Raul Ismán
Agosto de 2010
No sólo por su estilo prepotente y rapaz el águila es la representación simbólica y gráfica del imperialismo. Es que la violencia es su modo natural de existencia; en lo interno y en lo externo, con(tra) los hombres y por la destrucción de la naturaleza. La guerra- desarrollada en todas sus formas, aún en las inimaginables- es el único modo en que puede dinamizar su economía depredatoria y sostener su dominio sobre los pueblos y naciones. Veamos algunos ejemplos: en su voracidad por alimentar con petróleo las insaciables bocas de sus máquinas y perforando la corteza terrestre sub-acuática se produjo uno de los accidentes ecológicos más graves de toda la historia, si no el peor. Las consecuencias aún no pueden mensurarse adecuadamente; pero no es ocioso apuntar que en todo serán comparables con una guerra terriblemente destructiva. Franjas enteras de la producción en los propios E.E.U.U. destruidas, catástrofes climáticas en regiones muy lejanas, muerte por doquier, naturalezas muertas y no nos referimos a obras pictóricas son algunos de los resultados que ya se verifican.
Tras los tanques que empiezan las tareas, los grandes massmedia globalizados, vienen los marines a completar la labor de sujeción, cuando “la prensa libre” resulta insuficiente. ¿Será para impulsar el multiculturalismo que los E.E.U.U. mantienen bases y tropas operantes en Haití, Panamá, Costa Rica, Méjico, Colombia, Perú, por citar sólo los territorios latinoamericanos? Como dijera oportunamente el líder de ls revolución bolivariana no tendríamos problema alguno con el país fundado por George Washington si ellos no nos invadiesen, no fomentasen los golpes de estado, no llenasen nuestros medios de comunicación con su discurso embustero o no nos llenasen de iglesias conservadoras y espías disfrazados de O.N.G.
Si trazamos un mapa veremos indudablemente que los principales focos de intervención de los E.E.U.U. se hallan originados en la necesidad de apoderarse de recursos naturales. Por ello no puede sorprender que la última de sus amenazas se dirigiese contra la revolución bolivariana, utilizando para ello al peón colombiano, verdadera Malinche de la posmodernidad. El oro negro que el comandante Chávez supo reconquistar en favor de su pueblo y su patria atrae como imán a los buitres imperialistas. Observese que existe una perfecta simetría y correlación entre destruir la naturaleza para extraer petróleo (Golfo de Méjico) y guerrear en sitios muy lejanos (Irak), que le dan congruencia a la política imperial. Pero la rapiña no es la única motivación. A despecho de los dichos de una dirigente opositora argentina- que tiene hacia los E.E.U.U. la misma actitud que cierta Mónica con un ex presidente de ese país- el fogonero de la hipotética y no declarada guerra de Colombia contra Venezuela no es la cuna de la revolución bolivariana: en realidad se trata del imperio del norte que busca desarticular la creciente unidad latinoamericana por la segunda independencia. La Patria de Bolívar por su peso político y recursos es decisiva en la articulación del bloque popular. Las amenazas de guerra procuran- en su hipótesis de mínima- debilitar y desestabilizar. De máxima: tumbar el magnífico proceso de transformaciones conducido por el comandante Hugo Rafael Chávez Frías y que se proyecta hacia otros países mediante el A.L.B.A.. El éxito de los planes imperialistas no afecta sólo al pueblo venezolano. El retroceso lo vivirá toda nuestra América. En defensa de la independencia de esta parte del mundo todos tenemos algo que aportar. Los movimientos sociales los pueblos en general y los gobiernos menos comprometidos con la barbarie imperialista tienen la palabra. Y si es necesario, la acción.
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