CAMBIAR RADICALMENTE SIN PARAR JAMÁS
Revista Libre Pensamiento
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Guste
o no, la palabra amor huele a cursilería. Es que suena, suena y suena, por
todos los confines, sin que su autenticidad se vea en serio diáfana. Desde hace
más de dos mil años, se le ha venido desprestigiando, al grado que, su sola
mención, provoca una suerte de apocamiento y rechazo. Se le asocia, a partir de
la dudosa reputación que se le ha endosado, con artimaña, perfidia, doblez y
semejantes.
No
es para menos. En su nombre se han desatado las guerras más cruentas y crueles
de la Historia Humana, como las Cruzadas, las dos guerras mundiales, las que hoy
irrumpen feroces por casi todos los puntos cardinales, con acento alto, bajo y
mediano; y ya suenan los estridentes clarines de las que están por venir, sin
que nada ni nadie pueda, al menos en apariencia, detenerlas y, peor aún, cual
si se tratara de algo necesario. Y los timadores de siempre esgrimen su nombre
para ofrecer dicha al por mayor, sin que falte un cielo asegurado…
A
su contraparte, el odio, se le desprestigia en demasía, sin examinar sus
versiones con detenimiento. Su sola alusión hace santiguarse a más de alguno,
tal cual si Lucifer, en persona, se asomara para avistar a las almas pecadoras que
ha de llevarse consigo al último infierno. Conviene, pues, cambiar la
percepción de las cosas, tomando el odio -descartada su variante visceral- como
escudo para enfrentar con aplomo a los reales enemigos del hombre, y como palanca
impulsora de sus causas más justas. Así podrá aflorar el más sincero afecto entre
las personas.
Lo que el mundo en verdad requiere
Más
que palabras bonitas, se requieren asuntos de fondo. Y lejos de fórmulas
mágicas y estereotipos, se impone cortarlos de raíz. Cada año es esencialmente
igual al anterior. Así las cosas, más que el año, deben cambiar los tiempos.
Basta de ilusiones falsas. Aniquilemos su dominio esclavizante.
Enfrentemos
las guerras, el negocio más “próspero” y retorcido, salvo las de probada naturaleza defensiva. Estremezcamos nuestras conciencias
para estar en condiciones de reemprender la difícil construcción de un mundo de
y para todos, desterrando autoengaños terribles, como el de amar a los enemigos
del ser humano.
Evitemos
que el liderazgo -cuya necesidad es indiscutible- se transforme en autocracia
que ensombrezca el papel de los pueblos en los procesos de transformación. Impidamos
el entumecimiento aniquilante de dichos procesos. Establezcamos unidades
amplias de abajo hacia arriba y garanticemos el papel protagónico de quienes
hacen la historia con su trabajo y su creatividad en todos los campos del
quehacer. Ahuyentemos el amor que se conjuga en desprecio, rechazo y burla a
las multitudes…
Rompamos, de una vez por todas, con las ilusiones que genera el capitalismo recurriendo a su aparataje ideológico, a su compra de conciencias y a sus innumerables artimañas. Retomemos el reto que lanzara Eugène Pottier, un obrero francés que participó en la Comuna de París: “Derrotemos todas las trabas que oprimen al proletario cambiemos al mundo de base hundiendo al imperio burgués.”
Ahuyentemos el consumismo y los valores del
mercado, consustanciales al capital; rechacemos la sensiblería, multipliquemos
la sensibilidad social. Digamos
no a la competitividad que nos divide;
abracemos la solidaridad y el
acercamiento real entre naciones; superemos la enfermiza egolatría y asumamos
el sentido de colectividad y hermandad entre los seres humanos.
Odiemos el espectáculo malsano; promovamos la sana
distracción. Desterremos la hipocresía y alimentemos la franqueza. Repudiemos la manipulación de la verdad y restablezcamos la verdad de los hechos históricos. Pongámosle coto a la “espiritualidad” que nos
lleva al individualismo y afanémonos en acercarnos de modo real al prójimo
cercano o lejano.
Atajemos
la promoción de un mundo misántropo y asumamos
uno en el que no haya explotadores, ni explotados ni, por tanto, concentración
de la riqueza cada vez en menos manos. Con mayor razón, procedamos así con
la guerra de todos contra todos y enaltezcamos, sin puerilidades, el amor entre
todos los seres de la naturaleza.
Rompamos de cuajo con las redes culturales
enajenantes del inhumano sistema global imperante y démosle a la cultura su
dimensión real: la de ser el resultado de la creatividad de los pueblos y no el de unos cuantos. Aceptemos nuestra absoluta condición de seres
que sólo aprenden del error y los aciertos y, sobre todo, unos de otros.
Y recordemos, la historia no ha dicho su última
palabra, está muy lejos de su culminación, apenas comienza...
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