El Norte es una quimera
LUIS BRITTO GARCÍA
21/05/2012
Categoría: Hoy,Questionando,Venezuela
Escrito por: question
Llamativos datos sobre nuestra emigración proponen tanto la tesis ¿Formado para exportar? presentada por Claudia Vargas en 2011 en la Universidad Central de Venezuela, como un estudio previo de Iván de la Vega, comentados en reportajes de Liset Boon y Carlos Subero en Últimas Noticias del 13-5-2012.
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De la Vega estima que 1.200.000 venezolanos vivirían en el exterior. Los principales destinos serían Estados Unidos, con 260.000 emigrados, España, con 200.000, Italia, con 150.000, Portugal con 100.000, Francia con 30.000. El redondeo de las cifras evidencia su carácter aproximativo o exagerado; el Estimado de Migración del Banco Mundial de 2010 sólo registra 521.620 emigrantes criollos: apenas la mitad.
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Situemos estas cifras reales o infladas en perspectiva. En el mundo hay 191 millones de emigrantes. Unos 25 millones de personas han dejado su país de origen en América Latina y el Caribe en el primer quinquenio del siglo XXI. Estados Unidos aloja 40 millones de hispanos. Venezuela no está ni de lejos en las estadísticas del Banco Mundial de los 10 países con mayor proporción de emigrantes ni entre los diez principales corredores migratorios para 2005, que encabeza el neoliberal México. Venezuela acoge no menos de cuatro millones y medio de colombianos y quizá otro tanto de inmigrantes latinoamericanos. Nuestro país sigue siendo polo de atracción antes que de fuga.
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Nuestros emigrantes son jóvenes: el Homeland Security Department de USA revela que 21,68 % de los venezolanos que ingresan allí son menores de 18 años; 12,07% tienen entre 18 y 24; 21,51% entre 25 y 34; 20,93 entre 35 y 44. Claudia Vargas registra en encuesta con 153 estudiantes que 58% se iría por la inseguridad. No la evadirán en EEUU o Canadá, donde estudiantes de secundaria ametrallan a sus condiscípulos por diversión.
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¿A qué tierras de promisión emigran? Dejan una Venezuela que para 2011 tuvo un 4.00 de crecimiento del Producto Interno Bruto, por Estados Unidos, donde sólo creció el 1,3, España, donde apenas se elevó a 0,9, Italia, con 0,7, Francia, con 0,3; Portugal, con un decrecimiento de -1.7. Se van de una Venezuela donde la deuda pública es el 23,6 % del PIB, para pagar la de Estados Unidos, de 102% del PIB, la de España, donde llega al 67%, la de Italia, del 121%, la de Francia, del 87%, la de Portugal, del 106%. Dejan una Venezuela donde el déficit fiscal no sobrepasa el -2,6 del PIB, por unos Estados Unidos, donde se hunde al -9.6 y una España que se abisma en el -8.0 (FMI, WEO octubre 2011). Mucho tendrán que trabajar para colmar deudas y déficits contraídos por otros.
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El venezolano acoge cordialmente y sin prejuicios a todos. No recibe igual trato donde emigra. Allí somos “sudacas”. Solicitar visa para Estados Unidos o Canadá es ser tratado como sospechoso de un crimen. Contra los inmigrantes erige el primero Muros de la Vergüenza y leyes antimigratorias. Para muestra, la que firma el gobernador de Alabama, Robert Bentley el 18 de mayo de 2012, que autoriza a las autoridades locales a detener a una persona bajo sospecha de que se encuentre ilegalmente en Estados Unidos y penaliza a quienes transporten a una persona indocumentada, obliga a los empresarios a utilizar el programa federal “E-Verify” para verificar el estatus migratorio de sus empleados y establece que estos podrían perder sus licencias si contratan a indocumentados, y exige a las escuelas públicas del estado determinar el estatus migratorio de los estudiantes y niega el acceso a educación superior a inmigrantes indocumentados. Europa promueve una Ley Retorno para expulsar compulsivamente a los fuereños. En España se deporta incluso a hijos y nietos de españoles, para que no engrosen su 25% de desempleo. Cuando la ilegalidad se convierte en regla, el inmigrante no puede residir, trabajar ni estudiar legalmente: sólo puede mantener la economía del país que lo discrimina aceptando trabajos y remuneraciones que nadie quiere.
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Los flujos migratorios de los países en desarrollo a los desarrollados revisten otro trágico aspecto. A veces los primeros, con inmensos sacrificios, educan a sus masas y forman profesionales, pero sus economías no se diversifican lo suficiente como para asegurarle inserción a los graduados, ni sus sistemas se reforman para facilitar la movilidad social en sus cerrados sistemas clasistas. Los trabajadores intelectuales entran en disonancia de status, con capacidades y aspiraciones elevadas y perspectivas nulas. Algunos intentan modificar las sociedades y son reprimidos y exiliados; otros eligen la emigración económica. Estos procesos están en la raíz de las masivas migraciones del Cono Sur durante el último tercio del siglo XX. Para marzo de 1987, denuncié en Profetariado, una pequeña revista alternativa, que en Venezuela, de una fuerza laboral de 5.827.650, 28% estaba desocupada, y que de 509.802 egresados de Educación Superior, 23% estaban igualmente cesantes. En el mismo artículo “Crónica de una bomba anunciada” sugería que ello anunciaba una inminente explosión social. Pocos meses faltaban para el Meridazo, y menos de dos años para el Caracazo.
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Para 1999 afirmaba el vicepresidente del Consejo de Estado cubano Carlos Lage: “Un millón de científicos y profesionales formados en América Latina a un costo de unos 30 mil millones de dólares, viven hoy en los países desarrollados y por sus innovaciones y aportes científicos debemos pagar o prescindir de ellos. No es justo que exista un libre flujo de mercancías mientras son crecientes los obstáculos al libre movimiento de la fuerza de trabajo y surgen nuevas barreras no arancelarias en los países ricos”. La inserción de los investigadores e intelectuales es un problema de Estado. La mayoría de nuestros jóvenes emigrantes han sido formados gratuitamente por el Estado venezolano con facilidades educativas que sus hijos no encontrarán en el exterior. Gran parte de los Indignados del mundo son diplomados que no encuentran plaza ni de jornaleros. El Norte es una quimera: enseñémosle Indignación.
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