Monseñor
Romero: la opción por los pobres
Por
Raimundo López *
24 MARZO
2014
Monseñor Oscar Arnulfo Romero saltó casi de golpe a la
inmortalidad de los mártires en medio de la violencia atroz de la dictadura
militar y la pobreza humillante en El Salvador.
Fueron
dolorosas situaciones que de costarle la vida el 24 de marzo de 1980 a causa de
una conspiración de los poderosos de la época.
Parecía
un destino insólito para el jovencito de salud precaria de una humilde familia
del oriente del país, que se abocó temprano a su vocación religiosa y ejerció
el sacerdocio la mayor parte de su vida casi en el anonimato.
Algunos
de sus biógrafos lo recuerdan como un hombre tímido, de ideas conservadoras,
opiniones que contrastan más aún con su venerada figura de profeta defensor de
los pobres y perseguidos.
La
profundidad y valentía del legado atesorado en sus homilías y su actuar, cuando
la muerte le rondada a diario, explica que los pobres y gente buena de El
Salvador y otras naciones del continente le otorgaran la condición de San
Romero de América.
Oscar
Arnulfo nació el 15 de agosto de 1917 en Ciudad Barrios, a unos 160 kilómetros
al este de la capital, en el departamento de San Miguel. Fue el segundo de ocho
hermanos de una familia formada por Santos Romero, un telegrafista y empleado
de correos, y Guadalupe Galdámez.
Recordado
como un niño de salud frágil, desde que se asomó a la adolescencia confirmó su
vocación y a los 13 años, en 1930, ingresó al seminario menor de su ciudad
natal.
Siete
años después continuó sus estudios de teología en el principal centro del país,
el Seminario San José de la Montaña, de San Salvador, donde su aplicación le
abrió el camino para ingresar en 1937 en la Pontificia Universidad Gregoriana
de Roma.
El
4 de abril de 1942, cuando contaba 24 años, fue ordenado sacerdote en el
Vaticano.
Al
año siguiente regresó a El Salvador y fue nombrado párroco de la ciudad de
Anamorós, a unos 200 kilómetros al oriente de la capital, en el departamento de
La Unión.
Tiempo
después fue destinado a la iglesia de San Miguel, la capital del departamento
homónimo, 140 kilómetros al este de San Salvador, donde ejerció su sacerdocio
durante 20 años.
Su
acercamiento a la jerarquía eclesiástica de la capital comenzó en 1968, cuando
fue designado secretario de la Conferencia Episcopal, y el 21 de abril de 1970
se convirtió en una figura de rango nacional al ser nombrado por el papa Juan
Pablo VI Obispo Auxiliar de San Salvador.
El
15 de octubre de 1974 fue designado obispo de la diócesis de la ciudad de
Santiago de María, a 115 kilómetros al sureste de la capital, en el oriental
departamento de Usulután.
Finalmente,
su carrera religiosa llegó a la cúspide el 3 de febrero de 1977, cuando el papa
Juan Pablo VI lo nombró Arzobispo de San Salvador, en un momento crítico de la
dramática historia de su nación.
Según
los relatos recogidos para este artículo, algunos sacerdotes y personalidades
vinculadas a la iglesia entendieron la elección como favorable a los grupos
conservadores opuestos a los sectores de la iglesia que defendían la opción
preferencial por los pobres.
La
vida demostró que estaban radicalmente equivocados.
Monseñor
Romero asumió en una ceremonia sencilla, mientras el país era sacudido por
denuncias de un escandaloso fraude electoral que entronizó al general Carlos
Humberto Romero como presidente, para dar continuidad a una dictadura militar
que comenzó en 1930.
Una
protesta en el parque Libertad de la capital fue brutalmente reprimida por las
fuerzas armadas el 28 de febrero de 1977, con saldo de decenas de muertos y
desaparecidos y un cerco de varios días a una iglesia donde se refugiaron
sobrevivientes.
Monseñor
Romero sufrió otro duro golpe cuando el padre jesuita Rutilio Grande, uno de
sus amigos más cercanos, fue asesinado en la localidad de Aguilares, al norte
de la capital, donde organizaba a los campesinos y comunidades eclesiales de
base.
Monseñor
Oscar Arnulfo Romero
Su
prédica contra la represión creció desde entonces y un día antes de su
asesinato, en la homilía del domingo 23 de marzo de 1980, pidió en nombre de
Dios al ejército que la cesara.
Ya
entonces era blanco de una campaña de ataques por los sectores de la derecha, y
de frecuentes amenazas de muerte.
Su
opción preferencial por los pobres fue otro motivo de encono de los grupos
dominantes.
“La
misión de la iglesia es reivindicar a los pobres, así la iglesia encuentra su
salvación”, escribió en una de sus más aplaudidas frases en la homilía del 17
de noviembre de 1977, 10 meses después de su nombramiento.
El
24 de marzo de 1980, un francotirador destruyó el corazón de monseñor Romero de
un certero disparo mientras oficiaba misa en la capilla del hospital de la Divina
Providencia, cerca del centro de la capital.
Antes,
de manera profética, había proclamado: “Si me matan, resucitaré en el pueblo
salvadoreño”.
*Corresponsal
de Prensa Latina en El Salvador
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