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viernes, 27 de abril de 2012

La fusión político-económica, la nueva regla del capital globalizado

Homar Garcés 

Especial para ARGENPRESS.info

La fragilidad del sistema económico capitalista a nivel global se hace cada vez más notoria a medida que la crisis de los países de Europa se asemeja mucho a la sufrida durante las últimas décadas del siglo XX por los países periféricos, entre éstos los de nuestra América. Así, la actual inseguridad laboral, con sus efectos colaterales, patentizados en elevados porcentajes de familias con ingresos económicos inestables o inexistentes, además de mayor delincuencia, dan cuenta del caos social producido por las imposiciones del capital globalizado.

De esta forma, muchas personas a nivel mundial han descubierto que, entre la producción social y el consumo social, se encuentra la explotación capitalista como elemento único y característico de la sociedad humana en general. Esto ha generado en mucha de la gente afectada la convicción que el capitalismo es absolutamente criminal y depredador, implantándose en ella la necesidad de remplazarlo decididamente por un modelo alternativo que centre sus objetivos en el bienestar colectivo y no en el de un reducido número de personas.

Para el capitalismo neoliberal o globalizado, la idea de un proyecto nacional es interpretada como un obstáculo a la libre expansión y control del mercado internacional que debe eliminarse a cualquier costo, desatando la guerra, incluso, bajo argumentos infundados, sin base alguna. Por tal motivo, le resulta más práctica la efectividad de gobiernos que actúen como gestores de su voluntad e intereses que la acción de un Estado nacional esgrimiendo su soberanía. Ahora, el capitalismo neoliberal o globalizado ha establecido una nueva modalidad en su estrategia de dominio mundial, tímidamente asomada en la década de los noventa del siglo pasado, pero que ha pasado a ser una regla de primer orden en el presente siglo: la fusión político-económica, es decir, el intercambio de roles políticos y empresariales. Dicha fusión político-económica pone su interés central en las ganancias del capital más que en crear condiciones de vida digna para la población que gobierna.

De esta manera, las grandes corporaciones transnacionales tienen un mayor control de la economía mundial y se aseguran, al mismo tiempo, el fiel cumplimiento del recetario impuesto por el Fondo Monetario Internacional para minimizar el impacto de las crisis provocadas por sus ambiciones y obtener los pagos puntuales de las naciones endeudadas; lo mismo que el respeto de los tratados bilaterales de libre comercio, de promoción y de garantía de las inversiones extranjeras. Algo que, incluso, comienza a manifestarse y a extenderse en los diferentes órganos que conforman la Organización de las Naciones Unidas, llegando a “coincidir” con las sugerencias, expresamente neoliberales, hechas por dichas corporaciones. Esto último explica el por qué la ONU legitima y es tan flexible con las acciones saqueadoras de gobiernos dominados por el gran capital en contra del derecho internacional y de la autodeterminación de los pueblos, violando así su propia acta constitutiva.

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