Escena de júbilo popular en Simferopol por la adhesión de Crimea a la Federación Rusa.
«ANTE
NUESTRA MIRADA»
¿Será
la pérdida de Crimea la primera de una larga serie?
por Thierry Meyssan
Más
allá del enfático llanto de Occidente por la adhesión de Crimea
a la Federación Rusa, lo verdaderamente interesante sería saber
si se trata de un fenómeno aislado o si estamos ante el inicio
de una tendencia más generalizada de Europa oriental a inclinarse
hacia Moscú. Al no tener otra cosa que ofrecer, aparte
de la ya harto conocida sumisión a la burocracia de Bruselas,
la Unión Europea teme que sus actuales clientes puedan sentirse
atraídos por la libertad y las posibilidades financieras de Moscú.
RED
VOLTAIRE | DAMASCO | 24 DE MARZO DE 2014
Los
occidentales siguen lanzando alaridos de denuncia contra la «anexión
militar» de Crimea por parte de Rusia. Sostienen que Moscú, en un regreso a
la «doctrina Brezhnev», amenaza la soberanía de todos los Estados que
fueron miembros de la desaparecida Unión Soviética o del también
desaparecido Pacto de Varsovia y que se prepara para invadirlos, al estilo
de lo sucedido en Hungría –en 1956– y en Checoslovaquia
–en 1968.
¿Es
eso cierto? Es evidente que ni los propios occidentales están convencidos de
la inminencia del peligro. A pesar de estar desplegando una retórica
que asimila la «anexión» de Crimea por parte de Vladimir Putin a la de
los Sudetes por Hitler, nada indica que de verdad piensen que el
mundo se dirige hacia una Tercera Guerra Mundial.
Lo
cierto es que no han hecho más que adoptar unas cuantas sanciones teóricas
contra unos cuantos dirigentes rusos –incluyendo dirigentes de la propia
Crimea– bloqueando sus cuentas bancarias, si las tuviesen o quisiesen abrirlas,
o prohibiéndoles viajar a Occidente, si tuviesen ganas de hacerlo.
Es cierto que el Pentágono envió 22 aviones de combate a Polonia
y a los países bálticos, pero no tiene intenciones de pasar de ahí,
al menos por el momento.
Entonces,
¿qué pasa? Sucede que desde la caída del muro de Berlín, el 9 de noviembre
de 1989, y la posterior Cumbre de Malta, celebrada el 2 y el 3 de
diciembre del aquel mismo año, Estados Unidos había estado ganando
terreno, constantemente y violando una y otra vez sus propias promesas, al
incluir uno a uno todos los Estados europeos –menos Rusia– en la OTAN.
El
proceso comenzó sólo días después, durante la Navidad de 1989, con el
derrocamiento de Ceausescu en Rumania y su reemplazo por otro dignatario
comunista, Ion Iliescu, súbitamente convertido al liberalismo. Era la
primera vez que la CIA organizaba un golpe de Estado a la vista de todos,
poniéndolo en escena como si fuese una «revolución»
gracias a un nuevo canal de televisión: CNN International.
Comenzaba así una larga serie.
Seguirían
una veintena de países, seleccionados como blancos y abatidos a través de
medios igualmente fraudulentos: Albania, Alemania Oriental, Azerbaiyán,
Bosnia-Herzegovina, Bulgaria, Croacia, Estonia, Georgia, Hungría, Kosovo,
Letonia, Lituania, Macedonia, Moldavia, Montenegro, Polonia, Serbia,
Eslovaquia, Eslovenia, la República Checa y Ucrania.
En
la Cumbre de Malta no se firmó ningún documento. Pero el presidente
George Bush padre, con Condoleezza Rice como consejera, contrajo un compromiso
verbal: ningún Estado miembro del Pacto de Varsovia sería aceptado en la
OTAN.
En realidad,
la ex RDA o Alemania Oriental fue incorporadade facto a
la alianza atlántica al pasar a formar parte de la RFA. Y así se
abrió la puerta. Actualmente, son 12 los Estados ex miembros de la URSS o
del Pacto de Varsovia que se han convertido en miembros de la OTAN. Los
demás están en espera.
Pero,
«hasta las mejores cosas se acaban». Hoy se tambalea el poderío de
la OTAN y de su ala civil, la Unión Europea. Es cierto que la alianza
atlantica nunca había tenido tantos miembros, pero sus ejércitos son
poco eficaces. Su desempeño es satisfactorio cuando
se trata de teatros de operaciones pequeños, como Afganistán, pero ya
no pueden entrar en guerra contra China, ni contra Rusia
sin tener la derrota como única garantía, como ya hemos podido ver
en Siria durante el verano de 2013.
En
definitiva, los occidentales se han quedado estupefactos ante la rapidez y
eficacia de los rusos. Durante los juegos de Sochi, Vladimir Putin
se abstuvo estoicamente de hacer cualquier comentario sobre lo que sucedía
en la plaza Maidan. Pero reaccionó en cuanto tuvo las manos libres. Y todos
pudieron comprobar entonces que estaba utilizando las cartas que había
estado preparando durante su largo silencio. En pocas horas, fuerzas pro-rusas
neutralizaron las tropas de Kiev presentes en Crimea mientras que
se organizaba en Simferopol una revolución para llevar al poder un
equipo pro-ruso.
El nuevo
gobierno de Crimea convocó un referéndum de autodeterminación que registró un
verdadero tsunami pro-ruso. Y después, las tropas oficiales rusas hicieron
prisioneros a los militares que aún esperaban órdenes de Kiev. Y todo
sin disparar un tiro, con excepción de los que hizo un francotirador
ucraniano pro-OTAN arrestado en Simferopol cuando ya había abatido una
persona de cada bando.
Hace
20 años, la población de Crimea seguramente habría votado en contra
de Rusia. Pero hoy en día, y tratándose de garantizar su libertad,
esa misma población confía más en Moscú que en Kiev, donde un tercio
del gobierno está en manos de los nazis y los otros dos tercios se
hallan en manos de los representantes de los oligarcas. Además, el Banco
de Rusia se encargó inmediatamente de apuntalar la economía, hasta
entonces en quiebra, de esa población mientras que –a pesar del FMI y
de los préstamos prometidos por Estados Unidos y la Unión Europea– Kiev
está condenado a un largo periodo de pobreza.
No
hacía falta hablar ruso para tomar una decisión al respecto. Prueba de
ello es el hecho que, contrariamente a lo que afirma la propaganda occidental,
los musulmanes tártaros se pronunciaron en el mismo sentido que los
rusófonos. Lo mismo decidió el 88% de los militares ucranianos
estacionados en Crimea, y se pusieron del lado de Moscú con la firme intención
de traer sus familias a Crimea y de obtener para ellas
la nacionalidad rusa. También tomó esa decisión el 82% de los
miembros de la Marina de Guerra de Ucrania que se hallaban en el mar. Muy
felices de convertirse en rusos, esos marinos optaron por Rusia –con sus
navíos y todo– sin haber sufrido ningún tipo de presión.
La
libertad y la prosperidad, que Occidente utilizó como argumentos de venta
durante casi 70 años, han cambiado de bando.
No
se trata de afirmar aquí que Rusia es perfecta sino de tomar nota del hecho que
para la población de Crimea, y en realidad para la mayor parte de los
europeos, Rusia parece hoy más atractiva que el campo occidental.
Es
por esa razón que la independencia de Crimea y su adhesión a la Federación
Rusa constituyen una inversión de la situación. Por vez primera un pueblo
ex soviético decide libremente reconocer la autoridad de Moscú. Lo que
ahora temen los occidentales es que ese hecho tenga un efecto comparable a la
caída del muro de Berlín, pero en el otro sentido. ¿Qué impide que Estados
miembros de la OTAN –como Grecia– o simplemente miembros de la Unión
Europea –como Chipre– sigan ese mismo camino? Se disolvería así
el campo occidental y se hundiría en una fuerte depresión… como
la Rusia de Yeltsin.
Se
plantearía entonces la supervivencia de Estados Unidos. La disolución
de la URSS supuestamente debía haber provocado la de su enemigo –y
sin embargo interlocutor– ya que, también supuestamente, las dos
superpotencias sólo existían por oposición entre sí.
Pero
no fue eso lo que sucedió. Al verse libre de su competidor, Washington
se lanzó a la conquista del mundo, globalizó la economía e instaló un nuevo
orden. Hubo que esperar aún 2 años y un mes hasta la disolución de la Unión
Soviética y la caída del muro de Berlín. ¿Quiere eso decir que asistiremos en
poco tiempo a la disolución de Estados Unidos y de la Unión Europea en
varias entidades, como dice Igor Panarin en los cursos que imparte en la
Academia diplomática de Moscú? El derrumbe se aceleraría en la medida en que
Washington reduzca las subvenciones a sus aliados y en que Bruselas recorte sus
fondos estructurales.
No
hay razón para ver con recelo el atractivo de Rusia ya que
se trata de una potencia imperial pero no imperialista. Si bien Moscú
tiene tendencia a tratar con rudeza a los pequeños países que protege,
lo cierto es que su objetivo no es extender su hegemonía
recurriendo al uso de la fuerza. Su estrategia militar es la «denegación
de acceso» a su propio territorio. Sus fuerzas armadas son las
primeras del mundo en materia de defensa antiaérea y de defensa antibuques. Son
capaces de destruir flotas enteras de bombarderos y portaviones. Pero
no están equipadas para lanzarse a la conquista del mundo,
ni desplegadas en incontables bases militares en el extranjero.
Resulta
particularmente sorprendente oír a los occidentales denunciar la adhesión de
Crimea a la Federación Rusa como una violación de la Constitución de Ucrania y
del derecho internacional. ¿No fueron ellos quienes desmembraron la URSS y
Yugoslavia? ¿No fueron ellos quienes quebraron el orden constitucional en
Kiev?
El
ministro alemán de Relaciones Exteriores, Frank-Walter Steinmeier, deplora una
supuesta voluntad rusa de «cortar Europa en dos». Pero la Rusia que se
liberó de la dictadura burocrática soviética no tiene intenciones de
restaurar la cortina de hierro. Es Estados Unidos quien pretende dividir
Europa en dos partes para evitar la hemorragia hacia el este. Conclusión:
la nueva dictadura burocrática no está en Moscú sino en Bruselas
y se llama Unión Europea.
Washington
ya está tratando de “amarrar” a sus aliados para que se mantengan en
su propio bando, desarrollando su cobertura en materia de misiles en
Polonia, Rumania y Azerbaiyán. Ya se sabe que su famoso «escudo»
nunca estuvo concebido para detener misiles iraníes sino para atacar
Rusia. También está tratando de empujar a sus aliados europeos a
la adopción de sanciones económicas que paralizarían el continente y
provocarían una huida masiva de los capitales hacia… ¡Estados Unidos!
El
alcance de esos ajustes es de tal magnitud que el Pentágono está
analizando la posibilidad de interrumpir su «giro hacia el Extremo
Oriente», o sea el desplazamiento de sus tropas de Europa y
del Medio Oriente para posicionarlas con vistas a una guerra
contra China. En todo caso, toda modificación de su estrategia
a largo plazo desorganizaría todavía más sus fuerzas armadas, tanto
a corto como a largo plazo. Y mucho más de lo que esperaba
Moscú, que mientras tanto observa con deleite las reacciones de la población en
el este de Ucrania y –¿por qué no?– también en Transnistria.
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