Sun, 10/30/2011 - 17:46 — tortilla
28 de octubre 2011
http://dizdira.blogspot.com/2011/10/es-imposible-que-santiago-alba-rico-...
Comparto no sé si la indignación, la impotencia o el hastío de muchos amigos frente a los que hemos acordado en llamar ni-nis con motivo del genocidio libio. Ahora que la tragedia parece que ha pasado a convertirse en la infernal rutina de las anteriores víctimas (Palestina, Irak, Afganistán...) la posición de los que clamaban aquello de "ni OTAN ni Gaddafi" ha varíado tan solo porque Gaddafi ya está muerto. Como hizo notar un acertado comentarista, cada vez que los ni-nis ponen en su primer término de la copulativa a la OTAN, el otro término es aniquilado.
La OTAN se encarga siempre de liberar a los ni-nis de su perplejidad electiva.
Lo que ahora renueva nuestra indignación es que, pese a la brutal y ya incontestable evidencia de los hechos, siguen manteniendo una especie de neutralidad frente a la destrucción de Libia, de sus bienes, de sus vidas, de su soberanía. Una neutralidad que es solo neutral en el plano formal, pero que resulta criminalmente tendenciosa en el plano material. La neutralidad ante una situación injusta, no es neutralidad, es injusticia.
Comprendo que esa indignación genuína y que sale del corazón nos haga utilizar la palabra imbécil u otras peores para insultar o para describir a quienes siguen manteniéndose neutrales tras conocer los datos que aportamos quienes hemos defendido la legitimidad del gobierno libio y denunciado con evidencias las mentiras de los medios.
Pero, en efecto, no es necesario insultar. Y no se trata solo de una cuestión de urbanidad. El insulto está de más en casos como éste. Las ruinas de Sirte, los niños muertos por las bombas, los cuerpos ejecutados y linchados sin juicio, la risa de la señora Clinton, son el mejor insulto para los que todavía creen a los propagandistas de los genocidas, en especial a esos que, como Santiago Alba Rico, sedicente marxista y antiimperialista, van vestidos con piel de cordero neutral.
No es la imbecilidad aquí el problema. Un niño de seis años que haya sobrevivido al infierno de Libia lo tiene absolutamente claro. ¿Cómo no lo podría tener claro cualquiera, cómo no lo ha de tener por descontado quien ha escrito magníficos ensayos y libros?
¿Podemos, no ya como insulto, sino como mera descripción clínica, recurrir a la imbecilidad de Alba Rico o a la de los que le dan crédito todavía hoy, con Sirte arrasada hasta los cimientos y el país vendido a las multinacionales? ¿Eran imbéciles los millones de alemanes que, todavía en 1945, creían en la verdad o, al menos, "media verdad" de lo que les decían sus medios de comunicación, los intelectuales que publicaban en ellos sus opiniones?
Yo no sé qué será, pero creo que no es nada relacionado con capacidades intelectuales. A lo mejor es más cuestión de enfermedad moral que de enfermedad intelectual. O, expresado en términos no valorativos, algún recurso inconsciente de supervivencia. No mojarse para sobrevivir. Estar con el fuerte para sobrevivir.
Estos días estoy desolada, pero no ya sólo por la muerte y tortura de Gaddafi, de sus hijos y de tantos libios. Ni siquiera por la destrucción de una sociedad tranquila y próspera, ejemplo y estímulo para la sufriente África. Lo que de verdad me resulta insuperable es que ni siquiera toda esa sangre, todo ese horror sirva para despertar a los que siguen viendo todo gris, a los que (salvo cuando les toca a ellos) siempre creen que el torturado, el desahuciado, el asesinado, también tendrá su parte de culpa. A los que dicen que el débil siempre tendrá un débil por debajo. Con lo cual los débiles quedan igualados a los fuertes en responsabilidad moral.
Maniqueístas, nos llaman. Sí, lo somos. Creemos en que en el mundo hay gente buena y gente mala, explotadores y explotados, opresores y oprimidos, agresores y agredidos, héroes y traidores. La capacidad de percibir los tonos grises no nos impide distinguir que la Libia de Gaddafi era mucho más clara que la de la OTAN.
Hay cerebros muy inteligentes que tienen los ojos y los oídos tapados para lo que es mejor no oír ni ver. Para autocensurarme lo que no conviene a mi bienestar físico y psíquico. ¡Cuánto más agradable es creer lo que nos dicen los medios! ¡O, aun mejor, no creer del todo a nadie, para así quedar siempre a salvo! ¡Qué bien estar a buenas con el Mein Kampf y con el Manifiesto Conmunista! ¡Qué seguridad tan agradable nos produce, como la del inversor en bolsa que no pone todos los huevos en el mismo cesto! Es increíble que Santiago Alba Rico escribiese hace muchos años un magnífico libro contra la mentalidad posmoderna.
Hay quienes valoran -conscientemente o no- su comodidad y supervivencia personales por encima de sus axiomas morales. Esos son los neutrales. Y hay quienes, a pesar de su vida, luchan por lo que creen que es justo, como Gaddafi. Gracias a ellos, todavía hoy los ni-nis viven en un mundo relativamente cómodo. Podrían por lo menos, en el secreto de su corazón, sin que les oiga su Yo interesado y mezquino, agradecer a Dios que todavía vengan al mundo hombres como Muammar.
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