«El 4 de mayo debe ser, efectivamente, día de fiesta Nacional, no porque en ese día Moncada haya vendido al Ejército Liberal, del cual era General en Jefe, como a una partida de bestias; debe ser de fiesta Nacional porque ese fue el día en que Nicaragua probó ante el mundo que su honor Nacional no se humilla; que le quedan todavía hijos que ofrendarían su sangre para lavar las manchas que sobre ella puedan echar los traidores».
La soberanía en Augusto C. Sandino
Aldo Díaz Lacayo*
No me voy a referir a las ideas de Augusto C. Sandino acerca del concepto político-jurídico de soberanía nacional, porque él no era un teórico de la política ni de la jurisprudencia. Sí me veo obligado a subrayar que conocía y manejaba el concepto en forma precisa y lo que es más importante, en forma profundamente sentida. Tanto que fue la razón de su vida, el leit motiv de su lucha, el camino que lo conduce a la historia nacional, americana y universal.
Después de Sandino, el pueblo nicaragüense cobra conciencia plena de lo que siempre había permanecido profundamente arraigado en su inconsciente colectivo: que la soberanía nacional está indisolublemente ligada a la identidad nacional, a la dignidad nacional, a la vida misma de la nación -que es como Sandino entendía el concepto. Porque la vida de una nación depende de las de sus ciudadanos, y por lo mismo está condenada a la muerte histórica si éstos no le ofrendan sus propias vidas.
En otras palabras, para Sandino la relación ciudadano-nación es la clave de la vida histórica, la clave que explica por qué una nación permanece y se realiza en la historia a lo largo de los siglos. La pregunta obligada es si todos los ciudadanos de una nación están conscientes de esta relación indisoluble. O dicho de otra manera, si la conciencia de ciudadanía está indisolublemente ligada a la conciencia de nación, o si, por el contrario, existe una dicotomía esquizofrénica entre ambas conciencias que lleva a una parte de los ciudadanos a enajenar su conciencia de tales para entregarla graciosamente a naciones más poderosas.
Qué hechos históricos y biográficos explican el afloramiento a la conciencia en Augusto C. Sandino de esta indisoluble relación ciudadano-nación, tan arraigada en el inconsciente colectivo, es la pregunta que pretendo responder en esta oportunidad. Respuesta que por lo demás -no me cabe duda- casi todos los presentes conocen y que en consecuencia sólo pretendo darle una estructura propia.
La revolución liberal
Augusto C. Sandino nace en Niquinohomo el 18 de mayo de 1895, a escasos dos años del triunfo de la revolución liberal, el 11 de julio de 1893. Una revolución que reivindica plenamente los derechos civiles y políticos de los ciudadanos, hasta entonces ligados al patrimonio económico. Pero que también reivindica a los pequeños y medianos productores de café de los pueblos del Pacífico, hasta entonces sometidos a los productores conservadores, fincados en Granada, y entre los cuales el pequeño peso de los de su propia ciudad no era nada despreciable para ellos.
Pero más importante que todo esto, desde el punto de vista subjetivo, emocional, resulta el hecho de que los conservadores le habían escamoteado el nombre a su ciudad natal, convirtiendo a Niquinohomo en Villa la Victoria, para subrayar la derrota que Tomás Martínez le había infringido a Máximo Jerez muchos años antes, durante el período de los treinta años, arrebatándoles su identidad lugareña. Algo que los niquinohomeños nunca perdonaron y cuya reivindicación se convirtió en la demanda más sentida de esta población guerrera, tal como lo demuestra su propia etimología náhuatl (neck-guerrero, nohome-valle).
Sandino, pues, nace marcado por tres hechos históricos importantes, todos ligados a su biografía. Porque su padre era un caficultor liberal y su madre también estaba insertada en esa doble condición, de liberal y de caficultor, familiarmente y como trabajadora temporal. Tres hechos sin embargo no jerarquizables, que se dan simultáneamente, aunque la reivindicación de su calidad de lugareño, de niquinohomeño -propiciada por la revolución liberal-, sin duda será el germen de su posterior reivindicación de ciudadano, de nicaragüense -cimentado en el de su solar nativo, como todo sentimiento de nacionalidad.
La gesta de Benjamín Zeledón y los Pactos Dawson
El cuatro de octubre de 1912, cuando Augusto era ya un joven de diecisiete años, le tocó presenciar la vejación que hizo del cadáver de Benjamín Zeledón la marinería norteamericana que entonces ocupaba Nicaragua. Un hecho que obviamente no puede descontextualizarse de las causas de esta ocupación: la ilegítima expulsión del presidente José Santos Zelaya mediante la infamante nota Knox, el desconocimiento y la posterior renuncia forzada del presidente José Madriz que había asumido la presidencia conforme a la norma constitucional, la imposición norteamericana de la llamada restauración y también segunda república conservadora, que dejó proscrito al partido liberal y al zelayismo con la suscripción forzada, aunque complaciente, de parte de los conservadores de los Pactos Dawson.
Otro hecho histórico que lo marca para siempre. Entonces con plena conciencia de la intervención norteamericana en Nicaragua, es decir, de la pérdida de la soberanía nacional. Un hecho por lo demás sobre el cual ni Sandino ni ningún otro nicaragüense contemporáneo pudo haber sido ajeno, porque era parte de la discusión nacional en todos los ámbitos. Pero en su caso ciertamente magnificado por la vejación del cadáver del héroe que se atrevió a desafiar al invasor, a pesar de la desproporcionada correlación en fuerzas y medios militares. Un ejemplo heroico de la entrega de la vida propia por la vida de la nación.
También conviene rescatar para la biografía política de Sandino la relación Zeledón-Pactos Dawson con su posterior defensa a ultranza de la soberanía nacional. La profunda indignación del joven Sandino frente a la vejación del cadáver de Benjamín Zeledón es, sin duda, la condición necesaria, pero son los Pactos Dawson la condición suficiente de su doble conciencia histórica y de su consecuente lucha militante en favor de la soberanía nacional y en contra de la intervención extranjera, que obligadamente derivaría en antiimperialismo.
Si a lo anterior se agrega que los Pactos Dawson estuvieron precedidos por el juicio virtualmente público contra dos mercenarios norteamericanos, Cannon y Groce -que dio al traste con Zelaya-, y seguidos inmediatamente por la firma del tratado Chamorro-Bryan, de 1914, que tanta discusión produjo en Nicaragua y Centroamérica acerca de la enajenación de la soberanía nicaragüense y sobre el riesgo semejante que corrían sus hermanas del Istmo, se comprenderá cabalmente el escenario político nacional que le tocó vivir el joven Sandino. Suficiente para marcar el alma de cualquier joven patriótico, más la suya, cuya sensibilidad estaba muy por encima del promedio.
El periplo mesoamericano
Pero bueno, como suele suceder a tantos jóvenes de todas las épocas, es bastante probable que toda esta sensibilidad hubiese sido desperdiciada. Y también, como en la mayoría de los casos en que no se pierde, en el de Sandino un hecho fortuito lo impidió. Un domingo de un mes aún no precisado de 1921, Sandino hirió de bala a un amigo de infancia. Viéndose obligado a ponerse al resguardo de la venganza decidió salir de su pueblo.
Bluefields fue su primer destino, en aquella época absolutamente aislada del resto del país. Allí tomó la decisión de reivindicar el apellido de su padre para disfrazar su identidad, contrayendo el de su madre que hasta entonces usaba. A partir de Bluefields se llamará Augusto C. Sandino. Un hecho importante, porque asume plenamente la identidad de los Sandino y le confiere por primera vez la autoestima de la estirpe de esta familia relevante de su pueblo natal, dejando atrás la marca de la ilegitimidad, que tanto le había afectado en su niñez y juventud.
Luego se trasladaría a La Ceiba, Honduras, después a Puerto Barrios, Guatemala, y finalmente, a Tampico, México, adonde llega dos años después, en 1923. En Centroamérica se integró a las compañías norteamericanas que explotaban la producción bananera, siendo testigo de la explotación de los obreros y campesinos, pero también, y quizás más importante, de las grandes luchas sociales y políticas por la soberanía nacional. En Centroamérica, Sandino se gradúa de sindicalista, aunque sin haber participado jamás directamente en estas luchas.
Pero es en Tampico y luego en Cerro Azul, Veracruz, donde adquiere todo su bagaje político-ideológico. Es aquí donde participa del ambiente revolucionario, de la lucha del pueblo mexicano contra la intervención extranjera, de la exitosa reivindicación que la revolución mexicana hace de los derechos sociales y económicos de los ciudadanos y de la propiedad del Estado sobre el suelo y el subsuelo; de la organización social en defensa de la revolución de los campesinos y de los obreros a través del ejido y de las grandes centrales sindicales, pero también de la defensa de la soberanía nacional con base en la Constitución, la de Querétaro de 1917. Principios todos que regirían la vida y la lucha política de Sandino en Nicaragua. Es en México, pues, donde Sandino se gradúa de líder nacionalista y antiimperialista.
El Pacto del Espino Negro
Sin embargo, será el Pacto del Espino Negro, entre Moncada y Stimson, del 4 de mayo de 1927, la coronación de su larguísima formación político-ideológica en favor de la soberanía nacional y de su posterior lucha antiimperialista. «El 4 de mayo debe ser -diría cinco días después-, efectivamente, día de fiesta Nacional, no porque en ese día Moncada haya vendido al Ejército Liberal, del cual era General en Jefe, como a una partida de bestias; debe ser de fiesta Nacional porque ese fue el día en que Nicaragua probó ante el mundo que su honor Nacional no se humilla; que le quedan todavía hijos que ofrendarían su sangre para lavar las manchas que sobre ella puedan echar los traidores».
(*) Charla dictada en el panel organizado por la Facultad de Ciencias de la Educación y Humanidades de la UNAN, Managua.
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