Portada de antigua versión de Revista Libre Pensamiento

sábado, 3 de marzo de 2012

Las tribus que habitaban Nicaragua según diversos autores


Las tribus que habitaban Nicaragua según diversos autores
Manuel Moncada Fonseca

 I. Oviedo sobre nicaraos y chorotegas


Aspectos generales

Según Oviedo, los chorotegas tienen una lengua distinta a la de los nicaraos, quienes hablan la misma de México. A su parecer, mientras los primeros todos son carnívoros, los segundos no todos lo son.1 Antes del arribo de los conquistadores españoles, los chorotegas “tenían guerra los unos con los otros, porque así como difieran en las lenguas así en ceremonias ó ritos ó amistad, y en todo lo demás son diferentes”.2 Los chorotegas son naturales de los lugares que habitan. No dominan a las mujeres como sí lo hacen los nicaraos, quienes “son muy señores de sus mujeres é las mandan é las tienen subjetas”. (Ya veremos a Herrera, más adelante, haciendo un planteamiento por completo opuesto a éste).

Los nicaraos son gente procedente de otra parte, continua Oviedo. Ellos trajeron el cacao, cuyos almendros corren por moneda en aquellas partes. Son los únicos dueños y herederos de los árboles de cacao. Los chorotegas no poseen uno sólo de estos árboles, pero, en cambio, poseen todos los árboles de nísperos o nunonçapot.3

El cronista identifica a los indios de Nicoya y Orosí, en lo que a lengua se refiere, con los chorotegas. (Veremos cómo en este punto Ayón diverge de Oviedo). De ellos, nos dice que “traen horadados los beços baxos, e puestos sendos huesos blandos redondos del tamaño de medio real o más, como lo traen los indios en la Nueva España”. Son hombres flecheros y valientes. Practican la idolatría. Llaman teyopa a sus principales casas de oración. Los nicaraos las llaman, a su vez, orchilobos.4 Pero, Oviedo no parece tener seguridad sobre quiénes eran en realidad los naturales de Nicaragua. Tras señalar su creencia de que los nicaraos proceden del norte y no del Perú, el cronista nos dice: “Los de la lengua Chorotega son los naturales, si no son los de Chontales; porque aunque hay muchas otras lenguas estas dos parecen que son más generales”.5

La práctica del tiangue. Los indios se imitan unos a otros en la práctica del tiangue. “Cada generación, destas tienen sus plazas é mercados para sus tractos e mercaderías en cada pueblo principal; pero no se admite en essas ferias ó plaças sino los de la mesma lengua”. Cuando personas ajenas a la tribu se presentan al tiangue, se les vende “para los comer o se servir dellos por esclavos”.6 En los tiangues corría el cacao como moneda, “con la qual se han é compran todas las otras cosas que de mucho ó poco presçio son, assi como el oro é los esclavos é la ropa é cosas de comer é todo lo demás”.7

En el intercambio de productos que tiene lugar en el tiangue, lo que debe darse por cada cosa depende de un acuerdo entre el que compra y el que vende. Al tiangue no tienen acceso hombres, éstos ni siquiera pueden pararse a mirar desde afuera. En caso que lo hagan, los riñen. Y si entran, les dan de palos. Las mujeres pueden ir todas al tiangue. A éste pueden ir, asimismo, hombres y mujeres de otros pueblos, siempre y cuando sean aliados, así como muchachos que no han dormido con mujeres. En él se venden esclavos, oro, mantas, maíz, pescado, conejo, aves, y de todo aquello que pueda comprarse y venderse entre los indígenas.8

Formas de gobierno. Refiriéndose a Nagrando, provincia chorotega, Oviedo acusa la multitud de gente que hay en ella, la que, al igual que otras, no es gobernada por caciques sino por cierto número de ancianos electos para tal fin, quienes, a su vez, elegían a un capitán general que se encargaba de “las cosas de la guerra”. Cuando este último moría o caía en combate, en su lugar, se elegía a otro. Ocurría, además, que cuando lo estimaban inconveniente “a su república” le daban muerte. El dominio colonial acabó con esta forma democrática de gobierno a fin de entenderse con una sóla cabeza y no con tantas y poder así servirse más efectivamente de los indios.9
 
Los nicaraos tienen señores o príncipes de mucha gente, que tienen vasallos principales, los que, a su turno, dirigen cabeceras de provincias o pueblos llamados galpones. Los vasallos principales “acompañan e guardan la persona del príncipe ordinariamente, é son cortesanos é capitanes: é principales”.10 Los regidores y oficiales “son elegidos de quatro en quatro lunas”. Transcurrido este lapso de tiempo, se eligen a otras personas para que asuman dichos cargos, pero ello se hace siempre entre los güegües o “viejos más principales”.

Estos regidores y oficiales, que son dos, “nunca se quita[n] de la plaça e tiangue o mercado e aquellos fieles son allí alcaldes e absolutos gobernadores dentro de las plaças, para no consentir fuerça ni mala medida, ni dar menos de lo que han de dar o trocar en sus ventas é baterias los contrayentes: e castigan sin remisión alguna a los transgresores de sus ordenanças é costumbres, e á los forasteros haçen que se les haga más cortesia é más buen acogimiento, porque siempre vengan más a su contrataçión”.11

Los monexicos son convocados por el cacique cuando éste tiene necesidad de resolver asuntos atinentes a la guerra y otras cosas. En el monexico, el cacique no impone su voluntad. Sólo propone aquello que le parece necesario; él exhorta y pide auxilio ya que “lo que pide es bien universal de la república”. En ese órgano de poder comunal, después que se han conocido los criterios de sus miembros, se acuerda lo que debe hacerse.12 Los mensajeros y caudillos llevan un moscador de plumas en las manos que les es dado por el señor. Con semejante distintivo, la gente cree en su palabra.13

Leyes, usos y costumbres. Los nicaraos llaman tapaligüe al hombre experimentado o al que da muerte a otro en un duelo cuerpo a cuerpo.14 Los tapaligües son gente de buena estatura, bastante blancos, llevan la cabeza rapada casi totalmente, “con una corona encima transquilada”. Son muy estimados y honrados tanto entre los nicaraos, como entre los chorotegas y chontales. Se sajan las lenguas por debajo, las orejas y, algunos, hasta los miembros viriles.15

Los indígenas tienen libros de pergaminos, hechos de cuero de venado. Esos libros son tanto o más anchos que una mano y tan largos “como diez o doçe passos”, se encogían y doblaban hasta quedar del tamaño de una mano. En ellos, se pintaban figuras de tinta roja o negra, con las que designaban “sus términos é heredamientos, é lo quemás les paresçia que debía estar figurado, así como los caminos, los rios, los montes é boscages é lo demás, para los tiempos de contienda ó pleyto determinarlos por allí, con paresçer de los viejos…”.
 
Entre los indígenas, hay mujeres públicas que venden sus placeres a quien las quiera por diez almendras de cacao. Cuando una pareja se quiere casar, el padre del novio ruega al de la novia que se la dé por nuera. Si la respuesta es positiva, se matan pavos, llevan cacao y algunos xulos o perros mudos. Al padre o madre de la novia se pregunta si ésta es virgen. Si responden que sí y el novio comprueba lo contrario, la abandona y ella queda desprestigiada. Ocurren casos en que los padres de la novia reconocen que ésta no es virgen y el novio la acepta por esposa, “porque muchos hay que quieren más las corrompidas que no las vírgenes”.16 Si los padres de la novia dicen al del novio que ella es virgen y no resulta tal, él queda libre, en tanto que ella es devuelta a su familia y es considerada mala mujer.17

Entre los indígenas, se prohíbe el incesto: no se admite el casamiento entre madres e hijos, ni entre hermanos y hermanas. Se admite el matrimonio con todas las otras personas, al margen de su nivel de “linaje”.18 Comúnmente, cada hombre sólo tiene una mujer. Pocos son los que tienen más de una sola mujer. Los principales y los que puedan alimentar a más mujeres tienen varias compañeras, “e los caçiques quantas quieren”.19
 
En lo que a hábitos alimenticios se refiere, basta decir, para dejar claro el asunto, que los indígenas, según Oviedo, “…ninguna cosa viva dexan de comer por suçia que sea”.20

El cronista refiere, como costumbre indígena, el canibalismo y la venta o empeño en los mercados de los hijos a personas que, si así lo quieren, se los pueden comer.21 Entre los indios hay hombres y mujeres brujos y brujas a los que llaman texoxes. A estas personas se les atribuye el poder de convertirse en lo que quieran: lagarto, perro, tigre, león y cualquier otro animal.22
 
Oviedo constata que nicaraos, chorotegas y chontales tienen casas de oración a las que llaman, como en la Nueva España, orchilobos (término, como veremos más adelante, incorrecto); tienen sacerdotes que se encargan de realizar los sacrificios humanos. El sacrificio de hombres y mujeres se hace ante la presencia del público. Los chorotegas, aunque tienen los mismos templos, difieren de los nicaraos en la lengua, los ritos, ceremonias y costumbres.

Los indígenas tienen muchos dioses a los que llaman teotes. En honor a ellos, se sacrifican hombres y muchachos. Los sacrificios obedecen bien a la devoción, bien a la maldad, o bien al simple deseo de comer carne humana, dado que ésta “les sabe muy bien”. Tienen un dios del agua, del maíz, de las batallas, de las frutas. Los nombres de los dioses dependen de “las potestades á las cosas é géneros diverssos que les atribuyen é aplican, segund sus nesçessidades”.23 Las fiestas a los dioses están calendarizadas, se corresponden con los tiempos de cosecha de uno a otro cultivo, como el maíz, el cacao, el algodón o los frijoles.24

La entrevista de Bobadilla a los nicaraos inserta por Oviedo en su obra

Dioses. En la conocida entrevista que Bobadilla hizo a indígenas nicaraos, caciques y principales, se dibuja la concepción religiosa que ellos tienen. Atribuyen la creación del cielo y la tierra a Tamagostat y Çipattoval. A éstos se les considera, asimismo, creadores de hombres y mujeres y de “todas las otras cosas”, pero en la creación intervienen también “Oxomogo e Calchitguegue é Chicoçiagat”. Los indios no pudieron responder dónde se encontraban estos dioses, pero tenían la certeza de que eran sus dioses mayores o teotes. Tampoco respondieron con precisión a la pregunta sobre el destino de quienes mueren. Se dejó en claro, sin embargo, que los niños que mueren sin haber comido maíz o los que dejaron de mamar han de resucitar y regresar a casa de sus padres. Los viejos que mueren, en cambio, no vuelven, ni resucitan.25

Los dioses no son entes puramente espirituales, son de carne, son hombres, mujeres, mozos, poseen el color de piel de los indios. Andaban por la tierra vestidos y comían exactamente lo mismo que ellos.26 Los indios tienen otros dioses en cuyo honor celebran fiestas: “Agat, Oçelot, Oate, Coscagoate, Olin, Tapecat, Quiaüit, Sochit, Çipat, Acat, Cali, Quespal, Coat, Misiste, Maçat, Toste, At, Izquindi, Ocomate, Malinal, Acato”.27

Elemento contradictorio es, sin embargo, que, al tiempo que estiman a sus dioses criaturas, digámoslo así, de carne y hueso, los indígenas no consideran que al comer animales, a los que ellos llaman dioses y adoran, estén con ello comiéndose a sus dioses. El asunto lo entienden de otro modo: para tomar esos animales y cazarlos invocan a Maçat, dios de los siervos; a Toste, dios de los conejos. “Tomamos la sangre de los venados después de degollados, é secada envolvémosla en una mantas é ponémosla en una çesta colgada en casa, y esso tenemos por el dios de los venados”.28
 
Vida terrenal y vida de ultratumba. Los que mueran no resucitan nunca. (Mas contradictoriamente, se sostiene) Los buenos van al cielo, al lado de los dioses; los malos van a un lugar llamado Miqtanteot, que queda debajo de la tierra y es malo. Al morirse alguien, de su boca sale el yulo que no muere, “el cuerpo se queda aca”.29

Los teotes comían sangre y corazones de hombres y de algunos pájaros, comían asimismo “sahumerios de la tea é resina”. Los indios muertos van debajo de la tierra, los que mueren en la guerra y “han vivido bien, van arriba, donde están Tamagastad e Çipattoval”.30 El indio que queda abajo, no tiene ninguna vida allí, está simplemente enterrado y nada más. El que muere y se va para arriba no está allí en cuerpo entero, sino solamente con su corazón.31

Los cuerpos de las personas sacrificadas sufren distinta suerte. Los de los pequeños se entierran, los de los grandes se los comen los caciques principales sin que coman “dellos la otra gente.32

A la pregunta sobre la perdición del mundo en algún momento, se respondió que se ha perdido por agua, no quedando “cosa viva alguna”, pero el mundo fue creado nuevamente.33

Los templos. Según las creencias indígenas las mujeres no pueden entender nada relativo al templo. En éste no se les admite nunca. En el interior de las principales casas de oración, no se tolera el sacrificio de mujeres, ello se hace fuera de las plazas. En los templos comunes, ello sí está permitido. La sangre de aquellas mujeres sacrificadas fuera de los templos principales es llevada al templo, donde el sacerdote la toma rociando con ella los ídolos que allí se encuentran. El cuerpo de esas mujeres se lo comen los caciques. Los sacrificados son esclavos capturados en las guerras. De su casa a los templos, cada uno lleva aquéllo que desea ofrendar: gallina, pescado, maíz y otras cosas. Dichas ofrendas son llevadas al templo por muchachos. Las cosas de comer se llevan guisadas. Nada crudo entra en él.34

En los templos, los indios piden a sus dioses: salud cuando están enfermos, agua cuando no llueve.35 A lo largo del año, se celebran veintiún fiestas. En esos días, no se hace nada que no sea emborracharse, cantar y bailar alrededor de la plaza, sin que persona alguna entre en ella.

El que desea confesar sus pecados recurre a los viejos. Pero cada cual se confiesa sólo ante uno de ellos, en secreto, sin que nadie más esté presente. El secreto de confesión se preserva. La penitencia por los pecados implica cargar leña para alumbrar el templo y barrerlo. La penitencia se cumple siempre. El viejo ante el cual se hace la confesión no es cualquiera, sino una persona que, con ese fin, lleva al cuello una calabaza. Cuando el viejo encargado de la confesión muere, el cabildo elige al que le parece más bueno para reemplazarlo. “…Es mucha dignidad entre nosotros tal offiçio. Y este viejo no ha de ser hombre casado, ni está en el templo ni en casa de oraçión alguna, sino en su casa propia”.36

Usos, leyes, costumbres. Cuando un indio mata a otro, no recibe por ello castigo ni pena alguna, pero si el muerto es una persona libre, el hechor debe entregar a los parientes de su víctima un esclavo o esclava, ropa o cualquier otra cosa que posea; tras ello, no recibe más castigos. Cuando alguien atrapa a quien le ha hurtado un objeto cualquiera, lo ata y lo lleva a su casa, manteniéndolo así hasta lograr el pago o devolución de lo hurtado. Si el que ha cometido el hurto no tiene con qué pagar se le toma por esclavo. Al que devuelve o paga lo hurtado, le cortan “los cabellos en señal que se ha seydo ladrón”.


Al violador de mujeres, cuando éstas se quejan, lo toman y atan. De esta forma, lo conducen a la casa del padre de la ultrajada, donde permanece atado durante 5 o 6 días, hasta que paga su rescate o contenta a su víctima, o a los padres de la misma. Si ella no tiene padres y el violador no logra pagar el rescate, o contentar a la ultrajada o a sus padres si los hay, entonces aquél queda convertido en esclavo de estos últimos o, en su defecto, de la mujer violada.

Cuando alguien tiene necesidades extremas y ha vendido para subsistir todo cuanto tiene, vende entonces a sus hijos e incluso a sí mismo si así lo desea. En estos casos, el rescate de la libertad es posible siempre y cuando haya voluntad para ello de parte de la persona convertida en dueña de otras personas del modo indicado.37

Guerras, caciques, capitanes de guerra. Las guerras libradas tienen por causa los términos jurisdiccionales y la necesidad de “echar los unos á los otros de la tierra”. La escogencia del capitán de guerra recae en aquél que es considerado valiente y de experiencia, aquél que llama a los demás a ser valientes y a matar a la mayor cantidad posible de enemigos. El botín de guerra no se distribuye “cada uno es señor de lo que tomó en la guerra, sin que dé parte á ninguno”.

Al cacique le sirve la gente que él tiene en su casa y sus esclavos, término este último usualmente utilizado por los cronistas pero que necesita ser relativizado, como habremos de observar en otra parte del presente trabajo. Pero el cacique manda sólo “en las cosas de la guerra ó bien del pueblo, é aún para esto ha de ser primero acordado en el monexico; pero no se puede tener el monexico sin el cacique, por ser el principal señor.38


Tenencia de la tierra y deudas. El indio puede irse de la tierra en que vive pero no puede venderla, sólo puede dejarla a sus parientes. Cuando alguien pide algo prestado, puede pagarlo o no pagarlo. Pero el prestamista puede ir al maizal de aquél a quien ha prestado algo y pagarse “de su mano; sin incurrir en pena”.39


Origen y medida del tiempo. Los indios, al ser preguntados por su origen, declararon no ser naturales de estas tierras, que sus antepasados llegaron a ella hace mucho tiempo, sin que pueda haber recuerdo alguno “porque no fue en nuestro tiempo”. Señalaron que la tierra de sus progenitores se llama Ticomega e Maguatega, saliendo de ella porque sus amos a quienes servían -como lo estaban haciendo ahora con los cristianos; esto es, arando, sembrando y haciendo otras cosas-, los trataban mal y se los comían.40

Un año tiene entre los indios diez cenpuales, un cempual equivale a veinte días.41 Pero, según Miguel León-Portilla, como constataremos más adelante, Oviedo se equivocó en la cantidad de cempuales acá indicada.


II. Herrera y Torquemada sobre los nicaraos y chorotegas



Antonio de Herrera. En su Historia de los Hechos de los Castellanos en las Islas y Tierra Firme del Mar Océano, Herrera refiere que los pueblos de Nicaragua no son grandes, pero son muchos. Las casas de los señores son diferentes de las de la gente común, las que son todas iguales. Los hombres llevan rapada la mitad delantera de la cabeza, los valientes toda, salvo la coronilla. Al igual que los mexicanos, se hacen agujeros en narices, labios y orejas. Su vestimenta es casi idéntica a la de los mexicanos. Las mujeres van a los mercados, barren la casa y hacen “lo demás”. Los hombres se ataban los genitales para no llevarlos sueltos como las bestias. Tienen muchas mujeres, pero sólo una es legítima.42

Según este cronista, un sacerdote es el que casa a los novios. Si la mujer no es doncella la repudian. Muchos, antes del matrimonio, dan sus novias respectivas al cacique para que duerman con él y sea el primero en “corromperlas”. El que se casa dos veces es desterrado y obligado a entregar su “hacienda a la primera muger”. A las adulteras se les repudia, devuelven sus dotes y su tierra y no se pueden casar más. A los adúlteros se les da de palos, pero no la muerte. En ciertas fiestas del año, los hombres consienten que sus mujeres traten con otros hombres.

Cuando una mujer se queja de quien la ha violado, éste se vuelve esclavo o paga la dote. El esclavo o siervo que duerme con la hija de su amo, es enterrado vivo. Hay mujeres públicas, y donde las hay, los homosexuales son apedreados. Los pordioseros no piden en nombre de dios, sino a los ricos. Quien se traslada a vivir a otra parte no está facultado para vender su hacienda. Debe dejarla al pariente más cercano. Al ladrón le cortan los cabellos y queda esclavizado por el dueño de lo hurtado hasta que pague su rescate. No se contempla pena alguna para el que mata al cacique dado que ello, según el criterio de los indígenas, no puede acontecer. Tampoco la hay para quien mata un esclavo, pero el que mata a un libre debe pagar algo a los hijos y parientes de la víctima. No puede haber ninguna Junta, especialmente para tratar asuntos de guerra, sin la presencia del cacique. Las guerras tienen como causa los términos territoriales, los lugares de caza y la captura de hombres para sacrificios. Como capitán de guerra se elige al más diestro y experimentado. El soldado se queda siempre con lo que toma en el campo de batalla al enemigo.43

Hablando sobre el origen de los nicaraos, Herrera refiere que descienden de la tierra mexicana con la cual comparten traje y lengua casi idénticos. Tenían sus mercados en las plazas, donde corre el cacao como moneda. Contrariamente a lo que plantea Oviedo, este otro cronista sostiene que los maridos estaban sujetos a sus mujeres, quienes, al enojarse, los echaban de la casa, les ponían las manos encima y los obligaban a servirles: “...ellos iban a rogar a los vecinos para que aplacasen la mujer”. En la noche del casamiento, el sacerdote mayor dormía con la novia. Confesaban los pecados al papa o sacerdote mayor, les parecía que con ello quedaban libres del pecado.44


 
Juan de Torquemada. Por su parte Juan de Torquemada, en su Monarquía Indiana refiere que en los últimos tiempos del imperio mexicano, Moctezuma entró a las provincias de Guatemala y a la de sus convecinas, apoderándose de ellas. Al llegar a Nicaragua, pobló todas sus tierras y provincias.45 Refiere que Nicaragua es una tierra bien poblada, posee unas cuarenta leguas de largo desde el Realejo y unas 10 o 12 de ancho, y hasta menor en ciertas partes.46 Basado en lo que platican los indios, sobre todo los viejos, plantea que los nicaraos y los nicoyanos o mangues habitaron antiguamente Xoconochco, en México. Los de Nicoya descienden de los cholutecas, los de Nicaragua son de Anahuac en México.47

III. E. G. Squier sobre los nativos de Nicaragua
 

Ephraim George Squier (1821--1888), quien fuera el primer enviado diplomático de Estados Unidos en nuestro país, en Nicaragua, sus gentes y paisajes, dedica un apartado especial a los nativos de Nicaragua. Sus puntos de vista sobre el tema están basados en las obras de los primeros cronistas, las cuales, a su parecer, son “vagas unas veces y contradictorias otras”; en “los retazos que la tradición custodia” así cono “en los vocabularios incompletos que aún se conservan”. Se basa, pues, entre otras cosas, en la obra de Gonzalo Fernández de Oviedo, “en los dispersos capítulos que Herrera juntó”, en la obra de Torquemada Monarquía Indiana, en la historia de Carlos de Alva Ixtlexochitl y en el trabajo de Thomas Gage.48

El autor anota que, en los lugares más altos y salubres aledaños a los lagos y en la costa del Pacífico, los indígenas comparten muchas características con los pueblos, según él, semicivilizados de México, Guatemala y Yucatán, con los cuales avanzaron juntos en muchos sentidos. “Igual que ellos, los indios nicaragüenses estaban divididos en numerosas tribus, o pequeños señoríos, con jefes o consejos de gobierno separados e independientes”.

La excepción, en esta línea, son los pobladores de “la estrecha faja de tierra que media entre el Lago de Nicaragua y el Pacífico, y que se habían extendido a las principales islas del Lago de Nicaragua”, quienes, en lo esencial, se constituyeron al parecer en “un mismo pueblo, con idénticos usos y costumbres, religión común”, y quienes, además, “hablaban, si no la misma lengua, dialectos probablemente derivados de ella”. Concluye que eran mexicanos que hablaban la lengua mexicana y poseían una organización civil y social y una religión igual a la de los aztecas y los pueblos a ellos afines.

Para darle peso a estas ideas, Squier recurre principalmente a Oviedo. Lo mismo hace para referirse a los chorotegas, a quienes localiza ocupando toda la región situada al norte de los nicaraos, extendida a lo largo del Pacífico, entre el este y el Lago de Managua, hasta dar con los contornos del Golfo de Fonseca, cuyos márgenes con probabilidad abarcaron. Los chorotegas ocupaban igualmente la zona ubicada al sur de los nicaraos y los alrededores del Golfo de Orotina. Este pueblo se dividía en varios grupos que hablaban el idioma del mismo nombre o sus dialectos:

I. Los Dirianes (gente de las alturas), ocupaban el territorio “comprendido entre el extremo superior del Lago de Nicaragua, el río Tipitapa y la mitad meridional del Lago de Managua y el Pacífico”. Sus principales poblados fueron Xalteva -con jurisdicción sobre Masaya y Managua-, Tipitapa, Diriomo y Diriamba. Agrega que “esos eran verdaderos Chorotegas”.

II. Los Nagrandanos, hablaban el nagrando. Poblaron la planicie de León.

III. Los Cholutecas, de habla choluteca, se encontraban al norte de los nagrandanos y esparcidos por las márgenes del Golfo de Fonseca. Sus dominios llegaban al territorio hondureño.

IV. Los Orotinas, quienes fueron dueños de los alrededores del Golfo de Nicoya y del sur del Lago de Managua.

Squier refiere la coincidencia de los cronistas en que los chorotegas fueron los primeros pobladores del país. Resumiendo sus observaciones sobre los indígenas nicaragüenses, este viajero los divide en: semicivilizados (mencionando a los chorotegas [dirianes, nagrandanos, orotinas y cholutecas] y nicaraos) y salvajes (chontales y caribisis). Estos últimos son pues el segundo gran grupo de aborígenes. Entre ellos, menciona a los caribises, abarcando en este concepto a los miskitos, melchoras, wulwas, poyas y otras tribus.49 Este esquema, es retomado por toda una pléyade de historiadores de épocas sucesivas. Basta hacer mención de Tomas Ayón y José Dolores Gámez, con la salvedad de algunas diferencias respecto a las divisiones internas de los chorotegas, como veremos a continuación.

IV. Tomás Ayón sobre las tribus de Nicaragua


Planteamientos generales sobre la procedencia de las tribus. Refiriéndose al origen de las tribus de Nicaragua, Tomás Ayón escribe que se cree que “los nahuas o nahoas, más conocidos con el nombre de tultecas, (…) también vinieron del oriente”. Refiere luego que los “shibalbaidas (...) fueron a fundar al norte de México (...) Tula ó Tollan, de donde les vino a ellos [el nombre] de tultecas o toltecas”. Sin embargo “en el siglo XI una gran escasez de lluvias (...) ocasionó hambre y peste y los obligó a regresar a Centroamérica”. Algunos tultecas se establecieron en Payaquí (Honduras), otros, varios años antes, se esparcieron por la costa sur de Centroamérica donde adoptaron el nombre de chorotegas. Tras los tultecas, señala, aparecieron por el norte los mames. Pero a éstos los despojaron las tribus quichés, cachiqueles y zutujiles.50 Anota después la idea según la cual “todo induce a creer que los caribises fueron los primeros habitantes de Nicaragua”, quienes se establecieron en lugares cercanos a los lagos y a la costa del Pacífico y se dedicaban a la caza y a la pesca.51

Los nahoas, avanzando por la parte occidental de Nicaragua, desplazaron a los caribises a los que obligaron a retirarse al interior. Los nahoas se establecieron en Chinandega y Rivas. Se llamaron niquiranos. En los siglos XI y XIII, algunos tultecas mexicanos, desde Choluteca en Honduras, se internaron en las regiones centrales de Nicaragua y fundaron un nuevo señorío que se extendió desde León hasta los márgenes del gran lago. Eran los chorotegas. Los caribisis se vieron así desalojados nuevamente retirándose por el gran lago hacia la cordillera andina y hacia las playas del Atlántico. Un poco después, algunos mames, huyendo de los quichés, cachiqueles y zutujiles se desviaron un tanto al norte y se situaron en las vertientes de la cordillera central de Nicaragua. Se establecieron en Lovigüísca, Matagalpa y Palacagüina. Son los Matagalpa, chontales o mames.52


Los pueblos precolombinos y su origen. Ayón, en el primer tomo de su obra Historia de Nicaragua, hablando sobre la procedencia de las tribus aborígenes, señala: “El origen de los habitantes de Nicaragua está envuelto en la oscuridad que encubre el origen de toda la población de América”, aceptando, no obstante, como “cosa cierta que el país fué poblado por inmigrantes de otras naciones más o menos próximas”, que llegaron a este suelo como consecuencia de guerras sangrientas, de hambrunas y de epidemias desatados en los lugares de origen, o bien movidos por el propósito de librarse de algún yugo.

Siguiendo los pasos de Squier que, a su turno, siguió los de Oviedo, Ayón plantea que el territorio de lo que hoy es Nicaragua, al tiempo de la conquista, se encontraba poblado “por cuatro pueblos de origen, costumbres é idiomas diferentes: Estos pueblos eran -continua- los niquiranos, los chorotegas, los chontales y los caribisis”, los que ocupaban “una extensión más o menos considerable del país, constituyendo así cacicazgos independientes, que se regían por leyes y costumbres propias”. Con base en lo planteado por cronistas como Oviedo, dice luego que mientras los niquiranos y chorotegas eran pueblos con una mediana cultura que les permitía vivir como “naciones establecidas”, los chontales y caribisis, por el contrario, eran totalmente bárbaros. La diversidad en el origen de estos pueblos, generaliza Ayón, servía de base a las recurrentes y encarnizadas luchas que ellos libraban entre sí, luchas que les permitía a unos desalojar a otros de sus lugares de residencia.

Tras hablar generalidades referentes a indígenas nicaragüenses, Ayón aborda lo relativo concretamente a cada pueblo mencionado. Comienza con los niquiranos, sosteniendo que habitaban el territorio que va desde el Gran Lago, por el este, hasta el Océano Pacífico, por el oeste, señalando como límite norte el río Tamarindo. Incluye en sus dominios las islas de Ometepe y Zapatera en el Gran Lago. Erróneamente, plantea que el Cacique Nicarao residía en Nicaraocalí, ciudad que, en verdad, nunca existió, como aclara la autora Anne Chapman, sino Quauhcapolca.53

A los orotinanos los señala como pueblo que comparte el mismo origen de los nicaraos, indicando que, por dificultades de comunicación, estos pueblos no se relacionaban entre sí. Difiere así del planteamiento de Squier, quien ubica a los orotinas como parte de los chorotegas. De éstos, Ayón anota que ocupaban el centro del territorio, especialmente la región que se extiende entre ambos lagos. Como consecuencia de una guerra, el pueblo chorotega se dividió en dirianes y nagrandanos - recuérdese que Squier añade a los cholutecas y orotinas.
 
Los nagrandanos, al ser vencidos por los dirianes, arrebataron a los nicaraos la parte del territorio que se extiende entre el lago Xolotlán y el mar, estableciendo allí sus residencias. Pero Oviedo, como vimos, señala que los primeros en llegar a Nicaragua fueron los chorotegas y no los nicaraos. Los dirianes contaron entre sus lugares de residencia Salteba, cuya jurisdicción abarcaba los pueblos de Diriomo y Niquihonomo, Managua, Masaya. Ciudades importantes de los nagrandanos fueron Imabita (Imbita) y Sutiaba. El autor refiere luego que nicaraos y chorotegas eran originarios de México.54

Formas de gobierno, leyes, usos y costumbres. En el capítulo II de su primer tomo de Historia de Nicaragua, Ayón hace referencia a las formas de gobierno, leyes, usos y costumbres. Al hablar de las formas de gobierno, señala que eran practicadas por los diversos pueblos que habitaban Nicaragua antes de la conquista. Señala, concretamente, dos formas, una “republicana” en la que el poder civil lo ejercía un consejo de ancianos electo por el pueblo que, a su vez, elegía a un capitán de guerra. En ella, los ancianos gozaban de un respeto tal que ello disipaba cualquier peligro de usurpación del poder por parte del capitán de guerra. De incumplir éste con sus responsabilidades o de infundir sospechas de traición, se miraba privado de la vida. Siguiendo siempre la obra de Oviedo, Ayón señala que esta forma de gobierno fue destruida por los conquistadores.

La otra forma de gobierno a la que Ayón hace alusión, es la que él llama "monarquía moderada". En ésta, el poder supremo lo ejercen los caciques o teytes, quienes estaban obligados a convocar a las asambleas populares o monexicos. En ellas, el cacique sólo propone lo que, a su parecer, conviene a los intereses de la comunidad, “al interés nacional”, según las propias palabras de Ayón, por completo desacertadas, cuando se aplican a la época a la que está haciendo referencia.

Ayón nos remite luego a asuntos más particulares sobre la forma republicana de gobierno; se refiere a los principales que acompañaban y resguardaban al cacique; a los galpones que tenían a su cargo “el gobierno de pueblos subalternos”; a la manera de trasmitir las disposiciones del cacique a los indígenas, menciona el mosqueador de plumas como signo de autoridad; a la “promulgación de leyes” a través de “mensajeros reales”, quienes se anunciaban a los pueblos agitando con fuerza una vara ahuecada en la punta y llena, además, de pequeños trozos de madera que al moverse hacían ruido.55

No hay, pues, en lo tocante a las formas de gobierno, nada que no haya planteado mucho antes el cronista Oviedo. No obstante, nos parece atinada la comparación que hace Ayón entre las formas de gobierno que poseían los indígenas con las que España les impuso. Al respecto escribe: “El sistema colonial, establecido por la España en América, con sus tributos, con sus repartimientos, con su inquisición, con su duro despotismo de tres siglos, demuestra claramente que no eran las naciones de Europa quienes podían corregir en materia de gobierno a los primitivos habitantes del Nuevo Mundo”. Y lo que expresa sobre el matrimonio entre los indígenas no parece coincidir con lo que señalan cronistas como Herrera, ya que, según Ayón, los indios para casarse recurrían no al sacerdote de la tribu sino “al señor del pueblo, dando así al matrimonio el carácter de un contrato puramente civil”.56

Se prohibía el matrimonio entre padres, hijos y hermanos. Se castigaban la poligamia con pena de mucho rigor: se imponía el destierro y confiscación de bienes al varón. A la mujer que, conscientemente, contraía matrimonio con un hombre casado, la desterraban y despojaban de sus bienes, entregándolos a la primera esposa. De no haber hijos del matrimonio legítimo, éste se disolvía y la mujer podía así casarse de nuevo. De haberlos, el matrimonio no quedaba disuelto.

El adulterio era particularmente penado, sobre todo, cuando se practicaba por mujeres. Al hombre sólo se le reprochaba en el ámbito de la familia; la mujer recibía una paliza del marido y era devuelta por éste a sus padres y el matrimonio quedaba disuelto. Ayón agrega que, no obstante ello, en Nicaragua no ocurría lo que en el resto de Centro América, donde se privaba de la vida a los adúlteros. Pero, cuando un esclavo abusaba de la hija de su amo, ambos eran privados de la vida. Las prostitutas eran toleradas. Pero el estupro se castigaba con la esclavitud, ejercida por los padres de la ultrajada hasta que se pagara el rescate.57 Los sodomitas eran apedreados. El homicidio prácticamente no era penado. El ladrón era entregado al dueño del objeto hurtado hasta devolver o pagar el valor del mismo.

Como puede apreciarse, Ayón reproduce con mayor o menor fidelidad, los escritos de Oviedo sobre el mundo indígena. Empero, no deja de hacer valiosas observaciones sobre el mismo. Por ejemplo, después de admitir que la cultura de los indígenas no era semejante a la de los países de Europa, porque ellos desconocían el derecho civil, el canónico y el internacional y porque eran, más bien, completamente bárbaros (lo que es erróneo), concluye:

“...Tampoco debe desconocerse que por la suavidad de su carácter estaban admirablemente predispuestos a llegar sin necesidad de grandes sacrificios al más alto grado de civilización”. Añade a ello que el respeto que los indios profesaban a sus autoridades, así como el conocimiento -aunque incompleto- sobre moral e inmoralidad y sobre el castigo de los delitos, eran elementos -por sí mismos- suficientes para establecer, en menos de tres siglos, un régimen político más adecuado a sus necesidades sociales y más a tono con el nivel de progreso a que había llegado el espíritu humano.58

Cultura intelectual, artes, industria, comercio y agricultura. Ayón dedica el capítulo III a tratar la cultura intelectual, artes, industria, comercio y agricultura. Sostiene que los indígenas conocían de astronomía tanto como los mejicanos, motivando con ello la admiración de los sabios europeos, dice basado en Levy. Al igual que Oviedo, nos dice que medían la duración del tiempo por períodos de veinte días llamados cempuales, dividiendo el año en diez de estos períodos. Ya veremos que en ello hay un error que nace en Oviedo.

De las plantas, conocían sus propiedades tanto medicinales como colorantes. Sus libros eran pergaminos hechos con cuero de venado. En ellos dibujaban sus posesiones con sus linderos, los ríos, montañas, etc. De ellos hacían uso los güegües para decidir pleitos derivados por conflictos de propiedad. En los pergaminos, por medio de figuras, designaban cosas dignas del recuerdo, sus leyes y ritos, dice Ayón basándose en la obra de Herrera. Y con base en García Peláez, anota que los indios representaban objetos carentes de forma material, valiéndose de caracteres no verbales sino reales, añadiendo que tales figuras no son una historia ordenada sino un apoyo de la tradición trasmitida a cada generación y aprendida en arengas y discursos. Nuevamente con base en Herrera, refiere que las artes mecánicas no eran totalmente desconocidas. En Nicaragua había orfebres notables. Hacían armas e instrumentos cortantes como piedra, sabían hacer la aleación del hierro y del estaño con lo que templaban el cobre y lo hacían susceptible de afilarse.
 
Hablando de nicaraos y chorotegas, señala que eran pueblos industriosos. Fabricaban petates con figuras multicolores; curtían las pieles de venados, tigres y otros animales, usaban barro cocido para el servicio de mesa y cocina. Tejían sus ropas de algodón, hacían gorros de palma, hamacas, redes y fajas de cabuya (mecapales) para sujetar la carga a la espalda, lo que colgaban de la frente o de los hombros.
 
Siguiendo a Ximénez, habla de los jícaros coloreados en forma de mosaico de los que hacían gala los españoles; de los diversos usos que los indios daban a la pita (para hacer lazos, redes, hamacas y alforjas); de la variedad de petates y de las diferentes formas y matices con que tejían las jaulas, los canastos, los petacos y las petaquillas. Recurriendo de vuelta a Oviedo, habla de la existencia de los tiangues o mercados públicos; de lo que en ellos se vendía, de la prohibición del acceso a ellos a hombres adultos y casados, excepción hecha de los extranjeros y de los jóvenes; del cacao como moneda y de la forma en que se contaba (contles, xiquipiles y cargas).59

La religión de los primeros pobladores. En el capítulo IV de su Historia de Nicaragua, Ayón habla de la religión de los primitivos habitantes de Nicaragua. Tras hacernos una reflexión sobre la necesidad de la religión para los pueblos, el autor, con asombro, observa que los indios de América, pese a la barbarie y aislamiento secular en el que vivieron, “tuvieron sus dioses y sus cultos, y algunos de los primeros muy semejantes á los de la antigua Grecia”. De una u otra forma, nos dice, el culto al sol está presente en el Perú incaico, en la Grecia antigua, en Egipto, en Persia, en Siria, en Libia, en Etiopía, entre los celtas, entre los árabes y “algunos pueblos americanos cono lo floridianos, los apalaches, los otaitianos y otros, de la parte austral, que le rendían culto, teniéndole por una divinidad protectora”.60

Al hacer referencia a la religión de los primitivos habitantes de lo que hoy es Nicaragua, Ayón, siguiendo a Oviedo, anota que era tan diversa como diferentes eran las razas que la habitaban. Los de origen náhuatl sustentaban la creencia en un dios supremo al que atribuían la creación de todo lo existente. Menciona a continuación a Tamagastad y a Zipaltoval. Luego nombra a los dioses inferiores cuyo poder se reducía a un sólo objeto: Quiteot (dios de la lluvia, del relámpago y del trueno), Mixcoa (del comercio), Chiquinam o Hécat (del aire) y Vizteot (del hambre).

Con base en la obra de un autor estadounidense, Heibert Howe Bancroft, la que lleva por título The natives races of the Pacific States of América, Ayón expresa que los “falsos dioses” indígenas eran representados “por estatuas que figuraban seres humanos y por ídolos en forma de animal, a los cuales prestaban los indios su adoración supersticiosa”. Hace referencia a que, en Zapatera, que fuera parte de los dominios nicaraos, los ídolos hallados son mayores y mejor elaborados que en ninguna otra parte. Enfatiza que, en algunos de esos ídolos, la aparición de los órganos genitales “da a entender que fué entre aquellos pueblos donde más extensión tuvo el culto fálico”.61

Comparación de la religión de los nicaraos con las de otros pueblos. Ayón señala, como algo negativo, los sacrificios humanos que se hacían en honor de los dioses, tales como el del comercio y el de la guerra Quiteot. Los dioses tenían el poder para crear a los hombres. Los indios no recordaban cómo y cuándo ésto tuvo lugar. Conservan el recuerdo de un diluvio universal que destruyó a la primera generación de hombres y animales, atribuyendo la segunda generación de ellos a Tamagastad y Zipatoval. La creencia en el diluvio, no era sólo de los nicaraos, plantea Ayón, observando que en el Popol-vuh de los quichés, también se habla de semejante hecho. Pasa luego a tratar sobre la creencia en la inmortalidad del alma entre los indígenas. “Su fe en la gloria que les aguardaba -escribe- era tan firme y tan ardiente, que las doncellas cuando iban a ser arrojadas en holocausto a las corrientes de lava hirviendo que salían de los volcanes, se adelantaban sin temor al sacrificio, bendiciendo su destino”.

Después de referirse al destino de los niños que morían antes de salir del período de lactancia y el de los hombres malos, el autor habla de la creencia sustentada por los habitantes de la parte central del continente americano, en la materialidad de la vida futura. Aduce, como ejemplo, el caso de los mosquitos -que enseñaban a los niños que el pasaje al paraíso se pagaba con semillas-; y el de los nicaraos, ligado al hallazgo de varias sepulturas en Ometepe y Zapatera, de las cuales se extrajeron trastos de barro que revelan “que la idea de la inmortalidad era muy confusa entre los primeros habitantes de este país”.

Ayón añade a lo anterior que dicha creencia, en algunas de las tribus que poblaban Centro América, los llevaba al colmo de enterrar vivos a los esclavos, bajo el supuesto de prepararlos de antemano para servir a sus amos en la otra vida. Algo parecido acontecía en Costa Rica y Darién con las esposas, quienes al morir sus maridos eran sacrificados para que fuesen a servirles en el otro mundo.62

Finalmente, Ayón habla de los orchilobos o templos indígenas, del papel de los sacerdotes entre ellos; de la forma especial de formarlos; de las veintiún fiestas que celebraban al año y que empleaban generalmente para emborracharse (lo que no era considerado vicio peligroso ni degradante, razón por la cual el cacique daba el ejemplo a los demás en la adoración a Baco); de los nombres concretos de las fiestas del año que corresponden con los de muchos dioses; del aseo de los templos y del adorno de los ídolos -lo cual recaía en jóvenes solteros- y de la confesión de los pecados. Acá es importante señalar la diferencia que existía entre la forma en que los indios nicaragüenses confesaban sus pecados y la de los quichés: mientras éstos lo hacían a solas o con animales del monte, los primeros lo hacían ante un anciano elegido especialmente para ello.63

V. José Dolores Gámez sobre los indios nicaragüenses

 De pie, José Dolores Gámez; sentado, José Santos Zelaya

José Dolores Gámez, en su Historia de Nicaragua, al tratar sobre el origen de la población, señala que la historia antigua del país se vincula con la de todo el continente y, especialmente, con la de Centroamérica, de la cual formó parte durante la dominación de Kikab I del Quiché, la de España y después de ésta. Advierte, empero, que es imposible hacer una reconstrucción completamente cierta de su origen primitivo, “sobre todo teniendo que recurrir como única fuente a las imperfectas traducciones de los aborígenes y á las noticias transmitidas por cronistas españoles que, además de ser interesados en el sentido de justificar los desórdenes de la conquista y de sorprender con relaciones maravillosas, solían, con este objeto, mezclar en sus relaciones una multitud de fábulas absurdas”.64

Gámez, refiere que el origen de los pueblos que habitaban Nicaragua es más oscuro que el de los demás pueblos de Centroamérica. Señala que los primeros pobladores -de origen mongólico como los del continente americano en general- fueron inicialmente nómadas, pero que, al parecer, el territorio de Nicaragua fue ocupado generalmente por inmigrantes de México y de otros pueblos vecinos, constituyéndose así gradualmente la sociedad aborigen de nuestro país. Hace el señalamiento, a nuestro entender exagerado y no matizado, de que en América, al igual que en el resto del mundo, se impuso el derecho del más fuerte.

El autor concluye diciendo que los pueblos más civilizados que, comúnmente, eran los más fuertes, ocuparon las mejores partes del territorio y obligaron a los vencidos a desocuparlo y a retirarse a lugares remotos. Las causas de las migraciones son para Gámez lo que ya conocemos de Oviedo, Ayón y otros autores: guerras sangrientas libradas en contra de una servidumbre, hambrunas y epidemias desatada en los lugares en que habían residido anteriormente.65

Gámez escribe que los caribisis fueron los primeros habitantes de Nicaragua, quienes, según él, inicialmente se radicaron cerca de los lagos y de la costa del pacífico. Luego al país llegaron los que adoptarían el nombre de niquiranos, quienes desplazaron a los caribisis hacia el interior del territorio y ocuparon la costa del pacífico casi totalmente y lo que, más tarde, serían los departamentos de Chinandega y Rivas. Posteriormente en los siglos XI y XII de nuestra era, a Nicaragua llegaron toltecas mexicanos llamados chorotegas, quienes se establecieron en las regiones centrales de nuestro suelo, donde fundaron un señorío que se extendía desde León actual hasta las costas del Gran Lago. Como puede verse, el autor invierte el orden de aparición de estos pueblos, pues, según Oviedo, entre otros, antes de los nicaraos aparecieron los chorotegas.
 
Los caribisis se vieron así nuevamente desplazados de sus posiciones, retirándose por la costa norte del Gran Lago hasta llegar a las costas del Atlántico. Allí fue donde Colón se encontró con ellos en su cuarto y último viaje. En el siglo XV, cuando Kikab el Grande, en su afán de conquista, llegó hasta el Golfo de Nicoya, los chorotegas y niquiranos quedaron sujetos a su dominio. Los chontales y caribisis, al parecer, no fueron sometidos por el conquistador quiché.66

Al referirse a las creencias y prácticas religiosas, Gámez trata estos temas de forma casi indistinta, sin hacer mención específica del pueblo o tribu aborigen al que le es propia ésta u otra creencia o práctica religiosa. Señala, por ejemplo, que los dogmas sobre la existencia de un creador supremo, al que se estima señor del universo, son “una creación de las clases sociales más instruidas”. Pero nos preguntamos: ¿Eso fue realmente así en toda la Centroamérica aborigen? ¿A qué pueblos se puede englobar en ese juicio tan genérico? ¿Está Gámez hablando, digamos, de los nicaraos, de los chorotegas, de los chontales o de los caribisis? ¿Está hablándonos de todas y cada una de las tribus que poblaron cada rincón de lo que hoy es Centroamérica?

Ciertamente, el asunto no queda claro en la obra de este autor, aún cuando expresa, después de hablar de la génesis del pueblo quiché según el Popol-vuh, que “las prácticas religiosas de los indígenas (...) no revestían la misma forma en todos los pueblos”. Es claro, por ejemplo, que los nicaraos, al igual que en México ciertos pueblos indígenas, llamaban -digámoslo en la forma en que lo hace Oviedo- orchilobos a sus casas de oración. Sin embargo, Gámez, al referirse a este asunto, no menciona ni a los nicaraos, ni a ningún otro pueblo de Nicaragua, ni de ningún otro rincón de Centroamérica. Otro ejemplo de la imprecisión indicada es cuando escribe: “En los pueblos en que se acostumbraba hacer sacrificios sangrientos había un altar especial que se levantaba en forma de pirámide a la altura de una lanza”.67

Al abordar específicamente el tema de la Nicaragua anterior a la conquista, Gámez, después de hablar de forma indiferenciada de las formas de gobierno (las que ya conocemos en la obra de Oviedo y otros autores); nos ubica en el plano de las tribus que poblaban nuestro país al momento en que a nuestro territorio llegaron los españoles, mencionando a los niquiranos, chorotegas, chontales y caribisis e indicando sus respectivos lugares de residencia. Y acá, ciertamente, no encontramos nada distinto a lo ya dicho por Ayón, Squier y Oviedo al respecto, al menos nada substancialmente distinto.68

VI. Los nicaraos y los chorotegas según Anne M. Chapman 


Trataremos a continuación sobre la obra de Anne Chapman. Según la autora, los nicaraos eran los “recién llegados”, mientras que los chorotegas habían sido los primeros en llegar, al igual que los primeros, del sur de México. Dado que los chorotegas fueron desalojados de su territorio en Nicaragua, el área en la que finalmente quedaron establecidos, aunque más grande, era discontinua. La de los nicaraos, en cambio, formaba un bloque continuo, aunque pequeño.69 La autora anota que nicaraos y chorotegas comúnmente practicaban la agricultura de roza o milpa y bajo condiciones especiales, la irrigación la hacían manualmente. Al hablar sobre la propiedad de la tierra, señala que es poco lo que sobre ello se conoce. No obstante, supone que no se podía vender, pues sólo raras veces era vendida en toda la región mesoamericana. Por ello, sugiere que también entre los nicaraos y chorotegas la tierra era propiedad del clan endogámico.70

Considerando que el cacao era usado por nicaraos y chorotegas; que circulaba como moneda en los mercados; que se utilizaba para pagar el tributo y que se consumía como bebida por los nobles, indudablemente, concluye la autora, jugaba un papel único en la vida económica de ambas culturas.71 Nos preguntamos, no obstante ¿hasta dónde este planteamiento que involucra a los chorotegas en el comercio por medio del cacao no contradice el planteamiento de Oviedo según el cual los chorotegas no poseen uno sólo de árbol de cacao, pero sí todos los árboles de níspero?

Los caciques chorotegas, al igual que los nicaraos, a pedido de los novios, desfloraban a las mujeres antes de que éstas se casaran.72

Estructura social

La clasificación de la estructura social de los nicaraos y los chorotegas es, quizás, el aspecto más valioso de la obra de Chapman.

I. Nobles:

 En esta categoría social se integran los caciques. De ellos, el más poderoso fue Nicarao,73 en cuyo honor los españoles designaron la provincia con su nombre. Su capital no fue Nicaraocalli, sino Quauhcapolca. “Los caciques nicaraos gobernaban de por vida y no podían ser depuestos”. Su distintivo era un tatuaje.

 El Consejo de ancianos nobles (monexico), gobernaba con el cacique.

 Los capitanes principales. Probablemente eran caciques menores, gobernaban en poblaciones de la provincia. Informan a la población las decisiones del cacique y llevaban mensajes a éste.

 Los sacerdotes o tamagest.

 Los confesores. No eran sacerdotes, sino ancianos electos por el consejo de ancianos para desempeñarse en tal oficio.

 Los capitanes de guerra. Se escogían entre los guerreros que demostraban más valor en la batalla. Se les otorgaba el título de tapaligüe. Eran muy estimados entre los nicaraos, chorotegas y chontales.

 Los orfebres. Eran, posiblemente, parte de los nobles.

 Los oficiales del mercado. Dos de ellos eran nombrados por el monexico para fungir como inspectores del tiangue, por un término de cuatro meses.

II. La gente común:
 
 Se trata de la gente del pueblo que era la que pagaba tributos. Ni nobles, ni esclavos lo hacían, los primeros sólo recibían tributos, los segundos ni pagaban ni recibían cosa alguna. Eran parte de la gente común: los guerreros o soldados corrientes, los comerciantes, los cazadores, los pescadores, los artesanos especializados (excluyendo a los orfebres), las prostitutas y los mendigos. Aunque la autora incluye a estos últimos en la categoría indicada, señala que los mismos pudieron haber constituido una categoría especial de la población. El principal oficio de la gente común era el laboreo.

 Los guerreros. Hubo dos tipos: los guardas y los arqueros. Estos últimos fueron, sin duda, el grueso de la fuerza militar. Los guardas eran centinelas y mensajeros; eran jóvenes, solteros y vírgenes. Se encargaban, además, de recoger la leña que se quemaba en los templos.

 Los vendedores del mercado.

 Los agricultores, cazadores y pescadores. Según la autora, de la conversación sostenida entre Nicarao y Gil González se evidencia que los nobles no trabajaban la tierra, pero al igual que la gente común, se dedicaban a la caza.

 Los artesanos. Las mujeres tejían, los hombres hacían cuerdas de henequén. No hay indicaciones sobre quiénes eran los alfareros. La autora supone que pertenecían al pueblo. Añade que había, al parecer, una suerte de "maestros" que iniciaban a los que deseaban ofrendar su sangre en los ritos y hacían tatuajes.

 Las prostitutas llamadas guatepol. Vendían sus servicios por cacao en el propio mercado, lo que hace suponer a la autora que su clientela eran los hombres de otros pueblos.

III. Esclavos:

 Eran los hombres y mujeres que se vendían. Se vendían a sí mismos o a sus hijos por razones de endeudamiento. Pero mientras Oviedo apunta que los niños vendidos podían ser comidos, Gómora señala lo contrario. La autora señala que el asesinato, el robo y el estupro podían conducir a la venta del hechor como esclavo. No obstante, cronistas como Oviedo, no señalan el asesinato como causa para que alguien fuera vendido como esclavo. Los esclavos, exceptuando posiblemente la guerra, se encargaban de las tareas ordinarias. Las esclavas eran sirvientas y/o concubinas de la gente noble. Nada indica que esta condición fuese hereditaria.

IV. Prisioneros de guerra:

 Nada indica que los prisioneros de guerra fuesen utilizados como esclavos, según la autora. Los capturados en guerra, según ella, se sacrificaban y comían. A las cautivas se les trataba de modo semejante.74


VII. "Religión de los nicaraos" de Miguel León-Portilla
 

Importancia de la obra. Pasaremos ahora a examinar lo que la obra de Miguel León Portilla aporta sobre los nicaraos, obra en la que el autor analiza y compara tradiciones culturales nahuas. Precisamente esta circunstancia la convierte en un aporte científico de mucha relevancia, dado que, lejos de quedarse en lo que expresan sobre los nahuas cronistas como Oviedo, o un religioso como Bobadilla; compara sus versiones con los estudios hechos en México y en distintos países centroamericanos sobre diversos pueblos nahuas, con lo cual logra demostrar el gran nivel de veracidad que poseen Oviedo y Bobadilla cuando nos hablan sobre todo de los nicaraos.

Al respecto es importante en un plano teórico y metodológico traer a colación lo que el mismo autor expresa: “... los testimonios primarios sobre las creencias de los nicaraos, por tener un origen tan alejado y distinto del que tienen las fuentes documentales del altiplano corroboran -en el caso de manifiestas coincidencias- la veracidad de la información existente en torno a la cultura náhuatl”.75

Más adelante, anota algo semejante que complementa el aporte indicado. Escribe: “... las respuestas de los indígenas [dadas en una entrevista al fraile Bobadilla], en las que se describen creencias que guardan manifiesta semejanza con las de otros grupos nahuas, ni remotamente pudieron ser inventadas por el mercedario” [Bobadilla]. Agrega que aunque éste no tuvo, al entrevistar a los indígenas, otro propósito que demostrar la naturaleza supersticiosa de los mismos y, por ende, su condición de no cristianos, en ese afán “se topó de hecho con respuestas que, aunque a veces fragmentarias, dejaron ver no poco de las formas de pensar y de las actitudes de los nicaraos en materia religiosa”. Y no sólo en este aspecto, agregamos nosotros, toda vez que, en la entrevista de Bobadilla a los nicaraos, salieron a luz preguntas de la vida social de este pueblo a las cuales los nicaraos respondieron con mayor o menor precisión, arrojando así luces para el estudio científico de toda su vida social en general.

Por lo demás, anota León-Portilla, hay que decir que el mismo Oviedo pudo expresar, en su obra voluminosa, el conocimiento “de diversos aspectos de la naturaleza y formas de cultura” del territorio nicaragüense, lo que le fue proporcionado por su propia presencia en él, entre 1528 y 1529. Ello atañe especialmente a los ritos y creencias de los nicaraos, pero también a sus costumbres, al matrimonio y a la prostitución; al tipo de organización social y a las formas de gobierno; al comercio, a la alimentación y a la indumentaria.76

¿Qué tanto conoció Oviedo acerca de Nueva España? A esto León-Portilla añade que Oviedo pudo tener diversas noticias relativas a México. Conoció, por ejemplo, las "misivas" de Hernán Cortés, el conquistador de los aztecas, al Rey de España. De ahí que, al hablar de las lenguas que se hablaban en el territorio de Nicaragua, exprese que “la principal es la que llaman de Nicaragua, y es la mesma que hablan en México en la Nueva España”. Sobre esa misma base, comparó y estableció la semejanza existente entre la idolatría de los nicaraos y la de Nueva España, anotando que muchos de los ritos practicados son esencialmente idénticos.

 No obstante, León-Portilla, profundo conocedor de la lengua náhuatl, corrige a Oviedo, cuando éste, en vez de la palabra huitzilopochtli, usó la palabra orchilobo para referirse a las casas de oración de los nicaraos y de los pueblos nahuas de la Nueva España. Por los demás, las noticias que Oviedo proporciona sobre el pensamiento y las prácticas religiosas de los pueblos conquistados por Cortés son, de acuerdo a León-Portilla, “escasas y superficiales”.

Aclara que ello atañe a la lengua y a algunas prácticas como los sacrificios humanos, de los cuales Oviedo supo que eran semejantes entre nicaraos, los habitantes de Tenochtitlán y los de las provincias vecinas o sometidas. Mas, ello no desvirtúa, a criterio de León-Portilla, ni el testimonio recogido en 1528 por Bobadilla y ni siguiera las noticias que Oviedo recogió por su cuenta “como fruto de su estancia en Nicaragua”.77

Aportes de Motolinía, Torquemada y Bobadilla. Con base en la "Epístola proemial" de Fray Toribio de Benavente Motolinía, en Monarquía Indiana de Torquemada y en la entrevista de Bobadilla a trece caciques y principales de los nicaraos, así como en los resultados de investigaciones arqueológicos como las de Samuel K. Lothrop, León-Portilla examina críticamente la época de migración de los nicaraos.
 
De Motolinía extrae las siguientes conclusiones:

1. Los nicaraos son gente nahua lo mismo que los pueblos del valle central de México.

2. La población de los nicaraos debió haber sido considerablemente grande al momento de la conquista.

3. Motolinía no sólo hace afirmaciones, también expresa dudas y conjeturas: La primera de sus dudas es alrededor de cuál pueblo nahua proceden los indios que poblaron Nicaragua. Luego sigue la atinente al momento en que tuvo lugar la migración nahua a nuestro territorio, indicando tan sólo que ocurrió “en tiempo de una gran esterilidad”, que según Motolinía pudo haberse referido a una sequía que duró unos cuatro años. Lo único que este fraile pudo dejar en claro es que los nicaraos abandonaron su lugar de origen mucho antes de la conquista.

De Torquemada, León-Portilla toma lo relativo a que, al momento en que los olmecas en Xoconochco y Tecuantepec sometieron a los nicaraos allí establecidos, obligaron a éstos a marcharse de esos lugares. En su marcha pasaron por Quauhtemallan. Y de ahí derivaron los pipiles de este territorio, los izalcos de El Salvador y, finalmente, los que llegaron al istmo de Rivas.78

De la entrevista de Bobadilla a los nicaraos, el autor resalta dos cosas: la reiteración de la antigüedad de los nicaraos en el territorio que poblaron y que el lugar del que vinieron a nuestro país está ubicado “donde se pone el sol”, llamado Ticomega y Maguatega.

De la información proporcionada por Torquemada y por el grupo de trece caciques, sacerdotes y ancianos nicaraos a Bobadilla en 1528; León-Portilla toma lo relativo a que, en efecto, los nicaraos expresaron que no eran “naturales de oquesta tierra e ha mucho tiempo que nuestros predecesores vinieron de ella, lo no se nos acuerda que tanto ha, porque no fue en nuestros tiempos”; agregando que la tierra de sus progenitores se llama Ticomega y Maguatega, situada, donde “se pone el sol” viniéndose de allí “porque en aquella tierra, tenían amos a quien servían, e los trataban mal”. Su lugar de origen está también sugerida con las palabras “es hacia donde se pone el sol”.

Aportes de autores contemporáneos. Walter Lehman, autor de la obra Zentral América (1920), basado en lo dicho por Torquemada y los nicaraos, dio por cierto que éstos “eran una parcialidad de los grupos pipiles”. Y, con base en el análisis de vocablos nicaraos que se conservaban, estableció una relación entre su idioma y el náhuat, una variante antigua del mismo en el que no existió el fonema tl. Y sobre esta base, afirmó que los nicaraos habían migrado hacia el año 1000 después de Cristo. Por último, Lehman indicó que había descubierto un documento, relacionado con Cholula, en el que aparecen dos nombres que, según él, podían identificarse con Ticomega y Maguatega, mismos que los nicaraos designan como su lugar de origen.

Samuel K. Lothrop, por su parte, estudiando la cerámica de los nicaraos, creyó que había percibido semejanzas y relaciones con los diseños procedentes de Cholula, en el altiplano central de México, viendo en ello una confirmación arqueológica de los testimonios indígenas sobre la migración nicarao.79

León-Portilla, se remite igualmente a las formulaciones de Wigberto Jiménez Moreno, quien se ocupó de fechar la conquista de Cholula por un grupo olmeca, concluyendo que ello debió ocurrir a mediados o a fines del siglo VII de nuestra era. A partir de ello, los grupos que conformaban la cultura teotihuacana, que hablaban el náhuat, se dispersaron. Entre esos grupos estaban los pipiles y los que posteriormente se denominarían nicaraos. La presencia de estos grupos se dejó sentir en el centro del actual Veracruz, luego en el sur, estableciéndose en la región de los Tuxtlas. Al comparar ésto con lo que toma de Torquemada, Jiménez Moreno señala que los pipiles, después de abandonar el estado de Veracruz, se dirigieron a Xoconochco. Pero siendo nuevamente acosados por olmecas, continuaron su migración, asentándose en Guatemala y El Salvador, una parte; otra en Honduras y Nicaragua y, una menor, en Costa Rica y Panamá.80

Refiriéndose concretamente a los pipiles nicaraos, con base en Torquemada, Jiménez Moreno hace una importante conclusión: Torquemada habla de que la migración nicarao hacia Centroamérica ocurrió hace siete u ocho vidas. Estos son evidentemente períodos de 104 años llamados huehuetiliztli. Si la tradición se recoge hacia 1580, se debe “retroceder hasta 728 u 832 años antes de esa fecha, es decir hasta los de + 852 ó + 748; el promedio entre ambos es + 800, y por eso colocamos la migración pipil hacia esta última fecha, lo que coincide con el cómputo relativo al principio de la “tiranía olmeca” en Cholula…”81

No obstante, Lothrop, añade León-Portilla, sitúa la partida de los pipiles nicaraos en el tiempo en que ocurrió el ocaso de los toltecas de Tula, esto es, a fines del siglo XI de nuestra era. Se basa, para ello, en Motolinía y en López de Gómora. Con base en ellos, sitúa la llegada de los pipiles nicaraos a Rivas como más Tardía. Por su parte Lehman, Jiménez Moreno y J. Erick S. Thompson, coinciden en que la migración de los nicaraos y pipiles en general, así como su asentamiento en distintos rincones de Centroamérica tiene una muy considerable antigüedad. A ellos se suma Anne M. Chapman, en su obra Los Nicaraos y los Chorotegas según las fuentes históricas. López-Portilla, concluye por su parte, que el planteamiento de Wigberto Jiménez es el más aceptable y que, aunque se le someta a diversas consideraciones críticas, debe asignarse a la salida de los nicaraos una antigüedad mayor a 500 años.82

Los nicaraos y los nahuas del altiplano central de México. En lo que concierne propiamente a la comparación entre la religión nicarao y la de la región central de México, con base en López-Portilla, anotaremos, algunas de las semejanzas más visibles entre ambas. Tamagastad y Cipattonal, dioses creadores de los nicaraos, se conocieron en el altiplano con los nombres de Tlamacázcatl (Tlamacazqui) y Cipactónal. El primero de estos nombres significa “el proveedor o dador de bienes”, con el se designaba a Tláloc, dios de la lluvia. León-Portilla se basa para hacer dicha afirmación en el Códice Florentino.

A su vez, el nombre de Cipattonal aparece como Cipactónal en los textos nahuas del altiplano. Pero en varios textos y códices nahuas aparece como la acompañante de Oxomogo. Y a ambos personajes se les atribuye la creación del calendario y el papel de progenitores de la especie humana.83 En lo que atañe a Chalchitgüegüe, puede afirmarse, dice León-Portilla, que se trata de una corrupción de la palabra Chalchiuhtlicue, que se usaba para designar a la mujer de Tláloc.
 
Finalmente Chicociágat, también mencionado cuando se habla de los dioses nicaraos Tamagastad y Cipattónal, era en México uno de los nombres calendáricos del dios Citeot. Aparece con el nombre de Chicoace Acatl. Cintéotl aparece relacionado con Tláloc. Quiatéot equivale en el altiplano a Quiauhtéotl (dios de la lluvia). A su vez, los padres de Quiatéot, Omeyateite y Omeyatecíguat, dioses de los nicaraos, aparecen en el altiplano central, respectivamente, como Omoetecuhtli y Omecihuatl, que quiere decir “el señor y la señora duales”.84

Las semejanzas aparecen también en lo referente a la destrucción del mundo y su restablecimiento por los dioses. Los nicaraos atribuyeron la destrucción a la acción del agua, a la del fuego o a la de otra cosa, en el altiplano central de México se creía en los “soles o edades cosmogónicas”, lo que significa que el mundo había existido y terminado muchas veces por disposición de los dioses.85

Las semejanzas entre los pueblos de los que hablamos se descubren asimismo: en las formas de culto y sacrificio; en las creencias sobre la muerte y la vida ultraterrena (la creencia, por ejemplo, en la sobrevivencia del yulio o corazón, que compartían, además, no sólo los nahuas de la región central sino también los olmecas anteriores a ellos); en las formas de conservar la tradición (libros, códices, sacerdotes enseñando a los niños las doctrinas antiguas); la cuenta calendárica, el conteo de los años por cempoales; la composición y el entonamiento de cantos en los que se conservan los hechos pretéritos.86

Como indicamos más atrás, hay que observar, siguiendo a León-Portilla, que había un error en la información de Oviedo cuando habló sólo de diez cempoales en el año, y no de los dieciocho que contaban en el altiplano central de México y en toda Mesoamérica, lo que el autor atribuye a un error de trascripción de dicho cronista.87

En las formas de matrimonio, propiamente en relación con la ceremonia, las cosas difieren en algunos aspectos. Los nicaraos ataban a los novios de los dedos meñiques de la mano izquierda. Los nahuas de la región central de México acostumbraban a llevar por separado a los contrayentes. Al juntarse éstos, ataban la manta del novio con la manta o camisa de ella.88

En lo que se relaciona con la organización política, religiosa y judicial, veamos cómo se presentan las cosas: Los nicaraos llaman teytes a los caciques o señores. Esto es una corrupción castellanizada de la palabra teuctin, que en el náhuatl clásico tiene su equivalente en la palabra teuctli (en singular) y teteuctin (en plural). Teteuctin se traduce, generalmente, como señores, éstos podían o no ser miembros de la clase social de los nobles (pipiltin).

Los teteuctin eran hombres que se distinguían en el campo de batalla o en determinados cargos públicos. Actuaban como: ministros de justicia; gobernadores en algunos lugares; jefes del ejército (con distintos niveles jerárquicos); organizadores de empresas agrícolas; representantes del poder central en los calpulli; tesoreros, acompañantes y consejeros del supremo Tlatoani. Pero los informantes de Bobadilla no hablaron de un huey Tlatoam o máximo gobernante, sino de caciques o tlatoque, muy poderosos y con amplia jurisdicción. En tal sentido, León-Portilla supone que los “teytes desempeñaban, dependiendo del gran "cacique", funciones en cierto grado parecidas a las que podían tener los teteuctin en el altiplano”.89

En lo que atañe al vocablo monexico, León-Portilla plantea que se trata de una incorrecta trascripción de la palabra monechicoa que, en el náhuatl clásico, quiere decir “hacer junta o ayuntamiento de gente”. Los alcaldes o gobernantes que los nicaraos nombraban en sus monechicoa para que se encargaran de “impartir justicia y vigilar las transacciones en los tiangues o mercados”, tenían su equivalente en el altiplano, donde el tlatoani, asistido por algunos teteuctin, nombraba precisamente a los tianquispan tlayacanque ("supervisores del mercado"). Hay sí una diferencia abismal en lo tocante a las rentas de los templos. Bobadilla, con base en sus informantes, sostuvo que no tenían los templos ni rentas ni derechos propios. En el altiplano central en cambio, según Alonso de Zurita, existían tierras y variados servicios destinados al mantenimiento de los templos.90

Los nahuas de Nicaragua y los del valle central concedían importancia a la obtención de cautivos para tributarlos a los dioses. El tapaligüe o capitán de guerra de los nicaraos, tiene su equivalente en la palabra tlapaliuhqui (el esforzado, el que tiene valor) del náhuatl clásico. Los texoxe (hechiceros nicaraos) se llaman en el altiplano texoxqui, quienes al igual que los primeros se convierten, según la creencia, en distintos animales.91

VIII. Otros escritos

Una buena parte de los escritos sobre las tribus precolombinos en Nicaragua, no hacen más que repetir lo que cronistas, como Oviedo, o historiadores como Ayón y Gámez, han plasmado en sus obras. Consúltese, por ejemplo, el artículo "Las razas precolombinas en Centro-América", del salvadoreño Francisco Castañeda92 y, de algún modo, el artículo "El trabajo en la Nicaragua precolombina" de Rodolfo Sandino Argüello. Éste autor, señala, no obstante, algo que, aunque parece ajustarse plenamente a lo que caracterizaba a las culturas indígenas en lo atinente a la propiedad, debe ser corroborado científicamente. “La base de las relaciones laborales fue la propiedad y uso comunes de los medios y objetos de trabajo. La debilidad del individuo aislado lo hizo producir colectivamente. No se tenía idea sobre la propiedad privada. Era común todo: las tierras, los otros medios productivos, así como los productos del trabajo”.93

Tal vez con base en ello, Rubén Darío escribió: “Un Numa bárbaro y tatuado consultora a una Egeria terrible, la tribu aguardará la palabra de dirección o de consejo de la boca de los ancianos. Las canas, el tesoro de la experiencia, será tenido por ellos como valioso”.94

Las clases sociales surgen como producto de la existencia de la propiedad privada sobre los medios de producción. La sociedad precolonial nicaragüense, al parecer, no la conoció. Por eso, sólo con reservas, se puede aceptar la utilización de conceptos tales como "grupo dominante" y "grupo dominado" de la población. A las claras, entonces, antes y durante la conquista, las tribus de Nicaragua vivían en los marcos de un sistema socialista primitivo. De ahí que los esclavos no aparezcan “al servicio de la élite dirigente, sino más bien de la unidad tribal como comunidad”.95

Más aún, tal como plantea la autora Laurette Sejourne, los europeos llamaban esclavos a distintos tipos de servidores, pero nada confirmaba la existencia de la esclavitud como institución. Y Las Casas, citado por esta autora, escribe: “...Nunca en todas estas Indias se halló que hiciesen diferencias, o muy poca, de los libres y aun de los hijos a los esclavos, cuando al tratamiento, cuasi en la mayor parte, si no fue en la Nueva España y en las otras provincias donde acostumbraban sacrificar hombres a sus dioses, que sacrificaban comúnmente los que en las guerras captivaban por esclavos...”96 Anglería, citado por la misma autora, expresa: “Es cosa averiguada que aquellos indígenas poseen en común la tierra, como la luz del sol y el agua, y que desconocen las palabras “tuyo” y “mío”, semillero de todos los males”.97

En otro orden, según el parecer de Alejandro Dávila Bolaños, “los náhuatl fueron la tribu más extendida de todo el territorio nacional”, pues exceptuando el departamento de Zelaya, así como las partes orientales de los departamentos colindantes, “todo estuvo poblado por ellos”. 785 toponimias registradas en muchos lugares del país, de las cuales más de 600 (75%) son de origen náhuatl, son una prueba fehaciente de que, en efecto, los náhuatl se extendieron por buena parte del territorio nicaragüense. De esos 600, 107 (18%) “corresponde a los departamentos centrales y del norte (Matagalpa, Jinotega, Estelí, Somoto y Ocotal)”. Esto significa que, exceptuando Bluefields y Cabo Gracias a Dios (76.300 kcs.), todo el resto del país estuvo poblado -en conjunto con otros pueblos- por tribus nahualt. En la parte más septentrional de Nicaragua encontramos toponimias como Macuelizo, Teotecacinte, Poteca, Jalapa, Jícaro, que son de innegable procedencia náhuatl. En el departamento de Chontales, con toponimias tales como Juigalpa, Acoyapa, Cuapa, Tepenaguasapa, Oluma y otros. A todo lo anterior, Dávila Bolaños añade que, en esa amplia zona señalada, en el habla común se usan, hasta hoy, más de 500 vocablos de procedencia igualmente nahualt.98

Germán Romero Vargas, historiador nicaragüense, aporta datos interesantes sobre los indígenas del pacífico. La organización política territorial, señala, tenía tres niveles, basados en relaciones de carácter agnado: El galpón, a cuya cabeza se hallaba un señor "principal" o capitán. Varios galpones conformaban una "plaza", ésta era encabezada por un "cacique" o teyte". Ya en la época colonial, una plaza con sus galpones constituía un "pueblo indio", y varias plazas formaban lo que los españoles llamaron "provincias".
 
Con base en Oviedo, este autor distingue los siguientes señoríos o provincias:
 
1. Nicaragua, en el actual departamento de Rivas, de lengua náhuatl.

2. Masaya, de lengua chorotega, pero con sectores de población de habla náhuatl, cubriendo los departamentos de Masaya, Managua, Granada y Carazo.

3. Nagrando, entre León Viejo y Nagarote, de lengua chorotega.

4. Maribios, en el Departamento de León, de lengua marribio.

5. Tezoatega, en el Departamento de Chinandega, de lengua náhuatl.

Con las debidas reservas del caso, el autor señala que en la región del pacífico, al momento de la conquista, había unos 100 mil aborígenes. Una cifra de 500 mil la estima posible, pero muy probablemente exagerada. Y el millón de habitantes es, para él, sencillamente una cifra inaceptable.99

George Haseman y Gloria Lara Pinto, al tratar lo que llaman la prehistoria del istmo centroamericano, denominan Zona Central a los territorios de Honduras y El Salvador (exceptuando el área maya), así como el “Pacífico de Nicaragua y las estribaciones al norte y noroeste de los Grandes Lagos”.100 Los autores señalan, con base en análisis recientes de materiales arqueológicos, que la ocupación más temprana de la Zona Central data del año 350 de nuestra era. El análisis se base en materiales excavados en el Departamento de Rivas.

La población de ese entonces estaba conformada por agricultores sedentarios de maíz, los que complementaban su dieta con proteínas que obtenían de los recursos lacustres y de los estuarios. Participaban en el comercio que llegaba hasta El Salvador y mantenían un vínculo similar con los pobladores de Nicoya. Del año 800 al 1200 de nuestra era, la producción de cerámica en la subregión Rivas-Nicoya alcanzó su apogeo. En esta producción se reflejó la influencia mexicana y maya, derivada de la intrusión chorotega al pasar por el área maya en su migración hacia el sur. Exceptuando el área de Rivas y la de Ometepe, la planicie costera, desde El Salvador hasta Nicoya, estaba bajo el dominio chorotega. Ello hasta el contacto con los europeos.101

IX. Algunas conclusiones

A pesar de lo interesada que se nos presenta, por lo común, la versión de los cronistas, en el sentido de deformar, abultar o inventar aspectos de la vida indígena, a lo que se ven impulsados por su defensa del sistema colonial impuesto por España; Oviedo, sobre todo, proporciona una riquísima información sobre los nicaraos y chorotegas que es corroborada, en gran medida, por Miguel León Portilla en su obra Religión de los nicaraos, en la cual hace una amplia comparación entre los nicaraos y los nahuas del altiplano central de México.

La obra de Miguel León-Portilla, es, sin lugar a dudas, la más importante -después de la de Oviedo- de todas cuantas hemos tratado en el presente trabajo y, probablemente, de muchas otras que no han formado parte del mismo, toda vez que -con su conocimiento profundo del náhuatl y comparando, sobre esta base, la cultura nicarao con la de los pueblos del altiplano central- muestra el origen compartido de estos pueblos, corroborando muchos de los aspectos que Oviedo y el fraile Bobadilla plantean.

Las obras de Squier, Ayón, Gámez y otros autores contemporáneos, aunque no aportan esencialmente nada nuevo sobre la vida de los indígenas de la Nicaragua precolombina, hacen, no obstante, interesantes valoraciones sobre la vida precolonial y, por otra parte, hacen comparaciones que son importantes para dilucidar la vida de las tribus de Nicaragua nativa.

Hasta ahora, la versión más aceptable sobre el momento en que emigraron los nicaraos al istmo de Rivas de donde desplazaron a los chorotegas, es la que proporciona Wigberto Jiménez Moreno, al sostener que asciende a 800 años, contando de 1580 hacia atrás. En todo caso, como bien plantea Miguel León-Portilla, no es menos de 500 años, lo cual es corroborado por diversos cronistas y por los caciques y principales que entrevistó el fraile Bobadilla, al plantear que ello ocurrió en tiempos tan lejanos de los cuales no tienen recuerdo.

Tal como lo demuestra Miguel León-Portilla, la historia comparada de los pueblos, no sólo mesoamericanos y los del altiplano central de México, sino latinoamericanos en general, constituye un recurso metodológico sin igual en el camino hacia la reconstrucción de la historia precolombina de los mismos.

Aunque el mercado estaba bastante desarrollado entre chorotegas y nicaraos -lo que evidencia que había producción de excedente-, las formas de gobierno (tanto la "democrática" como la de "monarquía moderada"); la espontaneidad en la aplicación de las leyes -lo que denota que no existía un aparato especial para hacerlas cumplir-; y el carácter comunal de la tierra, su inalienabilidad, o lo que es lo mismo, su no-sujeción a la compra-venta; demuestran que, en lo esencial, la sociedad de los nicaraos y chorotegas fue una sociedad libre de la explotación del hombre por el hombre, lo que se corresponde con la inexistencia de la propiedad privada sobre los principales medios de producción.

 X. Notas
 
[1]. La autora Laurette Sejourne deja entrever claramente que el canibalismo entre los aborígenes americanos parece más un infundio que una realidad, sobre todo considerando el contraste entre el buen trato que el indio siempre mostró ante el europeo y ese pretendido canibalismo. Plantea que mientras Colón siempre consiguió por trueque sus mercancías y poco mencionó el canibalismo, Vespucio y sus compañeros aseguraron haber vivido entre indígenas que lo practicaron.  Sejurne, Laurette.  I. Antiguas culturas precolombinas. Siglo Veintiuno Editores. Cuarta edición en castellano. Diciembre de 1973. p. 90. En la obra de Ayón, leemos que los mejicanos, según Bernal Díaz del Castillo, “comían carne humana, no obstante su cultura relativa”. En Nicaragua ello ocurría “sólo como un complemento del sacrificio que consagraban a sus dioses”. “El Padre Las Casas asegura que este horror no se ha cometido en América, sino en algunos de los pueblos en los cuales no había viajado”. Dampierre “dice que jamás ha encontrado antropófagos y que puede ser que en el día no existan dos poblaciones en donde se halle en uso esa horrible costumbre”. Ayón, Tomás. Ob. cit.  p. 27.
[2]. Nicaragua en los cronistas de indias: Oviedo. Introducción y notas de Eduardo Pérez Valle. Colección Cultural Banco de América, 1976. Serie cronistas, Nº 3. p. 294.
[3]. Ibíd. p. 362.
[4]. Ibíd. p. 186.
[5]. Ibíd. p. 277.
[6]. Ibíd. p. 306.
[7]. Ibíd. p. 304.
[8]. Ibíd. pp.348-349.
[9]. Ibíd. pp. 304-305.
[10]. Ibíd. pp. 306-307.
[11]. Ibíd. p. 451.
[12]. Ibíd. p. 343.
[13]. Ibíd. p. 307.
[14]. Ibíd. p. 176.
[15]. Ibíd. pp. 308-309.
[16]. Ibíd. p. 306.
[17]. Ibíd. p. 338.
[18]. Ibíd. p. 340.
[19]. Ibíd. p. 307.
[20]. Ibíd. pp. 185-186.
[21]. Ibíd. p. 445.
[22]. Ibíd. pp. 38-39.
[23]. Ibíd. p. 442.
[24]. Ibíd. p. 306.
[25]. Ibíd. pp. 312-314.
[26]. Ibíd. p. 317.
[27]. Ibíd. p. 344.
[28]. Ibíd. p. 349.
[29]. Ibíd. p. 318.
[30]. Ibíd. pp. 320-321.
[31]. Ibíd. p. 322.
[32]. Ibíd. p. 329.
[33]. Ibíd. p. 324.
[34]. Ibíd. pp. 332-333.
[35]. Ibíd. p. 330.
[36]. Ibíd. pp. 351-352.
[37]. Ibíd. p. 341.
[38]. Ibíd. pp. 346-347.
[39]. Ibíd. p. 350.
[40]. Ibíd. pp. 327-328.
[41]. Ibíd. p. 345.
[42]. Historia de los Hechos de los Castellanos en las Islas y Tierra Firme del Mar Océano. En: Nicaragua en los Cronistas de Indias.  Herrera, Torquemada, Remesal, Vásquez de Espinoza, Mexia de Obando, Fuentes y Guzman, Ximenez, Diez Navarro, Porta, Costa.  Colección Cultural Banco de América.  Serie Cronistas Nº 2, Papelera Industrial de Nicaragua S.A. (PINSA), 1975. p. 23.
[43]. Ibíd. pp. 27-28.
[44]. Ibíd. pp. 37-38.
[45].  De Torquemada, Juan. Veintiun Libros Rituales y Monarchia Indiana, con el Origen y Guerra de los Indios Occidentales, sus Poblaciones, Descubrimiento, Conquista, Conversion y otras Cosas Maravillosas de la misma Tierra.  En: Nicaragua en los Cronistas de Indias. Ob. cit p. 95.
[46]. Ibíd. p. 99.
[47]. Ibíd. p. 107.
[48]. Squier.  Nicaragua, sus gentes y paisajes. Managua: Nueva Nicaragua.  1989. p. 453.
[49]. Ibíd. pp. 455-456.
[50]. Ayón, Tomás.  Ob. cit.  pp. 30-32.
[51]. Ibíd. p. 36.
[52]. Ibíd. pp. 36-37. 
[53].  El escritor Fernando Silva y el historiador Rafael Casanova han negado igualmente la existencia del cacique Nicarao. Véase entrevistas respectivas en las ediciones de El Nuevo Diario correspondientes al 12  y 16 de septiembre  del 2002.
[54]. Ibíd. pp. 41-43.
[55]. Ibíd. pp. 50-51.
[56]. Ibíd. p. 51.
[57]. Ibíd. p. 52.
[58]. Ibíd. p. 53.
[59]. Ibíd. pp. 55-59.
[60]. Ibíd. pp. 63-64.
[61]. Ibíd. p. 64.
[62]. Ibíd. pp. 66-68.
[63]. Ibíd. p. 70.
[64]. Gámez José Dolores.  Historia de Nicaragua, desde los tiempos prehistóricos hasta 1660.  En sus relaciones con España, México y Centro América. Madrid, 1955. p. 23.
[65]. Ibíd. p. 35.
[66]. Ibíd. pp. 36-37.
[67]. Ibíd. pp. 45-48.
[68]. Ibíd. pp. 67-68.
[69]. Chapman, Anne M. Los Nicaraos y los Chorotegas Según las Fuentes Históricas. Publicación de la Universidad de Costa Rica. Serie Historia y Geografía, Nº 4. 1968. pp. 17-18.
[70]. Ibíd. pp. 25-26.
[71]. Ibíd. p. 28.
[72]. Ibíd. p. 35.
[73] . Recuérdese que  “Nicarao”  ha sido desmentido como nombre de un cacique nicarao.
[74]. Ibíd. pp. 35-45.
[75]. León, Portilla, Miguel. Religión, de los Nicaraos.  Análisis y comparación de tradiciones culturales nahuas.  Universidad Nacional Autónoma de México.  Instituto de Investigaciones Históricas. México, 1972. p. 10.
[76]. Ibíd. pp. 20-21.
[77]. Ibíd. pp. 22-23.
[78]. Ibíd. p. 27.
[79]. Ibíd p. 28.
[80]. Ibíd. p. 30.
[81].  Cita tomada de Síntesis de la historia protolteca de Mesoamérica, de Wigberto Moreno. Ibíd. p. 32.
[82]. Ibíd. pp. 32-33.
[83]. Ibíd. pp. 64-65.
[84]. Ibíd. pp. 68-69.
[85]. Ibíd. pp. 72-73.
[86]. Ibíd. pp. 73-88.
[87]. Ibíd. p. 87.
[88]. Ibíd. pp. 89-90.
[89]. Ibíd. pp. 94-96.
[90]. Ibíd. pp. 94-99.
[91]. Ibíd. pp. 99-103.
[92]. Castañeda, Francisco. Las razas precolombinas en Centro- América. En: Revista Conservadora de El Pensamiento Centroamericano. Vol . XXVII-N. 133. Managua. D.N. Nic. Octubre 1971. pp 10-11.
[93]. Sandino Argüello, Rodolfo. El trabajo en la Nicaragua precolombina.  En: El trabajo en la América Precolombina. Dirigido por Guillermo Cabanellas. Editorial Heliasta S.R.L. Buenos Aires, Argentina 1978. pp. 79-83.
[94]. Dario, Rubén. Estética de los primitivos nicaragüenses.  En: Revista de Historia. Instituto de Historia de Nicaragua. Enero Junio. 1990. p. 21.
[95]. Avila, Rafael.  El Modo Social de Producción en la Nicaragua Precolombina.  En:  Boletín Nicaragüense de Bibliografía y Documentación.  Nº 57, Mayo-Julio, 1988. p. 5.
[96]. Sejourne,  Laurette. América Latina I. Antiguas Culturas Precolombinas. Siglo XXI, editores S.A. Cuarta edición en castellano, diciembre de 1973. p. 135.
[97]. Cita de Pedro Mártir de Anglería en:  América Latina.  I. Antiguas culturas precolombinas.  Ob. cit . p. 136.
[98]. Dávila Bolaños, Alejandro.  Nicaragua Prehispánica. Centro Nacional de la Medicina Popular Tradicional "Alejandro Dávila Bolaños". Colección Histórica Nº. 1. Estelí, 12 de Octubre de 1990. pp. 10-11.
[99]. Romero V. Germán. Las poblaciones indígenas de Nicaragua, 1492-1821. En: Persistencia indígena en Nicaragua. Managua. CIDCA-UCA, 1992. pp. 14-15.
[100]. Hasemann, George; Lara Pinto, Gloria. La Zona Central Regionalismo e Interacción. En: Historia General de Centroamérica. Tomo I. Edición a cargo de Robert M. Carmack. Sociedad Estatal Quinto Centenario. Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales. Madrid 1993. p. 136.
[101]. Ibíd. pp. 172-173.

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