OSCAR ARIAS: EL ARTÍFICE DE LA CONTRARREVOLUCIÓN BLANDA.
Por Rogelio Cedeño Castro
Un artículo de gran actualidad
El aspecto que han tomado los acontecimientos en Honduras, cuando ya ha transcurrido un mes desde el golpe militar protagonizado contra el presidente Manuel Zelaya, por parte de un puñado de oligarcas, que controlan buena parte de los poderes formales en la sociedad hondureña, mediante la decisiva acción de la cúpula militar y eclesial, lo mismo que con el no menos importante concurso de la dictadura mediática nacional, regional e internacional a su servicio, no puede ser más inquietante, dado el papel legitimador de los actos de esa gorilada, en contra de la constitución y la institucionalidad de esa nación hermana, que viene jugando el actual presidente de Costa Rica, al querer mediante la llamada Declaración de San José, darle apariencia legal y democrática, a un acto que arrancó con suma violencia y cinismo, el que ahora amenaza con convertirse en un baño de sangre, capaz de envolver a todo el istmo centroamericano, tal y como sucedió durante la guerra civil regional, de los años setenta y ochenta del siglo anterior. En vez de contribuir al cumplimiento de las resoluciones de la comunidad internacional en repudio del golpe de Estado y la represión que sufren el pueblo de Honduras y las organizaciones populares, con toque de queda, silenciamiento de medios de comunicación y hasta muertos, heridos y desparecidos, el actual presidente de Costa Rica vuelve a sus no tan viejas prácticas, para acudir en auxilio de los golpistas y sus aliados regionales.
Sucede entonces, que al igual que lo acaecido, durante la segunda mitad de los años ochenta, el papel de Oscar Arias Sánchez, en su calidad de presidente de Costa Rica, continúa siendo el de savalguardar los intereses geoestratégicos del imperialismo norteamericano, los de las timoratas oligarquías centroamericanas y sobre todo, los de unas cuantas empresas transnacionales, principalmente estadounidenses. En nuestro libro, publicado recientemente, bajo el título de La Desmovilización Militar en América Central (Dice Libros editores, San José Costa Rica, 2008) habíamos destacado la manera como Oscar Arias se encargó, durante aquel convulso período de la historia reciente del istmo centroamericano, de servir a la contrarrevolución regional, dentro lo que nosotros calificamos como la opción de una contrarrevolución blanda, que permitiera descartar la acción militar directa del imperio, por entonces inmerso en los escándalos del llamado affaire Iran-Contras y el uso de los dineros del narcotráfico para apoyar a la contrarrevolución nicaragüense. En uno de los apartados o capítulos de dicho libro destacamos que: Desde el gobierno de Costa Rica se dio impulso a una fórmula política que no figuraba en la agenda de Washington, a la cual algunos analistas (bastante minoritarios, por cierto) calificarían como la puesta en marcha de lo que, a la larga podría ser llamado una “contrarrevolución blanda”, con la cual se conseguirían los mismos objetivos de la Casa Blanca, pero empleando medios diferentes a los priorizados por esta última (op. Cit p.114). De esta manera, la paz centroamericana de los noventa se convirtió en una paz imperial, en una especie de paz de los cementerios, caracterizada por la impunidad hacia los crímenes cometidos por las goriladas y los cuerpos represivos, a partir de la cual fue imposible superar las causas del anterior conflicto armado, al mismo que tiempo que quedaron sembradas las semillas para encubrir uno nuevo, al frustrarse la revolución centroamericana y mantenerse intactos los privilegios de las oligarquías regionales.
Con el golpe de estado del 28 de junio, recién pasado, en la vecina Honduras, sus protagonistas, jugando al aprendiz de brujo, han abierto las compuertas a una nueva situación revolucionaria que podría extenderse por todo el istmo, o su defecto, de prosperar los proyectos totalitarios de la derecha regional e imperial, la institucionalidad democrática centroamericana perecería bajo el nuevo embate fascista. El efecto dominó de que hablábamos en nuestras Diez tesis sobre el golpe militar en Honduras (Ver la tesis número cuatro, del mencionado documento) se ha convertido en una amenaza para los países vecinos, tales como Guatemala, Nicaragua y El Salvador que ven comprometidos, de manera seria, los tímidos avances democráticos que habían alcanzado durante los últimos años. En otras palabras, las ténues conquistas democrático-burguesas alcanzadas al cabo de la guerra civil centroamericana, de los años setenta y ochenta, la que por otra parte dejó intacta la dominación oligárquica en la región, tal y como lo destacó Alain Rouquié, prestigioso académico galo, quien ocupaba la Embajada de Francia en El Salvador, durante los años ochenta, en su fascinante y detallado libro sobre el conflicto armado en el istmo, se vendrían al suelo como un gigantesco castillo de naipes, para entrar de nuevo en larga noche de la dictaduras militares y los cuartelazos, siempre en defensa de los intereses de unas cuantas familias y de un imperio interesado en mantener a la América Central como su patio trasero (backyard).
A pesar de los elementos negativos, que han aflorado en esta coyuntura, pensamos que a partir de la gigantesca y ejemplar movilización del vasto movimiento popular hondureño en defensa de la institucionalidad democrática, ha surgido una fuerza política y social con una alta dosis de legitimidad, a la que hemos venido calificando como el zelayismo (Ver nuestra quinta tesis sobre el golpe militar en Honduras).
La asonada fascista, con la complicidad más que evidente de Oscar Arias, el viejo artífice de la contrarrevolución blanda en la región, quien busca limarle las uñas a los nuevos gorilas, se encontrará de frente con un hecho incontrastable: la naturaleza espúrea de cualquier torneo electoral como el programado, para el mes de noviembre próximo, si no torna parte en el, ese zelayismo que los golpistas han contribuido a conformar, con su candidato o su candidata presidencial. Por cierto que se habla de la candidatura presidencial por el zelayismo, de Patricia Rodas, la ministra de relaciones exteriores del legítimo gobierno de Honduras, el que preside Manuel Zelaya, desde luego.
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Rogelio Cedeño Castro, profesor de la Escuela de Sociología de la UNA (Universidad Nacional de Heredia, Costa Rica).
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