Por Álvaro Cuadra*
Contra muchas de las más recientes encuestas especializadas, Ollanta Humala se ha impuesto sobre la señora Keiko Fujimori como el próximo presidente del Perú. El triunfo del señor Humala es un revés para los sectores conservadores de este país que veían en el apellido Fujimori una garantía del modelo económico neoliberal, más allá de cualquier otra consideración de orden ético cívico. Como en una tragedia que no pudo imaginar Sófocles, la figura espectral del padre nimbó la imagen de su primogénita. No olvidemos que Alberto Fujimori, el ex presidente peruano y padre de la señora Keiko ha sido acusado y condenado por graves crímenes de lesa humanidad y escándalos de corrupción.
La campaña en segunda vuelta ha sido reñida y estrecha, dando cuenta de la actual situación política peruana tensionada por un modelo económico que exhibe cifras tan altas de crecimiento como de desigualdad social. Así, entonces, el candidato electo, señor Humala ha señalado que el principal problema de Perú atiende más bien a perfeccionar la democracia que a reformular el modelo económico vigente. Un discurso que ha sido apoyado por la mayoría del pueblo peruano.
La lucha de la derecha peruana por desacreditar la figura de Ollanta Humala ha sido encarnizada. En una verdadera campaña de terror, se le ha acusado de tener estrechos vínculos con el gobierno de Hugo Chávez en Caracas y de pretender socavar la democracia y el modelo económico en el país. Si bien el candidato Humala es tenido por un nacionalista de izquierdas, hay que decir que su discurso en esta segunda vuelta electoral ha estado matizado más por las demandas sociales que por algunas espinudas cuestiones internacionales.
De hecho, su candidatura se ha mostrado más próxima al Partido de los Trabajadores de Brasil que a otras tendencias de izquierda en la región. Es claro que el presidente Humala traerá aires nuevos al gobierno. Nuevos énfasis en políticas sociales y una nueva sensibilidad de su gobierno hacia las cuestiones regionales. Todo indica que respetará su política de alianzas con sectores de centro moderado, único modo de enfrentar a los sectores de derecha que podrían arrastrar al país a un descalabro económico de destino incierto.
El desafío de Ollanta Humala es mantener el ritmo de crecimiento del Perú, con una consolidación y modernización de las instituciones democráticas, y al mismo tiempo, orientar las políticas públicas hacia mayores grados de equidad. Una tarea nada fácil en un país que comparte con muchas naciones sudamericanas una “institucionalidad democrática de baja intensidad”, caracterizada por el explosivo cocktail de una experiencia reciente de violencia, autoritarismo, corrupción y pobreza extrema. Si bien el contexto geopolítico del próximo gobierno peruano se advierte complejo, con vecinos como Chile y Colombia, no es menos cierto que la proximidad de ese gigante que es Brasil puede fortalecer el proyecto del nuevo gobierno peruano.
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