SIN FRONTERAS
María Verónica Martínez
27 de marzo del 2008
Contemplando la belleza de la Bahía de San Francisco, estaba ante un mar de rostros de inmigrantes. Mientras esperábamos ser acomodados en nuestros sitios, comencé a llorar. Hace cinco años solamente, estuve esperando en fila en el mismo lugar, para recibir mi diploma de abogada, sin derramar ni una lágrima. A pesar de que me esforcé tanto para llegar a ese punto: seis años en la universidad; dos años en la especialidad; alrededor de 20 solicitudes para la Facultad de Leyes. Tres años más tarde, finalmente, fui aceptada. Y logré alcanzar mi meta sin derramar ni una lágrima.
El proceso de naturalización es un poco más sencillo que eso: un formulario, como quinientos dólares, huellas digitales, unas cuantas preguntas acerca del gobierno, y una ceremonia de juramentación que dura dos horas aproximadamente. Sin embargo, hubo algo en torno a ella que me hizo llorar. Me pregunté - y todavía me pregunto: ¿serán estas lágrimas de felicidad, tristeza, o ambas cosas?
Uno de los recuerdos que tengo del país donde nací, ocurrió el último día que estuve allí. Me detuve al final de las escaleras que me conducían hacia el avión, y miré hacia atrás para despedirme del terruño natal. Tenía solamente ocho años. Antes de estar expuesta a la guerra, pasé la primera parte de mi niñez corriendo en suaves arenas. Mi padre nos llevaba al mar a mi hermana y a mí, usando neumáticos de llantas como salvavidas. Estoy segura que el agua del mar era solamente de unos cuantos pies de profundidad, pero parecía que flotábamos en un océano sin fondo. Esta es la razón por la que lloré. El mar de rostros de inmigrantes con quienes me puse en fila en un adorable día de primavera, también tenía memorias sin contar, del país donde ellos algún día vivieron y dejaron, pero que todavía aman.
Ahora soy una ciudadana Americana. Por primera vez puedo votar en estas elecciones históricas. Puedo votar por primera vez en mi vida. También por esto lloro.
Soy una inmigrante latinoamericana; sobreviviente de la guerra; antes inmigrante ilegal; una pacifista. Mi historia es una de tantas, pero mía, sin embargo. La historia de un inmigrante está por contarse. Un hombre que cruza la frontera por la noche, silenciosamente, dejando atrás su historia, igual a la niña que aborda el avión, dejándolo todo para nunca regresar a su terruño. Ahora estoy a millas de muchas líneas imaginarias de aquel océano donde alguna vez floté, deseando que las historias sean al fin compartidas con otros, sin temores y sin fronteras.
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Enviado por Marina MoncadaEl proceso de naturalización es un poco más sencillo que eso: un formulario, como quinientos dólares, huellas digitales, unas cuantas preguntas acerca del gobierno, y una ceremonia de juramentación que dura dos horas aproximadamente. Sin embargo, hubo algo en torno a ella que me hizo llorar. Me pregunté - y todavía me pregunto: ¿serán estas lágrimas de felicidad, tristeza, o ambas cosas?
Uno de los recuerdos que tengo del país donde nací, ocurrió el último día que estuve allí. Me detuve al final de las escaleras que me conducían hacia el avión, y miré hacia atrás para despedirme del terruño natal. Tenía solamente ocho años. Antes de estar expuesta a la guerra, pasé la primera parte de mi niñez corriendo en suaves arenas. Mi padre nos llevaba al mar a mi hermana y a mí, usando neumáticos de llantas como salvavidas. Estoy segura que el agua del mar era solamente de unos cuantos pies de profundidad, pero parecía que flotábamos en un océano sin fondo. Esta es la razón por la que lloré. El mar de rostros de inmigrantes con quienes me puse en fila en un adorable día de primavera, también tenía memorias sin contar, del país donde ellos algún día vivieron y dejaron, pero que todavía aman.
Ahora soy una ciudadana Americana. Por primera vez puedo votar en estas elecciones históricas. Puedo votar por primera vez en mi vida. También por esto lloro.
Soy una inmigrante latinoamericana; sobreviviente de la guerra; antes inmigrante ilegal; una pacifista. Mi historia es una de tantas, pero mía, sin embargo. La historia de un inmigrante está por contarse. Un hombre que cruza la frontera por la noche, silenciosamente, dejando atrás su historia, igual a la niña que aborda el avión, dejándolo todo para nunca regresar a su terruño. Ahora estoy a millas de muchas líneas imaginarias de aquel océano donde alguna vez floté, deseando que las historias sean al fin compartidas con otros, sin temores y sin fronteras.
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Muchísimas gracias por la publicación del texto "Sin fronteras" de María Verónica. Se hace un poco difícil identificarse con ciertas situaciones, si uno no las ha vivido. Yo que no solamente soy la madre de la escritora, sino que vine a vivir al extranjero hace muchos años, puedo perfectamente asociar su palabra con mis vivencias.
ResponderEliminarMarina Moncada