Portada de antigua versión de Revista Libre Pensamiento

martes, 15 de febrero de 2011

DESPEDIDA A UN COMPAÑERO DE VERDAD

 DESPEDIDA A UN COMPAÑERO DE VERDAD
Por Rogelio Cedeño Castro


“Cuando quiero llorar no lloro y a veces lloro sin querer” 
Rubén Darío. Prosas Profanas.


I


Hablar de José Roberto Pacheco Aguilar (Granada, Nicaragua 1948- San José Costa Rica 2011) y de su fructífera existencia entre nosotros, constituye una tarea que no puede realizarse, con independencia de los encontrados sentimientos y del dolor que nos embarga en estas horas, desligándolo de la vida de su compañera de mil batallas, la profesora María Elena SalazarAlvarado, para quien van dedicadas estas líneas. A este siempre inquieto einfatigable granadino que me llevó, en horas muy duras de mi existencia, a recorrer hace unos años el puerto de San Carlos de Nicaragua, las Islas de Solentiname, y sobre todo, las calles y los recovecos de la ribera lacustre de su amada y bella, por múltiples motivos, ciudad natal de Granada, de la que puedo decir que me enamoré a mi primera vista, es por ello y por muchas razones, surgidas al calor de una amistad y camaradería, de casi cuatro décadas, que a Roberto lo llevaré siempre en mi memoria y en mi corazón.


II


Aquella tarde de un mes de julio, en horas avanzadas de la tarde, nos encontrábamos en el muelle lacustre del puerto de San Carlos de Nicaragua José Roberto Pacheco Aguilar, José Luis Vega Carballo, su esposa, el que hace memoria de aquellos momentos y un joven argentino que, por azares del destino, se convirtió en un inseparable compañero nuestro durante todo ese viaje lacustre. Mientras nos disponíamos a abordar un pequeño bote de motor para dirigirnos a la Isla Fernanda, del Archipiélago de Solentiname, los cinco observábamos las grises aguas del lago Cocibolca o de Nicaragua, pero sobre todo la manera en que aquellas se agitaban sacudiendo la pequeña embarcación. Los más escépticos acerca de esta etapa del viaje éramos José Luis Vega y yo, dadas nuestras pobres artes natatorias y la poca costumbre de abordar ese tipo de embarcaciones. Es más, me parece recordar que José Luis miraba el bote y me expresaba que no pensaba que tendría gran porvenir en su intento de abordarlo, idea a la que no dejaba de unirme, pero en secreto. Al final y con las primeras sombras de la noche emprendimos el viaje hacia las Islas de Solentiname, en un recorrido que duró más de dos horas.


III

El muelle de Granada aparecía ante nosotros, entre el claroscuro de aquella madrugada y al cabo de doce horas de viaje, en el barco que habíamos abordado al mediodía del día anterior, allá en el puerto de San Carlos, situado en la ribera oriental del lago Cocibolca. Después de un viaje de más de doce horas por aquel inmenso lago, tocando en los puertos de Morrito y San Miguelito del departamento de Río Juan, en el trascurso de una cálida y colorida tarde, pasando luego por la gigantesca Isla de Ometepe, con su activo comercio, lugar en donde el sueño ya nos había vencido, llegábamos a la ciudad de Granada. Así fue como Granada apareció, por primera vez, ante nuestros ojos, a las cinco de la mañana, mientras subíamos al cajón de un camioncito que nos llevó por aquella avenida o calle central, con sus viejas catedrales y casas de hermosas fachadas. Más tarde caminé por el Barrio indígena de Xalteva, baluarte de las tradiciones de los pueblos originarios de este continente y por la calle en que se encuentra ubicada la hermosa casa, adornada con balcones, donde nació nuestro amigo, el inquieto y perspicaz granadino José Roberto Pacheco. Los sabrosos frescos y platillos de toda clase que degustamos juntos en el gigantesco mercado de Granada y el poder a escuchar aquellos músicos, padre e hijo, un niño el segundo de ellos, cantando juntos aquella cumbia chinandegana que escuché, por primera vez, me conmovieron hasta lo más hondo y me acercaron al sentir de los habitantes de Granada, cuya calidez y sentimiento pude apreciar, fueron la nota dominante o leitmotiv de los restantes días de nuestra primera estadía en esa bella ciudad.

IV


Conocí a Roberto, hacia finales de 1973 cuando él había emigrado de Nicaragua después de haber vivido los horrores del terremoto que destruyó a Managua, en diciembre de 1972  y yo, por mi parte, venía de Santiago de Chile, como si fuera un exilado en mi propia tierra de origen, después de sufrir o tratar de soportar las consecuencias del golpe militar con que el general Pinochet y los otros generales pusieron fin a los sueños y esperanzas de aquellos mil días de la Unidad Popular Chilena, un martes 11 de septiembre, de ingrata memoria. Desde entonces una larga amistad nos unió, desde que nos conocimos allá en la sede del Sindicato de Educadores Costarricense (SEC), organización en la que Roberto participó con entusiasmo desde su llegada a Costa Rica y a lo largo de toda su vida como educador en múltiples escuelas del país. Más tarde, y al lado de su compañera de toda una vida, la también educadora María Elena Salazar Alvarado, daría origen al Sindicato Patriótico de la Educación (SINPAE 7 de agosto), en octubre de 1995, una organización que buscaba corregir los yerros de la dirigencia magisterial tradicional, durante la heroica huelga de aquel año con la que los trabajadores de la educación buscaban enmendar las consecuencias de una ley de pensiones (la 7531) que legitimó el saqueo de los fondos de pensiones de los educadores, creados por la ley 2248 de 1958, y dio lugar a grandes injusticias cuyas consecuencias hoy sufren muchos compañeros. Roberto, además de haber trabajado en el cantón de Acosta, durante los primeros años de su vida laboral, fue director de la Escuela España de San José, de la Escuela de la Urbanización León XIII y finalmente se jubiló, hace pocos años siendo,director de la Escuela Félix Arcado Montero de Santo Domingo de Heredia.

V


Este jueves 10 de febrero, después de una larga batalla contra la enfermedad falleció, en su casa de San Pablo de Heredia, mi amigo, compañero de luchas populares y hermano de verdad en las horas más duras y solitarias de la existencia, el profesor José Roberto Pacheco Aguilar, quien dio pruebas de generosidad y amor a sus semejantes poco comunes, en medio de los disvalores imperantes, tan característicos de la larga pesadilla neoliberal que hoy nos abruma y nos asfixia a todos. No he podido dejar de pensar en el dolor que me causaba, desde antes y a lo largo de estos meses, su partida que sabía inevitable. Hoy sólo puedo decir hasta siempre camarada, hombre auténtico y solidario. ¡Seguiremos adelante!

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Firma responsable: Rogelio Cedeño Castro, profesor de la Escuela de Sociología de la UNA y Secretario de Educación del SITUN.

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