Lunes, 5 de marzo de 2012
La intervención de las "democracias" occidentales
CUANDO 10 EJÉRCITOS EXTRANJEROS QUISIERON ACABAR CON LA REVOLUCIÓN RUSA
Historia Crítica del siglo XX - Le Monde Diplomatique
Incluso antes de octubre de 1917, los aliados intervienen en Rusia para prevenir la victoria de los bolcheviques. Después, temiendo la expansión de la revolución, franceses, ingleses y japoneses apoyan a los "blancos" contra los "rojos", y los estadounidenses se muestran más reservados. Tras tres años de intervención económica y militar, son derrotados.
Se denomina “intervención extranjera” a la cruzada dirigida por las democracias occidentales para ayudar a los contrarrevolucionarios “blancos” a triunfar sobre la revolución bolchevique. A raíz de la caída del zarismo, en febrero de 1917 (marzo en el calendario occidental), los dirigentes de dichos regímenes se dividen. Por un lado, se alegran de que la alianza con Rusia no sea ya “vergonzosa”: a partir de ese momento existiría un frente unido de las democracias frente a los “imperios” de Alemania y Austria-Hungría. Por el otro, temen que los sobresaltos que necesariamente acompañan a toda revolución debiliten el esfuerzo bélico de Rusia.
Ese temor acaba por materializarse a raíz de los disturbios que afectan al ejército y de la exigencia del soviet de Petrogrado, una de las instancias del nuevo poder: una “paz sin anexiones ni indemnizaciones”. Es más, una oposición bolchevique, dirigida por Lenin, reclama desde el 4 de abril “una paz inmediata y todo el poder para los soviets”.
Deseosos de reavivar el fervor belicoso de los rusos, los aliados envían dos delegaciones a Petrogrado: una embajada de dos ministros socialistas (Arthur Henderson y Albert Thomas), así como una delegación compuesta por Marcel Cachin, Marius Moutet y William Sanders, entre otros, encargada de mostrar el apoyo de los socialistas occidentales a la revolución. No obstante, poco a poco se entusiasman con el espectáculo de una revolución exitosa, y pronto se convierten al ideal de los soviets. Salen de sus países como tímidos mediadores, preocupados por los intereses de sus propios Gobiernos, y regresan de Rusia como los gloriosos heraldos de la revolución... ¿Sería contagiosa?
Ignorando toda oposición, el nuevo ministro de Guerra, el laborista (trudovik) Aleksandr Kérenski, desea continuar el combate y lanza una ofensiva en Galitzia en junio de 1917. Ataque en vano que provoca las manifestaciones de julio, en mayor o menor medida alentadas por los bolcheviques.
CORDÓN SANITARIO
Desde ese momento, el Estado Mayor ruso decide acabar con Kérenski: es el putsch de Komilov. Las misiones aliadas de Petrogrado presionan a sus Gobiernos para que liquiden a los bolcheviques e instauren un régimen militar en Rusia. El británico Oliver Locker-Lampson, comandante de la misión, pone al servicio de Komilov sus vehículos blindados y sus soldados. Sin embargo, el golpe de Estado fracasa, ya que los bolcheviques habían decidido defender a Kérenski -“como la soga sostiene al ahorcado” (Lenin).
En octubre, la hostilidad de los aliados hacia el nuevo régimen ruso es patente. Estos rechazan las proposiciones de paz de Trotski y de Lenin, de modo que el gobierno revolucionario ruso firma en Brest-Litovsk una “paz separada” (con Alemania).
Los aliados ven en este armisticio la desaparición de un segundo frente. Optan entonces por una intervención en el Gran Norte ruso, en Arkangelsk, tanto para impedir que los alemanes y los finlandeses saquen ventaja del Tratado de Brest-Litovsk, como para combatir a los “rojos”. Al constatar que los “blancos” se fortalecen rápidamente bajo la autoridad del general Denikin y que en Siberia los soldados checos liberados se suman a ellos, deciden apoyarles, con la esperanza de que sus tropas constituyan un segundo frente tras su victoria.
Pero ese resultado favorable se hace esperar. Tras su éxito en la región de Mame durante el verano de 1918, Clemenceau y Churchill definen los nuevos objetivos de la intervención aliada: ya no se trata de combatir al “amigo de Alemania”, sino al “enemigo social”. El bolchevismo “es una amenaza por su Ejército Rojo, que sueña con alcanzar un total de efectivos de un millón de hombres”. Pretende “extender por toda Rusia, y a continuación por el resto de Europa, el régimen de esos soviets [...]. Los aliados deben provocar la caída de los soviets [...] mediante el asedio al bolchevismo y la constitución de un ‘cordón sanitario’ que [aislará a la URSS] y la condenará a morir de inanición”, escribe Clemenceau el 23 de octubre de 1918.
MOTÍN
Unos diez días antes, en el Kreuz-Zeitung, un importante periódico cristiano de Renania, se podía leer: “La lucha contra el bolchevismo debe servir de lazo entre las tres potencias aliadas y sus enemigos. Una Alemania fuerte resistirá al bolchevismo. Si sucumbe, ocurrirán en Europa las cosas más terribles”.
A partir de entonces los franceses y los ingleses se atribuyen “zonas de influencia”: para los primeros, Ucrania y los minerales; para los segundos, el Cáucaso y su petróleo. En el otro extremo de Rusia, los japoneses desembarcan para apoderarse de la provincia oriental. Y por último, los estadounidenses intervienen en Siberia Oriental, más para controlar la expansión nipona que para apoyar a los “blancos”.
Esta intervención militar se reduce a unos 50 000 hombres en total, por lo que tan sólo les es de utilidad a los “blancos” a orillas del mar Báltico, permitiéndoles amenazar a Petrogrado. En otros lugares, lo que realmente cuenta es la ayuda financiera y material. Sin embargo, su eficacia se ve contrarrestada por una rebelión de soldados franceses en Arkangelsk el 15 de octubre de 1918: una compañía del 210 batallón de infantería colonial se niega a luchar contra los bolcheviques. A continuación, se declara un motín entre los marineros del mar Negro.
El resultado esencial es que, en la medida en que los “rojos” obtienen finalmente la victoria por sí mismos, la intervención extranjera hace de los bolcheviques los “defensores de la tierra rusa”. Ya no pueden ser considerados los “enemigos del pueblo”. Eso es lo que, en 1920, defiende ante todo Lenin.
Atlas histórico de Le Monde Diplomatique
BIBLIOGRAFIA
André Gide, Regreso de la URSS, El Aleph, ^ Barcelona, 1982, y Retoques a mi regreso de y la URSS,
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Edward Hallett Can, Historia de la Rusia soviética, 14 volúmenes, Alianza, Madrid, 1972-1984.
Marc Ferro, L'Occident devant la révolution soviétique, Complexe, Bruselas, 1991
EwanMawdsley, The Russian Civil War, Unwin Hyman, Boston, 1987
Nicolás Werth, Histoire de l'Union soviétique: De Lénine a Staline, PUF, París, 2007 (1997)
http://canarias-semanal.com/not/1575/cuando_10_ejercitos_extranjeros_quisieron_acabar_con_la_revolucion_rusa/
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