Ecuador bajo amenaza
Ecuador ha sido el escenario de una sublevación destinada a poner término al gobierno democrático de Rafael Correa. Nada nuevo en América Latina donde, a pesar de todos los mecanismos creados por organismos supranacionales, la peste golpista sigue presente entre nosotros. Hace pocos meses asistimos atónitos al lamentable espectáculo protagonizado por los uniformados en Honduras que lograron deponer al legítimo presidente de aquella nación centroamericana. En pocas palabras, el peligro de golpes militares en nuestra América es una realidad histórica presente. La cuestión política que se plantea es clara: cómo conjurar la amenaza militar latente en muchos países de la región.
Muchos analistas coinciden en que este tipo de “eventos recurrentes” muestran un débil desarrollo de la institucionalidad democrática en los países latinoamericanos. Esta debilidad se manifiesta de diversos modos, una institucionalidad corrupta y controlada por narco-poderes como en México, o como una democracia de “seguridad nacional” como el caso prototípico de Chile que sigue bajo la misma constitución creada por Pinochet. Lo cierto es que la democracia en América Latina es más una cuestión formal que una realidad social tangible.
El hecho brutal de que los procesos democratizadores no incluyan a las propias fuerzas armadas y que nuestros países sigan embarcados en una insensata carrera armamentista muestra los límites de las democracias de la mayoría de los países de nuestra región. El riesgo de aventuras militares no ha sido extirpado de este continente en cuanto las elites económicas y sociales sientan que cualquier proceso democratizador pone en peligro sus privilegios. El riesgo de aventuras militares no será conjurado en nuestras sociedades mientras las mismas estructuras militares sigan impunes e intocadas en democracias de baja intensidad. Si bien es cierto que organismos regionales como Unasur han rechazado por completo la aventura golpista en Ecuador y Honduras, no es menos cierto que su peso político se relativiza a la hora de encontrar salidas a las crisis. De hecho, frente a los golpistas hondureños, el papel de la OEA fue, por decir lo menos, bochornoso.
El presidente ecuatoriano ha salido fortalecido de este triste episodio, su figura internacional es aquella de un mandatario democrático, patriota, digno y valiente, capaz de encarnar los anhelos mayoritarios de su pueblo. Sin embargo, es evidente que la democracia del Ecuador ha resultado damnificada. Es claro que la amenaza militar frente a su gobierno sigue latente y exige medidas políticas de corto y mediano plazo para salvaguardar el proceso democratizador en que está empeñado por voluntad de su pueblo. América Latina no necesita acumular mártires en nombre de la justicia social, lo que requiere con urgencia es realizar los reclamos y anhelos de dignidad de nuestros pueblos mestizos.
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