “El Alemán”, pero aquél jamás sospechó que los votos con los que ganó dos elecciones presidenciales estaban untados con la sangre de miles de colombianos asesinados por la motosierra homicida de los grandes patriotas que lo apoyaban, algunos de los cuales están tras las rejas, entre ellos su primo, su mentor y patrocinador político. La gran espalda del pigmeo moral a que nos referimos le impidió ver los respaldos políticos y económicos que lo catapultaron a la Presidencia de la República.


Jamás percibió los negociados de Agro Ingreso Seguro (AIS) que se llevaron a cabo desde el Ministerio de Agricultura, a la cabeza del propio Ministro, un individuo tan obtuso y ordinario como nuestro héroe principal. En la feria del reparto de dineros del Estado a los poderosos (en una especie perversa de Keynesianismo invertido), se le repartieron miles de millones de pesos del tesoro público a terratenientes, ganaderos, reinas de belleza, empresarios de caña y agrocombustibles, paramilitares y narcotraficantes. El objetivo de este programa AIS era el de fortalecer, como si lo necesitaran, a los grandes propietarios agrícolas, presentados como patriotas emprendedores que generan empleo y hacen productivo al campo. Este programa se convirtió, además, en la base financiera y publicitaria de la campaña electoral del que quería ser el continuador del sujeto de la espalda gigante y que ha pretendido como él que igualmente la posee, porque aseguran ambos, el ex presidente y el ex candidato -éste último encarcelado en un Batallón Militar, un verdadero hotel 5 Estrellas- que dada su fabulosa espalda ellos en ningún momento vieron ni oyeron nada digno de atención y, simplemente, se limitaron a seguir las señales poco ruidosas del mercado de tierras, pero nada más.


Ahora, se ha conocido otro hecho que muestra la grandeza de la espalda de nuestro prócer, al que el primo de Pablo Escobar, uno de sus consejeros de cabecera, califica sin desparpajo alguno como el “segundo Bolívar”, libertador de Colombia. El hecho en cuestión se refiere a que un ex General de la Policía de Colombia ha sido solicitado en extradición por una corte de los Estados Unidos, acusado de ser aliado de narcotraficantes y grupos paramilitares. Es diciente, que ahora reviva la información, que en su momento se dio a conocer pero que fue rápidamente ocultada, y se sepa que desde el año de 1995, cuando nuestro glorioso personaje ocupaba la gobernación de Antioquia, el mencionado policía estuviera involucrado en hechos criminales, entre ellos interceptaciones telefónicas. Desde ese momento la carrera policial, ¿o criminal?, del sujeto solicitado en extradición corrió paralela con el individuo de la espalda gigante. Aún más, éste se encargo de limpiar el prontuario del policía y lo designó en el 2002 como su Jefe de Seguridad. Como quien dice, para cuidar la cueva de los 40 ladrones se introdujo a otro delincuente. Este policía de alta alcurnia, por supuesto, siguió realizando sus fechorías criminales desde la sede presidencial, manteniendo vínculos directos con la Oficina de Envigado y grupos narcoparamilitares y facilitando la exportación de cocaína fuera de Colombia.


Pero lo que vieron los servicios secretos de los Estados Unidos y uno de sus jueces, nunca lo observaron ni su jefe inmediato, el prodigio de la espalda gigante, ni el afamado “mejor policía del mundo” (otro superlativo para el ego de los colombianos ignorantes y de los poderes mediáticos). Este último ni siquiera fue capaz de descubrir, o eso es lo que él dice, al delincuente que se había convertido en Jefe de Seguridad del mismísimo Palacio de Narquiño. Es decir, que dos luminarias de la seguridad, el mejor sabueso y nuestro espalda gigante, no intuyeron la catadura del coronel que fue ascendido a general en el 2007. Con una dosis de cinismo sin par, el autocalificado como el mejor mastín del cosmos dijo: "Si en el momento de recibir la Dirección hubiese tenido información seria, no habría permitido el ascenso de (ese) general". O sea, que un policía, y no cualquiera sino el mejor del planeta, no escuchó, ni vio, ni investigó las acciones criminales de otro policía durante quince años, el cual se desempeño durante cuatro años como Jefe de Seguridad de la Presidencia de la República. Definitivamente, lo de la espalda gigante se ha convertido en un verdadero síndrome colombiano. Porque nadie ve, ni escucha, ni huele, ni siente nada de lo que sucede a su alrededor, y sobre todo cuando de asuntos criminales se trata. El jefe supremo, por su parte, afirmó que “a mi nadie nunca me habló mal” de ese general “aunque trabajé con él… en dos oportunidades”. Su voluminosa espalda le impidió determinar que su Jefe de Seguridad, que “trabajo” con él en la magna labor de interceptar teléfonos en la gobernación de Antioquia y en la Presidencia de la República, era un delincuente. Definitivamente, su majestuosa espalda le impide siquiera voltear a mirar a los lados, porque el general de marras había sido denunciado públicamente, y con pruebas, desde mediados de la década de 1990, e incluso había sido destituido en el 2003 por la Procuraduría General de la Nación como responsable de unas 1.300 interceptaciones ilegales de conversaciones telefónicas y había sido acusado de varios asesinatos. Es decir, la orden de destitución se produjo cuando era Jefe de Seguridad en la sede presidencial. Aun más, ''cuando los notificadores de la Procuraduría lo fueron a buscar al Palacio de Nariño para anunciarle su destitución, nunca lo encontraron'', relata una nota periodística del informativo de televisión Noticias Uno. Por una jugarreta jurídica de la defensa del entonces coronel de la policía, éste no fue sancionado, se hicieron vencer los términos, y luego fue ascendido a General de la Policía, durante el gobierno de nuestro prohombre. Cuando se produjo el ascenso, el 7 de diciembre de 2007, el mesías salvador de Colombia dijo: “Permítanme hacer una inusual mención personal. Tengo toda la gratitud con estos Generales de la República (…) No tengo palabras para hacer llegar a ellos mi sentimiento de gratitud. El apoyo que he recibido en nuestra lucha por la seguridad de Colombia, en nombre de mi familia, de mis más cercanos colaboradores, señores Generales, una sola palabra: ¡muchas, muchas gracias!”. Pero ahora, cuando desde los Estados Unidos se acusa a su Jefe de Seguridad, a su protegido, aquél dice que es inocente, que fue engañado en su confianza, y se excusa en que, como siempre, “todo se hizo a sus espaldas”.


A este policía de la Oficina de Envigado lo han apoyado parlamentarios, ministros de defensa, entre ellos el actual presidente de Colombia y el hoy procurador general de la nación. Cuando ha estallado el escandalo, todos se hacen los de la espalda gigante, y los de la vista gorda, todos aparecen como mansas palomas que fueron engañados. Todos, como Pilatos, se lavan las manos, y dicen desconocer las verdaderas andanzas del antiguo Jefe de Seguridad del Palacio Presidencial.


Tan grande es la espalda de nuestro protagonista que jamás tuvo noticia alguna sobre los malos pasos de una cuñada y una sobrina, compañera e hija respectivamente de su hermano menor, un individuo conocido como el pecoso, que había sido detenido en 1986 porque en su radioteléfono se habían encontrado mensajes cruzados, nada más ni nada menos, que con Don Pablo Escobar Gaviria. Tan comprometidas están sus dos familiares que tienen orden de extradición a los Estados Unidos por formar parte del Cartel de Sinaloa (México). Lo interesante del caso estriba en que durante el gobierno de nuestra espalda gigante, la época en que más colombianos han sido extraditados a los Estados Unidos, la Presidencia de la República no dijo esta boca es mía. Claro, porque nadie sabía nada, como siempre todo sucedía a las espaldas majestuosas de nuestro gran jefe.


Para resumir, un sujeto que ha ocupado el más alto cargo público del país tiene o ha tenido familiares, de diversos grados de consanguinidad, comprometidos en acciones criminales, como sucede con su padre, hermanos, hijos, primos, cuñados, sobrinos. Ningún alto funcionario del Estado había llegado a tener tantos vínculos con políticos ligados al crimen, por lo cual están en la cárcel 40 parlamentarios, antiguos gobernadores y otros funcionarios administrativos. Sin embargo, como si fuera una mansa oveja nuestro prócer no escuchó ni vio nada sospechoso, porque todo esto sucedió a sus espaldas. Lo peor del caso, consiste en que millones de colombianos, adormecidos por los medios de comunicación tampoco lo vieron y hoy se niegan a creerlo, dicen que todo son calumnias, inventos de los narcoterroristas. Hasta algunos han llegado a insinuar que los fiscales de Estados Unidos se han aliado con los enemigos de la patria y se han vuelto comunistas. Aquí está sucediendo algo similar a lo que aconteció en el régimen criminal de Pinochet en Chile, según lo relata el novelista Antonio Skármeta en su obra Los días del arcoíris: “…los chilenos… somos como los prisioneros de la caverna de Platón. Mirando sólo sombras de la realidad, engañados por una televisión envilecida, mientras que los hombres luminosos son encerrados en calabozos oscuros”.


Todo esto ha sido posible por la portentosa espalda de nuestro prohombre que ha hecho realidad a algunos de los monstruos mitológicos, como el coloso con pies de barro, porque junto a su gigantesca espalda, sus ojos, sus oídos y su olfato son inútiles, porque nunca ha visto, escuchado, ni olido nada. Sus ojos son como los de los murciélagos, pequeños y limitados ante la luz del día, sus oídos son como los de los gatos albinos, que no escuchan por malformación genética, su nariz padece de anosmia, como los cetáceos, porque está incapacitada para detectar cualquier olor. Pese a esas limitaciones físicas lo único que escucha muy bien nuestro prócer es el tintinear de las monedas, y sobre todo si son dólares, lo único que ve son las grandes extensiones de tierras, llenas de vacas y caballos, de los terratenientes, y lo único que huele es el aroma de algunas “malas yerbas” y los agrocombustibles, en especial de la palma aceitera, que ya se siembra en algunos de sus latifundios y en las tierras arrancadas a campesinos e indígenas. Su cuerpo deforme está acompañado de una cabeza pequeña, con un minúsculo cerebro, que sólo atina a bufar, a trinar y a amenazar a todos los que califica como sus enemigos y no puede concebir ideas que requieran de más de 140 caracteres. Por esa deformidad congénita, este gnomo nunca vio, ni escuchó, ni sospechó de sus allegados, y frecuentemente repite como un robot: “Todo sucedió a mis espaldas”.


Lo que no está claro es si siempre la portentosa espalda del monstruo lo va a proteger, porque puede suceder que, tarde o temprano, quienes han sido traicionados, como los jefes paramilitares enviados a los Estados Unidos o los gobernantes imperialistas de ese país, decidan atacarlo por su flanco más débil, que queda justamente en su espalda, o para ser más precisos debajo de la espalda, por aquello que resulta recomendable no acercarse a la candela cuando se tiene rabo de paja.

Este artículo ha sido publicado por Rebelión con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.



(*) Renán Vega Cantor es historiador. Profesor titular de la Universidad Pedagógica Nacional, de Bogotá, Colombia. Autor y compilador de los libros Marx y el siglo XXI (2 volúmenes), Editorial Pensamiento Crítico, Bogotá, 1998-1999; Gente muy Rebelde, (4 volúmenes), Editorial Pensamiento Crítico, Bogotá, 2002; Neoliberalismo: mito y realidad; El Caos Planetario, Ediciones Herramienta, 1999; entre otros. Premio Libertador, Venezuela, 2008. 




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