Por Álvaro Cuadra*
Durante muchos años, se enseñó en las universidades que el concepto de “manipulación” de la información se refería a ciertas acciones de tipo estratégicas tendentes a persuadir o disuadir a determinados públicos, cuyo sello era el tratarse de acciones llevadas a cabo por gobiernos o empresas de manera “consciente” y “encubierta”. La manipulación de públicos a escala mundial es, de hecho, una estrategia en marcha. Dicho de manera brutal: En la era de la “Híper-industria cultural”, todos los habitantes del planeta están expuestos, en mayor o menor medida, a una vasta operación de desinformación.
Los instrumentos privilegiados de esta “manipulación – mundo” están constituidos, por cierto, por las grandes empresas internacionales de la información. Son estas redes de televisión, páginas Web, radio, agencias de prensa y periódicos de gran prestigio y tiraje los que articulan día a día, en tiempo real, la historia oficial de la humanidad. Se trata, desde luego, de todo un sistema complejo cuyos filtros operan desde las naciones más desarrolladas del orbe, pero cuyos ecos resuenan por doquier. Se trata, agreguemos, de un sistema de medios coordinados en red que habla todas las lenguas del planeta. Así, detrás de cada “marca registrada” – BBC, CNN, NBC, FOX y muchas otras –se decide qué es y qué debe ser una “noticia”, qué es lo que tiene derecho a la visibilidad y qué debe permanecer opaco e invisible.
La denuncia al poder de los medios no es nada nuevo. Sin embargo, el actual desarrollo tecnológico ha refinado a tal extremo las posibilidades del montaje que bien podemos definir el siglo XXI como el gran siglo de la mentira. En la actualidad, la capacidad de los medios logra sincronizar el flujo temporal de los acontecimientos “en vivo”, con el flujo temporal de las conciencias alrededor del mundo. Hace algunos años, algunos estudiosos denunciaron la irrupción de una “Cultura Internacional Popular” de la mano de la manipulación publicitaria en un mercado mundial. Ahora, es preciso, denunciar la construcción de un “Imaginario Promedio Mundial”, mediante la manipulación de la información a escala planetaria. Cada acontecimiento es filtrado y puesto en una concatenación de símbolos – audiovisuales o escritos – destinados a construir una red “cuasi racional” de significaciones que son instiladas a los públicos a modo de ficciones verdaderas.
De este modo, cada día de nuestras vidas vemos aquello que se nos hace ver, cada día nos explicamos el mundo según el guión escrito en alguna interesada sala de redacción. Sin embargo, resulta interesante preguntarse por aquellos sucesos que no nos está permitido ver, el resultado atroz de alguna gloriosa incursión militar en nombre de la libertad o la democracia, los cuerpos rotos y quemados de las víctimas, los hombres y mujeres invisibles que flotan en el Mediterráneo porque jamás alcanzaron su sueño, los rostros famélicos de algún villorrio africano, los cadáveres apilados en alguna fosa común, en fin, los lugares convertidos en tierra baldía en nombre del desarrollo económico y la libre empresa. El “Imaginario Promedio Mundial” resulta ser el adormecimiento de toda resistencia moral y cultural frente a la depredación de poderes tan violentos como insaciables. El siglo de la mentira es, paradojalmente, el siglo del “entertainment”, un modo sutil de convertir lo trágico y patético en una cínica comedia.
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