Movimientos indígenas y sociales en el vértice político latinoamericano
Isabel Rauber.*
Los movimientos sociales con los movimientos indígenas, desde Chiapas hasta Bolivia, articulados con los campesinos, los piqueteros y las piqueteras, los trabajadores y trabajadoras, los movimientos barriales, de niñez, juventud y tercera edad se han erigido en protagonistas medulares de las resistencias y las luchas sociales, políticas, ideológicas y culturales radicalmente cuestionadoras de la irracionalidad destructiva del capitalismo. Son las claves de una nueva civilización.
Lejos de viejas prácticas y creencias de las izquierdas partidarias que veían en lo social‑reivindicativo un freno o impedimento para la acción política, identificando las raíces sociales de las problemáticas sectoriales, ellos las han rearticulado –conteniéndolas‑, en una dimensión de cuestionamiento integral del sistema social, esto es, adentrándose en la dimensión política de la acción socio-reivindicativa, provocando con ello, un crecimiento de la conciencia colectiva.
Consiguientemente, con sus luchas han replanteado la acción política y sus actores, recolocando a la política en el eje articulador-vertebrador del quehacer socio-transformador de los actores sociopolíticos estructurados en movimientos. Esto evidencia, una vez más, sus condiciones, capacidades y potencialidades políticas revolucionarias, particularmente patentizadas en la "Cumbre" por la Tierra, recientemente celebrada en Cochabamba.
Sobresale la trascendencia estratégica revolucionaria de su accionar, de sus propuestas y sus miradas. De allí emergen rasgos que avanzan lo nuevo y –sobre esa base‑ van configurando nuevos paradigmas para la construcción de la nueva civilización, superadora de la actual marcada por el capitalismo y las exigencias decadentes de su mercado. La madurez alcanzada por los movimientos en años de resistencias, y luchas sociales, incrementada por aquellos que ahora están encabezando gobiernos, profundizando procesos populares colectivos de disputa con el poder del capital y de construcción de poder propio desde abajo. Todo ello ha ido configurando claves políticas indispensables de tener en cuanta a la hora de pensar-construir los proyectos alternativos en la actualidad.
Entre ellas:
— La claridad de colocar como eje articulador de las luchas y pensamientos, la lucha por la vida. Tienen en claro que, en su estado actual, la continuidad de la lógica de producción y acumulación del capital amenaza a toda la humanidad. Y esta amenaza se resume y expresa en la contradicción antagónica vida‑muerte. Esta caracteriza el problema fundamental del tiempo actual, y resume y articula, además, nuevas contradicciones sociales.
— El llamado a adoptar-construir colectivamente una nueva cosmovisión, basada en la interrelación ‑armónica y equilibrada‑ entre humanidad y naturaleza, situación que supone, a la vez, una nueva comprensión de los modos de ser humanos.
La sobrevivencia humana es inseparable de la de la naturaleza. Es ella –y no la economía‑, la que ocupa en esta concepción la órbita central articuladora de un nuevo modo de construcción y organización del metabolismo social, económico, político, cultural, conjugadamente con la práctica universal de una nueva ética de convivencia humana en su reencuentro con la naturaleza.
Esto remueve desde abajo, desde la raíz, la concepción del mundo predominante hasta la actualidad y, consiguientemente, el sentido, las características, las tareas y los caminos del cambio social, sus perspectivas y objetivos a alcanzar. No por casualidad los movimientos indígenas y sociales han organizado la Cumbre por la defensa de la madre tierra, buscando concertar voluntades para construir mundialmente soluciones inmediatas y alternativas sostenibles a los dramas de la devastación de la naturaleza y el consiguiente desequilibrio ecológico y la aceleración de los cambios climáticos.
— La convocatoria a avanzar hacia la construcción de una nueva civilización re-humanizada.
Las experiencias de resistencia y lucha de los movimientos sociales, de los movimientos indígenas originarios resultan cuestionadores-superadores de los paradigmas hasta hace poco vigentes en lo inherente a la transformación del mundo. Hoy está claro que los paradigmas predominantes de la cultura y los modos de vida nacidos y desarrollados bajo la hegemonía de la civilización capitalista (occidental) están en crisis de inviabilidad, y esto comprende también a los paradigmas emancipatorios socialistas del siglo XX, [en]marcados de un modo u otro por la lógica de ese capitalismo, compitiendo con él en aras –supuestamente- de superarlo, demostrando su superioridad.
Reflexionar crítica y autocríticamente sobre aquellas experiencias emancipatorias resulta parte del quehacer actual del pensamiento y la práctica de los movimientos.
En la búsqueda de alternativas, se va esclareciendo que no basta con criticar al capitalismo, que no basta con reconocer los errores del socialismo, ni con ser crítico y autocrítico. Es indispensable, además de ello, superar las lógicas de funcionamiento del metabolismo social en uno y otro caso, construyendo lógicas superadoras, removedoras del caduco metabolismo social.
— En este sentido, un gran aporte de los movimientos –evidenciado en la reciente Cumbre de Cochabamba‑, es identificar como parte de las nuevas lógicas estructuradoras de un nuevo metabolismo social, en primer lugar, la necesaria unidad y armonía del modo de producción y reproducción sociales con la supervivencia de la naturaleza.
Es vital construir un modo de producción y reproducción de la vida social que -a la vez- lo sea también para la vida de la naturaleza. Humanidad y planeta corremos la misma suerte, somos uno.
El modo de producción-reproducción-acumulación capitalista debe ser superado integral y radicalmente (desde la raíz, desde abajo). En el mismo sentido y con la misma lógica, simultáneamente, hay que ir construyendo una nueva racionalidad que se exprese en otro/s modo/s de producción, reproducción (sociedad-naturaleza), distribución, apropiación, acumulación e interrelaciones humanas colectivas e individuales fundamentado/s en la solidaridad, la justicia, equidad, articulación, cooperación y perdurable paz mundial
Comprender esto y buscar nuevos caminos para hacerlo realidad es parte de los fundamentos de la nueva civilización, capaz de ir más allá del capitalismo y construirse en código vida, es decir, respetando, promoviendo y cuidando la armonía sociedad-naturaleza. Y ello late en las propuestas y prácticas revolucionarias actuales embanderadas por los pueblos indígenas originarios, particularmente en Bolivia, con el liderazgo de Evo Morales Ayma.
Este planteamiento estratégico, articula los actuales procesos de luchas sociales con las propuestas de cambios radicales en las sociedades y –de conjunto- en el sistema‑mundo, abriendo caminos para avanzar “más allá del capital” [Mészáros]. Esto implica asumir el desafío histórico de construir una nueva civilización, basada en una nueva cosmovisión que busque la armonía, intercambio y complementación entre los seres humanos, consigo mismos y con la naturaleza, como pilar de tránsito y búsqueda de un nuevo modo de producción, reproducción y acumulación sociales, en equilibro con la naturaleza.
Construir una nueva civilización, significa, por tanto, fundar y construir un nuevo modo de vida. Esta es la base para hacer realidad el anhelado (y posible) “otro mundo mejor”.
— Superar el insaciable afán consumista de bienestar y progreso del capitalismo por la concepción del Vivir Bien o Bien Vivir, síntesis del modo de vida al que se aspira.
Vivir bien significa “vivir bien entre nosotros”, en una convivencia comunitaria con interculturalidad y sin asimetrías de poder. “No se puede Vivir Bien si los demás viven mal”, sostiene Evo Morales en sus conversaciones con la población. Se trata de vivir como parte de la comunidad, con protección de ella, en armonía con la naturaleza, es decir, de “vivir en equilibrio con lo que nos rodea”. También entre los seres humanos.
— Articular, poner en sintonía, desarrollo y democracia: El Vivir Bien se corresponde con una concepción integral que articula desarrollo y democratización, donde el desarrollo y la democracia tienen la misma importancia. En esto se fundamentan las sabias propuestas civilizatorias contenidas en la revolución democrático-cultural que se lleva adelante en Bolivia hoy.
Sus logros constituyen un caudal cultural que alimenta la utopía y constituye, a la vez, un soporte ético e ideológico para los procesos de búsqueda y construcción de una civilización re-humanizada, basada en un sistema social raizalmente democrático, equitativo, humanista, liberador y superador de la destructiva hegemonía económica, social, cultural e ideológica del capital.
— Asumir la centralidad de la lucha cultural, como camino y medio para la construcción de ese otro mundo anhelado y posible, que supone la construcción del poder popular desde abajo.
Esto es así, en primer lugar, porque construir poder popular, superador del capitalismo y sus lógicas de funcionamiento, es, en primer lugar, construir conciencia y organización, para –sobre esa base‑, los sujetos conscientes, puedan desplegar su creatividad socio-transformadora y fortalecer su voluntad para llevarla adelante.
— Abrir cauces a la interculturalidad. Pensar colectivamente las alternativas requiere nutrirse de diferentes saberes y cosmovisiones. Y esto hace imprescindible que todos y todas dejemos de lado viejos prejuicios discriminatorios y jerárquicos, también en lo cultural, para reconocer(nos) y aceptar(nos) en la diversidad, entendiéndola como fuente enriquecedora de capacidades colectivas para conocer, saber y poder actuar. Esto supone también, desterrar el pensamiento único de cualquier signo ideológico.
Se trata de buscar caminos y modalidades de reconocimiento y convivencias interculturales, nutriéndonos de todas las subjetividades y construyendo el pensamiento revolucionario indolatinoamericano actual, propio de cada pueblo, intercultural, descolonizado y abierto a la creación colectiva permanente de los pueblos.
— La interculturalidad liberadora supone la descolonización del modo de vida y de pensamiento, es decir, de la interrelación entre Estado, sociedad y ciudadanía, fundando (construyendo) un nuevo tipo de interrelación, es decir, un nuevo tipo de Estado, de sociedad, de ciudadanía. Y ello solo es posible construyendo relaciones horizontales (de equidad) entre todos los habitantes de un país, independientemente de la comunidad a la que pertenezcan.
Por ello, en nuestras tierras, la constitución de la Nación es parte inseparable del proceso de liberación/reparación de los daños de la conquista y colonización y su legado de exclusión social, política, jurídica, económica y cultural, junto a la lucha por la igualdad y la justicia.
Los actuales procesos de liberación que se desarrollan en el continente, con protagonismo marcado y creciente de los movimientos indígenas y sociales demuestran que no solo es posible sino vital la construcción/constitución en cada país, de un Estado descolonizado, intercultural y plurinacional. Este resulta, en principio, un ideal/objetivo que, cual brújula sociopolítica, orienta y abona el camino hacia un socialismo renovado desde abajo, sin colonialismo interno ni externo. El proceso boliviano actual, heroicamente creado y construido por sus pueblos desde abajo, constituye la primer y más grande muestra de esto.
— Replantearse la unidad sobre nuevas bases: no como unicidad ni homogenización de todo pensamiento y opción, ni basada en la lógica del “ordeno y mando”. Se trata de una unidad formada en base a la complementariedad y la articulación de los y las diferentes para enriquecer lo colectivo, erigido en verdad histórica. Esto supone reconocer la incompletitud de cada uno, en lo individual y en lo sectorial, y consiguientemente, ver en las diferencias, en el otro y en la otra, la posibilidad de completitud, desarrollando variados procesos de articulación de diferencias basadas en el reconocimiento de las virtudes de lo diferente.
Esto es a la vez que parte de las nuevas prácticas, un llamado de alerta. Porque fortalecidos, o situados en posiciones de poder, como lo es por ejemplo, ser parte de los gobiernos o sus entornos, los movimientos mayoritarios pueden descuidar la importancia y trascendencia político-ideológica pedagógica que tiene la construcción (sostenida) de lo nuevo en sus prácticas internas cotidianas, y caer –por razones diversas, entre ellas la urgencia de resolver problemas‑, en la reproducción de las viejas prácticas elitistas, sectarias, prepotentes y excluyentes, propias de la cultura vanguardista de la izquierda en el pasado cercano.
— Articulado a lo anterior, de los movimientos emerge la necesidad de abrir las puertas a los múltiples caminos de desarrollo de procesos de empoderamiento colectivo, promoviendo la apropiación protagónica creciente de todas y todos los actores sociales y políticos que dan vida a los procesos socio-transformadores que se desarrollan en cada realidad, fortaleciendo a la vez, en cada caso, sus procesos de (auto)constitución -desde abajo- de los actores aislados en actor colectivo, (sujeto plural) protagonista de su historia.
En tal sentido, los procesos revolucionarios actuales que tienen lugar en el continente, reclaman fortalecer los procesos colectivos de conciencia, organización y participación de los sectores populares (construcción de poder desde abajo). En virtud de ello, los movimientos sociales y políticos tal vez tengan que hacer mayores esfuerzos para evitar encerrarse en sus “círculos de confianza” a la hora de pensar y decidir las propuestas y orientar las tareas. Ello sería un serio retroceso en la impronta revolucionaria actual, caracterizada por su eje democrático-cultural y la conformación de una fuerza social de liberación (sujeto revolucionario) capaz de traccionar e impulsar los procesos hacia radicalizaciones crecientes.
Los nuevos paradigmas civilizatorios en construcción, escapan a las binarizaciones reduccionistas, antitéticas y excluyentes de los siglos XIX y XX. Se fundamentan y enriquecen en la pluralidad, diversidad e interculturalidad y –a través de ella‑, se anclan en principios tales como: solidaridad, ética, diferencias, equilibrio, paridad, horizontalidad, espiritualidad, democracia intercultural, vivir bien, buen vivir, autogestión, vida comunitaria, redes sociales (reales y virtuales).
Construir una civilización superadora de lo construido hasta ahora no es tarea de pocos ni de elegidos, requiere de la participación de la humanidad toda, al menos de la mayoría absoluta, y esto reclama de la sucesión concatenada de procesos histórico-concretos que vayan abriendo canales para la participación en dimensiones diversas, creando y acuñando, a la vez, nuevas prácticas de inter-relacionamiento humano en lo social, político, económico y cultural.
En tal sentido, los actuales procesos de luchas sociales, y las experiencias de los gobiernos raizalmente transformadores, constituyen laboratorios del nuevo mundo que pueden ayudarnos a crecer colectivamente en saberes, si somos capaces de dar seguimiento y apropiarnos críticamente de las experiencias. Ellas constituyen, a la vez, por ello, fuentes de inspiración para la vida. Y la brújula está en el accionar‑pensar constante de los movimientos.
* Doctora en Filosofía, investigadora social y pedagoga política.
En http://alainet.org
No hay comentarios:
Publicar un comentario