Historia Socio-cultural de la Economía Venezolana: desde nuestros orígenes hasta el presente. De la Parte IV al final
Mario Sanoja Obediente
Véase todas las partes anteriores :
Historia Socio-cultural de la Economía Venezolana: desde nuestros orígenes hasta el presente. PARTE I en el siguiente vínculo:
http://librepenicmoncjose.blogspot.com/2011/12/historia-socio-cultural-de-la-economia_27.html
Historia Socio-cultural de la Economía Venezolana: desde nuestros orígenes hasta el presente. PARTE II en el siguiente vínculo:
http://librepenicmoncjose.blogspot.com/2011/12/historia-socio-cultural-de-la-economia_28.html
Historia Socio-cultural de la Economía Venezolana: desde nuestros orígenes hasta el presente. PARTE III en el siguiente vínculo:
http://librepenicmoncjose.blogspot.com/2012/01/historia-socio-cultural-de-la-economia.html
PARTE IV
PROCESO SOCIOCULTURAL Y ECONÓMICO VENEZOLANO DEL SIGLO XX
CAPÍTULO 21
El Modo de Vida Nacional Petrolero (Rentista)
Según Brito Figueroa (1986-II: 349-359), la historia venezolana del siglo XX está marcada particularmente por la implantación de la Cultura del Petróleo (Quintero, 1968, 1972), la exacerbación del subdesarrollo y la dependencia y del desarrollo demográfico de la población urbana, proceso donde se pueden visualizar dos períodos:
1) La época colonial, inicio de la penetración imperialista, cuando fue prorrateado el suelo y el subsuelo del país e impuesta dictadura petrolera de Juan Vicente Gómez, hasta la II Guerra Mundial, cuarta década del siglo XX.
2) La época neocolonial, “…correspondiente a la Venezuela contemporánea, caracterizada no por una simple dependencia en cuanto a los instrumentos fundamentales de la riqueza nacional venezolana, sino por el dominio absoluto de los monopolios norteamericanos sobre todos los niveles de la vida económico-social de Venezuela…”
Nosotros hemos privilegiado utilizar la categoría de FES colonial para calificar el proceso histórico que va desde el siglo XVII hasta las tres primeras décadas del siglo XIX, la FES nacional para calificar el proceso histórico que se inicia a mediados del siglo XVIII con la creación del Estado Colonial Caraqueño (Sanoja y Vargas-Arenas: 2002) y el modo de vida nacional monoproductor agroexportador, continúa con la III República en 1830 y culmina, transitoriamente, con el carácter dominante de la explotación petrolera, proceso este útimo que hemos caracterizado como un modo de vida: el modo de vida nacional monoproductor petrolero.
A finales de la época denominada por Brito Figueroa como colonial, la burguesía venezolana, dominada por la burguesía andina, logró imponer un liderazgo político fuerte, primero bajo Cipriano Castro luego bajo Juan Vicente Gómez con el apoyo de los intelectuales y las clases políticas, andina y central, que habían mantenido el antiguo régimen liberal del siglo XIX.
El proyecto político de los liberales tachirenses acaudillado por Castro era nacionalista y como tal despreciaba a los banqueros y mercaderes usureros de las regiones del centro de Venezuela que habían secuestrado el gobierno nacional durante el siglo XIX. En este sentido, se diferenciaba tanto de sus antecesores como de su sucesor Juan Vicente Gómez, ya que Cipriano Castro fue uno de los políticos venezolanos de la época que tuvo una conciencia más clara sobre el poder del imperialismo europeo y estadounidense y de la amenaza que representaba para Venezuela la alianza mortal del imperialismo con los banqueros y comerciante apátridas venezolanos de la época.
El bloqueo naval impuesto a Venezuela en 1902 por parte de las potencias capitalistas, tuvo como pretexto el cobro de la deuda externa, pero -en verdad- los apetitos imperialistas de aquellas tenía como objetivo aprovechar el estado de conmoción que vivía la República para invadirla, desmembrar el territorio y crear nuevos enclaves coloniales europeos para apropiarse de los recursos petroleros cuya cuantía ya era conocida. Cipriano Castro, a pesar de la extrema debilidad militar de Venezuela, supo resolver con claridad y firmeza la amenaza de invasión militar extranjera, ganándose el odio de las oligarquías de los países imperiales que lo persiguieron y lo humillaron hasta su muerte en 1924 (Velásquez y Sanoja Hernández, 1980).
La dictadura gomecista y la consolidación de la Venezuela neocolonial
Vargas Arenas ha caracterizado el tiempo histórico del gomecismo, denominado por Brito Figueroa como época neocolonial, como aquel cuando “…el bloque de poder interno se estructuró en torno a la oligarquía local y se articuló perfectamente con el bloque imperial y sus intereses. Gómez se rodeó de un círculo de allegados que actuaban como sus asesores, conformado por intelectuales y antiguos hacendados tachirenses devenidos generales, el sector de la vieja oligarquía central del siglo XIX, donse se encontraban miembros destacados de la oligarquía valenciana y un grupo de intelectuales de la oligarquía caraqueña…la tecnocracia vinculada a las petroleras y representantes de las petroleras transnacionales mismas…La vieja buguesía nacional agroexportadora tradicional no formó parte importante del bloque de poder doméstico ya que se encontraba en franca declinación…y desapareció de la escena política y económica a partir del año 1925, momento cuando el petróleo se consolidó como el principal producto de la exportación… (Vargas Arenas, 2007: 19).
Con el apoyo irrestricto de la dictadura gomecista, el capital monopólico invertido en Venezuela desde inicios del siglo XX se dirigió fundamentalmente hacia la explotación de los hidrocarburos para satisfacer los iintereses de las empresas petroleras extranjeras, no las necesidades del desarrollo socio-económico de Venezuela. A partir de ese momento, el petróleo se convirtió en la fuente principal de la renta nacional desplazando a la renta agropecuaria tradicional producto de la exportación del café, del cacao, del tabaco, causando la ruina de las viejas oligarquías regionales, de los latifundistas mantuanos o europeos. Esta circunstancia permitió al bloque de poder gomecista apropiarse de la mayoría de las haciendas cafetaleras y de los hatos ganaderos que formaban la base de sustentación económica y del poder militar tanto de las antiguas como de las nuevas oligarquías provinciales, para hacer realidad su divisa de Orden, Paz y Trabajo, iniciando también el proceso de concentración de la propiedad territorial agraria en manos del gomecismo (Vargas Arenas y Sanoja, 2006: 56; 2008: 149-150).
Los negocios del antiguo bloque de poder dominante en Venezuela, sobre el cual se montó entonces el gomecista, se vieron beneficiados, entre 1914 y 1918, período de la I Guerra Mundial, con el aumento de las exportaciones agropecuarias venezolanas de café, cacao y productos derivados de la ganadería. En los países beligerantes, el esfuerzo de guerra obligó a movilizar en los ejércitos un importante contingente de fuerza de trabajo, la mayor parte de origen campesino o trabajadores de la industria, lo cual debilitó la capacidad productiva agropecuaria de dichas naciones. Por esa razón, las naciones no beligerantes, como fue el caso de Venezuela, tuvieron que aumentar su cuota de exportación de productos estratégicos para el esfuerzo de guerra de los aliados, tales como balatá y caucho, cueros de ganado, café, cacao, etc., cuyo valor total subió de Bs.74.728.021 en 1914 a Bs.223-549.744 en 1919. De igual manera, la reserva de oro en los bancos venezolanos aumentó de Bs.9.426.371 en 1914, a Bs. 51.718.201 en 1919. (Brito Figueroa, II-1986: 378). Esta prosperidad favoreció particularmente a la clase de comerciantes y prestamistas usureros, a los terratenientes y a la burocracia gubernamental que formaba parte importante de la nueva clase media, exacerbando el estilo de vida consumista que ya había echado raíces desde mediados del siglo pasado en la burguesía venezolana, así como el apoyo de esos sectores a las políticas entreguistas que prácticamente regalaban la riqueza del petróleo nacional a las compañías estadounidenses e inglesas.
Para hacer viable la transformación de país monoproductor agropecuario en otro también monoproductor, pero petrolero bajo la dominación del capital extranjero, se inicia con la dictadura de Juan Vicente Gómez la creación de la estructura institucional de un Estado nacional moderno en el campo de las finanzas, las obras públicas, la educación, el ejército, la salud, la política internacional, la seguridad pública y las comunicaciones. La creación de un ejército moderno y profesional y de un servicio de inteligencia que controlara las comunicaciones telefónicas, telegráficas y postales contribuyó no solamente a eliminar el poder decimonónico de las antiguas oligarquías provinciales que se habían rebelado contra el régimen, sino a cooptarlas para que entrasen a formar parte de su gobierno, unificando las presidencias de estados bajo la férula del gobierno central. Dicho proceso contribuyó a acelerar todavía más la concentración de la propiedad territorial agraria, un tercio de la cual ya era propiedad de la familia Gómez, a inflar la importancia y el volumen del capital comercial y el usurario nacional, mientras que el capital industrial extranjero (petrolero) representaba el 63% del total nacional (Brito Figueroa, II: 1986: 379-393).
La Cultura del petróleo
A partir de 1936, el auge de la industria petrolera quebrantó tanto la antigua estructura geohistórica regional como la cultural que había caracterizado la población venezolana desde el siglo XVI (Sanoja y Vargas Arenas, 1999Orig; Vargas Arenas, 2007), debido al volumen de las corrientes migratorias internas de población hacia las ciudades más favorecidas por las mejoras en las condiciones laborales, de salario y asistencia social: Caracas, Valencia, Maracaibo, Maturín, Puerto Cabello, Barcelona, Puerto La Cruz, y por el innovador estilo de vida “usamericano” que se vivía en los nuevos campamentos petroleros.
Como modo de legitimar la necesidad histórica de la dictadura, Laureano Vallenilla Lanz, descendiente de la antigua clase mantuana latifundista, escribió su conocida obra Cesarismo Democrático (1961), considerada como una apología de la figura de Juan Vicente Gómez. Vallenilla Lanz, depositario de la carga del tiempo histórico colonial, se reveló también como un sagaz observador de la historia social venezolana cuando analizó, casi con sentido profético, el carácter particular de la democracia venezolana la cual no se asemejaba al concepto de democracia surgido de la revolución francesa ni de la revolución estadounidense, sino que era todo lo contrario, un todo lo contrario cuyos contenidos sociales, culturales y políticos todavía hoy día no terminan de entender los filósofos y los actores políticos que dirigen la actual contra-revolución burguesa venezolana y su pleito doméstico con la Revolución Bolivariana. Decía Vallenilla:
“…El verdadero carácter de la democracia venezolana ha sido desde el triunfo de la Independencia, el predominio individual teniendo su origen y su fundamento en la voluntad colectiva, en el querer de la gran mayoría popular tácita o explícitamente expresada…El César democrático… es siempre el representante y el regulador de la soberanía popular…el poder individual surgido del pueblo por encima de una gran igualdad colectiva…” (1961: 206-207). A buen entendedor, pocas palabras.
La riqueza petrolera que existía en el subsuelo venezolano se hizo muy conocida desde 1914 en el mundo de los monopolios internacionales financieros y petroleros, año cuando la compañía Caribbean Petroleum Co., subsidiaria de la Shell Oil Co, completó el primer pozo petrolero comercial en Mene Grande, comunidad situada sobre la costa noreste del lago de Maracaibo. La compañía perforó nuevos pozos en el lago y construyó una pequeña refinería en San Lorenzo. En 1917, se realizó el primer embarque petrolero desde Venezuela hacia Estados Unidos.
Otra compañía, la Colón Development Co., igualmente subsidiaria de la Shell, realizó perforaciones entre 1915 y 1916 en las regiones selváticas pantanosas de Rio de Oro y Tarra, suroeste del lago de Maracaibo, donde todavía habitaban comunidades indígenas conocidas entonces como motilones, actuales yukpa, barí y japreria, quienes lograron entonces contener la penetración petrolera en sus territorios.
El conocimiento de la riqueza petrolera venezolana se transformó en codicia en 1922, cuando en el campo petrolero La Rosa, asignado a la Standard of Venezuela (SOV) reventó espontáneamente el pozo Barroso produciendo 100.000 barriles de petróleo diarios. A partir de ese hito histórico, comenzaron a llegar a Maracaibo trabajadores petroleros de todo el mundo y –por supuesto- miles de campesinos y campesinas venezolanos que escapaban de la servidumbre en las haciendas y los hatos, para devenir asalariados en la nueva industria que había sellado la defunción de viejo modo de producción colonial nacido en el siglo XVI con la conquista y la colonización española. Desde ese momento comenzó un proceso de neo-conquista y neo-colonización de Venezuela por parte de las petroleras del imperio capitalista occidental, que se tradujo en la formación de una nueva estructura clasista de la sociedad venezolana.
El inicio de la explotación petrolera no solamente generó nuevos e importantes beneficios fiscales al Estado venezolano, sino que fue el factor decisivo para la ruptura histórica definitiva con el pasado social y económico colonial que continuaba arrastrando el país después de la independencia política de la Corona Española y el lamentable comienzo de una nueva dependencia neocolonial del imperio de estadounidense.
El carácter histórico expansivo de la nación petrolera
El petróleo es la materia prima que fundamentó los avances tecnológicos y geopolíticos de la Segunda Revolución Industrial. La posesión y explotación de los recursos petroleros ha sido la fuente de enriquecimiento de los consorcios petroleros de los países capitalistas centrales, particularmente Estados Unidos (Standard Oil Co.) y la dupla Inglaterra-Holanda (Shell Oil Co.). Ambas compañías han figurado durante el siglo XX y en lo que va del XXI en el elenco de actores políticos de innúmeras conspiraciones, guerras locales e internacionales y conmociones políticas tanto en el llamado Primero como en el Tercer Mundo, cuyo objetico era y sigue siendo consolidar el posicionamiento político de aquellas élites de poder que favorezcan sus intereses económicos y financieros.
La necesidad de controlar las fuentes de energía necesarias para mantener el ritmo expansivo del sistema capitalista occidental determinó que, a partir de los años treinta del pasado siglo, ciertos grupos de antropólogos (as) y filósofos (as) neo-evolucionistas de la academia estadounidense comenzasen a reformular el paradigma del progreso, del evolucionismo y el darwinismo social que había prevalecido hasta el siglo XIX para explicar y legitimar esta nueva fase de la expansión colonial capitalista. Como lo explicaba John D. Rockfeller, dueño de la Standard Oil Co., quien fue un convencido darwinista social, el crecimiento de las grandes corporaciones o transnacionales se explicaba como la supervivencia de los mejores, como lo mandan las leyes naturales y la ley de Dios (Patterson, 1997a: 48). En términos de la nueva versión elaborada por la escuela culturológica estadounidense, la ideología del progreso pasó de ser una cualidad etérea determinada por la excelencia ética e intelectual de un pueblo escogido, a convertirse en una calidad concreta y en una magnitud relacionada con la capacidad que tenga un pueblo determinado para: a) aumentar la energía (equivalente actualmente al petróleo) controlada apropiada y consumida per capita y por año y, b) por el aumento de la eficiencia o la economía de los medios para controlar la energía o ambos (White, 1959. 40, 56).
Según esta propuesta, una sociedad (civilizada) progresa en la medida que aumente su consumo de energía no humana (petróleo, gas, agua, aire). En tal sentido, el grado de progreso se evaluaría: a) como la relación existente entre el producto y el trabajo humano invertido para lograrlo (costo beneficio) y, b) según como se incremente la cantidad de bienes y servicios que sirven para satisfacer las necesidades, producidas por o extraídas de cada unidad de trabajo humano (mayor plusvalía). Dicho en otras palabras, lo que se persigue es aumentar el nivel de explotación del trabajador y la trabajadora. El progreso social se aceleraría, pues, en la medida que, disminuyendo la cuantía del capital invertido, se pueda incrementar la plusvalía extraída de cada trabajador o trabajadora (White, 1959: 47).
Los teóricos de la escuela estadounidense de la Culturología consideraban que aquel sistema cultural (Nación) que fuese capaz de explotar más efectivamente las fuentes de energía de un ambiente determinado, tendería a expandirse en dicho ambiente a expensas de los sistemas menos efectivos (Shalins y Service, 1961: 75), como ocurrió internamente en Venezuela a inicios del siglo XX, proceso político que explica en el siglo XXI la posición dominante que asume Venezuela en el contexto latinoamericano-caribeño y en el ámbito mundial en general.
Según aquellos mismos autores, un sistema cultural (nación) de carácter progresivo, en vez de desarrollarse en profundidad, tenderá a expandirse lateralmente hacia otros tipos de ambiente, absorbiendo a los sistemas menos avanzados que resistan su política de dominación (Shalins y Service, 1961: 70, 88). La evolución cultural, según estos autores, es considerada entonces como el proceso mediante el cual la utilización de los recursos del planeta por parte de la materia viviente tiende a hacerse más y más eficiente, determinando que se produzca un flujo máximo de la energía total (petróleo y gas, aire y agua) extraída del ambiente, utilizando al máximo la capacidad de la fuerza de trabajo.
Los teóricos modernos de la escuela culturalista expresaron igualmente en 1961 que si bien la evolución de la materia y del universo marchan hacia un aumento en la organización y la concentración de la energía (hegemonía imperial), la cultura y la vida se encaminan –por el contrario- hacia una situación de creciente heterogeneidad. Ello implicaría la posibilidad de que llegue a desarrollarse a nivel mundial, no un sistema cultural hegemónico, sino un conjunto de diversos sistemas sociales no hegemónicos, tal como está ocurriendo actualmente (2010) con el sistema de alianzas Brasil-Turquía-Irán, la alianza Brasil, India, Rusica y China, la ALBA (Venezuela, Cuba, Bolivia, Nicaragua y Antillas Menores) con China, Rusoa e Irán y el sistema de alianzas Venezuela-China-Rusia, Brasil.
Las primeras explotaciones petroleras comerciales en Venezuela
En el caso venezolano, como lo atestigua la arqueología, las sociedades indígenas tribales que habitaban el valle de Quíbor a inicios de la era cristiana (0-200 ANE), utilizaban el asfalto obtenido muy posiblemente de los manaderos o menes de la costa oriental del lago de Maracaibo como pegamento en sus producciones artesanales, el cual era conservado en recipientes elaborados con concha marina específicamente hechos para tal fin (Vargas Arenas et alíi, 1997: 324). Conocedora de la existencia de esta sustancia, la Corona española, mediante las ordenanzas sobre minería establecidas por Real Cédula del 17/04/1784, refirmó la propiedad real sobre los bitúmenes o jugos de la tierra. Tal disposición, refrendada por el Libertador Simón Bolívar según decreto del 24-10-1829 en su carácter de Presidente de la Gran Colombia y recogida igualmente en los sucesivos textos constitucionales de la República de Venezuela desde 1832 hasta el texto constitucional de la República Bolivariana de Venezuela de 1999, es el fundamento histórico y legal sobre el cual se fundamenta la propiedad nacional del subsuelo y en particular de los hidrocarburos, a pesar de los diversos intentos privatizadores a favor de las transnacionales emprendidos por la burguesía apátrida neolonial.
El año 1878, el Gran Estado de los Andes concedió a Manuel Pulido una superficie de 100 hectáreas en Rubio para explotar petróleo (La Petrolia). En 1893, el gobierno nacional otorgó la concesión del lago de asfalto natural de Guanoco, estado Sucre a los ciudadanos usamericanos R.H Hamilton y J.A Phillips, quienes la traspasaron luego a la empresa estadounidense General Bermúdez y Co., financista de la Revolución Libertadora contra el gobierno nacionalista de Cipriano Castro, acaudillada por el banquero Miguel Antonio Matos, la cual fue finalmente derrotada en la batalla de la Victoria en 1902.
En 1907, los monopolios petroleros usamericanos y europeos, conocedores de la riqueza petrolera que existía en el subsuelo venezolano, derrocaron el gobierno nacionalista de Cipriano Castro para imponer un gobernante que fuese complaciente con sus intereses económicos, hecho que da inicio en 1908 a la larga dictadura del general Juan Vicente Gómez y la entrega, en 1909 de nuevas concesiones a las compañías usamericanas Venezuelan Developement Co, Venezuela Oilfields Exploration Co., General Asphalt. Caribbean Petroleum Co. Royal Dutch Shell y Standard Oil.Co., dando origen a una gran concentración de la propiedad territorial y el enajenamiento de tierras baldías a favor de las petroleras y de latifundistas particulares gomecista (Brito Figueroa, 1986-II: 379-393).
En 1909, el gobierno nacional entregó nuevas concesiones de tierras a las compañías petroleras Venezuelan Developement Co, Venezuela Oilfields Exploration Co., General Asphalt, Caribbean Petroleum Co., Royal Dutch Shell, Standard Oil.Co. En algunos casos se recurrió al despojo de las poblaciones que vivían en tierras consideradas baldías, propiedad del Estado venezolano, a favor de las petroleras y latifundistas particulares gomecistas, como ocurrió con el despojo de tierras comunales ancestrales de la Mesa de Guanipa, Edo. Anzoátegui, donde vivían las etnias Cachama (Brito Figueroa, II 1986:380-381).
La nueva estructura clasista de la sociedad petrolera
La explotación petrolera en la periferia del núcleo capitalista central se tradujo, generalmente, en la prosperidad de los enclaves locales de población dominados por las grandes burguesías y la clase media o pequeña burguesía, con el empobrecimiento de las clases populares mayoritarias que congregaban aquellos sectores sociales cuyo trabajo era el verdadero productor de la riqueza nacional, de la cual se apropiaba la población de aquel enclave y su sector dominante, las compañías transnacionales del imperio.
La expansión petrolera neocolonial del imperio durante el siglo XX tuvo como estrategia transformar las sociedades arcaizantes de los países ricos en hidrocarburos en instrumentos que sirviesen a sus proyectos de dominación capitalista. Para crear la base social local de la industria petrolera, se requería de una mano de obra calificada, en última instancia alfabetizada, para lo cual los gobiernos subordinados como los de J.V. Gómez, Eleazar López Contreras, Isaías Medina, Pérez Jimenez y todos los de la IV República desarrollaron políticas públicas destinadas a elevar el nivel cultural de la mano de obra, reclutada tanto entre la masa tradicionalmente asalariada como entre vastos sectores de la “antigua clase media”.
Para poder garantizar el proceso de neocolonización de Venezuela a objeto de extraer cada vez mayores beneficios de la explotación petrolera, el imperio usamericano promovió el proceso de modernización del país para transformar el antiguo modo de vida, fundamentalmente rentista y monoproductor agroexportador. Una de las consecuencias fundamentales de las transfomaciones inducidas partir de 1930, fue el establecimiento en Venezuela de una nueva estructura de clases sociales conformada por:
a) El proletariado petrolero organizado, particularmente el vinculado con la industria petrolera.
b) La burguesía comercial importadora-latifundista.
c) La pequeña burguesía urbana conformada por profesionales, burócratas, dependientes de comercio, artesanos diversos.
d) La población urbana marginada y la rural enfeudada que estaba todavía vinculada con los latifundios agrícolas y los hatos ganaderos.
e) La población indígena que vivía en la periferia de la sociedad criolla, cuyo modo de vivir era comunal.
La nueva estructura clasista se apoyaba en la “modernización” de la cultura y de los valores sociales que determinaban el imaginario de la sociedad venezolana, modernización que implicaba un proceso de desnacionalización de la cultura acoplado a una aceptación del concepto de democracia como la sumatoria del individualismo y el consumismo salvaje, tal como se proclama en el american way of life: la cultura del petróleo.
La Cultura del Petróleo
La Cultura del Petróleo, como la definió Rodolfo Quintero (1968:21-24), es una forma de cultura que deteriora las culturas criollas originarias y se expresa en actividades, invenciones, instrumentos, equipo material y factores no materiales como lengua, arte, ciencia, etc., cuyo grado de penetración varía de una región a otra, de una clase social a otra, exacerbando estilos de vida definidos por rasgos particulares que nacen de un contexto bien definido: la explotación de la riqueza petrolera y minera nacional en general, por parte de las transnacionales y empresas monopolistas extranjeras o controladas financieramente por estas.
En los estilos de vida propios de la cultura del petróleo, predomina el sentimiento de dependencia y marginalidad. Aquellas personas cuya mente ha sido más disociada y transculturada por el lavado mediático de cerebro que ejercen implacablemente las televisoras, la radio y la prensa escrita propiedad del sector privado apátrida, llegan a sentirse extranjeros en su propio país, a imitar las formas culturales propias de la metropolis usamericana y a subestimar las nacionales. Piensan a la manera “petrolera” y para comunicarse con los demás manejan el “vocabulario del petróleo”.
La cultura del petróleo –dice Quintero- es también una cultura de conquista que establece normas y crea una nueva filosofía de la vida cuyo objeto es adecuar nuestra sociedad a la necesidad de mantenera en las condiciones de fuente productora de materias primas. Expresión material de dicha cultura en el territorio venezolano son las construcciones verticales y los edificios de departamento, las cuales afectaron las relaciones interpersonales al remodelar los valores afectivos. Los vecinos dejaron de ser solidarios, y tuvieron que adoptar un estilo de existencia individualista, egoísta e indiferente a los dolores y alegrías de los demás.
La cultura del petróleo habituó a los venezolanos y venezolanas a adoptar la ropa de confección producida industrialmente y distribuida por grandes cadenas de almacenes comerciales. De igual manera, los antiguos habitos de mesa y las constumbres gatronómicas fueron desplazadas por la comida enlatada, la comida chatarra y los fast foods, por comidas gringas frías y de rapida preparación tales como: sándwiches, salchichas y perros calientes, hamburguesas, pizzas, refrescos embotellados, etc.
El consumo de las nuevas viviendas y el estilo de vida que estas indujeron, de los alimentos y el vestido, es reforzado e institucionalizado por un conjunto de técnicas publicitarias que remachan los estilos de vida de la nueva cultura petrolera. Su objetivo es modelar la mentalidad de los venezolanos y venezolanas, enseñarles a vivir la ficción de la vida consumista, disociarlos de su propia realidad, convirtiéndolos en robots para que las transnacionales y los monopolios venezolanos o extranjeros den salida a la producción de mercancías de sus empresas, tratar de hacer de los venezolanos personas obstinadamente dispuestas a comprar lo que sea, todo y pronto, sin importarles las condiciones. Hacerles sentir que comprando mercancías consíguen la felicidad, el confort que brindan los electrodomésticos, los automóviles, los televisores, etc.
La estrategia que utiliza hoy día la burguesía mercantilista venezolana en su conspiración contra la Revolución Bolivariana, se basa precisamente en el acaparamiento de todos aquellos productos tanto de primera necesidad como suntuarios, que la publicidad obliga la gente a necesitar o a o creer que necesita. Privar al consumidor “consumista” del acceso a dichos productos, dispara inmediatamente en la mente de la persona el sentimiento de carencia, de atentado contra su libertad individual y contra la democracia.
La guerra mediática y publicitaria busca, pues, convencer a los ciudadanos y ciudadanas de que la idea del confort es inseparable de la libertad individual, de las políticas neoliberales de mercado. Según esta escala de valores sociales que promueve la cultura del petróleo, es necesario rechazar lo nacional y aceptar los valores del american way of life, aceptar de manera acrítica la propaganda política que diseminan las televisoras, las radios y la prensa del sector privado, renunciar a ejercer la libertad de asumir una conciencia nacionalista, a preocuparse por el destino histórico del país y abstenerse de luchar por el desarrollo soberano de nuestro país.
En función del mito de la libertad individual y la libertad de expresión de los empresarios privados, estos se aseguran el control social y político de los venezolanos y venezolanas mediante las técnicas comunicacionales dedicadas a convencerlos de la falacia que mientras más renuncien a su libertad como pueblo soberano, serán más libres como individuos. Esta ideología inducida vía los medios de comunicación privados, las enseñanzas de los colegios y universidades privadas o las nacionales controladas por la derecha, es primera impuesta y después aprendida por los niños, los adolescentes y los adultos ricos o pobres: tanto el colonizado como el colonizador deben someterse a esta ideología para que el imperio pueda destruir la capacidad del pueblo venezolano para ser realmente soberano y libre.
Para controlar la población y garantizar la gobernabilidad, el imperio promovió en Venezuela la consolidación de aquella “cultura del petróleo” como un modo de vida (Quintero, 1972), proceso de intervención cultural para inducir en los venezolanos y venezolanas un estilo de vida consumista tanto de los valores de la cultura estadounidense como de los bienes materiales producidos en Estados Unidos, en reemplazo de los europeos que tuvieron su auge en la Venezuela prepetrolera a finales del siglo XIX. Como correlato de dicha intervención imperial, Gómez logró recrear una memoria colectiva sedimentada en una conciencia compartida sobre los simbolos tradicionales de la cultura agraria que se remontaba a nuestras sociedades originarias, método político que sería después adoptado también por el partido Acción Democrática, el cual vendió como imagen alegórica el símbolo del campesino, el “Juan Bimba” vestido con liquiliqui blanco, tocado con un sombrero de paja, calzado con alpargatas, portando ostensiblemente un bollo de pan en su bolsillo y haciendo con su mano derecha el signo churchilliano (por Winston Churchill) de la “V” de la victoria. Simultáneamente, se implantó una política represiva de los movimientos políticos disidentes y cooptó buena parte de los intelectuales venezolanos que hubiesen podido integrarse a la resistencia política y cultural (Vargas Arenas, 2007: 20-21). Como se puede observar, la llamada IV República se sustentó en un refinamiento de los métodos y prácticas políticas ideadas por el imperio usamericano e implementadas por las diferentes encarnaciones del bloque oligárquico venezolano desde inicios del sigl XX.
Condiciones sanitarias para implantar la cultura del petróleo
El sistema capitalista venezolano, por las razones ya expuestas, tuvo que ser de carácter heterogéneo, dominado por los monopolios imperialistas, rasgos que lo califican como neocolonial. Para poder lograr su objetivos de contar con una fuerza de trabajo dócil a sus designios, era necesario resolver las condiciones sanitarias negativas en las cuales se desempeñaba -particularmente- el sector mayoritario y más empobrecido de la población venezolana, el reservorio de fuerza de trabajo y de potenciales consumidores, la cual arrastraba desde el siglo XIX un grave déficit de crecimiento demográfico y experimentaba un lento aumento de población (2% anual).
Aparte de las pérdidas de vida que ocasionaron nuestras guerras internas, el bajo crecimiento se debía principalmente a una alta tasa de mortalidad infantil ( 35%), de manera que, para 1920, la población del país escasamente llegaba a la cifra de 2.411.952. En 1926, el número de habitantes creció hasta 3.026.878; en 1936, a 3.364.347 habs., y en 1941, a 3.800.000 habitantes, lo cual representaba una densidad de población muy baja de aproximadamente 3.36 habs por km2 (López J.E 1988: 142-147).
Las causas de muerte en general y la infantil en particular, eran imputables a la pobreza y el hambre generalizadas en la mayoría de la población: paludismo, fiebre amarilla, anemia, raquitismo, disentería, diarreas, tifus, tuberculosis, enfermedades infecto contagiosa tales como viruelas, sarampión, rubeola, lechina, etc., ocasionadas por las malas condiciones sanitario-sociales en las cuales vivía la mayoría de la población. Estas mismas condiciones influyeron también en la concentración territorial desigual de la población que buscaba alejarse de los paisajes rurales, agobiados por enfermedades endémicas: paludismo y hambre y –por el contrario- ubicarse o permanecer cerca de aquellos centros poblados donde hubiese tanto fuentes de trabajo como condiciones de vida menos adversas, con acceso a los servicios elementales de sanidad y educación. Por estas mismas causas, a partir de 1930 aumentó la movilidad poblacional debido al incremento de la actividad petrolera y se consolidó la actual distribución territorial de la mayoría de la población venezolana en el arco montañoso andino, el lago de Maracaibo y la región costera centro-oriental.
El régimen neocolonial existente en Venezuela comenzó, a partir de la tercera década del siglo XX, a mejorar las atroces condiciones sanitarias en las cuales vivía hasta entonces la población venezolana, destacando en 1937 la creación del Ministerio de Sanidad y las campañas para erradicar los males endémicos como la malaria, la fiebre tifoidea, la disentería y la fiebre amarilla (Picón Salas et alíi, 1962:547-551).
El mejoramiento del paisaje sanitario venezolano fue el apoyo para crear condiciones fiscales y jurídicas adaptadas a las exigencias de las compañías petroleras, lo cual facilitó la inversión del capital extranjero inglés y usamericano no solamente en la explotación petrolera, sino también en la explotación del oro, del cobre, en la producción y distribución de electricidad, en las comunicaciones radio-telegráficas internacionales, en el sistema de tranvías caraqueños, en el ferrocarril Caracas-La Guaira y en el ferrocarril Caracas-Valencia en función de los enclaves agroexportadores y en la ampliación de una flota de navegación de cabotaje marítimo y fluvial. De la misma manera, se creó el primer sistema vial nacional de carreteras y un sistema telegráfico nacional, los cuales daban respuesta no solamente a las necesidades civiles de la población sino también al proyecto estratégico militar que necesitaba contar con información rápida y segura para garantizar el desplazamiento de tropas y otros medios militares, bien por vía férrea o por carreteras pavimentadas.
Otra de las condiciones necesarias para garantizar la viabilidad del proyecto neocolonizador del imperio y sus petroleras transnacionales fue la sustitución de la antigua milicia campesina venezolana, por un ejército nacional profesional sustentado en la doctrina militar del ejército usamericano, el cual ejercería también el control estratégico de su cuerpo de oficiales. El proyecto estratégico militar venezolano comenzó con el desarrollo de la ciudad de Maracay como la base militar más importante de Venezuela, por hallarse ubicada en la encrucijada que permite el acceso hacia o desde los llanos centrales y vinculada con el puerto comercial y la base naval de Puerto Cabello y ser sede de la naciente aviación militar y de un gran número de batallones de infantería, de artillería y de vehículos militares de todo tipo.
De ser una simple aldea en 1910, Maracay se convirtió en un paisaje urbano bien estructurado; fue sede de la presidencia de la República y de las oficinas administrativas del gobierno, de la Comandancia del Ejército, de la Escuela de Aviación Militar, de numerosos cuarteles, avenidas, plaza de toros, hoteles V estrellas, como el Hotel Maracay, clínicas modernas, clubes, industrias de papel, jabón, velas, productos cárnicos, lactuarios y telares que producían, entre otros géneros, tela para uniformes militares. Maracaibo pasó igualmente a ser una ciudad con 100.000 habs., en 1928, compitiendo con Caracas como centro de la industria petrolera, del comercio, las finanzas, y puerto de exportación e importación para el occidente de Venezuela.
Durante las tres primeras décadas del siglo XX, cuando comenzó a estabilizarse el modo de vida nacional monoproductor petrolero, el colapso de la antigua burguesía agropecuaria permitió que se fortalecieran las capas medias de la sociedad, integradas por categorías socioprofesionales tales como pequeños comerciantes, artesanos calificados, burócratas civiles y militares, pequeños productores rurales, profesionistas liberales, intelectuales en general, todos los cuales habían sido hasta entonces marginales al proceso sociopolítico venezolano.
La economía petrolera que dominaba el nuevo modo de vida, estableció las condiciones materiales y subjetivas para el desarrollo de la nueva clase media, al ampliar el mercado para incluir el trabajo intelectual. Las migraciones sociales producidas por la aparición de nuevas y más atractivas ofertas de trabajo asalariado y de actividad comercial, modificaron la estructura cultural de la sociedad venezolana, hasta entonces dominada por patrones culturales rurales inducidos por las fromas socioeconómicas latifundistas que sustentaban la vida social y económica venezolana.
Una consecuencia inmediata del colapso del viejo modo de vida nacional monoproductor agroexportador fue la desaparición de los partidos políticos tradicionales que conformaron , si se puede llamar así, la ideología del bloque político dominante surgido del desmembramiento de la Gran Colombia: el Partido Liberal y el Partido Conservador. Grupos intelectuales, provenientes de las antiguas clases dominantes y de las nuevas capas socio-profesionales, con la misma fuerza como antes habían apoyado la doctrina del liberalismo burgués se inspiraron en ideas radicales revolucionarias -comunistas o social demócratas- para explicar la realidad venezolana y ofrecer interpretaciones y modelos sociales alternativos al despotismo gomecista, el cual se había fortalecido con el auge petrolero.
Ciertos sectores de la burguesía venezolana, en particular el universitario y los trabajadores asalariados de la clase media y la clase popular, identificaron su aspiración de reformas sociales con los intereses de toda la sociedad venezolana, desarrollando tesis revolucionarias antiimperialistas inspiradas en las experiencias ideológicas ocurridas en la Unión Soviética y en la de los regímenes socialistas democráticos de Europa occidental, y se afiliaron con el Partido Comunista y con Acción Democrática. Ello se tradujo en la formación de la autoconciencia grupal de la burguesía intelectual a través del marxismo, para enfrentar el despotismo petrolero inspirado en las viejas doctrinas conservadoras y liberales, apoyadas por el imperialismo estadounidense.
Una consecuencia directa de todo ese proceso fue la formación de vanguardias políticas revolucionarias que asumieron como tarea la organización política de los trabajadores y trabajadoras de los sectores más combativos de la sociedad venezolana de entonces y la creación de una dirección sindical comprometida con la necesidad de transformar la realidad social venezolana. Muchos de esos dirigentes eran veteranos y veteranas de formación liberal y antiguos y antiguas comunistas, curtidos en los movimientos insurreccionales y montoneras campesinas de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, quienes se alistaron en los movimientos políticos modernos aportando su experiencia organizativa y de lucha para armar las primeras huelgas de trabajadores que ocurrieron entre 1936 y 1937: la huelga petrolera, la huelga de los panaderos, la huelga de los telegrafistas, todas las cuales recogieron la tradición de lucha popular contra la opresión burguesa que había sido temporalmente derrotada con la muerte de Ezequiel Zamora y la conciliación de élites que significó el Tratado de Coche firmado en 1863 (Siso Martínez, 1956: 575-576).
CAPÍTULO 22
La cultura como instrumento de dominación política
Como soporte ideológico del modo de vida nacional monoproductor petrolero en nuestro país, los medios de la educación tanto formal como informal (particularmente los medios de comunicación radioeléctricos, televisivos e impresos) contribuyeron a imponer en el imaginario de la población el American way of life, la Cultura del Petróleo, como el determinante de los patrones culturales fundamentales de la sociedad venezolana contemporánea. (Brito Figueroa, 1986II: 616).
Para los gobiernos de la III y la IV República así como las compañías petroleras y el gobierno usamericano, la necesidad imperiosa de mantener el control cultural del imaginario de la población venezolana constituyó un asunto de vida o muerte, ya que el país representaba y sigue representando para el bloque corporativo político-financiero-industrial-militar que domina la sociedad estadounidense, la reserva estratégica cuya posesión les permitiría prolongar su hegemonía mundial durante el siglo XXI.
A partir de 1936, con la muerte de Juan Vicente Gómez y el ascenso al poder de su colaborador Eleazar López Contreras, el proyecto político de la autocracia oligárquica, centralista y neocolonial que había confiscado el poder luego del derrocamiento del gobierno nacionalista de Cipriano Castro, suavizó su fachada represiva, se hizo “liberal” y finalizó bajo la presidencia de Isias Medida Angarita como un movimiento populista de signo progresista cuyos principales ideólogos, entre otros Arturo Uslar Pietri y Mario Briceño Iragorry, exaltaban la función civilizadora de España y los valores de la burguesía colonial hispano-céntrica como el fundamento de la sociedad nacional venezolana, obviando la importancia del aporte histórico y cultural los pueblos originarios y relegando a un lugar secundario la significación del pueblo surgido del mestizaje de blancos, indios y negros en la construcción de una nación policultural y multiétnica como es Venezuela (Vargas Arenas, 2010.Prolog).
A partir de 1958, derrocada la dictadura perezjimenista, se instauró la dictadura bipartidista del puntofijismo (Acción Democrática+ COPEI) la cual desechó el viejo ideario cultural liberal y promulgó una política cultural de Estado, todavía vigente, que adoptó en lo formal la creación elitista de las bellas artes como el sinónimo de la cultura nacional y como factor de identificación de la burguesía venezolana con la sociedad y la cultura mundial o globalizada, que procuraba asimilarse el neoliberalismo mundial en ascenso.
No obstante que a partir de 1999 se reconoció el carácter multiétnico y pluricultural de nuestra sociedad, establecido en el Preámbulo de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela y se ha estimulado el surgimiento de los nuevos movimientos socio-políticos que alientan el proceso revolucionario bolivariano, así como también se ha consolidado nuestra soberanía, nuestra identidad nacional y nuestras identidades regionales, no se ha logrado todavía, a las fechas, consolidar una política cultural de Estado destinada a estimular e imponer en la conciencia de todos los venezolanos y venezolanas, la aceptación del nuevo imaginario revolucionario socialista bolivariano (Vargas Arenas y Sanoja, 2006: 59).
Como señaló el distinguido antropólogo venezolano Rodolfo Quintero (1972: 44 y siguientes), el modelo cultural establecido en Venezuela como consecuencia del dominio hegemónico de las transnacionales petroleras estadounidenses y europeas a partir de la década 1920-1930, es una cultura de conquista que tiene como meta adecuar la población venezolana conquistada a la condición de simple productora de materias prima y consumidora de mercancías importadas, dispuesta a ceder frente a la penetración de la ideas y las decisiones impuestas desde el centro de poder localizado en Washington D.C.
Como parte de la cultura del petróleo, el estado nacional burgués venezolano funcionó hasta 1998 como un medio de alienación de la conciencia de los venezolanos y venezolanas a favor del bloque empresarial petrolero transnacional. Sólo de esta manera tales empresas pudieron actuar con entera libertad a partir de 1931, para de extraer 130.000.000 de barriles de petróleo pagando a Venezuela solo un impuesto de 2 Bs. por hectárea al año y 4 Bs. por cada tonelada de petróleo que sacaban del subsuelo.
Cualquier forma de oposición a ese brutal saqueo de las riquezas que pertenecen al pueblo venezolano eran consideradas, hasta 2003 --año de la nacionalización definitiva de PDVSA-- como un delito que los gobiernos neocoloniales y la misma burguesía venezolana castigaban con la violencia física, la cárcel y la muerte. Hacia la década de los años sesenta del siglo pasado, los trabajadores y trabajadoras y la clase popular que trabaja en los pocos talleres artesanales o en las modestas empresas manufactureras, como dependientes en los negocios de venta de mercancía, o en las oficinas de gobierno, se amontonan en enclaves urbanos de pobreza donde predominaban los negros (as), los mulatos(as), los zambos (as) y los indios (as). Como sub-producto del analfabetismo y el bajo o nulo grado de educación, las clases populares tenían, en general, una baja conciencia de clase que sumergía y aíslaba a las personas en la soledad, el individualismo y la desesperanza.
La gran burguesía venezolana, heredera histórica de la vieja élite colonial, por el contrario, se plegó a la cultura del petróleo para servir como correa de transmisión entre el enclave petrolero y el gobierno nacional. Ambas clases, la pequeña burguesía y los pobres forman como dos poblaciones diferentes que todavía se temen y se odian.
Campamentos Petroleros: justificación de la desigualdad social
Un rasgo definidor de la cultura del petróleo, era la política de construir enclaves de población directamente ligados al negocio petrolero, fuera de los centros urbanos y con una estructura administrativa y espacial discriminada étnica, económica y administrativamente. El campo petrolero era un microcosmos que tenía como función asegurar el éxito de la acción colectiva de sus miembros bajo la autoridad de la empresa, conservando y profundizando las diferencias de clase y las relaciones de subordinación entre explotadores y explotados.
Los trabajadores (as) vivían en otros campamentos menos equipados, pero con mejores servicios que el resto de la población venezolana, vinculados con los arrabales o barrios periféricos donde dominaba el comercio minorista y los servicios elementales, los cuales servían de área de arraigo a los inmigrantes que llegaban en busca de empleo desde otras zonas del país. En torno a este perímetro de la acumulación de capitales que producía el negocio petrolero, prosperaban los pequeños propietarios y comerciantes modestos que terminaban dependiendo también de la empresa, y daban ocupación a los grupos flotantes de población desempleada que formaban la reserva de mano de obra para los planes de las compañías, llegando a constituirse en muchos casos en “ciudades petroleras” como Anaco, El Tigre, Mene Grande, Cabimas, etc., todos los cuales se movían y se siguen moviendo “…en el marco de una subcultura homogénea que hace reaccionar a los individuos de forma similar ante símbolos iguales…” (Quintero, 1972: 81).
Los campos petroleros contaban con sistemas propios para el abastecimiento de electricidad, de agua potable, comisariatos o tiendas para la venta de alimentos y bienes de consumo general, hospitales, servicios de seguridad, centros de enseñanza primaria y media, entre otros, servicios cuya calidad estaba jerarquizada socialmente.
Los integrantes de la elite gerencial de las compañías petroleras, fuesen extranjeros o venezolanos, vivían en hermosos y asépticos conjuntos residenciales privilegiados que contaban con piscinas, canchas de tenis, canchas de rugby, pistas de atletismo, instalaciones sanitarias como el Hospital de la Shell y el Hospital Coromoto de Maracaibo. El estilo arquitectónico de las viviendas era una réplica de los conjuntos residenciales que podían existir en campamentos similares del Canal de Panamá, de las Antillas Británicas, de los campos petroleros de Indonesia, de los enclaves coloniales ingleses en la India o Suráfrica o de los barrios suburbanos que estaban creciendo alrededor de las ciudades petroleras o barrios suburbanos de Estados Unidos.
La meta de la cultura del petróleo era tratar de convertir a toda Venezuela un gran campo petrolero, donde la esencia de lo venezolano se identificase con el confort y sus símbolos, con la actividad de comprar y consumir mercancías, donde el objetivo de las técnicas de mercadeo y publicidad era hacer que la población consumiera no lo que necesitaba, sino lo que se le señalaba como necesario, esto es, una sociedad de consumidores como pauta la actual ortodoxia neoliberal. Este estilo de vida consumista fue necesario para promover los niveles de producción y empleo en el sector manufacturero y comercial del enclave neocolonial, asegurando la exportación de una cuota estable de mercancías para el enclave petrolero venezolano y una cuota de ganancias para el sector comercial que se apropiaba del salario de los trabajadores y trabajadoras y de la población en general, ganancia que volvía a reciclarse en el sector financiero metropolitano continuando el proceso de explotación neocolonial.
La cultura del petróleo nos creó una situación de dependencia que obligaba a vivir con la angustia de estar sujeto a la coacción de un poder económico externo, ominoso, que gobernaba todos los actos de nuestra vida; adulteró y prostituyó la identidad nacional de los venezolanos y venezolanas mediante la implantación de un estilo de vida conformista que ha impregnado las conciencias y las mentes con el sentido de debilidad e inferioridad que caracteriza a los pueblos neocolonizados (Quintero, 1972:103-114).
A pesar de la acción erosionadora que ejercía la cultura petrolera sobre la conciencia nacional de los venezolanos y venezolanas, los movimientos de resistencia política antiimperialista comenzaron desde 1936 una lucha organizada contra los sectores de la clase política y empresarial venezolana que habían contribuido a la consolidación de la intervención hegemónica estadounidense en la vida nacional. Allí figuraron como principales enemigos la burocracia sindical de los partidos reformistas como Acción Democrática y COPEI y las organizaciones patronales como FEDECÁMARAS que hipotecaban las luchas reivindicativas del movimiento obrero e impedían que se ubicaran en el plano de la lucha de clases.
El imaginario rentista de la cultura petrolera venezolana
Un gran intelectual venezolano, Arturo Uslar Pietri analizó con visión de pensador liberal burgués, los contenidos éticos de realidad histórica y social y del imaginario de la sociedad petrolera consumista en que devino Venezuela después de 1936:
“…Todos miran los signos exteriores de una riqueza fácil y creciente. Automóviles, hermosas casas, fiestas, diversiones, comidas y trajes de lujo…Todos saben que ayer se compró por diez hoy se vendió por veinte… Que el que ayer puso el tenducho de mercancías hoy es un poderoso comerciante que habla de millones con indiferencia. Pululan los ejemplos de gente enriquecida rápidamente…en el azar de la especulación… todos están deseando y esperando la azarienta riqueza… Detrás de nuestra imposibilidad de exportar… de nuestros puertos abarrotados de mercancías…en todos los aspectos de nuestra vida colectiva... está el petróleo… haciendo más ancho el peligroso foso de la desigualdad social… El hecho que nos está diciendo con su presencia y con sus manifestaciones, que todo lo que se haga ignorándolo o dejándolo en libertad de actuar, será nugatorio, fugaz e insignificante…” (Uslar Pietri 1986, 308-309).
Para poder combatir y desmantelar ese imaginario perverso de la cultura del petróleo y promover la formación de una cultura revolucionaria que sirva de fundamento a la sociedad socialista venezolana, no tenemos hoy día otro camino sino promulgar políticas culturales de Estado verdaderamente revolucionarias -distintas a las de la cultura burguesa petrolera- que nos permitan ganar la mente y el corazón de los ciudadanos y ciudadanas: la cultura verdaderamente revolucionaria es el componente más estratégico para la construcción del socialismo (Sanoja, 2010: 104ms). De ella depende, “…si se actúa con buena decisión y dirección, que se logre humanizar los grupos de venezolanos e igualmente a los ciudadanos de otros países que han sido deshumanizados por el capital extranjero, alejándolos simultáneamente de sus tradiciones, de su pasado histórico y cultural, haciendo que su medio social y natural, su lengua, sus costumbres, sus valores morales y sus ideales sean extraños a esos pobres seres, cuya mente ha sido disociada sicóticamente por las campañas mediáticas traidoras para que acepten como suyos los del colonizador extranjero” (Quintero, 1968:112).
El petróleo y el modelo económico venezolano
Durante la dictadura de Juan Vicente Gómez, un sector nacionalista del gobierno comenzó una larga batalla para regular la actividad de las compañías petroleras extranjeras en nuestro país, a la cabeza del cual se colocó el ministro de Fomento Gumersindo Torres. El objetivo de este movimiento era someter la industria petrolera a las leyes y regulaciones del país, ya que las concesionarias extranjeras creían -y se comportaban en consecuencia-, que Venezuela era su dominio colonial particular. Debido a las presiones de las compañías petroleras y de la Embajada de Estados Unidos, todas las disposiciones promulgadas en este sentido por Torres entre 1920 y 1929, fueron derogadas y sustituidas por otras complacientes con los intereses de la transnacionales petroleras (Maza Zabala, 1977: 213).
Electo presidente de Venezuela en 1941, Isaias Medina Angarita asume el poder en un país con una economía rentística donde el petróleo constituía el 93% de las exportaciones. El 7% restante estaba representado por las exportaciones nacionales tradicionales de café y cacao, principales fuentes de empleo en la zona rural de Venezuela. Las exportaciones petroleras producían un extraordinario excedente de capitales que no ingresaba a Venezuela, ya que dichos beneficios correspondían a las compañías petroleras. La economía nacional venezolana continuaba estando cada vez más sujeta, por una parte, al sector terciario parasitario de la banca y el comercio de importación y, por la otra, al sector latifundista agropecuario (Roseberry 1977: 146-147; Battaglini, 2004: 33-35), en tanto que la actividad productiva del sector industrial era muy débil y la inversión privada en el mismo muy limitada.
El año 1943 el general Isaías Medina Angarita puso el ejecútese a la primera Ley Nacional de Hidrocarburos, la cual tenía como objeto uniformar el régimen concesionario y fortalecer el poder regulador del Estado. Entre otras disposiciones se fijaba la duración del régimen de concesiones en 40 años, es decir, hasta 1983. En 1942 se promulgó la Ley de Impuesto sobre la Renta, que tuvo como objeto modernizar el vetusto sistema fiscal venezolano, haciendo particular énfasis en la naturaleza del régimen tributario que debía regir para el cobro de impuestos y regalías a las empresas petroleras. Por otra parte, para aumentar la inversión financiera y tecnológica en Venezuela, el gobierno nacionalista del general Medina Angarita acordó con las compañías petroleras que, en el futuro, las refinerías debían construirse en territorio venezolano: de allí nacieron las refinerías y las nuevas ciudades petroleras de Amuay y Punta Cardón, en el estado Falcón (Lagoven, 1989: 229.
Ya desde 1940, el gobierno de Estados Unidos había comenzado a militarizar su política hacia Venezuela, profundizando los contactos con determinados oficiales de nuestro ejército, la marina y la fuerza aérea que habían tenido o tenían vínculos orgánicos con el Pentágono a través de cursos y planes de estudio realizados en Estados Unidos o en el Canal de Panamá. En 1945, en los albores de la Guerra Fría, las leyes nacionalistas promulgadas por el gobierno venezolano le sonaban al Pentágono y al Departamento de Estado como inspiradas por el comunismo, particularmente la abolición del famoso Inciso Sexto del artículo 32 de la Constitución Nacional vigente para ese entonces, por considerarlo una traba antidemocrática a la libertad de expresión. En virtud de esa nueva situación, el Partido Comunista Venezolano pudo comenzar a actuar legal y libremente en la política venezolana.
El Departamento de Estado y el Departamento de Defensa de Estados Unidos y la Creole Petroleum (Standard Oil), en connivencia con el “sector pentagonista” de nuestra fuerza armada y el partido Acción Democrática, fueron los organizadores del golpe militar que derrocó el gobierno nacionalista de Medina Angarita como lo harían años más tarde con el gobierno democrático del coronel Jacobo Arbenz en Guatemala. Como consecuencia histórica del golpe del 18 de Octubre de 1945:
“…1) se decide lo que habría de ser –definitivamente- el contenido ulterior de la economía venezolana; es decir, su carácter rentístico, parasitario y extrovertido (subordinado al extranjero); y 2) se echan las bases de lo que, con el tiempo, convertiría al Estado venezolano en una institución populista y clientelar, encargada –básicamente- de operar como un mecanismo de distribución de la renta petrolera a favor –sobre todo- de una oligarquía improductiva (parasitaria) y que, tal como la ha calificado Uslar Pietri en 1937 (¡hace 58 años!) ha continuado haciendo, en nuestro tiempo, …una industria de las condiciones del atraso venezolano”…” (Battaglini, 2004: 258-270).
La reorganización del viejo poder oligárquico
El golpe militar del 18 de Octubre de 1945 tuvo su antecedente en 1944 en un hecho histórico de trascendental importancia para entender la historia de la Venezuela contemporánea, cuya resonancia perversa alcanzará hasta su planificación y perpetración del golpe de Estado contra el Presidente Hugo Chávez y el sabotaje a PDVSA en el año 2002 que casi destruye al Estado nacional venezolano. Ese hecho histórico negativo para el país fue la creación en 1944 de la primera asociación patronal venezolana, FEDECÁMARAS, cuya composición y objetivos refleja el carácter clasista de sus integrantes, herederos modernos de la vieja oligarquía republicana que se apoderó de Venezuela y su pueblo desde 1830.
La finalidad explícita de FEDECÁMARAS era no sólo defender la libertad de comercio, sino postularse como representante de la oligarquía comercial que insurgió como resultado del auge petrolero a partir de 1937. Bajo el pretexto de defender la libertad de empresa, el objetivo central de dicha institución era, y sigue siendo todavía, convertirse en un factor de gobierno: si bien se oponían a la intervención estatal en la gestión empresarial, aceptaban que se crearan mecanismos de regulación y promoción estatal de los negocios siempre que estos fuesen organizados y dirigidos por miembros de FEDECÁMARAS. De esta manera, esperaban que la institución llegase a formar parte de una especie gobierno corporativo junto con el Estado nacional, tal como como el que se comenzaría a gestar luego de 1948, característica que habría de ser el fundamento mismo de la última fase histórica de la IV República (Moncada, 1985).
En 1945 fue derrocado el gobierno de Medina Angarita por un golpe organizado por Acción Democrática y el Alto Mando Militar con el apoyo de las petroleras y la Embajada de Estados Unido Unidos. Una de las causas del golpe militar fue el ascenso del movimiento obrero y popular que acompañó a Acción Democrática en las elecciones municipales de 1944 y el intento de Reforma Agraria que atemorizó al sector latifundista. Este nuevo intento de emancipación popular fue considerado incluso por el Departamento de Estado como “comunista” y la prensa de derecha (que era casi toda) tildaba de adcomunistas (adecos) a los militantes de acción democrática (AD) y de pedecomunistas (pedecos) a los del Partido Democrático Venezolano (PDV) del presidente Medina.
En 1945, el Ministro de Minas del Gobierno provisional de Acción democrática, Juan Pablo Pérez Alfonso, reafirmó el principio de “no más concesiones” que había sido promulgado por el gobierno de Medina Angarita. Ello fue motivo para el derrocamiento en 1948 del gobierno de Acción Democrática presidido por Rómulo Gallegos, por un nuevo golpe militar organizado por el Alto Mando Militar venezolano en connivencia con la Embajada de Estados Unidos y las compañías, que revocó aquella medida e hizo nuevas concesiones a las compañías petroleras usamericanas e inglesas, lo que reportó nuevos beneficios financieros y apoyo político usamericano al gobierno dictatorial.
FEDECÁMARAS fue cooptada, a partir de 1948, por el gobierno militar de Marcos Pérez Jiménez. Ello explica por qué, a los fines de preservar el status quo favorable a los intereses del imperialismo usamericano, a la caída del gobierno de Marcos Pérez Jiménez, la Junta de Gobierno original estaba integrada por empresarios de FEDECÁMARAS y miembros de las Fuerzas Armadas. Un hecho palmario nos revela la relación neocolonial existente entre el gobierno de Estados Unidos y la oligarquía comercial (FEDECÁMARAS) que cogobernaba Venezuela apoyando la dictadura militar: su presidente, el general Marcos Pérez Jiménez fue condecorado por el presidente usamericano, general Dwight Eisenhower, con la Cruz de Servicios Distinguidos (sic).
El gobierno militar del General Pérez Jiménez era partidario del desarrollismo industrial nacional, tesis política que también era mantenida por el partido Acción Democrática desde antes de 1944, la cual pasó a constituir posteriormente el fundamento del proyecto desarrollista del gobierno militar, el Nuevo Ideal Nacional. Se propuso la modernización del campo mediante la construcción de grandes colonias agrícolas, especie de kohljoses o sovhoses pero con ideología capitalista, gestionados por el Estado bajo el control de la Guardia Nacional, las cuales contaban con sistemas de silos para almacenar las cosechas, extensos sistemas de riego, vialidad rural, mecanización extensiva e intensiva de la agricultura, y empleo de agroquímicos
Para impulsar aquellos proyectos que apuntaban hacia la creación de una clase media rural similar a la de Estados Unidos, el Estado venezolano organizó un programa de construcción de colonias agrícolas con la colaboración y el asesoramiento de Naciones Unidas, el Consejo de Bienestar Rural (filial de la Fundación Rockfeller) y la Universidad de Wisconsin. Para tal fin, reviviendo las viejas tesas racistas del siglo XIX que se expresaron en la creación de colonias agrícolas como Topo, con inmigrantes escoceses (Rheinhaimer, Key Hans 1986) o la Colonia Tovar con campesinos alemanes (Codazzi, II 1960: 139-144), el Estado venezolano estimuló la inmigración masiva de campesinos europeos, muchos de ello provenientes de las comunas o “benéficas agrícolas” fundadas por el fascismo en Italia, campesinos portugueses de Madeira, muchos de ellos partidarios del régimen fascista de Oliveira Salazar, españoles falangistas, antiguos oficiales y soldados de la Wehrmacht y la Kriegsmarine y alemanes étnicos o folkdeustches de Bucovina y Polonia que habían sido miembros o simpatizantes del partido nazi, a quienes se les concedió parcelas y créditos para cultivar la tierra en diferentes colonias agrícolas (Vargas Arenas, 2007: 79-80).
Los programas más ambiciosos de dicho proyecto fueron el sistema de riego del río Guárico y de la Colonia Turén para el cultivo en masa de arroz y maiz a los fines de garantizar la autonomía alimentaria de la población venezolana en estos rubros y –por otra parte- la construcción desde 1953 de un polo estatal de desarrollo de industrias, tanto pesadas como livianas, en Guayana, Distrito Caroní, que ha sido desarrollado y ampliado a través de los sucesivos gobiernos hasta la actualidad (Hernandez Grillet, 1987: 100-101; León y Rodríguez 1976: 141-205). El mismo incluye la explotación de las minas de hierro de Cerro Bolívar y El Pao y su procesamiento en la Siderúrgica de El Orinoco, las fabricas de aluminio Alcasa y Venalum, y la explotación de las minas de bauxita, así como un vasto programa de producción de hidroelectricidad con cuatro grandes presas hidroeléctricas que “maquinean” el agua del río Caroní.
En 1958, después de derrocado Pérez Jiménez por un nuevo golpe cívico-militar, la junta provisional de gobierno presidida por Edgard Sanabria reformó la Ley de Impuesto sobre la Renta aumentando el impuesto a las compañías petroleras de 26% a 45%, con la protesta unánime de las petroleras. En 1960 se fundó la Corporación Venezolana del Petróleo (CVP), primer intento del Estado venezolano para intervenir formalmente en el negocio petrolero. Ese mismo año, como propuesta del gobierno de Venezuela y de su ministro de Minas Juan Pablo Pérez Alfonzo, se crea la OPEP, multinacional de países exportadores de petróleo, para defender los precios internacionales del crudo.
En 1975 se promulgó la Ley que Reserva al Estado, la Industria y el Comercio de los Hidrocarburos con vigencia a partir del 1 de Enero de 1976, mediante la cual el Estado venezolano nacionalizaba el funcionamiento de la actividad petrolera.
Todas esas iniciativas nacionalistas del Estado venezolano coincidieron con el auge mundial de las tesis neoliberales que propugnaban, por el contrario, la disminución y la desaparición de la función regulatoria del Estado sobre la empresa privada. Con base a dichas tesis sobre la dependencia ideológica antinacional que tiene la clase dominante política y empresarial representada en FEDECÁMARAS, ésta organización generó en el seno de la oligarquía comercial venezolana e incluso dentro de la empresa petrolera del Estado, PDVSA, una posición favorable a la dominación imperial que abogaba por la privatización efectiva de la industria petrolera bajo la figura de los “contratos de servicio”, para entregarla a las transnacionales petroleras del Imperio; frente a esta actitud entreguista se levantó otra -que finalmente se impuso- que consideraba la primera nacionalización de 1976 como “chucuta” (incompleta), abogando por completarla dentro de “…un proyecto nacional de largo alcance que tenga como objetivo la estructuración de una economía equilibrada autosostenible, equitativa y progresiva…” (Maza Zabala, 1977: 214).
CAPÍTULO 23
El régimen neocolonial de la IV República
La cultura del petróleo y el proyecto político puntofijista
El 23 de Enero de 1958, como ya se expuso, el gobierno de Marcos Pérez Jiménez fue derrocado por un movimiento de masas cívico militar de orientación de izquierda nacionalista, nueva versión rebelión de la popular acaudillada por Ezequiel Zamora en el siglo XIX y de las rebeliones populares de indios (as), negros(as), zambos (as) y mulatos (as) que se organizaron entre los siglos XVI y XIX contra la oligarquía mantuana. Para frenar el desarrollo político de aquel evento que habría hecho tambalear las bases del modelo de dominación oligárquica neocolonial, la movida política de FEDECÁMARAS fue obtener el respaldo del Departamento de Estado usamericano, cooptar tanto al sector derechista de las Fuerzas Armadas como a los antiguos partidos políticos socialdemócratas como Acción Democrática y Unión Republicana Democrática, convertidos para ese momento en partidos clientes del imperialismo, así como a los partidos de orígen falangista como COPEI, expresión de la llamada Democracia Cristiana, en una nueva “conciliación de elites”, el llamado Pacto de Punto Fijo, revival del antiguo Pacto de Coche de 1863 que selló el fín de la Guerra Federal y la derrota de la rebelión popular campesina liderada por Ezequiel Zamora.
Cuando se habla del llamado Pacto de Punto Fijo, la historia oficial tiende a relevar sólo la alianza de aquellos partidos políticos, dejando fuera la importante participación política de FEDECÁMARAS, nervio de aquella reforma política, económica y empresarial que, se esperaba, convertiría definitivamente a Venezuela en un apéndice colonial del gobierno estadounidense. Para poder caracterizar el funcionamiento de la economía venezolana durante los años de la IV República, es necesario bosquejar los contenidos políticos del llamado Pacto de Punto Fijo, que definió los lineamientos políticos del establecimiento partidista-empresarial venezolano.
El Estado Nacional, según aquel pacto, tenía una organización política destinada a la repartición del poder y de la renta petrolera entre los partidos firmantes, con base en:
a) Una burocracia o nomenclatura integrada por miembros de los partidos firmantes, la cual pasó a convertirse en propietaria del Estado Nacional.
b) Celebración de elecciones presidenciales cada 5 años y un pacto según el cual, el acceso a los puestos de representación y dirección de los poderes del Estado era decidido y controlado por la misma nomenclatura del partido ganador.
c) Subordinación de todos los poderes del Estado a la nomenclatura partidista ganadora.
d) Creación de una central sindical única, dependiente de la nomenclatura ganadora.
e) Control indirecto o autocensura de todos los medios de comunicación masiva.
f) Ideología partidista dominante que limitara y marginara en la práctica toda disidencia política.
g) Dominio del Estado sobre el conjunto de la economía, planificada y administrada sobre la base de planes quinquenales.
h) Organización oligopólica de la empresa y la productividad privada (FEDECÁMARAS) apuntalada con los dineros del Estado, en la cual no existiera una competencia ni mercado, copiando la estructura hegémonica de la nomenclatura.
i) Prioridad de la expansión y mantenimiento de la estructura burocrática como medio de disribución de la renta nacional, descuidando las normas de eficiencia económica.
j) Popularización de la corrupción como mecanismo para mantener la estabilidad del sistema político (Vargas Arenas y Sanoja, 2006: 282-283).
La clase política surgida del colapso de gobierno militar en 1958 asumió una función reguladora, de intermediaria entre los diferentes sectores de la sociedad, cuidando muy bien el mantenimiento de las jerarquías sociales mediante el financiamiento y consolidación de las fortunas de los empresarios privados -que eran al mismo tiempo miembros de la coalición de partidos políticos puntofijistas- utilizando los dineros de la nación.
El hecho mismo de haberse apropiado del poder en un país donde los medios de producción más importantes pertenecen al Estado, fortaleció la vieja relación provechosa y económicamente fructífera que existía desde el siglo XIX entre la clase política y las riquezas de la nación: la corrupción administrativa. Los principales medios de producción pertenecían al Estado venezolano, pero éste, a su vez, pertenecía a mafia conformada por la clase política y los empresarios privados.
La consolidación de esas relaciones sui generis de propiedad terminó por liquidar lo que podía existir de verdadera democracia, transformándola en una dictadura populista de partidos con una máscara democrática (Britto García, 1984), experimento que fracasó en 1998, no sólo por sus propias contradicciones internas y su incapacidad para deslastrarse de la dependencia imperialista, sino también por la carencia de un liderazgo ideológicamente sólido, honesto, con vocación para el servicio público y con conciencia del destino histórico del país.
El régimen político puntofijista de la IV República se caracterizó, al igual que los otros sistemas populistas de América Latina, por la “concesión de subsidios directos a las empresas nacionales; gigantescas operaciones de rescate de firmas y bancos costeadas, en muchos casos, con impuestos aplicados a trabajadores y consumidores; imposición de políticas de austeridad fiscal y ajuste estructural encaminadas a garantizar mayores tasas de ganancia de las empresas; devaluar o apreciar la moneda local a fin de favorecer algunas fracciones del capital en detrimento de otros sectores y grupos sociales; políticas de desregulación de los mercados; ´reformas laborales´ orientadas a acentuar la sumisión de los trabajadores al tiempo que se facilita la ilimitada movilidad del capital; ´ley y orden´ garantizados en sociedades que experimentan regresivos procesos sociales de reconcentración de riqueza e ingresos y masivos procesos de pauperización; la creación de un marco legal adecuado para ratificar con todas la fuerza de la ley la favorable correlación de fuerzas de que han gozado las empresas en la fase actual; establecimiento de una legislación que ´legaliza´ en los países de la periferia, la succión imperialista de plusvalía y que permite que las superganancias de las firmas transnacionales puedan ser libremente remitidas a sus casas matrices…” (Borón, 2002: 112).
Cualquier lector o lectora avezado(a) en el estudio de nuestra historia contemporánea podría identificar sin vacilar esta descripción, con el perfil político de los gobiernos venezolanos de la IV República entre 1958 y 1998 y su relación neocolonial con el gobierno de Estados Unidos de América.
La repartición de la renta petrolera bajo la III y la IV República
La actividad petrolera de las compañías extranjeras desde los mismos inicios de la explotación de los hidrocarburos en Venezuela comenzó a comportarse como un enclave, físicamente delimitado en la época concesionaria (1904-1974), con su propio régimen laboral. Hasta el año 2002, cuando el gobierno bolivariano logró finalmente nacionalizarla y socializarla, el bloque de compañías extranjeras y finalmente la “vieja” PDVSA constituyeron un Estado extranjero dentro del Estado venezolano, con su propio su régimen cambiario, su balanza de pagos, sus coeficientes de eficiencia y –sobre todo- con el espíritu de superioridad que mostraban sus gerentes ante el gobierno nacional y el resto de los venezolanos y venezolanas (Maza Zavala, 1997: 211-212).
Conforme con ese carácter de enclave colonial extranjero que adoptó la industria, los informes y análisis oficiales sobre su rendimiento fiscal que elaboraban tanto el gobierno como el Banco Central, mantenían una separación entre la actividad petrolera misma y el resto de la economía venezolana, hecho el cual se manifestaba de manera más evidente en las cuentas macroeconómicas nacionales.
Los salarios de las y los gerentes, empleados (as) y trabajadores (as) petroleros eran (y siguen siendo) superiores a los que se pagaban al resto de los venezolanos y venezolanas; incluso, los representantes sindicales en los consejos directivos, se comportaban y llevaban un estilo de vida similar al de la alta gerencia de la empresa. El carácter estructural del enclave petrolero se expresaba como una dinámica diferencial del crecimiento económico venezolano. Mientras su tasa promedio de crecimiento en la década de los 90 del siglo pasado era de 5 a 6% anual, el resto de la economía venezolana, por el contrario, decrecía. La conducta excéntrica de la industria petrolera se reflejaba igualmente en la balanza de pagos: aún en la actualidad mientras que el petróleo registra siempre saldos activos, el no petrolero siempre muestra saldos pasivos.
A pesar de la forma perversa y antinacional como la burguesía venezolana administró la industria petrolera hasta el 2002, la renta petrolera se ha transformado desde inicios del siglo XX en la base de nuestro proceso de cambio histórico: permitió sostener el proceso de modernización de la sociedad venezolana durante la IV República y, hoy, durante la V, ha sido un factor fundamental para promover el proceso de construcción del socialismo. Gracias a la renta petrolera pudieron desarrollarse tanto los centros urbanos como la infraestructura material del país; gracias a la apropiación de los capitales producidos por el petróleo, la burguesía parasitaria pudo invertir -sin los riesgos inherentes al capitalismo verdadero- en una industria manufacturera de bienes de consumo, en modernizar la producción agropecuaria; incidió en el régimen laboral, en la vinculación con el mercado y en el acceso a medios y modos de consumo no tradicionales.
El Estado venezolano, por tanto, tuvo que hacerse más complejo y burocrático para poder asumir su función de gran patrón tanto de la burocracia gubernamental como de la empresa privada, particularmente la banca, aumentado la dependencia de la población con respecto al gasto público. Se fundaron empresas básicas estatales para la producción de bienes y servicios (metalurgia, petroquímica, electricidad, comunicaciones… A pesar de su dudoso desempeño durante la IV y parte de la V República, hoy día se han convertido en soporte del cambio social.
Las crisis bancarias experimentadas por el sistema económico venezolano entre 1970 y 1994, son reflejo de los ciclos de crisis que ha sufrido el proceso de trabajo petrolero, para solventar las cuales el Estado venezolano ha tenido que hacerse cada vez más interventor y protagonista en el desarrollo económico de nuestra sociedad. Uno de los componentes principales de dichas crisis es la baja cíclica en los precios del producto petrolero y su impacto en la capacidad de pago del sector público ya que –por una parte- el Estado venezolano es el ente que posee las mayores colocaciones de capital en la banca privada y en los bancos bajo control gubernamental y –por la otra- los bancos se dedicaron y se dedican todavía a hacer manejos riesgosos e irregulares en la cartera de créditos.
Todo lo anterior, aunado a los procesos tempranos de desregulación y liberalización, inducidos de manera irresponsable por la burguesía puntofijista en esta economía rentista controlada por el capital comercial parasitario, produjo una enorme fuga de divisas auspiciada por el sector privado, el hurto de los fondos de los pequeños depositarios por parte de los banqueros, así como también de los auxilios bancarios proporcionados por el Estado para conjurar las quiebras fraudulentas de la banca privada (Vera y González, 1999). El resultado final fue un largo proceso de desinversión por parte de la empresa privada (que todavía continúa), el cual indujo un aumento sustancial de las condiciones de pobreza extrema en la sociedad venezolana, la cual pasó de 11% en 1984 a 34% en 1991. En el mismo período, el índice de la pobreza total pasó de 36% en 1984 a 68% en 1991 (Lander, 2000: 122-128).
En el período 1989-1991, el gasto social del gobierno central descendió a los niveles más bajos desde 1968, lo cual se tradujo en un enorme deterioro de las condiciones de vida y correlativamente del sistema político venezolano el cual comenzó a colapsar a ojos vistas luego de la rebelión social llamada “El Caracazo” contra la aplicación del ajuste neoliberal que intentó hacer el régimen de Carlos Andrés Pérez II en 1989, hasta perder finalmente toda legitimidad con la rebelión militar del 4 de Febrero de 1992 comandada por el actual presidente constitucional de Venezuela Hugo Chávez Frías.
No obstante el impacto negativo y regresivo de aquella situación sobre el nivel de vida de la mayoría de la ciudadanía hasta 1999, la cual vivía en condiciones de pobreza y representaba el 70-80% de la población venezolana, el 20% restante, conformado por sectores profesionales y comerciales de la clase media, la clase media alta y la alta burguesía venezolana, que se apropiaban aproximadamente del 60% de la renta petrolera, conservaron una alta capacidad de compra que les permitió el acceso a un estilo de vida consumista cercano al que poseen los países del llamado primer mundo, como había venido ocurriendo desde por lo menos el siglo XVIII. Así como entonces dichas clases constituyeron el baluarte del colonialismo español y luego del liberalismo inglés, hoy día son el enclave del imperialismo usamericano y de la contrarevolución venezolana.
La carga histórica de la colonia y la neocolonia ha determinado que, a pesar de la gran inversión que han hecho diferentes gobiernos venezolanos en los programas mencionados desde 1953, no se haya logrado todavía la meta de industrializar a Venezuela y transformarla de país petrolero dependiente monoproductor en uno independiente con producción industrial y agropecuaria diversificada, ni mucho menos crear conciencia en la población de su importancia para descolonizar nuestro país. Varios siglos de sujeción y dependencia colonial y neocolonial, como podemos ver, han dejado una huella profunda en el imaginario de la sociedad y de la clase política venezolana.
Debido a la política cultural, educativa y mediática neocolonial propiciada por la burguesía venezolana durante la IV República, los movimientos patriotas progresistas venezolanos no se pudieron organizar, hasta el presente, para trascender el férreo cerco comercial y financiero que tendió el imperialismo para impedir el desarrollo autónomo de nuestras fuerzas productivas, base de nuestra liberación nacional.
Actores importantes de la consolidación de nuestro atraso y de nuestra dependencia política y económica del Imperio usamericano, han sido los empresarios venezolanos que -desde el siglo XIX- sólo han buscado el desarrollo del capital comercial para enriquecerse fácilmente, evitando los riegos que conlleva la inversión industrial. Para defender sus mezquinos intereses de clase, esos sectores de la ultraderecha empresarial, sindical y religios, agrupados en torno a FEDECÁMARAS y la burocracia sindical oligárquica pro-empresarial de la extinta Central de Trabajadores de Venezuela (CTV), defensoras a ultranza de la privatización, comenzaron a conspirar luego del triunfo electoral en noviembre 1998 logrado por el Presidente Hucho Chávez y la Revolución Bolivariana. Dicha conspiración culminó el 11 de Abril de 2002 con el consabido golpe de Estado organizado con la complicidad del gobierno usamericano (G.W. Bush), el gobierno fascista español del Partido Popular, el alto mando militar venezolano y la jerarquía de la Iglesia Católica- para derrocar el gobierno revolucionario nacionalista del presidente Hugo Chávez. Dicho golpe logró imponer por 72 horas un gobierno títere del imperio usamericano que fue barrido por el movimiento cívico militar bolivariano.
Entre las armas de presión para lograr el golpe. la gerencia traidora de PDVSA, con el apoyo estratégico del Pentágono en connivencia con FEDECÁMARAS y la burocracia de la extinta Central de Trabajadores de Venezuela, habían planificado el sabotaje de las instalaciones petroleras de PDVSA para destruir el Estado nacional venezolano y vender la empresa petrolera nacional a la EXXON, a la SHELL, a REPSOL y a otras transnacionales del Imperio, negocio que implicaba un premio de 100 millones de dólares para cada uno de los gestores venezolanos de la privatización de PDVSA.
Al fallar el primer golpe de Estado debido a la resistencia popular, en diciembre del mismo año la gerencia traidora que controlaba PDVSA, aliada con los mismos empresarios agrupados en la Federación de Cámaras de Comercio (FEDECÁMARAS), la dirigencia del Partido Acción Democrática enquistada en la Central de Trabajadores de Venezuela (CTV), aliados como ya es rutinario con la Agencia Central de Inteligencia (CIA), pusieron en práctica –otra vez sin éxito- un plan criminal para sabotear las instalaciones de PDVSA, destruir el Estado Nacional venezolano y entregar la industria petrolera venezolana a las transnacionales estadounidenses y europeas (Sanoja, 2008: 27-42; Sanoja y Vargas Arenas, 2008b: 273-279). Otra vez la férrea unidad popular cívico-militar hizo fracasar el golpe petrolero pro-imperialista en Febrero de 2003 (Sanoja, 2008: 21-42; Vargas Arenas, 2007: 117-131).
A partir de aquel momento, como respuesta a la ofensiva de la contrarevolución el gobierno bolivarian comenzó a concretar el proyecto nacionalista que había surgido como bandera de la izquierda nacionalista venezolana desde 1920: creación de una empresa petrolera absolutamente en manos del Estado y la sociedad venezolana que fuese el motor del desarrollo de un nuevo país soberano, democrático, próspero y socialista.
PARTE V
LA REVOLUCIÓN BOLIVARIANA
CAPÍTULO 24
La construcción de un modo de vida socialista venezolano.
El epílogo de este milenario proceso de construcción de la nación venezolana que hemos intentado es, por ahora, la Revolución Bolivariana, hecho histórico que rompe con el curso de desastre que venía tomando nuestra sociedad desde 1958 y 1998, período que se conoce como la IV República. Ello nos obliga a repensar los siglos de historia nacional transcurridos hasta este momento, cuando la civilización occidental y su modo de producción capitalista están inmersos en una crisis existencial que puede significar su desaparición. Ello significa también que debemos buscar un nuevo discurso historiográfico para analizar el devenir de la sociedad venezolana y de su economía. Por esas razones, esta revolución bolivariana ha sido para los y las intelectuales venezolanos (as) progresistas, citando nuestras propias palabras “...como un despertar de la conciencia ante la posibilidad de concretar nuestro futuro revolucionario, al cual muchos nos adherimos desde los años ya remotos de nuestra juventud liceísta..” (Sanoja, 2008:7).
El camino que le queda por recorrer a la Revolución Bolivariana no es fácil, no será fácil.Apenas han transcurrido siete años desde el 2003, año cuando comenzó a profundizarse el proceso revolucionario; han sido 7 años de vida muy intensa, los cuales se han traducido en un cambio social profundo. El proceso bolivariano ha tenido que apoyar su proyecto transformador sobre una sociedad históricamente contrahecha: desde el siglo XVIII, cada error cometido se trataba de solventar -generalmente- con un nuevo error. La capacidad crítica de los integrantes del bloque burgués dominante y pragmático estaba y sigue estando omnubilada por el logro de la ganancia personal a corto plazo, a cualquier precio. Hasta el momento actual, cualquier atajo para lograr dicho objetivo ha sido puesto en práctica por la burguesía contra-revolucionaria, incluyendo el fallido ajuste neoliberal, el asalto de los banqueros a los fondos de sus propios bancos, la conspiración y el golpe de Estado de 2002 contra el gobierno bolivariano del presidente Chávez con el apoyo activo de los gobiernos de Estados Unidos, España y Colombia, el sabotaje a la industria petrolera venezolana con la intervención directa del Pentágono, junto con el lock-out empresarial en 2002-2003 para destruir el Estado Nacional y rendir por hambre a la sociedad venezolana, el apoyo a la infiltración en 2004 de 300 paramilitares colombianos para asesinar al Presidente Chávez, la campaña mediática mundial y más recientemente la conspiración financiera y la instalación de bases militares estadounidenses en Colombia, las cuales amenazan tanto la existencia de la Revolución Bolivariana como el proceso de integración latinoamericana–caribeña representado en la ALBA (Sanoja y Vargas Arenas, 2008b: 273-280; Sanoja, 2008: 7-52).
El golpe de Estado de Abril de 2002 y la serie de hechos de violencia desencadenados posteriormente por los conspiradores contrarevoluciónarios, asestó un severo impacto al ritmo que venía mostrando la actividad productiva interna del país. Ello se reflejó en una brutal caída de 8.9% del PIB y el consiguiente incremento en las tasas de desempleo, debido al cierre masivo de pequeñas y medianas empresas y cooperativas que no pudieron soportar el rigor de la crisis creada por el golpe de Estado organizado por FEDECÁMARAS, la gerencia de la antigua PDVSA y la extinta Confederación de Trabajadores de Venezuela (CTV).
Como consecuencia de aquella abrupta interrupción de la vida social y económica del país, la tasa de desempleo ascendió entre los años 2002 y 2003 hasta 16,2% y 16,8%, respectivamente, mientras que la tasa empleo informal de 51,4% en 2002 pasó a 52,7% en el 2003. El máximo nivel de desempleo se registró en febrero de 2003 cuando la tasa llegó a 20.7 %.
En efecto, durante el 2002, año del golpe de Estado, la economía venezolana acusó las severas consecuencias de la conspiración golpista urdida por FEDECÁMARAS y el resto de la extrema derecha desde el año 2001. El PIB que en 2001 había crecido 3,4%, en el 2003 la contracción del mismo llegó a --7,8 %, y en el primer trimestre de ese año, a -27,8 % como consecuencia del paro patronal y el sabotaje a PDVSA (Informe económico BCV 2003; Alvarez 2003; 2009: 34-35)[1]. Esta crítica situación se tradujo en una quiebra masiva de cooperativas, micros, pequeñas y medianas empresas que incluso habían apoyado el lock-out patronal y el sabotaje a PDVSA, pero no contaban con la necesaria fortaleza para enfrentar y sobrevivir la crisis. Millares de empleos fueron destruidos y la tasa de desempleo alcanzó niveles sin precedentes que obligaron al gobierno a dar una respuesta masiva y resultados inmediatos.
La respuesta del pueblo venezolano a ese asalto a la integridad del Estado nacional y a su democracia fue la aceleración del proceso revolucionario bolivariano. Se hizo evidente que era necesario y urgente poner en práctica el proyecto político de país expresado en la Constitución Bolivariana y comenzar a desechar las instituciones sociales heredadas del antiguo régimen punto-fijista.
El fracaso del golpe de Estado, del lock-out patronal y del sabotaje petrolero del año 2002-2003 evidencia de manera palpable que el modo de producción capitalista, tanto en su expresión colonial como neocolonial, ha fracasado. Decimos que no tuvo éxito, porque durante los 510 años que ha permanecido como modo de producción dominante, ha sido, fue y sigue siendo incapaz de construir para las venezolanas y venezolanos una vida social donde el logro de su realización plena constituya el valor social más importante.
El ajuste neoliberal de shock ordenado por el Fondo Monetario Internacional que quiso imponer durante el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez en 1989, tenía entre sus objetivos crear una economía productiva que eliminase el carácter rentista estructural de la sociedad venezolana, vía la privatización de la empresa petrolera venezolana, así como de las otras empresas del Estado, la eliminación de los subsidios a la gasolina, y el gasto social: a la salud, a la educación, etc. El resultado fue una sangrienta rebelión popular, la primera en el mundo contra el neoliberalismo, que fue dominada al precio de miles de muertos y heridos causados por la cruenta represión militar y policial. Esta rebelión fue seguida el 4 de Febrero de 1992 por la rebelión de la juventud militar comandada por el teniente coronel Hugo Chávez, que abrió el camino para el derrocamiento del régimen punto-fijista y de los partidos políticos que lo apoyaban y para triunfo electoral de la Revolución Bolivariana en 1998.
El proyecto político de la Constitución aprobada en referendo popular en 1999 por el pueblo venezolano, refrendada en la Gaceta Oficial N° 5453 del 24 de Marzo de 2000, tiene como meta darle forma jurídica a los cambios estructurales necesarios para la creación de una nueva realidad histórica que le plantea a la nación el inicio de este nuevo proceso revolucionario. En ese sentido, la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela propone y demanda la creación de espacios e instrumentos para que la participación ciudadana contribuya a lograr los objetivos estratégicos de equidad, desarrollo con identidad, respeto a los derechos humanos, buen gobierno y democratización de la sociedad. Pero la creación de esos espacios e instrumentos entran en conflicto con las viejas instituciones estatales de la IV República que responden a un modelo de Estado capitalista burgués, que fue totalmente ineficaz para resolver los problemas de la sociedad venezolana (Vargas Arenas, 2007: 275 y siguientes.).
Como forma de transición hacia la creación de una sociedad socialista, el Estado Bolivariano ha implementado una suerte de gobierno paralelo destinado a confirmar que el poder constituyente está en manos del pueblo. El Artículo 5 de nuestra Constitución Bolivariana establece que la soberanía reside de manera intransferible en el pueblo, de manera que la autodeterminación alude al derecho de ese mismo sujeto a decidir su forma de gobierno propio, su modo de vivir y su organización económica, expresado en la estrecha vinculación que existe entre las nociones de pueblo, nación y autodeterminación. En este sentido, el pueblo venezolano está integrado en una nueva organización político-territorial compuesta por los consejos comunales y comunas, por los diversos planes y misiones sociales que conforman las estructuras administrativas a través de las cuales se redistribuyen los ingresos de la renta nacional para resolver el problema de la pobreza, para solventar la deuda social que tiene el Estado venezolano con la mayoría de la población que es pobre porque es zamba, mulata y negra y, con otra parte muy importante que es doblemente pobre porque aparte de ser zamba, mulata y negra está conformada por mujeres (Vargas Arenas, 2007: 277-278; Sanoja, 2008: 117-153)
Las misiones y planes sociales buscan también crear una cultura política asentada sobre lo que significan los colectivos sociales, sobre la visión del pueblo venezolano como actor colectivo, para que los sectores populares puedan identificar las causas de la opresión a la cual han estado sometidas y hallar el camino a su definitiva emancipación (Vargas, 2007: 276) Para alcanzar ese objetivo es fundamental que los colectivos sociales que conforman los consejos comunales, desarrollen un nivel de conciencia social que les ayude a entender y legitimar los cambios estructurales positivos que está produciendo en Venezuela la Revolución Bolivariana para la construcción de un modo de vida socialista venezolano.
¿Es esto socialismo?
Mucha gente se pregunta dentro y fuera de Venezuela, incluidos científicos (as) sociales, si lo que está sucediendo en Venezuela se puede llamar socialismo. Muchos de ellos y ellas siguen identificando al socialismo, de manera ingenua, con la imagen que difunden los medios de comunicación del Imperio: economías estatizadas, dictaduras totalitarias, pueblos empobrecidos, escasez de viviendas y de bienes de consumo, ausencia de libertades públicas y, en general, un proceso que redistribuye la pobreza en lugar de repartir la riqueza. El capitalismo es descrito como todo lo contrario: libre empresa, opulencia, riqueza, consumismo, libertad. Ninguno de ambos ingenuos conceptos nos parece verdadero. Donde el socialismo ha podido desarrollarse sin la influencia paralizante del imperialismo capitalista, tal como ocurrió la antigua Unión Soviética, la República Popular China, Cuba y Vietnam, entre otros, el cambio en las relaciones de producción se ha traducido en saltos cualitativos y cuantitativos en el progreso general de la sociedad, mediante los cuales dichos pueblos pasaron de ser sociedades pobres y colonizadas a ser sociedades soberanas que han producido grandes avances en la ciencia, la educación, la innovación tecnológica y la justicia social. Donde estos procesos se han revertido, como fue en el caso de la Unión Soviética, ello fue debido más bien a falencias estructurales que se produjeron en el modelo socialista particular de la URSS, que al modelo general del socialismo.
En el caso venezolano, mucha gente no puede concebir que el socialismo pueda existir en una sociedad petrolera que ha sido hasta hoy monoproductora, donde hay una enorme acumulación de riqueza que no es fruto del trabajo productivo de toda la población. Si se puede hablar de un capitalismo rentístico ¿no podríamos aludir también a un socialismo rentistítico? No, porque ello es la antítesis del Socialismo que significa soberanía nacional en todos los aspectos, soberanía que puede lograrse, como en los actuales momentos, dentro de un nueva versión de Estado multinacional de nuevo tipo construido sobre la bases solidarias, como podría llegar a ser la ALBA, donde se compensen las debilidades y se amplíen las fortalezas de cada uno de los estados miembros (Sanoja 2010.ms).
El socialismo venezolano se origina como consecuencia del fracaso del capitalismo vernáculo en la tarea de producir un desarrollo autónomo, suficiente y soberano de nuestras fuerzas productivas, capaz de grantizar el bienestar de toda la población. Para ilustrar nuestra reflexión al respecto, es conveniente aludir a la opinión de Asdrúbal Batista sobre las condiciones propias de la vida venezolana en los siglos XVI y XVII y el papel que jugo la acumulación originaria (a la cual nos hemos referido en la primera parte de esta obra) “…en la creación de las condiciones únicas para el trabajo asalariado y el despojo violento de los medios de producción de masas muy grandes de individuos…El terreno estaba abierto así para las relaciones del capital…” (Batista, 2007: 23 y siguientes).
Venezuela, como hemos visto, nace así desde los siglos XVI y XVII al mercado capitalista en un ámbito colonial, donde el trabajo esclavo y servil es el factor de la producción agropecuaria monopólica que favorece a una burguesía parasitaria que es el ámbito donde se produce la acumulación de plusvalía. La clase subordinada de siervos (as) y esclavos (as) no acumulaba nada o muy poco, por lo cual vivía en condiciones de pobreza generalizada. En el siglo XIX, la lucha nacional de la burguesía agro-exportadora y comercial es contra el imperio español que le negaba su independencia y autonomía para enriquecerse en libertad, pero la lucha nacional de los siervos (as) y esclavos (as) empobrecidos es contra la burguesía que les oprimía y explotaba su trabajo, y a cambio les concedía miserables migajas que les permitían sobrevivir penosamente al hambre, las enfermedades, la ignorancia y la violencia.
El proceso de acumulación originaria que se produjo en el siglo XIX en el seno de la elite burguesa rentística, agro-exportadora y comerciante se produjo gracias al despojo generalizado que ésta hizo del valor producido por el resto de la población venezolana, mediante la reedición de un régimen colonial interno, dependiente del mercado capitalista exterior. La forma socioecnómica adoptada (el latifundio, la hacienda, el fondo de comercio, etc.) era resultante de la explotación del trabajo de los peones (as) y los trabajadores (as).
Las bases originarias de la modernización de la sociedad venezolana del siglo XX se afincaron en la explotación del petróleo que es, en palabras de Batista: “…Una genuina curiosidad histórica, o acaso una anomalía histórica, vino a cumplir el papel, de otro modo encomendado a las fuerzas burguesas en formación, de ofrecer lo que la acumulación originaria habría tenido necesidad de producir. Un medio de producción no resultante del trabajo venezolano ni del trabajo de nadie, por lo demás, un día vino a ser demandado y remunerado por el comercio mundial…” “…un ingreso rentista pagado por el mercado mundial, percibido en una ronda primera por el Estado propietario y luego distribuido por éste…” (2007: 23-24).
En el siglo XX, ciertamente, surgió un nuevo medio de producción, el petróleo el cual, gracias al carácter apátrida de la burguesía venezolana, pasó a ser prácticamente propiedad de los monopolios estadounidenses y de quienes controlaban entonces el Estado venezolano, esto es los diversos gobiernos dictatoriales militares y la dictadura partidista de la IV República. Bajo esta última, dicho medio de producción devino formalmente en propiedad un Estado corporativo constituido por los partidos políticos AD y COPEI y la burguesía rentista venezolana, pero la producción en ambos casos siempre ha sido resultante del esfuerzo de los venezolanos y venezolanas convertidos en trabajadores y trabajadoras petroleros.
En la actualidad, el petróleo venezolano, al igual que el extraído en otros países, ha pasado a ser no solamente un medio de producción y una materia prima estratégica para el desarrollo tanto del capitalismo como del socialismo, sino también una mercancía financiera cuyo valor ya no depende solamente de la oferta y la demanda en físico para el consumo real, sino de su cotización a futuro en las bolsas de valores del mundo capitalista desarrollado.
Es una paradoja que un país petrolero como Venezuela, poseedor hoy día de las mayores reservas de hidrocarburos del planeta, que trata de buscar una senda socialista y practica una política internacional solidaria con aquellos países más pobres que no tienen ni petróleo ni gas, se vea obligado al mismo tiempo a defender política y militarmente su riqueza. Por esas razones, Venezuela no puede simplemente –como pretenden algunos analistas- desconectarse de la esfera capitalista; como país soberano tiene que contar con la inteligencia y las alianzas tecnológicas y financieras con otras empresas y Estados petroleros para defender sus espacios en el mercado petrolero mundial. Por esas mismas razones, la estrategia entreguista, privatizadora, que sigue la oposición venezolana, orientada a entregar nuestro petróleo a las transnacionales usamericanas, simplemente no tiene futuro.
El socialismo venezolano, como ya hemos dicho, difícilmente podría construirse en solitario. Ya hemos visto como, a partir de una nueva relación de cooperación solidaria con otros países de Suramérica, Centroamérica, El Caribe, Asia y Europa el petróleo y el gas de Venezuela pueden compensar las carencias de otros países menos favorecidos con la posesión de recursos energético, en tanto ellos nos brindan asistencia sanitaria, educativa, tecnológica, científica, comercial, militar y política, áreas que la vieja burguesía rentista venezolana nunca pensó en desarrollar ni de manera autónoma ni en cooperación con otros pueblos. El socialismo para ser viable, debe estar fundamentado en una nueva forma de relación solidaria, no entre los estados, sino de los pueblos mismos.
Como hemos escrito al respecto en otra obra sobre el transito del Capitalismo al Socialismo (Sanoja 2010 (ms): 159), en las presentes condiciones de sobreexplotación que ejercen las transnacionales del imperio sobre los pueblos del mundo, “… la posibilidad real de los desarrollos capitalistas nacionales dentro de la economía mundo-capitalista, como dice Wallerstein (1998: 169), es una meta sencillamente imposible de lograr por todos los Estados. Para que alguno de los países periféricos al grupo hegemónico capitalista mundial llegase a alcanzar un nivel suficiente de acumulación de capitales, sería necesario que se convirtiese por ejemplo en la economía dominante de un sistema jerárquico regional de Estados, donde la plusvalía se distribuyese de manera desigual tanto en el espacio geopolítico como entre las clases geográficas…”. Dentro del sistema capitalista, incluso en la misma Nuestra América, cualquier nivel preponderante de desarrollo que obtenga una de las partes de la economía mundo es el reverso de un proceso inverso, el llamado subdesarrollo, en la parte contraria. De allí se deduce la importancia estratégica que revisten mecanismos financieros solidarios y de cooperación internacional tales como la ALBA (Alternativa Bolivariana para las Américas), el Banco del Alba y el Banco del Sur, promovidos por el gobierno bolivariano de Venezuela para consolidar una futura unión de naciones suramericanas la cual compense las asimetrías económicas y sociales entre los diversos países…”.
Contrariamente al pensamiento expresado en el párrafo anterior, al amparo de la riqueza petrolera, en el siglo XX creció en Venezuela la cultura del petróleo, con un rentismo modernizado, expresado en una gran burguesía y en una clase media autistas que se enriquecían paulatinamente, cuyos imaginarios y cuyos estilos consumistas de vida han transcurrido desde el siglo XIX arropados en las quimeras de Nueva York, París y Berlín. Por debajo del Estado burgués, de aquella estructura corporativa elitista que usufructuaba la renta petrolera para sus negocios personales, estaba la gran mayoría de venezolanos y venezolanas de a pié, excluidos del “festín de Baltazar” como lo denominó un político venezolano.
Durante la década de la dictadura perezjimenista (1948-1958), las fundaciones y universidades usamericanas al servicio de las transnacionales petroleras que operaban en Venezuela llevaron a cabo estudios sociales y culturales sobre la historia, el carácter nacional y las motivaciones del hombre y mujer venezolanos. Conocían los cambios que habían ocurrido y estaban ocurriendo tanto en la clase dominante como en la clase dominada, sabían que existía un sector social sin origen social definido y con un incipiente sentido “nacional burgués” que acumulaba capital con base al peculado y la corrupción, el cual era posible que se fortaleciera para formar la estructura del Estado venezolano, como efectivamente ocurrió al firmarse en Nueva York el llamado Pacto de Punto Fijo (Brito Figueroa, 1972:17-25).
Los firmantes de dicho pacto, los partidos Acción Democrática, Copei, Unión Republicana Democrática y el sindicato patronal FEDECÁMARAS, comenzaron a gobernar juntos desde 1958 hasta 1998, año cuando se incia la Revolución Bolivariana. Durante cuatro décadas rigieron el país “…en función de la plutocracia asociada estructuralmente a los monopolios norteamericanos, violan su propia “institucionalidad” y legalidad e imponen una política de terrorismo policiaco que supera, en este sentido, a la dictadura derrocada en el 23 de Enero de 1958…” (Brito Figueroa, 1972: 25.).
Las características del nuevo modo de vida y de cultura que caracteriza el Estado burgués venezolano desde el siglo XIX y su epígono que resultó del Pacto de Punto Fijo, alianza de los partidos políticos de estatus con la burguesía rentista parasitaria, han sido analizadas en profundidad en la obra de Iraida Vargas Arenas, Resistencia y Participación (2007: 79-129). En dicha obra, la autora resalta el proceso de exacerbación del estilo de vida consumista y el proceso de desnacionalización del Estado nacional venezolano en el imaginario de la elite punto fijista. Dicho proceso cambió el año 2002 con las acciones barbáricas cometidas durante el fallido golpe de Estado de Abril de ese año y la cínica barbarie –todavía más destructiva- del sabotaje petrolero y el lock-out patronal iniciado en Diciembre del mismo año, ambos derrotados por la resistencia cívico-militar del pueblo venezolano (Sanoja, 2008: 39-42).
La IV República dejó a la Revolución Bolivariana un enorme pasivo en todos los órdenes de la vida nacional: social, cultural, ético, económico, intelectual, educativo, tecnológico, etc., peso muerto que debe ser eliminado para poder construir el futuro, el Nuevo Modelo Productivo, la sociedad socialista venezolana. Como lo demuestra el agudo análisis de Víctor Álvarez (1999a) cuya obra hemos tomado como referencia para desarrollar este capítulo, el gobierno bolivariano del Presidente Hugo Chávez con base a los planes sociales, ha logrado una significativa reducción de aquel pasivo, lo cual se refleja particularmente en la tasa de desempleo y el porcentaje de personas en situación de pobreza. El desempleo cayó a solo 6.1 % en diciembre de 2008, después de haber alcanzado el extremo de 20.3 % en febrero de 2003 como producto del brutal golpe de Estado, el sabotaje petrolero y el lock-out patronal organizado por los remanentes de los partidos del estatus incrustados en la Fuerza Armada, PDVSA, la extinta Confederación General de Trabajadores (CTV) controlada por Acción Democrática, y el grupo patronal antinacional de FEDECÁMARAS. Gracias a aquellos planes, el porcentaje de personas en situación de pobreza se redujo de 62.1 en el 2003 a 31.5% en el 2008. Asimismo, el porcentaje de personas en situación de pobreza extrema cayó de 29 % en el 2003 a 9.1 % en el 2008 (Alvarez 2009b: 261).
Si bien Venezuela está ganando la batalla contra la pobreza, es necesario la transformar la economía capitalista en un nuevo modelo productivo socialista que garantize el desarrollo humano integral de todos los venezolanos y venezolanas, a través de la participación activa y protagónica del pueblo organizad para, erradicar las causas estructurales que siguen generando desempleo, pobreza y exclusión social con base a unanueva ética productiva basada en la solidaridad y la complementación en lugar del individualismo, el consumismo, la competencia y el lucro propios de la producción capitalista (Alvarez 2009b: 170-171, 176).
El peso del sector privado de la economía pasó de 64.7 % en 1998 a 70.9 % hasta el tercer trimestre de 2008, lo cual confirma que el crecimiento del PIB y el nivel de empleo están todavía marcados por el peso abrumador de alrededor de 70 % que tiene el sector privado en la economía venezolana, lo cual define la naturaleza capitalista del actual modelo productivo venezolano, razón por la cual la mayor parte del excedente que generan los trabajadores se queda en manos de los dueños de las empresas bajo la forma de ganancia capitalista vía la especulación voráz con los precios en todos los niveles de la cadena de producción-distribución. Los empresarios venezolanos no asumen, por el contrario, ningún compromiso con la comunidad, y se limitan a remunerar a los trabajadores con un salario que representa una ínfima parte del valor que estos agregan a la producción. (Alvarez 2009b: 249-250)
A pesar de la importante inversión social del gobierno bolivariano, se observa todavía poco dinamismo en los sectores de la agricultura y la industria sobre los cuales descansa la soberanía productiva de cualquier nación, los cuales proveen los alimentos, el vestido, el calzado, las medicinas y demás productos destinados a satisfacer las necesidades básicas para la reproducción de la vida cotidiana. La lógica del beneficio privado no ha dado tampoco repuesta en ninguna parte del mundo a la pobreza y la exclusión social. Nosotros pensamos que la raíz de aquel problema es el desconocimiento de la dimensión cultural de la actividad económica, por lo cual no se ha podido erradicar en la gente el imaginario capitalista para consolidar su alternativa, el imaginario socialista.
Razonando desde la óptica macroeconómica neoliberal, Maza Zavala (2009: 233) concluye que la economía actual de Venezuela se caracteriza por una demanda bastante activa y una oferta débil: “…la demanda es expansiva porque el gasto público la impulsa…La oferta interna procura atender esa demanda, pero su capacidad no crece proporcionalmente por insuficiencia de inversión real…la inversión bruta fija ha sido muy activa, pero con menor impulso la inversión privada más directamente relacionada con la producción (¿de bienes de consumo que la pública… El consumo como economía de demanda ocupa el mayor espacio en el PIB, de alrededor de 78%...” Podríamos acotar en relación a lo anterior que la inversión privada venezolana –diriamos que desde la colonia- nunca ha tratado de satisfacer plenamente la demanda de bienes y servicios sino, por el contrario, a satisfacerla de manera incompleta para mantene así los precios altos, limitar la inversión y provocar, a través de su frente comercial, la importación de los bienes faltantes vendidos a precios muy superiores a los que estos tienen en el país de origen para así especular y obtener ganacias mucho mayores. Esta es la que podríamos llamar la ley de bronce de la burguesía venezolana.
Los análisis anteriores, aunque escritos desde ópticas diferentes, nos revelan que para construir un modo de vida socialista venezolano será necesario e imperativo regular el sector de la distribución comercial y de servicios, que es donde se ha generado históricamente la distorsión consumista y especulativa de la burguesía comercial venezolana, premisa que intentaremos desarrollar en los párrafos siguientes apoyándonos en el razonamiento de Marx sobre la función política de la distribución y del comercio en el proceso productivo general.
El Modelo monoproductivo exportador venezolano
El capitalismo es un sistema económico que desde sus remotos orígenes en el Neolítico de Europa occidental se ha expandido y crecido a través del comercio a larga distancia (Sanoja, 2010, ms). Sobre esa base se construyó también la riqueza de Estados Unidos en los siglos XVIII y XIX (Sanoja y Vargas Arenas, 2007: 33-34). Todas esas experiencias históricas nos enseñan que el capital manufacturero crece en virtud de la ampliación correlativa del área de influencia del capital comercial. En nuestro caso particular, el capital comercial venezolano se ha desarrollado como una especie de correa de transmisión que desde el siglo XVI funciona en un solo sentido: la exportación de materias primas y la importación de bienes terminados, apoyado en el débil desarrollo manufacturero que proporciona la mono-producción, sea ésta de perlas, de café, cacao, tabaco, melazas o petróleo.
La burguesía venezolana, colonial o neocolonial, fundamentó su proceso de acumulación originaria desde el siglo XVI en la apropiación de productos naturales y posteriormente en la producción de materias primas de origen vegetal o animal para la exportación y en la distribución de las mismas en otros países. La ganancia obtenida por su distribución se invertía mayormente en mercancías suntuarias producidas en esos otros países, que eran traídas y luego distribuidas en Venezuela por los mismos exportadores.
Como ha explicado Marx en los Fundamentos de la Economía Política (1967: 23-29), la distribución de las mercancías es la que fija mediante las leyes sociales la parte que le toca a cada quien en la masa de productos. Las formas de distribución definen mejor los agentes de la producción en una sociedad dada, ya que aquéllas aparecen naturalmente como una ley social que fija su posición en el seno de la producción. Es por esta razón que Ricardo –acota Marx- afirma que el verdadero tema de la economía es la distribución, es decir que ésta determina tanto los modos específicos de producción y distribución como los estilos igualmente específicos de consumo en una sociedad dada.
La burguesía comercial parasitaria venezolana es la que nos ha impuesto, pues, las leyes de la producción y la distribución y los estilos de consumo, más interesada en reproducir su capital comercial que en invertir en la producción misma de bienes. Esto responde a que la base fundamental de la economía colonial y de la neocolonial que todavía tenemos en gran medida, estaba y sigue estando fundamentada precisamente el dominio del capital comercial sobre la producción (Stern, 1986: 843). Ese proceso tendrá que ser revertido por la Revolución Bolivariana para derrotar el poder de la burguesía comercial parasitaria, socializar por lo menos la distribución de mercancías, inclusive del dinero (la banca) e imponer finalmente en Venezuela un modo de vida socialista productivo que esté a resguardo de las conspiraciones de la contrarevolución y de su patrón el imperio usamericano.
La Revolución Bolivariana ha logrado disminuir sustancialmente los índices de pobreza de la población venezolana, aunque todavía existe una minoría que sigue acumulado pobreza, insuficiencia de empleo, inseguridad e inconformidad, una herencia de largos siglos de injusticia social cuya trayectoria histórica hemos tratado de bosquejar en este obra. Para eliminar definitivamente los rezagos negativos del capitalismo que impiden el logro de la felicidad social, es necesario que los venezolanos nos dediquemos con sabiduría y con firmeza a sentar las bases sociales, culturales y materiales del socialismo.
CAPÍTULO 25
El Modo de Vida Socialista y la Diversidad Cultural
El socialismo, ha dicho Michael Leibowitz (2007: 29), no cae del cielo: debe basarse necesariamente en las características particulares de cada país y nos equivocaremos si dependemos de modelos universales. Cada sociedad, como hemos intentado desarrollar en esta obra, tiene características únicas: su propia historia, sus tradiciones, sus mitos, sus héroes y heroínas: aquellos y aquéllas que han luchado por un mundo mejor y las capacidades que las personas han desarrollado en sus procesos de lucha. Una historia social y cultural de la economía venezolana, por tanto, no podría terminar sin plantear una discusión sobre las bases históricas de lo que deberá ser nuestro versión del modo de vida socialista (Sanoja 2010 ms. en prensa).
Por las razones que expone Leibowitz, el proceso de construcción de un modo de vida socialista siempre ha representado un formidable reto teórico y práctico para los pensadores y pensadoras y dirigentes revolucionarios (as), ya que Marx --como escribió Sánchez Vázquez (1981: 45)-- “conoció las condiciones reales de las que habría de surgir el socialismo, pero no pudo conocer las condiciones reales del período de transición que habría de conducir a la fase superior. Por ello, con respecto a esta fase superior, se limita a establecer el principio básico y las condiciones necesarias para establecerlo: cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo… cuando con el desarrollo de los individuos crezcan también las fuerzas productivas... y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva... podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués...” Por esa razón, Marx dejó a sus sucesores, ideólogos (as) y líderes revolucionarios, la tarea de pensar y diseñar la estrategia, la táctica que sería necesario aplicar para alcanzar la concreción de un modo de vida socialista.
Engels (1968: 148-151) planteó en el siglo XIX la estrategia general del proceso histórico qu- a su juicio- debería seguir una revolución socialista. Esta comenzaría con la creación de un verdadero Estado democrático, directa o indirectamente dominado por el proletariado, esto es, lo que llamamos hoy en Venezuela el Poder Popular, integrado tanto por los proletarios y proletarias mismos, pequeños campesinos (as) y burgueses (as) que comienzan a desplazar sus intereses políticos hacia el poder popular, “..transformandose a si mismo en el objeto y el sujeto del poder…”(Leibowitz 2010: 56).
Una democracia socialista –decía Engels- debería imponer una serie de medidas que regulen la propiedad privada y garanticen la existencia del poder popular, las cuales tienen como objeto crear las condiciones de vida necesarias para dar el salto cualitativo hacia una nueva formación social. Según Engels éstas serían:
1) Restricción de la propiedad privada mediante impuestos progresivos.
2) Desplazamiento progresivo de los terratenientes, dueños de industrias y manufacturas, de empresas de transporte, etc., mediante el desarrollo de un sector de empresas públicas que les haga competencia o mediante la expropiación mediante indemnización en valores públicos.
3) Organización de la fuerza de trabajo que permita eliminar la competencia entre los trabajadores y trabajadoras, obligando a los empresarios privados que todavía subsistan a pagar los mismos salarios que paga el Estado.
4) Obligación de trabajar impuesta a todos los miembros de la sociedad. Formación de ejércitos industriales, en especial para la agricultura.
5) Centralización del sistema de crédito y del tráfico monetario en manos del Estado por medio de un banco nacional, formado con capital público y suprimiendo todos los bancos y banqueros privados.
6) Multiplicación de las fabricas y talleres nacionales, ferrocarriles y barcos, roturación de todos los terrenos y mejoramiento de los ya roturados en la medida en que se aumenten los capitales y obreros de que disponga la nación.
7) Educación de todos los niños y niñas a partir del instante en que puedan prescindir de los cuidados maternos-paternos, en establecimientos nacionales a cargo de la nación.
8) Construcción sobre los solares nacionales de grandes palacios que sirvan de vivienda colectiva a comunas de ciudadanos y ciudadanas dedicados tanto a la industria como a la agricultura y que reúnan todas las ventajas de la vida urbana del campo, sin compartir las limitaciones de ambos sistemas de vida.
9) Destrucción de todas las viviendas y de todos los barrios malsanos o mal construidos de las ciudades.
10) Concentración de todos los medios de transporte en manos de la nación.
Estas medidas, de las cuales citamos algunas, no podrán implantarse todas de una vez, decía Engels (1968:148-150, pero una vez que se inicie el proceso, como efectivamente esta ocurriendo con nuestra Revolución Bolivariana, cada una de ellas arrastrará consigo a las demás. Cuando todas se cumplan, la propiedad privada se vendrá a tierra. El movimiento repercutirá en los demás países del mundo: será una revolución universal porque la burguesía y el capitalismo son universales y la lucha en su contra sólo podrá librarse, por tanto, en un terreno universal.
Establecer las teorías y las praxis del período de transición hacia un modo de vida socialista concreto, partiendo desde una sociedad capitalista concreta, como podemos ver, es una enorme tarea. Basta, para ejemplificar el monumental volumen de trabajo teórico y práctico que se ha hecho en los últimos cien años para esclarecer las condiciones reales del período de transición, hacer referencia solamente a la cantidad ingente cantidad de textos que escribieron Lenin, Trotski, Stalin, y Mao Ze Dong, cuatro de los más destacados pensadores y dirigentes de las revoluciones soviética y china, durante las primeras décadas de dichos procesos.
Para establecer las condiciones reales de la transición al socialismo en la Unión Sovietica, según Lenin, era necesario propulsar “… la propiedad social de todos los medios e instrumentos de producción, la supresión del sistema mercantil y su sustitución por un nuevo sistema de producción social,… la conquista del poder político por la clase obrera como condición previa e inexcusable de la reorganización de las relaciones sociales...” (Lenin 1960: 230). En el mismo documento, Lenin señalaba la necesidad de que en los programas de los socialdemócratas de los distintos países se establezcan diferencias de acuerdo con las condiciones sociales de cada uno de ellos para el desarrollo de las fuerzas productivas, como ocurrió en sociedades histórica y culturalmente tan diversas y populosas, dispersas sobre vastas extensiones territoriales, como las que integraban la sociedad soviética y la china en las primeras décadas.
Socialismo: diversidad histórica y cultural
Al igual que América Latina o Nuestra América, el antiguo Imperio Ruso y la República China constituían para inicios del siglo XX una abigarrada asociación de Repúblicas y Nacionalidades que englobaban poblaciones diversas desde el punto de vista histórico, étnico, social, cultural y lingüístico, cuyo nivel de desarrollo de las fuerzas productivas iba desde los que poseían modos de vida nómadas pastoralistas tribales hasta el modo industrialista clasista que animaba la formación capitalista rusa de comienzos del siglo XX.
Para responder a aquella situación, Stalin (1961) formuló su tesis sobre la Cuestión Nacional, el principio de la autodeterminación, la liberación de los pueblos oprimidos y la revolución proletaria. Para responder a la cuestión campesina, planteó la formación de cooperativas agrícolas, un sistema doméstico de producción socialista de Estado, similar al sistema de trabajo a domicilio del capitalismo, donde los trabajadores y trabajadoras recibían del capitalista la materia prima y los instrumentos de trabajo y ellos y ellas le entregaban a éste su producción (Stalin, 1961: 63-74).
Para la construcción del socialismo en China, Mao (1955: 154-161) enfatizó la necesidad de planificar el desarrollo económico y los métodos de movilización de las masas con base a una meta principal, el triunfo de la Revolución, recordando así mismo la necesidad –-para lograrla-- de elevar el nivel de conciencia política y cultural de las masas populares. Destacó Mao, igualmente, la necesidad de estudiar toda la naturaleza particular de las contradicciones que se presentan en cada forma de la materia en cada proceso de desarrollo, para hacer un análisis concreto de las mismas y descartar la arbitrariedad subjetiva: la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, la contradicción entre las clases explotadoras y las clases explotadas, la contradicción originada por éstas entre la base económica y factores superestructurales como la ideología y la política.
Destacaba Mao cómo, inevitablemente, dichas contradicciones conducen hacia diferentes formas de revolución en las diversas sociedades clasistas (Mao, 1967). Finalmente, Trostky (1963: 31), se abocó a desarrollar la tesis de la revolución permanente como el proceso que debe servir para transitar de la revolución democrática a la revolución socialista coordinando, para su éxito, el manejo de las variables internas de la misma con las de la coyuntura internacional. El socialismo, decía Trostky, no puede construirse en solo país, aislado; si la clase de los proletarios es internacional, lo es también la burguesía, por lo cual los revolucionarios y revolucionarias de todos los países deben coordinar sus luchas para emanciparse de la opresión capitalista.
El Socialismo del siglo XXI y la diversidad sociocultural latinoamericana
América Latina es un vasta civilización donde coexisten una gran variedad de pueblos formados a partir de tres grandes procesos civilizadores originarios: el Andino de la costa pacífica y el de la región atlántica de Suramérica, el Antillano Caribeño y el Centroamericano-Norteamericano (Sanoja, 2006, 2009), los cuales fueron forzados a integrarse de distintas maneras en la formación clasista-capitalista impuesta por la colonización europea.
El pueblo de Venezuela, al igual que otros de América Latina luego de la independencia del Imperio Español en las primeras décadas del siglo XIX, fue asolado por dictaduras militares o civiles como las de la IV República, que nos fueron impuestas tanto por el Imperio Europeo como el de Estados Unidos para proteger su hegemonía sobre nuestros pueblos.
A la variedad sociocultural histórica originaria se añadieron las deformaciones ideológicas inducidas en nuestras sociedades por la dominación neocolonial, fruto de las cuales son los sectores apátridas de las clases medias y de la grandes burguesías, así como de los sectores alienados de las clases populares latinoamericanas, convertidos en verdugos y agentes de la esclavización y la explotación de sus propios connacionales. Ello ha dado nacimiento a diversos procesos de desarrollo socialista que tratan de definir sus propias teorías, métodos y prácticas para lograr sus metas nacionales.
De acuerdo a la tesis del socialismo científico de Marx y Engels expresada en el Manifiesto Comunista (Marx y Engels, 2007: 23, 48-49), el surgimiento del socialismo y finalmente de la fase utópica del desarrollo social, el comunismo, debería producirse en aquellas sociedades que alcanzaran (para la época) el desarrollo máximo de las fuerzas productivas del sistema capitalista.
Como hemos discutido en nuestra última obra todavía inédita (Sanoja, 2010), según el paradigma de la civilización occidental capitalismo sería la fase final del proceso civilizador de la sociedad europea, proceso que habría comenzando a inicios de la Edad del Bronce hacia 3000 años a.C., alcanzando su mayor nivel de complejidad socioeconómica hacia finales del siglo XX e inicios del siglo XXI con el neoliberalismo y la globalización.En el Manifiesto Marx y Engels si bien reconocen que el capitalismo será la fase de mayor desarrollo de las fuerzas productivas, plantean que las contradicciones que surgirán en su seno generarán –dialecticamente- su propia destrucción a manos del proletariado organizado(y de los pueblos explotados), dando paso finalmente al surgimiento de la sociedad comunista. En aquel largo proceso de la historia europea, la formación y consolidación de la metalurgia para la fabricación de bienes suntuarios y de las redes de comercio a larga distancia para su distribución y consumo –sobre la cuales se sustentó posteriormente el capitalismo- ocurrió antes de la aparición del Estado, a diferencia de la mayoría de las sociedades clasistas iniciales, conocidas como modo de producción asiático, donde el Estado se asume como la fase formativa de las sociedades complejas (Sanoja, 2010 ms. en prensa)
La expansión e imposición forzada del sistema capitalista sobre los pueblos originarios y sus culturas de Nuestra América, como ya hemos dicho, se produjo a partir del siglo XVI con la conquista y la colonización europea. Gracias a la expoliación de nuestras riquezas y a la apropiación del plustrabajo, extraídos a la fuerza por los conquistadores de nuestros pueblos originarios, fue posible que las naciones europeas iniciasen el proceso de acumulación que les permitió trascender el antiguo capitalismo mercantil y acceder al capitalismo industrial, a la revolución industrial y la modernidad hacia finales del siglo XVIII. Como contraparte, dicho proceso de acumulación indujo en nuestros pueblos de América Latina la pobreza, el atraso y la injusticia social, lacras cuya eliminación es la meta de las revoluciones socialistas latinoamericanas. Éstas han surgido y continúan surgiendo, no como consecuencia del desarrollo capitalista sino, por el contrario, de la pobreza, el atraso y la injusticia social, que nos dejó como herencia la dominación colonial europea y luego la neocolonial impuesta a nuestros pueblos por el gobierno de Estados Unidos.
Por las razones ya expresadas, el socialismo venezolano latinoamericano del siglo XXI, y el venezolano en particular, debe tener como fundamento necesario el antiimperialismo. Debe sustentarse en la propiedad social de los principales medios de producción, única manera de defender nuestra soberanía de la voracidad de las transnacionales. La plusvalía producida por dichos medios socializados debe invertirse en el desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad, particularmente en el impulso de los contenidos humanísticos de la solidaridad y la participación social. Esta última, que constituye la meta explicita de muchos de los actuales los gobiernos suramericanos y caribeños, podría ser la base para que dichos pueblos lleguen finalmente a alcanzar un nivel calidad de vida que pueda considerarse como basamento para la construcción de los diversos proyectos socialistas.
La utopía concreta socialista establecida por Marx, nos dice Ludovico Silva (1982: 203), fue construida con base a la crítica de la realidad capitalista. En nuestro caso particular, tal como hemos expuesto en la primera parte de esta obra, el proyecto socialista debe ser igualmente resultado de la crítica, no debe partir solamente de la realidad capitalista, sino también de la precapitalista cuyos procesos han determinado la formación de la nación venezolana y de los proyectos revolucionarios latinoamericanos del siglo XX y del siglo XXI.
Un Modo de Vida Socialista venezolano
La conciencia política y cultural de un pueblo es producto de la construcción social que hacen los colectivos de su papel y de su lugar en el devenir de la historia nacional, regional y mundial, por lo que su grado de concreción depende de la calidad de su experiencia colectiva de vida. Gracias a la participación de los colectivos sociales venezolanos en el intenso período más reciente de luchas sociales y debates ideológicos, se ha comenzado a producir en ellos un importante proceso de maduración ideológica en el breve lapso transcurrido desde la elección del Presidente Hugo Chávez en 1998 hasta su contundente reelección en 2006 para un segundo período presidencial. Como resultado del mismo, la mayoría del pueblo venezolano aprendió a razonar sus opciones políticas en el corto, el mediano y el largo plazo: ningún venezolano o venezolana puede pretender hoy día que participa ingenua y desinteresadamente en los procesos sociales que mueven la realidad nacional, síntoma sin duda de haber alcanzado un importante nivel de conciencia social y política.
La necesidad histórica de construir una sociedad socialista en Venezuela, así como también en otros países de Suramérica, se fundamenta en la conciencia política que han adquirido la mayoría de nuestros pueblos sobre un hecho que es incontrovertible: mientras el socialismo tiene como meta lograr el desarrollo pleno de los hombres y mujeres como seres sociales, el capitalismo, particularmente en su presente fase neoliberal, persigue un objetivo contrario; al privilegiar la preeminencia del capital sobre el trabajo, degrada el medio ambiente y las condiciones materiales del trabajo humano, provocando igualmente la devaluación de las condiciones culturales y sociales de los pueblos. El capitalismo neoliberal –por esas razones- ha dejado de ser un medio de desarrollo de las fuerzas productivas para convertirse un gigantesco freno al desarrollo económico y social de los pueblos (Vargas Arenas, 1999).
Las estructuras institucionales y las prácticas actuales del gobierno bolivariano y de la mayoría de la población pueden ser consideradas hoy día como protosocialistas (Vargas Arenas, 2007). Como señalara, entre otros, Lenin, el socialismo es una fase histórica de transición en el proceso de desarrollo de los pueblos caracterizada por la planificación, el desarrollo orgánico de las fuerzas productivas, la información sobre todas las necesidades de la sociedad sistemáticamente investigadas y divulgadas, la satisfacción de las necesidades colectivas elevada al rango de objetivo esencial de la gestión pública, la administración de las cosas al servicio de todo el pueblo, la desaparición o reducción en intensidad de los antagonismos de clase y de la injusticia social (Sanoja, 2008: 53).
Bajo el socialismo, como se plasmó en la propuesta de reforma constitucional presentada por el Presidente Hugo Chávez en Septiembre de 2007, es posible y necesario orientar la voluntad social hacia la construcción de una democracia participativa donde, sin aplastar y eliminar totalmente la conciencia política privada, domine la conciencia pública y colectiva, la conciencia de los ciudadanos y ciudadanas integrados en colectivos que reflejen la voluntad trasformadora del pueblo. En este sentido, la democracia socialista es diferente a la democracia burguesa la cual fundamenta su existencia en la desigualdad social, que trata no con colectivos sociales sino con individuos aislados, explotados por las leyes del mercado controladas por una minoría de capitalistas.
¿Hacia dónde va nuestro socialismo del siglo XXI? Hacia una sociedad donde todos los hombres y las mujeres alcancen la plena conciencia social que los conduzca a la libertad de realizar el potencial de sus vidas.
La construcción de un modo de vida socialista en el siglo XXI en Venezuela, si bien se apoya en la teoría sustantiva formulada por los clásicos del marxismo, es un proceso novedoso; debe ser crítico y reflexivo pues debe dar respuesta a las condiciones socio-históricas de una sociedad concreta. La elaboración de una teoría particular y una práctica sobre ese socialismo deben, en nuestra opinión, asumir como un requisito teórico necesario conocer y estudiar la historia social de Venezuela, las experiencias de vida de los colectivos humanos en el pasado y en el presente.
El socialismo del siglo XXI –como hemos expuesto- no alude solamente a la transformación de los procesos económicos de producción, distribución, cambio y consumo de bienes, servicios y mercancías que han caracterizado a la Formación Social Clasista Nacional venezolana hasta ahora, sino también y principalmente a la creación de nuevas formas de organización de las relaciones sociales de producción para que nuestra sociedad sea capaz de culminar y mantener dichos procesos de transformación.
Existen, como han expuesto varios autores y autoras, diversas percepciones sobre las formas que adopta actualmente la construcción del socialismo venezolano del siglo XXI. Varias de ellas (Hernández, 2006), consideran que la presente fase del proceso revolucionario venezolano equivaldría a una revolución de liberación nacional en tránsito hacia el socialismo (Sanoja, 2008). En nuestro concepto personal, esta fase histórica de la construcción de un modo de vida socialista venezolano si bien tiene como condición necesaria la liberación nacional, se caracteriza principalmente por los cambios que se están produciendo en las relaciones sociales de producción: en la organización de colectivos sociales del poder popular, ejemplo de lo cual son los Consejos Comunales que se deberían estructurar en un futuro asociados con las diversas misiones sociales ya existentes (Sanoja 2008: 145-149, Harnecker:2008).
Para darle coherencia a la propuesta de construcción de un socialismo del siglo XXI en Venezuela, es imperativo trascender la fase de liberación nacional; lo contrario nos estancaría en el limbo del Capitalismo de Estado. Para lograr dicho fin será necesario promover la asociación estructural de las diversas Misiones Sociales con los Consejos Comunales (que formarían las bases del nuevo Estado socialista venezolano) al rango de política de Estado. Ello sería esencial para crear una sociedad socialista centrada en el autogobierno, estructurada con base al poder popular manifestado en los consejos comunales organizados como redes transversales de ese poder, como clase revolucionaria, bajo nuevas relaciones sociales de producción, las cuales consoliden la integración de las formas de propiedad social, cooperativa o colectiva junto con la personal, la privada y la mixta, tal como se planteaba en la propuesta de reforma constitucional de 2007. Ello permitiría trascender el trabajo asalariado, creando una nueva cultura laboral basada en un modo de trabajo signado por la solidaridad comunal, lo cual contribuiría a impedir que la propiedad privada y la personal se consoliden separadamente como propiedad burguesa, es decir, como instrumento de clase para la explotación de otros hombres y mujeres (Sanoja 2008:117-154). Para ello es necesario fomentar el mayor idealismo en interés de la colectividad, el espíritu de iniciativa de un verdadero civismo que fórman la base moral del socialismo, así el embrutecimiento, el egoísmo y la corrupción son los fundamentos del capitalismo (Luxemburgo 2006:116).
En otras sociedades, como fue el caso –por ejemplo- de algunas africanas, la Argentina de Perón y la chilena de Allende, la revolución social sólo pudo llegar hasta la fase de liberación nacional creando un importante desarrollo de las fuerzas productivas, pero sin que existiese transformación de las relaciones sociales de producción, sin que mediase la destrucción del poder de la oligarquía y de la influencia omnipresente del Imperio. Ello condujo, en el corto plazo, a la destrucción de dichas revoluciones o al estancamiento de las mismas en simples capitalismos de Estado que fueron desmantelados por la privatización neoliberal.
Un socialismo venezolano del siglo XXI –en nuestra opinión- debe partir de una concepción humanista, democrática y solidaria de la vida social, donde el logro de la realización plena de hombres y mujeres constituya el valor social más importante. Para lograr estos objetivos es fundamental que dichos colectivos sociales alcancen un nivel de conciencia social y política que legitime los cambios estructurales que están produciendo, y una praxis para que la Revolución Bolivariana sea efectivamente revolucionaria y detenga la inercia ideológica existente en parte de nuestra población, que arrastra a los individuos hacia el consumismo, el egoísmo y el individualismo.
FIN
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