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domingo, 1 de enero de 2012

Historia Socio-cultural de la Economía Venezolana: desde nuestros orígenes hasta el presente. PARTE III


 Historia Socio-cultural de la Economía Venezolana: desde nuestros orígenes hasta el presente. PARTE III

 Mario Sanoja Obediente



Véase: 

Historia Socio-cultural de la Economía Venezolana: desde nuestros orígenes hasta el presente. PARTE I en el siguiente vínculo:

http://librepenicmoncjose.blogspot.com/2011/12/historia-socio-cultural-de-la-economia_27.html

Historia Socio-cultural de la Economía Venezolana: desde nuestros orígenes hasta el presente. PARTE II en el siguiente vínculo:

 http://librepenicmoncjose.blogspot.com/2011/12/historia-socio-cultural-de-la-economia_28.html

 

PARTE III
LA FORMACION ECONOMICO-SOCIAL CLASISTA NACIONAL
  

CAPÍTULO 16
Colonialidad del poder, modos de vida y estilos de consumo


Como ya se ha hecho al inicio de las diferentes partes de esta obra, una nueva discusión de las categorías y conceptos históricos es necesaria cuando comenzamos a abordar el estudio de la fase que da origen a la aparición de la FES Clasista Nacional Venezolana, que cubre la segunda mitad del  siglo XVIII y los siglos XIX y XX. Existe  un cambio sustancial gracias a los procesos ocurridos que permitieron la constitución del Estado Colonial Caraqueño, la emancipación política de España, el efímero ensayo del Estado multinacional de la Gran Colombia y el  posterior complejo proceso socio-cultural, político y económico que significó la  formación de la República. La calidad histórica se  transforma pues el modo de producción -basado en el  antiguo sistema de monoproducción agropecuaria- da paso a un nuevo sistema monoproductor petrolero vinculado al todo más desarrollado del sistema capitalista mundial. Aunque las categorías históricas siguen vigentes, la realidad social a la cual ellos se aplican deviene más compleja y más dificil la definición de las fronteras conceptuales que definen sus componentes.


La categoría formación social alude al sistema de relaciones generales y fundamentales de la estructura y causalidad social, entendido como totalidad (Bate 1998: 57). Esta categoría resume en sí toda la clase del proceso social que define a la totalidad. Para poder  conocerla y explicarla “… tenemos la necesidad de  realizar una serie de abstracciones (otras categorías) para conocer el conjunto de la totalidad en sus múltiples determinaciones…”  ya que una categoría sólo puede ser entendida en correspondencia con la totalidad que la explica (Vargas Arenas, 1990: 61).


Para definir un modo de producción concreto es necesario partir de la consideración que la base material de la vida social es la  que establece las condiciones y la forma que adoptan las relaciones sociales de producción (Maza Zavala, 1967: 183). El concepto de modo de producción “…se refiere a la unidad de los procesos económicos básicos de la sociedad; producción distribución, cambio y consumo…”, los cuales son esenciales para determinar  la estructura social y las relaciones que se establecen en torno al proceso de producción. Estas relaciones sociales de producción son las que permiten definir la calidad de un modo de producción, “…ya que corresponden a una determinada medida del desarrollo de las fuerzas productivas…” (Bate, 1998: 58).


El modo producción clasista venezolano, como se puede inferir de las discusiones precedentes, es una categoría histórica compleja que conceptualiza todas aquellas formas interactivas particulares (modos, sub-modos y estilos de vida) que en cierto momento se generan en una sociedad  y las condiciones naturales y materiales de su existencia, entre los individuos sociales mismos,  en el tipo de relaciones sociales de producción que ellos establecen y en los elementos de la conciencia social que éstas generan. El  modo o modos de vida, sub-modos, los estilos de vida y el o los modos de trabajo a través de los cuales el modo de producción se expresa de manera particular, no son reducibles a alguno de los elementos o a parte de uno de ellos, ya que constituyen la resultante histórica de la totalidad de sus relaciones que se sintetizan en el modo de producción y la formación social correspondiente (Vargas Arenas, 1990: 64).


La transformación de las leyes sociales no es azarosa sino, por el contrario, es el resultado de la actividad consciente del trabajo de los hombres y  las mujeres, por lo cual  es preciso conocer y entender sus ritmos de estructuración social, la existencia de ciertas maneras particulares de la organización de la actividad humana, las praxis particulares de una formación social que dinamizan su dialéctica “…y en consecuencia, los cumplimientos objetivos de las leyes específicas que rigen para esa formación social...,”, las cuales podemos aprehender a través de los conceptos de modo de vida y estilo de vida   que resumen la totalidad de la particularidad (Vargas Arenas, 1990: 64-65).


Podríamos decir que la categoría modo de vida expresa las mediaciones objetivas entre las regularidades que existen entre lo general y lo singular,   que se formalizan en las categorías de formación social y cultura:


1) La especificidad de la organización técnica y social.
2) La especificidad de la organización y la dinámica social y, en consecuencia,
3) Los ritmos históricos de desarrollo y la viabilidad de los cambios que se expresan como sub-modos de vida.


El modo de vida se visualiza cuando aquellas particularidades  se  expresan en el dominio singular de la cultura, el llamado mundo sensible, como es el caso, por ejemplo, de las formas culturales que adoptan  los estilos de consumo que sirven para distinguir  las diversas clases sociales,  las normas jurídicas que regulan aquellas relaciones  e  igualmente los contenidos de los imaginarios, es decir,  el modelo de valores éticos y  la ideología general que diferencia a unas de otras.

En cada época de la historia de un país, el imaginario que distingue a  las distintas clases sociales puede ser visualizado en la realidad sensible vía  el consumo de un producto o de un grupo productos básicos los cuales, aunque no tienen una significación cultural intrínseca, la adquieren través del complejo de relaciones que se establecen con motivo de su explotación y aprovechamiento, por su valor como medios para satisfacer  necesidades  y para la acumulación y concreción material de Valor. Esto quiere decir que el Capital, el proceso implícito en las relaciones sociales de producción que se establecen entre patronos y trabajadores, puede asumir la forma de objetos materiales producidos en dicha relación; por tanto, los cambios  en el valor de uso o el valor de cambio de los objetos producidos en el circuito del capital, necesariamente  pueden reflejar también los cambios en las condiciones del mundo material en el cual fueron manufacturados (Paynter, 1988: 413Stps.arch.).


Según Bate (1998: 65), el modo de vida expresa las mediaciones objetivas entre las regularidades formalizadas a través de la categoría formación social y la de cultura, representando en consecuencia las particularidades de la formación social. En este sentido, el modo de vida es un eslabón intermedio entre el carácter esencial de la formación social y su manifestación fenoménica en la cultura.


Aunque un modo de vida no es una fase ni un estadio y, en consecuencia, el modo de trabajo tampoco lo es, los grupos sociales que desarrollan un modo de vivir, un determinado modo de vida pueden persistir temporalmente en una formación social, trascenderla históricamente y desaparecer en una fase de la misma (Bate, 1998: 66).


Con base a los contenidos de las definiciones anteriores de modo de vida, hemos podido establecer los ritmos de estructuración que caracterizaron las fases de desarrollo histórico del modo de producción clasista venezolano,  de acuerdo con las diferencias históricas particulares en las formas de producción y reproducción de la vida material. Tales formas implican, por una parte, variaciones significativas en las calidades de las relaciones sociales de producción, las cuales constituyen líneas de estructuración o “partes” del todo como es la formación social, coexistentes pero distintas, las cuales responden también con particularidades del objeto y medio de trabajo y, en consecuencia, de las relaciones técnicas de producción (Vargas Arenas, 1998a: 664-665).


Colonialidad y los  estilos de vida consumista

La colonialidad del poder alude al lugar espistémico que describe y legitima el poder colonial, al espacio desde el cual se produce y reproduce la diferencia colonial (Lepe Lira, 2008). En el caso específico de las relación de dominación entre las potencias coloniales y los países subordinados o colonizados como Venezuela, el discurso de poder de la colonialidad se orientó hacia la eliminación y la sustitución  de los elementos culturales propios, sobre todo materiales, tales como edificaciones, traza urbana, monumentos arquitectónicos y muchísimos otros que actuaban como referentes simbólicos para mantener e incluso reinventar en cada época la memoria histórica de los venezolanos y venezolanas; ese proceso de sustitución ha servido para  legitimar la dependencia colonial o neocolonial, de lo cual es ejemplo el régimen guzmancista instaurado en Venezuela a finales del siglo XIX.


La manipulación de la memoria histórica ha servido, en consecuencia, para justificar el orden y las relaciones capitalistas de poder establecidas por la elite oligárquica minoritaria que habitó el enclave local del poder colonial o la que ocupa en el presente el poder neocolonial, con la mayoría de venezolanos y venezolanas excluida, dominada y explotada para su beneficio, tanto el propio como el del imperio que dicha elite representa (Vargas Arenas, 2007: 15).


La condición colonial o neocolonial dependiente de Venezuela fue, en un primer momento, la expresión particular de la totalidad social capitalista mundial. Así entendido el proceso histórico, la FES Clasista Venezolana tuvo una fase colonial que se manifestó en lo concreto  como una línea  particular de desarrollo  de la formación social clasista en su conjunto, y que se inició  en el siglo XVI y se prolongó hasta finales del XX, la cual estuvo mediada por la dinámica en la composición del poder en los  países europeos. En consecuencia, en un  período que abarcó tres siglos, Venezuela fue dependiente del Imperio Español para, luego, devenir dependiente como neocolonia  de otros imperios como el inglés, el francés, el alemán y  finalmente el estadounidense (Vargas Arenas, 2007).

En un modo de producción, el trabajo crea valores de uso (utilidad) y valores de cambio (económicos), por lo cual el patrón de las relaciones sociales se sustenta en el modo como se realiza el trabajo (producción) y en el modo como se aprovechan, distribuyen y consumen los productos de dicho trabajo (distribución, cambio y consumo). Veremos así que en Venezuela, por ejemplo, los estilos diferenciales de consumo de determinadas mercancías por parte de las varias clases sociales en distintos momentos históricos, constituyen un indicador cultural que permite caracterizar las relaciones sociales de dominación y explotación. 

Bajo un régimen capitalista, los conceptos de “existir” y “tener” se consideran equivalentes, de modo que aquel hombre o mujer que no tiene nada material, no es nadie, lo cual constituye  el fundamento del consumismo. La publicidad comercial y los medios de comunicación en general han sido muy útiles para convertir el hecho de “no tener” en una realidad absolutamente desesperada: quien no tiene o no posee alguno de los bienes de prestigio considerados como social y culturalmente necesarios, se siente separado de la existencia humana en general, del mundo de los objetos  y en última instancia del mundo real puesto que tal necesidad sólo existe en el imaginario (Lefebvre, 1991: 155). La respuesta a este sentimiento de carencia inducida a través de la publicidad comercial y los medios de comunicación, es el consumismo.

El consumo de loza doméstica europea: indicador de prestigio social

La forma del consumo que hacía la burguesía caraqueña de mercancías tales como la loza doméstica inglesa en el siglo XIX estaba estrechamente vinculada a la reproducción y el mantenimiento de la vida cotidiana de los colectivos  sociales; por tal razón, tales mercancías representaban un elemento de penetración ideológica y de formación de valores capitalistas en los pueblos receptores.
    
Para comprender dicho concepto, podemos ejemplificar con la loza doméstica inglesa,  la cual constituyó el principal componente de la producción y la exportación-importación de bienes domésticos entre mediados del siglo XVIII y mediados del siglo XIX (van Rensselaer, 1966; Sussman, 1977; Miller, 1980). Su importancia para nuestro estudio radica, no sólo en las características formales intrínsecas de los objetos o los precios de venta de la misma, sino en su representación simbólica a efectos del imaginario de los modos de vida burgueses, particularmente entre los británicos de los siglos XVIII y XIX  y de la FES Capitalista en general, que se transfirió vía el comercio  al imaginario de la  “aristocracia” criolla y la pequeña burguesía que conformaban la clase dominante de la sociedad venezolana de la época.
  
En el comercio mundial de los siglos XVIII y XIX, el desarrollo en Inglaterra  de la producción industrial   de bienes domésticos como las vajillas de loza o porcelana, ligadas a la reproducción de una dimensión de la vida cotidiana como son los diversos  estilos para el consumo de los alimentos y bebidas (platos, vasos, copas, mantequilleras, tazas de café, soperas, etc.) y  para la disposición de las excretas (bacinillas o bacines), daban respuesta a los cambios profundos en los rituales culturales de la vida cotidiana  que habían sido introducidos, sobre todo en la clase alta y la clase media de sociedad inglesa como consecuencia de los cambios cuantitativos y cualitativos que se estaban produciendo en el modo de vida de la formación capitalista inglesa.
    
Esos valores sociales y culturales que aluden al abandono de las antiguas formas comunales de consumo y al desarrollo de un imaginario del individualismo capitalista expresado en las maneras de mesa, en la privacidad para satisfacer las funciones corporales (Deetz, 1988: 228), fueron transmitidos por los mercaderes ingleses, vía el comercio de la loza domestica alrededor de todo el mundo (Miller, 1980:2).Ello significó un proceso de globalización en ciertos ambientes de la cultura producida en Inglaterra, lo cual sólo fue posible gracias al papel hegemónico que jugaba el imperio inglés en las relaciones mundiales. Es en este sentido que los objetos de  loza inglesa, francesa, catalana, mexicana, alemana, china, italiana, etc., recuperados en las investigaciones sobre arqueología del capitalismo en sitios urbanos como Caracas, la antigua Santo Tomé de Guayana, Valencia, Coro y Maracaibo, entre otros,  son  también una invalorable fuente documental para conocer esta faceta de la historia del modo de vida clasista colonial venezolano y del modo de vida clasista nacional r republicano (Sanoja y Vargas Arenas, 2002, 2006, 2008?; Aburto, 1998).
  
Las evidencias documentales y arqueológicas sobre la sociedad caraqueña de finales  del siglo XIX (Aburto, 1998) proporcionan informaciones concretas sobre los diversos lugares y fechas donde se localizaban los centros de producción de las vajillas, de las condiciones en las cuales se efectuaba dicha producción así como  de los procesos  comerciales que hicieron posible su consumo por poblaciones ubicadas en lugares remotos como los centros urbanos venezolanos de los siglos XVIII y XIX, ya que uno de los objetivos centrales del capitalismo mercantil fue el desarrollo de mercados mundiales y la integración de los diversos países y sociedades en un único sistema mundial.
 
 Las fuentes documentales históricas, tanto hemerográficas como arqueológicas, testimonian la importancia que adquirió la irradiación del comercio del imperio británico en Venezuela en los siglos mencionados, así como su declinación a partir de la segunda mitad del siglo XIX frente a la emergencia de otros poderes capitalistas como Francia, Alemania y Estados Unidos que asumieron el relevo del dominio neocolonial sobre la sociedad venezolana (Vargas Arenas, et alíi, 1998; Sanoja et alíi, 1998; Aburto, 1998).


La colonialidad de la formación social clasista venezolana 


Al considerar la influencia ideológica ejercida por el liberalismo inglés sobre la dirigencia del movimiento independentista venezolano del siglo XIX, es preciso dejar claro que la simpatía y el apoyo que les mostraba el gobierno y la burguesía ingleses era la estrategia de ambos para desestabilizar el dominio español en el Caribe y  liberar las antiguas colonias para convertirlas  luego en mercados abiertos para sus manufacturas y  en fuentes de abastecimiento de materias primas para sus industrias.


La arqueología del capitalismo, al estudiar la irradiación del comercio europeo hacia Venezuela desde el siglo XVI y particularmente durante los siglos XVIII y XIX, proporciona las evidencias materiales de la influencia del comercio mundial en la vida cotidiana y  la afluencia del estilo de vida consumista de la burguesía venezolana, particularmente la caraqueña,  durante el siglo XIX y su proyección hacia el imaginario colectivo donde incluimos también la ideología y la política (Vargas Arenas, 2005).


Nuestra definición de las fases del proceso histórico que produjo  la formación social nacional venezolana no limita la colonialidad solamente a las relaciones temporales de dependencia con la Corona española, sino también a las diferentes fases subsecuentes que muestran la afectación de la articulación de los procesos de producción venezolanos con las relaciones sociales, la ideología y la cultura por parte de otros centros hegemónicos de poder, y que ha estructurado el capitalismo dependiente que ha dominado desde el siglo XVI hasta finales del siglo XX.


El estilo de vida consumista en el modo de vida colonial indohispano: 1500-1750


El estilo de vida consumista de mercancías suntuarias producidas en las metrópolis por las elites dominantes, es una característica de las sociedades coloniales, no por una determinación atávica sino porque las metrópolis reducen sus colonias al rango de productoras de materias primas y consumidoras de los bienes terminados que ellas producen, agregándole valor a las materias primas.


A partir del siglo XVI, resumiendo lo ya expuesto en capítulos anteriores, el sistema capitalista mercantil europeo que había comenzado a emerger en las regiones desarrolladas de Europa Occidental, inició un proceso colonial expansivo hacia la nueva periferia que habían revelado los viajes de exploración y que existían más allá del finisterrae continental.


Nos referimos al aspecto mercantil de dicho proceso, no simplemente como una de las sucesivas etapas históricas del desarrollo del capitalismo europeo. La actividad económica de los grandes mercaderes, particularmente durante los siglos XV y XVI, como afirma Braudel (1992-3:621), se orientaba indiscriminada, simultánea y sucesivamente hacia el comercio, la banca, las finanzas, la especulación en la bolsa de valores y la producción industrial. Pero no fue sino a partir del siglo XVI cuando, gracias particularmente a la extracción de riqueza desde Sur América y el Caribe, el capitalismo europeo temprano pudo expandirse merced al desarrollo de una economía de mercado a largo plazo, basada en la existencia conjunta de mercados y ferias que estimulaban el comercio regional, así como  en el comercio ultramarino.


Esa nueva coyuntura  tuvo gran influencia en el desarrollo y la transformación de los pueblos y ciudades en todo el mundo. Las tensiones sociales, que constituyen el catalizador de los procesos de cambio histórico se acentuaron al profundizarse el antagonismo entre ciudad y campo (Marx y Engels, 1982: 53-54), generando procesos generales de  expansión de la vida social los cuales, a su vez, determinaron el surgimiento de nuevos y más intensos episodios de tensión y transformación en los diversos  procesos mundiales de cambio social y urbanización.


El sistema capitalista se internacionalizó, se extendió y perfeccionó durante esta fase expansiva colonialista que se prolongó hasta los inicios del siglo XVIII mediante el desarrollo de métodos políticos y culturales adecuados para comprender, dominar y sojuzgar los pueblos aborígenes de nueva periferia de Europa con la esclavitud y el trabajo forzado o enfeudado. Utilizaremos cuatro conceptos que definen esta nueva realidad histórica: a) el colonialismo global; b) el eurocentrismo; c) el capitalismo y d) la modernidad (Stern, 1986: 829-830; Orser, 1996; Orser and Fagan  1995: 221-222; Funari, 1944: 43; Sanoja y Vargas Arenas, 2005:5-9).


La ideología civilizatoria y la historiografía liberal conservadora legitimaron el papel civilizador del colonialismo asignándole a las sociedades originarias -tanto en América como en África-- un lugar histórico negativo en la construcción de la nueva sociedad mestiza (Vargas Arenas, 2005 RVECS, 2010), lo cual permitió  a la historia oficial burguesa invisibilizar los grandes aportes culturales, sociales y tecnológicos que hicieron nuestras sociedades ancestrales para consolidar el perfil de lo que llamó Simón Bolívar “nuestro pequeño género humano”.


Como parte de las disciplinas científicas de la Arqueología y la Historia contemporánea, la llamada Arqueología de la Formación Capitalista es aquella que nos permite comprender, vía la recuperación y el estudio de las evidencias materiales,  el impacto que tuvieron sobre nuestros pueblos las Revoluciones Industriales, el auge del comercio mundial, las innovaciones tecnológicas y demás cambios introducidos por el capitalismo global. Analizadas conjuntamente con las fuentes escritas, aquéllas nos permiten igualmente estudiar las  migraciones humanas, voluntarias o forzadas, que afectaron la configuración demográfica, cultural y económica de los pueblos de los diversos continentes, conformando una coyuntura mundial  que rebasaba los límites políticos y geográficos que definían las sociedades precapitalistas periféricas, estimulando su asociación con empresas (la expansión colonial y el comercio) o en circunstancias históricas comunes (esclavismo, clases sociales, etc.). Esta dialéctica de la macro-histórica puede ser más claramente percibida y entendida a través del estudio de la microhistoria y de la vida cotidiana: de los testimonios arqueológicos recuperados en las fortalezas, las aldeas mineras, las viviendas de los indígenas y de los esclavos (as), en los humildes artefactos y en la gente usualmente anónima que los fabricó y en la manera cómo, a su vez, estos incidieron en los grandes procesos de la historia mundial (Orser y Fagan, 1995: 19).


Una de las características que adoptó el capitalismo a partir del siglo XVI fue la producción, en una escala siempre creciente, de bienes de  consumo que se podían comerciar a larga distancia. La expansión colonial de los grandes imperios ultramarinos de la época, tales como España,  Inglaterra y Francia, incidió también en el auge de la producción excedentaria de muchos productos que eran exportados hacia los nuevos territorios coloniales.


En aquellos territorios existían para el siglo XVI importantes poblaciones humanas originarias,  cuya demanda de aquellos productos comerciales impuestos por la colonización no podían ser satisfechas por los sistemas locales de producción, ya desestructurados por la violencia de la conquista y la colonización europea.


En el caso particular de España, su escaso desarrollo de las fuerzas productivas limitaba la capacidad de hacer una oferta suficiente de bienes de consumo a sus vastos territorios coloniales americanos.  Por tal razón, la industria artesanal o semi-índustrial de otros imperios y países europeos tales como Holanda, Inglaterra, Francia y en cierta medida Alemania, asumieron la tarea de proveer al comercio ultramarino con la América Hispana para dotarlos de los bienes de consumo que España no podía suministrar o suministraba de manera deficiente. Surgieron así las diversas compañías para el comercio con  las Indias Occidentales y las corporaciones de comerciantes privados que armaban expediciones con  los llamados piratas y bucaneros (Britto García,  1998: 76). Estos, en realidad, forzaban a cañonazo limpio el intercambio comercial con las poblaciones costeras del Caribe y del litoral atlántico suramericano,  cual  versión originaria de las actuales transnacionales del imperio.


La primera centuria  del régimen colonial español en Venezuela estuvo determinada por los esfuerzos que debieron hacer los invasores europeos: alemanes, castellanos, ingleses y franceses para derrotar la resistencia indígena, subyugar los diversos pueblos originarios para despojarlos de sus tierras, convertir a hombres y mujeres en sus siervos (as) o esclavos (as) y apropiarse de sus conocimientos.


Aquellos métodos de dominación de la fuerza de trabajo que habían sido característicos de la formación feudal europea, fueron utilizados en las regiones periféricas del capitalismo mercantil durante la fase de transición que siguió al colapso de la sociedad feudal. Muchos autores (as) han confundido este proceso que se instauró en nuestra América y particularmente en Venezuela con un feudalismo real, cuando en realidad se trató –como hemos dicho- de métodos feudales para controlar y explotar la fuerza de trabajo en una sociedad capitalista (Sanoja, 2009 msc).


El uso de aquellos métodos para explotar y subordinar a las poblaciones originarias  permitieron a los europeos conocer los diferentes idiomas y dialectos hablados por los pueblos originarios, la naturaleza de los suelos agrícolas, reconocer cuáles plantas eran comestibles, las técnicas para cultivar las plantas comestibles y cazar los animales salvajes, la tecnología para fabricar viviendas,  la etnobotánica, las plantas medicinales y las prácticas médicas aborígenes, la minería, conocer los itinerarios de viaje, la ubicación de los otros pueblos indígenas, sus costumbres, su fuerza militar,  en fin, de todos los conocimientos que les permitieron sobrevivir al desarraigo de su propia sociedad y cultura y apoderarse de los pueblos y las tierras americanas.


La arqueología nos indica que durante la primera centuria, siglo XVI, los conquistadores y colonizadores consumieron principalmente  insumos de procedencia originaria; es por esta razón que denominamos a la cultura de esta fase inicial como Indohispana. La comida estaba dominada por  alimentos tales como la yuca –consumida fundamentalmente bajo la forma del casabe-, el maíz, la papa, las caraotas, los frijoles, la arracacha,  la auyama, el ocumo, la batata,  la lechosa y otros frutos tropicales; a falta de aceite de oliva, utilizaban aceite obtenido del procesamiento de los huevos de las tortugas de río.


El análisis de los contextos arqueológicos urbanos que ilustran el modo de vida indohispano en Venezuela refleja la simplicidad tanto de la oferta como de la demanda y del estilo de vida  de la clase dominante. Los  hallazgos frecuentes de tazones y escudillas importadas nos indican la existencia de maneras de mesa donde el alimento consistía básicamente de un único plato, hervidos o guisados. Para consumirlos, se utilizaban tal vez cucharas de madera y cuchillos metálicos, ya que hasta ahora el hallazgo de cubiertos metálicos no ha sido reportado, excepto bajo la forma de “presentoirs” tenedores y cuchillos empleados para cortar y servir las carnes en la mesa. En ese mismo sentido, podemos acotar que desde inicios del siglo XVI los españoles consumían frecuentemente cocidos o sancochos de legumbres aderezados con carne de vacuno y posiblemente de gallinas y pescados. Una pequeña parte de las escudillas y tazones utilizados eran de loza sevillana importada de España y posteriormente de Holanda y México; la mayoría de la vajilla doméstica era alfarería indígena criollizada, al igual que la vajilla culinaria compuesta por ollas, pimpinas,  cuencos, budares, etc. (Vargas et alii, 1998: 73-79; Sanoja et alii, 1998: figs. 3 y 4; Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 81).


En Caracas, para inicios del siglo XVII hay también evidencias de grandes calderos de barro similares a los de hierro  utilizados hoy día para freír chicharrones de cerdo (Vargas et alii, 1998; Sanoja y Vargas Arenas, 2002; 139, fig., 36:1). Las llamadas vasijas oliveras de origen sevillano, donde se importaban el aceite de oliva, las aceitunas y el vino, una vez utilizadas para el comercio se incorporaban también a la vajilla doméstica.


En localidades urbanas como Caracas, Coro, Maracaibo, Cumaná, Cubagua y Santo Tomé de Guayana, entre otras, desde inicios del siglo XVI y hasta el siglo XVIII, los contextos arqueológicos domésticos de  viviendas de la clase dominante, revelan la presencia dominante de loza doméstica tipo Delft (holandesa), de tipo Talavera (España),  de tipo Puebla (México) y un porcentaje menor de loza tipo Staffordshire (inglesa). La presencia de gran número de botellas de gres y  botellas de vidrio de manufactura artesanal (técnica del soplado), se relacionan con la importación de cervezas, vinos  y otros licores (quizás ginebra, oportos, brandy, etc.). Otros rubros importantes de los cuales da cuenta el registro arqueológico era la importación de herramientas, de armas de fuego y armas blancas, telas de bayeta y pasamanería en general (Sanoja et alíi, 1998; Vargas Arenas et alíi, 1998; Castillo Hidalgo 2000: 395-408).


En algunas aldeas  indígenas del Bajo Orinoco la presencia de botellas de vidrio azul, contentivas posiblemente de aguardiente o ginebra, indica que los españoles, holandeses o ingleses iniciaron desde muy temprano a nuestros aborígenes en el consumo del alcohol, como una manera de degradarlos y someterlos a su arbitrio. Los conocimientos anecdóticos  dicen que los españoles engañaban a nuestros indígenas con espejitos. Sin embargo, el conocimiento arqueológico revela que utilizaban fundamentalmente la distribución de alcohol y  de ciertas vistosas cuentas de vidrio batido, como instrumentos para corromper sus costumbres (Sanoja y Vargas Arenas, 2005: 87).


El estilo de vida consumista en el modo de vida colonial mercantil: 1700-+1830.


La colonialidad del modo de vida colonial mercantil agroexportador no está forzosamente restringida a los límites temporales de la relación política y administrativa de Venezuela con la Corona Española, particularmente si la relación comercial ponía en contacto grupos de personas que representaban diferentes tiempos históricos, distintos contextos socioeconómicos de Europa y América ya que, como hemos discutido en páginas anteriores, a través de la categoría modo de vida se conceptualizan todas aquellas formas interactivas particulares que en cierto momento se generan entre un grupo social y las condiciones naturales y materiales de su existencia, entre los individuos sociales mismos, en el tipo de relaciones sociales de producción que ellos establecen y los elementos de la conciencia social que estas generan.


El siglo XVIII representó para el Modo de Producción Capitalista europeo, una primera fase de crecimiento de las economías nacionales de Europa Occidental. El proceso originario de acumulación de capitales se consolidó gracias a la expropiación de ingentes cantidades de oro, plata, piedras preciosas, perlas y demás riquezas  expoliadas a Nuestra América. Ello se tradujo, a su vez, en un proceso paralelo de enriquecimiento y sofisticación de  los modos de vida y de  las culturas capitalista que caracterizarán, particularmente, las sociedades burguesas europeas.


El deseo de consumir las mercancías y los productos fashion procedentes de la periferia americana del capitalismo, tales como el café, el ron, el cacao, el azúcar de caña, el tabaco, el algodón, el añil, y materias primas industriales como la madera, la grasa y los cueros del ganado vacuno, los ladrillos de arcilla refractaria como los producidos en las misiones capuchinas catalanas del Caroní, la zarzaparrilla y muchos otras, estimularon a su vez  sistemas de producción extensiva de dichas materias primas tales como las plantaciones, las haciendas  y los obrajes, alimentados con mano de obra esclava y financiados con capitales provenientes directa o indirectamente de países capitalistas europeos.


La contradicción  que se produjo entre las poblaciones originarias y los conquistadores europeos en el modo de vida colonial indohispano en el siglo XVI, fue resuelta a favor de los conquistadores-colonizadores por la confiscación de toda la tierra agraria a la cual  pudieron ponerle la mano, mediante la eliminación física de sus dueños legales, que eran nuestras  comunidades originarias. Inicialmente se constituyeron estructuras agrarias tales como encomiendas, pueblos de misiones, pueblos de indios, etc., donde la propietaria real de la tierra y de la fuerza de trabajo indígena era la corona española, lo cual limitaba el desarrollo de nuevas fuerzas productivas.


Aquella  primera contracción de las fuerzas productivas del modo de producción clasista  colonial venezolano fue resuelta a partir del siglo XVII por la consolidación de una clase social hegemónica de criollos y/o blancos peninsulares, la cual asumió la propiedad de las grandes plantaciones y hatos monoproductores de  aquellas mercancías que eran necesarias para  el  desarrollo de los modos vida capitalistas europeos, tales como el café, la caña de azúcar, el cacao, el añil, el algodón,  cecinas,  quesos, cueros, huesos y cuernos de ganado, maderas, etc., las cuales eran exportadas directa o indirectamente a los mercados europeos.


La fuerza de trabajo fue reorganizada suplantando en buena parte la servidumbre indígena por la esclavización de africanos (as) y sus descendientes y el desarrollo de tipos sociales mestizos de indios (as) y blancos (as), de negros (as) y blancos (as): los mulatos (as),  de indios (as) y blancos (as), de negros (as) e indios (as):  los zambos (as)  que ya constituían para finales del siglo XVIII y comienzos del XIX la mayoría (60%) de la población venezolana (McKinley, 1993: 31). Los mulatos (as) y zambos (as) desempeñaron principalmente el papel de intermediadores económicos y prestadores de servicios: comerciantes, artesanos, albañiles, servidumbre doméstica, trabajadores (as)  y peones,  pescadores, etc.


La reorganización de las clases sociales, de las relaciones de producción y las fuerzas productivas que tuvo lugar a partir  del siglo XVII en Venezuela fue instrumental para consolidar en el siglo XVIII la producción comercial agrícola y ganadera en manos de la clase mantuana. De igual manera, la consolidación material de los centros urbanos principales, como fue el caso de Caracas, Maracaibo, Coro,  Cumaná, Santo Tomé de Guayana y otras ciudades definió las relaciones entre ciudad y campo, estimulando el desarrollo de procesos culturales diferenciados que influirían también en las tendencias de la producción, la distribución y el consumo de mercancías autóctonas o importadas.


La expansión de las plantaciones y hatos ganaderos a partir del año 1700  determinó, al mismo tiempo, un aumento de la riqueza en manos de la minoría mantuana. Como la producción española de bienes suntuarios no era suficiente para satisfacer las necesidades de la colonia venezolana, buena parte de los mismos era introducida como contrabando desde países como Holanda e Inglaterra. Las investigaciones arqueológicas revelan que en la actual isla antillana de San Eustaquio ya existían para ese entonces almacenes o warehouses  donde almacenaban productos de lujo, telas y cintas de seda y de lino, botones de hueso, madera y porcelana, vinos, ginebras, cervezas, mantequilla, quesos, jamones y escabeches que los comerciantes holandeses, algunos de ellos descendientes de antiguos sefardíes portugueses o andaluces, distribuían desde las grandes Antillas hasta Curazao, Maracaibo, Coro, Caracas,  Cumaná y Santo Tomé de Guayana (Deive, 1983: 154-155). Los consumidores (as) de estos bienes suntuarios eran principalmente las y los mantuanos, la burocracia colonial, los frailes de los conventos,  los sacerdotes y una porción limitada de los mulatos (as) que comenzaban a conformar el grupo mayoritario de la futura clase media venezolana.


A partir del siglo XVIII,  comenzó a aumentar y a diversificarse el consumo de vajillas  suntuarias importadas para uso de la minoría mantuana, el alto clero y los comerciantes mulatos enriquecidos. El desarrollo del capitalismo en la Europa Occidental determinó un aumento en la producción de loza utilitaria para uso de mesa y uso doméstico.


El desarrollo de los modos de vida capitalistas impactó la vida cotidiana de las comunidades urbanas de Europa Occidental. Ello se reflejó, particularmente, en la creación de nuevos usos culinarios y las maneras familiares de mesa que reflejaban la ideología individualista del capitalismo, donde la posesión y utilización de vajillas domésticas de gres o semiporcelana de fabricación industrial desplazaron los antiguos platos y tazones de madera o de arcilla.


Los talleres para la manufactura de loza artesanal de España, Holanda, Inglaterra, Francia y Alemania no producían todavía juegos de vajilla como los que conocemos hoy día, sino platos, escudillas y tazones individuales, jarras, bacinillas, poncheras y una cierta cantidad de vasos,  copas y gobeletes que llenaban las necesidades de las costumbres de mesa, todavía poco complejas, de la vida cotidiana. Lo anterior nos revela también la inducción de cambios importantes en los hábitos de higiene y en las costumbres sociales de los mantuanos venezolanos y de la clase dominante en general. Sin embargo, la ausencia de vajillas de mesa con recipientes para usos especializados, salvo platos y escudillas, indica que se conservaban todavía los viejos hábitos culinarios de servir a la mesa un solo plato. 


En Ciudad de México, Puebla, Guatemala y Panamá, entre otras,  los talleres u obrajes que utilizaban mano de obra indígena comenzaron a producir también escudillas, tazones y platos de loza de muy buena calidad que imitaba la de procedencia europea, los cuales se importaban para ser vendidos en ciudades como Caracas, Santo Tomé de Guayana, Cumaná, Coro y Maracaibo, entre otras. La familia de Don Francisco Miranda,  cuya casa de habitación se hallaba situada en la actual esquina de Padre Sierra (Vargas Arenas et alíi, 1994 ms), así como los monjes del Convento de San Francisco, Caracas (Vivas, 1998), entre otros,  consumían  importantes cantidades de loza  Talavera o poblana (Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 137) para sus servicios de mesa. Otros bienes suntuarios que comenzaron a ser importados desde el siglo XVII, particularmente desde Holanda, eran las pipas de gres, muy livianas, para fumar tabaco (Vargas et alíi, 1998: 47-48, 224; Sanoja et alíi, 1998: fig.2; Sanoja y Vargas Arenas, 2005: fig. 39c). Éstas tenían una cazoleta de pequeño tamaño y un tubo que podía ser corto; en otros casos tenía una cazoleta con pequeñas patas y un tubo curvo con una longitud de alrededor 30 cm. que permitía colocar la cazoleta sobre la mesa mientras el fumador  leía un libro.


Aquella manera refinada, contrastaba con la usanza aborigen de fumar cigarros de hoja o tabacos, mascar tabaco o chimó que había sido conservada por la sociedad criolla. Existe evidencia, sin embargo, de la utilización de pipas prehispánicas de arcilla de manufactura indígena, tradición alfarera con una antigüedad  de por lo menos 2500 años antes del presente. Ello parece indicar que la costumbre de fumar tabaco en pipas fue llevada desde América hasta Europa en el siglo XVI,  donde las corporaciones de artesanos alfareros desarrollaron nuevos prototipos que fueron reintroducidos en América entre los siglos XVII y XVIII.


Las décadas finales del siglo XVIII y las  iniciales del siglo XIX indican –como ya se observó- una creciente influencia política e ideológica inglesa en la burguesía criolla venezolana. La época mencionada alude también al gran avance tecnológico que experimentó en Inglaterra la tecnología para fabricar en masa, usando moldes, los platos, escudillas y tazones de loza doméstica. Los ingleses desarrollaron nuevas tecnologías para transferir mecánicamente a la superficie de la loza, pinturas en diferentes colores o en relieve (Sussman, 1977:11), copias de los complicados dibujos que decoraban la porcelana china (Sanoja et alíi, 1998: 149-152), mientras  la mayoría de los artesanos de los otros países europeos o de las colonias españolas ya mencionadas, seguía pintando y decorando a mano cada una de las piezas de loza o semi-porcelana que fabricaban en sus talleres.


Gracias a su nueva tecnología, los ingleses podían ofrecer un gran volumen de platos y escudillas, así como bacinillas o bacines de loza o semi-porcelana más baratos y de mejor calidad que estaban al alcance de todos los bolsillos, desplazando las otras mercancías similares producidas en otros países. Al mismo tiempo comenzaron a fabricar botellas de loza o semiporcelana y botellas de vidrio de manufactura semi-industrial o industrial, donde se exportaba cervezas, vinos y ginebra.


En las principales ciudades venezolanas del litoral caríbe y del Bajo Orinoco, los comerciantes comenzaron a vender las mercancías inglesas. Evidencia de su bajo precio de venta es el hecho de hallar su presencia física en la mayoría de los sitios arqueológicos urbanos o campesinos, coloniales y republicanos de la época.


A partir de 1825, finalizada nuestra Guerra de Independencia, Inglaterra quedó como el principal actor político y económico de la sociedad  venezolana. Para esa época, la industria ceramista inglesa había comenzado a producir nuevos tipos de recipientes, así como nuevos estilos de decoración policromada, más abstractos y geométricos que los del siglo XVIII:   tazas cilíndricas altas para café, té o chocolate con su respectivo plato, además de escudillas, tazones y platos de distinto tamaño, vasos y copas de vidrio barato; ello parece representar la respuesta a las nuevas costumbres de mesa que se estaban gestando en Europa y que eran transferidas automáticamente al mercado venezolano. Ya desde aquella época, como se evidencia en el registro arqueológico, comienza a verse de manera tímida la influencia comercial de Estados Unidos, influencia que se expresaba en la importación, vía Filadelfia, de loza doméstica, alimentos enlatados, metras o canicas de vidrio batido o mármol,  botones metálicos,  artículos ferreteros, etc (Sanoja et alíi, 1998; Vargas Arenas et alíi, 1998).

CAPÍTULO 17
Las reformas liberales de Carlos III, detonante del movimiento de emancipación venezolano


A partir de la segunda mitad del siglo XVIII, con el inicio de la  Primera Revolución Industrial, el modo de producción capitalista entró en Europa y Estados Unidos en una fase importante de manufactura de bienes terminados, la cual se desarrolló a la par de la consolidación de la clase burguesa como bloque dominante,  de la modernidad burguesa y de la ideología liberal.


La riqueza derivada del industrialismo generó al mismo tiempo una ideología del bienestar contrastante con el ascetismo, valor  predicado por la religión católica desde la edad Media,  la cual derivó en un consumismo desenfrenado de nuevas mercancías destinadas a satisfacer necesidades que, si bien eran superfluas, simbolizan los nuevos signos de prestigio de la burguesía triunfante (Braudel 1992-I: 183-186). La necesidad de consumir golosinas como el chocolate, tomar licores como ron y el aguardiente de caña, fumar tabacos y tomar café, utilizar ampliamente  en la gastronomía el azúcar de caña en lugar del azúcar de remolacha, usar ropa de algodón en lugar de ropa de lana, utilizar para el vestido botones manufacturados  con  huesos o cuernos de ganado, usar peinetas fabricadas con el carey de las placas de las tortugas,  llevar zapatos de piel, utilizar el cuero y sebo de ganado para fabricar correajes y lubricantes de la maquinaria industrial, etc., determinó que aumentase en las colonias como Venezuela la producción y la exportación de tales materias primas, con el soporte financiero de las burguesías capitalistas europeas que, en nuestro caso, se canalizaba vía empresas colonialistas monopólicas como la Compañía Guipuzcoana (burguesía vasca) y la Compañía de Barcelona (burguesía catalana) (Sanoja y Vargas-Arenas 2007b: 171-172).


La urgencia de exportar materias primas y ciertos productos manufacturados residía en la extrechez y la debilidad del mercado interno venezolano, consecuencia de la escasa población y el bajo poder adquisitivo que tenia el 99% de la población venezolana. Como hemos expuesto en páginas anteriores, en Venezuela existía desde el siglo XVI plantaciones de algodón y una rudimentaria industria textil, formas artesanales de procesar la hoja del tabaco para fabricar cigarros y pasta de mascar (chimó). Las plantaciones de cacao,  tabaco y algodón, por estas razones no podían subsistir con base al mercado interno, sino exportando dichas materias primas principalmente a través de los puertos de Maracaibo, La Guaira,  Puerto Cabello, Barcelona y Cumaná. Los principales clientes del excelente tabaco cosechado en Barinas y Guanare eran Inglaterra, Holanda, Francia, Alemania y España, de donde importábamos a su vez las pipas de grés para consumirlo; a partir de finales del siglo XVII, la competencia del tabaco cultivado en las colonias inglesas de norteamerica, afectó sensiblemente el mercado del tabaco venezolano (Maza Zavala 1968: 87-88).


Ya para el siglo XVIII existía en Venezuela una limitada producción de bienes manufacturados y materias primas semi-transformadas, parte de la cual se exportaba aunque la mayor cantidad de la misma era destinada al consumo interno. La industria era muy limitada, de carácter artesanal familiar, con grandes posibilidades de expansión que nunca fueron aprovechadas o desarrolladas, en lo cual incidió la falta de capitales, la deficiente preparación técnica y gerencial de la fuerza laboral y la ausencia de una flota de comercio propia. Productos tales como la sal, el papelón, el ron, el aguardiente, los zapatos y cordobanes, los quesos, la carne salada, el sebo, los cueros, los cuernos de ganado vacuno, los jabones, las maderas finas, el cobre, el hierro, las telas de algodón, el algodón desmotado, el anil,  el dividive (utilizado para la tenería de cueros), pudieron haber diversificado la oferta de productos venezolanos en el comercio internacional (Lucena 1986: 143-177). Sin embargo, la abrumadora desigualdad social y el peso que tenía la monoproducción de un número reducido de materias primas cuya exportación reportaba grandes  beneficios a la clase mantuana, impidió el desarrollo de la división social del trabajo y de nuevas relaciones de producción y la expansión de nuevos oficios cuyos actores eran principalmente blancos pobres, mulatos, indios o negros (Sanoja y Vargas-Arenas 2007a: 35).


Las semillas del cacao  eran vendidas en el mercado mexicano, donde debían competir en calidad y precio con las importadas desde Guayaquíl. Como contraparte, los comerciantes y los productores primarios venezolanos obtenían metales preciosos amonedados, las divisas que permitían mantener los otros intercambios comerciales.Las fluctuaciones en los volúmenes de exportación del caco y de su precio en el mercado exterior eran determinantes en la economía venezolana y en su balanza comercial como lo sería el café en el siglo XIX y en las primeras décadas del siglo XX y posteriormente el petróleo (Maza Zavala 1968: 89; Brito Figueroa 1973-I: 101-110).


El cacao se convirtió  durante los siglos XVII y XVIII,  en el medio de enriquecimiento más efectivo para los dueños de plantaciones y para los comerciantes venezolanos que hacían de intermediarios entre los hacendados y los compradores del extranjero incluyendo contrabandistas y corsarios, costumbre que –bajo las restricciones impuestas por la Compañía Guipuzcoana, se convirtió en uno de los detonantes de la rebelión mantuana que condujo al movimiento indepedentista del 19 de Abril de 1810 (Maza Zabala 1968: 77). El cultivo y la venta del cacao  permitió a sus dueños la acumulación enormes fortunas con base a la explotación de la masa de trabajadores  sometidos a la esclavitud y al servilismo, quienes a su vez adquierieron conciencia de la explotación de que eran sujeto por los amos mantuanos y formaron la base del proyecto de su proyecto para la emancipación social de la dominación mantuana.


La transformación del antiguo régimen de encomiendas en el sistema de plantación, de haciendas y hatos ganaderos fue una respuesta a los cambios que ocurrieron en la vida cotidiana,  en la cultura  y en los hábitos de consumo de la burguesía europea a partir del siglo XVIII con la primera revolución industrial y el auge del liberalismo económico, los cuales indujeron a su vez cambios equivalente en las diversas dimensiones de cultura de la burguesía venezolana.


El ajuste económico liberal  del siglo XVIII  fue crucial para la estructuración política  definitiva de la nación venezolana. El 15 de septiembre de 1728, el Rey Felipe IV firmó la capitulación que otorgaba a la empresa vizcaína conocida como Compañía Guipuzcoana el monopolio del comercio con Venezuela, así como el resguardo de sus costas para impedir el contrabando. Por otra parte, sustentado en la ideología liberal, el Rey Carlos III autorizó posteriormente, en 1776, la creación de compañías de comercio privadas para negociar en las colonias, exigiendo como  único requisito el de estar inscritas en el Consulado de Cádiz. Fue por esas razones que la Compañía Guipuzcoana trató de modernizar la primitiva ideología mercantilista  predominante, imponiendo desde mediados del siglo XVIII a los hacendados, plantadores y hateros venezolanos de la Provincia de Caracas y las otras del eje andino-costero, una política liberal que consagraba  el libre comercio y la emergencia de la iniciativa privada (Maza Zavala, 1997: 197-198).


Como contrafigura de la Compañía Guipuzcoana,  la Corona española concedió a la Compañía de Barcelona el monopolio de las exportaciones del oriente de Venezuela, buena parte de las cuales se originaban  en el sistema productivo instaurado por las misiones capuchinas catalanas de Guayana desde inicios del siglo XVIII (Vila, 1960; Brito Figueroa, 1973: 109; Sanoja y Vargas Arenas, 2005: 300-307), las cuales suministraron materias primas como algodón y cueros, entre otras, que contribuyeron al desarrollo de importantes sectores de la industria ligera catalana, tales como la textil y la del calzado. La libertad de comercio existente entre el oriente de Venezuela y Cataluña en 1799, hizo que el valor de las exportaciones catalanas vía  la Compañía de Barcelona hacia Venezuela alcanzase un total  de 5.321.668 reales; de esa cifra, 345.785 estaban dirigidas a Guayana. Por otra parte, las exportaciones desde Venezuela hacia Cataluña ascendieron en el mismo año a 4.087.070 reales, de los cuales 2.751.762 reales se dirigieron al puerto de Cumaná.


Como se observa, existía una dependencia colonial más orgánica y articulada entre Cataluña y el oriente de Venezuela, poco estudiada todavía, que nos revela dos variantes del liberalismo económico practicado por la corona española en Venezuela. El sector centro-occidente de Venezuela, mayormente controlado por la Provincia de Caracas, tenía una producción de materias primas agropecuarias originadas en plantaciones y haciendas, canalizada para la exportación a través de la Compañía Guipuzcoana y dirigida hacia un consumo suntuario. En el sector centro-oriental, particularmente el sistema productivo misional de Guayana, se exportaban tanto materias primas como productos manufacturados o semi-manufacturados que ingresaban en el circuito industrialista que el capitalismo estaba implantando en Cataluña en el siglo XVIII (Sanoja y Vargas Arenas, 2005: 324-328).


Para motorizar el “ajuste liberal” tanto la Compañía Guipuzcoana como la Compañía de Barcelona intentaron desarrollar la infraestructura institucional y material de la colonia venezolana. Así la Guipuzcoana, además de sostener la creación de una institución coordinadora de la producción y el comercio de materias primas y bienes terminados como fue el Consulado de Caracas, fomentó cultivos comerciales tales como el cacao, el tabaco, el algodón, el añil, la caña de azúcar, y la ganadería; regularizó el comercio entre las colonias hispanoamericanas, particularmente con México, construyó almacenes y vías de comunicación, intensificó la navegación, facilitó la circulación monetaria, los vínculos entre las provincias y regularizó la hacienda pública. Por otra parte,  sistematizó la fijación de impuestos de precios y de las tasas de préstamo para los agricultores (plantadores, dueños de hacienda, etc.) con garantía de las cosechas.


Como parte del intento de modernización de la economía colonial venezolana, en 1777 el rey Carlos III decretó la existencia de la Capitanía General de Venezuela la cual, además de dejar sentado el carácter liberal de las reformas políticas y económicas, creó igualmente una geometría del poder colonial que establecía la centralidad  tanto de la Provincia de Caracas como del binomio conurbado Caracas-La Guaira sobre el resto de las provincias del eje andino-centro-costero, incluida la ciudad puerto de Maracaibo, cuyo comercio de exportación el año de 1878 ya había alcanzado la suma de 400.000 pesos anuales (Maza Zavala, 1998:198).


La práctica monopolista de la Guipuzcoana alteró el acuerdo tácito que prácticamente existía entre la antigua administración colonial y los productores locales, particularmente de cacao, y su actividad comercial como importadores de bienes de consumo (Brito Figueroa, 1973: 107-108). Según esta práctica tradicional, los administradores coloniales  hacían la vista gorda sobre las transacciones que los productores locales  adelantaban con sus  agentes comerciales y compradores extranjeros, particularmente el financiamiento de las cosechas y la compra de las mismas, las cuales eran pagadas posiblemente en parte con mercancías europeas que eran luego revendidas a nivel local con la consiguiente ganancia para el capital especulador comercial que pertenecía a la misma clase minoritaria de agro-exportadores mantuanos. Como podemos ver, una condición nada diferente de nuestra actual burguesía productora-comerciante parasitaria, la cual  sobrevive chupando los dólares de la renta petrolera venezolana.


En el oriente de Venezuela, la Compañía de Barcelona creó una geometría espacial del poder que tuvo como centralidad a la ciudad-puerto de Santo Tomé de Guayana y el sistema conurbado de pueblos fundados por la Orden de los Capuchinos Catalanes desde inicios del siglo XVIII, así como tenía también a Cumaná y a Barcelona (Venezuela) como ciudades-puertos de apoyo para la exportación de materias primas y bienes terminados vía La Habana, puerto donde eran reembarcados hacia diferentes destinos (Sanoja y Vargas Arenas, 2005: 300-306; Brito Figueroa 1973 I: 109). A diferencia de la Provincia de Caracas y sus provincias asociadas del noroeste de Venezuela, el sector productivo dominante de Guayana no estaba controlado por una burguesía agroexportadora comercial, sino por una sociedad corporativa constituida por el sistema misional de los capuchinos catalanes, la cual estaba organizada de acuerdo con los postulados de punta del liberalismo capitalista europeo del siglo XVIII (Sanoja y Vargas Arenas, 2005: 236-307). Las contradicciones que surgieron entre esta diversidad de proyectos políticos que se generó entre finales del siglo XVII y comienzos del XVIII, así como las rebeliones sociales que se dieron al interior de los mismos, fueron excerbadas por el ajuste liberal borbónico que no dejaba otra salida a los mantuanos caraqueños que la autonomía y/o la independencia de España y a los pardos (mestiz@s, mulat@s, zamb@s y negr@s liberararse de la dominación que ejercía sobre ellos la clase mantuana.


Las rebeliones sociales y el proceso de emancipación


Como ha expuesto Vargas Arenas (2007: 63 y siguientes), las rebeliones sociales constituyeron una de las formas de participación de las diversas clases sociales en la construcción de la sociedad y de la nación venezolana. Desde inicios del siglo XVI, la ruptura de los mecanismos de exclusión social –dice la autora- solo era posible de manera violenta, bien por la insurgencia contra el orden colonial establecido o por la asimilación a movimientos insurgentes, o contra insurgentes promovidos por la clase mantuana o por los mismos colonialistas españoles, como fue el caso del movimiento independentista venezolano, la sucesión de alzamientos, guerras y guerrillas acaudilladas y financiadas por miembros de la burguesía urbana o rural que caracterizaron nuestro primer siglo de vida republicana y los golpes de Estado, las rebeliones militares y populares del siglo XX y, finalmente, la insurgencia fascista contrarevolucionaria y la contrainsurgencia popular revolucionaria del siglo XXI. Por esta razón, es necesario dejar establecidos los dos cursos paralelos que ha seguido en Venezuela la insurgencia social antes, durante y después del 19 de Abril de 1810.


Las rebeliones populares precursoras de la emancipación social y política de los venezolanos y venezolanas


La historia oficial ha sumido en una misma categoría de fenómenos históricos que preceden a la declaración de Independencia de 1810, el proceso de rebelión social que comenzó en Venezuela desde 1525 (Ramos, 2001: 158; Vargas Arenas, 2007: 64) como expresión de la resistencia de los sectores populares subordinados contra la hegemonía ejercida por  la clase mantuana y el proceso de rebelión de esa clase contra el monopolio absolutista que ejercía la Corona española sobre la economía agro-exportadora que mantenían los plantadores y hacendados criollos. Sin embargo, como ha sido demostrado por la historia, se trataba de la existencia de dos agendas sociales paralelas que llegaron a  tocarse tangencialmente entre 1815 y 1823, gracias al genio político del Libertador Simón Bolívar quien comprendió la resistencia y el rechazo que sentía la mayoría del pueblo venezolano  hacia el proyecto político emancipador que solo beneficiaba a la elite mantuana (Lucena 1986: 387). Por esa razón, en aquella hora prometió la libertad a todos los esclavos que se sumasen a la causa independentista y, a través del Decreto de Guerra a Muerte, respetar la vida de todos los venezolanos aunque fuesen culpables de apoyar el proyecto colonialista de la Corona española que era secundado también por otros grupos de mantuanos y pardos venezolanos (Acosta Saignes 1984: 188). Sin embargo, una vez alcanzada nuestra emancipación política de la corona española, la  nueva clase burguesa republicana –donde entonces figuraba un buen número de generales devenidos hacendados y dueños de plantaciones- engrosada también con los mantuanos y antiguos hacendados españoles sobrevivientes de la guerra de independencia, hicieron caso omiso de los decretos antiesclavistas de Bolívar y pusieron en efecto reglamentos de policía para recuperar los esclavos fugados y ponerlos otra vez a su servicio.


Las rebeliones sociales populares emblemáticas antes de 1810 fueron las lideradas por  esclavos negros cimarrones o negros manumisos y los indígenas, como las acaudilladas por el Negro Miguel (1553), Andrés Lopez del Rosario, Andresote, entre 1730 y 1732, Manuel Espinoza igualmente en el siglo XVIII, José Leonardo Chirinos y Josef Caridad González en 1795, Pirela (1797) contra el régimen esclavista de la hegemonía mantuana que ellos identificaban como su enemiga y las políticas racistas y esclavistas con la que aquella los oprimían para beneficio de sus intereses políticos y económicos.


El régimen esclavista “implica que el esclavo es una cosa, una simple propiedad, un medio de producción comprable  y vendible como cualquiera otro instrumento. Por esas razones los seres humanos esclavizados se rebelan y huyen, se defienden y atacan, protestan incesantemente contra su sometimiento. (Acosta Saignes, 1984: 309). Cuando se demostró en el siglo XVIII la baja productividad del régimen de encomiendas para producir las mercancías que demandaba el mercado capitalista emergente de Europa occidental, las autoridades coloniales, los plantadores y hacendados mantuanos  reforzaron los medios de coacción extraeconómica contra los esclavos (as) negros, manteniéndolos dentro de espacios sociales muy restringidos mediante leyes, reglamentos y toda clase de medidas para mantener la vida del régimen esclavista, convertida en una casta social aislada de los otros sectores de la sociedad.


Para liberarse del oprobioso régimen de la esclavitud, parte del los esclavos (as) optaron desde el siglo XVI por huir y formar comunidades autónomas o “cumbes” en los más intrincados bosques,  montañas y llanuras. En 1720 el número de negros “cimarrones”, como se denomina genéricamente a los esclavos fugados, era de 20.000. Los “cumbes” mantenían entre ellos un sistema de organización territorial que cubría prácticamente todo el norte de Venezuela (Acosta Saignes, 1984: 263; Vargas Arenas, 2007: 64).


La organización territorial de los “cumbes” representó otra forma de colonización del territorio venezolano que tuvo también una gran importancia económica para la formación de la nación venezolana: la fundación de nuevos pueblos dedicados a la producción agrícola y en cierta medida a la cría, la pesca, la producción artesanal, el comercio, etc., los cuales, asociados con los antiguos resguardos o pueblos de indios, contribuyeron a formar el tejido conectivo que vinculaba las zonas rurales, el campo, con las ciudades, las urbes. Ya en el siglo XX con la “revolución petrolera”, la población negra venezolana comenzó a ocupar también los espacios urbanos conformando la mayoría de la población de las ciudades, pobre, discriminada y excluida, hasta el triunfo de la Revolución Bolivariana en 1998.


Diversas y numerosas rebeliones de negros (as) de esclavos (as) y manumisos (as) contra al régimen esclavista ocurrieron en Venezuela desde el siglo XVI hasta 1810 (Vargas-Arenas 2007: 63-70;.Urdaneta: 2007). La más antigua conocida es la del Negro Miguel en 1552 en Buría,  actual Estado Yaracuy, con el apoyo de indígenas de la etnia Jirahara, cuyo objetivo era “conquistar la libertad de la cual gozaban las demás gentes del mundo” (Brito Figueroa, 1961:43-45.). En 1732 se produjo la importante rebelión acaudillada por el zambo Andrés López del Rosario, “Andresote”, en el valle del río Yaracuy hasta Tucacas, en la costa, la cual tuvo el apoyo de los comerciantes holandeses, cuyas ideas sobre el libre comercio   se oponían al monopolio comercial que ejercía en Venezuela la Compañía Guipuzcoana. Según informaban las autoridades coloniales, la represión de los rebeldes se dificultaba, ya que “la población pobre se identificaba con los revoltosos” (Brito Figueroa, 1961: 46-49). En el caso particular de la rebelión del zambo José Leonardo Chirino en 1795, el movimiento de los negros esclavos y libres y los mulatos de la Sierra de Coro estableció en los lugares liberados la llamada Ley de los Franceses (los principios de la Revolución Francesa) y proclamaron una república de igualdad donde quedaban abolidos los privilegios, se decretaba la liberación de los esclavos, se eliminaba la nobleza blanca y se suspendía el pago de tributos.


Otro aspecto importante de la insurgencia previa al manifiesto independentista del 19 de Abril de 1810 fue el conato de rebelión caudillado en Maracaibo por el sastre mulato Francisco Javier Pirela, asistido por otros dos mulatos haitianos, Juan y Gaspar Bosset, que tenía como objetivo derrocar el refimen esclavista mantuano e imponer las ideas jacobinas de la Revolución Haitiana (Urdaneta, 2007: 259-260). Por todas estas razones, la agenda de los movimientos sociales acaudillados por mulatos o negros se expresó posteriormente en el rechazo, la indiferencia y la incredulidad ante al movimiento de independencia acaudillado por el liderazgo mantuano  (Brito Figueroa, 1961: 59: 67-76; Urdaneta, 2007: 254-255, 263; Vargas Arenas, 2007: 64-70).


Las rebeliones indígenas


Las rebeliones indígenas contra la dominación española duraron hasta mediados del siglo XVIII (Urdaneta 2007:203), cuando el proceso de colonización hispana logró finalmente desarticular la organización social de la mayoría de las etnias indígenas que vivian en torno a los espacios urbanizados, lo cual aceleró el mestizaje con los negros (as) venezolanos y en menor grado con los descendientes de españoles peninsulares, lo que dio nacimiento al tipo social mestizo o criollo (Vargas Arenas, 2007: 68-69).


Las comunidades indígenas originarias que sobrevivieron al enfrentamiento armado ante los conquistadores y colonizadores españoles se sumaron inicialmente a las rebeliones populares que había organizado el componente étnico mayoritario de la sociedad venezolana para finales del siglo XVIII, la población mestiza criolla,  de pardos (mulatos/as, zambos/as), para llegar a ser también ciudadanos y ciudadanas libres.


Ya para el año 1750, la burguesía mantuana minoritaria  había logrado incorporar los indígenas a la fuerza laboral que estaba a su servicio,  como personas pardas que  practicaban el negocio de la intermediación (bodegueros, buhoneros, etc.) y la producción artesanal de bienes domésticos tales como hamacas, sombreros, cestas, vajillas de barro, muebles, dulces, etc. Algunos pardos, particularmente mulatos,  pudieron llegar a estudiar y ejercer el oficio de músicos, de la medicina o desempeñar ciertos cargos civiles o militares (Urdaneta, 2007:203-204).


Para el siglo XVII, buena parte de las comunidades indias -que gozaban de un estatus social más libre que el resto de los pardos- se habían asimilado al sector de servicios que necesitaba  la población criolla que vivía  en los centros urbanos. Podemos mencionar como ejemplo, las comunidades indígenas que vivían alrededor de la ciudad de Cumaná donde practicaban la pesca artesanal, existiendo un barrio guaiquerí en la desembocadura del río Manzanares. Para esa fecha, se estima  la población indígena en alrededor de 24.000 personas pertenecientes a las etnias guaiquerí, chaima, pariagoto, cuaca, aruaca, caribe y guarao.


El poblamiento guaiquerí se extendía también hasta la isla de Margarita, organizado en rancherías de 100 a 150 personas localizadas en el litoral de la isla, aunque también se desplazaban navegando  para pescar en otras islas antillanas vecinas. Tanto en Margarita como en Tierra Firme se dedicaban a la producción de pescado seco o salado, desarrollando también una extraordinaria artesanía textil: sombreros, cestas, marusas, hamacas, chinchorros, vajilla doméstica o culinaria de barro, productos que entraban tanto en el circuito comercial isleño o cumanés, como el de diversas provincias y ciudades de la región costera centro-oriental de Venezuela (Sanoja, 1988: 102)


Gran número de pobladores indígenas de la etnia Chaima vivía en el siglo XVIII en la trama de pueblos misionales que se extendía hasta el sur del estado Sucre, dedicados a la pesca y la recolección fluvial  y  al cultivo de frutos menores, así como de cultivos comerciales como el café y el cacao. La misión de  El Pilar formaba parte de un circuito productivo que existía  en torno a la ciudad de Carúpano, que fue uno de los grandes centros poblados precoloniales, testimonio de lo cual son los pueblos de Aerocuar, Pericantar y  Canchunchú  que se mantenían como pueblos de indios ligados también al circuito productivo que daba apoyo a la población de dicha ciudad.


Para finales del siglo XVIII, la arqueología indica que en torno a la ciudad de Barcelona existían diversos pueblos de misión como, entre otros Caigua, San José de Curataquiche y Putucual, cuyos habitantes practicaban una forma socioeconómica mixta basada en la recolección y la pesca marina y el pastoreo de ganado vacuno (Sanoja, 1988: 103-104Urd). De igual manera, ya para el siglo XVIII, la aldea indígena originaria –habitada por grupos posiblemente de filiación caribe-  en la ciudad de  Santo Tomé de Guayana se había convertido en un barrio cuyos moradores daban servicio al sector criollo de dicho centro urbano (Sanoja y Vargas Arenas, 2005: 73-80 y siguientes).


El comercio y la rebelión de la clase mantuana contra la Corona española


España para el siglo XVIII, gracias a su disposición de capitales y su posición en el comercio a larga distancia con las colonias iberoamericanas y Asia, se había convertido en una especie de centro de acopio y distribución de los bienes de consumo producidos en los otros países europeos, con excepción, entre otros, del vino, el aceite y la alfarería de uso doméstico. De la misma manera, la oferta comercial de los empresarios de la Nueva España (México) era también muy variada, ya que incluía tanto la producción local como los bienes terminados que llegaban desde Asia en el llamado Galeón de Manila (Braudel, 1992-II: 406). Ello explica por qué, a partir del siglo XVIII, la llamada “loza poblana”, vajilla producida en la ciudad de Puebla de manera semi- industrial, comenzó a competir en ciudades como Caracas,  Coro, Cumana y en cierta manera a desplazar la llamada genéricamente “loza Delft”, producida en Holanda. De igual manera, entro a disputar el “mercado” un tipo de loza doméstica de manufactura inglesa llamada “Staffordshire” la cual finalmente, desde  inicios del siglo XIX,  desplazó a ambas en el mercado venezolano gracias a su mejor calidad, mejor precio y diseños más atractivos (Sanoja et alli, 1998:141-158;  Vargas Arenas et alíi, 1998: 160-180).


Así como en el aspecto comercial las mercancías inglesas, ya hacia finales del siglo XVIII, habían comenzado a ser determinantes del estilo de consumo de la burguesía caraqueña, las ideas liberales inglesas y el imaginario republicano de la revolución francesa viajaban en libros, gacetas y periódicos que eran transportados en los baúles de  los marineros o de los pasajeros (as) que llegaban a los puertos venezolanos.


El “ajuste liberal” impuesto por Carlos III a los empresarios agroexportadores mantuanos movió a ciertos dueños de plantaciones  de la región de Barlovento, entre 1749 y1751, a organizar  movimientos de rebelión armada  contra la compañía Guipuzcoana. Tal  fue el acaudillado por  Juan Francisco de León, plantador y dueño haciendas de cacao y café en las localidades de Panaquíre y Caucagua,  para lo cual movilizó sus fuerza de trabajo esclava, rebelión que culminó con la derrota del movimiento y la muerte de Juán Francisco de León .Esta actitud de los criollos mantuanos se materializó como un sentimiento general de repudio a la injerencia de extraños en asuntos que ellos consideraban como particulares a su clase, representantes de un grupo social con intereses propios y diferenciados con capacidad de de disponer su propio destino como se puso de manifiesto posteriormente, en los sucesos del 19 de Abril y el 5 de Julio de 1810 que condujeron a la Declaración de Independencia de Venezuela (Rivero 1988: 64).


Otra forma de rebelión o de resistencia económica contra el monopolio comercial que ejercía la Compañía Guipuzcoana en la región centro-occidental venezolana fue el contrabando de mercancía. De cierta manera esa actividad contrabandista ha sido interpretada por algunos autores  venezolanos como una “relación de intercambio económico libre” (Rivero, 1998:69).), donde la oferta del contrabandista resultaba mucho más atractiva y variada por los precios y la conformación del contenido de las mercancías.


Como ya expusimos en páginas anteriores, desde mediados del siglo XVII y particularmente  en el siglo XVIII, los agentes comerciales de la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales, basadas en la isla danesa-caribeña de San Eustachius, se dedicaban a recorrer las islas antillanas para ofrecer su mercancía. Algunos de esos agentes eran descendientes de los judíos sefardíes expulsados de España por los Reyes Católicos en 1492 refugiados en Inglaterra y Holanda durante los siglos XVI y XVII que se habían mudado luego a Curazao, Jamaica y otras posesiones flamencas (Deive 1983: 160).Estos sefardíes devinieron luego en súbditos holandeses plurilingües que hablaban fluidamente el holandés, el español ladino, el inglés, el francés y otros idiomas  europeos. Muchos   funcionarios coloniales de la Corona Española, como sucedió en Santo Domingo, eran judíos conversos, llamados también despectivamente “marranos”; estos acogieron con simpatía la actividad comercial de los sefardíes holandeses, quienes llegaron a establecer desde el siglo XVIII -y hasta el  presente- una  importante base para el comercio de contrabando y de exportación-importación en la isla de Curazao, incluyendo la trata de esclavos (as) negros, manteniendo importantes conexiones con otros comerciantes sefardíes ingleses radicados en la ciudad de Boston. El negocio de estos comerciantes tenía importantes proyecciones hacia Maracaibo, Coro, Puerto Cabello y Caracas donde vendían mercancías europeas diversas así como seres humanos esclavizados, a cambio de café, cacao, algodón, maderas finas, semillas de dividive, etc. (Deive, 1983: 156-157; Sanoja, 1998; Carciente: 1997 Aizemberg 1981).


Como consecuencia de la difusión de las ideas liberales, en 1797, las autoridades coloniales caraqueñas debelaron el  movimiento emancipador republicano promovido por Manuel Gual,  José Maria España y Juan Picornell  (López, 1997JPyGE),  secundado activamente por sus respectivas esposas y numerosos hombres y mujeres donde se incluían esclavos (as), el  cual contó con apoyo directo de un movimiento de liberales españoles que aspiraban  terminar en la peninsula con el absolutismo de los Borbones.


La meta del movimiento de Gual y España era establecer una república democrática basada en la igualdad natural entre “blancos, indios, pardos y morenos”, donde quedaría abolida la esclavitud. La clase minoritaria de mantuanos criollos no consideró con mucha simpatía este proyecto que tenía como meta la abolición del sistema de privilegios sobre el cual se basaba su hegemonía política  y económica sobre la mayoría de la población venezolana. Por el contrario, declaró su lealtad al Rey de España y su repudio al movimiento separatista. Ese mismo año, debido a sus conexiones con las revueltas antimonárquicas Simón Rodríguez, el maestro del joven Simón Bolívar, futuro Libertador de América, abandonó Venezuela rumbo a Jamaica en un barco de bandera estadounidense, bajo el nombre de Samuel Robinson, “viviendo del oficio de Rousseau sin contrato” (Urdaneta, 2007: 260). 


Dentro de aquel mismo contexto político debe verse la actitud asumida por  los criollos mantuanos frente a la expedición libertadora del Generalísimo Francisco de Miranda, quien en 1806 desembarca   en las costas de Ocumare de la Costa (actual estado Aragua) y de La Vela de Coro (actual estado Falcón) para intentar promover la independencia de Venezuela y consolidar un proyecto político liberal republicano. Los prejuicios sociales de los criollos mantuanos no perdonaron a Miranda su ascendencia de comerciante canario -considerada como socialmente inferior-  muchos menos su deserción de los rangos del ejército español ni el apoyo militar que le acordó el gobierno de Haití, república de antiguos esclavos negros que acababa de independizarse del yugo colonial francés. Lejos de apoyarlo, promovieron una recolecta pública de donativos para el gobierno de la Provincia de Caracas hasta por 19.050 pesos, para que éste premiase a quien  que les entregare la cabeza de Don Francisco de Miranda (Rivero, 1998: 61).


Como se observa, la agenda política que tenían  los criollos mantuanos les hacía imposible poder construir una República independiente que no fuese socialmente desigual y oligárquica, dificultando igualmente la posibilidad de  establecer alianzas políticas estratégicas con la sociedad mayoritaria del país, integrada por mulatos (as), mestizos (as), negros (as) y blancos pobres, mayoritariamente canarios (as), que tenía una agenda política diferente, orientada a librarse de la hegemonía mantuana que los oprimía, explotaba y esclavizaba e imponer su propia república donde los excluidos fuesen precisamente los blancos mantuanos. De allí surgen las causas que posteriormente, entre 1810 y 1814, determinarán la perdida tanto de la Primera como de la Segunda República. Solamente la sensibilidad social que animaba el genio político y militar de Simón Bolívar, le permitió comprender la falla táctica de la agenda política tanto de  la clase mantuana dominante como de la clase popular dominada.  Así pudo Bolívar  reunir en un solo esfuerzo parte de la minoría mantuana con un sector mayoritario de la población venezolana excluida para luchar contra el proyecto monárquico absolutista y lograr finalmente la independencia política de Venezuela en 1823.


La ruptura del nexo colonial con España no contribuyó a solucionar la crisis general que comenzó a experimentar  desde el siglo XVI la  nueva sociedad colonial venezolana en su conjunto, agravada  por el endurecimiento del ajuste liberal-colonial que le impuso la Corona a partir  del siglo XVIII, el cual se manifestó en:  a) aumento de la extracción de excedentes que eran dirigidos hacia la metrópoli, b) insuficiencia de capitales y de capital numerario (hecho que afectaría al país hasta finales del siglo XIX), c) sujeción cada vez mayor de la clase mantuana a los intereses monopólicos imperiales y d) las rebeliones sociales de los negros (as) y mestizos (as) en general, estimulada por la difusión de las ideas emanadas de la Revolución Francesa (Rios et alíi, 2002: 106).


Aquellos dos factores precipitaron  un primer desenlace de la cuestión nacional venezolana en la primera guerra de emancipación a favor de los mantuanos, pero no resolvieron el fondo de la crisis. Por el contrario, la destrucción física de una parte importante de la población venezolana y  de su sistema productivo, alimentaron el crecimiento de los movimientos populares que durante todo el siglo XIX y el siglo XX trataron de subvertir el poder del bloque burgués dominante hasta imponer finalmente, a inicios del siglo XXI, el poder popular.

CAPÍTULO 18
La Economía Venezolana Durante la Guerra de Independencia


La Guerra de Independencia Nacional comenzó inicialmente en 1811(Siso Martínez 1956: 291),  como una sangrienta  contienda civil donde los llamados pardos (mulatos/as, zambos/as, negros/as e indios/as) y los criollos pobres pusieron la mayor parte de la carne de cañón. A partir de 1815, con la expedición del general Morillo, el contingente militar español comenzó a jugar un papel dominante en la guerra terrestre que culminó el 24 de Junio de 1821 en la sabana de Carabobo con la derrota de las tropas colonialistas, victoria refrendada en 1823 con la victoria patriota en la Batalla Naval del Lago de Maracaibo.


Desde la óptica de los cantores de la epopeya militar, la guerra de Independencia es presentada como una gesta romántica, jalonada de batallas y escaramuzas donde descollan  los nombres de nuestros próceres. Desde el punto de vista civil, como nos lo revela la extraordinaria obra de Pedro Cunill Grau (1988: 121127; 1997:159-160), la cruenta guerra de independencia ocasionó grandes calamidades a la población venezolana. Nadie podría hoy día dudar sobre los razonamientos justos que animaron nuestra guerra de independencia de España y la necesidad política que motivó la promulgación de terribles decretos como el de Guerra a Muerte. Consideradas objetivamente ambas visiones, es necesario reconocer que los únicos beneficiados con la independencia de España fueron finalmente los mismos mantuanos y las oligarquías republicanas que se constituyeron como clase dominante y tomaron el poder después de 1830 hasta 1998.


El carácter social de la guerra propició una destrucción masiva y a veces total  de los logros materiales e incluso sociales que habían adquirido los venezolanos y venezolanas hasta 1810 (Rodríguez Campos y Pino Iturrieta 2007:254-285), el exterminio innecesario de millares de inocentes, la quema de ciudades y pueblos, el pillaje de cosechas y rebaños más allá de lo tolerable por parte de ejércitos que no poseían el menor sistema de apoyo logístico para la subsistencia de las tropas. Más grave aún  fue la destrucción del orden civil, de la organización territorial de la población. Después de 1821, las poblaciones que fueron forzadas a emigrar de un sitio a otro buscando salvar sus vidas parecen haber quedado en una especie de limbo social. El poder central de la República, localizado en Caracas, se agotaba al llegar al límite físico de las grandes ciudades, como un arroyo que desagua en las arenas del desierto. La proliferación de caudillos y oligarquías regionales debido a la incomunicación en la cual vivían las poblaciones de las diferentes provincias, anarquizó el orden civil.


El impacto de la guerra sobre la estructura demográfica


La crueldad de la guerra de independencia, particularmente durante los primeros cinco años de la contienda, cobró un gran número de vidas no solamente entre los combatientes sino también entre la población civil, pérdida de población que influyó en el crecimiento demográfico de la población venezolana hasta la primera mitad del siglo XX.


El grado de discriminación y de explotación social que ejerció hasta 1810 la minoría de blancos peninsulares y criollos blancos sobre la mayoría de la población venezolana y el resentimiento de ésta hacia sus explotadores, se evidencia en la manera como, según Brito Figueroa (1972: 160) estaba conformada la estructura de clases sociales. Sobre la base de un total de 898.043 habitantes, la población estaba integrada de la siguiente manera:


Pardos (mulatos, zambos,  mestizos): 440.000  (45%.)
Negros libres y manumisos: 33.362 (4.0%)
Negros cimarrones: 24.000  (2.6%)
Negros esclavos: 88.000  (9.7%)
Indios tributarios, no tributarios y marginales: 162.000 (18.4%)
Criollos (blancos): 173.000 (19%)
Blancos peninsulares y canarios: 12.000 (1.3%)
Total: 898.043 habitantes.


La estructura de la fuerza de trabajo de dicha población, para el período 1800-1810, según Brito Figueroa (1961:32 EscNV), estaba compuesta porcentualmente de la siguiente manera:


Terratenientes, usureros, mercaderes, comerciantes (nobleza criolla, peninsulares): 1,00%.
Medianos propietarios, pequeños comerciantes, pulperos (blancos de orilla, canarios): 10%.
Artesanos, oficiales de obrajes, albañiles, labradores, mayordomos de haciendas (pardos): 49%.
Campesinos enfeudados, peones de hacienda, colonos-arrendatarios (negros manumisos o libres, indígenas): 22%.
Negros esclavos, negros cimarrones e indígenas libres: 18%. 


Como se puede apreciar  de lo anterior, más del 80% de la población venezolana estaba excluida de participar en la conducción de la vida civil de las diferentes provincias. En particular el sector mayoritario, los pardos y manumisos, estaban discriminados -por la minoría blanca- en el terreno de las relaciones sociales de significación más limitada, hasta en el registro de nacimientos que llevaban los curas de las iglesias, el Registro de Pardos, donde se inscribían los infantes al ser bautizados adscribiéndoles automáticamente una mácula oprobiosa.


La minoría de blancos propietarios de la riqueza territorial constituía un grupo social cerrado, endógamo, que habitaba generalmente los centros urbanos más importantes y participaban activamente en las políticas municipales para favorecer sus intereses como clase social. Frente a esa posición cerrada, discriminadora, la mayoría de los integrantes de la clase popular, pardos, manumisos, esclavos e indios que había impulsado numerosas rebeliones para liberarse de la opresión mantuana, cuando sonó la hora de la emancipación de los blancos mantuanos del dominio de la Corona Española pensó primero en emanciparse de la clase que los explotaba y discriminaba aliándose con el enemigo de su enemigo de clase. De allí el carácter destructivo que tuvo la guerra de independencia ya que, no solamente se trató de aniquilar físicamente al enemigo de clase, sino de destruir igualmente el aparato productivo en el cual basaban los blancos mantuanos sus mecanismos de explotación y discriminación de la mayoría del pueblo venezolano.


El costo total  en vidas humanas de la Guerra de Independencia, ha sido estimado por Brito Figueroa (1973-I: 258) sobre la diferencia numérica entre la población venezolana para 1810 propuesta por Codazzi: (1960-I: 247) de 800.000 a 83000 habitantes, la que tenía Venezuela en 1839 (945.348 habitantes) y la que debía haber tenido Venezuela, según las tendencias del crecimiento normalmente en 1839. De no haber mediado la Guerra de Independencia, la población en aquel año habría sido de 1.404.800 habitantes; la diferencia con la de 1810 es de 274.000 personas, las cuales podrían  haber fallecido en los diversos eventos del período de la guerra, lo cual representaría –aproximadamente- un 30% de la población existente para 1810.


Los efectos de esa hecatombe social se han hecho sentir sobre la sociedad venezolana en el curso de estos dos siglos transcurridos desde la gesta inicial de nuestra independencia. Según los censos de población, solamente en 1941 el número de la población venezolana pudo alcanzar una cifra 3.850.000 mil habitantes y, hoy, transcurridos dos siglos después del 19 de Abril de 1810, apenas hemos podido llegar a 27 millones de habitantes, incluyendo el crecimiento por la inmigración de ciudadanos y ciudadanas provenientes de otros países.


Geoestrategia militar y producción económica


Sólo la presencia de una fuerte voluntad de trabajo,  de organización social y capacidad de esperanza en el futuro, pudieron motivar a la sociedad venezolana, particularmente al 90% u 80% más pobre y excluido, a trabajar para reconstruir un país devastado e inerme. La historia oficial no se ha cansado de acusar a ese sector empobrecido del pueblo venezolano de indolente y flojo. Si ello fuese cierto, no habríamos podido despejar las ruinas dejadas a la patria como herencia de más de un siglo de guerras civiles, para lograr finalmente, dos siglos más tarde, que triunfase la justicia social con la Revolución Bolivariana (Sanoja, 1988: 106-107).


La actividad bélica durante la Guerra de Independencia tuvo como principal escenario los llanos centrales de la Provincia de Caracas, impactando moderadamente en algunas zonas del Estado Lara, Maracaibo, Coro, Táchira y el norte de Guayana. Si evaluamos la intensidad de las escaramuzas y batallas libradas hasta 1817, año de la toma de Guayana por las fuerzas patriotas, la mayor parte de las mismas se dieron en los pasos estratégicos que permitían el acceso a los llanos del centro de Venezuela, hábilmente defendidos por la caballería llanera, masas de venezolanos montados, leales hasta 1814 a sus caudillos españoles, canarios o criollos. El decreto de Guerra a Muerte dictado por Simón Bolívar el 15 de Junio de 1813 tuvo como objeto crear conciencia de patria en la población venezolana, la cual impactó en comandantes llaneros natos como José Antonio Páez quien en 1818, luego de su entrevista histórica con Simón Bolivar, pasó a comandar la caballería del ejército patriota.


Como ninguno de ambos ejércitos, el patriota o el realista, poseía una logística propia, la acumulación de grandes rebaños de ganado vacuno y caballar, de  sembradíos de yuca y maíz, hacían de los llanos  una reserva estratégica de recursos de subsistencia disponibles todo el año y  de soldados entrenados en los fundamentos de la táctica militar: excelentes jinetes con una gran resistencia física, diestros en el manejo de las armas blancas, con rapidez de desplazamiento, capacidad para sobrevivir dentro de condiciones de extrema carencia alimenticia y lealtad a sus caudillos o jefes. La inclusión definitiva del ejército llanero comandado por José Antonio Páez en los ejércitos patriotas a partir de 1818, gracias a la capacidad de liderazgo de Bolívar, fue decisiva en el triunfo de la causa de la independencia venezolana (Sanoja, 1991: 201-237DicsAc).


Aquellas  inmensas llanuras que representaban el enclave de la forma socioeconómica hatera, del sub-modo de vida 3 conformaron, igualmente, la primera línea de defensa de Guayana hasta 1818,  provincia que era la reserva estratégica de fuerza de trabajo, capitales dinerarios, producción agropecuaria, artesanal y metalúrgica en la cual se apoyaba el gobierno español para mantener el control del territorio venezolano, por lo cual se libraron tantos combates en el sitio de La Puerta, Edo.Aragua, vía de acceso a las llanuras de Guárico y Apure.


Como resultado de la estratégica campaña militar desarrollada por el general Manuel Piar en Guayana (sub-modo de vida 4)  se concretó la toma de la ciudad de Angostura,  las misiones capuchinas catalanas del Caroní más ricas en recursos (particularmente La Purísima, Morecure, Caruachi, San Félix y Santa Ana de Puga) y las fortalezas de Santo Tomé de Guayana. Gracias a la visión política  y estratégica del Libertador Simón Bolívar, los inmensos recursos acumulados en Guayana sirvieron para motorizar el ejército liberador de la Nueva Granada que luego coronaría la independencia de Venezuela en 1821 en el campo de Carabobo. 


Durante la guerra la logística agropecuaria llanera sostuvo a las tropas patriotas; a diferencia de lo ocurrido en los llanos, el ciclo anual  obligado en las zonas agrícolas  de las épocas de cosecha influyó en el calendario de las batallas. Sin embargo, la guerra alteró la producción agropecuaria de la Provincia de Caracas que sólo en 1837 pudo alcanzar el nivel que tenía en 1810.


El carácter desarticulado de la producción y del mercado interno permitió que en el oriente de Venezuela, gracias a la eficiencia administrativa de Santiago Maríño, se exportase a las Antillas: ganado, cueros, algodón carne, mulas cacao, sal algodón, a cambio de armas y víveres para mantener el esfuerzo patriota. Sin embargo, el bloqueo realista a las costas de Venezuela, la destrucción total o parcial de la infraestructura agropecuaria de la Provincia de Caracas y  la desorganización de la Hacienda Pública, afectaban la ya precaria vida de la República. A partir de la pérdida de la Primera República, el gobierno realista instaurado en Caracas organizó una Junta de Proscripciones cuya finalidad era la de arrestar a los ciudadanos partidarios de la independencia y secuestrar sus bienes para transferirlos a aquellos criollos y canarios que manifestaban fidelidad al poder colonial.


Ese proceso acentuó lo que denomina Brito Figueroa (1973: 193-195) “la reconquista canaria” del poder colonial, hecho que profundizó la lucha de clases y estimuló la formación de un cierto grado de conciencia nacional. Los negros esclavos, cimarrones, peones de haciendas y hatos que habían combatido contra República Boba de 1810 (la primera República), no para imponer nuevos caudillos canarios o peninsulares tales como Domingo Monteverde,  Francisco Morales, José Tomás Boves, Yañez, entre otros, sino para lograr su propia liberación, al ver que su  estatus social no había variado con la nueva estructura de poder colonial, volvieron a rebelarse levantando como bandera el odio a los blancos y a los propietarios de la tierra (ojo Juan Uslar 201: 111-117)


La República de 1813 creó igualmente un Tribunal de Secuestros que embargó los bienes de los enemigos de la independencia, alentando a los venezolanos a apoderarse de los bienes de los peninsulares los cuales serían repartidos en cuatro partes: una para los oficiales del ejército patriota, una para los soldados y las otras dos partes se reservarían para el Estado (Brito Figueroa, 1973: 199-220).


Las provincias que conformaban el bando adverso a la República, Guayana, Coro y Maracaibo, siguieron conservando relativamente intacta su infraestructura productiva que servía para apoyar el esfuerzo de los colonialistas. Guayana, hasta 1817; Coro y Maracaibo, que eran el centro nodal del circuito agroexportador del occidente de la actual Venezuela, hasta 1823 cuando la escuadra patriota derrotó a la colonialista   en la Batalla Naval del Lago de Maracaibo, sellando así la Independencia política de Venezuela (Codazzi, 1960-I: 465; Cardozo Galué, 2004: 35-38).


Al finalizar la guerra, la economía y la sociedad de la Provincia de Caracas estaba en ruinas. El fuerte antagonismo que se desarrolló durante la década de los veinte del siglo XIX entre las clases dominantes venezolanas y el gobierno oligárquico bogotano, en el marco de una profunda crisis económica y la desorganización y la ruina de la Hacienda Pública, culminó con la disolución de la República de Colombia y la independencia definitiva de Venezuela del sistema político grancolombiano (Brito Figueroa 1987-IV:1378).


Reunificada Venezuela luego del rompimiento de la Gran Colombia, su deuda externa se repartió entre los tres componentes de aquella: Venezuela, Ecuador y Colombia. A Venezuela le tocó pagar el 28% de la misma, unos 34 millones de pesos. Sumada a los empréstitos externos que tuvo luego que solicitar a países europeos  el presidente José Antonio Páez y los siguientes durante el siglo XIX,  el cobro de la larga deuda externa no pagada fue el pretexto para el bloqueo a Venezuela a inicios del siglo XX, hecho que nos arrojó en brazos del imperio estadounidense.


El producto de la hacienda pública en esas primeras décadas de la República, se destinaba en su mayoría al pago de la deuda, al pago de  pensiones y subsidios a los veteranos de la guerra, al pago de salarios burocráticos y de militares en servicio (Maza Zabala, 1997: 204.). El período transcurrido entre 1812 y 1829 representó para Venezuela  un “tiempo demográfico regresivo” ya que, aparte del estado de postración que presentaba la antigua forma económica agropecuaria colonial, las endemias y las pandemias de paludismo y fiebre amarilla, el hambre y la tuberculosis aumentaron la fracción mórbida de la población venezolana (López.1988: 142-147).


Ya que el gasto social del Estado venezolano en aquellas condiciones era prácticamente inexistente, no se establecieron ni siquiera unas mínimas condiciones de salubridad y alimentación, por lo cual se deterioró al extremo la calidad de vida de la mayoría de la población venezolana. Esa misma tendencia se mantuvo en líneas generales hasta 1998, causando una deuda social con el pueblo venezolano azotado por  enfermedades,  ausencia de servicios efectivos de salud y de vivienda, por el hambre, la desnutrición, el analfabetismo y, en general, por el irrespeto absoluto de los derechos humanos y sociales de los ciudadanos y ciudadanas.


El tiempo demográfico venezolano después de 1830


Los diferentes tiempos históricos que vive una sociedad determinada están en correspondencia con las condiciones objetivas que establecen los tiempos demográficos. Siguiendo este planteamiento, la dramática sucesión de tiempos históricos que ha vivido la nación venezolana desde 1810 hasta el presente son  testimonio de un pueblo que ha luchado con fiereza para sobreponerse a las condiciones de miseria y desigualdad social que trataron de abatir su esperanza de completar alguna vez la revolución emancipadora y liberadora que inició en el siglo XVI.


La información estadística existente para 1830, año cuando se inicia la  vida de nuestra república actual,  indica que a pesar de las pésimas condiciones materiales en las cuales se desarrollaba la vida de las clases populares a partir de 1830 se produjo un importante crecimiento vegetativo de la población, ya que el crecimiento poblacional como resultado de procesos inmigratorios, era muy reducido (Cunill Grau, 1997: 159).


El año de 1830, después de la gran pérdida en vidas humanas que causó la Guerra de Independencia en la población venezolana, la población volvió a alcanzar la cifra de 830.000 habitantes. Nueve años más tarde, en 1839 la población había aumentado a 945.348 habitantes. En 1857, el número total de habitantes ya alcanzaba 1.789.159 personas, disminuyendo en 1864 a 1.560.000 habitantes como resultado de las bajas ocasionadas por la Guerra Federal. En 1873, la población volvió a aumentar hasta alcanzar la cifra de 1.784.194 habitantes y en 1891, la  de 2.323.527 personas.


El número de personas que arribaron a Venezuela como inmigrantes entre 1832 y 1857 alcanzó la cifra de 12.610, provenientes de las islas Canarias. Posteriormente, entre 1874-1888, la inmigración de extranjeros alcanzó la cifra de 26.090 personas. Para el año 1891, ya existía una población de 36.606 extranjeros  concentrados principalmente  en los grandes centros urbanos: Caracas, Valencia, La Guaira, Puerto Cabello, Coro, Cumaná, Carúpano y Maracaibo, mientras otro número de extranjeros, quizás relacionados con las casas comerciales de exportación, estaban residenciados en las haciendas cacaoteras de Paria, estado Sucre y en las haciendas  cafetaleras del estado Tachira.


Debido a la virtual ausencia de vías de comunicación, la mayor parte de las regiones del interior se encontraban aisladas e incomunicadas. El efecto inmediato de esta situación se reflejó en el aumento del regionalismo y de los localismos, particularmente expresados en la consolidación de las oligarquías políticas y económicas locales y regionales que se esforzaban por mantener su autonomía del núcleo central de poder localizado en Caracas.


La mayoría de los contactos sociales y económicos al interior de Venezuela se llevaba a cabo vía el tráfico fluvial, fluvio-lacustre y marítimo. La ciudad de San Fernando de Apure (Cunill Grau, 1987-III: 1973-1975 y siguientes), se convirtió en un puerto fluvial de excepcional importancia, desde donde se movían las mercancías a lo largo del rio Apure  hasta llegar a Angostura o Ciudad Bolívar, puerto en el cual atracaban  barcos y vapores de mayor calado que llevaban mercancías y pasajeros al Caribe y a Europa. La flota de canoas, bongos y bergantines navegaba también hacia Puerto Nutrias, de donde las embarcaciones remontaban los ríos Portuguesa y Cojedes hasta llegar al puerto de El Baúl, desde donde se transportaban vía fluvial o terrestre hasta Maracay y Puerto Cabello. Otras rutas de cabotaje recorrían la costa Caribe venezolana y llegaban también, vía el Orinoco, hasta Ciudad Bolívar y San Fernando de Apure.


La gran concentración de esclavos (as) negros (as) que se produjo desde el siglo XVIII para operar el sistema de plantaciones haciendas de cacao, café y caña de azúcar se expresó, en el siglo XIX y particularmente con posterioridad a la prohibición oficial de la esclavitud, en la formación de grandes establecimientos autárquicos, de grandes enclaves étnicos aislados de población negra, poco mestizados, en la extensa región de Barlovento, actual estado Miranda, Choroni,  Ocumare de la Costa, Cata, Cuyagua en el litoral del actual estado Aragua,  el litoral del actual estado Vargas, Cumaná, Cariaco y Güiria,  costa del actual estado Sucre, la costa del actual estado Falcón, La Ceiba y Gibraltar en el sureste del lago de Maracaibo, por mencionar sólo  algunos de dichos enclaves. De la misma manera, como observamos en páginas anteriores, el sistema de cumbes permitió un proceso de colonización territorial que hizo posible una amplia  expansión de la población negra, mulata o zamba venezolana en la extensa periferia de aquellos enclaves (Acosta Saignes 1984: 262).


Enclaves  importantes de población indígena sobrevivieron también en la Cordillera de Los Andes, en los Bajos Llanos de Apure, en el occidente de Barcelona, en Cumaná,  en los actuales estados Delta Amacuro, Bolívar y Amazonas y en el actual Estado Zulia, parte de cuyas tierras ancestrales fueron expropiadas  por los gobiernos y oligarquías regionales para beneficiar  el proceso de colonización emprendido por los agricultores y ganaderos criollos.


La vida cotidiana de los venezolanos y venezolanas  en el siglo XIX


La desarticulación de los diferentes componentes de la vida cotidiana, de la vida social, de la producción, inducida por la cruenta Guerra de Independencia, sumada al aumento exponencial de la explotación inmisericorde que un 22% de venezolanos (10.000 ricos y 60.000 de clase + media) había sometido al 78% (832.93) de los otros venezolanos (as) pobres, nos permite visualizar las condiciones de vida de la mayoría de los venezolanos (as)  en 1839 (Codazzi, 1960: 338). El consumo anual de sesenta mil venezolanos ricos o con medios de fortuna equivalía a la suma de 3.170.000 pesos; el consumo anual del resto de 832.933 venezolanos y venezolanas  pobres, por el contrario, montaba a la suma de 2.492.933 pesos, relación de apropiación de la riqueza de la nación similar a la calculada para 1810 por McKinley (1987: 41)  y Soriano de García Pelayo (1988: 42). Ello nos revela que si bien los ricos habían logrado con la Guerra de Independencia emanciparse del control de la corona española para enriquecerse a su gusto, los y las  pobres venezolanos no comenzaron a emanciparse de la explotación de los ricos venezolanos sino casi dos siglos después, hacia  inicios de la Revolución Bolivariana en 1998. 


La vida de los venezolanos (as), particularmente los de la mayoría pobre, estuvo caracterizada en el siglo XIX y después en el siglo XX por policarencias sociales y sanitarias. En el siglo XIX, las enfermedades y el hambre diezmaban la población venezolana. En 1832, la peor plaga, el paludismo, hacía verdaderos estragos en la mayor parte de la población de los llanos, el sur del lago de Maracaibo, el litoral  de Coro, Yaracuy y el oriente del país, extendiéndose en de 1856 por todo el país, incluidas las zonas urbanas. De igual manera el cólera morbo ya se había extendido en 1854 a todo el país, enfermedades causadas principalmente por las deficiencias o la carencia absoluta de  higiene  y salud.


La ausencia de un sistema organizado de vías de comunicación terrestres, mantenía en aislamiento a las poblaciones de las diversas regiones de Venezuela, dificultando sensiblemente la circulación de mercancías, particularmente la distribución y el consumo de los alimentos. Como consecuencia, cada región del país tenía que seguir un régimen casi autárquico en este renglón de la economía. Debido a esta coyuntura, la dieta básica de la población era frugal y monótona, basada en el consumo cotidiano de insumos como  maíz (arepas, hallaquitas, cachapas, empanadas, carato de maíz),  casabe, caraotas negras, plátanos, arroz blanco, papelón, tasajo (carne salada esmechada) y pescado seco, la cual pasó a ser considerada en los años sucesivos como la “dieta típica” de los venezolanos (as).


Como resultado de la ausencia de vías de comunicación, el predominio de la agricultura de estación para los productos de mesa y la inexistencia de alguna forma de protección civil de la población, durante los períodos extremos de sequía o de inundación durante la temporada de lluvias, llegaban a producirse hambrunas. Para prevenir estas calamidades, la población venezolana pobre, hasta bien entrado el siglo XX, desarrolló como virtud, como sistema defensivo frente a las condiciones de explotación,  la austeridad en el consumo de alimentos, de vestidos, de calzados y de todo lo que se podía considerar como superfluo para reproducir la vida cotidiana.


Unida a la deficiencia en salud, alimentación, vivienda, comunicaciones, etc., encontramos también la escasez de utillaje agrícola, de medios de almacenamiento y demás infraestructura que hubiesen podido ayudar a modernizar y hacer más eficiente la producción de insumos  agrícolas de mesa para la población, sobre todo el 78% de venezolanos (as) pobres y excluidos, lo cual llegó a conformar en Venezuela, como ha dicho acertadamente Cunill Grau (1997:159) “una geografía de la penuria”.


CAPÍTULO 19
El Modo de Vida Nacional Monoproductor Agroexportador: 1830-1935.


La insurgencia revolucionaria: germen de las clases populares


Después de 1830, muerto el Libertador y desmembrado su sueño de la Gran Colombia, las nuevas burguesías provinciales republicanas venezolanas reasumieron sus proyectos políticos particulares previos a 1810, destinados a lograr hacerse con la hegemonía del país, a construir una República Oligárquica a la medida de sus ambiciones.


Las clases populares, por su parte, reasumieron su agenda de resistencia para hacer la Revolución Social, sirviendo muchas veces de trampolín a los intereses de la burguesía, hasta que en 1998, casi 170 años más tarde, lograron finalmente arrancarle  el poder político y buena parte del poder económico que aquélla detentaba en Venezuela.


Desde 1814 hasta 1830, luego de la caída de la Primera República, las sublevaciones de negros (as), zambos (as) y mulatos (as) se sucedían casi a diario en las diferentes provincias bajo la consigna igualitaria de ¡Mueran los Blancos!, lo cual hizo exclamar al Libertador Simón Bolívar en carta a José Antonio Páez en 1826:


“…Un inmenso volcán está a nuestros pies. ¿Quién contendrá las clases oprimidas? La esclavitud romperá el fuego: cada color querrá su dominio…” (En Brito Figueroa, 1987-IV: 1330 y siguientes).


Los proyectos de las rebeliones libertarias de los negros (as), zambos (as) y mulatos (as),  como ya hemos expuesto en páginas anteriores, representaron de cierta manera el intento de oponerse a la hegemonía de la burguesía mantuana y luego republicana,  rebeliones que finalmente contribuyeron a forjar  la moderna sociedad venezolana. Desde el siglo XVI se hizo evidente que nuestro país  para derrotar los  mecanismos de dominación y exclusión social era  y sigue siendo necesaria la lucha de clases,como lo evidencia la sucesión de alzamientos, guerras y guerrillas  que caracterizaron nuestro primer siglo de vida republicana,  los golpes de Estado, rebeliones populares o militares  del siglo XX y la rebelión popular  que se inicio el el 27 de Febrero de 1989 para batir finalmente en 1998 la dictadura partidista impuesta por la burguesía y su  intento de destruir la Revolución Bolivariana el 11 de Abril de 2002. (Vargas Arenas, 2007: 63; Sanoja 2008:27-45).


El pueblo venezolano irredento, excluido,  creyó que la independencia política conquistada en 1823 representaría efectivamente su liberación social definitiva, pero con la Tercera República la nueva forma de oligarquía latifundista y posteriormente con la Cuarta República, las diversas expresiones de la oligarquía neocolonial proimperialista, asumieron y practicaron  el papel opresor y reaccionario que había caracterizado su expresión oligárquica colonial, bloqueando todo intento de modernizar y democratizar la sociedad venezolana (Siso Martínez, 1956:233-236; Sanoja y Vargas Arenas, 2007: 43).


Por las razones antes enunciadas, las rebeliones populares contra el régimen de exclusión social que continuaba dominando la vida social  de la nueva República luego del colapso de la Gran Colombia, continuaron manifestándose.  Vemos así que en el mes de Junio de  1831, el gobierno de la nueva oligarquía venezolana debeló un extenso plan para exterminar a los blancos que vivían en la antigua Provincia de Caracas, en el cual estaban comprometidos esclavos, soldados y oficiales  zambos, mulatos o negros e incluso comerciantes descontentos con la situación de exclusión social a la cual habían sido relegados por los “mantuanos” o blancos criollos que ahora tenían en sus manos todo el poder político.


La llegada de refuerzos militares a Caracas desde La Guaira, 40 soldados en su mayor parte negros, evidencia también la composición étnica del ejército venezolano de entonces. Ciento treinta rebeliones y motines similares fueron debelados en Cumaná, en Angostura (actual Ciudad Bolivar), en los llanos de Guárico, Barinas y Apure y en diversas otras regiones de Venezuela (Porter, 1966: 547-549; Vargas Arenas y Sanoja, 2006: 30-51; Sanoja y Vargas Arenas, 2007: 43-44; Vargas Arenas, 2007: 63).


A partir de 1830, fecha que a nuestro juicio es el punto de quiebre con los modos de vida de la antigua sociedad colonial mantuana, las antiguas y las nuevas oligarquías latifundistas provinciales que detentaban considerables parcelas de poder se transformaron en una clase dominante militarista a la sombra de su Gran Protector, el General José Antonio Páez, convencidas de tener el derecho de dirigir el destino de la nación venezolana. La posesión de vastos latifundios, mayormente expropiados a los antiguos hacendados mantuanos coloniales,  les permitió tener bajo su control grandes masas campesinas integradas por esclavos negros, negros, mulatos, zambos e indios libertos enfeudados, explotados  y acogotados por el paludismo, la fiebre amarilla, la tuberculosis,  el hambre crónica y el analfabetismo, quienes servían indistintamente como siervos de la gleba o como soldados bajo la autoridad del mayordomo de la hacienda en las montoneras iniciadas por el señor terrateniente. Las montoneras tenían como propósito implícito hacer la revolución con minúsculas. Como propósito explícito, las oligarquías provinciales latifundistas perseguían mantener su independencia frente al poder de la vieja oligarquía de la Provincia de Caracas y, eventualmente, apoderarse  de dicho poder.


Los antiguos y los nuevos propietarios trataron de mantener el viejo orden social que había sustentado el modo de vida  colonial-mercantil venezolano. Jefes y oficiales libertadores como Páez y los Monagas, se hicieron terratenientes, razón por la cual no pudo ser efectiva la libertad de los esclavos en Venezuela, como lo soñaba el Libertador Simón Bolívar. Los propietarios esclavistas republicanos y los jefes  militares no querían renunciar a sus posesiones de esclavos (as) y tierras,  solamente querían –cual el ideal de los viejos mantuanos- una patria bajo su dominio político, social y económico con exclusión de los mestizos, los indios y los negros.


En el año 1859, la situación de la masa campesina venezolana e incluso de la incipiente clase media de bodegueros y pequeños comerciantes, era desesperada. El saqueo de las tierras y ejidos nacionales y la desposesión de los ejidatarios, colonos y pequeños propietarios como consecuencia del nuevo ajuste liberal representado por la puesta en ejercicio de aquella Ley del 10 de Abril de 1834 potenció la pobreza general, particularmente en el actual estado Barinas, donde el mensaje revolucionario del General de Hombres Libres, Ezequiel Zamora, galvanizó con su llamado y sus acciones la esperanza de las masas irredentas y explotadas que se habían sumado al movimiento liberador de la Federación (Brito Figueroa, 1996:493-526).


La Guerra Federal se transformó en una lucha social por la democratización del derecho a la posesión de la tierra, por la igualdad, la libertad y la democracia social, contra el centralismo de la oligarquía caraqueña y en pos de la descentralización del poder político. El asesinato de Ezequiel Zamora a manos de un francotirador, pagado seguramente por la oligarquía venezolana, terminó prácticamente con los ideales revolucionarios de la Guerra Federal durante el siglo XIX (Sanoja y Vargas Arenas, 2007: 45).


El asesinato de Zamora el 1º de Enero de 1860 en San Carlos de Cojedes cuando el ejército oligarca ya estaba derrotado y la posterior firma del Tratado de Coche, que en realidad se trató de una conciliación entre oligarquías provinciales, pusieron fin a esta nueva fase de la insurrección popular contra las oligarquías republicanas dominantes (Banko, 1996), quienes a partir de entonces se mostraron obsecadas y resueltas  a no perder el poder que habían conquistaran finalmente con la terminación abrupta de la Guerra  Federal.


En términos históricos, el fin de la Guerra Federal y el Tratado de Coche significaron el triunfo temporal de la hegemonía oligárquica latifundista sobre las rebeliones populares anti-sistema que ya habían comenzado a producirse desde el siglo XVI. De igual manera, dicho evento histórico marcó el inicio de la implantación de un estilo de vida consumista particularmente en la clase burguesa caraqueña,  forma cultural subsumida en el modo de vida monoproductor agropecuario, la cual responde a lo que considera Brito Figueroa como una expresión de la neocolonidad que no alteró los contenidos esenciales de calidad del modo de producción de la FES clasista (Brito Figueroa, 1987-IV: 1606). Este modo de vida se caracterizó por una mayor explotación de la fuerza de trabajo enfeudada en las haciendas, ya que la oligarquía  rentista  propietaria de la tierra y el poder del Estado tenía entonces que cancelar anualmente las cuotas de los empréstitos que su gobierno había contraído con la Banca Europea para mantener funcionando el Estado Nacional y adaptarlo a la nueva fase colonialista imperial que asumió el sistema capitalista, tanto europeo como estadounidense.


La estructura social y económica que prevalecía desde la mitad del siglo XVIII no sufrió cambios significativos hasta las primeras décadas del siglo XX (Ríos et alíi, 2002: 123-124); las transformaciónes que ocurrieron antes de esa fecha se centraron, principalmente,  en ciertos sectores de la superestructura política, jurídica y administrativa, necesarias para consolidar el carácter liberal de la economía venezolana.


Entre 1830 y 1870 se favoreció el negocio de la banca, de manera que la usura creció de manera desproporcionada y socialmente injusta. En este  último cuarto de siglo se crearon casas de comercio extranjeras y bancos para financiar las cosechas, pero siempre  obteniendo jugosas ganancias con el trabajo de los agricultores, campesinos (as) enfeudados y esclavos (as),  comprando sus cosechas por debajo de los precios de mercado. Las políticas del Estado venezolano destinadas a favorecer el desarrollo de la banca se concretaron con base de la Ley del 10 de Abril  aprobada por el Congreso de la la República el año 1834, de corte liberal, que favorecía la conducta usurera de los prestamistas y los banqueros, a pesar de la oposición que hicieron entonces  intelectuales conservadores como Fermín Toro. Dicha ley establecía que  “…para hacer efectivo el pago de cualquiera acreencia se rematen los bienes del deudor, por la cantidad que se ofrezca por ellos el día y hora de la subasta… el acreedor o acreedores pueden ser licitados en subasta…el rematador, por el acto de remate y posesión subsecuente, se hace dueño de la propiedad rematada…”


La legalización  del negocio de la  usura, en el último cuarto del siglo XIX propició la concentración de la propiedad en manos de los prestamisras usureros, para lo cual se crearon casas de comercio extranjeras y bancos para financiar las cosechas, principalmente de los cultivos comerciales  de exportación como el café,  el cacao,  la caña de azúcar y el tabaco, pero siempre  obteniendo jugosas ganancias con el trabajo de los agricultores y sobre todo con la explotación del trabajo de los campesinos y campesinas. Al igual que los intermediarios de hoy, los del siglo XIX especulaban con los precios de los alimentos, comprando las cosechas por debajo de los precios de mercado para luego venderlas el expendedor y al público a precios exhorbitantes.


A partir sobre todo de 1870, el gobierno oligárquico se sustentaba en, y era propiedad de  la burguesía comercial exportadora-importadora, negociante de dinero y de valores, lo cual se expresó –por una parte- en la introducción de un estilo de vida consumista y derrochador de mercancías europeas y estadounidenses  y, por la otra, en la entrega del monopolio de las vías ferroviarias, las  minas de cobre y oro, las comunicaciones telegráficas, de la renta producida por la explotación de las aduanas de los puertos marítimos, del subsuelo y el asfalto y el petróleo que contiene, a los monopolios foráneos (Brito Figueroa, 1991: 103 30).


La política económica gubernamental venezolana, como se observa, era liberal, basada en la doctrina del mercado abierto, inspirada a su vez en las doctrinas inglesas del libre cambio que se hallaban en boga en el siglo XIX. Al igual que lo que ocurre en la actualidad con la aplicación de las doctrinas neoliberales, la aplicación de las leyes económicas liberales del siglo XIX aceleró la concentración de la riqueza en las manos de la oligarquía republicana, aumentado la desigualdad económica y la miseria entre los pequeños propietarios y los trabajadores rurales. Al agudizarse las  contradicciones ideológicas  entre liberales y conservadores, como ya vimos,  se produjo  la rebelión de Ezequiel Zamora  y la Guerra Federal en 1859 la terminó en 1863 con su asesinato  y la firma del Tratado de Coche. Estos eventos propiciaron posteriormente la llegada del gobierno autocrático de la oligarquía -encarnada esta vez en Guzmán Blanco y su supuesto “proceso de  modernización del país”- quien supo sacar provecho de los cambios violentos que habían sacudido los relictos de la vieja sociedad colonial. El discurso eurocentrista de Guzman tenía como objetivo halagar a la burguesía venezolana, la que llamaba Brito Figueroa  el “alto comercio” y Vargas-Arenas el “bloque histórico interno”, la cual constituía y todavía constituye el nexo directo de Venezuela con el mercado capitalista mundial ( Brito Figueroa 1987-IV:  1381;De Lima, 2002: 139; Vargas-Arenas 2007: 15-18).


El bloque oligárquico de  poder comercial


La formación del bloque oligárquico dominante de la III República se concretó entre 1825 y 1850, integrado principalmente por los usureros, la burguesía comercial y los latifundistas. Con el inicio de la vida republicana luego de la Batalla de Carabobo que selló la independencia de Venezuela, en un país cuya economía productiva había sido seriamente dañada por la guerra, los  comerciantes importadores-exportadores adquirieron un creciente dominio económico e intentaron obtener también  el dominio político del país. Aliados tanto con los viejos terratenientes mantuanos como con los nuevos terratenientes republicanos, aquellos actores jugaron un papel destacado en la estructuración de la nueva oligarquía. Gracias a sus vinculaciones con el comercio exterior, el sector  intermediario --integrado por comerciantes que adquirían sus mercancías en los principales puertos-- y el control del escaso circulante que existía en manos de los venezolanos, propiciaron que los capitales ingleses, estadounidenses y alemanes  ocupasen el vacío dejado por los capitales españoles. Debido a la ausencia de instituciones bancarias, su fuente principal de acumulación radicaba en el manejo del comercio exterior, los préstamos de carácter  usurario,  el control del circulante y los mecanismos del crédito, razones por las cuales se convirtieron rápidamente en el grupo económico dominante en el plano político,  la raíz de la burguesía comercial venezolana.


El bloque oligárquico de poder latifundista


La clase burguesa formada en el marco de una estructura agraria latifundista, esclavista y enfeudada constituía la base productiva del país que tenía en sus manos el poder económico y el político, ya que la renta pública que financiaba el funcionamiento del Estado venezolano y el gasto público dependía fundamentalmente del pago de derechos de exportación del café, el cacao, el tabaco, los cueros, las semillas de dividive y  otros rubros agrícolas que ellos producían y exportaban. Tenía, así mismo, el control de grandes masas de campesinos enfeudados los cuales, llegado el momento, podían convertirse en ejércitos campesinos para-militares privados, a través de los cuales podían controlar el escenario político venezolano.


Por esas mismas razones, la oligarquía controlaba igualmente la naciente burguesía comercial donde figuraban muchos inmigrantes extranjeros dedicados al comercio con sus países de origen, particularmente de origen alemán, inglés o francés los cuales se vincularon por matrimonio con las mujeres u hombres de la aristocracia latifundista de abolengo, convirtiéndose en un nuevo bloque de poder dominante por poseer el capital dinerario y ser el vínculo con el mercado capitalista mundial. Dicho bloque de poder económico, posteriormente, se hizo también dueño de las antiguas plantaciones de caña de azúcar, de café y cacao en los estados Aragua,  Carabobo  Yaracuy, Trujillo, Táchira, Zulia, Sucre, Monagas, entre otros, que habían sido propiedad de viejas familias mantuanas (Brito Figueróa-IV1987: 1383).


Ese  bloque de poder pasó a conformar en el siglo XX el núcleo de una nueva oligarquía basada en la agroindustria, la industria licorera, el negocio de exportación-importación, las comunicaciones, los medios de comunicación social y muchos otros, vinculados a las organizaciones políticas locales y al capitalismo transnacional, mientras que las viejas familias mantuanas que le sirvieron inicialmente de cobijo, languidecían y desaparecían del escenario político-social venezolano.


La base productiva de la economía venezolana: 1825-1900


La base del producto de la economía venezolana y el motor del comercio exterior, como vemos, continuó siendo agropecuaria; la propiedad territorial agraria continuó concentrada en un grupo social dominante, al igual que durante la colonia española, sólo que –como veremos más adelante- comenzó a modificarse la composición  de la fuerza de trabajo explotada por  dicho grupo. Hacia mediados del  siglo XIX, buena parte de dicha fuerza de trabajo estaba todavía  constituida por esclavos (as) negros (as) o personal sujeto servidumbre efectiva, trabajadores (as) libres o asalariados (as)  o arrendatarios (as) que trabajaban para las haciendas y esclavos (as) manumisos (as)  e indios (as)  libres.


El comercio exterior, luego de la independencia se cerró con España, pero se abrió con las Antillas, Europa (Holanda, Inglaterra, Francia y Alemania) y  Estados Unidos, predominando la economía agrícola vegetal que se practicaba en la zona costero-montañosa del norte y el noroeste de Venezuela, región que había estado durante la colonia española bajo el control de la antigua Provincia de Caracas. En este el tipo de  producción agropecuaria se discriminaba territorialmente de la siguiente manera: cacao, en Barlovento, Aragua, Coro, Maracaibo y el piedemonte andino; añil,  en el antiguo territorio de la Provincia de Caracas; tabaco, en Barinas, Maracaibo, Barquisimeto y en las provincias del noreste de Venezuela; la caña de azúcar, en Barlovento, los valles de la cuenca del lago de Valencia (Aragua y Carabobo), Yaracuy, Maracaibo, Trujillo, Barquisimeto y el noreste de Venezuela; el café, en Caracas, Aragua, los Andes y norte de Barcelona; la región llanera y Guayana: cría de ganado vacuno, caballar y mular. De toda esta producción agropecuaria, la del  café adquirió primacía en el comercio de exportación, seguido por el cacao,  el tabaco, melazas, algodón, cuero, mulas, y las semillas de dividive utilizada en el exterior (Estados Unidos, Alemania) para la industria de curtiembre cueros (de Lima, 2002: 54,59).


Con base a la economía agropecuaria, el comercio exterior venezolano llegó a crecer hacia mediados del siglo XIX un volumen evaluado en  6.400.000 pesos, mientras que el comercio de importación en un país que tenía una infraestructura artesanal muy rudimentaria, alcanzó un volumen de 5.200.000 pesos. En los años 1842-43 y 1877-78, por ejemplo, los ingresos fiscales principalmente percibidos por derechos de exportación aumentaron entre 83% y 91% y los gastos públicos de 183% y 140%. Ello nos revela que el funcionamiento del Estado nacional era deficitario, por  lo cual tuvo que recurrir a solicitar préstamos en el extranjero.


Las exportaciones de café llegaron a totalizar 26.666-000 libras, las de cacao 7.321.000 libras, la de cueros 436.000 unidades, las de tabaco 214.000 libras,  el ganado vacuno en pié 131.000 unidades y las mulas, un rubro muy importante para el transporte de bienes por vía terrestre, 1235 unidades (Maza Zabala, 1997: 204).


Una parte importante del comercio de importación se dedicaba, como veremos luego, a la compra e introducción de bienes que beneficiaban fundamentalmente los gustos suntuarios de la oligarquía y la pequeña burguesía: ferretería en general, quincallería, muebles, maquinarias e implementos agrícolas, carruajes, carbón mineral, harinas, cereales, granos,  medicamentos, papel, juguetes, perfumes, joyas, monedas de oro y plata que llegaron a sumar en una oportunidad  un valor de 623.000 pesos.


El sistema tributario venezolano descansaba en el comercio exterior, de manera que, por ejemplo, en los años 1842-43  el 73% de la renta del Estado venezolano estaba representado por derechos de importación, 9% por derecho de exportación y el 19% por la renta interna, incluido el monopolio de las  salinas: 19%. En el período 1847-48, por ejemplo, la recaudación por concepto de derechos de importación alcanzó el 57% de la renta total, mientras que los derechos por concepto de exportación montaban al 38% de los ingresos fiscales. El resto de la renta interna era generado  por impuestos a la producción, la distribución y el consumo de  licores y  tabaco.

Construcción de la base material


Una de las tareas que tímidamente inició el gobierno de la oligarquía venezolana hacia mediados del siglo XIX fue la construcción de la base material que serviría para desarrollar el rendimiento de los modos de trabajo capitalistas de los cuales dependía su reproducción como clase social. El comercio difícilmente podía prosperar en las condiciones existentes en la Venezuela de entonces, país que todavía sufría la devastación de la Guerra de Independencia y cuyas poblaciones se hallaban prácticamente incomunicadas entre sí. Para remediar de alguna manera ese grave problema, se inició la recuperación y modernización del espacio social, particularmentelas vías de comunicación (Cunill-Grau, 1997: 160-162).


Debido a la ausencia de medios adecuados de comunicación, el transporte de pasajeros y mercancías seguía utilizando  las picas, caminos y senderos  que estaban en uso de los tiempos coloniales. Por ello se construyó en 1845 una nueva carretera entre Caracas- La Guaira y, en1850, otra entre Valencia-Puerto Cabello, con el objeto de facilitar las relaciones comerciales entre aquellos puertos principales,  los centros urbanos dependientes y las áreas de producción cafetalera y de caña de azúcar que formaban la base de la producción agroexportadora. Para finales del siglo XIX, se inició la construcción de la red vial: una que irradiaba desde La Guaira y Puerto Cabello hacia los valles de Aragua, Valencia, Nirgua, San Carlos, Villa de Cura, San Juan de los Morros, valles del Tuy, Guatire y Guarenas; otra carretera  entre Barquisimeto; otra fue la red fluvial de mercancías y pasajeros hacia el golfo de paria y las redes camineras que vinculaban a Barcelona con las riberas del Orinoco, San Félix y Upata. La mayoría de dichas carreteras, generalmente vías estrechas y sinuosas, continuaron en servicio hasta bien entrado el siglo XX.


Otra innovación en materia de transporte terrestre fue la construcción de 960 kilometros de vías ferroviarias, cuya explotación fue concedida a empresas inglesas y alermanas. Se trataba de redes ferroviarias limitadas, desarticuladas, con  diferentes tipos de trocha y de material rodante, las cuales no fueron construídas  con la idea futura de  integrarlas en un solo sistema nacional. Los ferrocarriles beneficiaron a regiones muy restringidas  donde existían intereses económicos muy puntuales como las minas de Aroa y el carbón de Naricual y áreas de agricultura de exportación con sus centros urbanos en el Litoral Central y Los Andes.


Paralelamente se diseñó un sistema de fluvio-lacustre que vinculaba las cuencas de los ríos Catatumbo y Escalante y los puertos de Bobures, La Ceiba y Gibraltar, por donde se exportaba la producción cafetalera andina venezolana y de Santader, Colombia, vía el lago hacia el puerto de Maracaibo. Otro importante  sistema de transporte fluvial vinculaba las regiones de Portuguesa-Apure-Orinoco, en tanto que buques de vapor, bongos y piraguas manteníanel tráfico de mercancías y pasajeros entre San Fernando de Apure, Caicara y Ciudad Bolívar y entre San Fernando de Apure, Puerto Nutrias, Arauca, Camaguán, hasta El Baúl y de allí, por vía terrestre, a los puertos de La Guaira y Puerto Cabello.


El boom económico del Guzmanato: 1870


El acceso al poder de Antonio Guzmán Blanco en 1870 coincidió con las grandes transformaciones económicas que se produjeron en el sistema capitalista europeo y estadounidense hacia mediados del siglo XIX, coincidentes a su vez con la aparición del Manifiesto Comunista escrito por Carlos Marx y Federico Engels. El desarrollo de las fuerzas productivas se expresó en aquellos países en un extraordinario avance tecnológico y en el crecimiento y la concentración de la producción industrial, condiciones que propiciaron el paso del  antiguo régimen de libre concurrencia de la I Revolución Industrial dominada por la industria ligera, al del capitalismo monopólico o financiero dominado por la industria pesada, la metalurgia, la fábricas de maquinaria y la industria minera, entre otras, la del nuevo motor del capitalismo: el petróleo (Brito Figueroa, I- 1973: 304).


La nueva fase de acumulación de capitales producidos por la II Revolución Industrial tuvo como consecuencia la formación de una masa de capital excedentario que, tal como habría de ocurrir más tarde alrededor de 1970 con el gobierno de Carlos Andrés Pérez,  buscaba invertirse en los países atrasados de su periferia. Las inversiones en ferrocarriles, telecomunicaciones, minería y otros, así como los empréstitos que aumentaron nuestra deuda externa y nos trajeron tantos males sociales, aumentaron igualmente nuestra pérdida de soberanía y una mayor dependencia de los centros extranjeros de poder.


La economía agroexportadora venezolana respondió rápidamente a la coyuntura económica internacional, de manera que las exportaciones de café, cacao y otras materias primas aumentaron en un 40% con relación a los años anteriores, a causa del crecimiento del gasto suntuario y de la riqueza en manos de las burguesías europeas; es así que, en 1890, la balanza comercial venezolana mostraba un excedente favorable de 53 millones de bolívares. De manera simultánea, la explotación de las minas cobre y de oro de las recién descubiertas minas de El Callao, Provincia de Guayana, produjeron en el período 1870-1890 1.326.459.39 onzas de oro con un valor de de 127.040.181,94 bolívares (Brito Figueroa, 1973: 305; Lavenda, 1977: 53-54).


El 3 de Septiembre 1878 se le concedió a la Compañía Minera Petrolia una concesión del Estado venezolano para explotar los hidrocarburos durante cincuenta años, en una zona ubicada en la frontera entre Colombia y Venezuela. Utilizando rústicos métodos de excavación para recobrar el petróleo del subsuelo y sistemas de refinación artesanal para destilarlo, la compañía produjo hasta 1907 kerosene, el cual estaba destinado para el uso doméstico y el alumbrado público. En 1854, el Estado venezolano otorgó una concesión a D.B. Hellyer para explotar asfalto y, en 1883, otra a Horatio Hamilton con el mismo fin. Esta última fue adquirida en 1885 por la New York and Bermúdez Company, filial de la General Asphalt of Philadelphia, comenzando en 1887 la explotación del  lago de asfalto natural llamado  Guanoco, actual estado Anzoategui.


El crecimiento de la economía venezolana durante  la década 1880-1890 durante el período guzmancista,  fue impulsado por las prósperas cosechas de café que trajo progreso a las burguesías latifundistas y comerciales de Táchira, Mérida y Trujillo; la producción de cacao en Carúpano, Rio Caribe y Yaguaraparo, península de Paria,  a los comerciantes y financistas de Valencia-Puerto Cabello, cuyos negocios estaban  ligados a la producción de los valles de Aragua, el litoral cacaoatero y el hinterland llanero y –finalmente-  a los comerciantes y latifundistas caraqueños que extraían  la riqueza cafetalera de los valles del Tuy, de las tierras altas de la cordillera, y el cacao de Barlovento de Ocumare y de Chuao. Todo lo anterior, unido a la producción de oro y la perspectiva de la explotación petrolera por parte de transnacionales estadounidenses, estimuló a diversos sectores ligados al  comercio y al incipiente desarrollo  de la manufactura artesanal de bienes ligeros. El sector usurero se transformó en financista, propiciando la creación nuevos  bancos  y Casas de Crédito tanto en Caracas como en otras ciudades del interior, particularmente en Maracaibo, donde se residenciaron  comerciantes alemanes cuyos negocios cafetaleros se extiendian hasta el Táchira y el norte de Colombia,  ciudad donde se inaugura el Banco de Maracaibo el 20 de Julio 1882. El éxito del régimen modernista de Guzmán Blanco radicó en unir sus destinos y compartir el gobierno del Estado con la elite comercial y financiera, creándole a su gobierno un piso seguro como no lo habían disfrutado hasta entonces otros gobiernos anteriores, precursor de lo que sería ochenta años más tarde  el futuro Estado corporativista de la IV República (Harwitch Vallenilla, 1986: 48-54).

 CAPÍTULO 20
El Estilo de Vida Consumista de la Burguesía Nacional Venezolana: Siglo XIX


Cuando Guzmán Blanco accedió al poder en 1870, la población de Caracas era de 48.897 habitantes. La ciudad no había crecido más allá de lo que había sido desde le época colonial, aunque se estaba extendiendo hacia el este, saltando sobre el limite original de la quebrada Catuche hacia el  río Anauco y hacia el sureste atravesando el río Caroata. La modernización urbana de Caracas, comparada con la que experimentaban en ese momento ciudades como Buenos Aires, Río de Janeiro y Sao Paulo, fueron modestas (Lavenda, 1977: 74). Sin embargo, el objetivo político de Guzmán Blanco era transformar el paisaje urbano colonial y construir la simbología del cambio de las condiciones materiales  en la vida cotidiana, con el cual deseaba impactar el imaginario colonial de los y las caraqueños (as) y los y las venezolanos.


La traza urbana de Caracas se modernizó con bulevares, puentes, tranvías, hoteles, restaurantes, cámaras de comercio, alumbrado público, teatros como el Municipal, bibliotecas, academias, museos,  el servicio telefónico Caracas-La Guaira y también con  Valencia, y Puerto Cabello, un observatorio meteorológico, así como centros manufactureros en Caracas, La Guaira, Puerto Cabello y Maracaibo. El antiguo sistema productivo colonial artesanal, se transformó con la creación de fábricas de maquinarias y enseres para la agricultura, carruajes en Caracas y Valencia, industria textil en Valencia, fabrica de pabilo en Caracas, etc. En 1893 ya existían 286 empresas manufactureras: fábricas de muebles, de calzado, de pastas alimenticias, alfarerías, jabonerías, tenerías, tabaco, textiles, sombrererías, fabrica de ron en Maracaibo y Carúpano y muchas otras.


Como contraparte del desarrollo manufacturero, se incrementó el negocio de la agroexportación y la importación de bienes de consumo en Caracas, La Guaira, Valencia, Puerto Cabello, Maracaibo, San Cristóbal, Valera, Carúpano y Cumaná. Para el año 1873, ya existían en Caracas nueve grandes firmas comerciales, 23 grandes consignatarios, 35 bodegueros que almacenaban las cosechas de café y cacao, y más de cien comercios de bienes de lujo: joyerías, vestidos, librerías, etc. para gente de altos recursos (Cunill Grau, 1997: 163-164).


La Fuerza de trabajo: 1870-1900


Como consecuencia de la ampliación y modernización de la estructura productiva venezolana se produjo, correlativamente, una diversificación del mercado laboral caraqueño, situación que se manifestó seguramente, en los otros centros urbanos venezolanos para el mismo período. La clase popular constituía el 90% de la fuerza de trabajo caraqueña que vendía su tiempo laboral en las manufacturas que habían surgido hacia finales del siglo XIX, y estaba integrada por cuatro categorías principales:

1)    Artesanos que poseían sus propios talleres
2)  Trabajadores calificados:  existían 56 carpinterías y 1103 carpinteros; 16 herrerías y 212 herreros; 112 talleres para modelar bronces con 141 obreros; 1 taller para fabricar coches con 62 obreros; 13 talleres para fabricar arneses y sillas para caballos  con 196 trabajadores; 18 joyerías con 77 trabajadores; 17 relojerías con 29 trabajadores; 10 tapicerías y 52 tapiceros; maestros albañiles (que hacían el oficio de los arquitectos para el diseño de las viviendas)  y albañiles: 2479  trabajadores; 8 camiserías y 114 camiseras; 54 sastrerías y 348 sastres: 13 sombrererías y 81 sombreros; 34 zapaterías y 903 zapateras; 28 alpargaterías y 398 alpargateras. Otros oficios eran: 169 mecánicos, 94 maquinistas, 125 músicos y músicas,  13 escultores y escultoras; 502 tabaquerías con 508 empleados y empleadas 294 tejedores y tejedoras y 533 pulperos y pulperas.

Segundo nivel: 203 alfareros y alfareras, 9 bailarinqs, 184 barberos, 188 colchoneros y colchoneras, 32 teñidores y teñidoras de cuero, 37 encuadernadores y encuadernadoras de libros,  6 fabricantes de espejos, 14 horticultores y horicultoras,  38  destiladores y destiladoras de licores, 639 panaderas, 26 fabricantes de fuegos artificiales, 38 fabricantes de velas, 2742 cocineros y cocineras, 17 parteras y 93 mujeres modistas.

Tercer nivel: oficios que requerían menos habilidades y mayor capacidad para el trabajo manual: 213 labradores, 977 obreros y obreras de las fabricas de cigarrillos y licores, 523 lavanderas, 765 planchadores y planchadoras, 65 arrieros, 87 buhoneros o vendedores a domicilio (particularmente libaneses llamados también “turcos”), 100 obreros gubernamentales (porteros, aseadoras, etc), 88 jardineros, 1663 soldados, 44 pescadores y pescadoras (pesca de bagres en el río Guaire), 37 marineros, 3306 trabajadores y trabajadoras para todo uso y 62 parihueleros o carrretilleros para efectuar las mudanzas de enseres domésticos (Lavenda, 1977: 250-252).


La mayor parte de esos trabajadores eran zambos, negros, mulatos o indios traídos del interior de Venezuela y un porcentaje menor blancas de orilla, particularmente canarias, que se desempeñaban como obreras en las fabricas de cigarrillos, como arrieros, en la fabricación y distribución a domicilio de carbón vegetal para la cocina diaria, reparto de pan leche, verduras y legumbres a domicilio, etc.


La Exposición Nacional de Venezuela en 1883


El 23 de Agosto de 1883 fue inaugurada en Caracas la Exposición Nacional de Venezuela, organizada por el sabio Adolfo Ernst para conmemorar el primer centenario del nacimiento de El Libertador Simón Bolívar. Para alojar dicha exposición, se construyó un local ad-hoc en la actual esquina de La Bolsa, anexo al viejo edificio de la Universidad Central de Venezuela.


El  análisis de los contenidos de la Exposición Nacional de Venezuela en 1883 (Ernst, III: 1983), refleja de manera muy acertada el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas que había alcanzado la sociedad venezolana en el último tercio del siglo XIX: un mínimo sector productivo industrial o artesanal localizado en los grandes centros urbanos como Caracas, Valencia y Maracaibo,  un gran sector productivo artesanal y doméstico, y un sector extractivo o recolector de materias primas vegetales y animales. La exposición presentaba al público un inventario general de la producción de bienes terminados, producción de bienes artesanales a nivel domestico así como de materias primas vegetales, animales y minerales.


La exposición de bienes artesanales terminados representaba las características ya expuestas de la fuerza laboral y de los centros productivos. La mayor parte del catálogo de la exposición estaba dedicada a los productos de agroexportación como el café, el cacao, el tabaco, el algodón, la caña de azúcar; a las diversas variedades de frijol, quinchoncho, arvejas, tapiramos, quimbombó, yuca y muchos otros alimentos;  a los diversos tipos de madera exportable y sus derivados como la goma y el caucho; a las materias tintóreas como el dividive, etc. Otro renglón importante estuvo dedicado a la muestra de  maquinaria importada, particularmente la dedicada a la producción del café y la caña de azúcar. Un sector igualmente representado fue el de la importante producción de bienes artesanales para la vida cotidiana, tales como libros y encuadernación de libros, zapatos, telas, cigarros, chinchorros, hamacas, escobas, bolsos, cuerdas, cestas, bastones, ropa, tejidos de aguja y bordados, alfarería artesanal para uso doméstico, etc.


La exposición reveló también la persistencia de formas de trabajo y producción de bienes artesanales que se vinculaban a los antiguos obrajes indígenas de los siglos XVI y XVII, como era la producción de telas de dril blanco y de color provenientes del estado Lara, en “..cortes de 5 metros de largo y 63 cm. de ancho… al precio de 10 bolívares…” Estas telas eran tejidas en las comunidades indígenas criollizadas de Quíbor y El Tocuyo, utilizando  un tipo de telar horizontal con lizos y pedales introducido en el siglo XVI, que eran reminiscencia, a su vez, de los utilizados en Europa durante la Edad Media (Sanoja, 1979b: 45-55).


La Exposición Nacional de Venezuela, réplica local de las Exposiciones Universales que se celebraron en París en la segunda mitad del siglo XIX, nos refleja también la materialidad del quiebre histórico que se estaba produciendo en nuestro país con la finalización de los modos de vida coloniales -cuya base era fundamentalmente agrícola y rural- y su fase epigonal de naturaleza mercantil-importadora que comprometía particularmente a la burguesía urbana en ascenso, cuyo imaginario estaba capturado por la ideología consumista del capitalismo europeo y estadounidense.


Testimonio arqueológico del consumismo burgués caraqueño: 1850-1898


La Segunda Revolución Industrial  impactó comercialmente la periferia del mundo capitalista desarrollado hacia mediados del siglo XIX. Tanto los países de Europa occidental como Estados Unidos, iniciaron una nueva era de expansión colonial que les llevó a apoderarse de todo el continente africano, gran parte de Asia, y el Medio Oriente. Estados Unidos, potencia capitalista emergente, se apoderó por la fuerza del 75% del territorio norteamericano asesinando o sometiendo a los pueblos originarios y despojando a México del 50% del territorio que había heredado –según el principio legal de uti posedetis jure- del antiguo Virreinato de México. No contento con ello, clavó sus garras imperialistas en el despojo del antiguo imperio español en el Caribe y en el Pacífico, apropiándose  de Cuba, Puerto Rico y otras pequeñas islas antillanas, así como del archipiélago de las Filipinas y  de Hawaii. En Venezuela y fundamentalmente en Caracas, a partir de 1850 comenzó una nueva era necolonial signada por la influencia de la cultura europea, particularmente la francesa.


La arqueología urbana caraqueña nos revela la gran influencia comercial que alcanzó  Francia en todos los órdenes de la vida cotidiana de la burguesía y la clase media de entonces, ejemplificada por el estilo consumista exacerbado que la caracterizaba. Ello se evidencia, particularmente en Caracas, por la presencia en los sitios arqueológicos urbanos de una variada gama de mercancías importadas que nos describen el posible inventario de una tienda caraqueña del siglo XIX:  botellas de vino francés Chateaunef du Pape y Chateau Laffitte, de cognac Hennesy, botellas de  ginebra y de cerveza posiblemente holandesas  envasadas en recipientes de gres, botellas en gres de cerveza stout de origen inglés,  botellas de cerveza stout  con la marca Patent envasadas en botellas de vidrio artesanal, posiblemente de origen inglés o estadounidense, copas y vasos de cristal tallado posiblemente de Bohemia, cubiertos de proveniencia inglesa o estadounidense con mango de hueso o madera, cepillos de dientes tallados en hueso o marfil armados con cerdas animales, frascos de medicinas francesas, remedios para el estreñimiento, perfumes franceses, cremas faciales, frascos de aceite Maccasar provenientes de Indonesia y utilizado como gomina para el cabello de los hombres, peines de carey o de hueso, peines finos de baquelita para sacar los piojos del cabello, mantillas o pañoletas para mujeres, botines para los hombres, ropa de muselina, zapatos de lujo para mujeres, collares, pendientes, peines y peinetas fabricados en vulcanita (llamada también hard rubber, inventada en 1839)  juegos de vajillas de mesa completos manufacturadas en Bordeaux o en Alemania, platos de loza inglesa Staffordshire,  loza culinaria inglesa de color rojo tipo “biscuit”, bacinillas de loza inglesa tipo pearl ware, juegos de cubiertos metálicos, botones de camisa o de bragueta tallados en hueso, yuntas metálicas para camisas de hombre, pomos de bastones y camafeos ambos tallados en  marfil, juegos de ajedrez con piezas talladas en marfil, juegos de dominó tallados en marfil o en hueso,  dados para juegos diversos tallados en hueso, recipientes de cristal para sustancias perfumadoras del  ambiente y floreros,  alimentos enlatados, ropa de muselina, zapatos, cubiertos, etc.


Ese largo inventario de ítemes recuperados en las excavaciones arqueológicas caraqueñas (Vargas Arenas et alíi, 1998; Sanoja et alíi, 1998; Sanoja y Vargas Arenas, 2002) es evidencia de un cambio sustancial en la cantidad y la calidad del consumo de bienes  suntuarios importados,  estilo de consumo que era prácticamente inexistente antes de 1850. Se observa igualmente que la mayor parte de la loza culinaria: ollas, calderos, cuencos, pimpinas, platos, budares, etc., tal como ocurría desde el siglo XVI, eran de loza artesanal criolla de tradición indígena, que se podía comprar en las bodegas o mercados populares caraqueños.


Ya no se trataba sólo –como anteriormente- de adquirir ciertas mercancías utilitarias aisladas para el uso cotidiano, sino de trasladar con las mercancías todo un contexto de que representaba el estilo de vida de las clases altas de las ciudades de los principales países capitalistas, con toda la carga ideológica que ello supuso. En el mejor estilo neocolonial, la burguesía  y el embrión de clase media caraqueña no solamente querían consumir  mercancías francesas, sino simultáneamente querían imitar y parecerse a los parisinos, a los newyorquinos y a los berlineses, tal como hoy quieren imitar y parecerse a los mayameros.


El análisis hemerográfico de avisos publicitarios impresos tomados de una muestra de la prensa caraqueña entre 1843 y 1880 (Aburto, 1998: anexo I), permite constatar la oferta creciente de  loza, cristalería, ferretería en general, cubiertos, revólveres, etc., importados de Francia,  Inglaterra, Alemania y Estados Unidos, que de cierta manera aluden a los materiales recuperados tanto en el Viejo Reducto militar (hoy día Teatro Municipal; Vargas Arenas et alií, 1998) como en la antigua residencia de Luisa Cáceres de Arismendi (que se halla hoy día bajo el edificio  de la actual Escuela Superior de Música José Ángel Lamas; Sanoja et alíi 1998; Sanoja y Vargas Arenas, 2002).


En su extraordinaria obra sobre la vida cotidiana de la aristocracia caraqueña en el período guzmancista, Lavenda (1977), utilizando las crónicas del período gusmancista, reconstruye el cuadro costumbrista de una mansión caraqueña cuyo equipamiento mobiliario, mueble o inmueble, se podía comparar con el de cualquiera otra ciudad del llamado primer mundo. Paralelamente, nos describe  las miserias del personal que laboraba en la fábrica de cigarrillos El Cojo, propiedad de la familia Delfino (Lavenda, 1977: 256), la cual utilizaba solamente la mano de obra de jóvenes “isleñas” o canarias quienes trabajaban bajo un régimen cuasi esclavo devengando salarios de hambre. 


Como podemos apreciar de lo expuesto en páginas anteriores, el modo de trabajo agro-exportador de materias primas (café, cacao, algodón, tabaco, cueros de ganado, maderas finas, etc.) que caracterizó el modo de vida colonial mercantil, persiste también todavía  como dominante en el modo de vida nacional burgués. Los beneficios económicos obtenidos por la oligarquía exportadora latifundista y comercial, cosmopolita, fueron instrumentales para desarrollar el negocio de importación de bienes suntuarios,  susceptible  por tanto a los vaivenes de la economía mundial, lo cual se materializó -desde mediados del siglo XIX- en la generación del  estilo de vida consumista que llega a ser característico de las burguesías urbanas. Por el contrario, la naciente clase media y la clase popular, cuyos modos y procesos de trabajo se vinculaban con la incipiente burocracia estatal y comercial, los servicios en general, la artesanía, la agricultura y la cría, etc., que conformaban  la economía interior, estaban relacionados -por el contrario- con un estilo de vida cuyos valores sociales eran austeros, conservadores, característicos de los diversos sectores de la vieja sociedad rural venezolana.


Los integrantes de la clase media, tanto de la pre-petrolera como posteriormente los de la petrolera, no eran propietarios de los medios de producción, aunque su condición de mano de obra explotada por la clase dominante en el proceso de producción y consumo través  de la especulación, la usura, los impuestos, el nivel de ingreso y el estatus socio-profesional no era percibida e incorporada a su imaginario. Ese dualismo de la sociedad venezolana se prolongó como estructura social dominante hasta 1930, cuando la que podríamos llamar como “revolución cultural petrolera” hizo colapsar definitivamente los vestigios del ancien regime colonial venezolano (Maza Zavala, 1997: 210-214).


La Revolución Liberal Restauradora: condiciones para  estabilizar el capitalismo


No es una simple coincidencia que la introducción del pensamiento positivista en Venezuela en los años postreros del siglo XIX coincidiese con la expresión de consignas  tales como restauración, orden, paz y progreso, ya que sin esas condiciones históricas no hubiese podido  instalarse en Venezuela una verdadera sociedad capitalista dependiente que sirviese a los designios neocoloniales del imperialismo europeo o el estadounidense.


Las fuerzas del liberalismo que movía desde Caracas la economía agro-exportadora venezolana de los modos de vida nacionales, ya lucían agotadas y estancadas para finales del siglo XIX. El bloque político liberal republicano que había confiscado el poder desde 1830 apoyado en el sistema productivo del antiguo modo de vida colonial mercantil se encontró confrontado con una realidad insoslayable: los centros del poder neocolonial ya no estaban en España sino en Inglaterra, Francia y Estados Unidos, países cuyas burguesías estaban interesadas en apropiarse de los recursos y materias primas que se hallaban en los países de su periferia, mediatizando la nueva relación colonial a través de gobiernos serviles que adoptasen formas de organización social, política y económica que permitiesen  a sus socios una mayor rentabilidad con un mínimo de inversión.


El éxito de la política neocolonial dependía de la puesta en práctica de una política cultural destinada a generar nuevos significados culturales en la población subordinada, en este caso la venezolana, que sirvieran como mecanismos de legitimación de su poder político y consagrara su dependencia económica de los centros de poder estadounidenses y europeos (Vargas Arenas, 2007: 15 y siguientes).


El discurso político euro-céntrico de Guzmán Blanco, que apuntaba hacia la sustitución de los elementos culturales nativos por los afrancesados, tenía como uno de sus objetivos centrales justificar las relaciones de poder establecidas por la elite oligárquica del centro de Venezuela y sus vínculos con el poder europeo. El estilo de vida que servía como señuelo para seducir el imaginario popular estaba basado -como hemos expuesto en páginas anteriores- en el consumismo sibarita de mercancías importadas  de Francia, Inglaterra, Alemania y Estados Unidos. Sin embargo, la misma naturaleza de dicho discurso hacía imposible que la población popular pudiese construir a partir del mismo prácticas socioculturales equivalentes en su vida pública que contradijesen las normas culturales que regían su conducta en la práctica doméstica (Vargas Arenas, 2007: 16 y siguientes).


La oligarquía rentista caraqueña, al igual que toda la venezolana, se mantenía de los ingresos que producía el trabajo enfeudado y semi-esclavo de los peones de hacienda, colonos y aparceros que se dedicaban a los cultivos comerciales que se exportaban hacia Europa y Estados Unidos: el café, el cacao, el tabaco y la caña de azúcar. Sin embargo, a diferencia de la caraqueña o central en general, otras oligarquías como la tachirense de finales de siglo tenían otro código de ética. El café era el principal producto de la agricultura tachirense y la mayor parte de las casas comerciales que financiaban, compraban y exportaban las cosechas vía el puerto de Maracaibo eran alemanas. Los factores alemanes de las Casas de Comercio habían transmitido a sus clientes tachirenses la idea calvinista y liberal del trabajo duro, la educación,  la disciplina  y el mantenimiento de la paz social como requisitos indispensables para poder  construir un sistema político y productivo eficiente (González, 1994: 136-141).


La burguesía regional tachirense  tenía muy clara la necesidad del desarrollo agrícola como fundamento de su supervivencia, así como también de la vulnerabilidad de la economía regional al depender de un solo rubro. El carácter de la mono-producción, unida al deficiente nivel técnico del sistema de cultivo y procesamiento del café, eran una limitante para el futuro económico y la modernización de su distribución y venta a nivel regional, nacional e internacional.


La burguesía tachirense de finales del siglo XIX era una elite con un proyecto político liberal, regionalista y nacionalista, sin vacilaciones, confusiones o fisuras teóricas: “…No se trataba de un simple grupo de tenderos enriquecidos o de especuladores oportunistas…” (González, 1994: 141), sino de una burguesía agraria y comercial cuya ideología estaba sustentada en la fe en la libre empresa, la educación, la ciencia y la técnica. A partir de ese contexto, se organizó la llamada Revolución Liberal Restauradora que llevó al poder a Cipriano Castro y a Juan Vicente Gómez en un momento cuando los intereses geopolíticos del gobierno de Estados Unidos se estaban posicionando en Venezuela, espacio que hasta ese momento había estado dominado por las inversiones alemanas, particularmente visibles en la economía tachirense  (Cunill Grau 1993: 10-1; Carrero, 2000: 268-270).


No fue simple coincidencia que la introducción del pensamiento positivista en los años postreros del siglo XIX y comienzos del XX (Grasses y Pérez Vila, 1961.),coincidiese con la formulación de expresiones tales como “restauración”, “orden”, “trabajo” y “paz y progreso”, que se convirtieron en emblemáticas para el gobierno liberal restaurador de Cipriano Castro. Sin el logro de esas condiciones sociales, la consolidación de la sociedad capitalista dependiente no podría lograrse en Venezuela. Pero ¿dónde estaban las fuerzas sociales que podrían servir de instrumento para lograrlas?


Hacia finales del siglo XIX, la posibilidad de reciclar  el modo de trabajo del modo de vida monoproductor agroexportador y el estilo de vida rentista-consumista característico del  antiguo modo de vida colonial mercantil y del actual modo de vida nacional requería una modernización profunda de la sociedad venezolana, así como del sistema productivo nacional en su totalidad. La escuálida situación fiscal venezolana, unida al  tamaño de la deuda pública interna y externa en el año fiscal 1899-1900 (197.982.419 Bs.), influyeron poderosamente en el desenvolvimiento político de los regímenes de Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez (Carrero, 2000: 242).


Como ya expusimos en los inicios de esta obra, desde el primer milenio de nuestra era, las sociedades originarias que habitaban los valles intermontanos y el piedemonte de la región andina, habían alcanzado en el siglo XVI, junto con las sociedades originarias del edo.Lara, el mayor nivel de complejidad sociopolítica y tecnológica de toda las formaciones sociales precapitalistas venezolanas (Vargas Arenas, 1990; Sanoja y Vargas Arenas, 1992; 2007: 18-23, 1999). La tachirense y la andina y subandina en general de finales del siglo XIX eran sociedades criollas surgidas de un  sustrato histórico  indígena precapitalista, políticamente jerarquizado e integrado, con un concepto efectivo de la gestión de la producción y la utilización y mantenimiento de su capital agrario, cuyos recursos materiales y humanos habían sido preservados de la devastación ocurrida durante la Guerra de Independencia y de la mayoría de los enfrentamientos militares ocurridos en el siglo XIX (Sanoja, 1991: 231).


Como respuesta  a la pregunta que nos formulamos en párrafos anteriores, podríamos decir que las fuerzas sociales capaces de promover un movimiento de restauración o renovación del proyecto liberal decimonónico existían en ese momento en la región geohistórica andina y subandina venezolana. Convertir en un ejército moderno y disciplinado  el personal de campesinos, caporales,  mayordomos y administradores de las haciendas, hombres y mujeres acostumbrados a respetar las jerarquías sociales, el trabajo metódico, a la acción silenciosa y efectiva, parece haber sido cosa fácil en los albores del siglo XX. En breve tiempo, los batallones de infantería andina se convertirían en la punta de lanza de la Revolución Restauradora. Armado con fusiles máuser de repetición y cañones de campaña Krupp, las armas más modernas del arsenal militar de la época, el ejército andino  derrotó en una breve campaña militar a los grandes capitanes epígonos del antiguo régimen, marcando así el principio del fin de la antigua  sociedad de colonial venezolana que había comenzado en el siglo XVI  y el inicio de la neocolonial en la cual vivimos hasta inicios del siglo XXI (Sanoja, 1991: 231).

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