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miércoles, 28 de diciembre de 2011

Historia Socio-cultural de la Economía Venezolana: desde nuestros orígenes hasta el presente. PARTEII


 Historia Socio-cultural de la Economía Venezolana: desde nuestros orígenes hasta el presente. PARTE II
Mario Sanoja Obediente


LA FORMACIÓN SOCIAL CLASISTA

Véase 

Historia Socio-cultural de la Economía Venezolana: desde nuestros orígenes hasta el presente. PARTE I en el siguiente vínculo:

http://librepenicmoncjose.blogspot.com/2011/12/historia-socio-cultural-de-la-economia_27.html


 CAPÍTULO 8
La Expasión Colonial del Capitalismo desde Europa Occidental

A partir del siglo XV, centuria que marca la declinación de la sociedad feudal en Europa Occidental, el capitalismo mercantil que había comenzado a  emerger en dicha región  buscaba vías alternas a las mediterráneas para mantener el comercio con  la India y China, las cuales habían sido cerradas por la expansión del Imperio Turco. A tales fines, naciones como España y Portugal iniciaron un programa de viajes de exploración en el océano Atlántico que culminó en el reconocimiento de las costas de África para llegar hasta la India y el descubrimiento casual en 1492 de la ruta que llevaba hasta el continente americano.

El viaje de exploración oceánica emprendido por Cristóbal Colón en 1492 reveló a las naciones europeas la existencia de una humanidad distinta a la que ya era conocida en Europa, Asia y África. Este evento, quizás uno de los más importantes en la historia universal,  transformó en el largo plazo las bases de la civilización mundial. Las naciones europeas de entonces actuaron directamente, como fue el caso de España, o indirectamente, como lo hicieron Inglaterra, Holanda y Francia para  tratar de construirse una América que sirviese a sus propósitos. Según Wallerstein (1974) y Braudel (1992 II: 269-270), durante el período 1500-1640, el núcleo duro de países de Europa occidental consolidó una estructura económica basada en la utilización del trabajo asalariado en la agricultura, la ganadería y la industria. Como contraparte, en la periferia del capitalismo emergente, en ciertas regiones como Europa Oriental  y Nuestramerica,  se revirtió a una forma económica post-feudal o “enfeudada” (Brito Figueroa, 1978: 328-355), basada en el uso del trabajo forzado, servil o esclavista para la producción de materias primas como el oro y la plata, melazas, tabaco, cacao, cereales, etc., en tanto que la Europa meridional devenía un espacio de transición para la circulación de dichos bienes hacia el núcleo capitalista duro de los países europeos occidentales. 

Nuestramérica es un continente inmenso, habitado todavía para el siglo XVI por poblaciones amerindias que representaban diversos niveles de desarrollo sociohistórico, desde bandas de recolectores cazadores, pasando por sociedades tribales aldeanas, cacicazgos y complejos señoríos, hasta llegar a los enormes imperios Inca y Azteca. En el caso de Nuestramérica, el proceso de conquista y colonización le reportó al Imperio Español el control precario de un territorio de aproximadamente tres millones de km2., con una población comparativamente escasa, mientras que la extensión del territorio metropolitano a duras penas podía llegar a alcanzar las dimensiones de una de las pequeñas provincias del imperio ultramarino. La tarea de construir dicho imperio requería de estrictos sistemas de control de la fuerza de trabajo, por lo cual España revirtió a la utilización de modos de trabajo sincréticos donde se combinaban las antiguas formas del esclavismo y el servaje—o trabajo servil—que habían caracterizado al mundo antiguo y al mundo medieval, dentro de una forma socioeconómica híbrida de capitalismo mercantil que podríamos quizás llamar “postfeudal”, la cual respondía a la necesidad de combinar las condiciones locales de producción y los intereses derivados del mercado mundial (Stern, 1986).

Durante el proceso de colonización, la pequeña población española que emigró a Nuestramérica a partir del siglo XVI se fundió étnica y culturalmente con los pueblos amerindios y de origen africano, dando lugar a una sociedad mestiza inédita, que ya para inicios del siglo XVII había comenzado a trillar caminos históricos alternativos a las tradiciones hispana, amerindia y africana originarias, procesos que dembocaron finalmente a inicios del siglo XIX en los diversos procesos de emancipación política de la metropolis colonial española.

La expansión geográfica del capitalismo mercantil  fuera de Europa Occidental se tradujo en la conquista, subordinación y sojuzgamiento de poblaciones humanas que habían vivido por milenios, libres y autónomas. La expansión de la formación capitalista determinó simultaneamente el desarrollo  de una compleja relación colonial entre los nuevos imperios que se estaban formando en Europa Occidental tras el colapso de la sociedad feudal y su novedosa e inmensa periferia integrada por América, Asia, África y Oceanía.

Los pueblos americanos conquistados y colonizados, particularmente los de Mesoamérica, Suramérica y el Caribe, proporcionaron  a aquellos imperios materias primas que los europeos e incluso los asiáticos no poseían o no poseían en cantidad suficiente. Entre estos últimos se cuentan los metales preciosos como el oro y la plata, las piedras preciosas y las perlas, recursos sobre los cuales se construyó posteriormente la riqueza de las naciones e imperios de Europa e incluso de Asia (Britto García, 2009 I: 97-101)..

El sistema capitalista se internacionalizó, extendió y perfeccionó durante esta fase expansiva que se inició en el siglo XVI, mediante el desarrollo de métodos políticos adecuados para comprender, dominar y sojuzgar los pueblos indígenas que habitaban su periferia, tales como la implementación de la esclavitud y el trabajo forzado o enfeudado. El sistema abordó esta nueva realidad histórica a través de cuatro conceptos: el colonialismo global, el eurocenterismo, el capitalismo y la modernidad. La empresa de conquista, que tuvo originalmente un cierto carácter público con la participación de los reinos de España y Portugal, fue desde sus mismos inicios  una empresa de carácter mixto y, finalmente, movida por intereses comerciales privados. La  corona española gestionó dicho proceso a través de capitulaciones o licencias donde se establecían las obligaciones contractuales entre las partes, así como las modalidades para la distribución  de los beneficios económicos derivados de aquellas entre el empresario capitulante o Adelantado que se asumía como funcionario del Estado y el Rey (Medina Rubio, 1997:47-48).

Durante el período 1500-1640, mientras se consolidaban las bases del sistema capitalista en Europa Occidental bajo aquel convenimiento empresarial, las sociedades originarias américanas  que sobrevivieron el Holocausto de la conquista española fueron encuadradas dentro de la forma económica postfeudal o “enfeudada” de dominación lo que reflejaba la rusticidad ideológica de sus conquistadores. La consolidación del sistema colonial y su proyecto de modernización sólo fue posible a costa del genocidio y el exterminio de los indígenas, bajo el pretexto que eran salvajes. Para justificar  y lavar la huella sangrienta de ese genocidio, la ideología civilizatoria y la historiografía liberal conservadora le asignaron a las sociedades indígenas un lugar negativo en la construcción de la nueva sociedad americana, considerándolas como parte de un pasado cancelado, pueblos sin historia y sin proyección hacia el presente ni el futuro (Sanoja y Vargas Arenas,, 2005: 6: Vargas Arenas, 2007: 147-153).

Durante el proceso de colonización, los pueblos originarios también “colonizaron” y asimilaron culturalmente a los españoles indianos, ya que la conquista y la colonización española no se hizo sobre un territorio despoblado, puesto que había estado ocupado durante miles de años. Los procesos de colonización y conquista supusieron también un violento cambio en la calidad humana y cultural, así como la ambiental del territorio y afectaron de manera fundamental a la población aborigen venezolana. La dinámica de la producción del espacio territorial y de las estructuras de poder en los inicios de la sociedad  colonial venezolana  estuvo signada, desde el siglo XVI, por un proceso de acumulación dominado por el capital comercial que propició y consolidó las relaciones de dependencia coloniales.

La Formación Geohistórica de la Nación Venezolana

La teoría de la Geohistoria parte de una concepción geográfica que concibe el espacio como producto concreto de la acción de los grupos humanos sobre su entorno natural, para su propia conservación y reproducción dentro de condiciones históricas determinadas. De esta manera, define un objeto de trabajo para cuyo estudio se integran a su vez diversos otros campos de conocimientos: la antropología, la sociología, la historia, la geografía y la economía. La geohistoria conforma un espacio  de análisis que estudia la reproducción de la sociedad en unidades territoriales concretas en las cuales, mediante el aprovechamiento de los recursos naturales, los seres humanos aseguran su existencia, su reproducción biológica y  social (Tovar, 1986: 54-55;  Sanoja y Vargas Arenas,, 1999 a: 13.15).

La noción de región geohistórica connota la delimitación de un espacio de vida de las sociedades en su devenir, de un espacio geográfico producido y definido por el uso que del mismo hiciesen anteriormente grupos territoriales históricamente diferenciados (Vargas Arenas,, 1990; Sanoja y Vargas Arenas,, 1999 a). En este sentido, para el año 1499,  cuando Cristóbal Colón  arribó a las costas de Paria, el territorio de la actual Venezuela estaba dividido en siete grandes regiones geohistóricas aborígenes, formadas por el trabajo social invertido por las sociedades originarias durante milenios para la creación de diversos paisajes culturales. En algunas regiones,  según cuál fuese el nivel de desarrollo de sus fuerzas productivas, las comunidades aborígenes  introdujeron modificaciones mínimas al entorno natural; en otros casos crearon verdaderos  paisajes humanizados a la medida de sus necesidades sociales.

Los administradores coloniales de la Corona española organizaron políticamente el territorio venezolano de acuerdo con aquellas regiones geohistóricas originarias, producto de la dinámica social de las etnias antiguas venezolanas, las cuales constituyeron el basamento de la división territorial en provincias que que caracterizó a la Capitanía General de Venezuela en el siglo XVIII y, posteriormente, a la regionalización administrativa republicana de finales del siglo XIX. Para el siglo XVI, las regiones geohistóricas aborígenes que conformaban el actual territorio de la nación venezolana (Sanoja y Vargas Arenas, 1999a: 15; 2007c:115-119) podrían  ubicarse como sigue:

1) La Cuenca del lago de Maracaibo
2)  La Región Andina
3)  El Noroeste
4)  Los Llanos Altos Occidentales
5)  La Región Centro-costera (valle de Caracas, valles de Aragua, Carabobo y Miranda, la  cuenca  del lago de Valencia, la región nor-litoral y las islas vecinas)
6)  La Región Oriental, dividida, a su vez, en dos grandes subregiones:
a)   La Cuenca del Orinoco o territorio Guayana-Amazonas   
b)  El Noreste o región de Paria

A partir del siglo XVI, el régimen administrativo colonial español reconoció empíricamente la validez de aquella delimitación territorial de las regiones geohistóricas aborígenes,  las cuales reflejaban la diversidad étnica y cultural de nuestras poblaciones indígenas, así como los diferentes niveles de desarrollo en sus  fuerzas productivas alcanzados para el siglo XVI. Dichas regiones constituyeron el fundamento de los posteriores ordenamientos territoriales en provincias, alterando y resemantizando al mismo tiempo sus contenidos étnicos, políticos, económicos y territoriales mediante la institución de un nuevo régimen de propiedad  que desposeía de la tierra a los sujetos indígenas que habían sido sus antiguos poseedores.

La administración metropolitana trató de  organizar  y comprender el complejo mundo geosocial que  percibían empíricamente los Cronistas de Indias y los funcionarios coloniales. Tal fue el caso de la Gobernación de Venezuela. En el occidente de Venezuela, las relaciones culturales con las etnias que habitaban la Nueva Granada eran más que evidentes. En el oriente, desde por lo menos 3000 antes de Cristo, grupos de recolectores y pescadores que habitaban para entonces Paria, Araya y Trinidad  habían establecido los itinerarios de  navegación entre la Tierra Firme y el Caribe Insular, iniciando una época de descubrimientos geográficos y el consecuente movimiento de pueblos e ideas que habrían de modelar la futura macroregión geohistórica del Caribe Oriental. Para.el siglo XIII de la era, los pueblos caribes ejercían el control de la región centro-orietntal de Venezuela  y, en general, de toda la macroregión. Dadas las relaciones culturales existentes se preguntaría quizás la administración colonial si convendría, entonces, formar una región administrativa venezolana dependiente de la Audiencia de Bogotá y otra dependiente de la Audiencia de  Santo Domingo, como efectivamente ocurrió y crear un sistema administrativo colonial calcado sobre las bases de la organización geohistórica aborigen.

Por las razones ya expuestas, el proceso de estructuración del actual territorio nacional fue lento y complicado. La Gobernación de Venezuela, que no abarcaba todo el actual territorio de la República, quedó constituida por Real Cédula del 20 de Noviembre de 1530.  Posteriormente, por otra Real Cédula del 25 de Septiembre de 1728, dicha gobernación devino en la Provincia de Caracas. Las diferentes provincias venezolanas dependíeron, de manera alternativa, jurìdica, económica y políticamente de la Audiencia de Santo Domingo o del Virreynato de la Nueva Granada, hasta que las autoridades coloniales comprendieron que las poblaciones del vasto territorio que llamaban Venezuela formaban una totalidad geohistórica  relacionada, pero orgánicamente diferente a la de Nueva Granada y a las Antillas.  Por esas razones, el 8 de Septiembre  de 1777, una Real Cédula de Carlos III creó la Capitanía General de Venezuela, integrada por  las provincias de Cumanà, Guayana, Maracaibo e islas de Trinidad y Margarita.  Finalmente, a partir del 19 de Abril de 1810, se crearon las provincias de Caracas, Barinas, Cumaná, Barcelona, Mérida, Trujillo, Margarita, Coro, Maracaibo y Guayana, ordenamiento territorial que se recorta con el de las regiones geohistóricas precoloniales  venezolanas (Rosemblat, 1956: 42). 

La destrucción de los paisajes y sistemas  agrarios originarios.

El proceso de  conquista y colonización de nuestro territorio para imponer el orden colonial imperial fue el holocausto de nuestras sociedades originarias. Significó  un violento cambio en la calidad ambiental, humana y cultural del territorio y la población aborigen venezolana al propiciar la desaparición de los antiguos paisajes culturales y agrarios aborígenes, de bancos de ostras perlíferas y de especies  zoológicas como sucedió con la tortuga Arrau en el Bajo Orinoco (Sanoja y Vargas Arenas 2005: 42-44).  Es por esta razón que la base material y tecnológica de la agricultura precolonial luce disminuida y empobrecida en el registro histórico colonial, ocultando también  la hermenéutica agraria que permitió a dichas poblaciones subsistir, reproducirse y crecer a lo largo de numerosos milenios (Sanaoja y Vargas-Arenas 2007:119-124). Los diversos desarrollos de las fuerzas productivas  incidieron ciertamente  en el rendimiento y complejidad del producto agrario, generándose así un proceso desigual y combinado entre las  poblaciones de las diferentes regiones geohistóricas .

En aquellas poblaciones aborígenes, cuya economía era en su mayor parte de carácter subsistencial, las comunidades ejercieron una actividad transformadora del ambiente de baja intensidad, limitándose principalmente a la modificación del ecosistema vegetal para implantar sus campos de cultivo o la construcción de montículos agrícolas, concentrando sus aldeas y campos de cultivo en determinados lugares donde la tierra era rica en materia orgánica. En las sociedades políticamente complejas, como las del noroeste de Venezuela y la región andina, éstas invirtieron una gran cantidad de trabajo social en la modificaciòn de las pendientes para construir andenes, terrazas de cultivo, canales para captar y orientar las aguas de escorrentía,  estanques artificiales para almacenar el agua ùtil y sistemas de acequias para irrigar por gravedad  los campos de cultivo. En otros casos, como en los llanos altos occidentales, la construcción de sistemas de calzadas tuvo por objeto facilitar la circulación a través de las llanuras inundadas, al mismo tiempo que servir de diques de contención y canalización de las aguas de inundación. Así mismo, se construyeron extensos campos de camellones artificiales, que permitían cultivar en las zonas de inundación, manteniendo las raíces de las plantas  en suelo húmedo, pero lejos del nivel de las aguas, generando un sistema técnico similar al que se conoce como hidroponía.

La agricultura precolonial indígena era un sistema tecnológico integral, económico y social para la producción agrícola, una empresa colectiva emprendida por las comunidades  aborígenes para hacer de aquella el fundamento de la colonización de los espacios naturales y la creación de los paisajes agrarios de producción (Sanoja, 1997). En este sentido, la agricultura precolonial indígena produjo a la sociedad colonial un legado alimenticio de extraordinaria riqueza, integrado por granos, leguminosas, amarantáceas, hortalizas, tubérculos y raíces, fibras vegetales, maderas,  resinas y aceites,  nueces y frutas, cuya producción formaba parte de sistemas agrarios  basados unos en la agricultura de regadío  y otros en la horticultura de roza y quema, los cuales constituyeron el fundamento de la vida social venezolana desde el siglo XVI  hasta bien entrado el siglo XX.

En regiones como Paria, al noreste de Venezuela,  en sólo tres años del proceso de conquista y colonización se produjo un deterioro profundo de las comunidades aborígenes debido, principalmente, a la intensidad del comercio de esclavos indígenas que practicaban los expoliadores de los placeres de perlas de Cubagua, así como de los placeres de perlas mismos debido a su explotación irracional. De la misma manera, según la información que aporta la arqueología, el proceso de consolidación del poblado de Santo Tomé de Guayana, capital de la Povincia de Guayana, que se fundamentó en  la caza indiscriminada de decenas de miles de quelonios acuáticos, ocasionó entre 1595 y 1700 la virtual extinción de la tortuga Arrau (Pocdonemis expansa) en el Bajo Orinoco (Sanoja, 2001; Sanoja y Vargas, 2002, 2005: 42-44; 2007b: 167; Vargas Arenas, 1981).  La contracción paisajista generalizada y el deterioro demográfico que ocurrió en el territorio venezolano durante las primeras décadas del siglo XVI y durante todo el siglo XVII tuvo por causa, pues,  tanto la extracción indiscriminada de recursos silvícolas y faunísticos para la alimentación, como la captura forzada de la fuerza de trabajo indígena como mercancía para el mercado esclavista (Cunill Grau, 1997:139-145).

El impacto de la colonización española sobre la base material a partir de la cual se producía y reproducía la vida social y económica de la sociedad indohispana no ha sido evaluado todavía en profundidad. Sin embargo, es evidente que los cambios inducidos en el paisaje natural y cultural de las diferentes regiones geohistóricas por la intervención colonizadora a partir del siglo XVI terminaron por crear, a su vez, un paisaje “criollo”, el elemento contingente que le daría su especificidad a la producción sociocultural del espacio social urbano o agrario:

“...La larga permanencia del poblamiento prehispánico entre los siglos XVI al XVIII culminó en un paisaje criollo, fruto de la mestización entre elementos étnicos, culturales y de la biodiversidad de proveniencia española, indígena y africana (...) que empequeñecerían cualquier comparación con los homogéneos paisajes del Viejo Mundo...” (Cunill Grau, 1997: 153).

En regiones geohistóricas como la del Noroeste de Venezuela, los primeros conquistadores y colonizadores españoles no tuvieron que desbrozar territorios vírgenes. Por el contrario, se asentaron en espacios geosociales que habían sido producidos, poblados y trabajados desde hacía miles de años por poblaciones aborígenes agroalfareras sedentarias. Los paisajes urbanos o rurales que se produjeron con la colonización española, adoptaron los sistemas constructivos de la vivienda aborigen, utilizando materiales autóctonos como el bahareque, la guadua, los cogollos de palma, las cuerdas trenzadas con fibras de sisal, y el  mobiliario correspondiente: hamacas, chinchorros, esteras de enea, vasijas culinarias de barro,  “turas” o asientos de madera, trojas  y soberados para guardar alimentos, fogones con topias, etc. (Sanoja, 1991; Wagner, 1991).

Los paisajes agrarios producidos por los aborígenes venezolanos  legaron a la nueva sociedad indohispana tradiciones alimenticias y culinarias que mantienen todavía su vigencia en la sociedad venezolana contemporánea: la utilización sostenida de las papas (Solanum tuberosa), la yuca (Manihot esculenta Crantz), las caraotas (Phaseolus vulgaris Lobel), los frijoles (Phaseolus lunatus L., Sp.), el ají (Capsicum.Sp.), la piña (Ananas sativus), la guanábana (Annona muricata), el mamey (Mammea americana), el hicaco, el mamón (Melicocca bijuga), la parchita (Passiflora sp.), el zapote (Calocarpum mammosum), la uva de playa (Coccoloba  uvifera), el aguacate (Persea americana),  la batata (Ipomea batata), el mapuey (Dioscorea triphylla), el ocumo (Xanthsosoma sagittifolium), el apio (Arracacha arracacha),  la auyama (Cucurbita máxima),  la cuiba (Oxalis tuberosa),  la lechosa o papaya (Carica papaya), el merey (Annacardium occidentalis),  el cacao (Theobroma cacao), el tabaco (Nicotiana tabacum), el onoto (Bixa orellana), el caucho (Mimusops sp.), etc., así como alimentos culturalmente producidos como la arepa, el cazabe, la cachapa, la hallaquita, etc. (Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 199; Sanoja y Vargas Arenas, 2007c: 121).  Materias primas como el algodón, el sisal y las fibras de hojas palma, entre otras, aunadas a los saberes y conocimientos que tenían los aborígenes sobre el tejido de telas,  el trenzado de cuerdas, y similares, contribuyeron de manera importante a posibilitar la manufactura de vestidos y las faenas de la vida cotidiana (Sanoja, 1988, 1991; Wagner, 1991). 

Otros componentes del paisaje rural aborigen, tales como los sistemas artificiales de regadío, el cultivo en terrazas, los sistemas de almacenamiento del agua, las calzadas y los campos elevados de cultivo o camellones que protegían de las inundaciones a los campos cultivados del suroeste de Venezuela, siguieron en uso en ciertas regiones geohistóricas hasta el siglo XVIII, y en otras, como la región andina venezolana,  continúan siendo hoy día parte integrante de los paisajes agrarios contemporáneos. Otros paisajes cuasi urbanos, tales como los extensos poblados de casas de piedra construidas sobre plataformas del mismo material, sobrevivieron en la región andina hasta bien entrado el siglo XX (Denevan y Zucchi, 1978; Sanoja y Vargas Arenas,, 1999a: 63; 85-89; Cunill Grau, 1997: 141).

La Construcción de los Modos de vida Coloniales

El carácter contingente del materiel cultural originario a partir del cual se comenzó a construir la sociedad y la cultura venezolanas  determinó, desde el siglo XVI, la existencia de variaciones regionales significativas dentro de la naciente cultura indohispana (Vargas Arenas,, 2002). El aporte más notable de los españoles a la construcción de esa nueva cultura sincrética fue la lengua castellana, la cual habría de devenir posteriormente en el español de Venezuela (Álvarez et alíi,  1992: 19-21, 91), con sus diferentes variantes dialectales habladas por los pueblos de las varias regiones geo-históricas, la lengua común facilitó la relación y la comunicación entre aborígenes y españoles y sus descendientes criollos, así como entre éstos y los mestizos (mulatos, zambos). Para el año 1800, sobre la base de una población total de 898.043 habitantes los blancos peninsulares, canarios y blancos criollos constituían el 20.3%, los llamádos pardos (mulatos, zambos, negros libres, manumisos o cimarrones) el 61.3% y los indios (tributarios o libres), el 18.4%, de la población total de la Gobernación de Venezuela. A ellos se agregaban  58.000 esclavos negros o mulatos que representaban el 5,9%  de la dicha población (Brito Figueroa 1973-I: 160-161; Cunill Grau, 1988: 138-139, 1997). 

A través del lenguaje compartido fue posible la implantación del código de normas que habrían de regir la vida cotidiana doméstica y la cotidiana pública de la nueva sociedad. Aunque inspiradas en la legislación del Estado metropolitano y en las leyes ad-hoc promulgadas por la Corona para las colonias de ultramar, instituciones deliberantes como los Cabildos, que funcionaban en verdad  como la expresión de los gobiernos provinciales,  interpretaban la aplicación de las leyes, las cédulas y los decretos reales, creando una jurisprudencia adecuada a la solución de los problemas locales. Las normas de urbanismo, las disposiciones que regulaban la producción, la distribución y el comercio de los bienes y materias primas, la práctica de la religión católica, de los códigos éticos y estéticos que sancionaban la moral, la educación, el arte y las artesanías, la vida familiar, el tipo de relación que debía existir entre los diversos componentes étnicos de la población y los privilegios, deberes y derechos que tenía cada uno de ellos, la institucionalización del patriarcado, entre muchos otros, fueron conformando la superestructura ideológica de la nación, la cultura nacional y los procesos de identificación con ella, trasunto de la variedad cultural regional. Todo ello fue posible gracias a la existencia del español venezolano como lengua común o vehicular, hablada por los diferentes componentes étnicos de nuestra población.

La imposición de la sociedad clasista

Para construir  el nuevo modo de vida colonial venezolano fue necesaria la imposición de una estructura clasista sobre las sociedades aborígenes comunitarias que poblaron el territorio venezolano hasta el siglo XVI, tema tratado por  historiadores marxistas venezolanos como Brito Figueroa (1973-I: 21-59), pero enfocado generalmente desde una perspectiva  limitada generalmente a fuentes escritas, las cuales califican a todas las comunidades indígenas que poblaban nuestro territorio para el siglo XVI como “comunidades primitivas”, “preagrícolas”, “sin producción de plusproductos”, “áreas totalmente deshabitadas”, conceptos que se contradicen con los  resultados que aportan las investigaciones arqueológicas de los últimos treinta años.

Para el siglo XV, como ya se ha expuesto, el actual territorio venezolano se hallaba poblado por  etnias indígenas muy diversas no sólo en su lengua, tradiciones culturales y territorios ocupados, sino también en el grado de desarrollo de sus fuerzas productivas y en la calidad de las relaciones sociales de producción (Sanoja y Vargas Arenas, 1999ª: 11). Las diversas formaciones sociales originarias se expresaron en variados modos de vivir que reflejaban diferentes calidades en las relaciones sociales y en las particulares transformaciones realizadas sobre la Naturaleza mediante el trabajo social. Las relaciones sociales en los diversos grupos que estaban regidas por el parentesco,  eran en unos casos igualitarias y en otras desiguales, de subordinación o de  formas  tribales productoras de alimento, reflejando las diferentes fases del modo de producción tribal o productor (Vargas Arenas,  1989, 1990; Sanoja, 1993) y la dinámica de la contradicción entre el grado de desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción aunque otros tipos de relaciones sociales fueron igualmente importantes.

El carácter particular de las formas tribales condicionó, por una parte, las mismas formas de que adoptó la conquista y, por otra, el proceso colonizador en general. Para el momento de la conquista la región costera, incluyendo los valles intermontanos de la Cordillera de la Costa o Andes Marítimos, la región andina, las regiones del noroeste y el noreste y los llanos altos occidentales estaban ocupados por poblaciones mayormente integradas bajo la forma de cacicazgos, es decir, sociedades estratificadas en rangos caracterizadas, en general, por la existencia de relaciones de poder dentro de ciertos linajes, basadas en el mayor desarrollo de las fuerzas productivas en sus aldeas centrales, lo que les permitió integrar a sus territorios grupos igualitarios con los cuales mantenían bien relaciones amistosas de complementación económica, o bien relaciones políticas de sometimiento.

Los grupos cacicales se caracterizaban, además, por poseer y  manejar tecnologías especializadas, gracias a la separación –en ciernes- del trabajo manual del productor (a) secundario de la del trabajador (a) primario, desarrollo de redes de intercambio a grandes distancias para la obtención de materias primas alóctonas, inversión de trabajo social para la realización de obras de interés público, creación de un “capital” comunal agrario, estructura social piramidal y un consumo asimétrico de bienes y alimentos, entre otros rasgos.

El resto del actual territorio venezolano, especialmente en las zonas bajas,  estaba ocupado por grupos tribales de carácter igualitario, cuya produccción de alimentos era básicamente subsistencial, con una limitada plusproducción, centralización de la fuerza de trabajo en la unidad doméstica de producción, auntarquía en lo económico, ausencia de diferencias entre productores (as) primarios y el consumidor (a), formas de liderazgo eventual referidas a situaciones específicas como la guerra, persistencia de formas apropiadoras de alimentos y de bienes naturales, entre otros rasgos. Se observan igualmente enclaves de grupos apropiadores, cazadores-recolectores-pescadores en la costa noroccidental del lago de Maracaibo, el Alto y Medio Orinoco, el delta del Orinoco y en los llanos de la región centro-sur.

La inversión de trabajo social sobre el objeto de trabajo, el ambiente, variaba de un cacicazgo a otro, así como también la capacidad real que tenía cada cacicazgo para someter a otras poblaciones. Este hecho tuvo importantes repercusiones en el proceso de conquista así como en la estructuración de la sociedad colonial, ya que formas de producción tribales, así como muchos procesos de trabajo y relaciones sociales persisten y se integran en  esta sociedad como formas secundarias. Gracias a tales procesos de trabajo fue como lograron los españoles estructurar el proceso productivo de la sociedad colonial, sobre todo en su fase inicial o indohispana, durante los dos primeros siglos.

En lo que se refiere a la conquista podemos observar que allí donde la sociedad tribal productora se expresó en modos de vida igualitarios, la conquista fue lenta y difícil para los conquistadores, violenta, sangrienta y etnocida para los indígenas. La sociedad igualitaria era totalmente incompatible con la clasista de los europeos; en consecuencia, las comunidades indígenas igualitarias  se opusieron tenazmente a los opresores en una  pretendida guerra tribal como a las que estaban acostumbradas. Pero en aquellos casos donde la la sociedad tribal productora se expresaba en modos de vida jerárquicos, como eran las formaciones cacicales, se facilitó la conquista y la posterior implantación de la sociedad colonial. Los pueblos indígenas estructurados en cacicazgos presentaban niveles más altos de sedentarización que los grupos que las tribus igualitarias; en consecuencia, existía una mayor concentración de fuerza de trabajo y delimitación Geogr.fica del territorio tribal. Dentro de esta formación existía también una estructura social piramidal más cónsona con la sociedad de clases europea. Para el conquistador el enemigo igualitario era elusivo, disperso, anárquico, disgregado en comunidades semipermanentes sobre un territorio poco definido. El enemigo integrado en los cacicazgos era, de alguna manera, más predecible, concentrado y ya sometido. Es por ello que la conquista de los grupos igualitarios supuso en muchos casos la aniquilación física de grandes contingentes de personas, mientras que la de los grupos jerárquicos permitió la incorporación de la fuerza de trabajo indígena al proceso productivo de la nueva sociedad clasista.

La sociedad tribal no constituía para el siglo XVI, pues, un todo homogéneo que pudiese ser  reducido simplemente a una “comunidad primitiva”. Por el contrario, cada uno de  los  modos de vida de esta formación económico-social representaba en cada región geohistórica una línea de desarrollo que expresaba las diferencias cualitativas y cuantitativas en el desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad tribal en su conjunto. Se trataba obviamente de diferentes extensiones de las fuerzas productivas, diferencias objetivas en los procesos técnicos de trabajo, pero también en las relaciones sociales, las cuales correspondían a fases distintas de desarrollo del modo de producción.

La sociedad tribal desaparece como proceso autogestado con la implantación de la sociedad clasista, especialmente con la implementación del régimen de encomiendas, pueblos de indios o resguardos y pueblos de misión llevado a cabo por la corona española, todos ellos diseñados para desarticular las distintas estructuras sociales tribales,  propiciar el cambio del sistema de propiedad de la tierra y desmembrar la unidad sociocultural de las diferentes etnias. Las encomiendas produjeron la ruptura de la estructura laboral indígena para permitir la inserción de la población aborigen dentro del nuevo cuadro de relaciones de producción y de trabajo necesarias para la explotación comercial  de los cultivos y  otros recursos. A partir de las encomiendas, la antigua división del trabajo se vio suplantada por la creación de nuevos oficios, cuya ejecución beneficiaba únicamente al encomendero, los cuales constituian la  infraestructura de la sociedad capitalista en gestación. En las encomiendas, como señala Arcila Farías, la explotación del indio es un tributo tasado en servicios (en Brito Figueroa,  1973-I: 76).

CAPÍTULO 9
Fases inicial de la formación social clasista venezolana (siglos XVI-XVII)

Escribir la historia sociocultural de la economía de la formación clasista venezolana, alude a comprender y analizar la transformación histórica de las formaciones económico-sociales precapitalistas y su incorporación en una formación capitalista  totalmente diferente. Alude, igualmente, a una distinción fundamental entre lo que es la realidad y lo que significa conocer la realidad. La realidad nos presenta un conjunto de propiedades y relaciones que tienen existencia objetiva, independiente de la conciencia de los sujetos. Conocer la realidad es un proceso subjetivo cuya finalidad es presentar, bajo  la lógica de conceptos, categorías y leyes, aquel conjunto o sistema de propiedades y relaciones que existen en la realidad (Bate, 1998:55).

Para lograr tal fin utilizaremos el sistema de categorías que permite dar cuenta del desarrollo de la sociedad en su movimiento de acuerdo con su desenvolvimiento dialéctico. Dicho sistema está conformado, en nuestra propuesta teórico-metodológica, por tres categorías, conceptos comunes a toda ciencia histórica, contenidos en la teoría materialista de la historia: cultura, modo de vida y formación económico-social. Esta última incluye el concepto de modo de producción el cual es considerado como la esfera de producción y reproducción económica de la vida material; la formación social es considerada como la integración indisoluble de la base material y la superestructura, mientras que la categoría modo de vida nos permite aproximarnos a las mediaciones objetivas entre las regularidades formalizadas a través de la categoría  formación económico-social y la categoría cultura que permite captar las expresiones singulares fenoménicas de lo fundamental de la vida social  (Vargas Arenas, 1990: 59-89; Bate, 1998: 57-82).

El modo de producción -según el marxismo clásico- es una categoría histórica que expresa la unidad de las fuerzas productivas con las relaciones de producción (Kuusinen et alíi, 1960: 127). Para que sea posible comprender su función concreta como esfera de reproducción de la vida material y no como una categoría solamente abstracta, es necesario que podamos aproximarnos a las  manifestaciones sensibles de la actividad social, al mismo tiempo que a los cambios que suceden al interior de la formación económico social. Esas y cambios y manifestaciones siempre se expresan de manera particular y de manera singular.

Partiendo de las premisas teóricas enunciadas, podríamos explicar metafóricamente, en términos de la óptica, que el funcionamiento del sistema categorial sería como un microscopio que nos permite observar desde la totalidad de un objeto hasta la magnificación de sus detalles más particulares y singulares: lo infinitamente grande contiene lo infinitamente pequeño. Creemos que  para entender la dinámica de la formación económico-social venezolana (u otra formación social) desde la perspectiva del materialismo histórico es necesario, entonces, definir y conocer cómo se expresa esa totalidad de manera particular en determinados modos de vida, los cuales --a su vez—nos permiten acercarnos a la dinámica social vía sus modos de trabajo todo ello expresado y posible de ser aprehendido a través de las manifestaciones formales sigulares culturales, incluyendo los estilos de vida. La formación histórica social es entonces una categoría que explica no solo los procesos más generales de la vida social, sino los más fundamentales, mientras que nos permite asimismo –como tratamos de explicar en esta obra- entender las manifestaciones particulares de lo fundamental, es decir los modos de vida que, en ocasiones aunque no siempre, pueden coincidir con determinadas fases de desarrollo del modo de producción (Vargas Arenas, 1990: 60-67). 

Es nuestra apreciación que la Formación Clasista Colonial se expresó en Venezuela en distintos modos de vida; éstos a su vez, en diversos sub-modos de vida, y todos ellos se manifestaron en lo sensible en una pluralidad de formas culturales. Esos modos y sub-modos de vida refieren  a procesos cada vez más particulares, y a la pluralidad de formas culturales,  a procesos irreductiblemente singulares. Visto así,  el sistema de categorías esbozado nos ha permitido explicar los procesos históricos que dieron lugar a la formación y el desarrollo de Venezuela hasta devenir Estado-nación, desde el siglo XV hasta, particularmente, el lapso comprendido entre el siglo XVIII y las primeras décadas del siglo XIX. Los elementos culturales más significativos en tal sentido son: una geohistoria y una lengua común, así como el surgimiento --hasta llegar a ser predominantes-- de estilos de vida consumistas, mientras que el elemento fundamental más importante es el sistema de relaciones sociales que hizo posible la misma existencia.

En sentido general, podemos reconocer que la Formación Clasista Colonial en Venezuela se expresó de manera particular en, al menos dos modos de vida que hemos llamado Clasista Colonial  Indohispano y el Modo de Vida Colonial Agroexportador Venezolano. Estos modos de vivir se manifestaron a su vez en varios sub-modos de vida caracterizados por la preponderancia de procesos de trabajo disímiles aunque complementarios puesto que las variaciones observables en su  ejecución dependió de las diferencias presentes tanto en la base social indígena sobre la cual se sobrepuso la colonia, pero sobre todo del tipo y calidad de las relaciones sociales que existían dentro de esa base social y que se incorporan como formas secundarias al sistema de relaciones sociales establecido por el regimen colonial, como también de las características geoterritoriales y sus respectivas tradiciones laborales.  En torno a lo anterior es necesario señalar que, aunque pudiera ser posible discernir que los dos modos de vida que hemos definido serían equivalentes, grosso modo, con las fases de desarrollo del modo de producción de la formación, al ser concebidos como modos de vida nos permiten acercarnos a la dinámica interna, sobre todo a los cambios particulares que se dieron al interior de la formación, atendiendo tanto los aspectos fundamentales, como los superestructurales.

La Formación Clasista Colonial da paso, a partir del siglo XVIII e inicios del siglo XIX,  a una nueva  formación social que denominamos Formación Clasista Nacional, que podemos decir –privilegiando un cierto nivel de particularidad-- se expresó en dos modos de vida: el Nacional Monoproductor Agropecuario, que se manifestó en variados sub modos de vida y de trabajo y, posteriormente --a partir de 1930-- como un modo de vida Nacional Monoproductor  Petrolero, de nuevo con diversas expresiones particulares –o sub modos de vida-- que obedecen a las variaciones regionales y, sobre todo, a los vaivenes que sufre el sistema de relaciones sociales como un todo y, dentro de él, especialmente, las relaciones de dominación que se complejizan enormemente, dependiendo de las relaciones de sometimiento de la formación nacional ante los bloques de poder transnacionales imperiales.

Un elemento fundamental para caracterizar la revolución social que supone el tránsito de la Formación Clasista Colonial a la Formación Clasista Nacional es el que refiere a la complejización de la estructura de clases, el aparecimiento de una estructura policlasista, concomitante con un régimen de propiedad de nuevos medios de producción. 

Esta visión de las fases fundamentales que componen la unidad esencial del proceso sociohistórico venezolano se puede relacionar de manera general con las conclusiones de un grupo de investigadores (as) venezolanos del Centro de Estudios del Desarrollo de la Universidad Central de Venezuela coordinados por Germán Carrera Damas (Ríos et alíi, 2002: 7-8), quienes señalan la existencia de tres fases en dicho proceso, aunque los objetivos obedecen más a la búsqueda de una periodización que a la comprensión de la intrincada relación entre el todo social y sus partes:

a) La fase de establecimiento de las bases para el proceso de implantación, expresado en la estructuración de los núcleos primeros y primarios, la cual recoje el proceso de relacionamiento inicial hispano con áreas del territorio venezolano.

b) La fase de estructuración de la formación social venezolana (proyecto nacional), que culmina con la primera crisis estructural, la cual se extiende desde la fundación de El Tocuyo hasta la tercera década del siglo XX.

c) A partir de ese momento, se inicia el reordenamiento de las líneas fundamentales del desarrollo de la formación social venezolana en su articulación con el sistema capitalista mundial.

Economistas como Maza Zavala (1968: 69) y Malavé Mata (1974: 59) se refieren a este proceso como “capitalismo periférico inmaduro”, situado en el borde entre una economía mercantil y una capitalista. También Braudel se refiere a estas economías como ancien regime, aludiendo a su “destino colonial”, un capitalismo periférico o a distancia ( Braudel 1992: 267-280).

Para entender la génesis de la Formación Social Clasista en Venezuela y –fundamentalmente- las particularidades de dicho proceso expresadas en diferentes modos de vida, no basta con afirmar que se trata de un proceso inducido por la conquista europea de América; debemos, por el contrario,  tomar en cuenta las condiciones históricas en las cuales comenzó a operar dicho proceso, ponderando simultáneamente las características de la sociedades tribales que habitaban el territorio para el siglo XV y las existentes en España para la misma época. Unas y otras constituyen factores condicionantes de la particularización de un proceso general que abarcó toda la Nuestra; son los “hombros” sobre los cuales descansa la nueva forma de sociedad que surge en Venezuela (Marx y Engels, 1982: 45; Sanoja, 1993: 46-51; Vargas Arenas 1998: 674).

Según Brito Figueroa (1961: 94.95De los escl), la sociedad colonial venezolana y su modo de producción correspondiente se constituyó en una primera instancia con base a la confiscación de la antigua posesión comunal indígena del territorio originario por parte de los invasores españoles y la importación forzada de esclavos africanos. En una segunda instancia, el grupo de conquistadores y colonizadores  se apropió igualmente de las condiciones naturales y materiales para la producción, generando como resultante el proceso de acumulación originaria del capital y una formación económico-social caracterizada por dos clases sociales fundamentales: la terrateniente esclavista y la clase constituida por una fuerza de trabajo servil, enfeudada o esclava, explotada para producir mercancías destinadas al mercado capitalista mundial.

La primera fase del modo de producción de la formación social clasista duró aproximadamente desde inicios del  siglo XVI hasta el siglo XVII-primeras décadas del XVIII. Esta fase puede ser más cabalmente aprehendida como un modo de vida como ya hemos señalado, al cual designamos  como Modo de Vida Indohispano, el cual analiza exhaustivamente Castillo Hidalgo (2002) en la Provincia de Cumana. Entre sus características más resaltantes mencionaremos las que refieren al sistema de relaciones sociales: la persistencia de las antiguas relaciones sociales tribales basadas en el parentesco clasificatorio, las relaciones recíprocas y las solidarias,  las cuales coexistieron durante esos siglos con las esclavistas y las serviles introducidas por los invasores, que eran las dominantes y determinantes. Aunque las sociedades indígenas fueron desarticuladas durante esos siglos, las relaciones tribales milenarias persistieron resemantizadas por las comunidades indígenas sobrevivientes. De hecho, las que habitaban en barrios localizados alrededor de los centros urbanos, aunque obligadas a vivir en casas individuales, conservaban una estructura parental por adhesión basada en la comunidad de territorio, por lo que la reproducción de la vida cotidiana se apoyó en los antiguos modos de mantenimiento  y en modos de trabajo donde persistían relictos de procesos de trabajo y tecnologías indígenas (Sanoja y Vargas-Arenas 2005: 161-163), sobre todo aquéllos de naturaleza colectiva como la pesca, las artesanías, la cría de animales domésticos (gallinas, cerdos, etc.) para la venta callejera (buhonería), para la elaboracion de alimentos vendidos en los mercados o vías públicas (empanadas, pescados, carne al detal, etc.). El maíz, que constituyó uno de los alimentos principales de la subsistencia indígena, fue adoptado por los españoles como un sustituto del trigo así como también mercancía para el comercio, cuyo cultivo se dificultaba en el ambiente tropical que predomina en Venezuela (Castillo Hidalgo 2002: 311-319, 345-346; 374-375).

Una segunda fase  del modo de producción que hemos caracterizado también como un modo de vida, el Modo de Vida Colonial Agroexportador Venezolano, expresa una línea de particularización de la totalidad de la formación social clasista, coetánea con la primera y la segunda revolución industrial. La praxis del Modo de Vida Colonial Agroexportador con un modo de trabajo agropecuario,  conforma otra línea del desarrollo particular de nuestra sociedad que se prolonga hasta las primeras décadas del siglo XX. El nivel de particularidad que privilegiamos es el referido a la base material, específicamente manifestada en los modos de trabajar.

Un modo de trabajo “…es el conjunto de actividades que manifiestan una relación determinada entre instrumentos de producción, organización de la fuerza de trabajo, características de la fuerza de trabajo, características específicas del objeto de trabajo y la ideología, integrando las costumbres y tradiciones … que tales prácticas conllevan… los modos de trabajo se convierten, así definidos, en una versión en pequeño de los modos de vida en la esencialidad de los procesos que explican… un modo de trabajo sería para un modo de vida, lo que es el modo de producción para la formación social…” (Vargas Arenas, 1990: 67-71).

Aunque la condición colonial no es solo característica de Venezuela, pues está presente en la historia de muchos otros países asiáticos, africanos y americanos,  su línea de desarrollo posee una dinámica distintiva la cual depende no sólo de las características generales de la sociedad capitalista misma, sino también de las particulares referidas sobre todo a la base social y la base física sobre las cuales se asentó la colonia y que condicionaron la manera como se conformó el Estado-nación venezolano; en tal sentido, es una instancia particular de la totalidad social capitalista. Entendido de esta manera, los modos de vida colonial y y los nacionales venezolanos constituyen expresiones concretas y particulares del llamado capitalismo periférico (Vargas Arenas, y Vivas: 1999).

CAPÍTULO 10
La Acumulación  Originaria de Capital  Mercantil  

En el curso de la historia, la noción de valor precede a la del capital, a pesar de que ella implica para desarrollarse en toda su extensión, el modo de producción basado en el capital (Marx.1967:198) donde “el producto aislado por el productor y el obrero, no existe sino que  se realiza a través de la circulación como valor de cambio”. El capital se forma a partir de la circulación y tiene el dinero como un medio de cambio, como punto de partida que se niega o disuelve a través de la circulación. En los tiempos más antiguos de la evolución económica, el proceso de comprar una mercancía con el objetivo de venderla constituye la forma propia del comercio: “…la mercancía circulante…”  que solamente se realiza asumiendo la forma de otra mercancía y sale de la circulación para para satisfacer las necesidades inmediatas, representa una de las primeras formas del capital: el capital mercancía…” (Marx 1967: 200)

Basándonos en la premisa anterior, podemos reconocer como un elemento importante para entender la dinámica de la producción del espacio territorial y de las estructuras de poder en los inicios de la sociedad  colonial venezolana de los siglos XVI y primeras décadas del XVIII, expresadas en un modo de vida indohispano como ya expusimos en capítulos anteriores, los procesos de formación del capital mercantil o capital mercancía  que fueron los que , contribuyeron a la disolución del modo de vida indohispano y dieron lugar al surgimiento, a mediados del siglo XVIII, de un modo de vida colonial mercantil, básicamente agropecuario.

El modo de vida indohispano (siglos XVI y XVII-comienzos del XVIII)

El modo de trabajar, es decir, la producción, manufactura y distribución de  los bienes básicos de consumo para la reproducción de la vida cotidiana de la sociedad indohispana estaban, en buena parte, en manos de la comunidad indígena, grupos de indios (as) urbanos o mestizos (as) quienes  poseían el conocimiento técnico y las prácticas que habían caracterizado el modo de producción tribal en su conjunto,  de los negros (as) esclavos o manumisos y de los mestizos (as) y zambos (as), quienes eran los que producían los excedentes para el intercambio comercial.

En este modo de trabajo, el precario proceso de acumulación originaria se centró en la explotación de los placeres de perlas que existían en la zona costera y la insular del noreste y del noroeste de Venezuela, ya que las perlas se consideraban como  equivalentes a monedas en las transacciones comerciales internas, al igual que las telas finas de algodón que manufacturaban los artesanos (as) indígenas del estado Lara (Arcila-Farías, 1983: 126; Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 26), en las producciones artesanales de los (as) indígenas andinos o de los que habitaban la cuenca del lago de Maracaibo. En este modo de trabajar también existen evidencias sobre procesos de trabajos de la minería y la fundición del cobre y el oro los cuales, sin embargo, no llegaron a alcanzar la importancia que tuvo dicha actividad en otras colonias suramericanas.

Los códigos legales españoles establecieron las condiciones para articular la propiedad individual, la corporada en misiones y la propiedad comunal en las comunidades de indios libres o resguardos, en tanto que en los repartimientos, encomiendas, haciendas y hatos ganaderos dominaban las relaciones de producción servil, tributaria o esclavista.

El Modo de Vida Indohispano y la Acumulación Originaria de Capitales en la Costa Centro-Oriental de Venezuela


Un elemento importante para entender la dinámica de la producción del espacio territorial y de las estructuras de poder en los inicios de la sociedad  clasista colonial venezolana está representado en los procesos de acumulación de capitales que comenzaron  a generarse desde las primeras décadas del siglo XVI. Dichos procesos variaron según las diversas regiones geo-históricas.

En  el caso de sub-región del noreste de Venezuela,  se  inició una precaria forma de acumulación originaria de capital mercantil a partir de la explotación y depredación indiscriminada de los ostrales perlíferos de las islas Cubagua, Margarita y Coche  por parte de empresarios privados, con el objetivo de obtener una ganancia rápida vía la circulación,  el comercio  y el atesoramiento  de grandes volúmenes de perlas, que  fueron utilizadas –posteriormente-- como moneda o medios para el intercambio comercial, compitiendo con las de oro y plata debido a la inestabilidad del sistema bimetalista español (Maza Zavala, 1997: 187; Arcila Farías, 1983 II: 75-81; Morón, 1954: 188-190; Castillo-Hidalgo 2002: 717-718). Si bien dicha actividad produjo una alta rentabilidad en el corto plazo para los esclavistas, condujo a la destrucción de los ostrales y acarreó un inmenso  costo social: la pérdida de numerosas vidas de indios y esclavos negros que formaban la fuerza de trabajo utilizada para  explotarlos.

Durante casi un siglo, las perlas extraidas de los ostrales de la isla de Cubagua, y al agotarse éstos, de otros existentes en el litoral noroeste de Venezuela,  llegaron a  constituir una “buena moneda en un límite suficiente”,  ya que no presentaba el riesgo de escapar al exterior como sí lo tenían el oro y la plata, llegando a constituir uno de factores más importantes en el proceso de acumulación de capitales:

“…gran parte de los capitales que había en la Provincia en poder de la Real Hacienda, de los mercaderes y en general por extensión y con todas las reservas del caso, del capital privado de aquel tiempo de su iniciación en el paraje local, estaba representado en perlas…”  Sin embargo, la circulación de este tipo de moneda se detuvo hacia 1600 de manera concordante con el deterioro de la economía española “en todo su ámbito universal” y el agotamiento de los placeres de perlas, de manera que en ese año los pagos a la Real Hacienda se situaron  en el 75% en oro, el 13.89% en plata, en perlas el 9.03%, en moneda no especificada el 1.39% y en lienzos el 0.43% (Arcila Farias, 1983: 75-79 y siguientes).

Los pocos españoles que habitaban en la isla de Cubagua para 1517 vivían  a la usanza de los aborígenes. Moraban, en su mayor parte, en rancherías integradas por paravientos y bohíos, similares a los que ya existían en la isla desde el año 3200 antes del presente (Otte, 1977: 250-262; Sanoja y Vargas Arenas, 1995; Aguila y Alvarado, com.personal 2009), y habían adoptado las tradiciones culinarias y alimenticias autóctonas (Ojer, 1966: 336-337; Sanoja y Vargas Arenas, 2002; Vargas y Vivas 1999).

Las grandes canoas, para desplazarse y para transportar sus mercaderías  desde o hacia Margarita y tierra firme, parecen haber sido traídas aparentemente desde el Delta del Orinoco, región habitada ya entonces por la etnia Guarao, pueblo de canoeros y fabricantes de embarcaciones (Otte, 1977: 46). Entre 1512 y 1514, utilizando la experiencia centenaria bélica y naval que tenían los indios caribes para organizar incursiones armadas hacia las Pequeñas y Grandes Antillas, algunos empresarios españoles organizaron también flotas de canoas y bergantines tripulados por dichos indígenas  que asolaban las islas caribeñas para capturar esclavos indios para venderlos a otros empresarios por  hasta 100 pesos la pieza, llegando hasta desembarcar en Aruba, Curazao y Bonaire. El negocio de los armadores o corsarios cubaguenses incluia, igualmente, la búsqueda de nuevos placeres de perlas en otras islas antillanas y de ídolos de oro, contando con el financiamiento y el acompañamiento de otros corsarios o empresarios españoles que habitaban la isla de Santo Domingo (Otte, 1977: 107-121).

Hacia 1526, comenzó la producción del espacio urbano de Nueva Cádiz y la edificación de viviendas permanentes utilizando la tapia, las piedras calizas y  la argamasa. Como expresión del  proceso de urbanismo mercantil caribeño,  las casas del núcleo urbano de la ciudad neogaditana eran al mismo tiempo sitio de vivienda, tienda y almacén, hallándose  ubicadas las viviendas principales a lo largo de una calle central, posiblemente La Calle de La Marina, que bordeaba la fachada litoral de la ciudad. Por el contrario, los edificios públicos parecen haber sido arquitectónicamente menos importantes que los del sector privado, indicando tal vez el pronunciado desbalance económico que existía entre los empresarios del comercio de perlas y los funcionarios de la Corona. Entre esos empresarios encontramos ya en Nueva Cádiz para 1527 a Francisco Fajardo, padre del que sería posteriormente primer explorador del valle de Caracas y fundador de la primera villa caraqueña (Otte, 1977: 253-259, 272-273; Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 26, 49-51).

Los empresarios de las islas La Española y Puerto Rico figuraban como los principales financistas de la pesquería de perlas en Cubagua. El interés de dichos empresarios por obtener ganancias  inmediatas a los fines de recuperar el capital invertido, fue el  móvil de esta conducta depredadora, la cual terminó por destruir los placeres perlíferos así como la vida de numerosos negros e indios, forzados a trabajar como buzos en las condiciones más crueles, obligándolos a sumergirse una y otra vez a profundidades de vértigo, en busca de las ostras dormidas en el fondo de los arrecifes; indígenas que eran arrojados al agua con una piedra atada a la cintura, y a los que sólo izaban a la superficie cuando lograban hacerse con la pieza, todo para satisfacer un ansia de ganancia efimera. Como dice  Juan Marchena en su extraordinaria obra sobre  las crónicas de Juan de Castellanos, “,… todo lo logrado a punta de pulmón de indios reventados podía perderse en una noche, en una partida de naipes o entre los brazos de la más atractiva esclava puesta a ganar por su dueño, y donde se acabo por reunir la hez del mundo conocido, pudo oir Castellanos de boca de sus protagonistas…” ( Marchena 2008: 29)

Los empresarios cubaguenses también tomaron -en 1522-  posesión de la vecina isla de Margarita e iniciaron la explotación agrícola del valle de San Juan, que era parte del señorío de Charaima,  cacique principal de la isla. Los planes de expansión de los empresarios margariteños influyeron en el proceso de acumulación en la sub-región central ya que podemos observar que, entre ellos figuraba no sólo la conquista y la colonización de Guayana (Ojer, 1966: 337), sino que  también estaba entre sus designios la conquista  del valle de Caracas, espacio habitado para ese momento por etnias de filiación  caribe. Para  tal fin financiaron y organizaron una expedición naval al mando de Francisco Fajardo, hijo de la cacica quaiquerí Doña Isabela, quien logró fundar  entre 1559 y 1560 la villa de San Francisco, luego Santiago de León de Caracas (Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 49).

El proceso de acumulación de capitales en el noroeste de Venezuela

A diferencia del noreste de Venezuela, en el noroeste  los colonizadores españoles  fundaron la aldea indohispana de El Tocuyo el año 1545 en un espacio geográfico donde las poblaciones originarias ya habían creado un importante capital agrario y artesanal. Desde aproximadamente 1000 años antes de Cristo, la cuenca del río Tocuyo había estado habitada por poblaciones agricultoras alfareras aborígenes, quienes  lograron domesticar  diversas razas locales de maíz y de yuca, de modo que para 1545 ya existían en la cuenca del río Tocuyo sociedades aborígenes estratificadas que habían desbrozado extensos campos de cultivo y construido terrazas y montículos agrícolas y sistemas de riego, desarrollando, además, una avanzada artesanía de textiles y alfarería. Partiendo de la  abundante fuerza de trabajo indígena, organizada y disciplinada para el trabajo agrícola y artesanal desde miles de años antes, pudo iniciarse formal y rápidamente en  la cuenca del río Tocuyo, el régimen de encomienda y repartimiento de indios dentro de un sistema de relaciones sociales de producción dominado por formas de trabajo servil o de tipo feudal impuestas por los conquistadores españoles (Sanoja y Vargas Arenas 1997: 38-41),

Gracias a esas condiciones sociales y económicas favorables preexistentes tuvo éxito la fundación  inicial de la ciudad de El Tocuyo el año 1545 sobre el asiento de la aldea indígena que ya existía en dicha región, ciudad que se transformó en breve tiempo en el  primer centro económico del interior del país, dedicado principalmente a la producción agropecuaria y artesanal. Ese proceso se vio facilitado —como ya expusimos—porque el proceso productivo indohispano supuso la  asimilación de las antiguas tradiciones agrarias y artesanales aborígenes que se insertaron rápidamente en las nuevas formas mercantiles de producción (Arcila Farías,  1983 II: 10; Sanoja, 1979a, Sanoja y Vargas Arenas, 1997, 1998 , 2007c: 105-112; Vargas Arenas, 1990:154-160, 250-254.

Entre  1551 y 1559 se importaron  a través  del Puerto de Borburata, a la sazón sede de la Real Hacienda,  8441 cabezas de ganado mayor y alrededor de 2000 carneros y ovejas (Arcila Farías,  1983 II: 9-10),  ganado que fue utilizado principalmente para la reproducción. Una buena parte debe haber estado destinada a las encomiendas de El Tocuyo, si consideramos que  en 1568 los vecinos de dicha ciudad participaron con 200 bestias de carga, 20 caballos y 4000 carneros en la expedición armada por Diego de Losada para la conquista el valle de Caracas  (Arcila Farías, 1983 II: 41). Con la fundación de la ciudad indohispana de El Tocuyo,  la producción agropecuaria y la artesanal sustituyeron el afán de buscar la riqueza fácil que había caracterizado a la población de Nueva Cádiz y Margarita, creándose otro proyecto de vida: “…quedarse en la tierra para vivir de ella y someterla al vecindario…” (Morón, 1954: 291).

Las encomiendas y repartimientos formaron la base de la propiedad territorial agraria que se desarrollaría posteriormente en los valles subandinos de la cuenca del río Tocuyo y de sus microcuencas tributarias, estimulando también un proceso de producción y acumulación privada de capitales agrarios, gracias a la expropiación y el aprovechamiento que hicieron los conquistadores de los sistemas de regadío y cultivo en terrazas que habían construido los indígenas caquetíos antes del siglo XVI, y de las tierras  que ya ellos habían desbrozado y cultivado desde hacía milenios (Sanoja y Vargas Arenas, 1997; 38-41, 1999: 19-60; Salazar 2003:124-127).

La producción tradicional de telas de algodón que llevaban a cabo los y las tejedores indígenas en los obrajes de El Tocuyo y Quíbor se vio potenciada, por una parte, con la introducción de la rueca para hilar el algodón y de los telares  horizontales de lizos a pedal que ya se habían popularizado en Europa  desde la Edad Media y, por la otra, gracias a la modernización de las destrezas y tecnologías milenarias adquiridas por los indígenas en el cultivo y el hilado del algodón y el tejido de telas (Sanoja, 1979, 1991: 216-217; Avellán de Tamayo, 1997: 362-363). La urdimbre de los antiguos telares verticales u horizontales de los aborígenes solo permitía tejer piezas de tela de cuyas dimensiones máximas podían llegar a ser—aproximadamente—de dos metros de largo por uno a uno cincuenta de ancho. Por el contrario, la urdimbre continua del telar  europeo de lizos y pedales podía producir piezas de tela de 15 metros de largo por 1 a 1.20 de ancho.

El aumento de la productividad por los grupos de artesanos encomendados en cada obraje tuvo una gran importancia para el progreso de la artesanía textil del algodón, la pita o cocuiza y, posteriormente, la lana de carnero, uno de cuyos más importantes centros de producción era la región de El Tocuyo-Quíbor, la cual representaba una importante fuente de ingresos para la Real Hacienda  (Sanoja, 1979a; Arcila Farías, 1983 II: 125-126; Salazar 2003: 165-175). Los obrajes textiles funcionaban como una encomienda, utilizando la fuerza de trabajo indígena bajo un régimen forzado o servil, lo cual  seguramente frustró sus posibilidades  ulteriores de conversión en manufactura fabril. Al no darse un cambio sustantivo en todo el sistema de trabajo servil o “enfeudado” al cual estaba sometido la fuerza de trabajo indígena, no se crearon las condiciones sociales para el surgimiento de una forma verdadera de capitalismo mercantil, agropecuario e industrial que hubiese podido tener un carácter relativamente autónomo, incluso dentro del régimen colonial.

Es evidente, de lo anterior que, para mediados del siglo XVI  ya existía, pues, en Margarita y El Tocuyo una limitada clase social de pequeños propietarios, la cual había acumulado un monto significativo de capitales y de recursos  necesarios para financiar y acometer la conquista de territorios estratégicos que, como el Valle de Caracas, estaban todavía en poder los pueblos aborigenes caribe. En la región marabina, área de influencia la producción de los espacios urbanos y consolidación de los enclaves de población indohispana, comenzó muy tardíamente, hacia el siglo XVII, debido a la resistencia tenaz que opusieron las etnias originarias a la colonización europea y criolla.

El proceso caraqueño de acumulación

Para mediados del siglo XVI,  los diversos centros poblados que conformaban el hinterland del territorio colonial semejaban una periferia sin centro (Sanoja y Vargas Arenas, 2002). El valle de Caracas y su litoral caribe que representaban aparentemente el centro de esa periferia estaban todavía bajo el control de las etnias caribes, al igual que buena parte de los valles de Aragua, la región de Barlovento y la mayor parte de la cuenca del Orinoco. Los empresarios margariteños y neogaditanos financiaron varias expediciones armadas hacia el valle de Los Caracas con el fin de lograr su control.

Francisco Fajardo, mestizo de castellano y guayquerí, logró implantar una primera fundación en el valle de Caracas, la villa de San Francisco, alrededor de 1559, logrando repartir tierras entre algunos de los que parecen haber sido socios de la empresa. Los indígenas caribes caraqueños destruyeron dicha fundación en año 1560 (Montenegro, 1974: 58-70), obligando a Fajardo y su grupo a abandonar el valle de Caracas, refugiarse en el pueblo de Caraballeda y retornar luego navegando  a Margarita (Sanoja y Vargas Arenas, 2002).

Posteriormente, tocó el turno a los empresarios tocuyanos quienes, con el apoyo de la Corona, organizaron  una expedición armada integrada por 120 castellanos y una poderosa formación de  más de mil de auxiliares indígenas, posiblemente guerreros caquetíos, jiraharas o gayones al mando del Capitán Diego de Losada. Con este  gran ejército de indígenas y castellanos, le fue posible a Losada asumir el control del valle de Caracas en 1567 y repartir tierras e indios (as) conquistados  entre los socios de la expedición (Sanoja y Vargas Arenas,  2002: 59-69).

La conquista del valle de Caracas propició la integración de ambos procesos de acumulación ya que, subsecuentemente a la fundación hecha por Losada, los empresarios  margariteños reclamaron también los derechos adquiridos y las tierras que les habían sido asignadas durante la fugaz aventura de Francisco Fajardo. En 1589 (Arcila, 1983 I: 191), el Cabildo de la Provincia de Caracas, donde ya figuraban destacados representantes de los empresarios margariteños, decretó que las perlas tuviesen curso legal como moneda, particularmente en las transacciones comerciales importantes. Lo mismo sucedió con  el “lienzo de la tierra” o tejido de algodón manufacturado por las indígenas larenses que tenía como principales centros de manufactura El Tocuyo y Quíbor y constituia para ese entonces una mercancía de uso común entre la mayoría de la población de Venezuela. En razón de su importancia comercial, el lienzo de la tierra llegó también a ser tambièn considerado por el Cabildo de la Provincia de Caracas como el equivalente a una moneda. En 1583, una vara de tela fina de algodón o “tocuyo” era el equivalente de  69 o 70 maravedíes y, en 1600, de 102 reales, es decir, un incremento de precio de 31.3%, la cual era reservada  como instrumento de cambio para las transacciones comerciales menores  que se daban en la vida cotidiana (Arcila, 1983 II: 126). 

Como podemos apreciar, los capitales formados mediante la acumulación de perlas o la producción de telas de algodón se volcaron hacia el nuevo centro económico caraqueño,  constituyendo la base del proceso de concentración del poder político y de la propiedad territorial agraria en el hinterland caraqueño. El eje conurbado Caracas-La Guaira pasó a convertirse en el lugar central de los centros poblados que ya existían en su periferia, a la vez que el espacio económico donde convergieron y confluyeron los procesos de acumulación de capitales que se dieron en Venezuela a partir del siglo XVI.

El auge de la pesquería de perlas ejerció una influencia determinante en el proceso de acumulación de capital, aumentando el nivel de intercambios dentro del triángulo económico constituido por Margarita, Cumaná y Caracas. En esta última, el floreciente desarrollo de la actividad agropecuaria en el siglo XVI dio lugar a la formación de un grupo de comerciantes conocidos como “señores de las canoas de perlas” (Vila 1978: 116; Castillo Hidalgo 2002: 721), quienes seguramente organizaban para su provecho flotas conformadas por las grandes embarcaciones contando con la tradicional habilidad de navegantes de alta mar de la etnia indígena caribe.

El negocio de aquellos comerciantes era llevar mercancías a Cumaná y Margarita, particularmente productos agropecuarios como maíz, trigo, telas finas de algodón, carnes saladas, manufacturas artesanales, etc., las cuales eran trocadas por su equivalente en perlas, sal de Araya, pescado seco, etc. Las perlas, como ya hemos dicho, eran acumuladas como un medio de cambio, como dinero; las otras mercancías eran vendidas  posteriormente  en el mercado caraqueño. A su vez, Margarita y Cubagua que desde 1526 formaban parte de la red transatlántica de Sevilla que incluia también las Antillas Mayores (Otte, 1977: 292-299 ; Castillo Hidalgo 2000: 436-440)), eran como una especie de “warehouse”, de almacen donde se acumulaba la oferta de mercancías de origen europeo y antillano para satisfacer la demanda del mercado que era Cubagua, parte de la cual también era reexportada hacia Caracas, Cumaná y otros centros poblados importantes del territorio continental como Santo Tomé de Guayana utilizando las canoas indígenas. A juzgar por las evidencias arqueológicas, parte de aquellas mercancías parece haber estado constituida por ginebra, vino, aceite, platos de mayólica sevillana, holandesa, mexicana y de otras procedencias, cera, cuchillos, armas de pedernal, hilos, telas, casabe y maíz de Puerto Rico y Santo Domingo, etc.

La evidencia documental  nos indica entre 1592 y 1598 la importación de telas de algodón, lino de Ruan o de Escocia, tela de oro de Milán, tafetán, bayeta (tejido de lana), zapatos, sombreros y ropa manufacturada en general, vino, aceite, clavos de olor, tocino, azúcar, canela, higos, miel, quesos, harina, hachas, calabozos (machetes), clavos y herramientas en general, hierro en bruto, herrajes, botones, dedales, hilo, arreos de caballos, etc. Entre 1600 y 1607, la lista de mercancías importadas comienza a incluir también porcelanas, platos y escudillas (Loza de Talavera) y platos de peltre, revelando una ampliación de  la acumulación del capital comercial y del espectro consumista de la clase dominante colonial en el oriente de Venezuela (Castillo Hidalgo 2000: apéndices: 725-794).

De esta manera se formó un importante triángulo comercial entre Caracas, Margarita y Cumaná que cobró gran importancia en el forjamiento posterior de alianzas políticas entre las oligarquías locales de la Provincia de Caracas y las de Barcelona y Nueva Andalucia. Una parte de dicho comercio se ejercía como contrabando para evitar el pago de los diezmos reales (Vila.1978: 116; Castillo Hidalgo, 2002: 718-719).

La fundación del eje conurbado Caracas-La Guaira aceleró el proceso de acumulación originaria de capitales en la Provincia de Caracas y las provincias relacionadas con ella, lo cual puede evaluarse al analizar las ganancias de comercio al  por mayor y al por menor. Podría ponerse como ejemplo de lo anterior, que el valor de las mercaderías introducidas entre 1581-90 alcanzó a 187 millones de maravedíes, lo cual dejó a los mercaderes locales una ganancia de  234.553 pesos de plata. Sumando las ganancias del comercio al por menor, la utilidad total del comercio de las mercaderías introducidas fue de 420.766 pesos de plata (Arcila Farías, 1983 II: 155-162).

A partir de los siglos XVII y XVIII, el eje conurbado Caracas-La Guaira sería también el  lugar central de la economía agroexportadora de la Provincia de Caracas,  economía que se basaba en el sistema de plantaciones y hatos y la comercialización de las materias primas que estos producían: cacao, café, añil, cuero, huesos de ganado y “cecina” o carne salada y la melaza de caña; esta última utilizada para la producción interna de aguardientes, rones, papelón y azúcar (Molina, 
2001; Arcila Farías, 2004:32-56).

CAPÍTULO 11
 Formación de la propiedad territorial agraria

Desde el momento en que comenzó la conquista y la colonización española de América surgieron diferentes formas de desarrollo histórico distintas a los anteriores  contextos español, indígena y africano, condicionadas por los anteriores modos de vida de unos y otros. En lo que se refiere a España, durante el siglo XV, mientras la mayor parte de Europa estaba inmersa en el proceso mercantil de acumulación, en aquel país todavía persistían las relaciones sociales de tipo feudal basadas en la apropiación del excedente de trabajo de campesinos (as) libres que practicaban la agricultura extensiva, excedente que era la expresión del sobretrabajo sin valor mercantil, gracias a un régimen de propiedad donde el campesino era dueño de su fuerza de trabajo, pero no del principal medio de producción que era la tierra (Pirenne, 1963: 49-55).

Con la conquista de América y de Venezuela en particular, los españoles que habían sido marginados en su lugar de origen de la propiedad del principal medio de producción de entonces,  de la tierra, confiscaron a los dueños del territorio americano, nuestros pueblos originarios,  la propiedad y el usufructo de las tierras agrícolas donde éstos habían creado un capital social agrario milenario. Sobre la aniquilación física, la esclavización y la miseria de nuestras poblaciones originarias, los españoles crearon su sistema de propiedad territorial agraria. La confiscación de la  la enorme riqueza en oro y plata que existía en las minas de México, Perú, Bolivia y Colombia y, luego, a partir del siglo XVIII, la masiva exportación de melazas, azúcar, café, cacao, tabaco, algodón, añil, cueros y numerosos otros rubros estimuló la acumulación de capitales y el comercio internacional con las metrópolis europeas (Arcila Farías, 2004: 11-19).

La promulgación de las Leyes de Burgos en 1512 y de las ordenanzas de Zaragoza en 1518 constituye el primer intento para legitimar el despojo de las tierras que eran propiedad de las comunidades indígenas y la producción del espacio colonial. Mediante dichas leyes y ordenanzas se   reglamentaron las relaciones sociales de producción entre los españoles y las poblaciones originarias americanas, sentando las bases para las nuevas instituciones que habrían de regir la vida colonial, lo cual llevaba consigo la destrucción de la organización social y territorial originaria de las comunidades indígenas y la institucionalización del proceso de transculturación, colocándolas dentro de un nuevo marco jurídico, cultural, económico, político, social y cultural, fuera del cual la supervivencia como poblaciones independientes era ya prácticamente imposible (Sanoja y Vargas Arenas, 1992: 244-245).

El régimen de encomiendas  marcó el inicio de la formación territorial agraria en Venezuela, proceso sobre el cual se fundamenta el surgimiento del modo de vida colonial mercantil. Las encomiendas, que aparecen en Venezuela el año de 1547 (Arcila Farías, 1962; Arcila Farías et alíi, 1968: 64-68), aluden al régimen o sistema fiduciario mediante el cual se le asignaba a los indios un tutor o encomendero al cual, por otra parte, se le repartía o  confiaba la posesión y usufructo temporal de una porción de tierra cultivable que era propiedad del Rey de España. Los indios encomendados, sometidos al carácter de siervos o tributarios como estuvieron los campesinos españoles durante la Edad Media europea, estaban obligados a prestar su mano de obra y sus servicios personales al encomendero, quien se convertía en el dueño de los beneficios económicos que produjese la explotación de la tierra.

Los productos de la actividad agropecuaria desarrollada en las encomiendas eran luego  distribuidos vía la incipiente economía de cambio y consumo que empezaba a dibujarse en el siglo XVI. Por esta razón, el éxito y la supervivencia de las encomiendas estuvo condicionados por su cercanía a los centros poblados indohispanos que comenzaban a proliferar en el territorio colonial, así como por la inserción de los y las indígenas dentro del nuevo cuadro de relaciones laborales, de los nuevos oficios necesarios para la explotación comercial de los cultivos y la actividad ganadera de la incipiente economía capitalista, hecho que determinó la ruptura de la estructura laboral tradicional indígena (Sanoja y Vargas Arenas, 1992: 247).

Surgieron así nuevos oficios destinados a consolidar y organizar la nueva fuerza de trabajo necesaria para construir las nuevas relaciones sociales de producción sobre las cuales se sustentaría la economía monoproductora colonial, tales como:

a) Gañanes, arrieros, pastores, yegüeros, porqueros, vaqueros, etc., especialistas en el manejo de carretas movidas a tracción de sangre, conducción de recuas de mulas o burros, manejo de rebaños de ganado vacuno, lanar, porcino o caballar, patrones y marineros de canos, piraguas y bergantines, etc.

b) Carteros, encargados de llevar a cabo la distribución de mensajes escritos o de voz.

c) Indígenas  de servicio doméstico.

d) Artesanos y artesanas para el hilado de lana, algodón y henequén para la producción de textiles (telas, cobijas, costales, macutos o zurrones, redes de pesca, cordeles, etc.).

e) Cesteros y cesteras para la manufactura de cestas, esteras, abanicos, sombreros, etc.

f) Alfareras para manufacturar la vajilla de uso doméstico: ollas, cuencos, tazas, tazones, platos, pimpinas, calderos, etc.

g) Carpinteros para la fabricación del mobiliario, de enjalmas para burros y mulas, etc.

h) Curtidores y curtidoras de cueros,  zapateros, fabricantes de arreos para caballos, sillas     de montar, cinturones, carteras, polainas, etc.

i) Estancieros y estancieras expertos  en los oficios agropecuarios.

j) Cultivadores y cultivadoras de maíz Cariaco, de maíz Yucatán, de trigo, de algodón, de legumbres y   frutales, expertos en el manejo de arados dentales, etc.

k) Cultivadores (as) y procesadores (as) de cacao y tabaco, trilladores de trigo.

l) Regadores y regadoras.

m) Ahechadores y ahechadoras.

Esta reestructuración de la fuerza de trabajo individualizada en diversos oficios en el proceso de producción agrícola tuvo como efecto el incremento de la desigualdad social y laboral, contrariamente al carácter  solidario que caracterizaba la sociedad aborigen originaria, al establecer diferentes escalas salariales y jerarquías sociales para las diferentes ocupaciones, esto es, las nuevas relaciones de producción capitalistas (Zamudio, 1988: 30-46; Sanoja y Vargas Arenas1992: 246-250). De esta manera, desde el siglo XVI se establecieron las bases del regimen de compra y venta de la fuerza de trabajo pagado en dinero o en especies, entre encomenderos y posteriormente hacendados o patrones y los peones indios, negros o mestizos libres, hombres y mujeres, que ingresaban al mercado laboral.

Con el final del régimen de encomiendas, hecho que ocurrió a mediados del siglo XVII, la población encomendada se convirtió en trabajadores libres, pero vinculados a los antiguos amos a quienes siguieron prestando sus servicios a cambio de dinero o especies, atados al patrón por deudas que nunca llegaban a pagar. De esta manera, el viejo amo podía dedicarse a explotarlos sin estar sujeto a los legalismos que implicaba la encomienda.

La manufactura de las artesanías indígenas, que continuó como proceso de trabajo vigente hasta bien entrado el siglo XX, llenaba distintas necesidades básicas para la reproducción de la vida cotidiana, tanto entre las poblaciones encomendadas,  reducidas,  como entre las de afroamericanos (as), esclavas o libres, mestizas o de origen europeo, rurales o urbanas. Este hecho se evidencia al analizar la lista de productos artesanales expuestos en la Exposición Nacional de Venezuela realizada en Caracas en 1883, con motivo del primer centenario del nacimiento del Libertador Simón Bolivar (Ernst, Vol.IV, 1983). La manufactura  local de telas de algodón, tocuyo o zaraza, tuvo gran importancia para atender el cambio de indumentaria que tuvo que ser asumido por la población indígena frente al nuevo código de valores morales que condenaba la desnudez y hacia obligatorio el vestido de tradición europea.

El historiador dominicano Carlos Deive (1995:13-15) señala que la economía y los repartimientos de indios se establecieron como instituciones distintas a la esclavitud pero –considera el autor- en la práctica una y otra venían a ser lo mismo. Para Deive, lo que determinó el tipo de relaciones de producción en estas dos instituciones fue el tiempo de la servidumbre y ciertas restricciones en el disfrute del poder. Los dueños de esclavos indios –dice- procuraban mantenerlos como bienes valiosos, mientras que los encomenderos –conociendo la transitoriedad de la encomienda-- trataban como buenos capitalistas de obtener el máximo beneficio de la fuerza de trabajo indígena en el menor tiempo posible (1995: 394). Como acotaba certeramente Mariátegui, “…el encomendero disponía de los indios como si fueran árboles del bosque…” (1952: 64).

La introducción del esclavismo

El carácter etnocida de la conquista de Venezuela con la consiguente desaparición física de buena parte de las poblaciones indígenas originarias, hecho que se debió asimismo a las enfermedades infecto contagiosas que trajeron consigo los europeos y para las cuales los nativos no tenían defensa, determinaron en los españoles la necesidad de contar con una nueva fuerza de trabajo para completar el trabajo de colonización del territorio conquistado, marginalizando su población originaria, es decir, condenarla -dentro de la economía mundial- a servir a otros, a hacer lo que le ordene la división internacional del trabajo (Braudel, 1992 III: 413); es dentro de ese contexto de explotación, donde el capitalismo incorpora a la fuerza los esclavos (as) africanos. En el sistema colonial organizado entonces con criterio capitalista, prosperó el tráfico de esclavos (as) negros. Sin embargo, éstos se arraigaron rápidamente en la vida económica y en el desarrollo  mercantil venezolano, convirtiéndose en uno de los factores fundamentales para el afianzamiento del régimen colonial  y consolidar el proceso urbano temprano de Venezuela.

Los empresarios coloniales venezolanos no estaban muy interesados en introducir demasiados esclavos africanos en la colonia, debido al riesgo de los alzamientos y rebeliones que podrían terminar tanto con la producción de mercancía, como con la gobernabilidad de la fuerza de trabajo. Debido también, quizás, a la poca capacidad reproductiva del contigente esclavo, se dedicaron a promover su propio proceso de reposición de la fuerza de trabajo, es decir, su propia cría de esclavos (Sanoja 2006: 58-61). El abuso sexual sistemático al cual que fueron sometidas  las esclavas negras e indias por parte de los señores de la oligarquía no estuvo solamente determinado por la conducta sexual lujuriosa de los amos o de los esclavos, sino porque la posibilidad de preñar cada año las esclavas (o de ser preñadas las amas por esclavos) permitía “producir” de esa manera un número determinado de hijos (as) mestizos (as)  que seguían siendo esclavos (as), pero sometidos  al amo (y la ama) por la relación parental que se creaba o por la institución cultural del “compadrazgo” o el “madrinazgo” (Maza Zavala, 1968: 70-71; Sanoja y Vargas Arenas, 2007a: 30), hecho que constituyó un factor de gran importancia para el crecimiento de la población mestiza venezolana a partir del siglo XVIII.

La agricultura colonial

La concentración de la propiedad territorial tiene sus antecedentes propiamente dichos en el siglo XVII, proceso que se fue acentuando progresivamente en los siglos XVIII y XIX, hasta alcanzar su climax en las tres primeras décadas del siglo XX (Arcila Farías, 1968: 45-46). La agricultura colonial venezolana estaba integrada por tres formas socioeconómicas con sus respectivos procesos de trabajo: a) la plantación, cuya producción basada en el trabajo esclavo estaba destinada básicamente al mercado, tanto exterior como doméstico, b) la agricultura derivada, generalmente una prolongación de las plantaciones, practicada por indios y esclavos libres en las que se denominaban “haciendillas” o conucos, para la producción de cacao, algodón y tabaco destinada también al mercado y, c) la agricultura de subsistencia de productos para el autoconsumo tales como el maíz, la yuca, las leguminosas y los tubérculos (Maza Zavala, 1968: 75).

El modo de vida colonial monoproductor

Hacia los inicios o la parte media del siglo XVIII, consideramos que comienza una segunda fase del modo de producción de la formación clasista, el cual  se expresa de manera correspondiente con el que hemos denominado  modo de vida vida colonial monoproductor  (agroexportador), que  ya podríamos caracterizar propiamente como capitalista mercantil. En la región norte-andina de Venezuela, vinculada en general con el gobierno de la Provincia de Caracas que abarcaba buena parte de la región centro-occidental de Venezuela, dicha segunda fase se caracterizó por una acentuada concentración de la tierra y una tendencia hacia el desarrollo de una producción agrícola especializada en el sistema de plantación basado en el trabajo esclavo o servil. La minoría de familias mantuanas que eran tanto propietarias de la tierra como de toda Venezuela, eran familias que poseian títulos de nobleza, estaban unidas por lazos consanguíneos y controlaban  las instituciones políticas de gobierno en todos los centros urbanos,  como era el caso de los cabildos y los órganos directivos de la iglesia católica y particularmente el Cabildo y el Consulado Caracas (Brito Figueroa, 1968: 121-133).

La posibilidad de hacer exportaciones agrícolas sustanciales durante el siglo XVIII en la Provincia de Caracas, aunque fuertemente tasadas por la corona española, ayudó a reforzar el poder político y económico en manos de las burguesías locales  de las diversas regiones del norte de Venezuela, para ese momento ya totalmente consolidadas en lo que en otros espacios hemos llamado el Estado Colonial Caraqueño (Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 187-204), ya prácticamente independiente del poder político de España. 

Ello no ocurrió de igual manera en la Provincia de Guayana, donde no se había consolidado para entonces una burguesía local, sino una poderosa burocracia corporativa  religiosa dependiente del Rey de España y de la burguesía capitalista catalana,  antagónica a la burocracia provincial caraqueña (Sanoja y Vargas Arenas, 2006: 332; 2007b: 168). La Provincia de Guayana, en el sureste de Venezuela, estaba sometida en buena parte al gobierno corporativo de las Misiones Capuchinas catalanas. Allí comenzó a gestarse desde 1700 un sub modo de vida caracterizado por un submodo de trabajo agroexportador-artesanal que refleja el nivel de desarrollo capitalista alcanzado por Cataluña en el siglo XVIII. Dicho modo de trabajo  dentro de una suerte de capitalismo corporativo, se manifestó en la ejecución de diversos procesos de trabajo: los ligados a la explotación minera, con la fundición y la forja de lingotes e instrumentos de hierro, la explotación de las arenas auríferas y la fundición del oro; los vinculados con la explotación ganadera y agrícola; los destinados a  la producción semi-industrial de materiales constructivos, de telas de algodón, zapatos, mobiliario  y de muchos otros bienes y materias primas que eran exportados hacia Europa conjuntamente con materias primas como café, cacao, algodón, cueros, huesos, cecina, sebo de ganado, etc. (Sanoja Mario e Iraida  Vargas- Arenas, 2005: 300-306)

La hegemonía política de Caracas tampoco era aceptada en las provincias de Coro y Maracaibo, cuyas burguesías pretendían, como opción política, “…reasumir su soberanía dentro de la estructura monárquica...” (Cardozo Galué, 2004: 40.; 2005: 3-8; Cardozo y Urdaneta-Quintero 2005: 127-146). En el noroeste de Venezuela y la región marabina,  esta segunda fase, que se inicia en el siglo XVIII, estuvo fundamentada en la actividad comercial, la producción artesanal, la producción agropecuaria y la exportación de materias primás y productos artesanales terminados

El modo de vida colonial monoproductor y  el desarrollo capitalista europeo

En el siglo XVIII, la demanda internacional estimuló en Venezuela la expansión de los cultivos de cacao,  caña de azúcar, tabaco, algodón y  añil, fomentando entre la clase de terratenientes y comerciantes mantuanos una creciente acumulación de capital mercantil. Correlativamente, el comercio y la reproducción local de esclavos (as)  produjo la fuerza de trabajo necesaria para mantener la expasión de la economía de plantaciones aumentando el número de trabajadores (as) de origen africano en las diferentes regiones del país, hecho que contribuyó a configurar la composición étnica y cultural de toda la sociedad venezolana.

El desarrollo del modo de producción capitalista industrialista en la Europa occidental del siglo XVI se había visto limitado por la escasez de metales preciosos como el oro y la plata que constituían la base de la economía monetaria, recursos necesarios para movilizar el comercio internacional. Aunque era posible acumular propiedades, ganado y esclavos (as), el capital financiero expresado en estos elementos estáticos se veía severamente limitado para ser transportado de una región a otra. La conquista de América y de sus enormes minas de oro y plata le permitió a España, a Europa en general e inclusive a China y la India (Braudel, 1992-II: 172-176) acumular grandes capitales dinerarios que movían la producción, la oferta y la demanda de bienes de consumo entre las naciones. La política mercantilista de Inglaterra y en general de todas las naciones europeas, apuntaba hacia la conservación de los metales preciosos y hacia la promoción de la oferta de materias primas naturales y bienes manufacturados para alcanzar un balance entre las exportaciones y las importaciones (Braudel, 1992 II: 204-205).

La sociedad española, y particularmente la de Castilla y Aragón  que conservaba para el siglo XVI muchos de sus elementos feudales orginarios, poseía un desarrollo de sus fuerzas productivas menor que la de sus vecinas Inglaterra, Francia, Holanda y Alemania. Por esta razón, la gran riqueza en metales preciosos que lograron arrancar los conquistadores a los pueblos latinoamericanos subyugados, fue utilizada por la aristocracia y la burguesía estatal para su beneficio personal, logrando amasar grandes fortunas, en lugar de invertirlas en el desarrollo de la industria local. En consecuencia, la riqueza extraida de América Latina tuvo que ser invertida en la adquisición de bienes en otros países europeos, contribuyendo a promover el desarrollo capitalista de Inglaterra y Holanda, así como la producción industrial de textiles, papel, vidrio, acero, químicos, armas y similares que condujeron hacia la Primera Revolución Industrial.

La demanda de bienes e insumos del mercado venezolano había sido cubierta durante los siglos XVI y XVII  tanto por los pocos bienes importados desde España como por los manufacturados localmente (Castillo Hidalgo 2000: 409-416). A comienzos del siglo XVIII, con el advenimiento de la sociedad industrial,  el crecimiento de la capacidad productiva de países como Inglaterra y Holanda permitió suplir dicho mercado con bienes manufacturados a la vez que se requería de aquellas materias primas como el cacao, el café, melazas y azúcar, cueros, sebo, cecinas, huesos de vacuno para la manufactura de botones, etc., que podían negociarse con buenas ganancias en las bolsas europeas de comercio. Como consecuencia, los sistemas económicos de la cuenca del Caribe y en particular de Venezuela,  se transformaron de ser  formas de producción semiautárquicas y feudales basadas en las encomiendas y pueblos de misión, a sistemas de producción y comercio orientados a suplir el mercado mundial con materías primas y productos agrícolas para satisfacer las demandas de la vida cotidiana. Como contraparte, el Caribe y particularmente Venezuela se vieron inundados en ese momento por manufacturas europeas, particularmente de origen holandés e inglés.

Las plantas alimenticias americanas transplantadas y adaptadas a los suelos y el clima europeo, particularmente la papa (Solanums tuberosa) y el maíz (Zea mayz) ayudaron, desde el siglo XVIII, a resolver las hambrunas cíclicas que golpeaban cruelmente a las poblaciones europeas  y propiciaron el crecimiento de las poblaciones urbanas separadas de la producción directa del campo. Plantas como el tabaco (Nicotiana tabaco), el cacao (Teobroma cacao), el café (Cafea original?) y las melazas que se procesaban para producir azúcar y ron promovieron los placeres en la vida cotidiana y crearon nuevas formas de nutrición y de relación social (Sanoja, 1997: 199-202).

El desarrollo de las burguesías capitalistas europeas contribuyó a la consolidación de los Estados nacionales en aquella región y a la extensión del control colonial  sobre grandes áreas del planeta. Para la clase criolla dominante en Venezuela, las nuevas ideas políticas desarrolladas en Francia, Estados Unidos e Inglaterra y el surgimiento de los primeros regímenes democráticos republicanos, mostraron la necesidad que tenían las burguesías económicas y el poder político de las Provincia de Caracas,  Nueva Andalucia, Trujillo, Mérida y Margarita de independizarse de España. Sin embargo, una vez lograda la independencia política de España, el estatus socioeconómico de las nuevas repúblicas permaneció sin cambios sustanciales hasta finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, momento en el cual se da la explotación masiva de de las materias primas de América Latina como resultado de la expasión colonialista  particularmente de Inglaterra, Francia, Alemania y los Estados Unidos (Patterson, 1999: 56-84;, Losada Aldana, 1967: 132 y siguientes). Es entonces cuando el desarraigo de la población indígena y la desprotección total hacia la población mestiza de origen africano o negrovenezolana en el siglo XIX, forzaron a dichas poblaciones a engrosar el contingente de campesinos (as) sin tierra.

Una vez consumada la emancipación política de España, cuando  los Estados nacionales de América Latina comenzaron a estabilizarse al finalizar la gesta de independencia, fueron integrados, bajo un estatus de dependencia neocolonial, dentro de las esferas económicas controladas por los países capitalistas desarrollados de la época,  dependencia neocolonial que  determinó las pautas del propio desarrollo económico futuro de América Latina. Los problemas de Nuestra América  no son debidos a atavismos tribales o feudales, sino a su incorporación como países capitalistas periféricos dependendientes dentro de la estructura del sistema capitalista mundial.

En Venezuela, como en muchos otros países,  en el siglo XX la industria  minera controlada  por las grandes trasnacionales de las fuerzas imperiales  reemplazó la forma socioeconómica agropecuaria latifundista. Es en ese momento cuando las relaciones sociales de producción se hicieron plenamente capitalistas.

CAPÍTULO 12
Submodos  de los modos de vida coloniales venezolanos

En capítulos anteriores  hemos discutido que el concepto de modo de producción lo consideramos como aquel que permite explicar los procesos que ocurren en la esfera de reproducción económica de la vida material de una formación económico-social. En este sentido, podemos decir que el modo de producción de la formación social clasista venezolana se manifestó en varias líneas particulares de desarrollo histórico, en este caso coetáneas,  que hemos designado como modos particulares de existencia o de vida y, en consecuencia, en varias formas también particulares de las actividades productivas caracterizadas todas ellas por una variedad de manifestaciones singulares o culturales. Así nos ha sido posible abordar las diferencias socioétnicas y socioeconómicas entre los grupos sociales productores, las diversas magnitudes o escalas de la misma cualidad, es decir, de las relaciones sociales de producción, las variaciones cuantitativas y cualitativas  en el grado de desarrollo de las fuerzas productivas, lo que Engels en su momento consideró las extensiones de las fuerzas productivas (Engels1979:164-177), y en las formas como sucedió el proceso de acumulación de capital. 

A toda esa diversidad la hemos tratado de aprehender con el concepto de sub-modo de vida que nos ha permitido entender las formas específicas como ellas se integraron en la totalidad de la sociedad colonial. La misma tendría posteriormente honda repercusión en el sangriento conflicto social que acompañó nuestro proceso de emancipación en el siglo XIX. En efecto, cada uno de esos submodos de vida que  hemos conceptualizado nos han permitido estudiar las particularidades que adoptó el modo de vida colonial monoproductor (agroexportador),  facies que  nos ayudan a comprender mejor la totalidad del modo de producción de la formación clasista venezolana en su fase colonial. De la misma manera, con base a las propuestas de Vargas Arenas (1998 ),  hemos podido calibrar la importancia del modo de vida como herramienta conceptual puesto que la autora ha podido caracterizar y comprender con mayor claridad la transformación  de la FES Clasista Colonial hacia la FES Clasista Nacional, especialmente las asimetrías existentes entre los diversos procesos sociohistóricos regionales que confluyeron en el siglo XX para consolidar el Estado nacional venezolano decretado en 1810.

a) El sub-modo de vida 1

Está tipificado por la forma socioeconómica denominada  plantación, la cual se vinculó a la agricultura comercial monoproductiva bajo un modelo de gestión privada y unas relaciones sociales de producción de carácter servil y esclavista. Se desarrolló cuando la Corona española decidió en el siglo XVIII  eliminar el régimen de encomiendas y entregar la tierra en propiedad a los criollos y europeos que integraban la oligarquía colonial. La producción en las plantaciones funcionaba con mano de obra esclava de origen africano, quedando los indígenas, mayormente, como servidumbre doméstica.

Las plantaciones se establecieron principalmente en los feraces valles de la costa centro-norte, los valles de la región andina o subandina y los valles orientales de la cordillerea de la costa. La mayor parte de la producción era de cacao y estaba destinada a la exportación hacia España y Veracruz, aunque también proveía al consumo interno de las poblaciones de otras provincias. Como contraparte, existió un importante comercio de importación de bienes terminados de procedencia mexicana, europea e incluso asiática para satisfacer los gustos de la burguesía agraria propietaria de la tierra y los esclavos (as) .La producción de cacao facilitó el enriquecimiento de un grupo de productores y comerciantes que progresivamente se liberaron del control comercial que ejercía la Corona española a través de la Compañía Guipuzcoana.

b) El Sub- modo de vida 2

Representó una forma socioproductiva específica, altamente especializada, los  hatos ganaderos que constituyeron verdaderos latifundios en la cría y el pastoreo de ganado, con una localización geográfica muy definida: los Llanos. En dichos espacios, la ganadería se transformó en el elemento fundamental de la producción. Las relaciones sociales de producción eran de tipo servil, entre la clase conformada por la burguesía agraria local, que detentaba el monopolio de los medios de producción, es decir, de la tierra y los rebaños de ganado, de manera prácticamente independiente de la autoridad española, y la clase de trabajadores (as) del campo, indígenas reducidos (as) y esclavos (as) de origen africano, que constituía la fuerza de trabajo; esta última recibía generalmente un salario en especies, pero debido a las forma de enfeudamiento que caracterizaban dichas relaciones de producción, los trabajadores eran prácticamente poseídos por la clase de propietarios (Brito Figueroa, 1979).

Este tipo de relación ha sido calificado por Braudel  como “segundo servaje”, forma característica de la sociedades coloniales, capitalistas marginales (1992 II: 267) y por Brito Figueroa como “campesinado enfeudado”. Otras relaciones de producción eran de tipo esclavista, entre los propietarios de la tierra, el medio de producción, y los esclavos (as) de origen africano. El sub modo de trabajo implicaba la realización de procesos de trabajo de  cria y explotación de ganado vacuno y caballar, de transformación de  los cueros de res  y de cultivo y  procesamiento del tabaco. La distribución de las materias primas y los bienes terminados adoptó la forma del transporte de productos y manufacturas utilizando carretas o recuas de mulas o burros. En una primera fase del modo de trabajo de este sub-modo de vida, se utilizó como fuerza de trabajo fundamentalmente a los indígenas reducidos en pueblos de misión. Posteriormente, a pesar de la introducción de la mano de obra esclava de origen africano, ésta no arraigó totalmente debido a que la forma como se practicaba la ganadería requería de poca fuerza de trabajo, generalmente desplegada y dispersa en las sabanas, por lo cual los esclavos (as) escapaban del control del hacendado (Brito Figueroa, 1979).

Los cueros de ganado estaban entre los bienes de exportación más importantes del siglo XVII, al igual que el tabaco que mantuvo su importancia durante el siglo XVIII. En el siglo XVII, para evitar el contrabando de tabaco entre los productores criollos y los comerciantes holandeses, ingleses y franceses, la corona española impidió su cultivo por un período de 10 años asumiendo posteriormente el monopolio de su distribución y venta. Al igual que lo sucedido con el cacao, esto originó un largo conflicto con los productores locales que deseaban liberarse de los controles comerciales impuestos por la administración colonial.

c) El sub-modo de vida 3  

Representó otra forma socioeconómica dentro de un modo de existencia,  cuyo modo de trabajo combinaba los procesos de trabajo agrícola con el ganadero o el pesquero practicados de manera artesanal, inicialmente en los pueblos de misión y luego como apoyo para las haciendas. Durante la fase inicial de la colonia, una variante de este sub-modo de vida estuvo conformada por los resguardos indígenas, los cuales constituyeron formas periféricas de producción con relaciones de producción serviles o comunitarias.

El sub-modo de vida 3 ejemplifica la forma genérica como se expresó el sincretismo que supuso el modo de vida colonial indohispano (Mariátegui, 1952: 20); se manifestó  en los valles subandinos del noroeste de Venezuela y la cuenca del lago de Maracaibo, en los valles intermontanos del noreste y en la zona altoandina, en muchos de los cuales  las tierras habían sido cultivadas por las comunidades indígenas con un modo de vida  tribal, igualitario o cacical, desde hacia 1500 años ANE. Ello permitió la incorporación de la fuerza de trabajo de las etnias indígenas cacicales que ya habían desarrollado de manera autogestada antes del siglo XVI relaciones sociales de tipo estatal y en cuyos territorios ya existía una considerable inversión de trabajo social para la creación de paisajes agrarios.

Las terrazas,  montículos y camellones para el cultivo y los sistemas de riego construidos por los indígenas, la ”materia prima” de la cual nos hablan Marx y Engels (1982: 19, 39, 47), continuaron en uso durante todas la fases de los sub-modos de vidacoloniales, e, incluso en algunos casos, hasta bien entrado el siglo XX (Sanoja, 1997; Sanoja y Vargas Arenas, 1999a;  Molina y Monsalve, 1986; Vargas Arenas, 1986b; Vargas Arenas, Toledo, Molina y Moncourt, 1993. Por otra parte, la experiencia acumulada por los indígenas que poblaban los valles subandinos en el cultivo y la transformación del henequén y el algodón en cobijas, bolsos, talegas, telas para el vestido, fajas, etc., fue reorganizada para la producción artesanal de textiles a través de los obrajes que existieron en las encomiendas.

Los europeos introdujeron nuevos instrumentos de producción como los telares horizontales a pedal que ya utilizaban en Europa desde la antigüedad clásica, los cuales elevaron el rendimiento de la producción de textiles a un nivel artesanal, incluyendo la elaboración de cobijas manufacturadas en lana obtenida localmente del esquilmado de los rebaños de ovejas. En regiones como El Tocuyo, los tejidos finos de algodón alcanzaron un alto nivel de excelencia, siendo canalizada la producción  excedentaria de lienzos hacia mercados de otras colonias (Sanoja, 1979b: 16; 1993: 46-47).

Los procesos de trabajo agrícola en las  zonas  andinas y subandina estuvieron orientados hacia la producción de insumos industrializables como melazas, papelón, azúcar, cacao, trigo, algodón  y tabaco, así como productos de mesa tales como maíz, papas, frijoles, legumbres y verduras diversas. El trigo constituía el principal producto alimenticio del área andina y la subandina, comercializable para obtener bienes importados, a la par que el cacao y el tabaco. El cultivo y distribución de este último llegó a constituir un monopolio o estanco del Estado Español, y era exportado vía el puerto de Maracaibo hacia España u otras colonias. El algodón, el henequén y la lana de ovejas eran utilizados para la manufactura local de textiles (Sanoja, 1979b).

En las regiónes subandina y andina, las relaciones sociales de producción estaban basadas en un régimen  de propiedad de la tierra que incluia la encomienda por parte de los europeos y un tipo de propiedad  comunitaria de los indígenas garantizada por los reguardos. La fuerza de trabajo indígena se organizaba para el trabajo asalariado temporal en el sistema denominado, particularmente en Mérida, como “concierto”, o el tributo prestado en trabajo a las encomiendas de servicio ( Roseberry, 1977: 65; Zamudio, 1988:44).

En el noreste de Venezuela, por lo menos hasta el siglo XVII, la mayoría de los grupos indígenas –particularmente los de filiación caribe- se resistió a someterse al régimen de encomiendas, conservando su libertad y sus costumbres: “…en Cumaná no hubo grandes encomiendas de indígenas auténticamente conquistados que puediese proporcionar una tributación económica relevante. Se entiende así que en dicha gobernación no hubiese, a principios del segundo siglo de presencia española en América, una oligarquía de marcadas prestensiones nobiliarias…” (Castillo Hidalgo, 2002: 722-723). Los españoles utilizaban eventualmente la mano de obra indígena, pagándoles su trabajo en especies. Ello resultaba beneficioso para los encomenderos quienes “…no tenían tampoco la obligación –como los encomenderos que tenían títulos legales- de mantener iglesia con cura doctrinero y tampoco curar los indios enfermos” (Da Pratto-Perelli, 1990, Vol.1: 398).
 
d) El sub-modo de vida 4

Estuvo tipificado por  el sistema misional de los Capuchinos de Guayana. Las ramas principales de la producción eran la agricultura, la ganadería, la minería y la metalurgia, la producción semi-industrial de textiles, zapatos, talabartería, la alfarería, la  carpintería y el comercio ultramarino de materias primas y bienes manufacturados. Este submodo de está caracterizado por la red territorial de manufacturas creada por el sistema de misiones capuchinas catalanas de Guayana, establecida en dicha región desde 1720. La fuerza de trabajo que movía la actividad agropecuaria y artesanal estaba casi en su totalidad conformada por indios guayanos, de filiación caribe, y por una minoría de guaraos y “waikas” como se llamaba originalmente a los grupos yanomami y algunos criollos que constituian como una especie de fuerza militar o de protección de los establecimientos militares. El producto del trabajo indígena era apropiado por la institución misiónal, la cual actuaba como un ente corporativo (Sanoja y Vargas Arenas, 2005; 1999, 2007b) y retribuía dicho trabajo pagándolo en especies. Los indígenas podían contratar su trabajo a los criollos de Santo Tomé por un salario, pero no podían introducir monedas dentro del territorio misional.

Cada uno de los 18 pueblos misionales, gerenciados por un misionero que conocía todas las tecnologías utilizadas en los diversos procesos trabajo del modo de trabajo misional, constituía una unidad de producción vinculada con la Misión de la Purísima Concepción del Caroní, vecina a la actual ciudad de Puerto Ordaz, la cual actuaba como el centro político-administrativo que gobernaba todo el sistema. Las 18 misiones estaban a su vez conurbadas con la antigua capital de la provincia, Santo Tomé, la cual --una vez mudada la capital hacia Angostura, actual Ciudad Bolivar-- pasó a ser  llamada también Guayana La Vieja.

En lo referente a la división del trabajo, el sistema corporativo misional estaba organizado de manera jerárquica. La Misión de la Purísima servía como lugar central de un conjunto de pueblos dedicados a diversas actividades: la ganadería,  la agricultura, la minería, incluyendo la fundición y la forja del hierro para  producir lingotes o bergajones,  manufactura de herramientas agrícolas, machetes, puntas de lanza,  arados dentales, llantas para carretas, clavos, bisagras,  hornos y talleres para extraer, fundir y troquelar el oro aluvial extraido de las arenas del rio Caroní,  talleres y hornos para la producción industrial de ladrillos y formaletas  refractarias utilizando las arcillas caoliníticas del Caroní para remontar y construir nuevos hornos siderúrgicos o alfareros, etc.

Los indígenas de otros pueblos o manufacturas, según Princeps (1975:22-26; Sanoja y Vargas-Arenas 2005: 300-306) desarrollaban otras líneas de producción: tejidos de algodón, zapatos, agricultura, ganadería, curtiembre de pieles, preparación de huesos y cuernos de ganado, cecinas, etc. La mayor parte de la producción del sistema misional se destinaba a la exportación, para lo cual existían grandes almacenes o warehouses como el de Santo Tomé donde se almacenaba la mercancía proveniente de los distintos pueblos y se  utilizaba un sofisticado sistema de calzadas empedradas que  los intercomunicaban (Sanoja y Vargas Arenas, 2005: 223-233; 298-299). La exportación de las mercancías hacia Europa, principal sitio de destino de la producción, se hacía a través de la Compañía de Barcelona, ente comercial dependiente del Reino de Cataluña. El sistema misional poseía una flota de falúas y bergantines para el cabotaje fluvial que llevaba las mercancías hasta Cumaná, de donde eran enviadas al puerto de La Habana para embarcarlas a su destino final.

e) El submodo de vida 5

El submodo de vida 5 alude a formas socioeconómicas específicas que se daban en las areas marginales al proceso de construcción del Estado nacional que estaba culminando en los siglos XVIII y XIX, las cuales estaban y siguen mayormente habitadas hoy día por grupos indígenas tribales, cuyas economías constituyen modalidades secundarias que se insertan de alguna manera en el proceso productivo general de manera directa, vía la produción artesanal de diversos rubros o mediante la incorporación forzada a la sociedad criolla como servicios domésticos  o a través de la prostitución, la mendicidad o la buhonería. En el primer caso, las comunidades indígenas sirven como un reservorio de mano de obra para las exploraciones mineras o como productores de bienes de mesa para la alimentación de las comunidades mineras (Sanoja y Vargas Arenas, 1992b: 269 y siguientes).

Vistos todos los submodos en perpectiva  general, podemos considerar que el capitalismo periférico representado en el caso venezolano por el modo de producción de FES clasista colonial, es la mejor representación de la Ley del desarrollo desigual y combinado del sistema capitalista  dentro del proceso nacional que llevó hacia la emancipación de España en el siglo XIX y a la posterior sujeción a  modos de vida neocoloniales.

El desarrollo de la dinámica interna del modo de vida colonial monoproductor (agroexportador) y sus respectivos manifestaciones en diversos sub-modos, como haremos los capítulos siguientes, es esencial para entender las razones del antagonismo entre la Provincia de Caracas y sus aliados en las  provincias de Maracaibo, expresadas en el sub modo 3 y la de Guayana, en el sub modo 4, que se hizo manifiesto en 1810 en ocasión de la Declaración de Independencia,  analizando con cierto detalle las circunstancias particulares que rodearon el origen de las mismas, específicamente las culturales y sociales, las económicas, así como su significación geoestratégica dentro del complejo de provincias que formaban la Capitanía General de Venezuela y sus relaciones con otras entidades políticas como el Virreinato de la Nueva Granada, las Guayanas francesa, inglesa y holandesa y las islas de Curazao y Aruba.

CAPÍTULO 13
Sub-modo de vida 1: Caracas, lugar central del mercado regional


La guerra por la independencia de Venezuela que se inició en 1810 estuvo signada por el antagonismo entre el gobierno de la Provincia de Caracas, los de las Provincias de Coro y Maracaibo y el de la Provincia de Guayana. Para entender y explicar dicho antagonismo, es necesario analizar su causalidad histórica.

El concepto de mercado nacional denota la creación de  un estado de coherencia económica dentro de una determinada unidad política que podría corresponder a un “Estado Territorial” o “Nación Estado” (Braudel, 1992 II: 138 y siguientes). El término designa también un cierto nivel de coherencia y de madurez política que se alcanza dentro del Estado Territorial que generalmente precede a la madurez económica. Cuando ello ocurre, el Estado Territorial adquiere  la facultad de actuar de forma independiente frente al resto del mundo. Cuando la madurez política y la madurez económica se conjugan y surge el mercado nacional, ocurre correlativamente un aumento en la producción tanto agrícola como no agrícola, y un incremento en los procesos de producción, circulación, distribución, cambio y consumo (Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 200).

El paso de un mercado regional  a un mercado nacional no es un proceso económico espontáneo; es, por el contrario, indicación de un nivel de coherencia determinado por las ambiciones políticas y por las tensiones capitalistas creadas por el comercio, particularmente el comercio interior y el comercio a larga distancia. Por lo general, la expansión del comercio exterior precede a la unificación del mercado nacional y podría estar en relación con la progresiva división internacional del trabajo impuesta por la economía mundial (Braudel, 1992.II: 138 y siguientes).

Cuando se considera el surgimiento del Estado Nación en relación con la producción del espacio social, dicho proceso parece atravesar por dos diferentes momentos o condiciones. Primeramente, un Estado Nación presupone la existencia  de un mercado gradualmente construido sobre un determinado período de duración variable. Tal mercado está conformado por un conjunto de relaciones comerciales y redes de comercio y comunicación, a las cuales se subordinan otros mercados regionales o locales creando una jerarquía de diferentes niveles.

El desarrollo de los mercados nacionales supone igualmente la existencia de un espacio central (comercial, político-administrativo, religioso, cultural, etc.) que determina la jerarquía de los centros o mercados periféricos y la relación con el mercado mundial, espacio central que constituye la Capital Nacional. La existencia de un Estado-Nación implica igualmente la capacidad legal de usar la fuerza militar, emplear el poder político para controlar y explotar los recursos del mercado y que se haya dado un crecimiento de las fuerzas productivas (Lefebvre, 1991: 112), como fue el caso de la Provincia de Caracas y del binomio urbano  Caracas-La Guaira en 1810, año de la Declaración de Independencia, vis a vis de las otras provincias de la Capitanía General de Venezuela como Coro, Maracaibo y Guayana que- por las razones que explicaremos luego- no se plegaron a la hegemonía caraqueña.

La maduración del Estado colonial caraqueño se expresó igualmente en la creación del Consulado de Caracas en 1793, especie de corporación mercantil que tenía como objetivo crear y promover la riqueza, particularmente a través del fomento de la agricultura, el adelanto industrial y la expansión del comercio, como mandaba la doctrina liberal de entonces, reconociendo a Caracas como capital de la Capitanía General de Venezuela. La política económica del Consulado legitimó la preeminencia de la oligarquía terrateniente agroexportadora sobre los comerciantes y mercaderes, proporcionando a dicha oligarquía un instrumento de gobierno propio cuyos integrantes eran electos por la misma oligarquía criolla en un acto público (Arcila Farías, 1973, II: 104-108, 115; Soriano, 1988: 42-43), circunstancia que permitió “…cohesionar bajo una autoridad caraqueña todas las provincias que, en lo militar y en lo económico y solo desde una fecha muy reciente estaban sujetas al Capitán General e Intendente de Caracas, autoridades metropolitanas. Es, pues, el primer bosquejo de gobierno nacional” (Arcila Farías, 1973-II: 115) y el fundamento legal de la Declaración de Independencia que  proclamaron en Caracas los mantuanos  que representaban de las diversas provincias coaligadas el 5 de Julio de 1810. 

Para muchos historiadores tradicionales, hablar de la existencia de un “Estado Territorial” o de una “Nación Estado” en la provincia de Caracas o en la Capitanía General de Venezuela hacia finales del siglo XVII, podría parecer un exabrupto. Esta posición se origina, a nuestro juicio, a partir de una visión de la historia donde no existen procesos dialécticos, transformación de la cantidad en calidad, sino saltos cualitativos o cuantitativos,  suerte de mutaciones históricas. El reconocimiento de procesos dialéctico, de la transformación de cantidad en calidad es lo que nos permite distinguir una cosa de la otra, poner de relieve las fronteras críticas que existen en la realidad material, el punto exacto en el cual los pequeños cambios de grado dan lugar a cambios de estado, lo cual es uno de los problemas findamentales que debe esclarecer la ciencia (Woods y Grant, 1995: 59). 

Si bien Venezuela era formalmente una colonia del Imperio Español, desde la óptica del proceso sociohistórico particular a partir del siglo XVII y ya quizás del siglo XVI mismo, sus contenidos, la consolidación de la nueva sociedad mestiza, particularmente de la criolla caraqueña, le estaban dando su propia interpretación a las instituciones políticas que había impuesto el estatus colonial, expresada  en la producción social de un espacio urbano que representase la centralidad de la vida política y económica de todo el territorio de la Capitanía General de Venezuela.

No debemos olvidar, sin embargo, que la base social de la mayoria de la población venezolana estaba formada por grupos humanos descendientes de las etnias originarias arawakas, caribes y chibchas y por los negros y mestizos descendientes de africanos producto del Holocausto mercantil capitalista que desarraigó a millones de africanos de sus tierras ancestrales para venderlos como esclavos y esclavas, como mercancía humana en los mercados negreros americanos.

La sociedad provincial que conformaba el modo de vida colonial  mercantil estaba compuesta por una población mayoritariamente pobre y un bloque dominante minoritario de comerciantes-latifundistas que se apropiaba de la mayor parte de la riqueza, más interesado –tal como sucede en la  actualidad- en la ganancia fácil y rutinaria, que en el trabajo creativo y reproductivo. Dicho bloque dominante representaba,  hacia finales del siglo XVIII,  el 0,5% del total de la población, es decir unas cuatro mil personas. Mientras que una persona mantuana llegaba a tener un consumo per capita  anual de 102 pesos y ¾ de un real, en los otros sectores que representaban el 99.5%  de la población  el de un pardo era de 57 pesos y 5 reales, el de un trabajador libre 39 pesos y 5 reales, el de los peones y esclavos 8 pesos y 1/8 de real y el de la gente que vivía en condiciones de pobreza (indios (as), negros (as), blancos (as) de orilla, etc) de 6 reales al año (Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 188-189; Soriano de Garcia Pelayo, 1988: 42; McKinley, 1987: 41.

Aquel hecho es lo que explica el por que, si bien el 0.5% de la oligarquía mantuana  tenían en su agenda política  independizarse del Imperio Español,  la mayoría, el 99,5 de la población tenía en su agenda política, por el contrario, liberarse de la opresión de los mantuanos. Ésta es la causa fundamental del proceso de rebelión social que se se inicia  desde el mismo siglo XVI, se prolonga a lo largo del siglo XIX y estalla finalmente hacia finales del siglo XX con el Caracazo,  la elección del Presidente Hugo Chávez en 1998 y el inicio de la Revolución Bolivariana (Vargas Arenas, 2007: 122-129).

Como se desprende de lo anteriormente expuesto, para lograr  la consolidación de los modos de vida de FES Clasista Colonial venezolana fue necesario que la producción y el intercambio de bienes entre  los diversos enclaves coloniales pudiesen ser relacionados entre sí  mediante el establecimiento de circuitos y zonas comerciales coherentes, algo parecido a  zonas comerciales regionales que pudiesen ser organizadas en torno a una ciudad que, al mismo tiempo, fuese un puerto marítimo seguro para las operaciones comerciales internacionales y particularmente con la metrópolis colonial.

Para mediados del siglo XVI,  los diversos centros poblados que conformaban el hinterland del territorio colonial venezolano semejaban una periferia sin centro (Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 70). El valle de Caracas y su litoral caribe, que representaban el centro de aquella periferia, estaban todavía bajo el control de las etnias caribes, al igual que buena parte de los valles de Aragua, la región de Barlovento,  la mayor parte de la cuenca del Orinoco y la cuenca del lago de Maracaibo.

Por esa razón, los empresarios margariteños y cubaguenses financiaron varias expediciones armadas hacia el valle de Los Caracas con el fin de lograr su control y establecer un enclave urbano que sirviese como punto de partida a la conquista y colonización de esta estratégica región central de la provincia venezolana. Para lograr ese fin, Francisco Fajardo, mestizo de castellano y guayquerí, utilizando los nexos étnicos existentes entre su madre guayquerí y los caribes que controlaban  Caracas y los otros valles de la cuenca del lago de Valencia, organizó una expedición naval que logró implantar una primera fundación en el valle de Caracas, la villa de San Francisco, alrededor de 1559, logrando repartir tierras entre algunos de los castellanos que parecen haber sido socios de la empresa. Los indígenas caribes caraqueños, decepcionados quizás por la mala fé de su supuesto hermano étnico, destruyeron dicha fundación el año 1560 (Montenegro, 1974: 58-70), obligando a Fajardo y su grupo a abandonar el valle de Caracas, refugiarse en el pueblo de Caraballeda y retornar navegando  a Margarita (Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 50; Castillo Hidalgo, 2002: 63-65).

Posteriormente al fracaso de Fajardo, le tocó el turno de intentar la conquista del valle de Caracas a los empresarios tocuyanos quienes, con el apoyo de la Corona, organizaron  una expedición armada integrada por 120 castellanos y una poderosa formación de  más de mil de auxiliares indígenas, posiblemente guerreros caquetíos, jiraharas o gayones enemigos de los caribe, al mando del Capitán Diego de Losada. Con este ejército de indígenas y castellanos, le fue posible a Losada asumir el control del valle de Caracas en 1567 y repartir tierras e indios conquistados  entre los socios de la expedición (Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 59-69).

Indicador de la importancia económica que tuvo la empresa de conquista y colonización del valle de los caracas, es el hecho que antes de la fundación definitiva del castro o villa campamento de Losada, los enclaves urbanos que ya existían tales como  Coro, Barquisimeto,  El Tocuyo, Trujillo, Valencia y Borburata estaban dispuestas territorialmente  como en una especie de arco en torno al valle de los caracas, el cual  permanecia como un bastión de la etnia caribe. A este respecto, el contador Diego Luís de Vallejo en carta dirigida al rey de fecha 21 de Abril de 1568, los vecinos piden al monarca que establezca un centro político administrativo ubicado en una ciudad más central que la de Coro (Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 70; Arcila Farías, 1983: 187).

Subsecuentemente a la fundación hecha por Losada, los empresarios  margariteños  regresaron a reclamar los derechos adquiridos y las tierras que les habían sido asignadas durante la fugaz aventura de Fajardo. En 1589 (Arcila  Farías, 1983: 191), el Cabildo de la Provincia de Caracas, donde ya figuraban destacados representantes de los empresarios margariteños  decretó que, como el numerario era escaso, las perlas tuviesen curso legal como moneda, particularmente en las transacciones comerciales importantes, lo cual ponía el  control del proceso de acumulación mercantil provincial en manos de los empresarios cubaguenses,  quienes  obtenían las perlas explotando hasta la muerte el trabajo y la vida de los esclavos indios y negros obligados a bucear en las profundidades del mar  en Cubagua. Inicialmente, 16 reales de perlas  de Cubagua equivalían a un peso de oro, base de valor para todas operaciones comerciales, para la acumulación de capitales privados y  para el pago de impuestos a la Real Hacienda (Arcila Farías, 1983: 75),  inhumana plusvalía extraida de la muerte de centenares o miles de seres humanos esclavizados sobre la cual se asienta la riqueza y el poder de los futuros “Amos del Valle”.

Como contraparte y posiblemente  para favorecer el negocio y la inversión que habían hecho  los empresarios tocuyanos, el “lienzo de la tierra”, mercancía de uso común entre la mayoría de la población de Venezuela cuyo principal centro de manufactura era para ese entonces El Tocuyo, fue decretada también por  el cabildo como mercancía circulante o capital mercancía. En razón de aquellos acuerdos entre los empresarios que controlaban el Cabildo, en 1583, una vara de tela fina de algodón o “tocuyo” era el equivalente de  69 o 70 maravedíes y, en 1600, de 102 reales, es decir, un incremento de precio de 31.3%, la cual era reservada  como instrumento de cambio para las transacciones comerciales menores  que se daban en la vida cotidiana (Arcila Farías, 1983 II: 126). Al igual que la producción de la moneda-perla, la producción de la moneda-lienzo se originaba en la explotación del trabajo de hombres y mujeres esclavizados en las encomiendas, quienes sembraban y procesaban el algodón para convertirlo en lienzos finos en los obrajes indígenas de El Tocuyo y otras poblaciones vecinas (Sanoja, 1979b);. 

Como podemos apreciar, los capitales mercantiles formados mediante la acumulación de perlas o la producción de telas de algodón se volcaron hacia el nuevo centro económico caraqueño,  constituyendo la base del proceso de concentración del poder político y de la propiedad territorial agraria en el hinterland caraqueño. El eje conurbado Caracas-La Guaira pasó a convertirse en el lugar central de los centros poblados que ya existían en su periferia, a la vez que el espacio económico donde convergieron y confluyeron los procesos de acumulación de capital que se dieron en Venezuela a partir del siglo XVI.

El auge de la pesquería de perlas ejerció una influencia determinante en el proceso de formación de riquezas, aumentando el nivel de intercambios dentro del triángulo económico constituido por Margarita, Cumaná y Caracas y su conexión con las Grandes Antillas, México y la fachada atlántica-mediterránea europea. En esta triángulo comercial, el floreciente desarrollo de la actividad agropecuaria en el siglo XVI dio lugar a la formación de una compañía  de comerciantes conocidos como “señores de las canoas de perlas” (Vila, 1978: 116), quienes seguramente organizaban para su provecho flotas conformadas por las grandes embarcaciones contando con la tradicional habilidad de navegantes de alta mar de la etnia indígena caribe para organizar un circuito comercial de distribución de mercancías entre Caracas, Cumaná y Margarita-Cubagua, centro este último donde se acopiaban  también diversas mercaderías provenientes del comercio transatlántico con Sevilla y de México (Otte, 1997: 362 y siguientes).

El negocio de aquella alianza o compañía de comerciantes y armadores tocuyanos, cubaguenses y caraqueños era llevar mercancía desde Caracas a Cumaná y Margarita, particularmente, productos agropecuarios como maíz, trigo, telas finas de algodón, carnes saladas, manufacturas artesanales, etc., las cuales eran trocadas por su equivalente en perlas, sal de Araya, pescado seco y mercancías europeas, entre otras. Las perlas, como ya hemos dicho, eran acumuladas como un medio de cambio, como dinero; las otras mercancías eran vendidas  posteriormente  en el mercado caraqueño.  Margarita y Cubagua,  que desde 1526 formaban parte de la red transatlántica de Sevilla que incluia también las Antillas Mayores (Otte, 1977: 292-299; Castillo Hidalgo 2000: 431-434), eran quizás como una especie de “warehouse”, de almacen donde se acumulaba la oferta de mercancía de origen europeo y antillano para satisfacer la demanda del mercado que era Cubagua, parte de la cual también era reexportada hacia Caracas, Cumaná y posiblemente otros centros poblados importantes del territorio continental como Santo Tomé de Guayana, utilizando las canoas y bergantines tripulados, quizás, por marineros indígenas de origen caribe o guarao, como fue el caso de Antonio de Berrío en 1596 (Ojer 1966: 567; Sanoja y Vargas-Arenas 2005: 315-318).

A juzgar por las fuentes documentales y las evidencias arqueológicas excavadas  por nosotros en Caracas y Santo Tomé de Guayana, parte de esas mercancías estaba constituida por ginebra, vino, aceite, platos de mayólica sevillana, holandesa, mexicana y de otras procedencias, cera, cuchillos, armas de pedernal, hilos de lana y algodón, telas, casabe y maíz de Puerto Rico y Santo Domingo, etc. De esta manera se formó un importante triángulo comercial entre Caracas, Margarita y Cumaná con derivaciones hacia las Grandes Antillas, que cobró gran importancia en el forjamiento posterior de alianzas políticas entre las oligarquías locales de la Provincia de Caracas y las de Barcelona y Nueva Andalucia. Una parte de dicho comercio se ejercía como contrabando para evitar el pago de los diezmos reales (Vila, MA.1978: 116; Castillo Hidalgo, 2002: 718-719).

La fundación del eje conurbado Caracas-La Guaira aceleró el proceso de acumulación  originaria de capitales en la Provincia de Caracas, lo cual puede evaluarse al analizar las ganancias de comercio al  por mayor y al por menor. Podría ponerse como ejemplo de lo anterior que el valor de las mercaderías introducidas entre 1581-90 alcanzó a 187 millones de maravedíes, lo cual dejó a los mercaderes locales una ganancia de  234.553 pesos de plata. Sumando las ganancias del comercio al por menor, la utilidad total del comercio de las mercaderías introducidas fue de 420.766 pesos de plata (Arcila Farías, 1983 II: 155-162). Por otra parte, luego que la acción conquistadora de Losada y los empresarios tocuyanos y caroreños hiciese posible integrar la región costera centro-norte al dominio colonial de la Provincia de Caracas, con acceso a lo que sería al puerto marítimo en desarrollo de La Guaira, los índices económicos señalan que se que produjo una recuperación de las finanzas públicas. El valor de las mercancías negociadas fue en 1581 de 12 millones y medio de maravedíes, superando los 9 millones  del año 82 y en 1583  llegó a ser casi de 19.700.000 maravedíes (Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 70).

Es importante señalar que la fecha de C14 Beta.95015 señala que en el año 1580 + 70 se incendió o quemó el bohío que servía de  asiento a la primera ermita de Caracas, por lo cual el Cabildo ordenó levantar una nueva iglesia de una nave con paredes de tapia (Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 95 y 99), lo cual debe haber representado para la época una inversión considerable, indicando con ello que las finanzas del cabildo corresponden con el auge comercial y financiero que vivía la ciudad de Caracas en aquel momento.

Esa fecha revela igualmente que ya estaba en marcha el proceso de formación de un “mercado nacional” al cual se estaban integrando otras ciudades provinciales vinculadas a la Provincia de Caracas (Arcila Farías, 1983-42; ECCs. Carrera Damas, 1967c: 42-43). La mayor parte de las exportaciones que se realizan en aquel entonces a través  del puerto de La Guaira estaban destinadas a Margarita (27.800 maravedíes), Cumaná (91.500 maravedíes) y Santo Domingo o La Española (268.860 maravedíes). Es oportuno mencionar que una cifra tan elevada de exportaciones podría estar relacionada con el hecho de ser, quizás, los empresarios de La Española,  los socios capitalistas que aportaron buena parte de los recursos para financiar la el negocio de las perlas de Cubagua y la empresa de conquista del valle de  los caracas.

A partir de los siglos XVII y XVIII,  como ya apuntamos, el eje conurbado   Caracas-La Guaira se convirtió en el  lugar central de la economía agroexportadora de la Provincia de Caracas y en general de la región norte de Venezuela, cuya economía  se basaba en el sistema de plantaciones y hatos y la comercialización de las materias primas que estos producían: cacao, café, añil, cuero, huesos de ganado y “cecina”, tasajo o carne salada y la melaza de caña; esta última utilizada para la producción interna de aguardientes, rones, papelón y azúcar, lo cual explicaría el papel protagónico que jugó la oligarquía caraqueña en el proceso de emancipáción de las provincias venezolanas de España (Molina, 2001; Arcila Farías, 2004:32-56; Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 200-204).

Al  llegar los años 1809 y 1810, previos a la declaración de independencia, la producción comercial de las plantaciónes llegó a alcanzar importantes cotas de exportación en la Provincia de Caracas. Sin embargo esta extrema dependencia sobre la producción de rubros comerciales para la exportacion condujo a un déficit importante en los productos de la agricultura de subsistencia, hecho agravado por la falta de buenas vías de comunicación que habrían permitido el acceso a tierras con buenos suelos que se hallaban en el interior de la provincia. La falta de bancos locales y la dificultad para conseguir créditos y renovar los equipos y  herramientas de trabajo, aunados a los impuestos de almojarisfazgo en las alcabalas y a la carencia de una flota comercial propia, el pago  de elevados fletes para el transporte ultramarino de  productos como el café, el cacao, el añíl, el algodón, el azúcar y las melazas, la manufactura deficiente de los productos artesanales derivados de la ganadería, hacían difícil la competencia con productos similares en los mercados de ultramar. Otro factor adverso fue el ausentismo de los propietarios mantuanos, más interesados en participar en el juego político de la sociedad urbana que en supervisar el trabajo en sus propiedades, quienes delegaron esta actividad en mayordomos y en personal que no poseía una cultura gerencial y comercial adecuada para tales funciones (Lucena, 1986:65-106). Como podemos observar, los malos hábitos gerenciales del empresariado venezolano tienen una gran antigüedad…

El control del cabildo o gobierno del Estado Colonial Caraqueño, al igual que ocurría en otras  provincias venezolanas,  permitió a los miembros de la clase dominante apropiarse de las mejores tierras de cultivo que habían sido hasta mediados del siglo XVI propiedad de los indígenas del Señorio Caribe, quienes pasaron a ser también propiedad de los  nuevos “amos del valle” en calidad de siervos encomendados (Sanoja y Vargas Arenas 2002: 197-200). De esta manera, la fuerza de trabajo de los indígenas encomendados, esclavizados o libres y la de los esclavos de origen africano pasó a transformarse en un valor económico agregado al de la tierra poseida.

Con el desarrollo de las encomiendas, ya entre los años 1573 y 1599  y las primeras décadas del siglo XVII había comenzado el proceso de concentración de la propiedad territorial agraria en el valle de Caracas y sus alrededores, equivalente a no menos del 45% del territorio total de la Provincia de Caracas (ECCS: 1967ª: 927). Para esa época, 151 españoles ya habían recibido en calidad de donaciones y mercedes de tierra la cantidad de 9.685 hectáreas que pertenecían a los indígenas en Caracas, Aragua, Tuy y Barlovento. Entre 1568, año de la fundación de Caracas  y 1599, nuevas donaciones de tierras incrementaron la apropiación de  tierras despojadas a los indígenas en 12.583 hectáreas, 7.068 de las cuales (el 56% de la extensión de tierras)  terminaron en las manos de tan sólo 12 propietarios; otros 52 propietarios obtuvieron, en su conjunto,  5.515 hectáreas. El grupo familiar Rodríguez resulto el más favorecido al aumentar su patrimonio en 1250 hectáreas, Juan Fernández de León en 712, Martín de Gámez en 716, Garci-Gonzáles de Silva en 703, Gabriel y Pedro García de Ávila en 662, Juan Villegas de Maldonado en 571 y Sancho López de Mendoza en 549 hectáreas. Durante los siglos XVI y XVII, mediante el expediente de la llamada “composición de tierras” éstas se fueron concentrando cada vez más entre un grupo menor de propietarios, contándose también entre ellos la Iglesia Católica la cual llegó a ser propietaria en el período 1744-46, de 9510 hectáreas (Brito Figueroa, 1978: 137-165).

Con el final del régimen de encomiendas, hecho que ocurrió a mediados del siglo XVII, la población encomendada se convirtió en trabajadores (as) libres, pero vinculados (as) a los antiguos amos (as), ahora dueños y dueñas de haciendas, a quienes siguieron prestando sus servicios a cambio de dinero o especies, atados al patrón por deudas que nunca llegaban a pagar. De esta manera, el viejo amo podía dedicarse a explotarlos sin estar sujeto a los legalismos que implicaba la encomienda.

En la microrregión de Barlovento,   planicie de suelos aluviales formada por las deposiciones aluviales del sistema del río Tuy los encomenderos españoles utilizando la fuera laboral esclavizada, tanto indígena como africana, desbrozaron las formaciones selváticas originarias para desarrollar comercialmente cultígenos autóctonos como mercancía circulante, caso del  cacao, creando posteriormente plantaciones y haciendas para su monocultivo intensivo destinado sustancialmente al mercado inyerior y/o extranjero.En las plantaciones  se hacía uso extensivo de la tierra y la fuerza de trabajo, esta última sometida por lo general a la condición de esclavitud o servidumbre en las cuales “… El uso del capital bajo la forma de instrumentos de producción, era muy escaso y la base de la combinación productiva era la fuerza de trabajo viva y simple…” El capital-esclavos representaba, pues el activo más valioso de la plantación, por lo cual para el amo era mejor negocio “criarlos” en cautiverio que traerlos desde el exterior. (Maza Zabala: 1968: 70, 81).

La utilización también intensiva de mano de obra esclava en las plantaciones, determinó la formación de comunidades de descendientes de negrovenezolanos  libres, densamente pobladas como Caucagua, Curiepe, Rio Chico, Capaya, El Guapo,  Cúpira, Panaquire, Aragüita, Macaira, Mamporal, así como numersos cumbes donde vivían libres los esclavos (as) que habían logrado escapar del trabajo esclavo al que eran sometidos  en las encomiendas y plantaciones.El poblamiento negrovenezolano de la microrregión de Barlovento tuvo -y tiene todavía- una  gran influencia y conexión con  poblaciones similares del litoral central y los valles del Santa Lucía, Santa Teresa, Cúa, Tácata y Ocumare de la Costa y con la del valle de Caracas, convirtiéndose en una de las zonas con mayor densidad poblacional negrovenezolana en Venezuela desde el siglo XVIII. En ésta, el monocultivo del café y caña de azúcar determinó aquella gran centración de población afrovenezolana que también practicaba el policultivo de conuco para producir almentos de mesa, leña utilizada como combustible, hecho que tuvo gran importancia en las rebeliones, fugas y guerrillas de esclavos (as) que precedieron la declaración de Independencia el 5 de Julio de 1811 así como las rebeliones tanto a favor como contra de la insurgencia emancipadora de los mantuanos blancos (Cunill-Grau 1987-I: 505-521;  ( Uslar J. 2010:111).

La importancia de la producción de cacao, café y caña de azúcar en esta vasta región, poblada y trabajada casí exclusivamente por descendientes de esclavos negros o manumisos, fue uno de factores de la formación originaria de capitales por la clase  minoritaria de propietarios mantuanos caraqueños que residían en la ciudad, dejando el negocio en manos de los capataces quienes  administraban las plantaciones y en la de agentes comerciales que gestionaban la comercialización de los productos. El ausentismo de los dueños de hacienda incidió en el bajo rendimiento del negocio de las plantaciones de cacao, desdeñando en oportunidades la sombra de los bosques que protegían los cacaotales para sembrar también el café de sombra, el cual era igualmente un importante producto comercial de exportación (Cunill Grau, 1987-I: 492-509)

Muchas de las materias primas producidas por los hacendados, particularmente el tabaco, las melazas,  el cacao y el café eran procesadas en los establecimientos industriales europeos para satisfacer las nuevas modas y el consumismo creciente de la población, estimulando el desarrollo de determinados sectores laborales de la producción así como la circulación de bienes de consumo de los países industrialistas de Europa occidental. La “cecina” o carne salada, se utilizaba principalmente para alimentar a la enorme población de esclavos negros (as) que ya existía en Las Antillas,  motor de la economía de plantación (Humboldt,  1985. II: 251), así como también las tripulaciones de los barcos de cabotaje. Los rones, los aguardientes,  el papelón, el café y el chocolate satisfacían la enorme demanda interna de bebidas alcohólicas, de estimulantes y  de edulcorantes que tenían y seguimos teniendo tanto los venezolanos como los europeos occidentales. 

Si la clase mantuana venezolana hubiese tenido la visión del moderno capitalismo industrialista del siglo XVIII que animaba a los gestores de las Misiones Capuchinas Catalanas de Guayana, los extensos cultivos de algodón y las excelentes destrezas artesanales textiles que ya tenían los aborígenes del noroeste de Venezuela mucho antes del siglo XVI, pudiesen haber  servido para echar las bases de una industria  de tejidos de algodón de relativa importancia, aprovechando la enorme demanda mundial que tuvo dicho  producto a partir de esa época (Braudel, 1992-2: 312-314). 

La producción de finos lienzos de algodón venezolanos, conocidos como “tocuyo” (Dupuy, 1954), logró una alta reputación dentro y fuera del actual territorio venezolano. El desarrollo y eventual expansión de una producción artesanal como aquélla, habría podido compensar la pobreza de las poblaciones campesinas y urbanas que vivían en un precario nivel de subsistencia, creando así una división social del trabajo más compleja y agregando a la economía venezolana un sector  laboral libre artesanal-mercantil, productor de bienes para el consumo local y la  exportación, que habría reforzado el proceso de acumulación originaria de capitales, produciendo una mejor distribución del ingreso. Por otra parte, hubiese podido crear también una organización social y una cultura del trabajo diferente a la que caracterizaba las formas socioeconómicas postfeudales o ancien regime  de la producción agroexportadora de las plantaciones o hatos de ganado. Pero nuestra burguesía, tanto la de ayer como la de hoy, sólo se interesaba por la ganancia fácil del comercio y la promoción del capital especulativo sin riesgo.

Aparte de la limitante impuesta por el régimen colonial, es cierto también que desde el siglo XVI,  la  vasta producción de tejidos artesanales de algodón y de seda producidos en la India y China ya había comenzado a ser monopolizada y distribuida por los capitalistas y comerciantes europeos (Braudel, 1992.3: 508-509), pero existía todavía dentro y fuera de Venezuela—como lo muestra la historia—un mercado regional para un textil de algodón de buena cualidad como eltocuyo”, el cual hubiese podido ser penetrado por un grupo de verdaderos empresarios con espíritu aventurero. Pero, un país donde existía una población mayoritariamente pobre y un núcleo dirigente más interesado, como hemos dicho, en la ganancia fácil y rutinaria que en la inversión y el trabajo creativo, difícilmente podía prosperar la invención tecnológica o el riesgo de la inversión industrial ya que la base de la economía colonial o neocolonial  es, precisamente, ‘la dominación  del capital  comercial  sobre la producción”  (Stern, 1986: 843).

La magnitud del despojo territorial a que fue sometida la población indígena originaria por la terrofagia de los encomenderos y hacendados no puede ser todavía evaluada en su totalidad. Sin embargo, el carácter depredador de los encomenderos coloniales podría medirse en relación a la enorme cantidad de pueblos indígenas con sus respectivas tierras que desaparecieron en el siglo XVII y en las primeras décadas del siglo XVIII, a razón de una legua y media cuadrada por cada pueblo, en las provincias de Caracas, Nueva Andalucía, Barcelona y Guayana (Arcila Farías et alíi, 1968: 133-138).Sin embargo, a diferencia de la Provincia de Caracas, hasta finales del siglo XVII, solo la franja costera de la Nueva Andalucia había  podido ser colonizada por los españoles, motivado a la resistencia de los cumanagoto, a las frecuentes incursiones de los caribes antillanos sobre los asentamientos costeros y a la renuencia de los indígenas caribe venezolanos a someterse a ninguna forma de servidumbre, lo cual se reflejaba en en el bajo número de encomiendas y repartimientos (Da Prato 1990: 391-393).

En  las tierras que habían sido originalmente  desbrozadas y trabajadas hasta el siglo XVI por  las etnias indígenas en el área de los valles centro-costeros de Aragua, Carabobo y Caracas y en los valles subandinos de Lara,  Trujillo y Mérida, se observa --desde los inicios de la colonización española-- un intenso trabajo agrícola primero a través de las encomiendas y posteriormente de las plantaciones, que condujo progresivamente a la concentración de la propiedad territorial en manos de cada vez menos individuos, ligados particularmente a la clase oligarquica mantuana (Sanoja y Vargas Arenas, 2002:69, 190; Rojas 1995; Nieves de Avellán 1997: 149-163;Samudio 1988: 15-34;).

La introducción de cultivos comerciales como la caña de azúcar, como ya expusimos, generó, por una parte, el proceso de explotación intensa y extensa conocida como plantación donde  el trabajo agrícola, al dedicarse a  la monoproducción, convirtió los ricos valles de la cuenca del lago de Valencia en suelos especializados en un tipo de monocultivo cañero,  característica difícil de revertir en el tiempo actual cuando las crisis alimentaria mundial requiere una producción diversificada de rubros agrícolas.

Existían todavía comunidades  indígenas que habían podido sobrevivir a la depredación de la conquista española al amparo de las misiones, como era el caso de Turmero,  Guacara, La Victoria, Los Teques, entre otras, donde había tierras de cultivo sometidas al régimen de la propiedad comunal. Dichas tierras eran codiciadas por los latifundistas criollos quienes, ya desde 1783, habían comenzado a despojar a los indígenas de las que les habían sido reconocidas por la Corona dentro del régimen de resguardos indígenas (Semple, 1974: 42; Cunill Grau, 1987-I: 395).

La presencia de mayoritaria de población criolla y mestiza en los valles de los actuales estados de Miranda, Aragua y Carabobo, y el carácter expansivo de los cultivos de plantación que representaban la consolidación del capitalismo mercantil, determinó que los misioneros fuesen sustituidos por curas de parroquia y que los restos de la población indígena desposeída de sus tierras fuese convertida en peonaje enfeudado o asalariado de los latifundistas, así como sirvientes domésticos de las familias criollas (Humboldt, 1941-III: 83).

Más hacia el norte sobrevivían también pueblos de indios en las zonas periféricas al este de Caracas como Chacao y Petare, aunque ya vinculados al régimen de trabajo asalariado en las plantaciones de café y caña de azúcar (Semple, 1974: 55). Otros pueblos de indios en la misma situación laboral estaban localizados en las actuales parroquias de La Vega y Montalbán, Antímano y Macarao. En el litoral guaireño, actual Estado Vargas, existían así mismo comunidades indígenas dedicadas fundamentalmente a la pesca artesanal. Otras aldeas de indígenas se hallaban localizadas hacia las actuales parroquias Catia La Mar y Carayaca y en las abras que hallan sobre la vertiente litoral de la Cordillera de La Costa, dedicadas a la pesca artesanal y a la agricultura de subsistencia (Sanoja, 1988: 98).

Al oriente de la región centro costera caraqueña, la población indígena alcanzaba para el siglo XVIII un número aproximado de 60.000 personas distribuidas particularmente en el territorio de las provincias de Barcelona, Cumaná y la isla de Margarita. Alrededor de  centros urbanos tales como Barcelona y Cumaná existían todavía numerosos pueblos de misión que agrupaban poblaciones de filiación caribe. En las ciudades, los y las indígenas trabajaban como servicio doméstico en las casas de los criollos, en tanto que otros y otras se dedicaban a trabajos productivos como el cultivo en conucos urbanos, la pesca artesanal, preparación de pescado salado para la venta en los mercados,  producción de bienes artesanales como vasijas, ollas, platos de barro, budares, cestas, tejido de chinchorros y hamacas,  sillas y taburetes, pilones para maíz, bateas de madera para lavar la ropa o para uso culinario, manufactura de casabe y granjerías diversas, cría de cabras,  cerdos, aves de corral, lo cual no sólo vinculaba a las comunidades indígenas a los circuitos de producción, distribución cambio y consumo, sino que hacía su existencia necesaria para la reproducción de la vida cotidiana en las zonas urbanas y rurales.

En la isla de Margarita, las poblaciones guayqueríes estaban todavía organizadas en rancherías que agrupaban entre 100 y 150 personas, dedicadas algunas a la pesca artesanal y al comercio con tierra firme, en tanto que otras practicaban una extraordinaria artesanía textil: hamacas,  chinchorros, sombreros, cestas, alfarería culinaria: platos, ollas, pimpinas, tazones, budares, etc.

Alrededor de Carúpano la población tanto indígena como afrovenezolana formaba parte del los trabajadores (as) agrícolas de las haciendas de café y cacao. En general, de manera similar a la Provincia de Caracas, en las de Trujillo, Mérida y Barinas, la producción artesanal originada en  la trama de pueblos de misión, de pueblos de indios y comunidades afrovenezolanas  que formaban el tejido conectivo entre los grandes centros poblados y la haciendas  era la que mantenía y ayudaba a reproducir tanto la vida cotidiana de la sociedad criolla como el funcionamiento de las haciendas dedicadas a la monoproducción (Sanoja,  1988: 100-103).

El eje del poblamiento que se extiende en diagonal desde el litoral centro-costero hasta las serranías y el piedemonte andino que caracteriza al sub.modo de vida 1, agrupaba para el siglo XVIII una considerable cantidad de población indígena y mestiza, integrada a un modo de trabajo agropecuario artesanal a partir del cual se gestó, para la segunda mitad del siglo XVIII, un proceso acelerado de acumulación de capitalitales, sustentado en la sociedad clasista que había sido introducida en el siglo XVI en torno a la producción de cultivos comerciales de origen indigena como el tabaco, el cacao y el algodón y, posteriormente, el café, el añíl, la ganadería y la producción de cueros de vacuno. Este proceso  de formación de capitales  se asentó con el establecimiento de un régimen de relaciones de explotación de los españoles peninsulares o criollos sobre otros españoles o blancos (as) pobres, mestizos (as), zambos (as), indígenas, negros (as) libertos o esclavos (as). Dicho proceso se expresó en la consolidación de una burguesía mantuana de grandes terratenientes y comerciantes, una pequeña burguesía constituida fundamentalmente por pequeños comerciantes, artesanos (as), productores (as) agropecuarios, etc., donde comenzaron a figurar también mestizos (as), indígenas y negros (as) manumisos.

El cultivo y el comercio del tabaco.

En la Provincia de la Nueva Andalucia y en la de Cumaná, el tabaco, domesticado y cultivado por los pueblos aborígenes originarios desde el período precolonial, ya había sido adoptado por los españoles en 1578 y se convirtió desde finales del siglo XVI en un medio de cambio. Ya en 1594 los comerciantes flamencos (holandeses) e ingleses compraban de contrabando el tabaco “a menos de cuatro reales la libra y lo revendían en Flandes e Inglaterra a cincuenta” Según el gobernador de la Provincia, “los vecinos de de San Cristobal de los Cumanagotos habían cosechado 30.000 libras de tabaco el cual se vendía inmediatamente a los comerciantres europeos, quienes a su vez vendían ropa y mercancía de contrabando (Castillo Hidaldo 2002: 442-456).

El cultivo,  la preparación y distribución de la variedad de tabaco llamado Curaseca, cultivado en Barinas y en la micro región de Guanare, muy cotizado en los mercados europeos, se canalizaba  a través de un monopolio  real, el “Estanco de Tabaco”, el cual contrataba y compraba la producción de los pequeños propietarios. El cultivo, recolección,  preparación, almacenamiento y distribución del tabaco requería una mano de obra numerosa que se asentaba tanto en las zonas rurales como en los centros urbanos, incluyendo los administradores y funcionarios que atendían los almacenes del producto. Una parte de las hojas de tabaco se exportaban  al exterior vía el puerto de La Guaira o Puerto Cabello,  en tanto que otra se movilizaba embarcaciones desde los puertos de Santa Rosa, Gibraltar, La Ceiba y Moporo, atravesando el lago hasta llegar al puerto de Maracaibo, o transportada en bongos a lo largo de los ríos Santo Domingo hasta Torunos, puerto-almacén de donde se trasladaba via el Apure y el Orinoco hasta  el puerto de Angostura (hoy ciudad Bolívar),  donde se re-embarcaba en navíos de mayor calado hasta las Antillas,  las Guayanas o hasta Europa misma  (Cunill-Grau, 1987-I: 716-722).

La Provincia de Caracas y el submodo de vida II: el modo de trabajo ganadero

El regimen de encomiendas y los pueblos de misión favorecieron igualmente  la introducción de la ganadería particularmente en los llanos de la Provincia de Caracas, así como  el desarrollo de un nuevo modo de trabajo y de una nueva cultura. El indígena hispanizado, el esclavo afrovenezolano y el zambo, mestizo de ambos grupos étnicos, se convirtieron en vaqueros o pastores de vacuno montados a caballo, utilizando la lanza tanto herramienta para el trabajo en la sabana como arma ofensiva o defensiva, semidesnudos, viviendo una vida libre, dura y espartana, lejos de los pueblos.

La Provincia de Caracas, a la cual  hemos denominado como el centro de un mercado regional o de un Estado colonial,  desarrolló una articulación instrumental congruente con su periferia sur donde comenzaban la región de los llanos centrales y suroccidentales, en la cual se desarrollaron centros urbanos importantes como  el eje ciudad-puerto de Valencia-Puerto Cabello, San Sebastián, San Carlos, Calabozo, Guanare, Barinas, etc. (Arcila Farías, 1983ª: 186-187; Lombardi, 1976). Para 1810, esta interconexión de centros urbanos y zonas productivas funcionaba de manera tan satisfactoria que su forma y organización básica sobrevivió prácticamente sin cambios hasta 1930, cuando el boom petrolero y los fuertes movimientos migratorios de población desarticularon casi toda la estructura social, cultural, demográfica, económica, cultural y política heredada de la Colonia (Lombardi, 1976: 110; Sanoja y Vargas Arenas, 2002: 192).

Durante el período pre invasión, el poblamiento originario se concentró en el piedemonte, los valles montañosos y las llanuras o planicies aledañas a la Cordillera Andina y la Cordillera de la Costa. Las sabanas llaneras,   mayormente deshabitadas, albergaban, como ya hemos explicado en páginas anteriores, poblaciones seminomádicas recolectoras, cazadoras y pescadoras ejemplo de las cuales pueden ser los guahibos, chiricoas y pumeh (Sanoja y Vargas Arenas, 1992: 158-163), a diferencia de las poblaciones originarias de los Llanos Altos de Portuguesa y Barinas donde existían sociedades muy complejas con una organización social centralizada de tipo cacical o Señorío, que habían construido un paisaje cultural donde figuran grandes obras de terracería: calzadas de gran longitud, plataformas y complejos de montículos de habitación, campos elevados de cultivo utilizando camellones para aprovechar el agua de las inundaciones periódicas,  amplias redes comerciales para la circulación de bienes manufacturados, de alimentos, de mujeres, de tabaco, etc., y centros de intercambio de  diversos productos donde poblaciones de distintas etnias venían a trocar y negociar sus mercancías (Federmann, 1557: 160; Sanoja y Vargas Arenas, 1999a: 83-94),

La penetración de los empresarios de la provincia de Caracas en la región de los llanos centrales de Venezuela se estabilizó con la fundación de la ciudad de San Carlos de Austria en 1678, la cual estaba destinada a servir como soporte de la red de misiones capuchinas que introdujeron los rebaños de ganado en esa extensa región. En 1720, el Rey de España ordenó la transferencia del control de la ciudad y la región a los poderes  civiles y seculares, de manera que el negocio ganadero pasó a ser controlado por empresarios privados. San Carlos  de Austria se convirtió en  centro residencial de los dueños de hatos debido a las vías de comunicacion terrestres y fluviales que la conectaban con Puerto Cabello y el eje conurbado Caracas-La Guaira, y facilitaban la exportación de ganado, mulas, cueros, quesos, huesos y cuernos y tabaco hacia las principales ciudades de Venezuela, particularmente  Barquisimeto, Caracas y Valencia, así como a ciertas localidades de la costa donde los contrabandistas holandeses direccionaban esos productos hacia los mercados europeos. Las mulas, es importante recordar, constituían  en ese entonces en Europa uno de los medios de transporte más importante para el acarreo de mercancías. De España y Holanda se importaban -legalmente o como contrabando- diversas mercancías para satisfacer la demanda de la clase propietaria de hatos y los burócratas y administradores coloniales (Lombardi, 1976: 90-91).

Los y las indígenas y los esclavos (as) o manumisos afrovenezolanos se adaptaron a los cambios sociales y culturales que se produjeron en los hatos ganaderos de los llanos centrales de Venezuela a partir del siglo XVIII, conformando un nuevo tipo social que conocemos en Venezuela como los llaneros (Humboldt, 1941 III: 224, 225, 26;  Codazzi, 1940-I: 78;Appun, 1968: 124; Armas Chitty, 1961: 55; Sanoja y Vargas Arenas, 1992: 266-267).

El estilo de vida de los llaneros o vaqueros, integrado inicialmente por caribes, guahibos, chiricoas y afrovenezolanos,  se caracterizó por la adopción del caballo como su “alter ego” y la lanza, instrumento de trabajo y combate heredado de sus ancestros indígenas, como instrumento de identidad cultural. Los dueños de hatos les confiaban el pastoreo de rebaños de ganado, para lo cual el llanero y su familia vivian en rústicas viviendas de palma, sin más mobiliario que un cuero crudo que les servía de cama. Andaban casi desnudos, vestidos con unos pantalones cortos y tocados con un sombrero de palma, la larga lanza en una mano,  una soga de cuero crudo colgada en el lado derecho de la silla de madera y cuero, y una cobija para cubrirse en las frías noches llaneras y que a veces fungía como silla (Armas Chitty.1961:55).

Llevaban una forma de vida seminomádica ruda, espartana,  con un consumo mínimo de bienes materiales e incluso de alimentos. Mucho se ha argumantado sobre el carácter igualitario y democrático de la vida de los hatos llaneros, pero si analizamos las inmensas ganancias que obtenían los dueños de hatos por la venta de cueros, sebo, carnes secas, cecinas y huesos de ganado,  la mínima inversión de capital en el negocio ganadero y la miserable remuneración que recibían el peonaje, podríamos entender el carácter de la explotación a que estaban sujetos los trabajadores (as) del llano. Parte de las antiguas etnias nomádicas y seminomádicas de la periferia meridional de los llanos como los pumeh, sálivas, chiricoas y guahibos formaron pueblos alrededor de los asentamientos mestizos como Guasdgualito y Achaguas y la ciudad de Barinas, donde trabajaban  en el servicio doméstico, como arrieros para el transporte de mercancías o artesanos (as) y comerciantes (Sanoja, 1988: 103-105).

CAPÍTULO 14
 Sub-modo de vida 3: la provincia y la ciudad de Maracaibo

Para entender las razones del antagonismo entre la Provincia de Caracas y sus aliados del submodo 1 y del submodo 2,  con la de Maracaibo o  sub modo 3 es necesario analizar con cierto detalle las circunstancias particulares que rodearon el origen de la misma, específicamente el papel determinante que jugaron las etnias aborígenes originarias en el proceso de creación de la nación y de los mercados regionales y, particularmente, los factores culturales y sociales y  las formas  socioeconómicas que sirvieron para definir el perfil de la sociedad indohispana marabina, su significación geoestratégica dentro del complejo de provincias que formaban la Capitanía General de Venezuela, y sus relaciones con otras entidades políticas como el Virreinato de la Nueva Granada, las Guayanas francesa, inglesa y holandesa y las islas de Curazao y Aruba.

Para finales del siglo XVII, extensas áreas del noroeste de Venezuela permanecían todavía habitadas por comunidades indígenas relativamente independientes, pertenecientes a las etnias gayón, ayamán y jirahara ubicadas en las serranías de los actuales estados Lara y Falcón tales como Churuguara, Baragua, Matatere, Bobare y Siquisique, así como la wayúu en la peninsula de la Guajira, los Barí de la Sierra de Perijá y extensas regiones  litorales del lago de Maracaibo habitadas por onotos, pemenos, quiriquires y añú.

Aparte de la población indígena que habitaba las zonas rurales, gran número de ella habitaba también las zonas urbanas como fue el caso de El Tocuyo, donde los y las artesanos y artesanas indígenas practicaban la artesanía textil así como los oficios domésticos en las casas de los criollos. La influencia indígena dentro de la composición demográfica de la región era muy fuerte, notándose también la existencia de densos núcleos de población aborigen en las comunidades de Quíbor, Barbacoas, Curarigua, Cubiro y Chabasquén (Cunill Grau, 1987-I: 278-279; Sanoja 1988: 96-103).

Las poblaciones con un sub-modo de vida III, ya habían conformado para  el siglo XVIII una especie de macroregión histórica, hecho que habría de tener gran relevancia para los sucesos que desencadenaron a inicios del siglo XIX el proceso de independencia de Venezuela de la metrópolis española. Las poblaciones indígenas de esta macroregión dieron también origen a formas socioeconómicas agropecuarias y artesanales así como pescadoras, que gravitaban en torno al establecimiento urbano de Coro. Ayamanes, jiraharas y caquetíos desplazados por los españoles y los criollos de sus antiguas tierras cacicales, formaron barriadas periféricas a la ciudad, integrándose también como servicio doméstico asalariado en las casas de los criollos. Más hacia el oeste, la expansión de las fronteras de estas formas agropecuarias artesanales gravitaba en torno a la ciudad de Maracaibo que desde el siglo XVI se había convertido en el lugar central de un mercado regional occidental que incluia la región andina y la cuenca del lago de Maracaibo.

Las regiones selváticas y anegadizas de la costa occidental y de la costa suroccidental del lago estuvieron habitadas hasta finales del siglo XVI y comienzos del XVII, por poblaciones indígenas independientes que representaban las tradiciones culturales precoloniales que se habían establecido en la región desde –por lo menos- 500 años antes de nuestra era, integrantes  de un Modo de Vida Tribal Productor Igualitario. Ya desde el años 830  y hasta los años 1050 y 1630 de nuestra era, existían grandes aldeas indígenas, posiblemente barí, en las márgenes de los ríos Onia, Zulia y Catatumbo (Sanoja, 1969, 1972; Vargas Arenas, 1990: 275-289; Sanoja, 1997: 184; Sanoja y Vargas Arenas, 1999a: 101-105).

En la microrregión  Guasare-Socuy-río Palmar y Carrasquero, al suroeste de Maracaibo, hacia donde se extendió el proceso de trabajo ganadero de los criollos marabinos luego del siglo XVI, la presencia de grupos indígenas tribales originarios, cultivadores de maíz está datada entre 100 años ANE y 1500 años ANP, observándose que para 1350 años de la era existían numerosas aldeas indígenas que acostumbraban enterrar sus muertos en urnas de barro, cuya alfarería presenta características que permiten vincularlas con  las etnias de origen chibcha o caribe del suroeste del lago y con las etnias tairona de la sierra de Santa Marta (Sanoja y Vargas Arenas, 1999a: 105-107).

El fin de la existencia autónoma de dichas etnias indias originarias se inició con el establecimiento en el sur del lago de las misiones capuchinas navarras en las últimas décadas del siglo XVIII. Nuestras investigaciones arqueológicas en la región muestran  la existencia de comunidades indias autónomas, posiblemente de la etnia barí,  que todavía existían para 1630 ANP, como lo evidencias los sitios arqueológicos  estudiados, en el área de las actuales poblaciones de San Carlos y Santa Bárbara del Zulia. Fue al parecer a partir de esas etnias que se crearon los pueblos de misión ya mencionados hacia 1780 ANP, en las riberas de los ríos Zulia y Catatumbo. Otros pueblos de misión como El Rosario de Perijá, fundado en 1789, marcan la expasión del proceso de trabajo agropecuario y artesanal hacia los últimos reductos de comunidades indígenas libres que existían en el occidente de Venezuela (Sanoja yVargas Arenas, 1992:139-143).

El régimen de propiedad comunal establecido por las misiones capuchinas navarras comenzó a ser cuestionado ya desde el mismo siglo XVIII por los colonos criollos llegados de Maracaibo, quienes ambicionaban explotar para su provecho las áreas que habían sido abiertas a la colonización por las misiones y utilizar para su uso personal la fuerza de trabajo de la población indígena que aquéllas habían logrado reducir y estabilizar en sus pueblos misionales (Cunill-Grau, 1987: 234-239). Es allí cuando comienza a gestarse el proceso de formación territorial de la propiedad agraria en la región, el cual culmina hoy día con el sistema de haciendas ganaderas y monoproductoras de rubros como plátanos  y bananos, entre otros, que caracterizan el proceso de acumulación originaria de capitales en el sur del lago de Maracaibo. En razón de ese proceso de colonización, ya para el siglo XVIII se habían formado enclaves de refugio de indígenas barí, japreria, yukpa y de otras diversas etnias que habían habitado desde tiempos muy antiguos las planicies sedimentarias que rodean el suroeste del lago de Maracaibo, y que entonces huían de la penetración misional y criolla en dicha región.

Sobre la costa noroccidental del lago existían, para finales del siglo XVIII, poblaciones palafíticas habitadas por indígenas y mestizos (as) que se dedicaban fundamentalmente a la pesca en el lago y la manufactura  artesanal de cestas, esteras, cordeles, etc., utilizando las fibras de la enea  (Cyperus articulatus sp.) una planta que crece en las orillas del lago. Los antecedentes locales de esas comunidades indígens se remontan hasta mediados del último milenio ANE, como lo evidencian los restos de antiguos poblados palafíticos precoloniales que han sido excavados en las localidades de las actuales ciudades de Lagunillas y Bachaquero (Wagner, 1980). La producción local actual de los artesanos (as)  cesteros de la costa noroccidental del lago logró hacer un nicho comercial en el mercado de Maracaibo, como parte de los bienes culturales muebles que se insertaron en el consumo cotidiano de la población marabina, tanto urbana como rural,

Hacia el noroeste de Maracaibo, la expansión de la sociedad criolla y de las fronteras  agropecuarias y artesanales de un submodo de vida III se extendió en el siglo XVIII hasta la región de Sinamaica. Las evidencias arqueológicas indican que la ocupación humana originaria de la península de la Guajira, área de Sinamaica, parece estar relacionada con el extenso proceso de poblamiento arawako del noroeste de Venezuela cuya antigüedad en el valle de Camay, Edo. Lara y en Lagunillas, costa nororiental del lago se remonta hacia 500 años ANE (Sanoja y Vargas Arenas, 2008:17-56).

La extensión de los pueblos arawakos hacia la peninsula de la Guajira está   datada en alrededor de 100 años ANE. Caracterizada por pueblos relacionados con un modo de vida tribal igualitario vegecultor, la fase más antigua Kusú practicaba un modo de trabajo que enfatizaba junto con la agricultura  la pesca palustre o marina. A la misma sucede otra fase de poblamiento conocida arqueológicamente como fase Hokomo, quienes desarrollaron un modo de trabajo basado en la agricultura de maíz y de  yuca combinada con la recolección de bivalvos y moluscos marinos que vivían en las playas y fondos cenagosos. La sociedad hokomo parece haber sido socialmente compleja, como lo evidencia la diferenciación en la riqueza de parafernalia mortuoria asociada con los entierros humanos, hecho cultural favorecido por una fase húmeda que habría comenzado alrededor del año del año 50 ANE. A partir del siglo XIII de la era, comenzó  un período de desecamiento del ambiente que produjo finalmente el paisaje árido que caracteriza en la actualidad la peninsula de La Guajira, ocasionando al parecer el decaimiento de las antiguas poblaciones agricultoras y el inicio de una nueva fase conocida arqueológicamente como Siruma cuya cultura es la que conocemos hoy día como wayúu. A partir del  siglo XVI, grupos indígenas wayúu cuyo modo de trabajo originario era agricultor, cazador-recolector, adoptó de los españoles la cría y el pastoreo de ganado vacuno, caprino, ovino y caballar, convirtiéndose en pueblos pastores seminomádicos con una fuerte integración social, política y cultural (Sanoja, 1988; Sanoja y Vargas Arenas, 1992: 123, 126, 215- 217; Gallagher, 1976; Cunill Grau, 1987: 214; Acosta Saignes, 1954: 71-72; Reichel-Dolmatoff, 1951: 193-194; Langebaek et al, 1984: 58, 60, 61 tabla 5; Sanoja y Vargas Arenas, 2008: 44-50)..

Otras de aquellas poblaciones originarias, los añú o paraujanos, igualmente de filiación lingüística caquetía, las cuales practicaban alternativamente la pesca marina o fluvial, la recolección de bivalvos y gasterópodos marinos así como el cultivo del maíz, continuaron hasta el presente habitando en poblados palafíticos en ríos y lagunas en la Baja Guajira y el litoral marabino. Para el mismo siglo XVI, buena parte del litoral suroccidental del lago de Maracaibo estaba poblado y controlado por comunidades indígenas de pescadores -también de filiación caquetía- que simultáneamente explotaban y comerciaban el pescado, la sal que obtenían en las diversas salinetas que existían en esta parte del golfo de Venezuela,  redes de pesca y cordeles elaborados con fibras henea y anzuelos posiblemente de concha o hueso (Sanoja, 1969: 40). Según Sánchez Sotomayor, (1573-1575: 9), la actividad principal de estas comunidades indígenas conocidas como onotos, pemenos, güerigüeris o quiriquires, consistía en el trueque de la sal y el pescado que producían en la costa del lago por los bienes que manufacturaban u obtenían a su vez por trueque con otras comunidades indígenas de la la  Alta Guajira o el noroeste de la actual Colombia denominados pacabueyes, coanaos y zondaguas: maíz, yuca, carne de venado, mantas de algodón pintadas, orejeras o caracuríes, chagualas, aguilillas y otras joyas de oro tumbaga. Todavía a inicios del siglo XVI estos productos, junto con la sal, útil para la conservación de las carnes y los alimentos, formaban parte de los circuitos comerciales que incluían el asentamiento urbano inicial de Maracaibo y los actuales estados Trujillo y Mérida, utilizándose ríos como el Zulia para armar flotas de piraguas que llevaban mercancías desde el lago de Maracaibo hasta la ciudad de Pamplona y viceversa (Sanoja, 1969: 41).

Es probable que a partir del siglo XVI, muchas de aquellas bandas de cazadores-pescadores y salineros que habitaban el litoral noroeste del lago de Maracaibo que también pertenecían al stock lingüístico arawaco (Loukotka, 1968: 127; Oliver, 1988: 205; Sanoja y Vargas Arenas, 1992: 207), hubiesen buscado refugio en las tierras del interior de la Guajira -huyendo de la presión de los españoles y los criollos para despojarlos de sus tierras ancestrales- donde ya habitaba la  gente conocida arqueológicamente como la Fase Siruma (Gallagher, 1976: 170-172), ancestral a la etnia wayúu. Posiblemente esa diversidad de orígenes que existía en el noroeste de la cuenca del lago de Maracaibo haya dado a su vez origen a la diversidade étnica y dialectal que caracteriza a la población wayúu moderna de la Guajira: wayúus, añús o paraujanos y cocinas, hablantes dialectales de una lengua arawaka común que conforman el grupo arawak  de la Guajira (Jahn, 1973: 65-72; Loukotka, 1968: 127; Oliver, 1988: 203-204), formado a partir del arawak del grupo Caquetío (Loukotka, 1968: 128) que ya se hallaba asentado en el noroeste del lago por lo menos desde el siglo VII de nuestra era.

El origen de la ciudad de Maracaibo

El proceso de producción del espacio urbano   maracaibero, actual capital del estado Zulia, estuvo profundamente vinculado con los modos de vida y los de trabajo de las diversas etnias originarias que poblaban  el hinterland  marabino, hecho que contribuyó a la consolidación de la región geohistórica de la cuenca del lago de Maracaibo, la cual incluye el territorio wayúu venezolano y el colombiano e impacta la el piedemonte andino occidental y la región atlántica de la actual Colombia (Amodio, 2001; Urdaneta Quintero  et alíi, 2008: 107-110). Como podemos observar de lo expuesto, el proceso de formación del espacio geohistórico marabino difiere profundamente del de las Provincias de Caracas y Guayana. La convivencia territorial del enclave urbano criollo con las etnias indigenas se ha prolongado prácticamente hasta el presente, dando lugar a una simbiosis social y cultural, a una sociedad con un perfil regional muy definido que ha sabido preservar su unidad cultural dentro de la convivencia de una gran diversidad  de tiempos históricos.

Es probable que existiesen ecosistemas húmedos (manglares) en las desembocaduras de los caños que drenan en el lago, los cuales eran al parecer centros de reproducción de especies palustres comestibles: peces, ostras y muchas otras, así como área de atracción para diversas especies zoológicas terrestres, amfibias y volátiles. Hacia el suroeste, el ecosistema sabanero parece haber servido tanto para la caza y la recolección, como para la actividad ganadera e interfase para el aprovechamiento de los recursos naturales de la región de Perijá y la Guajira.

Para el siglo XVI, el territorio ocupado para entonces por los grupos indígenas que habrían de integrar posteriormente la población urbana inicial de la futura ciudad de Maracaibo, estaba circunscrito al oriente por las poblaciones arawakas conocidas arqueológicamente como tradición Dabajuro (Oliver, 1989; Sanoja y Vargas Arenas, 1992: 187-193), quienes ocupaban toda la región norte del actual estado Falcón, así como la costa nororiental del lago. Al oeste del río Limón, existían poblaciones palafíticas de filiación añú; allí comenzaba la región semidesértica de la Guajira que se hallaba ya habitada por pueblos wayúu. Al suroeste de Maracaibo, en la planicie litoral del lago y en el piedemonte de sierra de Perijá, habitaban todavía  pueblos barí de filiación chibcha, así como otros de filiación caribe (Sanoja y Vargas Arenas, 1999a:107-111; Urdaneta Quintero et alíi, 2008:85-111).

La franja litoral lacustre, habitada por grupos indígenas pescadores recolectores conocidos etnohistóricamente como aliles, toas, zaparas, onotos y quiriquires,   se hallaba cubierta por extensas aldeas palafíticas  habitadas por etnias de filiación arawaka. La relación de Rodrigo de Argüelles y Gaspar de Párraga de 1579, contenporánea con la fundación de la Nuevan Zamora de Pedro Maldonado, nos describe el aspecto que presentaba para entonces la región litoral lacustre donde tuvo lugar dicha fundación, habitado por:

“… indios [que] tienen sus pueblos fundados sobre el agua, contruidos en tablas sobre el agua, y sobre éstas hechas las casas. Es gente delicada de entendimiento, iclinados a su libertad, amigos de hablar la lengua española y précianse de andar vestidos. Es gente enemiga del trabajo por el gran vicio que tienen del pescado… Hay cuatro lenguas diferentes entre los indios que viven en el agua, aunque en parte se entienden unos a otros…” (En: Arellano Moreno, 1950: 159).

Lo anterior parece indicar que las poblaciones originarias que habitaban las aldeas palafíticas en las riberas del lago eran hablantes de diversos dialectos arawakos, diferentes a los que tenían los pueblos de tierra firme con quienes sólo se entendían mediante intérpretes.

Hacia comienzos del siglo XIX, las aldeas palafíticas llamadas también pueblos de agua o pueblos de la laguna, contaba cada uno con alrededor de 50 viviendas y una capilla, también palafítica, levantada sobre horcones de madera de vera (Bulnesia arbórea). Sus habitantes de entonces seguían siendo fundamentalmente pescadores y cazadores de aves silvestres, particularmente patos, aunque cultivaban también algunos conucos en las tierras inmediaras a las viviendas. Mediante la utilización de las fibras de henea, planta que crece en las orillas del lago, fabricaban cestas, esteras, chinchorros, pitas y cordeles, etc. No estaban encomendados y vivían en libertad, ya que la población criollas marabina no tenía ningún interés en apoderarse de esos suelos pobres y pantanosos (Cunill Grau, 1987 I: 242-243).

Según el mapa de la Guajira elaborado por el general Rafael Benítez en 1874, el litoral del golfo de Venezuela entre el río Limón y la denominada Ensenada de Calabozo o La Mochila, estaba habitado por pueblos originarios conocidos como capuanas, cocinas y cocinetas (Vila, 1963). Si ello fuese representativo de la situación exístente en el siglo XVI, podríamos decir que las poblaciones nombradas conformaban una especie de interfase entre los pueblos arawakos wayúu de la Guajira y los paraujanos o añú y de otras filiaciones étnicas que habitaban la franja litoral de lo que habría de ser posteriormente el espacio urbano marabino.

La Ranchería de Maracaibo: 1529

A comienzos del siglo XVI, la dinastía de los Habsburgos en la persona del emperador  Carlos V se había convertido en el amo de España, los Paises Bajos e Italia y tenía bajo su control el resto de la Europa Cristiana gracias a las enormes riquezas en oro y plata que la Corona  expropiaba a los pueblos colonizados de nuestra América. Obligado a pagar enormes sumas de dinero en toda Europa, Carlos V entró en negociaciones con grupos de mercaderes y prestamistas de dinero de Augsburgo, Alemania, las familias Fuggers y Welsers, cuyo verdadero centro de operaciones se hallaba en Amberes, Países Bajos y quienes poseían enormes capitales, le prestaban por adelantado y transportaban el dinero sin el cual no habría podido funcionar la política imperial de España (Braudel, 1992: III 151). Para cancelar las enormes deudas contraídas con los banqueros alemanes, Carlos V se vio obligado a entregar en usufructo muchas propiedades de la Corona, tanto en la misma España como en sus colonias americanas. Es así como el gobierno de la entonces Provincia de Venezuela fue entregada, bajo aquella modalidad, a la familia Welser, quien la poseyó desde 1528 hasta 1548 (Morón, 1979: 99-100; Braudel, 1992-II: 524).

El primer gobernador welser, Ambrosio Alfinger, fundó en 1529 una ranchería o campamento militar en la costa del lago de Maracaibo, para que le sirviese como soporte logístico de las campañas de penetración hacia el interior de la provincia y hasta el interior de la Nueva Granada. Por su ubicación geoestratégica y su característica sociohistórica, el enclave urbano maracaibero estuvo, pues, orientado desde el siglo XVI, a mantener el flujo de personas y materias primas entre la región andino-caribe de Tierra Firme y la metrópoli española. Por las mismas razones, se convirtió posterormente en  el puerto de entrada del comercio legal e ilegal  entre los Países Bajos y el litoral caribe occidental de Suramérica.

La primera fundación conocida de Maracaibo fue la de Ambrosio Alfinger en 1529, culminando con la definitiva de Pedro Maldonado en 1574, denominada Nueva Zamora. En sus orígenes, la ciudad parece haber estado integrada por varias aldeas indígenas localizadas en espacios como los actuales El Saladillo y El Empedrado, cuya producción subsistencial servía para alimentar también a la reducida población europea y aldeas indohispanas ubicadas en el espacio donde hoy se levantan la Catedral y la Plaza Mayor. Estas aldeas se establecieron sobre un antiguo sistema de dunas consolidadas de antigüedad pleistocénica que bordea la ribera noroccidental del lago.   

Dichas dunas, donde el nivel freático es alto, habrían permitido también  el establecimiento de áreas de cultivo de la yuca (Manihot esculenta sp), el maíz (Zea mays) el acceso a los recursos palustres del mismo (peces, fibras de enea, etc), y servir como puerto para el arribo de embarcaciones.

Con el objeto de tratar de documentar arqueológicamente las fundaciones originales de la ciudad de Maracaibo se organizó un programa de investigaciones arqueológicas conducidas en la parte posterior de la catedral de Maracaibo (Sanoja, 2008: 65-67; 73-81) y el reconocimiento del cordón de dunas  que corre paralelo a la playa del lago, actual Avenida El Milagro, como parte de un seminario de posgrado sobre Arqueología Urbana realizado en el Centro de Estudios Históricos de  la Universidad del Zulia. Ello permitió apreciar que sobre la superficie de  una de aquellas dunas  –con una altura de 4 o 5 metros sobre el nivel del lago-  existió una aldea indígena prehispánica. Sobre el espacio de la misma se levantó posteriormente  el recinto de la ermita o iglesia de la aldea indohispana cuya fachada mira hacia el lago, a unos 15 metros de la orilla del mismo, espacio que habría de devenir en el siglo XVII el asiento de la Catedral de Maracaibo. La ubicación de la ermita y la futura catedral a orillas del lago se explica porque la población indígena mayoritaria habitó hasta el siglo XIX –como se expuso anteriormente- en poblados palafíticos que bordeaban el litoral lacustre.

Las excavaciones arqueológicas en dicha duna, permitieron recuperar a 1.50 m. de profundidad un contexto cultural indohispano, reminiscente de la Fase Siruma o wayúu definida en el sitio arqueológico La Pitía, laguna de Sinamaica (Gallagher, 1976: fig. 53, 199-200), conformado por restos arqueozoológicos de vaquiros (Tayassu sp.), venados (Odocoyleus sp), y diversas especies de bivalvos marinos, fragmentos de alfarería indígena reminiscentes del tipo pintado rayado cruzado  rojo sobre blanco característico de alfarería wayúu, fragmento de un tazón de mayólica sevillana tipo Columbia Plain (siglo XVI), el cuello de una vasija utilitaria pintada con diseños geométricos blanco sobre rojo, de posible origen europeo y fragmentos de alfarería utilitaria criolla. Aunque no se dispone de fechados absolutos, el contexto arqueológico del estrato inferior del sitio sugiere una ocupación humana del siglo XVI, posiblemente una de las viviendas de  la ranchería de Alfinger de 1529. En el estrato superior se recuperaron fragmentos de mayólica Delft Azul Sobre Blanco, Delt Polícromo, loza de orígen sevillano,  poblano y dominicano,  fragmentos de alfarería criolla, fragmentos de caños de arcilla y tejas, los cuales indican un contexto arqueológico posterior de inicios o mediados del siglo XVII (Sanoja et alíi, 2008:73-81).

La fundación definitiva de la ciudad de Maracaibo

La política de los welsares y de los europeos en general, era procurarse un provecho económico rápido para cobrarse las deudas pendientes con la Corona española a través de la búsqueda incesante de oro, la captura de centenares de esclavos (as)  indígenas que luego eran remitidos a Coro para ser vendidos en las Antillas, y defenderse de los ataques  a los pueblos zaparas, aliles y toas para obtener el control del acceso marítimo al lago de Maracaibo. Esta tensión bélica tuvo como consecuencia que los pobladores indios abandonasen  Maracaibo y el litoral del lago y se huyesen hacia las tierras del noroeste marabino que no estaban todavía sometidas al control de los invasores europeos (Urdaneta Quintero et alíi, 2008: 118-119).

Al perder el control de fuerza de trabajo indígena que los mantenía, los invasores welsares tuvieron que abandonar el enclave marabino favoreciendo la reposesión de dicho territorio por sus dueños originarios. Durante los siglos XVI y XVII, los intentos de los españoles se orientaron a retomar el control  tanto del enclave marabino como de la fuerza de trabajo indígena necesaria para la supervivencia de la colonia,  el control de la barra y el canal que da acceso al lago y de las salinas localizadas en dicha zona, así como  la desembocadura del rio Zulia y los puertos fluviales del sur del lago que eran esenciales para mantener abiertas las rutas de comercio con la región andina y el Nuevo Reino de Granada. Ello explicaría la fundación de Nueva Zamora en 1574 por Pedro de Maldonado, fecha a partir de la cual se estabilizó el establecimiento colonial marabino.

La exportación de los productos agrícolas y materias primas extraidas de la región andina, del piedemonte barinés y del merideño-tachirense, particularmente tabaco, trigo, cacao, café,  añil y algodón procedente  de las haciendas trabajadas por esclavos (as) negros (Acosta Saignes, 1984: 19Esc.N), necesitaba la existencia de un puerto seguro en el enclave criollo marabino. Por esta razón, en 1573 se constituyó el primer cabildo de Maracaibo, hecho que legalizó a existencia de la ciudad. Al mismo tiempo, se fundaron asentamientos de esclavos negros en las desembocadura de los ríos Catatumbo y Zulia, puertos para el comercio con la Nueva Granada, en el puerto de Gibraltar, en la desembocadura de los ríos que comunican con la región andina, con el objeto de usarlos como fuerza de trabajo sustituta de los indígenas que combatían la ocupación europea. Ello dio origen a la formación de numerosos cumbes, pueblos de negros cimarrones huidos de la esclavitud a los cuales también se sumaron poblaciones indígenas (Acosta Saignes, 1984: 275).

La actividad productiva de mayor importancia económica del enclave marabino hacia finales del siglo XVI era la ganadería vacuna y caprina, así como la caza de venados (Odocoyleus sp., Mazma Sp.) y pecaríes (Tayassu sp.). Como subproducto de la actividad de caza y ganadería, se desarrolló una importante actividad artesanal para la curtiembre de cueros utilizando para ello la existencia local de  abundantes semillas de dividive (Cesalpinia coriaria) y la producción de sal, para  la producción de cordobanes, suelas y zapatos,  así como tocinos, carne salada, quesos y cebo de ganado, esteras, cordeles y cestas de henea, utilizando para ello la fuerza de trabajo de los indígenas sometidos en las encomiendas, los cuales aportaban además productos de mesa para el mantenimiento de la vida cotidiana de los diferentes componentes de la población marabina.

Posteriormente, a partir del siglo XVII se fueron definiendo las diferentes modalidades de la producción del espacio urbano, partiendo de una primera división social del trabajo; un componente social de base  integrado por indígenas, esclavos (as) negros (as), mestizos (as), un componente intermedio integrado por pequeños comerciantes: bodegueros, buhoneros, criadores,  empleados, posaderos, etc., y el grupo dominante de encomenderos y propietarios españoles o criollos. La actividades artesanales de la curtiembre de cueros originó la existencia de un grupo de trabajadores especializados en la preparación de los cueros de vacuno, cabras, venados y pecaríes, en la recolecta y comercio de las semillas de dividive, la explotación y transporte de la sal  y finalmente el curtido de aquéllos en las tenerías que se ubicaban “…en las inmediaciones de la cañada Morillo,  parroquia actual Los Haticos… parroquia Santa Lucía y  salineras (parroquia San Juan de Dios) (Urdaneta Quintero et alíi, 2008: 128). En el siglo XVII, la ubicación de la fuerza laboral especializada en el espacio urbano marabino se expandió hacia las parroquias de El Saladillo y El Empedrado, donde habitaban particularmente artesanos (as), marineros, personal de servidumbre,  criadores (as) de especies de corral, etc. En las sabanas en torno al enclave urbano maracaibero, se desarrollaron los hatos ganaderos. Podríamos decir que ya se estaba formando la jerarquía social que caracterizó la estructura de la fuerza de trabajo en  el modo de vida capitalista mercantil.

Maracaibo, lugar central del mercado regional del noroeste de Venezuela.

Al igual que en Caracas y en el sistema misional capuchino catalán de Guayaba, Maracaibo era el centro de un sistema de  economía-mundo, es decir un fragmento del mundo económicamente autónomo capaz de proveer la mayoría de sus propias necesidades, una región cuyos vínculos internos y sus procesos de intercambio con el exterior le confieren una cierta unidad orgánica (Braudel, 1992-III 22).

El establecimiento de las rutas de navegación lacustre, utilizando los conocimientos y la tecnología de navegación que poseían de los pueblos indígenas del lago, permitió el transporte de mercancías y personas desde Maracaibo hacia los puertos del sur y del oriente del lago y de vuelta a Maracaibo, utilizando  bongos y piraguas monoxilas cuyas bordas estaban levantadas empleando tablas de madera y dotadas de velas que convertían dichas embarcaciones en especie de falúas o bergantines. En el siglo XVIII, parte del producto total de la economía andina se exportaba a través de Maracaibo, aunque la mayor parte del mismo se consumía localmente. Las ciudades del área andina establecieron  lazos comerciales con otros centros urbanos de Barinas. Guanare y los llanos en general, intercambiando trigo, harina, papas y azúcar por cacao, arroz, tabaco y ganado.La ciudad de Boconó, Trujillo, se desarrolló como un centro comercial, gran productor de trigo y tabaco, y participaba en esta red comercial al mismo tiempo que conformaba un centro proveedor de mercancías que se exportaban a través del Puerto de Maracaibo. Esta red de intercambios no se estableció como consecuencia del desarrollo del régimen colonial, sino que se montó sobre la que ya existía desde los tiempos precoloniales (Sanoja 1969: 40-41; Arellano Moreno 1950: 164, 195-196; Roseberry 1971:60-64). Dicho comercio no solo estimuló el desarrollo de las actividades productivas en la región andina sino también en Maracaibo, patrón de intercambios comerciales que se mantendría inalterado hasta el siglo XX y continúa en el XXI.

El desarrollo de la producción agroexportadora, tanto de la región marabina como la región andina a partir del siglo XVII, permitió la integración económica de los procesos productivos de la cuenca del lago de Maracaibo con otras esferas económicas como Cartagena  y Río Hacha en el noreste de Colombia, Santo Domingo y La Habana en las grandes Antillas  y Veracruz en el caribe mexicano. Santo Domingo y La Habana, formaban parte de los grandes circuitos de comercio transatlántico, tanto de Sevilla como de la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales, en tanto que Veracruz formaba parte de los circuitos comerciales transtlánticos y de los transpacíficos que culminaban en los puertos del occidente de México. Desde la región andina: Carora, Barquisimeto, Trujillo, Barinas, San Cristobal, Merida y Pedraza, de Pamplona, Tunja y Río Hacha  (noreste de la actual Colombia) y del espacio marabino se exportaba particularmente hacia Europa y las Antillas cacao, café, tabaco, añil,  jamones, tocinos, quesos, cueros en bruto, semillas de dividive para el procesamiento de los cueros de res, de cabras y venados, etc., recibiendo a cambio  insumos como el aceite, vinos, harina, telas, herramientas, loza doméstica, cristalería,  velas de cera, etc. Por vía de Curazao, Jamaica y Saint Thomas, otros comerciantes curazoleños  practicaban tanto el contrabando de mercancías como  el odioso tráfico de personas africanas que eran vendidas a los hacendados marabinos y andinos (Aizemberg, 1981; 39-43; Faber, 1998).

El tráfico mercantil a través del lago, convertido en una especie de mar interior, y el floreciente negocio de exportación hizo necesario el establecimiento de oficiales reales para el cobro de diezmos e impuestos de almojarifazgo, convirtiéndose en 1678 en Capital de la Provincia de Maracaibo (Urdaneta Quintero et alíi, 2008: 157-143).


CAPÍTULO 15
Sub-modo de vida 4: la acumulación originaria  de capital en Guayana

Una  estrategia de los capitalistas durante el siglo XVIII, fue la de no tomar a cualquier  posibilidad para invertir y progresar que la vida ofrecía, sino estar siempre alertas, observando los desarrollos de nuevas oportunidades para intervenir en ciertas áreas escogidas,  suficientemente informados y materialmente capaces de escoger su  esfera de acción y crear también una nueva estrategia para mantener su control sobre los hechos cuando cambiasen las circunstancias (Braudel, 1992-2:400), tal como ocurrió en Guayana en el siglo XVIII.

Desde el siglo XVII, la Orden Jesuita había ejercido en exclusividad el control del proceso misional del Orinoco, hegemonía que se mantuvo hasta la llegada de los capuchinos catalanes alrededor de 1724. La entrada de las misiones capuchinas catalanas en el Orinoco causó una agria controversia con  las Jesuítas, la cual se resolvió en 1734 con la firma del acuerdo de La Concordia, mediante el cual se asignaba a los capuchinos catalanes el control de un enorme territorio que se extendía desde el río Caroní hasta el río Esequibo al este y al sur hasta el río Cuyuní.

En las primeras décadas del siglo XVIII, con la instauración de las misiones capuchinas catalanas  se materializó en el Bajo Orinoco la creación de un polo de desarrollo económico de tipo capitalista, con base a la reducción de una numerosa población indígena, mayormente de filiación caribe, en dieciocho pueblos de misión, escalonados entre el río Caroní y el río Esequibo, proyecto que fue abortado entre 1817 y 1818 con la toma de Guayana por las tropas patriotas comandadas por Manuel Piar.

Las misiones capuchinas catalanas, desde su instalación, habian entrado en conflicto con las autoridades coloniales de la Provincia de Guayana y con la clase mantuana que gobernaba la Provincia de Caracas, quienes pretendían que los misioneros se convirtieran en simples curas doctrineros y entregaran las tierras y los indios a los empresarios privados para así mantener su hegemonía política sobre las provincias venezolanas. Los capuchinos catalanes, como veremos, tenían otro proyecto político-económico apoyado por la corona española: la creación de un poderoso enclave de tipo capitalista agro-industrial-comercial basado en el comercio a larga distancia con Barcelona y en general con Europa Occidental, opuesto al de la economía de plantaciones, para así  mantener a raya las aspiraciones autonómicas de los mantuanos del norte de Venezuela. Esta estrategía de la corona es la que parece estar en el fondo del cisma entre las Provincias de Caracas y Guayana y de la guerra que prácticamente se libró entre el norte latifundista y el sur “industrialista” y que  terminó con la toma de Guayana por los patriotas en 1817 (Sanoja y Vargas Arenas, 2005: 331-335; 2007b: 173-177).

Nuestras investigaciones, tanto arqueológicas como documentales, indican que se trataba fundamentalmente de un proyecto político y económico de grandes alcances, más complejo quizás que el de las misiones jesuítas del Paraguay, sustentado ideológicamente en el concepto de Repúblicas de Indios formulado por Bartolomé de Las Casas y fundamentado económicamente en la racionalidad capitalista e integral del siglo XVIII,  basado en la producción agropecuaria, minera y preindustrial.

Para lograr aquellos fines, la Orden Capuchina Catalana dedicó sus esfuerzos  “…a preparar los indios para el futuro, es decir, para que ellos pudiesen valerse y atender a todas sus necesidades.  Así, enviaron religiosos que no eran sacerdotes (laicos, legos?), pero que eran  expertos albañiles, carpinteros, hasta forjadores de hierro…” (Sanoja, 1998: 148).

En el Archivo de las Orden Capuchina Catalana en Sarriá, Cataluña, se nos permitió leer sin tomar notas el manual de formación de los misioneros que eran enviados a Guayana en los siglos XVIII y XIX. Este resumía en unas 200 o 300 páginas el conocimiento técnico actualizado que existía para esa época en los campos de la agrimensura,  la agricultura y la ganadería, la minería, la química y la metalurgia, la alfarería, la arquitectura, la ingeniería, navegación, la administración comercial, la educación, etc. Podríamos decir que el misionero catalán que gestionaba cada una de los dieciocho pueblos misionales y los que conformaban el gobierno administrativo del sistema, llamado La Procura, eran en verdad, más bien expertos gerentes de empresas capitalistas que  misioneros católicos. 

Los indígenas recibían un salario en especies por su trabajo dentro del sistema misional. Podían devengar salarios en moneda cuando trabajaban fuera de la misión, pero  internamente le estaba prohibida la utilización de circulante (Sanoja, 1998; Sanoja y Vargas-Arenas,  2002). La existencia de talleres para la fundición y forja del hierro para manufacturar  lingotes y objetos terminados tales como clavos, hachas, martillos, picos, etc. (Sanoja y Vargas Arenas, 2005: 254, figs.76,77, 78,79, 80, 81, 82 ,83, 84 se complementaba con la de hornos técnicamente muy complejos para fundir el oro (Sanoja, 1998: Fig. 6; Sanoja y Vargas Arenas, 2005: 268-274, figs. 85, 87, 88, 89 y 90). El mineral precioso se encontraba tanto en las vetas de cuarzo de la Misión de Upata, como en las arenas auríferas del río Caroní. Según Carrocera (1979, III: 133), ya para 1793 habrían existido  en las misiones capuchinas catalanas, indígenas especializados en el “decantado y descubrimiento de minas”, las cuales podrían haber sido de oro o de hierro. 

Los cueros, el sebo de ganado y los huesos  producidos por la actividad ganadera en el sistema misional, constituían materias primas importantes para la construcción y la reposición del capital fijo de las industrias y para la manufactura de zapatos que empezaban  a cobrar popularidad en la Europa del siglo XVIII. En el poblado indígena de La Purísima, por otra parte, se llevaba a cabo la producción semi-industrial de ladrillos refractarios utilizados en la construcción y reposición de los hornos siderúrgicos de la época, así como ladrillos, losetas y tejas para la construcción de viviendas y similares, utilizando grandes hornos semisubterráneos de doble cámara, que podían contener hasta 2 o 3 m3 de carga por vez (Sanoja, 1998: 150, Fig. 3; Sanoja y Vargas Arenas, 2005: 247-249; figs.73, 74 y 75).

El dato histórico documental y la arqueología nos revelan también la existencia de importantes almacenes (warehouses) donde se acumulaba la producción de bienes terminados y de materias primas que serían embarcados en los navíos de comercio que remontaban el Orinoco hasta el puerto ubicado en el río Caroní o en la laguna de El Baratillo, Santo Tomé de Guayana. En esta última, las investigaciones arqueológicas han sacado a la luz la existencia de una importante fase de desarrollo urbano coincidente con el auge de las misiones, donde destaca una gran estructura de muros de tapia y pisos enlosetados que parece haber sido uno de los almacenes de la misión descrito en la correspondencia con el superior de la Orden en Sarría, Barcelona (Sanoja, 1998; Alvarado, Águila y Aburto, 1999; Sanoja y Vargas Arenas, 2005: 222; figs.65 y 69).

El registro arqueológico nos indica la importancia que cobró el intercambio comercial de la ciudad de Santo Tomé con los mercaderes extranjeros a partir del siglo XVIII, notándose los siguientes rubros: loza holandesa, loza inglesa, loza poblana, porcelana china, vidrios farmacéuticos,  aceites, vinos y ginebras procedentes de España, Holanda e Inglaterra, pipas de gres para fumar tabaco, de procedencia holandesa, monedas  de plata, etc. (Sanoja y Vargas Arenas, 2005: figs. 68 y 69). Del análisis de la correspondencia en los archivos de la orden en Sarriá, Barcelona, España, se puede inferir que buena parte del comercio de exportación se canalizaba posiblemente vía la Guayana Holandesa o las Antillas Inglesas. Por otra parte, según Brito Figueroa (1978: 219), la Compañía de Barcelona, que manejaba el comercio de exportación-importación en el oriente de Venezuela, constituyó un importante esfuerzo de la burguesía manufacturero-industrial de Cataluña para estimular el comercio de importación-exportación con las provincias españolas de ultramar, particularmente con Santo Domingo, Puerto Rico y las provincias de Cumaná y Guayana.

De acuerdo con Brito Figueroa (1978: 221), hasta 1764 en Cataluña no se fabricaba “una sola vara de tejido de algodón (…) y por el contrario, hacia 1792 (…) hay 91 fábricas y 49 no asociadas que en total concentraban 80.000 trabajadores…” En el mismo período se desarrolló también la industria del cuero en Cataluña, con una capacidad de exportación de setecientos mil pares de zapatos al año.   

Correlativamente, para el año 1797, el valor de los cueros y sebos de ganado que producían—y quizás también exportaban—las misiones capuchinas catalanas de Guayana, ascendían sólo en la Misión de la Purísima, Bajo Caroní, a veinte mil pesos. Para evaluar la importancia  que tuvo  la producción ganadera misional podemos acotar que el total de cabezas de ganado existente en las diferentes misiones capuchinas de Guayana para 1774 se estimaba aproximadamente en más de cien mil (Carrocera, II, 1979: 225), lo cual representaba aproximadamente un capital mínimo de 300. 000 pesos (Sanoja, 1998). Como dato comparativo se puede agregar que para el año 1799, las exportaciones de Cataluña hacia Venezuela totalizaron 5.321.668 reales, de los cuales 345.785 estaban destinados a Guayana y el resto  a Cumaná, puerto de salida o entrada de las mercaderías destinadas a Nueva Barcelona. Lo anterior nos permite inferir que el valor de un solo rubro de la producción anual de una de las misiones capuchinas de Guayana, equivalía, aproximadamente, a un 20% del valor de los bienes importados a Guayana desde Cataluña (Sanoja, 1998: 38).

En los obrajes de las misiones existían máquinas  para desmotar, prensar e hilar el algodón. En relación al número de personas dedicadas a la artesanía textil, la misión de El Palmar puede ser un buen indicador de su importancia. Sólo en este establecimiento, el número de mujeres indígenas que trabajaba en el hilado y el tejido de lienzos de algodón en los obrajes, sumaba alrededor de 417 (Princep, 1975: 7, 22, 23, 24, 26; Sanoja, 1998). Por otro lado, según Vila (1960), otra parte del algodón era llevada a Cumaná y al parecer transformada en hilo que se exportaba posteriormente para uso en las fábricas textiles catalanas.

El desarrollo de serios antagonismos entre el gobierno provincial de Guayana,  los mantuanos  caraqueños que gobernaban la Provincia de Caracas y las Misiones de Guayana desde el mismo siglo XVIII, comenzó a oscurecer el panorama económico y la viabilidad del experimento capitalista emprendido por las misiones capuchinas catalanas. Es muy probable que dicho conflicto de poderes hubiese precipitado la mudanza de la capital de Guayana hacia Angostura, la actual Ciudad Bolívar hacia 1764, para sustraer al gobierno provincial de la poderosa influencia política y económica ejercida por las misiones. Tanto los criollos como los funcionarios coloniales reprochaban a las misiones capuchinas catalanas el no haber entregado las tierras y los indígenas de Guayana a los empresarios privados, constituyendo por el contrario una vasta empresa corporativa agropecuaria, preindustrial y mercantil  de alta rentabilidad,  propiedad del colectivo de la orden (Tavera-Acosta, 1954: 160-164;  Sanoja, 1998; Sanoja y Vargas Arenas, 2005: 295-306).

En el siglo XVIII comenzó lo que denomina Braudel la revolución del algodón, desplazando la lana que había sido desde la antigüedad la fibra por excelencia para la producción de textiles. Debido a su poco peso y  su  alto rendimiento económico, la revolución del algodón se llevó a cabo sin necesidad de mayores invenciones tecnológicas que las ya existentes. Los capitalistas y comerciantes europeos comenzaron a monopolizar las fuentes de producción de algodón y de telas en diversas regiones del mundo para satisfacer el creciente mercado que se estaba creando a nivel mundial (Braudel, 1992-3: 571-574). Para la misma época, las misiones capuchinas catalanas de Guayana habían comenzado a cultivar algodón y a producir telas con diseños seguramente para la exportación, así como también—al parecer—zapatos, cuyo uso comenzaba a masificarse en la sociedad europea (Sanoja, 1997, 1998; Sanoja y Vargas Arenas, 2005: 244-245, 237-238). Dentro del marco agro-pecuario-minero-artesanal que ya existía en Guayana, esa forma de producción preindustrial evidenciaba, por parte de las misiones, un acertado conocimiento de las tendencias del mercado internacional, constituyendo un importante antecedente histórico de la política de sustitución de importaciones propuesta por la teoría del desarrollo de América Latina entre 1960 y 1970. A pesar de la introducción de tecnologías de punta y sistemas de producción avanzados para la época, la imposibilidad de modificar el carácter servil de las relaciones de producción, permitiendo así el surgimiento de una clase de artesanos o pequeños productores libres, impidió cualquier posibilidad futura de cambio social dentro de la extensa población indígena reducida en el ámbito misional (Laclau, 1971, 1974; Stern, 1986; Sanoja y Vargas Arenas, 2005: 299-306).

La élite política caraqueña que asumió el poder en Guayana tras el triunfo patriota en 1823, actuó para revertir el sistema económico de las misiones hacia las formas socioeconómicas  ancien regime  como la hacienda, el latifundio y el hato ganadero. Estas formas socioeconómicas que sólo representaban un crecimiento cuantitativo horizontal, en vez de cualitativo y vertical, no lograron sino aumentar la riqueza personal de los latifundistas y—correlativamente—la pobreza de las poblaciones campesinas indígenas y criollas sometidas al  régimen de trabajo servil. Otras provincias, como las de Coro y Maracaibo, que se unieron con la de Guayana  en contra de la coalición triunfante liderada por la de Caracas,  mantuvieron por el contrario su importancia como centros comerciales menores y  como puntos estratégicos  que definían la periferia de Venezuela (Lombardi, 1976: 65).

Una vez derrotada y ocupada la Provincia de Guayana por el ejército coaligado de la Provincia de Caracas, los ingentes recursos económicos acumulados en los almacenes, hatos y haciendas de las misiones fueron apropiados por los patriotas para financiar los gastos civiles y militares de la República, en tanto que la fuerza de trabajo indígena y los rebaños de caballos, mulas y ganado vacuno fueron incorporados a los inventarios militares del ejército. Los talleres de metalurgia y herrería, de alfarería, los obrajes de tejido y de zapatería, que representaban el inicio de una experiencia agro-industrial-mercantil capitalista, fueron desmantelados entre 1818 y 1824, al igual que la estructura misma de la producción agropecuaria, pasando las misiones a convertirse en hatos de ganado propiedad de triunfantes generales de la República (Sanoja y Vargas Arenas, 2005: 328-337).

Fundación de la ciudad de Angostura

El año de 1762 se ordenó construir una nueva ciudad, Angostura, que serviría como capital de la Provincia de Guayana, desafectando a Santo Tomé que servía desde finales del siglo XVI como capital provincial.  Ésta fue una decisión política que tuvo como finalidad sustraer el gobierno provincial del dominio político y económico de las misiones capuchinas catalanas (Sanoja y Vargas Arenas, 2005: 328). El gobernador Centurión, 1766, uno de los más renombrados, se dedicó a fomentar la construcción y la fortificación de Angostura, creó impuestos de estanco de guarapo, del juego de gallos y otros ramos de rentas que sumaban unos 60.000 pesos, levantó el primer censo de Guayana y una carta corográfica de la provincia, estableciendo relaciones más amigables con el sistema misional de los Capuchinos Catalanes (Tavera Acosta, 1954: 149-164).

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