Portada de antigua versión de Revista Libre Pensamiento

lunes, 9 de agosto de 2010

DEL CAPITALISMO AL SOCIALISMO DEL SIGLO XXI., (Incluye hasta el tercer capítulo

 DEL CAPITALISMO AL SOCIALISMO DEL SIGLO XXI.
Perspectiva desde la antropología crítica.
(Primera y Segunda entregas)
Mario Sanoja Obediente



Caracas. 2009

A Iraida, mi compañera de vida y de lucha


Índice

PREÁMBULO……………………………………………………………7

PARTE 1:

CRITICA DEL PARADIGMA OCCIDENTAL DEL PROGRESO.

CAPÍTULO 1. El ideal del progreso y la civilización occidental…………24

CAPÍTULO 2. Civilización y Procesos Civilizadores……………………..33

Evolución Cultural, Progreso y Civilización ............................................36

El Paradigma Civilizador de Occidente y las Raíces del Capitalismo… 38

El Capitalismo Mercantil …………………………………………… …56

CAPITULO 3. El Materialismo Histórico y el Paradigma Occidental del Progreso...........................................................................................................64

El Modo de Producción Asiático: otra expresión del clasismo inicial.......... 71

La diversidad cultural de las sociedades clasistas iniciales o asiáticas y las vías hacia el capitalismo y el socialismo.................................................................74

De los pueblos pastores de Eurasia a la Revolución Soviética....................... 74

Mesopotamia, Irak, Turquía.............................................................................79

Egipto y el Mahgreb, las sociedades africanas y el Islam................................82

La India y Pakistan...........................................................................................87

China................................................................................................................90

Japón................................................................................................................93



PARTE 2: CRÍTICA DEL PARADIGMA CIVILIZADOR Y DE LOS PROCESOS CIVILIZADORES AMERICANOS.

CAPÍTULO 4. El paradigma civilizador americano y la Arqueología Social

La civilización suramericana caribeña: procesos civilizadores del Atlántico y el Pacífico..............................................................................................93.

El proceso civilizador clasista andino-pacífico.........................................94

El proceso civilizador amazónico- orinoquense.…………………..…….95

El proceso civilizador caribeño…………… ...........................................101

La civilización norteamericana.

El proceso civilizador clasista mesoamericano…..……………………...102

El proceso civilizador de la costa este de Estados Unidos........................105

El proceso civilizador del suroeste de los Estados Unidos.......................107

El proceso civilizador de la costa noroeste de los Estados Unidos y Canadá

....................................................................................................................107

¿Centroamérica, proceso civilizador autónomo?...........................................108

La imposición forzada del capitalismo……………………………..……109

La Civilización Latinoamericana o Nuestra América...............................111

¿Feudalismo en América?..........................................................................113

El pasado y la interpretación revolucionaria del presente: la arqueología social………..........................................................................................…117

PARTE 3:

PRÁCTICA PARA LA CONSTRUCCIÓN DEL MODO DE VIDA SOCIALISTA.

CAPÍTULO 5. Estrategia para llegar al Socialismo.....................................128

La abolición de la propiedad burguesa…......................................................134

CAPÍTULO 6. El método nacionalista revolucionario para construir el socialismo

El Estado como práctica socialista.................................................................140

Definición del modelo nacionalista revolucionario…………………….......151

La política cultura socialista: método ideológico para el cambio revolucionario................................................................................................152

El Estad como praxis antiimperialista: motor del desarrollo revolucionario.157

Los estados nacionales de nuevo tipo............................................................158

CAPÍTULO 7. El Neoevolucionismo y la energía: legitimación ideológica del colonialismo...................................................................................................165

CAPITULO 8.Desarrollo socialista vs. Subdesarrollo Capitalista………....169

CAPÍTULO 9. Condiciones necesarias para construir la democracia socialista

La crisis del marxismo en Europa……………………............……………..177

La emergencia del marxismo en Nuestra América…………………............185

BIBLIOGRAFÍA CITADA……………………………………...........……195

Ilustraciones.

Fig 1: Posible moneda en bronce en forma de piel de ganado, 2000 a.C........62

Fig. 2. Cuadro cronológico comprarativo; orígen del calcolítico en la región atlantico.mediterranea (Andalusia)..................................................................62

Fig. 3: bases de la formación mercantil europea.............................................64

Fig.4: Juguetes medoamericanos con ruedas............................................... 109

Fig. 5:expansión del capitalismo mercantil hacia America. Siglo XVI.........148

Fig.6: El Imperio Capitalista: siglo XXI........................................................199

Fig.7: el antiimperio: alianzas energéticas del siglo XXI..............................200




PREÁMBULO

I

El desarrollo histórico de los países de Nuestra América refleja los procesos socioculturales generales que han afectado y afectan el desarrollo general de la sociedad humana. La expresión de los mismos, sin embargo, asume formas particulares que reflejan la diversidad histórica de la región. Por esa razón, cuando queremos analizar como ahora las transiciones del capitalismo al socialismo del siglo XXI, consideramos necesario desarrollar, desde la perspectiva de la antropología crítica, una comprensión teóricamente bien informada sobre los procesos históricos particulares que determinaron la formación de la cultura de los pueblos y las naciones en el Viejo Mundo y en Nuestra América.

Como ya ha sido expuesto en torno a este tópico por el filósofo Vega Cantor (2007: 13):


“…pretender analizar los fenómenos culturales como si no tuvieran nexos materiales es una quimera reaccionaria, y más en un continente como el latinoamericano tan lleno de problemas y dificultades de tipo material, como la pobreza, la desnutrición, la enfermedad y el desempleo...”


Esta exigencia tiene muchas implicaciones importantes para la antropología crìtica: la necesidad de desmontar los mitos construidos por el positivismo y el neopositivismo sobre la historia de la humanidad, el origen de la cultura y los procesos culturales e históricos de la llamada civilización occidental, entre ellos el llamado eurocentrismo, los cuales no han servido sino para encubrir la acción genocida y rapaz del capitalismo. Este sistema económico ha sido útil para tratar de consolidar la hegemonía mundial de las naciones de Europa Occidental y los Estados Unido, así como la de Japón y ahora la de Israel, a costa de la pobreza y la miseria de los paises y sociedades que -hasta ahora- hemos estado sometidos a su violencia cultural, económica, mediática y militar (Patterson, 1997; Amín, 1989).


El discurso de la globalización que enmascara esta nueva fase colonial del capitalismo occidental, atenta contra la viabilidad de las naciones y el nacionalismo, contra las culturas nacionales y particularmente contra los esfuerzos de las mismas, como es el caso de UNASUR y el Banco del Sur, para constituirse en bloques de poder alternativos al Grupo de los Ocho países capitalistas centrales. Es preciso, por tanto, que reivindiquemos el nacionalismo de izquierda como estrategia de resistencia y como arma ideológica revolucionaria para nuestras luchas nacionales e antiimperialistas a partir de territorios claramente definidos (Vargas Arenas y Sanoja, 2005; Sanoja y Vargas Arenas, 2005ª, 2008; Vargas Arenas, 2007a; Vega Cantor, 2008: 203).


Para contribuir al logro de aquellos objetivos, los análisis arqueológicos y antropológicos críticos deben tener como referencia espacial, no solamente los límites de los actuales Estados nacionales, sino la latitud de las regiones geohistóricas que se han venido estructurando desde hace milenios y han culminado, en unestro caso particular, con la formación de bloques políticos y económicos concretos en Suramérica, el Caribe y Centroamérica. Con base a estos estudios, la comprensión tanto de los procesos sociohistóricos originarios que han llevado a la formación de nuestras civilizaciones y procesos civilizadores como a las naciones y las modernas comunidades de Estados nacionales en proceso deberían ser el referente para investigar los procesos políticos contemporáneos


Como explicaremos en el curso de la presente obra, nuestra propuesta se apoya en la idea de los clásicos del marxismo de considerar el socialismo como una formación social cuyo sistema económico y social se concreta con la creación de una cultura de la solidaridad social en los pueblos. Ésta tendría como meta la eliminación de su opuesto, la cultura de la injusticia, la pobreza y la desigualdad social que caracteriza el sistema económico social de la formación capitalista. Desarrollaremos también el tema de los orígenes remotos del capitalismo cuyas raíces históricas, de acuerdo con los estudios de la arqueología y la etnología se hallarían en Europa occidental, representados por diversos procesos culturales civilizadores originarios que dieron nacimiento a la llamada civilización occidental y a su expresión socioeconómica: el capitalismo. De la misma manera, analizaremos los diversos procesos culturales civilizadores y los modos de vida originarios de la civilización suramericana caribeña que continúan influyendo en los procesos históricos actuales de los pueblos o grupos de ellos que la integran, los cuales serían el fundamento histórico y cultural del socialismo del siglo XXI.


Siguiendo esta línea de pensamiento, trataremos también de sistematizar, desde la perspectiva de la antropológica crítica, la explicación de otro paradigma del desarrollo social alternativo al de la civilización occidental, el denominado por Marx como modo de producción asiático, para que dicha discusión nos ayude a entender el surgimiento de los socialismos del siglo XXI en Nuestra América y a sustentar una propuesta teórico-metodológica particular para la construcción de un modo de vida socialista venezolano. Dicho modo de vida debería representar la transformación revolucionaria de las condiciones de dependencia económica y política, y la ruptura definitiva con la desigualdad y la injusticia social de cinco siglos de dominio colonial y neocolonial del imperio que es expresión de la civilización occidental europea y estadounidense.


La fuente de nuestra inspiración son los logros de la revolución bolivariana misma, la realización concreta de los objetivos sociales y políticos que se llevan a cabo en Venezuela bajo la dirección de nuestro Presidente Hugo Chávez Frías. Analizados desde nuestra perspectiva y de nuestra experiencia como investigador en antropología, no podemos menos que hacer honor al pensamiento revolucionario y la voluntad nacionalista del actual líder venezolano, carismático y brillante, quien ha logrado enrumbar nuestro pueblo hacia un destino soberano, socialista, democrático y participativo.

II

El interés por escribir este ensayo comenzó en Julio de 2007. La Universidad de los Andes, Venezuela, me invitó en aquella fecha para dar la clase magistral inaugural del curso de Doctorado en Antropología, del cual he sido también profesor, por lo cual me pareció importante dar a los estudiantes mi visión como antropólogo del interesante proceso de liberación nacional que vive hoy nuestro país y en general casi todos los países de Nuestra América, como nos denominó José Martí, el apóstol bolivariano de la independencia de Cuba.


Ya habíamos escrito en años anteriores un trabajo académico sobre el tema del evolucionismo y el neo-evolucionismo (Sanoja, 1987), pero no fue sino a partir de nuestras reflexiones conjuntas con Iraida Vargas-Arenas sobre el tema de la Revolución Bolivariana y el Humanismo Socialista del Siglo XXI, (Sanoja y Vargas-Arenas 2008), cuando consideré armar una propuesta teórica que permitiese ubicar nuestra experiencia revolucionaria venezolana dentro del ámbito de la historia de las ideas y –sobre todo- resaltar su importancia como referencia para los procesos de liberación nacional emprendidos por otros pueblos de Nuestra América.


Aquella reflexión cobraba particular importancia en este momento cuando los pueblos de la América Meridional, como los llamó Simón Bolívar, estamos viviendo uno de los momentos más trascendentes de nuestra historia, librando el combate por obtener nuestra definitiva independencia política, cultural y económica del Imperio Angloamericano que hoy, Enero de 2009, parece vivir su fase terminal. Por esa razón, creimos necesario ampliar dicho texto y escribir este ensayo. En él comenzamos por este preámbulo que recoge la propuesta general y -como exponemos en los capítulos 1 y 2- continuamos haciendo la crítica del concepto del Progreso y analizando las raíces remotas del capitalismo, partiendo del conjunto de proceso civilizadores culturales originarios de la cultura neolítica europea una civilización, sobre cuyos hombros surgió finalmente en el siglo XVI una formación capitalista, cuyo sistema económico-social se impuso a la fuerza -a partir de entonces- sobre las civilizaciones originarias americanas, asiaticas y africanas. Desde ese momento comienza a forjarse la relación de dependencia –cultural, política, económica, y tecnológica- de los pueblos de Nuestra América con el llamado Primer Mundo, lo que denomina Dussel (1998)el segundo paradigma de la modernidad, por lo cual creemos necesario hacer la crítica histórica de la teoría de la Evolución Cultural y del Progreso que son la justificación ideológica del proyecto mundial de dominación hegemónico capitalista, tema que ha sido analizado in extenso por el antropólogo mexicano Héctor Díaz Polanco (1989).


Nuestra toma de posición teórica alude igualmente al debate existente entre los antropólog@s e historiador@s modernistas formalistas quienes sostienen que los análisis económicos modernos son aplicables a la economía antigua, y los llamados primitivistas sustantivistas, quienes niegan la importancia de las relaciones de mercado, la acumulación orginaria de capitales y el comercio a larga distancia en el mundo antiguo ( Burling, 1976; Polanyi 1976; Kaplan 1976; Godelier 1976; Eden y Kohl, 1993; Frank, 1993: 385). Como veremos en el desarrollo de nuestra propuesta en los capítulos que siguen, nuestra posición como antropólogo marxista o que pretende serlo, se apoya en los conceptos elaborados por Marx, todavia en proceso de desarrollo, de modo de producción y formación económica y social, así como en los de modo de vida y modo de trabajo propuestos por Vargas-Arenas (1990). Como hemos analizado en trabajos precedentes (Sanoja y Vargas-Arenas, 2000), existe abundante evidencia publicada sobre la acumulación originaria tanto de capital expresado en fuerza de trabajo como de capital expresado en bienes materiales en las sociedades precapitalistas de Nuestra América que permiten substanciar el debate científico al respecto.

III

Hacer la crítica de la teoría del Evolucionismo Cultural, implica también hacer la crítica de los conceptos fundamentales que soportan el paradigma de la modernidad: el Progreso y la Civilización. Hemos creído relevante discutir el tema de las civilizaciones originarias americanas, ya que no podemos hablar de la soberanía de nuestros pueblos si no damos cuenta primero de las causas de su singularidad histórica. Hemos utilizado igualmente el concepto de proceso civilizador, emitido originalmente por el famoso antropólogo brasileño Darcy Ribeiro, porque permite establecer el flujo dialéctico de los procesos originarios tanto culturales identitarios como nacionales que confluyen para constituir la especificidad de los pueblos de Nuestra América, frente a las tendencias globalizadoras neoliberales que intentan desdibujar nuestra presencia en el escenario mundial.


No es nuestra intención introducirnos en un debate profundo sobre las tesis de la dependencia y el subdesarrollo en Nuestra América. Para los fines de la presente discusión, tratamos de centrarnos en el concepto de relación centro-periferia existente entre el núcleo de países capitalistas desarrollados y los menos desarrollados, sujeto que ha sido debatido y analizado in extenso –a nuestro juicio- en obras capitales como The Modern World System: Capitalist Agriculture and the Origins of the European World Economy in the Sixteenth Century, por Immanuel Wallerstein (1974), y Civilization & Capitalism. 15th-18th Century, por Fernand Braudel (1992). De la misma manera tratamos de analizar la terrible consecuencia que ha tenido y tiene dicha relación centro-periferia apoyándonos en las numerosas y profundas reflexiones que sobre el tema han elaborado divers@s científic@s sociales en muchas partes del mundo entre los cuales destacamos particularmente dos extraordinarios ensayos seminales: Las Venas Abiertas de América Latina (1973) de Eduardo Galeano, libro que sacudió la conciencia de nuestra generación al demostrar como Nuestra América era para el capitalismo simplemente el objeto de la explotación, el medio de producción y reproducción del sistema, y América Nuestra, Integración y Revolución (2007) de Luís Britto García, uno de los análisis más sólidos sobre la realidad contemporánea de Nuestramérica y el Caribe.


Nuestro ensayo, de manera muy modesta, intenta --en su primera parte-- discutir la forma cómo una escuela de pensamiento sobre la naturaleza y origen de la Cultura, el Evolucionismo Cultural, representa en verdad la ideología de la modernidad que ha intentado legitimar la relación desigual, colonial existente entre el núcleo de países desarrollados y los nuestros. En el siglo XVI, según Stern (1988), Europa resolvió la crisis general causada por el colapso del Feudalismo gracias particularmente a su expansión colonial hacia Nuestra América, lo cual le permitió constituir una economía mundo capitalista y consolidar el núcleo duro de la misma: un sistema político absolutista, un sistema productivo empresarial y una fuerza de trabajo asalariada local, hiper explotada, en los campos de la agricultura, la ganadería y la industria, mientras que explotaba también los pueblos de la periferia, Nuestra América y Europa Oriental mediante procesos de trabajo esclavistas o serviles –cuya eficacia había sido probada en Europa Occidental desde la Antigüedad Clásica- para aumentar la producción de tejidos de lana y algodón, bienes de consumo directo, cereales, azúcar, café, cacao, maderas, hierro, carbón, metales preciosos, etc. España y Portugal en particular, fungían como un eslabón intermedio para succionar los recursos primarios producidos en las regiones de Nuestra América, Asia y África para enviarlos luego al resto de Europa.


Aquella relación comercial parasitaria de las metrópolis con sus satélites de la periferia meridional, y con la periferia nuestramericana, asiática y africana, permitió a los imperios europeos extraer de nuestros pueblos todas las riquezas y recursos posibles:


“...Solamente entre 1503 y 1660, llegaron al puerto de San Lúcar de Barrameda 185.000 kilos de oro y 16 millones de kilos de plata. La plata transportada a España en poco más de siglo y medio, excedía tres veces las reservas europeas... Con estas magnitudes colosales arranca la acumulación primitiva de capital en Europa... Al nuevo Mundo solo le quedan socavones de minas vacías, osamentas de millones de seres sacrificados a la minería y a la agricultura de plantación... Medio milenio después, todavía la producción esencial de América es de “materias primas”...” (Britto García, 2007: 77).


Gracias a esta explotación inmisericorde de nuestros recursos logró Europa, pues, consolidar un proceso regional de acumulación originaria de capitales, el cual le facultó -en términos de cultura, ciencia y tecnología- para ponerse a la cabeza del resto de los pueblos que colonizaban y expoliaban. En el caso particular de Nuestra América, los enclaves coloniales locales constituidos por las oligarquías criollas mercantilistas se modernizaron también cultural, tecnológica y económicamente, según los valores capitalistas europeos, para dirigir y apropiar su parte del proceso de explotación de las clases medias y las mayorías pobres de Nuestra América. Estas oligarquías siguen conformando hoy día la principal causa histórica del atraso y la pobreza de Nuestra América, en lo que diversos autores han denominado como “relaciones de producción feudales” (Laclau, 1971).


A diferencia de la colonización española y portuguesa de Nuestra América, llevada a cabo mayormente por individuos aislados, la colonización inglesa y europea en general de los actuales Estados Unidos significó, no solamente una transferencia organizada de poblaciones completas, sino también de tecnologías productivas industrialistas y agrarias que eran entonces de última generación. Estas poblaciones europeas transplantadas exterminaron casi completamente a los pueblos americanos originarios e introdujeron una masa considerable de esclavos africanos (al igual que hacen hoy día con los inmigrantes llamados hispanos) para llevar a cabo los trabajos serviles, sobre todo en la agroindustria del algodón, que la sociedad capitalista angloamericana necesitaba para proyectar su desarrollo como potencia capitalista. Ello produjo la formación de un nuevo proceso civilizador capitalista más dinámico y moderno el cual, en el siglo XIX, comenzó a competir con el proceso civilizador capitalista europeo originario hasta finalmente dominarlo y absorberlo en el siglo XX, conformando así la fase hegemónica mundial del llamado Imperio o Civilización Occidental (Sanoja y Vargas-Arenas, 2005: 19-25).


Recapitulando sobre lo anterior vemos, a partir del siglo XVI, que la expansión geográfica del capitalismo mercantil fuera de Europa Occidental se tradujo en la conquista, subordinación y sojuzgamiento de poblaciones humanas que habían vivido por milenios, libres y autónomas. La expansión de la formación capitalista determinó la instauración de una compleja relación colonial entre los nuevos imperios que se estaban formando en Europa Occidental tras el colapso de la sociedad feudal y su novedosa e inmensa periferia integrada por América, Asia, África y Oceanía.


Los pueblos americanos colonizados, particularmente los de Mesoamérica, Suramérica y el Caribe, proporcionaron a aquellos imperios materias primas que los europeos e incluso los asiáticos no poseían o no poseían en cantidad suficiente. Entre estos últimos se cuentan los metales preciosos como el oro y la plata, las piedras preciosas y las perlas, recursos sobre los cuales se construyó posteriormente la riqueza de las naciones e imperios de Europa e incluso de Asia.


La adopción y utilización por la población europea de cultígenos americanos tales como el maíz (Zea mays), la papa (Solanum tuberosa), el tomate (Lycopersicum esculentum), el cacao (Theobroma cacao), el algodón (Gossypium barbadensis), el tabaco (Nicotiana tabacum) contribuyeron a mejorar la calidad de vida de los pueblos de Europa y Asia azotados secularmente -hasta entonces- por hambrunas cíclicas. Por otra parte, aquellos productos no perecederos que no podían ser cultivados en Europa tales como el cacao, el tabaco, el café, el algodón, etc., y derivados de las mismos como las melazas, el azúcar y otros, se convirtieron en commodities, materias primas de uso comercial que estimularon el surgimiento de bolsas de comercio para la especulación comercial con productos de ultramar (Braudel, 1992-I: 1, 2 y 3; Sanoja y Vargas, 2005: 13-15). Hoy día proveemos a Estados Unidos, a Europa y el mundo entero con mineral de hierro, carbón, salitre, petróleo, gas, uranio, titanio, tungsteno, níquel, germanio, etc., para su posterior reelaboración como bienes manufacturados que importamos a un costo superior al de nuestras materias primas (Britto Garcia, 2007: 77).


A partir del siglo XVIII en Europa occidental, con el triunfo definitivo de la burguesía, la asimetría en el desarrollo histórico existente entre las metrópolis y su periferia colonial comenzó a ser racionalizada por las elites burguesas como el producto de una superioridad innata de los pueblos y la civilización europea sobre los pueblos periféricos, particularmente los pueblos indígenas y mestizos que conformaban el dominio colonial español en América. A este respecto, Hegel (1978; 192) escribió que en los Estados Norteamericanos (Estados Unidos de inicios del siglo XIX), enteramente colonizados por europeos industriosos, el Estado era una institución meramente externa cuyo fin era proteger la propiedad privada. Los españoles, por el contrario, conquistaron y tomaron posesión de Suramérica ocupando posiciones políticas vía la rapiña. La inferioridad de los aborígenes que constituyen la mayoría de la población –decía aquel autor- era manifiesta (Hegel 1978: 191).


Con el surgimiento en Europa occidental del pensamiento antropológico y la creación de la escuela de la Evolución Cultural en el siglo XIX, se trató de dar una explicación científica a la supremacía material, intelectual y política alcanzada por la civilización occidental, proponiendo para ello la existencia de un paradigma del progreso universal inspirado en la historia de Europa, proceso evolutivo por el cual tendrían que pasar todos los otros del mundo para igualar el nivel de desarrollo material e intelectual alcanzado por los europeos y angloamericanos. Dicho paradigma del progreso alentó y legitimó una nueva expansión colonial capitalista de Europa hacia África y Asia y de Estados Unidos hacia su periferia nuestramericana y las islas del Pacífico Sur.


Pensadores anticapitalistas como Carlos Marx y Federico Engels también aceptaron la validez de aquel paradigma civilizador occidental, aunque proponiendo para el mismo la existencia de una nueva etapa en el desarrollo de la sociedad, el Comunismo, la cual significaba la abolición de la propiedad burguesa. El comunismo, fase final y superior del progreso de la humanidad, surgiría en un tiempo futuro como consecuencia del desarrollo máximo de las fuerzas productivas del capitalismo y el predominio de la clase trabajadora sobre la burguesía (Marx y Engels, 2008).

IV

El tiempo es el modo de existencia de la materia. Tiempo y movimiento, unidad fundamental de la dialectica de los contrarios, son conceptos inseparables que solamente se explican dentro del espacio, el cual a su vez indica también cambios de posición ya que la materia se mueve a través del espacio. La cantidad de maneras como el movimiento que es el socialismo puede suceder es infinita: el movimiento de la materia en el espacio, como hemos visto en el caso de la antigua Unión Sovietica, es reversible en tanto que su movimiento en el tiempo es irreversible. El tiempo constituye, pues, un proceso permanente de autocreación y auto reproducción mediante el cual la materia se transforma en un número infinito de formas. Cuando esta concepción del tiempo irreversible y de cambio penetra en la conciencia humana, nos damos cuenta que dialécticamente la vida surge de la muerte, el orden del caos. Asi pues vemos que el marxismo al aplicarse al más complejo de los sistemas no lineales que es la sociedad humana nos revela por contradicción, como expondremos en los capitulos 2,3 y 4, que la diversidad de formas y posibilidades que es capaz de crear la naturaleza humana es la palanca fundamental del progreso intelectual y social que se resuelve en la transformación diaria y constante de la humanidad, mediante la cual llegaremos quizàs, algún día, a concretar vía el socialismo, la utopía del comunismo (Woods y Grant, 139-162; 395).


Como respuesta a aquellas inquietudes, desde nuestra perspectiva como antropólogo intentamos discutir en este ensayo -en líneas generales- el desarrollo de conceptos como Civilización y Progreso a partir del siglo XVIII como parte de la teoría evolucionista de la Cultura, teoría que ha servido a los países del núcleo capitalista desarrollado como justificación y coartada de su política de dominación imperial mundial. En el capítulo 4 hacemos una crítica científica al paradigma civilizador occidental, el cual sirvió de fundamento a la tesis de Marx y Engels sobre el desarrollo de los modos de producción precapitalistas (Marx y Hobsbawn, 1971; Engels, sf.) Compartimos plenamente la idea de que el socialismo es la solución para los problemas del subdesarrollo o el no-desarrollo capitalista que existen en Nuestra América, pero pensamos así mismo, como explicamos en el capítulo 6, que surgirá por razones históricas diferentes a las propuestas para el paradigma civilizador europeo.


La discusión planteada en este ensayo intenta también demostrar, como se expone en los capítulos 5 a 7, que la construcción del socialismo debe fundamentarse en el conocimiento y el estudio crítico de los diferentes procesos históricos que han vivido los pueblos en los diversos continentes a los cuales también, en un cierto momento, el colonialismo europeo impuso el sistema capitalista. Aunque pueda parecer excesivamente académico, este conocimiento es necesario para construir una teoría general del desarrollo de las sociedades regionales partiendo desde las sociedades originarias hasta las del presente, con base al materialismo histórico comparado. La historia marxista –dijo Vere Gordon Childe- “es materialista porque considera un hecho biológico, material, como la principal clave para descubrir el patrón general que subyace a un aparente caos de hechos superficiales sin relación alguna entre sí” (1981: 364). El método materialista histórico sigue siendo, en nuestra opinión, el único paradigma intelectual lo suficientemente amplio como para vincular en una misma teoría la dialéctica del desarrollo social, el ideal socialista, las contradicciones y movimientos sociales del presente y la influencia que ejercen sobre el mismo las estructuras del pasado.


Compartimos la propuesta esbozada inicialmente por los maestros venezolanos Domingo F. Maza Zavala y Ramón Losada Aldana en la década de los años sesenta del pasado siglo, de formular una estrategia concreta para la transición y un método para alcanzar la meta del socialismo. Dicha estrategia o habilidad para dirigir el proceso socialista pasa por el método del nacionalismo revolucionario, el cual permite a los pueblos profundizar sus propios procesos de acumulación de capitales que le den base material a sus luchas por lograr la soberanía política, social, económica y cultural. De acuerdo con dicha estrategia, la lucha por la liberación nacional debe comenzar con el desmontaje de los enclaves imperiales y oligárquicos y el desarrollo de un sector económico público dominante para lograr nuestra plena soberanía política y económica, etapa imprescindible para lograr la transformación de nuestro pueblo en una nueva calidad histórica como es el socialismo.

La lucha por la liberación nacional de los pueblos de Venezuela y Nuestra América en general, adquiere relevancia en momentos como el actual cuando el Imperialismo Occidental y el neocolonialismo español en particular tratan de construir un bloque ideológico prooccidental capitaneado por la llamada Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES) dirigida por el líder del neofascista Partido Popular español José María Aznar. El argumento primordial de la FAES, contrariamente a lo que queremos demostrar en este ensayo, es que Nuestra América es parte sustancial de Occidente, el cual no sería un concepto geográfico sino un sistema universal de valores. En tal sentido, esta argumentación considera, que existiría una izquierda “buena” que se ajusta al socialismo neoliberal europeo (el socialismo chileno de Bachelet y el socialismo brasileño de Lula da Silva, por ejemplo) y una izquierda “mala” antioccidental que trata de implantar el Socialismo del Siglo XXI, de raigambre histórica indoamericana, cuyos exponentes más malévolos serían Fidel Castro y Hugo Chávez (Roitman, 2008).


En una entrevista concedida recientemente al diario español La Vanguardia el 23-02-2008, en la cual el Maestro Maza Zavala expresó también opiniones adversas al proceso de bolivariano de liberación nacional, éste tuvo sin embargo la honestidad de reconocer que:


“…En Venezuela la existencia de un importante sector público de la economía –que comprende las fuentes principales de ingreso nacional en el presente y el futuro previsible- puede considerarse como una circunstancia que facilita la transición al socialismo. El financiamiento más importante de la gestión pública procede de la explotación de un patrimonio nacional y ello da vigencia al concepto de propiedad social y, por tanto, a la posibilidad de un sistema de relaciones sociales de propiedad y producción que sustituya al sistema de relaciones privadas en vigencia".


Las ideas que habían sido sostenidas por Maza Zavala hasta las últimas décadas del pasado siglo, se convirtieron entonces en un patrimonio intelectual compartido por muchos pensadores de izquierda profundamente preocupados por lograr finalmente una patria socialista, independiente y soberana. Por estas razones, reivindicamos hoy las ideas expuestas por Maza Zavala cuando era nuestro maestro progresista y revolucionario.


¿Cómo llegaremos al socialismo?, ¿Existen diversas vías hacia el socialismo?, ¿Cómo será definitivamente el socialismo en Nuestra América? Esas preguntas las están respondiendo nuestros pueblos. Nosotros solamente intentamos aportar argumentos para la discusión que se plantean los ciudadanos y ciudadanas de a pié.


No queremos finalizar este preámbulo sin hacer referencia a la necesidad que tenemos de desarrollar una actitud crítica y autocrítica sobre nuestra labor como antropólogos en los movimientos sociales revolucionarios, única garantía de poder acceder a un cambio histórico verdadero y permanente. En tal sentido, es relevante aludir a al pensamiento de Carlos Marx cuando, al analizar en su obra El 18 Brumario de Luis Bonaparte (1971:16) los eventos sociales que culminaron en 1848 con la restauración de la dinastía napoleónica en Francia, describe la autocrítica como un proceso que necesariamente tiene que cumplirse en el seno de todas las revoluciones proletarias, las cuales interrumpen su marcha, vuelven a cuestionar lo que parecía ya terminado para iniciarlo de nuevo desde el principio, critican sus errores iniciales y pareciera que le dan armas a los adversarios para que ataquen más fuerte. Sólo de esta manera pueden las revoluciones generar una teoría autocrítica capaz de explicar su génesis y transformación. En ese espíritu creemos necesario revisar el alcance teórico de los contenidos del paradigma de desarrollo de la humanidad expuesto inicialmente por el materialismo histórico, ya que con base a él se han construido y se construyen estrategias para acceder al modo de vida socialista tanto en Venezuela como en el resto del mundo.


Para plantearnos el objeto del presente ensayo, nos inspiramos también en el pensamiento de Antonio Gramsci cuando nos dice que la vida se desarrolla por avances parciales, es decir a través de las diferentes líneas de acción humana que se expresan en procesos civilizadores y modos de vida muchos de los cuales, a pesar de haberse transformado en un obstáculo para el avance de la humanidad es necesario estudiar para preguntarse si en cada proceso o modo de vida particular, existen todavía las condiciones sobre las cuales se fundamentaba la racionalidad de la existencia de los mismos. Precisamente porque los modos de vida y procesos civilizadores se representan como si fuesen naturales, absolutos a quienes los viven, es muy importante demostrar su historicidad, demostrar que aquéllos solo se justificaban cuando existen ciertas condiciones históricas y para lograr determinados objetivos. Por tanto, nos dice Gramsci:


“es objeto del moralista y del creador de costumbres, el análisis de los modos de ser y de vivir y criticarlos, separando lo permanente, lo útil, lo racional, lo conforme a su finalidad, de lo accidental, de lo superficial, de lo simiesco…” (1977: 218-219),


Tal como hemos expuesto en la mayoría de nuestros últimos libros o ensayos, nuestro interés primordial en esta nueva etapa de nuestra carrera intelectual, es producir textos que provoquen en el lector y la lectora, el interés por la reflexión sobre el futuro de nuestra sociedad, sobre la responsabilidad de los colectivos y de las personas en la construcción del socialismo.



PARTE 1: CRÍTICA DEL PARADIGMA OCCIDENTAL DEL PROGRESO



CAPÍTULO 1.

El ideal del progreso y la civilización occidental

La división de la humanidad entre pueblos civilizados y los llamados bárbaros se remonta a la antigüedad europea clásica. Ya en aquella época, los habitantes de las ciudades griegas y romanas se consideraban a sí mismos como el todo culturalmente más desarrollado y civilizado de la humanidad de su tiempo. Dichos focos de civilización se hallaban rodeados por otros que los romanos y griegos consideraban pueblos atrasados, salvajes, a los cuales denominaban bárbaros, los cuales no habían llegado a construir Estados ni ciudades, ni un nivel de cultura y educación similar al que ellos habían logrado acceder.

La conciencia de esta separación de la humanidad entre pueblos civilizados y bárbaros permaneció siempre en el imaginario de los pensadores “civilizados”: historiadores, filósofos, literatos, artistas, políticos, clérigos, etc. La necesidad de explicar la historicidad de esas diferencias comenzó a manifestarse a partir de la conquista de América, Oceanía y Australia entre los siglos XVI y XVII, hecho que puso de relieve la existencia de pueblos que, aunque coexistiendo con los europeos de la época, vivían de maneras totalmente diferentes.

Los estudiosos de la época pudieron apreciar que los componentes de la cultura material de aquellas sociedades originarias que vivían en la periferia de la Europa occidental de entonces, eran semejantes a los poseídos por los pueblos bárbaros descritos por los historiadores de la antigüedad clásica. Sin embargo, el obstáculo que representaban las religiones cristianas y el dogma creacionista bíblico sobre el origen de la humanidad para el desarrollo de la ciencia, coartaba la posibilidad de considerar, científica y racionalmente, si aquellas formas sociales podrían ser el antecedente de los pueblos europeos de entonces. Pero era evidente que la división entre los pueblos europeos “civilizados” y los salvajes o bárbaros de la periferia era una realidad, por lo cual, actuando de acuerdo con la tesis redencionista cristiana, las burguesías europeas consideraron como un deber ético llevar la salvación, la fe y el progreso a los salvajes para rescatarlos de su supuesta “ignorancia”. La conquista y la colonización de los pueblos que no estaban sometidos a la civilización occidental y cristiana se convirtió entonces para la generalidad de españoles, ingleses, franceses y holandeses de la época, en una especie de nueva cruzada para redimir la humanidad salvaje y legitimar así su expansión colonialista.

El siglo XVIII aportó importantes cambios en la percepción de la historia de la naturaleza y la humanidad. El pensamiento positivo que comenzó a consolidarse a partir de la Revolución Francesa y el triunfo de la burguesía, llevó a los filósofos de la naturaleza, la economía y la sociedad a pensar científicamente el origen de las cosas, sobre todo a racionalizar históricamente el triunfo histórico de aquella clase social. David Hume, James Steuart y Adam Smith comenzaron a pensar la historia de la sociedad burguesa en términos de la economía y la política, de la formación del Estado como un elemento regulador de las relaciones económicas entre las personas y entre los Estados, considerando el comercio como el instrumento para incrementar la riqueza de las naciones (Smith, 1981).

A mediados del siglo XVIII, particularmente después de la publicación de El Contrato Social y el Emilio, obras clásicas de Jean Jacques Rousseau, se puso en boga el término civilización, entendido como el estado superior que alcanzaba la sociedad civil y educada mediante la observancia de las leyes, el orden social, la buena educación, la acumulación de conocimientos y la práctica de la industria y el libre comercio.

La estructuración de la escala temporal que legitimaba empíricamente el proceso de la evolución cultural, la civilización y el progreso, se inició en 1812 con la propuesta del arqueólogo danés Vedel–Simonsen sobre la existencia de tres edades tecnológicas en la historia de la Humanidad: la Edad de Piedra, la Edad del Cobre o el Bronce y la Edad del Hierro. Posteriormente, la tesis del progreso y la evolución llegó a alcanzar rango científico hacia mediados del siglo XIX con los trabajos del naturalista francés Jacques de Crèvecoueur Boucher de Perthes, quien demostró que las evidencias materiales más antiguas de la cultura humana conocidas entonces en Europa, se hallaban asociadas con las antiguas capas geológicas del período pleistoceno. De esta manera, los filósofos, historiadores e intelectuales del siglo XVIII comenzaron a darse cuenta que la sociedad que ellos conocían era solamente el acto final de un largo drama vivido por la humanidad, el Progreso, el cual debía ser explicado y reconstruido por la antropología (Lowie, 1946: 34).

Los antropólogos ingleses de la era victoriana, tales como Pitt-Rivers, Lubbock y Tylor, sentaron las bases filosóficas y empíricas de lo que vendría a ser la Teoría Evolucionista de la Cultura. Dichos autores expusieron que la nota dominante de la historia de la especie humana era el movimiento ascendente desde las formas sociales más simples hasta las más complejas, representada esta última por la sociedad británica de la época. Todas las civilizaciones del pasado o el presente –según dicha teoría- habían partido de una infancia bárbara o salvaje, muestra de lo cual eran las razas primitivas que habían sido conocidas entre el siglo XVI y el siglo XIX. Frente a estas afirmaciones, pensamos que si bien el concepto de la evolución histórica de la humanidad es un hecho, no sucede lo mismo con la explicación ideológica de cómo se llevó a cabo esa evolución, objeto de la teoría evolucionista cultural, la cual se transformó posteriormente en la legitimación histórica del colonialismo europeo y del estadounidense.

A partir del siglo XIX, el grupo de ocho países capitalistas más desarrollados impuso el Progreso al estilo de occidente a las elites sociales de aquellos países atrasados que no les habían abierto sus economías, utilizando la fuerza militar, la presión política y económica y la corrupción. El concepto de Progreso perdió su inocencia en el siglo XX y se convirtió no solo en ”la explicación” de la historia de la humanidad, en la racionalidad subyacente a todas las políticas colonialistas de los países capitalistas desarrollados, sino también de toda la ciencia social aplicada al desarrollo social, particularmente en los países subdesarrollados (Wallerstein, 2001: 200-201). Hoy día la acción del capitalismo depredador se presenta como la teoría económica del neoliberalismo, con su estrategia cultural denominada globalización y su expresión instrumental conocida como Tratados de Libre Comercio.

Simultáneamente con la Teoría Evolucionista surgieron también otras teorías como las difusionistas, las cuales, contrariamente a aquella, sostenían que la historia de la cultura humana no podía considerarse como un progreso unitario, que todas las sociedades no atravesaban necesariamente por las mismas etapas. Por el contrario, argumentaban que existían en Asia y en África múltiples centros originarios a partir de los cuales se habían difundido hacia el resto de los continentes y en diferentes épocas, los diversos componentes de la Cultura (Herskowitz, 1952: 546-564).

Los procesos de evolución y la difusión de la cultura, como ha sido comprobado por las investigaciones científicas ulteriores, no constituyen propuestas antagónicas sino complementarias para explicar el desarrollo de la humanidad. La versión, o más bien la visión de los evolucionistas culturales sobre la historia de la cultura universal, por su parte, tiende a presentar el concepto de sociedad clasista jerárquica burguesa como representación de la civilización occidental. La escuela de la difusión cultural pareciera explicar y legitimar la expansión de las “culturas madres” a partir de ciertas regiones privilegiadas del planeta, lo cual es también una manera de fundamentar científicamente los procesos coloniales iniciados por Europa y Estados Unidos en el siglo XIX y el XX y subsecuentemente la supuesta globalización indetenible de los valores de la civilización occidental.

En el siglo XIX, el estudio de la evolución social, el progreso y la civilización no se limitó solamente a las evidencias materiales y a la tecnología, sino que también se extendió al estudio comparado de la evolución de las instituciones sociales tales como el Estado, la familia y las costumbres sociales, el derecho, la religión, la economía, los procesos mentales, el arte, etc. (Lowie, 1946; Díaz Polanco, 1989). Trabajos como los de Morgan (1877), entre otros, contribuyeron a consolidar el Evolucionismo como una teoría sobre la evolución de la sociedad y la cultura, la cual dividía la historia de la humanidad en tres etapas principales: salvajismo, barbarie y civilización, correlacionadas cada una de ellas con determinados adelantos sociales, económicos e intelectuales. El Salvajismo es la etapa anterior al uso de la cerámica; la barbarie es la edad de la alfarería; la civilización comienza con la invención de la escritura.

Mientras la burguesía era todavía una clase social en ascenso, estuvo obligada a disputar su hegemonía política sobre la sociedad europea, por una parte, con los rezagos del orden feudal; para ello blandía la bandera del progreso como emblema del triunfo seguro sobre las estructuras arcaicas de la monarquía absoluta; por la otra agitaba la consigna del orden para contener el ascenso social y las reivindicaciones políticas de la clase trabajadora que había comenzado a desarrollarse con el industrialismo a partir de finales del siglo XVIII.

Aquellos conceptos se encuentran desarrollados en la obra de Auguste Comte (1980) Discurso sobre el Método Positivo, padre de la filosofía positivista, quien sostenía que el desarrollo de la civilización debía estar basado en la noción de progreso, concebido éste como la expansión del orden social. Para que ocurriese el progreso y se consolidase la sociedad que lo producía, era necesaria la existencia del orden social representado por la burguesía. Las clases inferiores de Europa Occidental tendrían, pues, necesariamente que aceptar la subordinación social a la clase burguesa, condición natural que implicaba reconocer la superioridad de sus gobernantes (Patterson, 1997: 44; Díaz Polanco, 1989: 37-41).

La tesis expuesta por Comte proponía igualmente una ley de la evolución de la sociedad, conformada por tres estados teóricos, tres métodos, tres clases de filosofía para explicar los fenómenos sociales, vinculados cada uno de ellos a la existencia de tipos particulares de sociedad:

a) el teológico, que explica los fenómenos como productos de agentes sobrenaturales y se relaciona con un sistema militar.

b) el metafísico, donde los agentes sobrenaturales son sustituidos por fuerzas o entidades abstractas que se asocian con una sociedad transitoria.

c) el científico o positivo donde el espíritu humano se aboca a la tarea de descubrir las leyes o relaciones invariables entre los fenómenos sociales e impulsa la creación de una sociedad industrial, la sociedad burguesa europea u occidental que constituye el ápice del progreso social.

Una vez que la burguesía consolidó su poder hacia finales del siglo XIX y consideró realizado en Europa su ideal del progreso, la historia y el evolucionismo dejaron de ser, oficialmente, el interés fundamental de los pensadores burgueses. En su lugar, lo relevante pasó a estar constituido por el estudio sincrónico y la comprensión de los factores que conforman el orden social para detectar los fenómenos patológicos, como por ejemplo la insurgencia de la clase trabajadora que amenaza la integridad del orden constituido.

Aquella tendencia que experimentó la burguesía, se ilustra en la conocida obra del sociólogo francés del siglo XIX, Emile Durkheim (1956) intitulada Les règles de la Methode Sociologique. En la misma se resume la tradición empirista occidental que se esforzaba sistemáticamente en conformar una ciencia que estudiase la causalidad de las formas de relación social que establecen los individuos entre sí, buscando las determinantes de un hecho social específico en otros hechos sociales antecedentes. Dicha ciencia –la sociología- se fundamentaría en la regularidad con la cual se producen los hechos sociales y en la existencia de un proceso histórico progresista por el cual atraviesan las sociedades, de manera similar al proceso de evolución lineal presentado en las obras de Herbert Spencer y Auguste Comte. Para Durkheim no existía una sociedad única, sino una serie de tipos sociales y culturales cualitativamente distintos que no podían ser juntados todos, de manera continua, en una misma secuencia histórica (1956: 76-88).

La influencia del pensamiento de Durkheim se reflejó en la obra de algunos de sus seguidores como Marcel Mauss y Vidal de La Blache, quienes introdujeron en la etnología y en la geografía humana francesas los conceptos de modo de vida o estilo de vida. Dichos conceptos aludían a la existencia de complejos de actividades habituales que caracterizan la existencia de los grupos humanos. Los elementos materiales y espirituales de la cultura eran vistos como las técnicas y hábitos transmitidos por la tradición que capacitaban a dichos grupos humanos para vivir en ambientes particulares. La persistencia de los mismos estaba asegurada no sólo por las instituciones que mantenían su cohesión, sino también por las tecnologías e implementos para la utilización de las fuentes de energía y las materias primas. La transformación de las sociedades a partir de los modos más arcaicos, los recolectores-cazadores, ocurría como un flujo de procesos de cambio que surgían progresivamente dentro de cada grupo humano, por modificaciones en las condiciones ambientales o en las relaciones entre grupos humanos, cuando se producían entre ellos asimetrías en la estructura (tecnoeconomía), las relaciones sociales o la ideología (Max Sorre, 1962: 393-415).

Este tipo de reflexión podría haber influido también en la formulación de la tesis relativista del neoevolucionismo o de la evolución multilineal de los tipos culturales propuesta por la escuela estadounidense, particularmente por Leslie White y Julian Steward, quienes enfatizaban el estudio de las regularidades interculturales a partir de un concepto de sociedad estratificada sobre una base estructural (tecnologías de subsistencia), a la cual se sobreponían la estructura social y la cultural (ideología) que determinaban el perfil sociocultural de los grupos humanos (Patterson, 2001: 110-112; Sahlins y Service, 1961: 53; Friedman, 1983: 40).

La idea de la civilización y el progreso así como las tesis tanto del evolucionismo clásico como del neo-evolucionismo que surgirán posteriormente en los Estados Unidos, aunque desplazadas académica y epistemológicamente en Europa y Estados Unidos por nuevas teorías sobre la cultura y la sociedad, siguen siendo utilizadas por los gobiernos de los países capitalistas desarrollados para explicar y legitimar la dominación que ejercen dichos países sobre sus colonias en África, Asia, México. América Central, Suramérica y el Caribe, y llevar a cabo lo que consideran como la misión civilizadora del Occidente capitalista.


CAPÍTULO 2.

Civilización y Procesos Civilizadores

En su acepción general, la palabra civilización se asocia con la existencia de determinados pueblos que son considerados –valga la redundancia- civilizados, donde el saber, la ciencia, la tecnología y las virtudes humanas alcanzan su mayor nivel de desarrollo. El concepto de civilización implica que en torno a los pueblos altamente civilizados existen otros que no lo son, considerados éstos como bárbaros. A estos pueblos bárbaros, los civilizados tratan de convencerlos de que nunca llegarán a ser civilizados a menos que se sometan a la voluntad de los pueblos superiores. Considerada desde este punto de vista, la idea de la civilización implica también la existencia de jerarquías de clases sociales, culturas y razas.

En el plano singular, el concepto de civilizaciones específicas se puede definir también como la construcción de identidades culturales bajo particulares circunstancias históricas y sociales, determinadas por un espacio y una cultura particular (Braudel, 1980: 177-198), las cuales están a su vez históricamente contenidas y representadas dentro una Formación Socioeconómica determinada. Tanto la civilización como la cultura aluden igualmente a los modos de vida generales de los pueblos, incluyendo por tanto los valores, las normas, las instituciones y los modos de pensar que han caracterizan en el tiempo el modo de existencia de diversas generaciones (Huntington, 1997: 41).

En el caso de la denominada Civilización Occidental, la pertenencia a la misma está determinada por la aceptación de valores sociales y culturales como el individualismo, el liberalismo, el constitucionalismo, los derechos humanos, el gobierno de las leyes, el libre mercado, la separación de la Iglesia y el Estado. Estos valores fueron proclamados como universales de la cultura a partir del triunfo de la Revolución Francesa o Burguesa, fase de la modernidad que se inició en 1783 (Patterson, 1997: 34-55). Según los que mantienen esta tesis, esos valores sólo podrían existir dentro del sistema capitalista, considerado este sistema como el fundamento de la democracia burguesa. Por esta razón, dicha forma de democracia y el american way of life de la sociedad estadounidense o el european way of life de las monarquías y democracias burguesas parlamentarias de Europa, son consideradas por las elites dominantes de los países capitalistas desarrollados como paradigmáticas para el resto de la humanidad.

Desde el punto de vista heurístico que nosotros sostenemos, una civilización puede definirse también como una construcción histórica y territorial que incluye la cultura, los valores, los ideales, los conceptos sobre la organización social, los factores materiales tecnológicos y económicos. En tal sentido, la civilización es una entidad cultural que como tal persiste, se transforma, se divide o se integra en nuevos conjuntos. Una civilización puede como tal contener Imperios, Ciudades-Estados, Estados nacionales singulares, Federaciones y Confederaciones de Estados nacionales, y llegar a coincidir con una entidad política determinada. Una civilización implica igualmente procesos culturales civilizadores mediante los cuales se reconoce la identidad histórica y cultural, la conciencia de poseer una comunidad de orígenes y de destinos compartidos por todos los pueblos que la integran (Sanoja, 2006: 45).

Una civilización definida de esta manera, se concibe asimismo como un sistema total que se expresa en diversos procesos culturales particulares, los procesos civilizadores cuya existencia –en nuestra opinión- está determinada por la contingencia histórica, cultural y ambiental y el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas alcanzados por los pueblos de una región particular, en un momento histórico determinado. Según nuestra posición teórica, este concepto aludiría también a la diversidad de líneas de desarrollo histórico que caracterizan la construcción de las sociedades, consideradas éstas como producto de la dinámica y las tradiciones culturales singulares que configuran las mismas en el seno de una civilización, las cuales corresponden con secuencias históricas concretas que denomina Darcy Ribeiro procesos civilizadores específicos. Según este autor, los mismos son el vehiculo de propagación de las revoluciones tecnológicas que conducen hacia la actualización histórica de los pueblos (Ribeiro, 1992: 24-25, 36).

La categoría histórica Modo de Vida tal como fue formulada y desarrollada por Vargas-Arenas alude también a líneas de desarrollo histórico concreto que existen al interior de las formaciones sociales. Dichas líneas se manifiestan como particulares y son explicadas por las leyes generales que no solo gobiernan sus procesos y su desenvolvimiento como conjunto sino también en sus etapas, aunque pueden existir otras que tienen vigencia para determinados sistemas sociales. Siendo cada formación económico social un sistema social dado, la categoría Modo de Vida permite entender cómo se cumplen en cada caso las leyes sociales generales y cómo operan y se transforman las leyes específicas hasta el surgimiento de las nuevas. La transformación de las leyes sociales particulares no es azarosa sino el resultado de la actividad humana, ya que son los hombres y mujeres quienes conscientemente permiten el fin o el surgimiento de nuevos sistemas sociales. En este sentido, la categoría modo de vida permite reconocer la existencia de ciertas maneras particulares de la organización de la actividad humana, de ciertos ritmos de estructuración social, de ciertas formas de darse las praxis particulares de una formación social que dinamizan su dialéctica, que nos permiten saber cuándo y cómo pierden vigencia las leyes específicas de una formación social para dar paso a nuevas formas de organización social (Vargas Arenas, 1990: 63-67).

En el caso concreto de la Civilización Occidental, la lógica de considerar los modos de vida europeos como un paradigma civilizador equivalente a un universal de la cultura, sirvió para legitimar el proceso de “actualización” histórica de los pueblos que habitan en regiones como Europa Occidental y Estados Unidos, el cual culminó con la segunda revolución industrial en la segunda mitad del siglo XIX; por el contrario, en otras regiones donde los pueblos no siguieron las mismas líneas del proceso histórico, la concepción civilizadora occidental hizo que éstos pareciesen condenados -en consecuencia- a experimentar solo los efectos reflejos de dicho proceso de “actualización” histórica.

Desde el punto de vista del concepto de civilización sobre el cual se apoya la teoría clásica de la evolución social, los pueblos capitalistas históricamente “actualizados” conformarían el núcleo de pueblos avanzados, civilizados, representados hoy día, como ya dijimos, en el llamado Grupo de los Ocho. Según dicha definición, los otros, nosotros, la periferia de dicho grupo de naciones, solo seríamos supuestos pueblos atrasados en la historia, subdesarrollados, coetáneos del todo capitalista más desarrollado.

Evolución Cultural, Progreso y Civilización

Los evolucionistas sociales clásicos del siglo XIX consideraban que tanto el mundo natural como la sociedad humana estaban sujetos a las leyes inmutables de la evolución. Esa condición histórica se manifestaba en la Ley del Progreso, considerada como la expresión de un cambio direccional que se desarrollaba en una escala global. El cambio social se revelaba en diversas velocidades dependiendo de las etapas en la cual se encontraran los distintos pueblos y de su grado de desarrollo evolutivo. Lo que distinguía a los pueblos civilizados era la existencia de instituciones estatales y estructuras de clase enmarcadas dentro de un contexto de ley, orden y progreso, aseveración que justificaba la existencia de una jerarquía social, cultural y racial entre los pueblos, a la cabeza de la cual se hallaban los países industrializados de Europa, Estados Unidos y Canadá.

Con base a aquel conjunto originario de ideas, se conformó el Darwinismo Social (Patterson, 1997: 47-49), tesis según la cual todas las sociedades humanas progresaban naturalmente desde las formas menos desarrolladas hacia las más desarrolladas. Las formas más adaptadas se hallaban ubicadas en el sector más elevado de esa jerarquía debido a que eran las más perfeccionadas, las que habían avanzado más en la escala del progreso, lo cual les permitía arrogarse por tanto el derecho a dominar y explotar a las sociedades inferiores. Ello ha servido no solamente para legitimar las políticas coloniales, neocoloniales e imperialistas del siglo XIX y las del actual Grupo de los Ocho, países que se consideran ser los más desarrollados del mundo, sino también las jerarquías de clase y las políticas racistas que promueven los enclaves sociales oligárquicos propiciados por el imperio en los países de su periferia, conformados particularmente por sectores de la clase media y la alta burguesía, empresarios y jerarcas de la Iglesia Católica.

Cualesquiera otros sistemas políticos revolucionarios, sean socialistas, capitalistas o nacionalistas, que reclamen para su pueblo un estatus soberano frente a la dictadura mundial que ejerce el Grupo de los Ocho, son considerados Estados hostiles, parias y malvados, sobre los cuales aquéllos consideran es necesario y legal ejercer acciones mediáticas y policiales para eliminar los supuestos delincuentes opuestos al gobierno imperial de los llamados pueblos civilizados.

El Paradigma Civilizador de Occidente y las Raíces del Capitalismo

Para entender cómo se estructuró el paradigma civilizador capitalista occidental, es importante exponer aunque sea de manera muy sucinta sus orígenes históricos. No debemos olvidar señalar que la civilización neolítica originaria que antecedió en Asia Menor el surgimiento de la civilización de Europa Occidental, estuvo caracterizada por la domesticación de los cereales, la invención de los sistemas de regadío, la domesticación del ganado, la invención de la cerámica, de la rueda, la invención del alfabeto, la escritura y, particularmente, el desarrollo de los espacios urbanos y del Estado, rasgos que se originaron en el Asia Menor y en la región mediterránea del continente africano, las cuales después serían llamadas sociedades despóticas por los apologistas de la civilización occidental. Como expuso Gordon Childe (1958: 2): ¨…The prehistoric and protohistoric archeology of the Ancient East is therefore an indispensable prelude to the true appreciation of European Prehistory…” (Childe 1958: 2 (La arqueología prehistórica y protohistórica del Oriente Antiguo es por tanto el preludio indispensable de una verdadera apreciación de la Prehistoria Europea. Traducción nuestra).

Lo anterior demuestra, como ya tod@s sabemos, que la cuna y los orígenes de la civilización humana no se encontraban originariamente en Europa Occidental sino en el Asia Menor y en el norte de África. Como evidencia de lo anterior podemos mencionar, como plantea el historiador y filósofo Martín Bernal, que ya desde 1720 años antes de Cristo, la antigua cultura egipcia había influido grandemente en el surgimiento de la cultura clásica griega seguida posteriormente –hacia 1200 antes de Cristo- por las migraciones de pueblos indoeuropeos hacia la península griega (Bernal, 1987: 20-21). Las investigaciones arqueológicas y filológicas sobre las llamadas altas culturas neolíticas del Asia Menor, han mostrado fehacientemente que los focos de mayor intensidad cultural se localizan principalmente tanto en Irán como en el actual Irak. En la aldea neolítica de Al’Ubaid, localizada en las orillas del río Eúfrates, Irak, las investigaciones arqueológicas permitieron localizar las primeras evidencias de la metalurgia del cobre hacia el año 5000 antes de Cristo.

Para el año 3000 a.C., durante la fase dinástica Temprana, los Sumerios ya habían comenzado a producir instrumentos tanto de cobre como de bronce, tecnología que se expandió a través de los Balcanes hasta el Mediterráneo oriental (Clark, 1977: 75-94). De la misma manera, otras investigaciones arqueológicas y filológicas sobre las altas culturas neolíticas del Asia Menor, cuyos focos se localizan en los actuales Irán, Irak, Siria y Turquía revelan cómo, entre 5000 y 4500 años antes de Cristo (Ehrich, 1971: 344-347), aquéllas se expandieron a lo largo del valle del Danubio y la costa mediterránea hacia Europa Occidental, habitada por antiguas poblaciones mesolíticas nórdicas como las ertebollienses y campiñenses (Childe, 1949: 206-212; Pittioni, 1949: 35-41). Las poblaciones provenientes del Medio Oriente llevaron consigo hacia el occidente de Europa las semillas de la civilización neolítica originada en el Asia Menor dando origen a lo que Gordon Childe denominó como Cultura Danubiense, la cual constituye a su vez el fundamento de la sociedad neolítica del centro y el norte de Europa (Childe ,1949; Ehrich, 1971: 364-365; Cavalli Sforza, 2000: 104-105).

Las investigaciones llevadas a cabo por Arteaga y sus colaboradores en Andalucía han mostrado -con sus proyectos de investigación regional, enfocados desde el punto de vista de la Arqueología Social- la existencia de un proceso civilizador originario de neolitización aldeana en la región atlántica mediterránea de aquella región, el cual habría comenzado posiblemente entre 10000 y 8000 años antes del presente, donde el cultivo de plantas se habría desarrollado en los antiguos rebordes litorales de las zonas gaditanas, sevillanas y onubenses, así como alrededor de los antiguos humedales contemporáneos del estuario boreal del Bajo Guadalquivir. Dicho proceso habría generado un modo de vida calcolítico (agrícola-ganadero-minero-metalúrgico) que culminó posteriormente en la formación de Estados Clasistas Iniciales en dicha región. Este desarrollo de las fuerzas productivas se tradujo en una considerable modificación antrópica del paisaje, coincidente con la consolidación temprana de la minería del cobre y la metalurgia (Arteaga y Hoffman, 1999: 61-67). Esta propuesta geoarqueológica, ambientada desde el punto de vista materialista dialéctico, recoge la importancia que tiene el crecimiento de las fuerzas productivas para impulsar el desarrollo del nivel sociohistórico de los pueblos, pero advierte también sobre la degradación ambiental que puede producir dicho desarrollo, incluso en períodos tan tempranos de la historia de la sociedad europea mediterránea.

La posición de la Arqueología Social Ibero-Latinoamericana permite mostrar, con base a las investigaciones de Arteaga y sus colaboradores, un proceso civilizador estatal atlántico-mediterráneo, con una dimensión histórica euroafricana. (Arteaga, 2000: 6) que habría tenido como centro la región meridional de la península Ibérica a partir del Neolítico Final, durante el V- IV milenio antes de Cristo. De la misma manera, las elaboradas series de dataciones radiocarbónicas obtenidas y elaboradas con base a las investigaciones de Castro, Lull y Micó (1996: 233-254) corroboran el carácter temprano del aquel proceso en relación con otras regiones de Europa Occidental y de la región mediterránea en general (Fig.1). Un indicador arqueológico tal como la metalurgia del cobre arsenicado, marcaría la existencia de la desigualdad social, evidencia de una sociedad clasista inicial en formación sobre la cual emergería posteriormente el Estado (Bate, 1984, Arteaga y Nocete, 1996).

Podríamos considerar que las raíces de la actual civilización europea, los procesos civilizadores mediterráneo y nórdico propiamente dichos se hallaban consolidados en los inicios de la llamada Edad del Bronce (ca. 4000 años a.p.), cuando el marco organizativo de dicha sociedad ya operaba dentro de un cuadro cultural bien definido a nivel local y regional donde se afirmaban sus tradiciones culturales regionales: la nórdica, la atlántica, la mediterránea andaluza, y las alianzas políticas entre las mismas (Kristiansen, 1998).

El bronce fue una innovación tecnológica que permitió reemplazar los antiguos instrumentos de piedra, madera y hueso por nuevas herramientas cortantes así como por armas más eficientes. Como explicaremos en capítulos posteriores, las bases de la industria moderna fundamentada en el desarrollo del movimiento circular comenzaron a consolidarse en esa época con la fabricación de sierras, taladros y similares en metal, herramientas que permitieron importantes avances en el trabajo de la piedra, la madera, el hueso y la concha. El descubrimiento de la reducción y fundición de los minerales utilizando el carbón como combustible, significó el inicio de la teoría científica en la física y la química.

Los artesan@s de la minería y la metalurgia formaban posiblemente comunidades de trabajador@s y comerciantes libres, vinculad@s quizás por intereses tecnológicos y mercantiles, que no producían su propio alimento, sino que dependían en buena parte de los excedentes intercambiados con otras comunidades cuya economía era fundamentalmente agro-pastoril y cuyas relaciones sociales se basaban posiblemente en el parentesco, hecho que facilitó tal vez la concentración de la riqueza en aquella especie de sociedad temprana de empresarios. Puesto que inicialmente los artesanos del bronce eran quizás extraños en una sociedad consanguínea, posiblemente desposeídos de tierras, es posible que ellos y sus mujeres tuviesen una especie de estatus intertribal que les permitía ejercer sus oficios y ganarse la vida en diferentes pueblos y regiones. No sólo manufacturaban y vendían sus productos de bronce, sino que por su capacidad de viajar sobre largas distancias también explotaban y vendían ámbar, alfarería y diversidad de otros bienes destinados al comercio intertribal (Childe, 2004: 185-186).

Quizás como refuerzo de esta aseveración, podemos mostrar la amplia distribución espacial de lingotes metálicos en forma de pieles de buey o de ovejas (Fig. 1.A) utilizados quizás como moneda en ciertas regiones del norte de Europa occidental (Kristiansen, 2001: 498-499, Fig. 192; Demakopoulou, 1999: 37). Ello sugiere que las comunidades vinculadas a la metalurgia del bronce pudieron haber jugado también un papel importante tanto en la ganadería y el pastoreo (género de vida transhumante) como en los circuitos de intercambio comercial entre los pueblos del Mediterráneo Occidental y el noroeste de Europa.

La existencia de estas formas precapitalistas de acumulación de fuerza de trabajo, de bienes suntuarios o de ambos han sido igualmente analizadas por varios autores como indicativas de procesos productivos y mercantiles que caracterizaron también algunas sociedades estratificadas o clasistas iniciales originarias de Asia y América (Ekholm y Friedman, 1979; Sanoja y Vargas Arenas, 2000).

El cobre y el estaño, materias primas necesarias para producir la aleación que se denomina bronce, no son elementos muy comunes; las minas de dichos materiales se encuentran generalmente en terrenos montañosos o desérticos distintos a las planicies fértiles preferidas generalmente por los agricultores neolíticos. Por estas razones, para satisfacer la demanda de materias primas, la metalurgia tenía que ser llevada a cabo por una comunidad de especialistas a tiempo completo en la minería, el transporte, el procesamiento de los minerales, la manufactura y la distribución y el mercadeo de los objetos de bronce que, generalmente, eran insumos de lujo y de prestigio, por lo cual la dicha comunidad mantenía una relación simbiótica con las comunidades a las cuales servían.

El proceso de trabajo de la minería estuvo quizás vinculado también con el panteón de las antiguas religiones indoeuropeas; los minerales moraban en el seno de la tierra, protegidos o asociados posiblemente con divinidades o ninfas del género femenino: el cobre deriva su nombre de la divinidad conocida como Chalcis, y el hierro de la diosa o ninfa Sidérea, por lo cual es muy posible que las mujeres tuvieran una importante participación en la invención de los rituales y asimismo en los métodos para extraer y tratar los minerales. La transformación de los metales en armas para la guerra, el uso del fuego, del martillo y la fragua para moldear los metales podría estar sin duda relacionada -en el caso particular de las sociedades germánicas y nórdicas- con las divinidades del fuego, el trueno y la guerra como Thor y Odín. Esta posible asociación de las artes del fuego tales como la alfarería, la minería y la metalurgia con las divinidades del género femenino del inframundo y las divinidades del género masculino que habitaban el Walhalla, el Olimpo germano, con la forja de armas y herramientas, rodeaba quizás a las comunidades de mujeres y hombres vinculados a la fabricación de un cierto tipo de alfarería -el vaso campaniforme entre otros- y al proceso de trabajo de la minería, de la metalurgia y a la comercialización de sus productos, con una subjetividad particular asociada con la magia que los mantenía -de cierta manera- alejad@s de las actividades cotidianas de las comunidades agropastoriles. De igual manera, podría haber influido en la constitución de la ideología de las elites y dinastías guerreras clasistas iniciales vinculadas a la metalurgia del bronce y el hierro que llegaron a dominar todo el ámbito europeo, estableciendo así una diferencia ontológica con el surgimiento de las sociedades clasistas iniciales orientales subsumidas en el llamado Modo de Producción Asiático, y las americanas. Quizás por aquellas razones, la reproducción de las comunidades de las y los especialistas en minería, metalurgia y forja de metales, si bien dependía de los excedentes agropecuarios producidos por las diversas comunidades de campesin@s, pastor@s y artesan@s que vivían en sus áreas de influencia, facilitaba quizás así su capacidad de intercambio comercial y político con aquéllas y al mismo tiempo dominarlas vía el control de la producción y la distribución de los bienes materiales (Childe, 2004: 177-189).

Las sociedades de la Edad del Bronce, en general, podrían haber representado el proceso de transición de organizaciones sociales de tipo tribal hacia una clasista inicial de tipo estatal, caracterizada por una acentuada división social y económica basada en el territorio. En la región atlántico-mediterránea de Andalucía, las primeras manifestaciones de la sociedad clasista inicial del Cobre y el Bronce son conocidas, respectivamente, como “Cultura de Los Millares” y “Cultura del Argar” (Arteaga, 1992b,). La Cultura de Los Millares supone no solamente la expansión e intensificación de la agricultura y la ganadería, sino también de la metalurgia del cobre (Arteaga y Hoffman, 1999: 67-68, 72-73).

Otros autores como Christiansen sostienen, por el contrario, la existencia final en Europa Occidental, la Oriental y la Nórdica de sociedades tipo Estado, pero sin instituciones burocráticas desarrolladas, correspondiente al tipo denominado sociedad estratificada (Christiansen, 1998: 76, 91). La estructura social de los pueblos de la Edad del Bronce Tardío y la Edad del Hierro del norte de Europa parece –según esta tesis- haber estado constituida por confederaciones de cacicazgos o Jefaturas y Señoríos, gobernadas cada una por un jefe principal o rey. Cada lugar central de los mismos era a su vez el espacio donde se fabricaban o se acopiaban los bienes de prestigio así como las materias primas obtenidas por intercambio comercial. Los vasallos y subjefes que habitaban alrededor de cada centro, pagaban a su Señor tributos en esclavos, hierro, oro, materias primas diversas y bienes terminados. Cada centro subsidiario del lugar central producía igualmente bienes de prestigio para la distribución local y para el comercio regional. Es probable, pensamos, que este rasgo constituya un antecedente remoto de la separación entre ciudad y campo, entre la producción artesanal y comercial burguesa y la producción agropecuaria campesina que distinguen posteriormente la formación esclavista y la formación feudal.

Considerando las posiciones teóricas enunciadas, creemos que durante la llamada Edad del Bronce se habría formado en Europa un tipo de sociedad estatal donde la metalurgia se convirtió -al parecer- en la actividad principal de grupos de especialistas, cuyo poder social y político parece haberse basado en una comunidad dominante de intereses tecno-económicos y comerciales para el control y la distribución de la producción más que en las relaciones de parentesco que habían caracterizado a las antiguas sociedades igualitarias de la comunidad primitiva. Como evidencia de ello se desarrolló en la región atlántica-mediterránea de la península ibérica, un proceso de estratificación social que implicaba desigualdad social en relación a la apropiación de los bienes materiales producidos en aquellos espacios sociales. En dicha región donde ya existían evidencias de un Estado colectivista en el cual se observaban formas de coerción social y ordenamiento territorial, se nota así mismo una creciente proyección estratégica territorial jerarquizada en aldeas fortificadas construidas sobre cerros amesetados, explotaciones mineras, talleres de metalurgia, campos funerarios, etc., rodeados por asentamientos campesinos. El desarrollo de las fuerzas productivas se refleja en la intensa modificación antrópica del paisaje debido a la deforestación, hecho que se evidencia en el aumento de la deposición de limos aluviales tanto en la desembocadura de los ríos como en las bahías litorales (Arteaga y Hoffman, 1999).

En el sur de la península ibérica, el desarrollo de la sociedad clasista inicial de Los Millares estimuló a su vez el de un sistema productivo agrícola, ganadero, minero y metalúrgico que hizo posible la especialización tecnológica de la llamada Cultura de El Argar, una de las más destacadas del Mediterráneo y del Occidente de Europa, de la cual surge el Estado centralizado Argárico (Arteaga y Hoffman, 1999: 73; Artega, 2000: 33; Llul, 1983; Llul y Estévez, 1986; Castro, Lull y Micó, 1996: 238-242). La sociedad clasista inicial de El Argar, sin tener que construir enormes obras hidráulicas como en el Oriente, pudo de esta manera intensificar el desarrollo de las fuerzas productivas mediante la coerción de los sujetos dominados gracias a la administración controlada de los bienes materiales básicos para la reproducción social, particularmente los alimentos (Gilman 1981: 8; Arteaga, 2000: 36-37).

Un proceso similar también se evidencia en el surgimiento durante la Edad del Bronce Tardío en Europa Occidental, Nórdica y Oriental (mapa 1), de los llamados “campos de urnas”, necrópolis o grandes cementerios que se asocian con una vasta red comercial apoyada en pueblos que practicaban la minería y metalurgia del bronce, especialistas en diversas ramas de la producción, incluso en la manufactura vasijas campaniformes asociadas al parecer con la fabricación de cierto tipo de cerveza, red que se extendía desde la región mediterránea de la península ibérica hasta la Europa Central y la Oriental y hasta las islas británicas y desde el norte de Europa hasta el Mediterráneo (Childe, 1949; Clark, 1977 181-198; Martínez Navarrete, 1989:372-387; Christiansen, 1998: 15-18 y 354-400; Martínez, Lull y Micó, 1996; Castro Martínez, 1994; Arteaga, 2000:13 y 26). Según Arteaga (2000), el auge de la Tradición del Vaso Campaniforme, originario de Portugal y Andalucía, asociado con el apogeo de la metalurgia del cobre y el bronce podría representar la proyección estatal del proceso civilizador atlántico-mediterráneo.

Durante el período del Bronce Antiguo, así como en el Bronce Final (siglo VIII a.C.), la presencia de hoces en tumbas y depósitos relacionados con enterramientos de mujeres de bajo rango podría indicar el papel que éstas jugaban en el cultivo y la cosecha de granos como la cebada, insumos que eventualmente podrían ser utilizados para fabricar las bebidas fermentadas (Christiansen, 1998: 258). Salvando las distancias territoriales y cronológicas, podemos observar que también en las culturas originarias suramericanas y caribeñas las mujeres desempeñaban un papel similar en el cultivo y la cosecha de granos y raíces utilizadas en la alimentación cotidiana y en la preparación de bebidas fermentadas como la chicha, fabricada a partir del maíz (Zea mayz) o del jugo extraído del prensado de la harina de yuca (Manihot sculenta). Dichas bebidas eran consumidas -particularmente- como parte de los rituales colectivos que se observaban en las ceremonias públicas (Sanoja, 1997: 105-129).

Hace unos 4000 años, como ya se expuso, poblaciones conocidas como mercaderes de los “beakers”, el vaso campaniforme, fueron también constructoras de las famosas estructuras megalíticas europeas y quienes abrieron las comunicaciones y rutas comerciales que permitieron la difusión de la metalurgia. Se trataba posiblemente -como dice Childe (1949: 248)- de bandas de mercaderes armados de las cuales formaban parte artesan@s que se desplazaban entre la España meridional y el Mediterráneo hasta las islas británicas, la Europa occidental, la central y la oriental hasta el río Vístula. Es interesante preguntarse si la alfarería que alimentaba esta red paneuropea de comercio y artesanía, no era fabricada por las mujeres casadas con los acaudalados comerciantes quienes, a su vez, eran guerreros e intermediarios en la fabricación, el transporte y distribución de los objetos metálicos (Childe, 1949: 247-254; Braidwood, 1967:155-157). Los portadores de los llamados “ajuares campaniformes” estaban adscritos a los grupos dominantes, actuando como intermediarios y agentes de sus respectivas organizaciones que tenían a cargo el desarrollo de las actividades comerciales. Los ajuares campaniformes aparecen tanto en sepulturas individuales como colectivas (Arteaga, 2000: 26).

De manera concurrente, las diferencias regionales expresadas en los diversos modos de vida y niveles de desarrollo en las fuerzas productivas existente entre los pueblos de la Iberia mediterránea, Europa occidental y central, históricamente arraigadas, determinaron la importancia que adquirió el intercambio comercial. Ello determinó luego en gran medida el carácter costero de la civilización clásica y la génesis y ulterior expansión de la civilización griega y del Imperio Romano hacia el este y el oeste.

El comercio marítimo era el único medio viable de intercambio mercantil para distancias medias o largas, por lo cual el Mediterráneo, el único gran mar interior en toda la circunferencia de la Tierra, se convirtió en el privilegio físico de la civilización antigua. Esta característica mediterránea devino en el fundamento del proceso de cambio histórico que culminó con una fase de expansión urbano-imperial durante la cual se desplazó el centro de gravedad del mundo antiguo hacia la península itálica (Sereni 1982: 63-87). Ello le imprimió al modo de producción esclavista iniciado en Grecia un mayor dinamismo que determinó el surgimiento en la península itálica de la República y posteriormente del Imperio Romano.

Los griegos y los etruscos también se insertaron posteriormente en aquellas estructuras regionales de poder, contribuyendo al desarrollo de las redes comerciales mediterráneas y al mismo tiempo a la consolidación de su propio poder político (Castro, 1994: 172). Si la posterior popularización de la metalurgia del hierro jugó un papel importante en la colonización de Europa por parte de los griegos y los fenicios, la adopción y la adaptación que hicieron los pueblos de Europa Central y occidental del alfabeto fenicio alrededor del siglo 8 antes de Cristo hizo posible la creación de un vehículo para el pensamiento abstracto y la literatura que, conjuntamente con las artes visuales, constituyeron un aporte capital a la herencia cultural de la humanidad (Clark, 1977: 187).

Durante el Bronce Final de la Iberia mediterránea, siglos X a IX antes de Cristo, las formaciones sociales se consolidaron en una estructura aristocrática con base a la propiedad privada de las tierras, ganados y minas por parte de la clase dominante que se benefició de los medios de producción que se hallaban bajo su control, dando nacimiento al Estado Tartesio. Aquella región, por sus grandes riquezas productivas, se convirtió en un polo de atracción centrado alrededor del estrecho de Gibraltar. Los centros urbanos tartesios, ahora asociados con el poblamiento fenicio, se convirtieron en verdaderas poleis, impactando en la transformación física del paisaje pre-romano (Arteaga y Hoffman, 1999: 76-80). De la misma manera, el surgimiento temprano de estas sociedades estatales urbanas en la Andalucía Mediterránea, habría facilitado la colonización del oecumene mediterráneo occidental por las culturas clásicas (Kristiansen, 1998: fig.63).

La etnicidad y la identificación cultural fueron procesos que se aceleraron en Europa a partir del año 2000 a.C., ya que los modos de vida de los diferentes pueblos gravitaban en torno a un acervo común de conocimientos metalúrgicos y de tradiciones compartidas en materia de sistemas de valores sociales y religiosos asociados al flujo comercial del bronce. Debido a la naturaleza misma de la tecnología para obtener y procesar dicho metal, se creó una dependencia en cuanto a suministros de metales y conocimientos entre las diferentes regiones, desde la Andalucía mediterránea, la Europa nórdica, la Central y la Occidental hasta las islas británicas, lo cual aportó una dimensión extraordinaria a la sincronía de los cambios culturales y sociales y de las tradiciones tecnológicas (mapa 1).

Para el siglo VII antes de Cristo, toda la región del Mediterráneo occidental se encontraba bajo el dominio de cuatro pueblos que constituían poderes políticos y comerciales: los tartesos, los griegos, los etruscos y fenicio-cartagineses. Los tartesos, los fenícios-cartagineses y los griegos dominaron el comercio marítimo del litoral andaluz y las costas occidental del sur de Francia, en tanto los etruscos y los fenicio-cartagineses, que ya constituían un importante poder económico y político, controlaban el comercio terrestre hacia los Alpes y los Balcanes, utilizando para el transporte de mercancías y la protección de sus líneas de comunicación, una importante flota de naves de guerra y naves mercantes (Kristiansen, 1998: 181-196, 352;Warmington 1983:449-473).

A partir de 600 a.C. ya se había conformado en el Mediterráneo una rica clase media de comerciantes y terratenientes, donde florecieron las artes y los oficios y destacaban los artesan@s especializad@s y comerciantes. La producción artesanal y artística se preservó en la riqueza funeraria presente como ofrendas en las tumbas familiares. Esta tendencia se proyectó también hacia el norte de Europa, hacia las sociedades estatales guerreras como la llamada cultura Hallstat occidental y la de los pueblos célticos conocida como Cultura de La Tène, las cuales caracterizan el modo de vida de las poblaciones europeas de la temprana Edad del Hierro.

Aquel fue el momento cuando tanto el hierro -más abundante y barato- como también el acero comenzaron a reemplazar al bronce y cuando ya aparecen túmulos funerarios donde se enterraban los cadáveres de los personajes de alto estatus social acompañados con una profusa parafernalia ritual. Ello indicaría la existencia de una importante acumulación, comercio y consumo no-reproductivo de la producción excedentaria de carros de guerra, armas, bienes de prestigio de origen foráneo y eventualmente objetos de oro para fines ceremoniales los cuales representaban también una acumulación de valores esenciales para el comercio suntuario entre las diversas elites dominantes (Frank, 1993: 388). De igual manera los centros habitados fortificados, de los cuales son ejemplo los de la llamada cultura Hallstatt, comienzan también a aparecer localizados en áreas estratégicas atravesadas por las antiguas rutas de comunicación del suroeste de Europa. Ello nos revela la naturaleza de las contradicciones que surgen posteriormente entre ciudades como Roma y Cartago o Kart Hadasht (en fenicio: ciudad nueva), ubicada esta última en el golfo de Túnez, Africa del Norte, por el control de los yacimientos de materias primas como el cobre, el estaño, el hierro, el oro, el trigo, etc. (mapa 1), y la apropiación de fuerza de trabajo esclava necesaria para desarrollar las fuerzas productivas de aquellas primeras Ciudades-Estados del Mediterráneo occidental. (Warmington 1983: 451; 457-458)

Lo anterior también nos revela cómo, a diferencia de las sociedades precapitalistas, clasistas e igualitarias americanas --las cuales convivieron en un relativo aislamiento geográfico, cultural y tecnológico-- las sociedades tribales igualitarias y los Estados arcaicos europeos se desarrollaron desde la Edad del Bronce dentro de una extensa red regional de comercio, alianzas políticas e intercambio de tecnologías de punta para la época, que conectaba la Europa occidental y la central con los Estados del Mediterráneo oriental y del Próximo Oriente desde los inicios del segundo milenio a.C.

Las formaciones sociales europeas no siguieron el camino que las habría llevado a la constitución de las sociedades clasistas iniciales similares a las de los llamados Estados despóticos que caracterizaban a las civilizaciones orientales, los cuales se desarrollaron mediante la extracción de la renta de la tierra obtenida por la sobreexplotación de la fuerza productiva constituida por el trabajo humano (Gándara, 1983). En su lugar, a partir de la Edad del Bronce y luego en la Edad del Hierro, las clases dominantes comenzaron a desarrollar una tradición europea de tipo empresarial basada en un desarrollo de las fuerzas productivas, encarnado en un control más refinado de los medios de producción y distribución de bienes materiales y la explotación de una fuerza de trabajo perfectamente condicionada para servir a sus fines, así como a la existencia de condiciones naturales favorables a dicho proceso (Bartra, 1969:16). El mismo se fundamentó inicialmente en la existencia de importantes yacimientos de estaño, cobre y hierro, el flujo comercial de la metalurgia y el ámbar, así como la difusión comercial de tradiciones alfareras de manufactura y decoración como la representada en las vasijas cónicas llamadas “beakers” que se encuentran diseminadas por toda la Europa occidental y central.

Como podemos observar, resumiendo, en Europa Occidental el proceso de desarrollo histórico de la civilización atravesó por varias crisis de crecimiento. A partir de la Edad del Bronce, como se denominó en el esquema evolucionista de las edades tecnológicas sucesivas propuesto por los arqueólogos Vedel Simonsen y Thomsen en el siglo XIX: Edad de Piedra, Edad del Cobre y el Bronce y Edad del Hierro, las sociedades clasistas iniciales, surgidas de la denominada barbarie neolítica cuya economía descansaba en la agricultura, el pastoreo y la utilización de la energía animal, adoptaron formas de organización clasistas iniciales gobernadas por un poder centralizado en elites nobiliarias, pero sin la estructura burocrática de los llamados Estados despóticos originarios que existían en el Asia Menor y en Egipto. Es necesario aclarar que el término despótico es despectivo para sugerir que los pueblos asiáticos que dieron origen a las primeras formas sociales civilizadas, no pueden ser considerados como similares a los de la llamada civilización occidental.

El crecimiento de aquellas formas estatales originarias se llevó a cabo en Europa vía la expansión territorial y la apropiación y acumulación cada vez mayor de la fuerza de trabajo de las poblaciones periféricas más débiles; a éstas sí se les dominó y explotó mediante el sistema de esclavitud generalizada de grandes contingentes humanos, como ocurriría muchos siglos después con las poblaciones originarias americanas; ello fue denominado por Marx, el Modo de Producción Esclavista (Clark, 1977: 151-188; Christiansen, 1998: 101-164).

En el caso de Europa occidental, ciertas sociedades clasistas iniciales o estatales de la Edad del Hierro se transformaron, como sucedió con Roma, en Ciudades-Estado convertidas en res publica, repúblicas patricias gobernadas por una asamblea (o Senado) de representantes de los diversos clanes o linajes dominantes, lo que se extendió sobre un territorio que englobaba todo el Mediterráneo, Egipto, buena parte del Suroeste de Asia, la Europa temperada y las islas británicas ocupadas por pueblos celtas (Sereni 1982: 89-128; Clark, 1997: 199). Cuando el ritmo y el costo social y económico de la reproducción de las res publica ya no pudo mantenerse con sus propios recursos, el gobierno republicano tuvo que apropiarse de materias primas como el oro y plata, prisioneros de guerra y esclav@s, expoliando pueblos y territorios cada vez más lejanos, aumentando de manera desproporcionada la inversión en gastos militares no reproductivos. Ello determinó el fin del gobierno civil del Senado y la instauración de un Estado imperial gobernado por un César o emperador apoyado en el poder militar de las legiones romanas.

Bajo este modo de producción, la utilización masiva de la mano de obra esclava como sustitución de la inventiva tecnológica que habría podido potenciar la producción agropecuaria y la artesanal produjo, por el contrario, un estancamiento del nivel de desarrollo de las fuerzas productivas, por lo cual el Imperio Romano pasó a depender en buena parte de la productividad de la fuerza de trabajo de los pueblos periféricos o “bárbaros”, hasta su colapso definitivo en el siglo VI de la era.

El concepto de Modo de Producción Germánico fue desarrollado por Marx para describir a los pueblos autónomos europeos que habitaban la frontera norte del Imperio Romano. Según autores como Gailey y Patterson (1995: 81-82), tras la caída del imperio los pueblos germánicos heredaron los espacios que antiguamente habían sido conquistados y colonizados por Roma en la Europa occidental, originando un proceso de mestizaje étnico y cultural con otros pueblos “bárbaros” que habitaban la periferia del imperio, el cual habría tenido como resultado el desarrollo de la Formación Feudal.

La Formación Feudal que reemplazó al Imperio Romano aparece como “...una evolución alternativa del comunalismo primitivo germánico, en condiciones de ausencia de desarrollo urbano debido a la baja densidad de población en una extensa región...” (Marx y Hobsbawn, 1972: 19), resultado de la repartición del botín territorial entre los numerosos jefes tribales de la barbarie europea que habían apresurado el colapso de dicho imperio. La consolidación de las nuevas relaciones de producción transformó a las poblaciones de campesin@s y pastor@s en sierv@s del Señor feudal. Las nuevas formas de propiedad territorial permitieron la introducción de importantes innovaciones en la tecnología agraria, tales como el arado con hoja de hierro, nuevos sistemas de arneses para mejorar la tracción animal, el uso de molinos de viento para producir energía mecánica, el uso sistemático de abonos para mejorar la calidad de los suelos y la rotación trienal de los campos de cultivo, lo que se manifestó en la producción de excedentes agrarios, una mejoría de los niveles de vida y el crecimiento de la población, particularmente la población urbana o burguesa donde se había refugiado la producción artesanal y la actividad comercial que servirían de palanca al desarrollo de formas tempranas de capitalismo mercantil hacia el siglo XII de la era cristiana (Pirenne, 1963; Anderson, 1979: 147-200; Braudel, 1992-II: 26-80).

El Capitalismo Mercantil

Durante la Alta Edad Media, los excedentes de producción engrosaron los rústicos centros urbanos o burgos, los cuales se convirtieron en lugares centrales de los mercados regionales y centros de manufacturas artesanales. Dichos excedentes se cambiaban por la mercancía denominada dinero que circulaba sobre grandes extensiones territoriales, generando un proceso de acumulación monetaria burguesa distinto a la acumulación de mano de obra servil o esclava y de productos básicos que generaba la propiedad agraria. En las ciudades crecieron oligarquías de mercaderes y artesan@s que asumieron el control de la producción, del intercambio comercial y monetario, proceso que hacia el siglo XII de la era había ya generado una acumulación considerable de capital mercantil (Pirenne, 1963: 151-159; Braudel, 1992 II: 201). En su obra más reciente el filósofo marxista Istvan Mészáros (2009:83), reconoce también este hecho cuando asienta:

"… El capital ha estado con nosotros por un tiempo muy largo en una forma u otra; en verdad, en algunas de sus formas limitadas, durante miles de años. Sin embargo, solo en los últimos trescientos o cuatrocientos años bajo laforma de un capitalismo que pudiese llevar a cabo la lógica autoexpansionista del capital, sin imprtar lo devastadoras de las consecuencias para la supervivencia misma de la humanidad…"

El mantenimiento de aquella nueva forma de economía burguesa requería el mejoramiento los medios de transporte para comerciar con territorios y pueblos cada vez más lejanos, ubicados incluso en los más remotos confines de Asia. Esta actividad produjo un considerable desarrollo material y social, particularmente de los conocimientos y técnicas relacionadas con la navegación de alta mar.

La expansión mercantil de la sociedad feudal determinó una excesiva deforestación de los bosques y una sobreexplotación de los suelos agrícolas. En consecuencia, descendieron los rendimientos agropecuarios, al mismo tiempo que aumentó la demanda de insumos derivados de dicha producción: lana, tejidos, vinos, granos, carnes ahumadas, etc.; aumentó la natalidad y –al igual que en Roma- la dependencia hacia el trigo importado de Europa Oriental. La producción minera de plata y oro se paralizó por el agotamiento de las vetas o por la incapacidad técnica para explotar nuevos yacimientos y para refinar mejor dichos metales.

Como consecuencia de lo anterior, se produjo una crisis social y económica generalizada en Europa Occidental, caracterizada por el abandono de las tierras cultivadas, guerras y sublevaciones de campesin@s y artesan@s, guerras internacionales, aumento del precio del dinero y de las manufacturas, pandemias como la viruela, la sífilis, y hambrunas que arrasaron con centenares de miles de vidas humanas.

Para finales del siglo XV, el modo de producción feudal había llegado a su fin. El Imperio Mongol había cortado todas las rutas comerciales terrestres entre Europa y Asia, de manera que ciertos reinos como Portugal y luego España comenzaron a explorar rutas marítimas para acceder a Cathay o China y a la India, proceso que terminó con el viaje trasatlántico de Cristóbal Colón hacia las tierras americanas que él suponía eran la India (Sanoja, 1992: 9-10), el cual curiosamente zarpó –como dice la historia oficial- del puerto de Palos de Moguer en el litoral atlántico mediterráneo español (mapa 2).

A partir de aquel momento comenzó la gran expansión colonial del capitalismo mercantil hacia el mundo periférico. Dicho en en palabras de Dussel:

"... la centralidad de Europa en el “sistema mundo” no es fruto sólo de una superioridad interna acumulada en la Edad Media europea sobre las otras culturas, sino también el efecto del simple hecho del descubrimiento, conquista, colonización e integración (subsunción) de Amerindia (fundamentalmente), que le dará a Europa la ventaja comparativa determinante sobre el mundo otomano-musulmán, la India o la China. La modernidad es el fruto de este acontecimiento y no su causa…Aún el capitalismo es el fruto, y no la causa de esta coyuntura de mundialización y centralidad europea en el “sistema mundo”. La experiencia humana de 4500 años de relaciones políticas, económicas, tecnológicas, culturales del “sistema interregional”, será ahora hegemonizada por Europa, que nunca había sido “centro”, y que en sus mejores tiempos sólo llegó a ser periferia…” (1998: 51-52).

El hallazgo en Suramérica y Mesoamérica de enormes riquezas de oro, plata y piedras preciosas, potenciaron el decaído proceso de acumulación capitalista europeo e incluso el asiático. La apropiación de recursos naturales como el maíz, planta americana que era cultivada y consumida por todas las poblaciones originarias americanas, hizo posible su utilización como alimento para los animales: ganado vacuno, caballar, porcino, aves de corral, etc. Este hecho propició la expansión de la ganadería y el consumo de carne por parte de la población y liberó una parte importante de la producción de trigo que se utilizaba como alimento para el ganado, para ser destinado preferentemente a la alimentación de la sociedad burguesa. La apropiación de otros cultivos americanos como los de la papa y el tomate pusieron al alcance de las poblaciones europeas empobrecidas alimentos baratos y abundantes que terminaron con las hambrunas cíclicas que azotaban la fuerza de trabajo europea, determinando una mejoría sensible en su calidad de vida (Sanoja, 1997: 195-202; Braudel, 1992:- I: 104-172).

La importación desde Nuestra América hacia Europa Occidental de mercancías tales como café, cacao, algodón, melazas de caña de azúcar, maderas preciosas, vainilla, zarzaparrilla, etc., y la exportación hacia América de loza doméstica, objetos de vidrio, licores, quesos, jamones, telas, velas de cera, clavos, etc. generó, particularmente entre Europa occidental, el Caribe y la región noreste de Suramérica vastas redes de intercambio mercantil, consolidando la importancia del crédito y el comercio a larga distancia. Para fortalecer dicho proceso, se perfeccionaron instrumentos de cambio tales como los giros o letras de cambio y se establecieron bolsas de comercio en Londres, Ámsterdam, París, Sevilla, etc., para especular con los precios de las mercancías no perecederas (Braudel, 1992; II: 81-114; Sanoja y Vargas-Arenas, 2005: 300-306).

A partir del siglo XVI, la sociedad capitalista mercantil de Europa occidental, gracias a su expansión colonial, entró en una fase de acumulación y concentración de capitales que culminó en el siglo XVIII con el despegue del capitalismo industrial y la disolución definitiva de la Formación Socioeconómica Feudal. Con la toma del poder por parte de la clase burguesa hacia finales del siglo XVIII, el paradigma histórico que legitimó el triunfo de la Revolución Francesa, la noción de progreso convirtió a la Europa capitalista en el paradigma dominante del proceso civilizador occidental, en la conciencia reflexiva, la filosofía moderna de la historia universal, de los valores, invenciones, descubrimientos, instituciones políticas, etc., que se atribuye a si misma como su producción (Dussel 1998: 52). Por esta razón, los conceptos de dinamismo y cambio social adquirieron -desde el siglo XVIII- mayor preeminencia en el pensamiento histórico, político y filosófico mundial de la de la sociedad burguesa que el concepto de estabilidad.

A la par que la noción de progreso, la noción de espacio se había convertido en un elemento importante para el pensamiento de los filósofos del Romanticismo, ya que el suelo, el territorio era esencial para explicar la formación de las naciones, pueblos y razas cuya existencia sustentaba la existencia misma de los pueblos europeos, elegidos por la historia. Una raza podía atravesar diferentes edades, pero retenía siempre una inmutable esencia individual que se transmitía a través de los lazos de sangre y la formación de una herencia cultural común. Por eso el mestizaje, la mezcla de razas era considerada por la filosofía del movimiento romántico europeo como desastrosa: para ser creativa, una civilización debía ser racialmente pura, tal como sostenían etnólogos y arqueólogos racistas europeos como Gobineau (Trigger, 1978:65) y Kosinna (Trigger, 1978: 81-82). Por tal razón, afirmaban, Grecia y Roma, consideradas como el epítome, la infancia de Europa, no podían ser vistas como fruto del mestizaje y la colonización de los pueblos originarios europeos con los africanos y los semitas provenientes del Medio Oriente y el Asia Menor, como efectivamente hemos visto que ocurrió. De ese contexto ideológico derivaron posteriormente las ideas racistas del nazismo, del antiguo apartheid surafricano, del sionismo, y en general todas las tesis discriminatorias y racistas que fundamentan el discurso ideológico de la mayor parte de las clases medias y las burguesías, particularmente de las latinoamericanas.

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Fig. 1. Posible moneda de bronze en forma de piel de ganado

Fig. 2. Cuadro cronológico tomado de Castro, Lull y Micó (1996: 233-254). Colocar en pag. 38.

DEL CAPITALISMO AL SOCIALISMO DEL SIGLO XXI

Capítulo 3.
El Materialismo Histórico y el paradigma del Progreso
Entre mediados y finales del siglo XIX, auge de la época victoriana en Inglaterra,  momento cuando Marx escribió sus obras Los Grundrisse y El Capital,  Engels su libro sobre El Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado, y Morgan sus libros  La Sociedad Antigua y Houses and House-life of the American Aborigines, el capitalismo industrial estaba entrando, tanto en Europa como en los Estados Unidos en una fase de intensificación, expresada en el auge de la construcción de fábricas y máquinas que servirían para construir nuevas fábricas y máquinas. Los altos costos que implicaba el desarrollo de esta nueva fase del capitalismo no podían ser  financiados solamente con los beneficios obtenidos de la explotación despiadada a la que estaba sometida para entonces la fuerza de trabajo y los recursos naturales con que contaban las naciones de  Europa y los Estados Unidos. La solución fue iniciar un nuevo y sangriento período de expansión colonial. Estados Unidos se anexaron los territorios del norte de México, país que perdió casi la mitad de su territorio nacional. Inglaterra se apoderó de la India, parte de África, de China y de Oceanía; Francia, Holanda, Austria, Alemania, Bélgica e Italia se apropiaron de todo el resto de África, del Sureste de Asia, de Oceanía,  colonizaron la Europa Central y los Balcanes y casi se apoderan de Nuestra América. Por desgracia para los europeos (y para nosotros también), Estados Unidos, siguiendo su dogma del destino manifiesto, ya había decidido y hecho saber a las potencias europeas a través de la Doctrina Monroe, que  Nuestra América -y Venezuela en particular- era de su propiedad exclusiva.
Casi simultáneamente con las obras de Marx, Engels y Morgan, apareció  en 1859 la de Charles Darwin, Origen de las Especies, donde este autor expuso sus ideas sobre las leyes de la evolución biológica y de la selección natural del más fuerte. En palabras del mismo Darwin:
“…La selección natural tiende a hacer cada ser orgánico tan perfecto como, o ligeramente más perfecto que los otros habitantes del mismo país con los cuales compite. Podemos ver que ésta es la medida de la perfección que se puede alcanzar en la naturaleza…” (1909, vol.11: 213) “…Yo pienso que es inevitable que en el curso del tiempo se formen nuevas especies a través de la selección natural y que las otras se hagan cada vez más raras  hasta que se extingan definitivamente…” (1909, vol.11: 121).  “…La selección natural actúa mediante la vida y la muerte determinando la supervivencia del mejor adaptado y la destrucción de los individuos menos adaptados…” (1909. vol.11: 206). (Traducción nuestra).
La utilización tendenciosa del concepto de la selección natural aplicada a la sociedad, contribuyó a consolidar las ideas sobre el carácter direccional del progreso social,  la evolución de la cultura y la sociedad  como  la justificación ideológica del colonialismo  y de la explotación capitalista de los pueblos “inferiores” por parte de los pueblos escogidos para liderar la marcha del progreso.
Los principales filósofos e intelectuales europeos de la época, Marx y Engels incluidos, así como también numerosos teóricos de la Segunda Internacional, no pudieron escapar a las determinaciones ideológicas que imponía la tesis positivista en boga para la época  en relación a la evolución de la Cultura y  el Progreso Social,  “…de las fases necesarias e insorteables por las que tenían que atravesar las sociedades en el curso de su evolución para acceder al estadio de la civilización plena” (Díaz Polanco, 1989:83-84). De una manera europocéntrica, la línea evolutiva que habían seguido los pueblos de Europa Occidental desde la prehistoria, fue extrapolada por los filósofos positivistas como el paradigma del progreso de la humanidad.
Con base al paradigma occidental de la evolución de la cultura, expresaron Marx y Engels en el Manifiesto Comunista (2007) la teoría del materialismo histórico sobre el desarrollo histórico de la sociedad. La historia de la humanidad  modelada sobre la modernidad burguesa, consideraba el capitalismo como el triunfo final de la burguesía, la etapa superior de la evolución de dicha sociedad. Marx y Engels consideraban que el triunfo de la burguesía europea, cuya condición esencial de existencia era la acumulación de riqueza,  sacudiría los cimientos del viejo orden señorial feudal y llevaría a su más alto nivel el desarrollo de las fuerzas productivas. Aunque nunca expusieron detalladamente como serìa la futura alternativa a la civilización capitalista, a diferencia de los historiadores burgueses de su època ambos filósofos consideraban que el socialismo y el comunismo serían la fase final de dicho proceso evolutivo, período en el cual se sentarían las bases para dar el salto revolucionario hacia la sociedad ideal. El paso al socialismo se haría en aquellos países europeos como Alemania, donde en el siglo XIX existían las que se consideraban las más avanzadas condiciones de civilización.
En el siglo XIX, la mayor parte de los pensadores y filósofos y particularmente toda la burguesía europea y estadounidense, estaban imbuidos con las tesis del evolucionismo cultural, con la idea del progreso lineal que legitimaba la preeminencia de la sociedad europea, particularmente la occidental y la nórdica,  paradigma de la civilización occidental, sobre todos los otros pueblos del mundo. Las propuestas filosóficas de Marx y Engels, como vemos,  no escaparon a esa coyuntura ideológica, por lo cual  el proceso evolutivo que condujo a la sociedad Europea Occidental desde la Comunidad Primitiva hasta el Capitalismo llegó a ser considerado –incluso por los mismos  pensadores marxistas- como un universal de la cultura humana.
Dialécticamente, según el paradigma europeo del progreso que animaba el pensamiento de Marx y Engels, el desarrollo burgués de las fuerzas productivas fortalecería a su vez el poder de la verdadera clase revolucionaria, el proletariado; llegado el momento, la revolución triunfante aboliría  la sociedad burguesa para constituir finalmente en Europa una sociedad libre, sin clases, sin propiedad y sin explotación del trabajo de los proletarios; la sociedad  comunista sería la  fase final de la perfección humana, de la civilización. De esta manera, el pasado quedaría integrado en una línea continua de evolución con el presente, dominado por la civilización occidental capitalista, cuya plena realización produciría, por negación dialéctica, el triunfo de la clase trabajadora,  la derrota de la burguesía, el advenimiento de la futura sociedad socialista y finalmente la utopía de la Sociedad Comunista.
Según Palerm (1986: 50), Marx no proponía una secuencia evolutiva lineal, sino un proceso histórico abstracto deducido no directamente de la historia concreta, sino de las exigencias estructural-funcionales del capitalismo  de su tiempo proyectadas hacia el pasado como posibilidad de explicación del presente. Su obra El Capital –dice el autor- constituye un análisis casi exclusivamente económico de una estructura social cuyos elementos constitutivos responden a una situación de mercado.
Según el análisis que hizo  Rosa Luxemburgo, El Capital  muestra la existencia de un proceso expansivo constante del modo de producción capitalista asumiendo, por razones metodológicas, que no existen en el mundo más que dos clases: capitalistas y obreros. Sin embargo, decía Luxemburgo, la condición colonial no estaba presente en el modelo analítico de Marx, aunque las  guerras coloniales son indispensables para que se cumpla el ciclo de reproducción ampliada del capital. Para su existencia y desarrollo, el capitalismo necesita estar rodeado de formas de producción no capitalistas y apropiarse violentamente de los medios de producción más importantes de los países colonizados, lo cual implica la participación en dichos procesos de otros actores sociales como los campesino@s y pastor@s,  grupos aborígenes, etc., que no son ni obreros industriales ni capitalistas (Luxemburgo, 1967).
Afirmando lo expuesto por Rosa Luxemburgo, podemos observar que el desarrollo mercantil de la economía colonial en Venezuela  así como en otros países de la vertiente atlántica de Suramérica y del Caribe, se sustentó en la creación de enclaves mono-productivos dominados por el sistema de trabajo esclavista de la plantación, lo cual permitió concentrar la acumulación de tecnología y de capitales para producir bienes de consumo (café, cacao, melazas, tabaco, etc.) cuya distribución era negociada finalmente a través de las bolsas de comercio de Ámsterdam, Londres, París y otras de su género. Las plantaciones habrían equivalido, de cierta manera, a las actuales maquilas implantadas por el neoliberalismo en el Tercer Mundo, donde se utiliza mano de obra nativa sub-pagada, explotada y neo-esclavizada, formas socioeconómicas características del capitalismo periférico. Lo anterior nos indica que la creación de una economía de mercado fue en el siglo XVIII una condición necesaria, pero no suficiente para la formación del proceso capitalista en aquella región (OEA, 1960; Sanoja y Vargas-Arenas, 2005:125- 127; Mintz, 1971).
Fuera de las plantaciones, la mayoría campesina de la población continuó viviendo y practicando hasta las primeras décadas del siglo XX, formas culturales y socioeconómicas  que representaban procesos alternativos al capitalismo mercantil imperante, hecho que los pensadores marxistas de la década de los años sesenta y setenta del pasado siglo denominaban como  sistemas sociales duales, los cuales contrariaban la ortodoxia de la teoría de los modos de producción imperantes para la época. Lo que señalan en verdad dichos procesos, es la necesidad  de desarrollar una teoría específica de las formaciones y modos de producción nuestramericanos y de los venezolanos en particular (Sanoja y Vargas-Arenas, 1992; Amin, 1997-1998; Vargas-Arenas, 2007a).
Lumbreras (2005: 263-264)  aporta también interesantes elementos para el análisis de la polémica sobre la existencia de diversas líneas de evolución de la sociedad, lo que nosotros llamaríamos procesos civilizadores. De acuerdo con  la posición teórica marxista -dice- “…el paradigma unilineal de la historia  que partiendo de la comunidad primitiva se estructura en formas progresivamente más complejas de sociedades clasistas (esclavismo, feudalismo y capitalismo) hasta desembocar finalmente en el socialismo como fase previa a la sociedad comunista sería un camino universal de la historia humana que debería poder aplicarse con carácter de ley en el análisis de la historia particular de los pueblos para explicar las circunstancias concretas de su existencia y poder aplicar el valor predictivo de la ley científica en el diseño de una estrategia hacia el futuro” (Énfasis nuestro). Sin embargo, sigue la polémica. Marx (1972) en sus notas sobre las “Formas que preceden a la formación capitalista” dejó planteada la existencia de varios modos de producción distintos al esclavismo para acceder a la sociedad de clases, entre los cuales destacaba el modo de producción asiático, modos que diferían entre sí por las condiciones de organización de las relaciones sociales de producción, lo que a su vez se traducía  en una explicación multilineal de la historia de la humanidad. En términos de la estrategia política, ello significa que existirían diversos caminos para llegar al socialismo, no necesariamente siguiendo la vía de la “dictadura del proletariado” enunciada originariamente por Marx, Engels y Lenin.
Podríamos preguntarnos como corolario de esta discusión: ¿Se podría justificadamente utilizar de manera acrítica este paradigma evolutivo del progreso para explicar históricamente el surgimiento del socialismo en Nuestra América?  La respuesta sería no, ya que dicho paradigma –como hemos visto- no constituye un universal de la cultura de la humanidad, sino uno de los diversos procesos civilizadores que asume el  desarrollo de la humanidad dentro de un conjunto de diversas relaciones sociales históricamente concretas y determinadas. La sucesión de modos de producción señalados por Marx y Engels describe acertadamente la línea particular de desarrollo del proceso civilizador europeo, y mediterráneo en particular, cuyos componentes, como hemos mostrado en el capítulo anterior, difícilmente pueden ser duplicados en otra situación.  Sin embargo, como afirmara Chesneaux (1969: 116-118),si entendemos que el marxismo y el materialismo histórico pueden efectivamente propiciar investigaciones científicas, no se trata entonces de sustituir el dogmatismo de la universalidad del esclavismo y del feudalismo por un neodogmatismo del modo de producción asiático ignorando las cuestiones fundamentales que se plantean en Asia, Africa y  América, sino de alcanzar un conocimiento de la historia de esos pueblos que permita una práxis revolucionaria más justa y eficaz que oriente adecuadamente la construcción de los nuevos socialismos del siglo XXI. Como analizaremos en las páginas subsiguientes, por lo menos hasta el siglo XVI de la Era Cristiana, el proceso civilizador capitalista europeo-mediterráneo representaba aproximadamente a un tercio de la sociedad mundial. El  restante setenta y cinco por ciento  de dicha sociedad mundial, como ya sabemos, estaba representado por sociedades mercantiles o no capitalistas que podrían asimilarse grosso modo con el denominado" modo de producción asiático" o sociades clasistas iniciales..
Como corolario podríamos dejar establecido que si bien existe una teoría general de los modos de producción capaz de explicar dialécticamente la historia de la Sociedad en su conjunto, dicha explicación debe ser validada mediante la formulación de teorías particulares que contribuyan a explicar la diversidad de procesos culturales civilizadores que conforman la  realidad concreta entendiendo -como dijo Marx en el volumen I de los Grudrisse (1967: 30)- que “…Le concret est le concret parce qu’il es la synthèse de nombreuses deterninations, c’est l’unité de la diversité…” (Lo concreto es lo concreto porque es la síntesis de muchas determinaciones, es la unidad de la diversidad…”. Traducción nuestra).
Lo anterior se refleja concretamente en el desarrollo de las diversas propuestas particulares y concretas de construcción socialista que están tomando cuerpo en distintas naciones de Suramérica y el Caribe, las cuales nos indican que es necesario reevaluar la explicación teórica de la evolución de la humanidad enunciada por el materialismo histórico. Ya no se trata, en el presente caso, de dilucidar una discusión académica pasada de moda que tuvo lugar en las décadas de los años sesenta y setenta del pasado siglo sino, como nos muestra Vargas-Arenas (2007), de clarificar una teoría social particular que fundamente el diseño de una estrategia concreta para construir la sociedad socialista en Nuestra América.  
Para elaborar nuevas tesis teóricas que permitan analizar prospectivamente la historia de la sociedad nuestroamericana, es necesario que exploremos el potencial transformador de  otras líneas de desarrollo histórico que no surgen directamente del paradigma civilizador capitalista europeo, como son las que se desprenden de un paradigma civilizador alternativo como el llamado "Modo de Producción Asiático o "Despótico" Consideramos particularmente importante analizar su concreción histórica nuestroamericana, ya que los actores políticos y sociales llamados a conformar el sujeto histórico de nuestra revolución –como señalábamos anteriormente a propósito del pensamiento de Rosa Luxemburgo- representa una extraordinaria diversidad cultural y étnica. La diversidad y sus consecuencias no son fenómenos pasajeros, son una constante histórica; no podemos prescindir de ellos a voluntad, como quien deja de lado unos detalles sin importancia. Cada vez que ello se ha intentado, se han tenido que pagar altos costos sociales y políticos (Díaz Polanco y Sánchez, 2002: 29).
El Modo de producción Asiático: una  expresión del clasismo inicial
El concepto de despotismo oriental comenzó a ser desarrollado originalmente por Aristóteles. Para este autor, dicho concepto aludía a la existencia de reinos o gobiernos tiránicos y de pueblos que tenían tendencia a la servidumbre, sometidos al yugo del despotismo de los gobernantes. Este carácter despótico –decía Aristóteles- era más acentuado en los pueblos asiáticos que en los de la Europa clásica.  Posteriormente y de distintas maneras, el concepto de despotismo oriental fue desarrollado también por pensadores como Maquiavelo, Hobbes, Montequieu y Stuart Mill y finalmente Hegel (1978:  207-209). Este último contemplaba la existencia de tres formas de despotismo asiático: a) El Despotismo Teocrático o Estado Patriarcal, ejemplificado en los imperios chino y mongol,  b) La Aristocracia Teocrática, ejemplificada por el sistema de castas de La India y c) La Monarquía Teocrática ejemplificada por el régimen monárquico de Persia.
De aquellas fuentes  abrevaron también Marx y Engels para definir la categoría de Modo de Producción Asiático, con la cual trataron de explicar científicamente las causas del “atraso” de los pueblos que no habían podido llegar al nivel de progreso alcanzado por los europeos. Se trataba al parecer de otra u otras formaciones sociales con un modo de producción genérico apoyado en la superexplotación masiva de la fuerza de trabajo, caréntes de desarrollo tecnológico y con una división del trabajo poco compleja. La célula básica de la sociedad estaba constituida por la organización aldeana basada en el parentesco, reservando para el Estado la facultad de acometer las obras públicas utilizando el tributo en trabajo con el que debía contribuir la población de las aldeas
El concepto  modo de producción asiático o despótico caracterizado por la existencia de una sociedad clasista inicial, una forma de gobierno despótico y la ausencia de propiedad privada de la tierra fue -hacia a mediados y finales del pasado siglo- objeto de un intenso debate teórico entre economistas e historiadores, tanto marxistas como burgueses (Varga 1969; Godelier 1969: 13-67; Bartra 1969; Wittfogel 1981). Resumiendo los rasgos institucionales que definirían una sociedad “oriental” o hidráulica, Manzanilla (1986: 246) señala: 1) la capacidad de debilitar la propiedad privada de la tierra, la existencia  de una burocracia monopolista como tipo específico de clase gobernante; 2) la incorporación de la religión (¿o ideología?) dominante dentro de su estructura, donde los funcionarios o sacerdotes de dicha religión actuarían como oficiales del gobierno en tanto que éste sería el administrador de sus propiedades; 3) el Estado sería la entidad que aglutinaría los principales logros constructivos, de organización -es decir, mantenimiento y administración- y adquisitivos: control del trabajo y de los frutos del mismo. La sociedad hidráulica tendería a constituirse como Estado, constituyendo el sistema político más eficiente para integrar los patrones formales de autoridad, permitiendo una utilización más adecuada del agua y la tierra y proveyendo ventajas económicas y de funcionamiento frente a grupos externos.
La diversidad cultural de las sociedades clasistas iniciales o "asiaticas"  y las vías hacia el capitalismo y el socialismo.
El conocimiento es histórico. El pensamiento de los cientificos y en particular de los científicos sociales, esta determinada por el nivel de conocimientos que se tienen en un determinado momento sobre la historia de la humanidad. En este sentido,  la categoría Modo de Producción Asiático fue formulada por Marx y Engels hacia mediados del siglo XIX, cuando no había sido creado todavía el extenso corpus de conocimiento científico que han producido la arqueología, la paleobotánicia, la paleozoología, la paleoecología, la filología, el urbanismo y otras ciencias auxiliares. En el caso particular del Modo  de Producción Asiático, para el marxismo actualmente lo relevante no es tratar de definir el orígen del Estado arcaico sino el surgimiento originario de la sociedad de clases, el clasismo inicial (Bate 2008: 43-45; Gandara 2008: 208). Ello se pone de relieve cuando analizamos comparativamente la diversidad de procesos históricos que han seguido las sociedades consideradas como  paradigmáticas para describir el Modo de Producción Asiático, desde las formas más antiguas hasta su culminación moderna en diversas formas de sociedades capitalistas, capitalistas de estado o ex socialistas. Dicho bloque histórico, considerado por la cosmovisión eurocentrica como  un residuo atrásado de la historia de la Humanidad, representa por el contrario procesos muy dinámicos de cambio social  que hoy día son críticos para la supervivencia del sistema capitalista mundial.
De los pueblos pastores de Eurasia a la revolución soviética.
Desde el IV milenio antes de Cristo, los pueblos pastores de la estepa asíatica y particularmente la euroasiática, ya habían comenzado a domesticar el caballo, el cual se utilizaba como proveedor de carne, animal de tracción y para montar. Para  inicios del Período del Bronce Antiguo, alrededor de 2000 años a.C.,  coexistían entre dichos pueblos dos formas socioeconómicas complementarias: el pastoreo,  la ganaderia y la agricultura, las cuales constituian la base material de una sociedad jerarquica guerrera. Entre los siglos IX y VII antes de Cristo, comenzaron a hacerse presente otros pueblos pastores que, a diferencia de los anteriores, utilizaban el hierro para fabricar sus armas. Ya para el siglo VII antes de Cristo se habia formado estados o imperios arcaicos nómadas clasistas donde interactuaban  los pueblos agricultores ganaderos y los pueblos pastores, por una parte, y las comunidades sedentarias de la Edad del Bronce Final  (Harmatta 1982: 137-148; Kristiansen 1998: 260-751).
A diferencia de aquellas formaciones sociales euroasiaticas que vivían en las dilatadas llanuras que se extienden desde el rio Elba hasta el Don, el territorio europeo occidental albergaba para incios de la Era Cristiana un modo de producción tribal-comunal  basado en la agricultura, la ganadería y la metalurgia, dominado por aristrocracias guerreras, el modo de producción germánico, en simbiosis con un modo de producción que utilizaba procesos de trabajo esclavista dominado por el sistema de Estado Imperial Romano, con amplias estructuras urbanas, vastos latifundios agropecuarios, producción semi-industrial de bienes de consumo y una extensa red de intercambio mercantil a larga distancia. Este  hecho fue determinante del desarrollo desigual entre los pueblos del occidente y del oriente de Eurasia, ya que estos últimos,  a diferencia de los germanicos, nunca llegaron a integrarse con el sistema imperial de Roma (Anderson 1979: 219).
A partir del colapso del Imperio Romano, entre  los siglos V-VI de la era cristiana,  las tribus germánicas que habitaban al este del Danubio,  comenzaron a abandonar sus antiguos territorios para dirigirse hacia el sur y el oeste de Europa, dejando el espacio libre para los pueblos agrícolas eslavos. El  modo de producción de los eslavos se carácterizaba por confederaciones tribales agropastoriles de aldeas nucleares gobernadas por aristocracias guerreras; estas derivaron posteriormente hacia una clase dominante conformada por clanes de terratenientes con una jerarquía social hereditaria, los cuales explotaban al campesinado y a un sector de esclavos domesticos conformado por prisioneros de guerra (Marx y Hobsbawn 1972: 17; Anderson 1979: 219-220; Harmatta 1982: 129-176). Con base a este modo de producción se conformó en siglos posteriores lo que denomina Braudel (1992,III: 441) "...the remote and marginal world of Muscovy..." ( el mundo marginal y remoto de Moscovia.Traducción nuestra) en el siglo XV de la era cristiana, cuando Ivan El Terrible, principe de Moscú, apoyado por la jerarquía nobiliaria moscovita, la jerarquía de la Iglesia Ortdoxa y sus aliados comerciales y políticos, derrotaron el Estado nomádico mongol, denominado la Horda de Oro, emergiendo la Rus de Moscu como líder del territorio de la Gran Rusia. En 1547 Ivan IV fue coronad oficialmente como primer Tsar de todas las Rusias.
Para el siglo XVI, la Rusia de Moscovia se carácterizaba por tener un Estado omnipotente que era propietario de la tierra (Varga 1969: 77), bajo la autoridad autocrática del Tsar apoyado en la Iglesia Ortodoxa y en una clase nobiliaria, los boyardos y los kulaks, quienes explotaban una vasta clase de trabajadores y campesinos sometidos a un régimen de trabajo servil. El Tsar tenía el monopolio de toda la producción y el comercio de bienes manufacturados. La apertura de Rusia a la tecnología del capitalismo industrial de Europa occidental  se aceleró bajo el reinado de Pedro El Grande (1689-1725), aunque  su orientación principal se volcaba hacia el mundo asiático (Braudel 1992 III: 441-466).
Hacia mediados del siglo XIX, la Liga de los comunistas consideraba que existían condiciones para una revolución proletaria en paises  que formaban parte del mundo industrial desarrollado de la época, como Estados Unidos, Inglaterra, Alemania, Suiza y Polonia. Pero la crísis del capitalismo que precipitó la Primera Guerra Mundial, determinó que la primera revolución proletaria tuviese lugar en la Rusia Zarista, con un territorio enorme donde coexistían diversos tiempos históricos, modos de vida de vida que iban desde los recolectores pescadores siberianos, los pastores mongoles y el servaje campesino hasta los trabajadores industriales, pero uno entre los países tecnológica y socialmente más atrásados de la Europa de entonces. La tarea que debían enfrentar los movimientos revolucionarios rusos  no era sencilla: llevar todos esos diversos pueblos hacia el socialismo. Dicha tarea se dificultaba aún más debido, por una parte, a la atomización ideológica y de objetivos prácticos de dichos movimientos (Reed 2007 y, por la otra, a que debían afrontar la construcción del socialismo, no sobre las bases del progreso organizativo que debía haber alcanzado la clase proletaria en su victoria sobre la burguesía capitalista, según el paradigma del progreso de la civilización occidental, sino sobre los despojos de un sistema político despótico e historicamente atrásado (Sanoja y Vargas-Arenas 2008: 294).
La Revolución Rusa de 1917 y la instauración del primer Estado Socialista del mundo, fue la culminanción de una serie de luchas y movimientos sociales que desde el siglo XIX habían tratado de derrocar el regimen tsarista, lo cual lograron finalmente bajo la inspiración y la dirección de Vladimir Ilitch Lenin. Este sostenia la tésis del partido como vanguardia del proletariado para mostrar al proletariado donde estan sus verdaderos intereses de clase y la instauración de una dictadura democrática de los trabajadores y campesinos para garantizar la necesaria derrota de la burguesía y el triunfo de la revolución. El leninismo, según Stalin, "...es la teoría y la práctica de la revolución proletaria en general y la táctica de la dictadura del proletariado en particular...".  Gracias a la aplicación de dicha teoría y su táctica corespondiente, según Trostky:
"...Rusia entró en el camino de la revolución proletaria, no porque su economía fuese la más madura para la transformación socialista, sino porque esta economía ya no podía desarrollarse sobre bases capitalistas... la revolución proletaria fue lo unico que permitió a un país atrásado obtener en menos de veinte años resultados sin precedentes en la historia...." (Trostky 1963a: 17, 15).
 Algunos adversarios ideológicos de la Unión Soviética, tales como Karl Wittfogel (1981: 438-440), sostenían que la naturaleza represiva del Estado y el socialismo soviético (el cual Wittfogel consideraba como la Restauración Asiática de Rusia) derivaba directamente de la supuesta condición semi-asiática que –según el autor- caracterizaba el anterior régimen de la Rusia zarista y de la nueva burocracia partidista que estaba conduciendo a Rusia hacia una restauración Asiática. En este sentido, según explica Gándara (2008: 212) en relación a la llamada sociedad asiatica, la hipótesis sostenida por  Wittfogel no esta referidaa cualquier tipo de sociedades ni a cualquier tipo de irrigación, sino que alude claramente a la relación entre un cierto tipo de Estado arcaico y el control de la irrigación compleja. Es una hipótesis destinada originalmente a explicar, en términos evolutivos, el surgimiento del Estado despótico.
En 1993 colapsaron la Unión Sovietica y el bloque socialista. Quince años más tarde el sistema capitalista mundial entra igualmente en una aguda crísis que amenaza con llevarlo al colapso total. El problema, como podemos ver, es de naturaleza eminentemente social. Por tanto, nuestro interés en el presente caso no es tanto discutir con datos empíricos la validez actual del Modo de Producción Asiático referida a una formación social concreta, sino resumir ciertas características de dicho modo de producción precapitalista o no capitalista  que puedan servirnos para esclarecer la importancia que tiene el estudio de esta línea histórica originaria de la sociedad clasista inicial, para la búsqueda de nuevas alternativas que expliquen la factibilidad de otros desarrollos socio-históricos como  el socialismo, diferentes al capitalismo empresarial burgués occidental (Godelier 1969: 60-63).
Mesopotamia: Irak, Iran, Turquía.
Las investigaciones arqueológicas practicadas en vasta la región del Asia Occidental y el norte de Africa en los últimos 40 años, nos  permiten hoy día fijar los orígenes de la vida social organizada en 12.000 años antes del presente y observar los desarrollos culturales posteriores en toda su diversidad y sincronía (Mellaart 1994: 425-426). Podríamos posiblemente sostener, con base a estos conocimientos, que el Asia Occidental habría formado una civilización singular expresada en diversos procesos civilizadores que se prolongan hasta nuestros días, vinculados en diversos momentos cruciales de su  historia moderna  con los de la civilización occidental (Europa-Estados Unidos).
Al analizar comprarativamente la diversidad de procesos sociohistóricos que condujeron a la formación de las sociedades complejas en los diversos continentes, podemos observar que el surgimiento de las sociedades clasistas iniciales no siguió -como bien sabemos- un patrón definido en todas partes del mundo (Utchenko y Diakonoff 1982: 7-22). A diferencia de lo ocurrido en los pueblos agropastoriles de Eurasia, ya analizados, en Asia  el norte de Africa, el Medio Oriente y América, los grandes sistemas de regadío, muchas veces asociados con el surgimiento de las sociedades clasistas, parecen  haber constituido uno de los elementos originarios para la integración y cohesión de la población, controlados por dinastías despóticas, las cuales  se apropiaban de buena parte del excedente producido por la población de las diferentes aldeas sometidas al gobierno de la autoridad central(Childe 1958; Diakonoff: 1982: 23-50; Bate: 1984;  UNAM: 1988.).
En Mesopotamia-(Irak-Turquia), el modo de vida sedentario -ejemplificado por sitios arqueológicos como Hassuna y Hacilar- esta presente desde  el 6° o 5° milenio a.C, apareciendo evidencias tempranas de urbanismo, aldeas amuralladas donde se cultivaban cereales y se domesticaban cabras, ovejas y cerdos. Hacia 4000-3000 a.C  estan presentes agrupaciones urbanas clasistas iniciales como Uruk y Eridu con templos, residencias palaciegas, agricultura con regadío, especialistas artesanales e industriales y utilización de las escritura sobre tabletas de barro. Ya desde el período dinástico, IV milenio antes de Cristo,  puede rastrearse un gobierno centralizado, evidencia de una civilización hidraulica centrada en el Estado (Manzanilla 1986: 247-259; Mellaart 1970; Braidwood 1967: 118-124; Childe 1958: 168; Ehrich 1954: 61)
La contribución mas resaltante de la sociedada dinástica temprana de Mesopotamia se ubica en el dominio de la metalurgia del cobre y el bronce , orientada mayoritariamente hacia la fabricación de armas u  objetos suntuarios  cuyo consumo estaba dirigido mayormente a los gobernantes y los guerreros, al servicio de los templos y de los ciudadnos prosperos (Childe 1958: 156-171.
En la meseta irani, por otra parte, el inicio del modo de vida sedentario está ejemplificado entre el 8° y el 7° milenio antes de Cristo por aldeas agrícolas como Ali Kosh, Bus Mordeh, Jarmo, Güra etc., (Hole et alíi 1969) el cual se extendió hacia regionaes vecinas como Afghanistan, Baluchistan, Asia Central (Rusia) y Mesopotamia, relacionandose también  con otros sitios similares en el valle del Indus a través del comercio a larga distancia de materias exóticas como el lápiz-lazuli, la esteatita y el cobre.
La sociedad dinástica temprana o clasista inicial se consolidó hacia 2700 antes de Cristo, carácterizada por formaciones urbanas amuralladas cuya densidad de población alcanzaba un promedio de 400 habitantes por hectarea, apoyadas en un en una economía agraria con irrigación, estratificación social y artesanos especialistas (Adams 1962: 114-115). La sociedad estaba estructurada  por tres clases  sociales principales: aristocracia guerrera, sacerdotes y campesinos  pastores enmarcadas dentro de una estructura social patrilineal cuyo rey era elegido del seno de una familia o linaje particular de la aristocracia guerrera y rodeado de terratenientes guerreros hereditarios o satrapas, que eran señores tributarios del rey y actuaban como intermediarios para la recolección de los tributos que pagaba la gente del común.
El primer contacto efectivo de estas sociedades orientales  con las sociedades esclavistas de Grecia y Roma ocurrió con la invasión de Alejandro Magno y sus ejercito macedonio entre 336 y 330 antes de Cristo y posteriormente con la invasión de las legiones romanas de Lucullus en 69 antes de Cristo. Posteriormente hacia 630 de la era cristiana cayeron bajo el dominio  de los pueblos arabes y turcos en la expansión del Islam desde el sur de Arabia, sopotando igualmente las invasiones de los pueblos mongoles del Asia Central en 1220.
La modificación sustancial de la sociedad clasista oriental comenzó con las invasiones propiciadas por la expansión colonial  europea, particularmente británica y francesa, a partir de finales del siglo XVIII. quienes de manera paulatina comenzaron a introducir en aquella formas comerciales capitalistas que posteriormente fueron el prolegómeno de la dominación colonial.
En Irán, la penetración capitalista franco-británica y rusa comenzó entre 1797 y 1834, dando orígen al desarrollo de una clase mercantil  poderosa que ya existía en 1890. Sobre esta base, los británicos impusieron en 1925 un gobernante o emperador que les era afecto, el Shah Rehza Palevi, cuya dinastía gobernó al pueblo irani con puño de hierro hastaa 1979, cuando fue derrocada por el Imam Khomeini instituyendose una República Islámica,  un regimen nacionalista, capitalista de Estado, que nacionalizó los principales medios de producción, particularmente el petróleo, el acero, la petroquímica, las comunicaciónes, etc., democratizó la tenencia de la tierra y propició un importante desarrollo autonomo de la educación, la ciencia, la tecnología y la industria.
En el caso de la región Mesopotamica, la primera intervención militar colonial del ejercito británico se  produjo en 1914. Posteriormente a la finalización de la Primera Guerra Mundial el Colonial Office  formalizó el control colonial del territorio irakí, instalando en él monarcas que preservasen sus intereses petroleros (Iraq Petroleum Company), económicos y políticos.  A partir de 1958, surgió un movimiento de jovenes  militares, intelectuales y obreros que abrazaron la causa del nacionalismo y el socialismo arabe reprersentado en el partido Baas, el cual tenía como paradigma el movimiento socialista militar iniciado en la Republica Arabe Unida (Egipto) por el coronel  Gamal Abdel Nasser. El partido socialista Baas gobernó Irak hasta 1983, cuando la salvaje invasión militar del ejercito de los Estados Unidos, ordenada por George Bush derrocó el gobierno de Sadam Hussein, destruyendo los fundamentos materiales y culturales de la Nación Iraquí e imponiendo al pueblo - a sangre y fuego-el remedo del modo de vida capitalista estadounidense.
Egipto,  las sociedades africanas  y el Islam
Continuando con el análisis histórico de la diversas sociades antiguas y su proyección hacia el presente, podemos apreciar que en en Egipto, el proceso civilizador estuvo directamente estimulado por las extraordinarias condiciones para producir riqueza que ofrecían las inudaciones períódicas  del rio Nilo y los sistemas de irrigación  para canalizar sus aguas, así como por  la cercanía  a los centros asiáticos y mediterráneos de alta cultura. Si bien el río era el medio natural que representaba la unidad del Imperio, a pesar de la rivalidad que existía entre las poblaciones del Alto y el Bajo Egipto, el carácter divino del faraón  garantizaba dicha unidad, simbolizaba la soberanía, la estabilidad y la confianza en el gobierno del Imperio. La administración del gobierno la llevaba a cabo una burocracia delegada, cuya principal dedicación era canalizar los excedentes de producción hacia el gobernante y la elite que lo rodeaba.
Como refuerzo de la soberanía y la administración centralizada de la producción, los faraones y los reyes en diferentes regiones, desarrollaron religiones oficiales. En el caso de Egipto, la creencia básica era que el espíritu podría sobrevivir solamente si el cuerpo era debidamente preservado y provisto con los bienes que le permitirían disfrutar la existencia en el más allá. Por tal razón, entre 2132 y 1777 a.C., las tumbas de los miembros más importantes de la comunidad asumieron formas monumentales donde destacan las pirámides,  provistas con un lujoso mobiliario, pinturas y grabados murales (Clark, 1977: 238-239; Abu Bakr: 75-101).
Al igual que en las otras sociedades orientales, el contacto con la sociedad esclavista griega ocurrió entre 332 y 308 antes de Cristo cuando Alejandro Magno y sus ejercitos macedonios conquistaron el Antiguo Egipto, hecho del cual surgio la Dinastía Ptolemaica que transformó dicho país en parte del mundo cultural helénico (Riad 1983 II:183-206). Las luchas intestinas al interior de la Dinastía Ptolemaica determinaron entre 145 y 52 antes de Cristo. la intervención militar por parte de la República Romana. Al entrar en esta orbita de influencia política, la sociedad egipcia se vio envuelta igualmente en las guerras civiles intestinas por el dominio del poder en Roma. El consul Julio César irrumpió en Egipto en persecución de su enemigo Pompeyo, a quien derrotó, relacionandose luego con la Reina Cleopatra (Donadoni 1983 II: 207-225).
El gobierno de los ptolomeo estaba fuertemente centralizado en la figura del monarca, quien gobernaba a través de una extensa y compleja burocracia. La economia del imperio era una mezcla del control monopólico real y de la empresa privada, la cual se hallaba bajo el control del modo de producción mercantil que dominaba la sociedad romana (Riad 1983-II:183-206).
Luego de la caida del Imperio Romano los ejercitos persas de la Dinatía Sasánida invadieron Egipto en 616 d.C. En 6229 d.C. el país paso a ser dominado por los arabes imponiendo así el Islam bajo el gobierno del Califato de Bagdad. Bajo el Islam,  Posteriormente entre 1250 y 1800 d.C. Egipto vivió bajo la infuencia del Imperio Otomano, expandiendo el control egipcio sobre Nubia, al sur, Yemen y Aden sobre el Mar Rojo.
 El Islam se extendió rapida y pacificamente hacia el interior del continente africano, fundamentado en el comercio, contribuyendo a la unidad de los pueblos del continente y expandiendo los intercambios de materias primas,  bienes terminados y esclav@s con el Maghreb, Arabia y la India.  El Islam, por otra parte, fue el cemento que unificó la mayoría de las sociedades africanas, particularmente El Mahgreb, Egipto y las sociedades afroislámicas orientales (Niane 1984: 673-686) El Arabico a la par del swahili y otras lenguas africanas se convirtió en un medio de comunicación entre los hombres de letras de las mezquitas y los mercaderes dando nacimiento en el africa subsahariana a los testimonios de la historia escrita (Mateveiv 1984 IV: 469). Desde los siglos X y XI despues de Cristo, bajo el dominio de los Almorávidas ,en  el Mahgreb y el oeste de Andalusia se formaron importantes centros de estudio para la difusión de la ciencia y la filosofía hacia la Europa occidental, hecho que tuvo gran importancia en el renacimiento cultural ocurrido al colapsar la sociedad feudal europea (Niane 1984 IV: 1-14;Garcin 1984 IV:371-397 ).
Los contactos mercantiles africanos con la sociedad atlantica mediterranea  europea, el Medio Oriente y Asia se remontan hasta el siglo XII de la era, culminando en el siglo XV con la intensficación del tráfico de oro y  esclavos negros, principalmente através de  mercaderes portugueses, genoveses  y catalanes.Los portugueses fueron los primeros europeos en tomar contacto con importantes  sociedades estatales yorubas  del Golfo de Guinea tal como el Reino de Benin, pueblos que habian alcanzado un alto grado de especialización económica y  una gran excelencia en la metalurgia del cobre y el bronce (Ryder 1984-IV: 339-370; Devise y Labib 1984 IV: 635-672). El período colonial, particularmente a partir del siglo XIX en adelante, debilitó el poder de los antiguos reinos cuyas poblaciones cayeron bajo la autoridad política de los diversos poderes coloniales europeos. Bajo el proceso de descolonización que se inició hacia mediados del siglo XX, los nuevos estados nación que surgieron representaban divisiones etnicas artificiales, sociedades clasista mayormente multribales con variadas formas de gobierno basadas en el concepto occidental de democracia, el Socialismo Africano o el gobierno militar.
En el Mahgreb, norte de Africa, los fenicios fundaron a partir del siglo VIII a.C alrededor de 300 colonias en la costa de los actuales estados de Argelia, Tunez y Marruecos. Entre los siglos X y XII  fue colonizado por las dinastías bereberes arabizadas. Despues de la caida de la taifa  de Sevilla, España. en 1091 de la era y particularmente al finalizar los reyes cristianos la reconquista de El Andalus, los reinos del Mahgreb recibieron un importantes contingente de población arábica y judia sefardí proveniente del sur de España, los cuales aportaron importantes innovaciones en el campo de la tecnología agrícola y la ciencia. Los reinos bereberes sufrieron al igual que el Egipto la influencia turca y posteriormente, en el siglo XIX, la conquista colonial por parte de diversos paises capitalistas europeos occidentales. Entre 1830 y 1962 Argelia se convirtió en protectorado  y luego en un departamento de la República Francesa, hasta conquistar su independencia en 1962 luego de una cruenta guerra de liberación.  Con una historia originaria muy similar, Tunez y Marruecos se convirtieron en un protectorado de Francia entre 1881 y 1956 cuando obtuvieron su independencia. Hoy dia  Argelia, uno de los mas importantes productores de petroleo del mundo, y Tunez , son repúblicas gobernadas por un sistema político cercano a la social democracia. Marruecos es una monarquía parlamentaria tiránica.
De manera muy similar al Mahgreb, en 1805 Egipto fue ocupado por las tropas napoleonicas y en 1882 se convirtió en protectorado británico bajo un gobierno monarquíco parlamentario. En 1952 un grupo de jovenes oficiales revolucionarios nacionalistas derrocó la monarquía egipcia, declarando la existencia de la República Arabe Unida -cuyo presidente fue el coronel Gamal Abdel Nasser- ambientada dentro del socialismo arabe Baas, la cual se integró temporalmente con Irak gobernada también por elites militares que comprartían los ideales del socialismo nacionalista arabe de Gamal Abdel Nasser. Las potencias occidentales que representaban los intereses del capitalismo occidental en Egipto, Africa del Norte y el Medio Oriente, Estados Unidos, Inglaterra, Francia e  Israel, lograron finalmente derrocar el gobierno socialista arabe e imponer el actual regimen tiránico pro-estadounidense liderado por Hosni Mubarak.
La India y-Pakistan
El desarrollo de la cultura moderna de la India, al igual que las otras ya analizadas en el sur de Asia, es producto de una sintesis de diversos componentes humanos y étnicos aportados por las invasiones persas, particularmente la del emperador persa Dario en 516 antes de Cristo, la griega al mando de Alejandro el Grande en 327 antes de Cristo y la conquista islámica emprendida por los pueblos Arabes y Turcomongoles a partir del siglo VII de la Era Cristiana.
En el valle del  río Indus ya existían entre el 4° y el 3° milenio antes de Cristo una gran multitud de asentamientos sedentarios que disfrutaban de las casi ilimitadas posibilidades para el desarrollo agrícola y la concentración de grandes poblaciones humanas que ofrecia esta extensa planicie aluvial. Con base a estas condiciones, se desarrollaron los primeros asentamientos urbanos que carácterizan la denominada cultura o civilización Harappa (1650 + 110 a.C). Esta representaba un perfecto ajuste de la vida humana a un ambiente específico que constituye el fundamento de la moderna cultura de la India. No obstante sus nexos comerciales con otros procesos civilizadores asiáticos de Mesopotamia, Persia, Egipto y China y posteriormente con las sociedades urbanas de Grecia y Roma, la India representa una cultura  originaria y autónoma.
Los asentamientos urbanos de Harappa fluctúan entre pequeñas aldeas y grandes centros urbanos construidos  con adobes y ladrillos, tales como Mohenho Daro,  Harappä misma y Kalibangan, levantadas en torno a ciudadelas fortificadas. El cultivo de cereales como el trigo y la cebada, el arroz, el sesamo, arvejas, datiles, y de plantas como el algodón estaba asociado con el uso de la irrigación por iundación, asociado con la ganadería de vacunos, bufalos, ovejas, cabras, camellos, asnos, y animales domesticos como el gato y el perro.
Los pueblos de la civilización del valle del Indus desarrollaron la navegación fluvial, la manufactura de objetos de cobre y bronce, de oro, plata y estaño y cobre arsenicado, la cerámica fayence. Ciertos objetos exóticos en lapiz lazuli parecen haber provenido de Iran y existen otras evidencias de relaciones comerciales a larga distancia entre los mercaderes de Harappa y Mohenho Daro con los de Mesopotamia y el Golfo Persico, particularmente los de los puertos de Bahrain y Failaka..
La sociedad Harappa desarrolló un alfabeto y un lenguaje escrito, así como un complejo sistema de pesas y medidas. La expresión artística carácterística eran las figurinas humanas -mayormente femeninas- modeladas en terra-cotta, así como mujeres con niños o representando actividades de la vida cotidiana y representaciones zoomorfas variadas (tigres, rinocerontes, vacas, elefantes, etc.).
La sociedad Harappa o Mohenho Daro, parece estar asociada también con un tipo de sistema estatal clasista inicia, despótico, administrado por un jefe tribal o rey que gobernaba apoyado en un sistema feudal denominado samanta  y funcionarios reales como los mähädjadhiräja  o maharaja encargados de los gobiernos regionales.El gobierno se fundamentaba en la ideología o religión que servía para controlar la mente de los individuos, generando particularmente el sistema de castas que ha permitido hasta el presente la reproducción continuada y estable de las jerarquías sociales de gobernantes, aristócratas y guerreros (Ksatriyas),  sacerdotes y filósofos (Brahmanes), artesanos (Vaysas) y aquellos que se encuentran en la escala más baja de la sociedad (Dasas) (Linton 1959: 507-519; Childe 1958: 172-206; Clark 1977: 268, 285).
Aparte de las invasiones persas y griegas que se produjeron entre el 4 °y el  3° siglo antes de Cristo, las evidencias arqueológica y literarias indican la existencia de una intensa actividad mercantil posterior a dichas fechas con mercaderes del Sur de Arabia que comerciaban bienes traidos de Egipto, así como mercaderes  chinos, griegos y romanos que conectaban a la India con el ambito mediterráneo y el Asia Central.
En 712 despues de Cristo, al igual que ocurió en el sur de Asia y el cercano Oriente, el norte de Africa y el Mediterraneo occidental, los pueblos arabes del Islam conquistaron porciones importantes del subcontinente indio, seguidos posteriormente por los invasores turco-mongoles que fundaron en 1526 el Imperio Mogul en la India.. El choque cultural entre el Islam y el hinduismo contribuyo a cristalizar la estructura social y los valores culturales del pueblo indio y en general el régimen despótico mercantil, clasista, no capitalista que imperaba en la India (Linton 1959: 507-510).
La civilización occidental y el modo de vida capitalista lograron obtener  hacia mediados del siglo XVIII, el control político y económico de la India, gobernada por el Imperio Mighal, a través de la penetración comercial británica ejercida por la East India Company, la cual se instaló en Bengala en 1765 (Wolf 1990: 239-252). Mediante las acciones colonialistas de la  misma desmantelaron la naciente producción industrial del imperio de manera tal que, para el 1° de  Noviembre de 1858 la Reina Victoria fue proclamada por el gobierno británico como Emperatriz de La India. De esta manera los colonizadores  impusieron el dominio del capitalismo industrial europeo, su sistema político, su lengua y sus costumbres, tratando que la población nativa, hindues o musulmanes, quedase confinada a desempeñar los oficios auxiliares de la adinistración colonial. La sociedad india ya había logrado para el siglo XVIII  tener una importante elite ilustrada con un alto nivel de desarrollo político, económico y cultural,  ejemplo de la cual serian posteriormente el Mahatma Ghandi y Ali Jinnah padres -respectivamente- de la India, hoy día una democracia social parlamentaria y de Pakistan, hoy día un regimen militarista dominado por los Estados Unidos, las cuales lograron su independencia del Imperio Británico en 1947 (Sanoja y Vargas-Arenas 2008: 265).
China
En diversas regiones de China desde la llamada cultura Lung-shan, a comienzos del segundo milenio a.C., comenzó a desarrollarse una formación social caracterizada por una combinación de vida urbana, metalurgia del bronce, la  escritura y una sociedad altamente estratificada (Chich Chang, 1977: 217). De manera similar a las ya descritas, el catalizador de los procesos históricos que llevaron a la unificación de China y la formación del imperio Han, no parece haberse debido exclusivamente a causas  económicas sino también al desarrollo y expansión de la ideología religiosa institucionalizada. Desde  la Dinastía Han (202 a.C.-200 d.C.), los monjes  budistas abrieron las rutas comerciales que conducían hasta los más remotos lugares de Asia, particularmente con las civilizaciones que florecían en la India al  mismo tiempo que propiciaban el comercio que fluía en sentido contrario desde Siria, Iran, Egipto y Roma (Clark, 1977: 319). La fusión de las influencias emanadas tanto de la Civilización China como de la India en el sureste de Asia,  estuvo mediada por los mercaderes de las sociedades tribales de esta región, situación que estimuló el surgimiento de nuevas sociedades clasistas iniciales como el llamado Reino de Fou-Nan en el delta del rio Mekong, Camboya, en el siglo 3 de la era Cristiana (Clark 1977: 348).
Por las razones ya enumeradas y a diferencia de las sociedades occidentales de la Edad del Bronce europeo –ya analizadas-  el desarrollo y el funcionamiento de la industria (metalurgia, cerámica, tejidos, etc.) y el proceso de acumulación de capitales se hallaba subsumido dentro del control centralizado de las jerarquías gobernantes. Esta carácterística, señalada generalmente como causa del atráso histórico de las sociedades llamadas despóticas,  produjo por el contrario un proceso de desarrollo de las fuerzas productivas que hizo del Imperio Chino la sociedad más desarrollada del siglo XV de la era cristiana. A diferencia de los reinos de Portugal y Castilla y Aragón, China renunció a ser un imperio marítimo abandonando la intensa actividad naval y el comercio marítimo a larga distancia que había tenido lugar a inicios del siglo XV, concentrandose hasta el presente en su desarrollo interior y en la expansión de sus fronteras terrestres (Fernández Armesto: 1996: 142-145).
A partir del siglo XVII, bajo la dinastía Ch'i ng, el Estado Manchu, basado en un sistema militarista, era una suerte de transición del tribalismo hacia una autocracia monarquica. A partir del siglo XVIII los grandes emprendimientos industriales y mercantiles que comienzan a desarrollarse en China estaban conectados directamente con la oligarquía dominante y funcionaban con el apoyo gubernamental. Gracias a los emprendimientos mercantiles  de la East India Company, entre 1719 y 1833, China obtuvo entre 306 y 330 millones de piastras en plata, 1/5  de la plata producida en Mexico en ese período, a cambio del té que aquella compraba a los comerciantes chinos (Wolf. 1990:295). Como contraparte, en 1797 la East India Company logró el monopolio del tráfico del opio (del narcotráfico), mediante el cual recuperaban parte de la plata que pagaban a China por la venta de las hojas de té, subvirtiendo así el orden social y la salud pública del pueblo chino. El trafico de una droga dura, destructiva, como opi representababa, por otra parte, una de las principales fuentes de ingreso del Imperio Mughal de la India sometido a su vez al dominio del Imperio Británico (Wolf 1990: 258).
 A finales del siglo XIX la modernización de la economía china, determinada por una mayor penetración de la tecnología y el capital extranjero, se vió obstaculizada por la corrupción y la incompetencia que existía en la oligarquía dominante. La reacción nacionalista interna contra esta humillación de la nación china, la llamada Rebelión de los Boxers ocurrida en 1900, fue finalmente derrotada por la intervención militar extranjera que culminó con la ocupación de Peking (Beijing) la capital del imperio. En 1911 comenzó una revolución modernizadora republicana comandada por Sun Yat-sen, la cual logró que en 1912 que la  oligarquía manchú de la Dinastía Ch'ing abdicase a favor de la República China. En 1921 comenzó una nueva revolución acaudillada por el Partido Nacionalista (Kuomingtan) derechista, defensor del capitalismo occidental, y el Partido Comunista Chino, también nacionalista, pero que promovía la revolución social china. Las posiciones ideologícas de ambos entraron posteriormente en un conflicto que se convirtió en una guerra civil agravada por la invasión japonesa en 1937. Finalizada la Segúnda Guerra Mundial en 1954, en 1949 el Ejército Chino Popular de Liberación derrotó finalmente a los nacionalistas apoyados por los Estados Unidos y el 1 de Octubre del mismo año Mao Tzedong proclamó en Peking (Beijing), el nacimiento de la República Popular China, culminando el llamado paradigma del Progreso de una manera histórica diferente al  de la Civilización Capitalista Occidental,.
Japón
 Durante el siglo siete de la era cristiana,  en Japón ya existía una sociedad jerarquica gobernada por una clase de guerreros controlada por una variante  religiosa del Budismo, el Shintoismo. Desde antes de esa época, en el período Yayoi (300 años a.C.), el fundamento de la producción agraria era el cultivo del arroz y la utilización de sistemas de regadío, la pesca y la recolección marina, la metalurgia del bronce y en cierta medida del hierro. Ya desde este perìodo se nota la influencia de la Dinastìa Han en la tecnología de la metalurgia del bronce. Posteriormen entre los siglos seis y siete de la era cristiana, la influencia de la cultura china del período Tang se manifestó en la aceptación del alfabeto, los textos budhistas y confucionistas, las convenciones artísticas,  los protocolos burocráticos y cortesanos de la corte imperial establecida primeramente en Nara y luego en Kyoto. El poder efectivo vino a ser ejercido progesivamente por un funcionario, designado jefe de todos los clanes, denominado Seii-Tai Shogun. Sin embargo,  el desarrollo cultural  del pueblo japonés tuvo características muy singulares, centradas en el rechazo a las influencias extranjeras.  En 1541 un junco chino que llevaba pasajeros portugueses encalló en la isla Kyushu, constituyendo así el primer contacto entre Japón y la cultura europea que marcó el inicio de la absorción de la tecnología occidental, más no del capitalismo mercantil de la època (Clark, 1977: 320-337). A partir del siglo XVI y particularmente como consecuencia de la  Revolución Industrial, los paises capitalistas centrales de Europa occidental, trataron --y lograron finamente-- crear enclaves comerciales capitalistas  en el territorio asiático controlado por las antiguas sociedades clasistas y dinastías. Los portugueses se asentaron en Goa, India y en Macao, China. Los ingleses consiguieron la concesión territorial de Hong-kong en China y se infiltraron en la India destruyendo el imperio del Gran Mogul. De esta manera, para mediados del siglo XVII, la Reina Victoria pudo proclamarse emperatriz de La India, nombrando un virrey como su reprsentante.
Los franceses pusieron pie en Indochina y se anexaron los antiguos reinos que habían florecido en la cuenca de los grandes rios como el Mekong: Thailandia, Camboya y Annam. Estados Unidos, hacia finales del siglo XIX, con el poder de su flota naval, obligó al Imperio Japonés a abrir sus puertos al comercio capitalista. Como resultado, Japón se convirtió en una potencia capitalista autónoma gobernada por una agresiva casta militar, con una flota naval que rivalizaba con las escuadras de los países capitalistas occidentales, la cual fue capaz de conquistar durante la Segúnda Guerra Mundial el Sureste de Asia, Korea, Manchuria, Formosa (Taiwan), buena parte del territorio de China continental, Filipinas y la mayor parte de las islas del Pacífico, poniendo en jaque el poder militar y naval de los Estados Unidos.
El Imperio Japonés solo puedo ser vencido por un horroso crimen de guerra que conmovió la Humanidad toda: las bombas atómicas que Estados Unidos lanzó sobre Hiroshima y Nagasaki en 1945 ocasionando centenares de miles de victimas civiles, para renacer posteriormente como uno de los paises economicamente más poderoso del G8, el núcleo duro del capitalismo. China Popular es hoy dìa un país socialista, la mayor potencia económica del mundo, después de triunfo de la Revolución Comunista China en 1949 bajo la conducción del Presidente Mao Zedong (Bettelheim, Rosanda y Karol: 1978).  Vietnam (el antiguo reino de Annam) es igualmente hoy día un pais socialista desde 1972, después de haber derrotado militarmente a los ejércitos imperialistas  de Francia y Estados Unidos.  La India, después de su liberación y de su partición en dos paises, India y Pakistan, es uno de los paises capitalistas más avanzados del mundo y al mismo tiempo – por contradicción- la sede los movimientos populares anticapitalistas y maoístas más extensos del mundo capitalista. El gobierno militarista de Pakistan ha terminado por convertirse en un enclave del imperio estadounidense, al mismo tiempo que de fuertes y organizados movimientos fundamentalistas islámicos anticapitalistas y antiimperialistas.
Como podríamos concluir de la presentación anterior, el capitalismo constituye hasta hoy la culminación del  proceso civilizador milenario que carácteriza particularmente la historia de los pueblos de Europa Occidental .Hacia de 1000 d.C., Europa occidental bajo el Feudalismo era una región marginal al Mediterraneo, el Cercano Oriente Islámico y el Oriente (Wolf 1990:267). Su expansión fuera de ese núcleo originariol fue consecuencia, como hemos visto,  de la conquista y la colonización armada de las sociedades no capitalistas de su periferia., proceso que comienza en fuerza  en el siglo XVI y  que hoy día se carácteriza por el intento de neocolonizarlas destruyendo o fagocitando sus fuerzas productivas, sus recursos humanos, sus materias primas, sus capitales financieros, sus recursos naturales, su biodiversidad, para tratar de darle un segúndo aire al imperialismo hegemónico decadente de los Estados Unidos y Europa .Esta expnsión fuera del núcleo originario del Capitalismo, que podría entenderse también como la reestructuración de las relaciones sociales y políticas dentro de las relaciones capitalistas de producción de la región europea  atlántica mediterranea, parecería  corresponder grosso modo  con los denominados ciclos largos de Kondratieff que habrian tenido lugar entre 1450-1600 y 1750-1950 de nuestra era (Paynter 1988: 422).
El "Modo de Producción Asiatico" y el germen del socialismo
A partir de 1922,  siguiendo la tésis de Stalin (1961), la revolución sovietica escogió desarrollarse en un solo país contrariamente a  la de Trostky, la Revolución Permanente (1963b: 31), la cual propiciaba la socialización de los medios de producción de acuerdo con la ley del desarrollo combinado de los países atrásados: "...La revolución socialista empieza dentro de las fronteras nacionales; pero no puede contenerse en ellas..." (Trotsky 1963: 33), ya que como vemos hoy día en el caso de la Revolución Cubana, la Bolivariana, la Boliviana y la Ecuatoriana, la única garantía de triunfo contra el Imperio y contra la restauración de las relaciones sociales burguesas, solo es posible en el plano internacional  vía la victoría del socialismo en varios países.
La mayoría de las sociedades  que han sido consideradas de alguna manera  como representaciónes modernas del Modo de Producción Asiatico, la actual Federación Rusa incluida, constituyen hoy día el fermento de una nueva versión de socialismo donde, de manera general, los principales medios de producción han sido y son controlados de alguna manera por el estado o estan socializados coexistiendo diversas formas de propiedad estatal, social y privada, de forma que las ganancias y las perdidas estan -en general- igualmente socializadas. Este tipo de socialismo que podría corresponder con lo que se denomina el socialismo del siglo XXI ha comenzado a tejer redes de intercambio y cooperación  acordes con el desarrollo desigual y combinado que vinculan hoy diversos países antes tan alejados política y culturalmente como China, Rusia, Bielorusia, Vietnam, Iran, Venezuela, Cuba, el Caricom, República Dominicana, Nicaragua, Honduras, Ecuador, Bolivia, Argentina y Brasil, cuyas sociedades originales, de una manera u otra, se fundamentaron también en diversos tipos de sociedades  jerarquicas o clasistas iniciales.
Vista la perspectiva histórica anterior podríamos decir -resumiendo- que el llamado modo de producción asiático alude, pues, a diversas formas originarias de la sociedad clasista inicial que se definian fundamentalmente por la manera cómo era apropiado el producto excedente, la cual corresponde a una división social del trabajo entre trabajador@s y no trabajador@s, y la ausencia de propiedad privada de la tierra, donde los derechos de propiedad de la tierra, principal medio de producción, recaían en el Estado como representación del colectivo. Los impuestos por la posesión y uso de la misma formaban la renta que aquél percibía. La propiedad estatal de la tierra era una norma jurídica que imponía el Estado a los productor@s directos organizad@s en comunidades campesinas (Hindess y Hirst, 1979: 183-224).
El concepto de modo de producción asiático, como ha dicho Gándara (1983), “…ha sido históricamente importante; su discusión destruyó la lista “oficial” de modos de producción, y abrió paso a líneas múltiples de desarrollo…sin embargo dista de ser la explicación marxista del origen de las clases o del estado…”  Como ya explicamos, dicho concepto suscitó, particularmente en los momentos más críticos de la Guerra Fría, agudos debates entre intelectuales y científic@s de izquierda y de derecha. A este respecto es necesario exponer también que la concepción tan rígida de la evolución de la humanidad planteada por la historiografía marxista clásica convirtió en universal de la cultura una secuencia de etapas se escalonaban mecánicamente desde la comunidad primitiva, pasando por el esclavismo, el feudalismo, el capitalismo hasta el socialismo. No todos los pueblos siguieron esa línea evolutiva y no todos llegaron al nivel de desarrollo material que caracteriza a la civilización europea, cuyos logros materiales y culturales son considerados por la ciencia social burguesa como paradigmáticos del progreso social.
Las burguesías del núcleo capitalista central, racionalizando para su beneficio esta característica del desarrollo desigual de la sociedad, explicaron las causas de tal atraso material de los pueblos de su periferia postulando que la incapacidad de esos pueblos y sociedades para emular a la civilización europea evidenciaba su condición de pueblos inferiores  (Hegel, 1978: 191) por lo cual, para que pudiesen progresar tenían que ser fustigados por el amo europeo (¿ahora estadounidense?). En nuestra opinión, si aceptamos el razonamiento inverso de que todos los pueblos son iguales, habría que buscar las causas de dicho retraso en la extracción de plusvalía de los países de la periferia vía la dominación colonial y neocolonial, proceso que ha permitido el crecimiento de las sociedades capitalistas nucleares, y en  las estructuras socioeconómicas y las particulares características del movimiento histórico que dicho proceso de expoliación ha generado en las sociedades de la periferia: las regresiones, el estancamiento y la lentitud de los procesos de cambio (Bartra, 1969:12).
 En momentos cuando se interrumpe el proceso de expoliación ampliada de la plusvalía para beneficio de las sociedades capitalistas nucleares, como ocurre en el actual, debido al surgimiento de diversos procesos de acumulación emergentes en las sociedades de la periferia, el capitalismo central -en nuestra opinión- comenzará a languidecer si es que carece efectivamente del vigor necesario para emprender una recolonización violenta de dicha periferia.
Los modos de producción de las sociedades americanas.
En el caso específico de las civilizaciones americanas, la persistencia de las comunidades consanguíneas características del llamado modo de producción de la comunidad primitiva, es decir, el modo de producción de las formaciones preclasistas, como estructura básica de la sociedad clasista inicial,  impidió ciertamente el crecimiento cualitativo y cuantitativo de la sociedad más allá de un cierto límite. Ésa parece haber sido una de las razones por la cual la historia de las mismas se ha expresado en ciclos repetitivos: cuando una formación social alcanzaba el  límite de su desarrollo material, colapsaba para ser reemplazada por otra similar sin llegar a la disolución de las comunidades consanguíneas y su reemplazo por comunidades seculares de especialistas en la producción material que asumiesen la dirección del proceso social. La acumulación era fundamentalmente de fuerza de trabajo. Su valor se expresaba en la cantidad de tributo extraído por la comunidad de linajes dominantes organizada como el Estado y en las obras públicas que servían de refuerzo al dominio que éste ejercía sobre la población general (Sanoja y Vargas-Arenas 2000:61-84).
En las sociedades clasistas iniciales americanas los linajes dominantes, que asumían la representación del Estado, poseían la tierra y organizaban su usufructo personal en nombre de la comunidad: controlaban la actividad y la distribución de los productos de la agricultura, la caza, la pesca, la producción artesanal y los procesos de intercambio intra e intercomunitarios vía la aplicación del código de ley consuetudinaria que constituían las relaciones de parentesco, las relaciones sociales de producción y las sanciones y restricciones que a nivel de la conciencia representaban los medios imaginarios de producción: los mitos, las creencias y los tabúes. Los y las especialistas en la producción de bienes materiales, particularmente las mujeres, estaban subsumidas dentro de la organización de las diversas unidades domésticas consanguíneas que constituían el fundamento de la sociedad. Dentro de la división social del trabajo, las mujeres aportaban una proporción importante de la producción de bienes materiales en la rama del cultivo, de la recolección de alimentos y plantas medicinales así como la recolección preparación de materias primas para la elaboración de textiles, la manufactura de tejidos de telar, cestas, preparación de los cueros y manufactura de artesanías, elaboración de la alfarería, cuentas y pendientes de concha y hueso, arte plumario, entre otras actividades.
Una parte de la producción femenina estaba destinada al consumo directo, cotidiano, pero otra parte --no menos importante-- se destinaba al consumo no reproductivo, vinculado a fundamentar la acumulación de bienes intangibles como el prestigio y el poder. Lo imperfecto de los sistemas de intercambio a larga distancia de bienes terminados o materias primas, limitó la posibilidad de crear y ampliar el sector de producción artesanal especializado en la producción de dichos bienes y de profundizar la división social del trabajo, dado el bajo nivel de consumo individual de bienes no esenciales para la reproducción cotidiana de la vida social. Ello determinó también procesos de acumulación de fuerza de trabajo femenina, mujeres jóvenes en la edad productiva y reproductiva óptima, vía por ejemplo la poliginia, así como el sacrificio ritual de mujeres jóvenes para disponer, también por la vía ritual, de los excedentes de mano de obra femenina. De esta manera, las trabajadoras, productoras y reproductoras eran mantenidas bajo el control de la organización consanguínea patriarcal, ideología que parece haber tenido también un peso específico importante en la limitación general del desarrollo de las fuerzas productivas (Sanoja y Vargas-Arenas, 2000; Vargas Arenas 2006: 199-206).
De la misma manera, el medioambiente impuso a las sociedades clasistas iniciales americanas serias limitaciones, tales como ausencia de caballos y asnos, animales domesticables de tiro y de carga, de ganado vacuno y de bueyes para tirar las carretas y los arados,  de ganado caprino,  lanar y ovino, de aves de corral, etc., carencias que se sumaron a las limitaciones sociales que imponía la llamada “esclavitud generalizada”. No obstante, las sociedades originarias de los Andes Centrales, el sur de Suramérica, la región amazónica-caribeña, Mesoamerica, Centroamérica y Norteamérica ya habían comenzado desde 5000-4000 años antes de Cristo, mucho antes de los inicios la Edad del Bronce en Europa a desarrollar y planificar procesos civilizadores caracterizados por la construcción de sitios urbanos con arquitectura de piedra o bahareque desde 5000-4000 años antes de Cristo, lo cual implicaba que poseían desde mucho antes sólidos conocimientos de diseño estructural y espacial, cálculo matemático de las cargas y su distribución en las estructuras construidas, resistencia de suelos, resistencia de materiales,  sistemas mnemónicos o ideográficos para codificación y archivo del tiempo social, escultura, frescos y pinturas murales, textiles, alfarería metalurgia, modelado de la piedra por percusión y abrasión, sistemas de escritura, comunicación social, astronomía y sistemas calendáricos complejos para el cálculo del tiempo, diseño de vías de comunicación, diseño y construcción de embarcaciones para la navegación fluvial y de altamar,  sistemas hidráulicos, regadío y diseño de estructuras agrarias, domesticación de plantas y creación de nuevas especies de maíz y de yuca, etc.
Un elemento causal del rezago material de las sociedades clasistas iniciales americanas en ciertas áreas de la tecnología y la mecánica en particular, fue la ausencia de un concepto para la utilización práctica de la rueda y el escaso desarrollo del movimiento circular, salvo el alterno utilizado en los husos para hilar el algodón o en los taladros para producir perforaciones en sólidos estables como la piedra, la madera, la concha y el hueso. Existen testimonios arqueológicos que indican la existencia de juguetes o figurinas animales con ruedas –posiblemente perros- provenientes de diferentes sitios arqueológicos mexicanos como el de Pánuco, en la Huasteca, y Tres Zapotes, Veracruz (Ekholm, 1964; 495, Fig.2), aunque nunca desarrollaron, al parecer, el principio para utilizar el movimiento circular para el transporte. En términos tecnológicos, la ruptura con las fuerzas productivas materiales de la comunidad primitiva se lograría solo cuando el movimiento rectilíneo que ejercen naturalmente la fuerza humana, los animales de tiro o de carga, el agua, el viento, etc., se transformase en movimiento circular y a su vez éste, amplificado, se convirtiese otra vez en movimiento rectilíneo, adaptado a usos particulares que conforman el fundamento de la llamada  “mecánica primitiva”.
Es a partir de máquinas como la rueca para hilar el algodón, la lana o la seda, del viento para mover la maquinaria del molino o del agua para mover la rueda hidráulica, etc., que surgió en la civilización capitalista occidental **l la invención  del movimiento circular en las máquinas de vapor y los motores de explosión, así como otras tecnologías auxiliares como las manivelas, los pedales, las correas de transmisión, los engranajes, los volantes, en fin, la multiplicación de la fuerza del movimiento circular en lineal que hizo posible  la primera revolución industrial (Leroy-Gourhan, 1943: 98-100).
La llamada “esclavitud generalizada”,  es decir, el uso extensivo y forzado de la energía humana, el crecimiento por adición de fuerza de trabajo, ofrecía muy pocas posibilidades para un crecimiento objetivo de la tecnología que permitiese el ahorro en la utilización de la mano de obra por lo cual, en todas las épocas y países donde predominó dicho modo de trabajo, la expansión de la economía agrícola y el desarrollo social en general se mantuvieron dentro de límites rígidos (Anderson,1979: 76-77).
Esa situación es explicada por la tesis fundamental del marxismo,  la cual nos dice que los factores que determinan el crecimiento social, son los cambios sociales revolucionarios. Una revolución es un cambio fundamental y cualitativo provocado en las relaciones de producción de una sociedad dada, debido al desarrollo de las fuerzas productivas las cuales, al llegar a un nivel cuantitativo determinado, entran en contradicción con el orden sociopolítico existente. La evolución y el cambio acelerado se deben a la misma presión de las fuerzas productivas y relaciones de producción que forman una unidad indisoluble. Es el ritmo de desarrollo de las fuerzas productivas, lo que determinará que la evolución sea lenta, que se produzca un cambio acelerado o un estallido revolucionario. En el caso de las sociedades originarias  americanas, las condiciones objetivas materiales  pusieron límites para que se diera una línea de desarrollo de las fuerzas productivas similar al de  las sociedades del mismo tipo en Europa, a un tipo de desarrollo de las fuerzas productivas que aquéllas no pudieron llegar **sobrepasar o revolucionar antes del siglo XVI de la era. Podríamos decir que por  las razones anteriormente expuestas, la línea general de desarrollo histórico de nuestras sociedades originarias se constituyó como una forma civilizadora alternativa a la europea, llegando a superar sus logros en muchos aspectos.
Por tales razones, con el objeto de explicar el atraso y el estancamiento de los pueblos asiáticos en relación a la sociedad capitalista europea, Marx y Engels formularon, como ya expusimos, la categoría de Modo de Producción Asiático como constituido por comunidades aldeanas sometidas a un régimen de “esclavitud generalizada”, controlado por un gobierno despótico. A juicio de Bartra (1969:16), el grado de retraso de las llamadas sociedades despóticas radicaba fundamentalmente en el tipo de relación cualitativa existente entre  la fuerza de trabajo y los medios de producción. El Estado tipo asiático o despótico -dice el autor-  surgió entonces como consecuencia del bajo nivel de desarrollo de las fuerzas productivas. No destruyó el “régimen de comunidad primitiva” existente en las aldeas, sino que lo utilizó e incorporó a la sociedad clasista. El sistema de explotación que ejercía el Estado no intervenía directamente en el sostenimiento de la fuerza de trabajo, excepto en los regímenes hidráulicos cuando se utilizaba el tributo en trabajo para la construcción de canales, caminos y edificios, creando una sociedad clasista inicial que tenía como base las unidades sociales  basadas en el parentesco características de la formación social y el modo de producción de la anterior comunidad primitiva (Bartra, 1969: 17; Godelier, 1969: 30).
La existencia de redes hidráulicas no puede considerarse como el elemento causal del origen de la sociedad clasista y del Estado, ya que aquéllas muchas veces anteceden su aparición por milenios y centurias. La existencia originaria de los sistemas de riego para la agricultura está demostrada en diversos continentes y pueblos de la costa del Perú (Moseley, 1975: 50;), el Valle de México (MacNeish, 1967-I: 308. 3), y en el Noroeste de Venezuela (Sanoja y Vargas-Arenas, 1999a: 44). Los sistemas hidráulicos comenzaron a existir como parte de un complejo de técnicas de subsistencia y sistemas de producción en aquellas antiguas sociedades aldeanas y cacicales, muchas de las cuales no llegaron a alcanzar el carácter de formación estatal (Manzanilla, 1988: 293-308).
Según Bate (1984: 47-86), la categoría Modo de Producción Asiático constituye una formulación muy ambigua que no da verdadera  cuenta de la complejidad de procesos que caracterizan a las sociedades incluidas bajo la misma. Bate prefiere considerar la existencia de una Formación Socioeconómica Clasista Inicial con su respectivo modo de producción que caracteriza el paso de una sociedad no clasista  hacia una forma estatal clasista.  A tal efecto dice: “…el modo de producción de la sociedad clasista inicial puede originarse como efecto del desarrollo histórico de cualquier forma de comunidad primitiva, sea antigua, germánica, eslava, “andina” u otras y que su origen en comunidades de tipo oriental solo representaría una modalidad particular del proceso histórico de génesis de sociedades clasistas “primarias” o “secundarias” (Bate, 1984: 71).
La centralización de la fuerza de trabajo, como ocurrió en las llamadas sociedades “prístinas” o “primarias” no sería, pues, requisito universal y necesario para  la ejecución  y control de un sistema de obras hidráulicas que condicionaría el desarrollo de la estratificación de la sociedad en clases. En muchos otros casos, la revolución clasista se produjo como un proceso secundario o derivado de la relación de comunidades primitivas con sociedades clasistas ya conformadas, como en el caso de Vietnam ya mencionado, sea porque las comunidades primitivas fueron incorporadas a nuevos sistemas socioeconómicos clasistas  por imposición colonial o por conquista (Bate, 1984: 71).
A diferencia de los contenidos corporativos que se atribuyen al llamado modo de producción asiático, el clasismo inicial de tipo empresarial, como hemos discutido en páginas anteriores, fue un fenómeno histórico característico de la sociedad europea occidental desde la Edad del Bronce, que se inició hace 4000 años antes de ahora. Aquella forma originaria de organización de la producción metalúrgica y artesanal, propició el desarrollo de la sociedad clasista inicial en Europa, como lo evidencian las costumbres funerarias ejemplificadas en los llamados campos o necrópolis de urnas que comienzan a aparecer por toda la Europa Occidental y Central hacia el año 1100 antes de Cristo. En estos campos de urnas, la riqueza de la parafernalia ritual, particularmente objetos metálicos: armas, joyas, vasijas, carros de  guerra, etc., asociados con determinados enterramientos indica que ya existían profundas diferencias de rango social entre los pobladores de las diferentes aldeas. La pirámide social estaba dominada por diversas comunidades superiores o estamentos conformados por  jefes rituales y guerreros. El factor básico que mantenía cohesionado todo el sistema social era el don, el bien como regalo entre las familias reales que mantenían vínculos dinásticos. En líneas generales, la economía de subsistencia de estas sociedades que se inician con la Edad del Bronce se fundamentaba en la metalurgia, la ganadería, el pastoralismo y la agricultura que constituían como  especies de empresas controladas, no por un Señor despótico, sino por cada una de aquellas comunidades superiores (Christiansen, 1998: 258-267).
En el siglo XIX, la particularidad histórica de aquel paradigma evolutivo del progreso que animó el desarrollo de la sociedad europea, siguió gravitando en el aura de la visión eurocéntrica que tenían los maestros del marxismo sobre la historia de la humanidad, la misma que sustentaba también el darwinismo social y  la política colonial  de los países capitalistas. En tal sentido, pero con una intención humanitaria, aquéllos consideraban necesario elevar al nivel de la civilización occidental la cultura de aquellos pueblos que todavía conservaban sus formas de vida originarias o la de aquéllos que se consideraban sin historia por no poseer un nivel organizativo del Estado y no tener, por tanto, capacidad para hacer la revolución (Bartra, 1969: 32-39).
Como veremos en el siguiente capítulo, el análisis del paradigma civilizador americano contrastado con el europeo  muestra que si bien existen principios generales y  ciertas determinaciones constantes comunes en ambos  procesos de desarrollo histórico, los contenidos particulares de cada uno de ellos han determinado en  ciertos momentos de la historia universal la expresión de la forma de desarrollo desigual y combinado que permiten y sustentan la expansión mundial del sistema capitalista a partir de la Europa Occidental. **
Hacia comienzos del siglo XX, pensadores como Max Weber expresaron igualmente  que el capitalismo industrial era un fenómeno social de raíces exclusivamente europeas, cuyo desarrollo estaba influido por la ética de movimientos religiosos tales como el calvinismo. (Weber, 1969). Gunder** Frank, apoyándose en los conocimientos arqueológicos sobre la Edad del Bronce, sostiene tambièn que:
“…We all agrèe, moreover, that there is an unbroken historical continuity between the central civilization/World system of the Bronze Age and our contemporary capitalist World system…” (Gunder Frank 1993: 387) (Todos estamos de acuerdo en general que existe una continuidad histórica ininterrumpida entre la civilización central/sistema mundo de la Edad del Bronce, y nuestro sistema mundial capitalista contemporáneo. Traducción nuestra).

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