Portada de antigua versión de Revista Libre Pensamiento

jueves, 5 de enero de 2012

Un mosaico, mil pedazos, dos iglesias

 Un mosaico, mil pedazos, dos iglesias

Carlos Molina Velásquez (*) 

 

SAN SALVADOR - A propósito de la decisión de un jerarca católico de destruir el mosaico que cubría la fachada de la catedral metropolitana, he leído columnas y comentarios que responsabilizan “a la Iglesia Católica”. No puedo estar de acuerdo con este “análisis”. Es incorrecto afirmar algo así, ya que equivale a meter en un mismo saco a la jerarquía eclesial y a la comunidad de los creyentes, cuestión insostenible si se somete a serio escrutinio. Un vistazo a la historia del cristianismo —y de las religiones— bastaría para echar por tierra el supuesto de que las argollas clericales hablan y actúan siempre en representación de la fe de la gente. 
 
Quizás  los más jóvenes no me creerán, pero hubo una época en que “católico” no era sinónimo de obtuso, prepotente o reaccionario. Decías que asistirías a tu parroquia y te convertías en sospechoso de ser un librepensador, un rebelde o un guerrillero. Eso pensaban muchos parientes de quienes ingresaban al seminario. Eran los años en que se tenía en los labios a Camilo Torres, se sabía que Pedro y Rogelio andaban por los montes, y Romero no iba “en camino a los altares”, pues ya había sido canonizado por su pueblo. 


Durante los años ochenta, llevar consigo “La Biblia Latinoamericana” podía crear verdaderos problemas en un retén militar. Algunos la llevaban dentro de sus mochilas, bajo montones de ropa sucia, sobre todo si tenían que cruzar el Puente Colima. Y era seguro que la visión de estolas y otros ornamentos sagrados con “imágenes de La Palma” despertaría la hostilidad y suspicacia de los chafas, ya que la consideraban señal inequívoca de que se encontraban ante un pastor de la Iglesia Popular, es decir, “un subversivo”. 


Iglesia más Latinoamérica sólo podía dar Liberación: así era entonces. Ser católico consistía en vivir el cristianismo y eso significaba que bautistas, presbiterianos, luteranos y episcopales no eran “hermanos separados”, sino que caminaban juntos por el mismo sendero. Incluso en las celebraciones había lugar para agnósticos y ateos, ya que no te preguntaban si creías o no en Dios, sino si querías luchar por la verdad y la justicia. 


Algunos dirán que no todo era así. ¡Por supuesto! También estaba “la otra Iglesia”, integrada por cristianos —católicos, protestantes, evangélicos— para quienes lo importante siempre estuvo en otra parte: en la cantidad de misas o el tamaño del templo. Para estos “cristianos” siempre fue un escándalo ver a su arzobispo, párroco o pastor en mangas de camisa, bebiendo café con los campesinos. “¿Qué más necesitas para comprobar que Dios no te escucha, si te lo pasas sólo con esos pobres diablos y hasta pareces uno de ellos?”, decían. “El evangelio es prosperidad”, repiten desde entonces, y eso aún quiere decir que confían más en el Señor de los Ejércitos que en el Padre de Jesús. 


De más está  decir que esta Iglesia cambió el peregrinar junto a los pobres por una confortable poltrona junto a los poderes fácticos. Esos poderes fueron esenciales para que San Salvador pudiera tener por fin una catedral. Esto no se consiguió mientras aún vivía Monseñor Rivera, entre otras cosas porque él pensaba que más importante que terminar un templo era lograr que finalizara la guerra. Hubo que esperar los dineros que proporcionaría el giro episcopal hacia el Opus Dei, el cual sobrevino después de su muerte. A partir de entonces, la jerarquía católica estaría cada vez más unida, no con el pueblo salvadoreño, sino con los dueños del oro y la plata, así como con pastores y clérigos más ocupados en construir templos que preocupados por la justicia o el bienestar de la gente. 


Lo anterior nos permite entender por qué la destrucción de la fachada de la catedral es un gesto infame para cualquiera que se considere católico y cristiano auténtico. Al convertir el mosaico en mil pedazos, se eliminó uno de los pocos vestigios del alma del pueblo que aún conservaba el templo de Monseñor Romero. Hemos escuchado del mismo Fernando Llort cómo el arte que plasmó en el templo católico no estaba impulsado por la motivación del lucro o el deseo de reconocimiento para su persona, sino por un auténtico espíritu evangélico. Esto no sólo contrasta claramente con los “nuevos intereses” del poder eclesiástico, sino que tampoco es ninguna sorpresa para quienes conocemos (un poquito) la trayectoria del arte de La Palma. En absoluto sorprende que la Iglesia del Poder no llore por su destrucción y sería mucha ingenuidad esperar un arrepentimiento sincero o un propósito de enmienda real por parte de aquellos que miran con desprecio todo arte que pudiera ser interpretado como “popular”. 


Hay dos iglesias, no porque haya dos “confesiones religiosas” (católica, bautista, luterana… es evidente que hay muchas más…), sino porque podemos asumir fundamentalmente dos posiciones frente al mensaje cristiano, que sin duda atañen a lo religioso, pero también a lo político, lo social y lo cultural. Es la elección entre un compromiso con el universalismo recogido en la conocida afirmación paulina: “Ya no hay distinción entre judío o no judío, entre esclavo o libre, entre varón o mujer” (Gal. 3, 28) —que es lo que significa “creer en el Padre de Jesús”— o el pacto con el Dios del Poder. Dos opciones, dos iglesias. 


No me cabe duda de que la verdadera Iglesia de Jesús ha lamentado este nuevo atentado contra sus raíces y su herencia, así como lamentó e incluso sufrió en carne propia muchas otras vejaciones y ultrajes. Mal harían los cristianos callándose o cediendo a las amenazas de quienes les ordenan callar. Mal harían también aquellos que, sin ser parte de ninguna comunidad cristiana, eluden afrontar las distinciones pertinentes en sus análisis, y confunden el ataque de estos patéticos iconoclastas contra el alma de nuestro pueblo y la historia de nuestro país con algún tipo de pugna entre Iglesia y sociedad, entre religión y arte o entre creyentes y no creyentes. 



(*) Académico y columnista de ContraPunto

 http://www.contrapunto.com.sv/columnistas/un-mosaico-mil-pedazos-dos-iglesias

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