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domingo, 20 de mayo de 2012

CUANDO EUROPA SE REPARTÍA LAS RIQUEZAS MUNDIALES


Viernes, 18 de mayo de 2012

CUANDO EUROPA SE REPARTÍA LAS RIQUEZAS MUNDIALES


El colonialismo europeo impuso sus leyes económicas a través de la guerra


En el siglo XIX, Europa Occidental se convierte, a consecuencia de un doble movimiento de expansión económica y colonial, en el centro de gravedad de un nuevo orden mundial no igualitario. El sistema mundial, en otros tiempos policéntrico y no jerarquizado, compuesto por “economías-mundo” relativamente autónomas (Imperio Otomano, Europa, China, etc.), se metamorfosea bajo el efecto de la revolución industrial, así como por la concentración de poder y riqueza de Occidente.


La expansión económica y territorial de Europa Occidental se beneficia de una dinámica de conjunto. Estas dos dimensiones de alcance mundial se conjugan para crear una nueva estructura vertical de las relaciones internacionales, caracterizada por la división entre, por un lado, los “centros” occidentales dominantes y, por el otro, las “periferias” coloniales dominadas.


A través de una “serie casi incesante de guerras abiertas”, una parte cada vez más importante del mundo se incorpora en el transcurso del siglo a las redes de producción y de intercambios internacionalizados de los Imperios coloniales. Con tan sólo 27 millones en 1750, el número de “subalternos” que se encuentran bajo la dominación directa de Europa se dispara: 205 millones en 1830, 312 millones en 1880 y 554 millones en 1913.


A las poblaciones de los imperios formales, territorializados, hay que añadir las de los países nominalmente independientes, pero sometidos a los sistemas coercitivos del control a distancia y a las disciplinas imperiales informales. De este modo, en los albores del siglo XX, cerca de la mitad de la población mundial se encuentra, de facto o de jure, inmersa a la fuerza en una división internacional del trabajo que únicamente responde a las necesidades de los nuevos países industrializados.



LONDRES CONTROLA EL SISTEMA


Si bien Marx, en 1848, puede hablar con toda razón de una nueva “interdependencia universal de las naciones”, ésta es asimétrica. Los centros occidentales son “el punto de partida y de llegada de tráficos de larga distancia” y de industrias rentables (Fernand Braudel). Estos concentran la riqueza, el saber y los conocimientos técnicos, al inhibir su eclosión en otros lugares: el “pacto colonial” prohíbe la industria en las colonias. Gran Bretaña es la figura dominante de este sistema. El país más “desarrollado” en el plano industrial y técnico hasta los años 1890 domina en ese momento los mares y los flujos. En 1913, su imperio territorial se extiende desde el Pacífico hasta el Atlántico, pasando por el sudeste asiático, África y Oriente Próximo, y engloba a una cuarta parte de la población mundial.


Pero por encima del imperio formal se encuentra un imperio informal todavía más vasto. Londres, centro neurálgico del sistema de intercambios internacionalizado y centrado en Europa, se encuentra en el corazón de las finanzas mundiales, de los intercambios comerciales y de las inversiones internacionales. El economista John Maynard Keynes escribe antes de 1914: “un londinense podía, mientras se tomaba su té matutino, encargar por teléfono productos variados de cualquier parte de la Tierra en la cantidad que gustase (...); invertir sus bienes en los recursos naturales y en las nuevas empresas de cualquier parte del mundo (...); enviar a su criado al banco más próximo para proveerse de los metales preciosos que le pareciese conveniente; viajar a tierras extranjeras, sin conocer nada de su religión, su lengua o sus costumbres, tan sólo llevando encima riqueza en forma de dinero”.


Aunque no todos los londinenses pueden permitirse un criado, esta famosa frase, extraída de su libro Las consecuencias económicas de la paz, es una buena descripción, desde el punto de vista de los privilegiados, de lo que fue la “primera mundialización”.


Proceso que, como ya sabemos, termina brutalmente en 1914. La conjugación del nacionalismo y del militarismo asesta un golpe fatal al orden europeo del siglo XIX. La guerra pone de manifiesto la contradicción entre las lógicas nacionales de poder y de expansión y la lógica, transnacional, del capitalismo. Sacude a los imperios europeos, sin llegar a derribarlos. Estimula, tal como ha reconocido el conservador británico lord Curzon, un “increíble desarrollo” de las ideas y de las aspiraciones anticoloniales. Abre el camino a la revolución bolchevique en Rusia. Y por último, al destrozar Europa, acelera bruscamente el desplazamiento del centro (proceso que ya se había iniciado en el seno del mundo occidental) de Europa hacia Estados Unidos.

http://canarias-semanal.com/not/2438/cuando_europa_se_repartia_las_riquezas_mundiales/


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